Despertar

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Libro Primero » Capítulo 7

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—¿Cómo es que los cautivos han terminado aquí? —preguntó Cendra, mientras sacudía la cabeza y deslizaba un dedo por una larga arruga de su mejilla. Algunas veces hacía esto durante horas, hundiendo el dedo en su rostro como si hubiese querido profundizar las hendeduras que ya tenía. Arriba, abajo, arriba, abajo.

—El Despertante graduado…, Ilze es su nombre, se llevó un par de látigos consigo, envueltos en el cuerpo bajo la ropa. Cuando estuvieron en el aire, los enroscó alrededor del cuello de dos de los voladores. Es evidente que tiene una gran destreza con los látigos. La Señora Kesseret les dijo a los Parlantes que, si no volaban hacia la Cancillería, los estrangularían. Afortunadamente, ella conocía la forma de llegar al Paso del Río Partido, pues, si no, hubiesen muerto en las alturas. Tal vez debiéramos lamentar que hayan logrado pasar.

Bossit ya lo lamentaba, pero no era el momento para hablar de eso.

—¿Y dónde está la Señora Kesseret ahora? —preguntó Tharius, procurando que su voz sonase neutral—. ¿Y el Despertante?

—Los tengo a ambos en la Casa de los Acusadores. Me pareció prudente.

—¡Prudente! —Tharius ocultó su terror fingiendo ironía—. ¡Kessie! ¡En la Casa de los Acusadores!

—Hasta que sepamos un poco más.

—¿Como, por ejemplo, por qué se sospecha de ellos?

—Entre otras cosas, sí —dijo en voz baja el Mantenedor—. Estuve muy tentado de despedir por las bravas a este Parlante. Algo me dijo que sería un error hacerlo y también no hacerlo, las dos cosas.

Shavian reflexionó sobre esto. La prudencia, llegada con la edad, resultaba tan insípida en su boca como se había vuelto la comida. Faltaba el sabor del sentimiento.

—¿Y el Parlante no quiso decir por qué no se aplica el pacto?

—Creo que podemos deducirlo —murmuró Shavian mientras atravesaba la habitación para servirse más té. Luego, llevó la taza hasta un cómodo sillón y se sentó, con el rostro velado por el fragante vapor—. En la reciente asamblea con los Parlantes, notamos que no se muestran muy razonables sobre el tema de los Hombres del Río.

—Eso es cierto —convino Tharius Don con cautela—. No querían hablar de otra cosa. Recorrimos una gran distancia para llegar al lugar del encuentro y había cuestiones muy importantes que discutir. Como, por ejemplo, esa demanda de que elevemos sus cuotas de alimentos para que puedan así incrementar su población. Era imprescindible que hablásemos de eso. ¡Pero no! Lo único que querían era amontonarse en grupos polvorientos, erizando sus plumas llenas de caspa, lo cual me hacía estornudar sin parar, y hablar sobre la herejía.

Extrajo un pañuelo de debajo de la manga y estornudó, fingiendo estar sumido en los más sombríos recuerdos. Les dejaría pensar que era tonto, sería más seguro que la verdad. Además, el pañuelo le ayudaba a ocultar su rostro.

—Así es. —Gendra reflexionó sobre esto—. Ocurrió lo mismo con todos ellos. No hablaban de otra cosa y siempre nos vigilaban por el rabillo del ojo, como esperando descubrirnos en algo. La herejía de los Hombres del Río, ¿pues no lo relacionaban con los homosexuales o con los célibes?'¡Como si hubiesen tenido algo en común!

—¿Y nosotros? —Shavian esbozó su sonrisa de ratón, perversa en aquel rostro tan pequeño—. ¿Que hicimos nosotros?

—Yo les dije que no eran más que bobadas —respondió Tharius—. Como de costumbre, hay unos pocos Despertantes que no logran cumplir con sus votos, y algunos obstinados que echan a sus muertos al Río por puro sentimentalismo. Les dije que, en mi opinión, no se trataba de una herejía difundida, y tampoco de ninguna clase de conspiración. Probablemente no haya más de diez o veinte Hombres del Río por poblado y en su mayoría son de la misma familia. Dudo que exista uno solo que conozca la existencia de los Parlantes, por lo que resultaría muy difícil imaginar una conspiración contra ellos. ¡Y les dije que los homosexuales no eran más que aberraciones! Seguramente se trata de algo genético, no es una cuestión política o religiosa. Y lo mismo ocurre con los célibes. Los Parlantes quieren creer que los humanos no pensamos en otra cosa que no sea la reproducción. Y, si alguien debería entenderlo, son ellos; no se reproducen porque no pueden.

—Yo les dije lo mismo —señaló Gendra con desprecio, como si haber concordado con él por cualquier motivo fuese algo de mal gusto.

Bossit les hizo una reverencia.

—Y sin duda tenían ustedes razón. Sin embargo, si yo fuese propenso a la paranoia y sospechase que cierto grupo de humanos está planeando mi ruina, y si tanto el Propagador de la Fe como la Dama Mariscal me hubiesen asegurado que eran puras tonterías…, ¿no sentiría yo aún más desconfianza? ¿Por qué los líderes de los humanos habrían de mostrarse tan indiferentes, a menos que quisieran engañarme?

—¿Quiere decir que los Parlantes pensaron que estábamos mintiendo? ¿Que en realidad existe una confabulación de los Hombres del Río y que nosotros estamos enterados?

Tharius había tratado de mantener la voz en calma. Sentía que el sudor brotaba en su frente, pero confiaba en las sombras del rincón donde se encontraba sentado para ocultarse.

«Confía en Shavian. Si existe el menor indicio de conspiración a diez mil pasos de distancia, él lo percibirá y olfateará el pescado podrido que el conspirador ha comido en la cena», pensó Bormas Tyle, sin llamar la atención, y permaneció sentado en silencio, mirando cómo los demás reflexionaban.

—Tendría sentido —volvió a hablar Gendra—. Explicaría esta operación en particular. Querían efectuar algunos interrogatorios por su cuenta. —Se rascó ambas mejillas al mismo tiempo, subiendo y bajando los dedos por las arrugas—. Y por supuesto que, si pensaran que nosotros estamos violando el pacto, asegurarían que éste no es aplicable.

—Hay algo más con esto… —Bormas Tyle se volvió para mirar por la ventana—. Está ocurriendo algo, de todas formas.

—Tal vez lo mejor fuera entregarles los Despertantes —sugirió liendra—. De ese modo les demostraríamos que no estamos mintiendo.

Tharius se puso pálido y fingió otro estornudo para ocultar su rostro. Detrás del pañuelo volvió a componer la expresión y, luego objetó:

—No lograríamos nada. Encontrarían algo para probar que están en lo cierto. Los Parlantes son expertos en la tortura. ¿Qué creéis que les diría la Señora Kesseret de la Torre de Baris bajo tortura? ¿Que no sabe nada? Tal vez, por un tiempo. Pero acabaría diciéndoles lo que quieren escuchar. Sí, existe una conspiración. Sí, son todos herejes. Sí, los homosexuales, los célibes y los Mendicantes forman parte de ello. Sí, yo estaba en eso y también mi Despertante graduado. En realidad, toda la Torre estaba implicada, y toda la Cancillería, ¡incluidos la Dama Mariscal de las Torres y el mismo Protector!

Gendra palideció y apretó los labios. Era evidente que no lo había pensado lo suficientemente bien, pero le molestaba el inmediato recelo de Tharius al respecto. Con demasiada frecuencia él tenía razón. Gendra deseaba ver una grieta en su orgullo, ansiaba verlo derrumbarse.

Él continuó sin inmutarse:

—No, Dama Mariscal. Lo último que debemos hacer es permitir que nuestra gente sea interrogada en las Talon. Se trata de una cuestión humanitaria, por no hablar de nuestro propio pellejo.

Gendra odiaba admitir que tenía razón, pero se veía forzada a hacerlo.

—Sin embargo, si los mantenemos aquí, los Parlantes creerán que sus sospechas sobre nosotros son ciertas.

Bormas frunció el ceño.

—Sería mejor no enfadarlos…

Los mutuos beneficios proporcionados por el Pacto de Thoulia incluían la provisión de elixir para todos los funcionarios de alto rango de la Cancillería. Su siguiente Retribución programada debía producirse muy pronto; no era buen momento para que los Parlantes se sintiesen molestos, enfadados o desconfiados.

—Entonces, debemos hacer algo para convencerlos de que sus sospechas son infundadas. —Gendra se acercó a la mesa y acarició la madera brillante como si hubiese sido un animal asustado al que trataba de domesticar—. Dejemos que los Parlantes los interroguen, pero que lo hagan aquí, ante mis propios Acusadores.

Shavian se mostró de acuerdo, y los miró con su sonrisa perversa.

—Sí. Que la Dama Mariscal supervise el interrogatorio. Seguramente, la Señora Kesseret estará dispuesta a soportar ciertas molestias por el bien de su fe.

Su mirada a Tharius pudo haber sido sólo casual, pero había agujas en ella.

—¿Permitir que la interroguen los Parlantes, cuando sabemos que es inocente de toda maldad? —Tharius Don se había vuelto hacia ellos con las manos entrelazadas y la boca tensa. Los demás retrocedieron, fastidiados por el desafío a su conciencia. La conveniencia solía ser un precepto, pero Tharius Don raras veces permitía que se tomase en consideración—. ¿Que deba soportar «ciertas molestias», cuando todos sabemos que es una Superiora devota, Bossit, que no es culpable de absolutamente nada? ¡Qué vergüenza!

—Vamos, vamos, Tharius. Es probable que no sea del todo inocente —lo desafió Gendra, rechinando los dientes como piedras en una avalancha—. Todos somos culpables de algo. Aunque se trate de un asunto menor. Lo suficiente como para justificar un poco de sufrimiento, sin duda. No por ello dejará de recibir futuras Retribuciones, tal como se le prometió. En realidad, como gratificación podríamos hacer que ese día llegue antes de tiempo.

Cuanto más joven era uno al recibir el elixir por primera vez, más poderoso era su efecto. Proporcionarlo antes de lo prometido podía ser un fuerte incentivo para muchas cosas; para soportar una tortura, por ejemplo.

Hubo otro lúgubre silencio. Tharius Don pareció a punto de volver a objetar, pero se conformó con un monólogo interno y una mirada furiosa antes de volver a sentarse en su sillón y dar golpecitos en la alfombra con un pie. Finalmente, Bossit preguntó:

—¿Estamos de acuerdo? Los Acusadores e Indagadores son vuestra gente, Dama Mariscal. Confío en que no permitiréis que esos Despertantes sufran más daño del necesario. Después de todo, son de los nuestros. —Utilizó el posesivo con gran ironía.

Tharius le dirigió una mirada dura y profunda, tratando de descubrir si debía interpretarlo como una instrucción sensata o si era algo con doble significado.

Gendra, que no quería ninguna interferencia de parte de Tharius Don, contestó de buenas maneras:

—No. Nuestra gente no sufrirá más de lo necesario, Señor Propagador. No más de lo necesario.

• • • • •

Más tarde ese mismo día, Tharius Don se apoyó en una de las ventanas de sus habitaciones. Desde la Torre de la Biblioteca se veía la Casa de los Acusadores. Detrás de alguna ventana de aquel frío edificio se encontraba la Superiora de la Torre de Baris.

Tharius Don se sujetó la cabeza entre las manos, sin preocuparse por quienes pudieran estarlo observando desde las Torres o los tejados distantes.

—Kessie —murmuró en una agonía de dolor—. Oh, por todos los dioses, Kessie, Kessie.

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