Despertar

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Libro Primero » Capítulo 10

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Aunque al principio se mostró tan temerosa como hostil, Pamra comenzaba a acostumbrarse a estar a bordo del

Obsequio de Potipur. Thrasne le había cedido una habitación en la casa del patrón, con una litera confortable, un cesto para la niña, Lila, y un cofre lleno de ropas sencillas como las que usaban todos los marineros. Le enseñó a trenzarse el cabello al estilo del Río, bien alto en la parte trasera, con rizos decorados por cuentas alrededor del rostro. Thrasne la bautizó Suspirra, tal como bautizara a su madre y a la mujer de sus sueños antes de ella. Sin las constantes sangrías de la Torre, que mantenían a los jóvenes delgados como juncos y sin rastros de sensaciones sexuales, Pamra empezó a engordar un poco. Iba perdiendo parecido con la mujer que Thrasne encontró en la Hiberna y, sobre todo, con la Despertante que vio en los alrededores de la Torre, pero se parecía más que nunca a Suspirra, y él se conformaba con esto.

Tenía que conformarse. Aunque la cortejaba con sus ojos, con sus obsequios y con su constante solicitud, ella no daba señales de percibir lo que rondaba por su mente. Thrasne le besaba la mejilla y ella lo aceptaba como la niña que recibe el beso de un tío; sin resistirse, pero sin mostrar ningún interés. Nada la conmovía. Nada la emocionaba. En ciertos momentos, cuando estaba soñolienta tal vez, respondía a sus preguntas sobre la vida en la Torre, aunque nunca brindaba grandes detalles. Con estos pocos comentarios, él se formó una imagen de su vida allí y, sobre la base de aquella imagen penosa, le ofreció todo su perdón. No podía sentir atracción hacia él, se dijo. No sabía de qué se trataba. Ella era como una niña, inocente de todo sentimiento sexual. Algunas veces se enfadaba, pero parecía un enfado indeterminado y sin dirección, y, si sentía siquiera algo respecto a Thrasne, no era capaz de reconocerlo.

De todos modos, Pamra comenzó a cuidar la casa para él. Al principio lo hacía de forma distraída, pero empezó poco a poco a mostrar cierta preocupación por su comodidad. Del mismo modo, aprendió a cocinar, primero por hambre y, luego, con una especie de vago placer, recordando los aromas acogedores de la casa de Delia sin tener que acordarse de la misma Delia. No podía recordar a Delia. No quería. El derrumbe de rocas en aquel paraje solitario lo llevaba oculto en su interior. La mirada sin rostro de la capucha de cáñamo estaba enterrada. Lo mismo ocurría con su imagen como Despertante con los frascos en el cinto. Allí dentro, donde podría morar el amor, había una casa de piedra en la que guardaba todas esas cosas. No había espacio para el amor. La casa era tan grande que ocupaba casi todo el espacio existente. Debía albergar demasiadas cosas.

Al mirarla profundamente a los ojos, Thrasne sabía que todo se encontraba allí, ya que podía ver su forma, su sombra y el brillo salvaje de unos ojos que se asomaban de vez en cuando por sus ventanas. Una casa de fantasmas. Habitada por su madre, por Delia y quién sabía por cuántas personas más. Esperaba que, con el tiempo, esa prisión que ocupaba su interior se fuese haciendo más pequeña. Él tenía tiempo.

Pamra nunca desembarcaba. Thrasne le había mostrado su puesto de observación en la alta casilla y ella permanecía allí sentada durante horas, observando las márgenes del Río. Pasaron largos meses. Thrasne le llevaba la costa a ella en forma de pequeños obsequios: flores, frutas y dulces. Y juguetes. Y tallas que hacía para ella, donde le decía todo lo que no podía expresar con palabras. Pero Pamra parecía no notarlo.

• • • • •

Mientras tanto, la criatura de la mujer ahogada crecía como un árbol pequeño, lenta pero visiblemente, y se movía como una caña mecida con suavidad por la brisa. Habían tratado de alimentarla con toda clase de cosas: cereales cocidos, vegetales, trocitos de pescado. Ella sólo aceptaba el agua salobre del Río y la luz del sol. En los días nublados, permanecía muy silenciosa en su cesto, casi sin moverse. En los días soleados, aprendió a gatear por la cubierta con la lentitud de una tortuga y la curiosidad de cualquier criatura enfrentada con un mundo de nuevas experiencias.

Lo que más parecía gustarle era estar al sol en brazos de Suspirra… de Pamra, y que ella le mostrase cosas: un pez, un trozo de cuerda, las flores de un árbol bajo el cual pasaban flotando a principios del verano. Los hombres se detenían para hablar con ella, sin tocarla jamás, mirándola con cariño y con un temor supersticioso. Hasta donde sabían, Suspirra había traído a la niña consigo al llegar, pero su aparición fue de lo más misteriosa. La mujer tallada de la casa del patrón había desaparecido. En su lugar estaba esa mujer viva que era igual que aquélla, pero que tenía una niña que parecía tallada. Aunque no lo estaba. Una maravilla. Una maravilla viviente.

Thrasne y Suspirra habían acordado llamar Lila a la niña. Había sido el nombre de la madre de Thrasne y a él le gustaba su sonido. Los miembros de la tripulación aceptaron esto también, pero no pronunciaban su nombre. En cambio, solían sugerir a Thrasne que sospechaban una historia alrededor de todo aquello, ante lo cual él se encogía de hombros y sonreía, sin enfadarse. Suspirra no complicaba menos la cuestión cuando se refería a Lila como su hermana.

—Hablarán de ello en tierra, ya lo sabes Thrasne —le comentó Obers-rom—. Me parece que guardas en silencio muchas cosas sobre esto, y no tendría ninguna importancia si ellos no hablaran. Pero lo harán. Tú lo sabes. Será mejor que les proporciones algo que decir o, de otro modo, dirán algo que no te gustará.

Thrasne lo pensó. Era verdad. Los hombres hablarían en tierra y, cuanto más misterioso pareciese todo aquello, existirían más posibilidades de que algún curioso tratase de subir a bordo para echar un vistazo.

Lo mejor sería decir algo cercano a la verdad.

—Diles que la mamá del bebé se ahogó en el Río cuando estaba embarazada y fue atacada por el plaga. Por ese motivo, la niña nació diferente a ti y a mí. El tiempo transcurre de un modo distinto para ella, eso es todo. Tal vez les ocurra lo mismo a todas las criaturas atacadas por el plaga. Es posible que los peces plaga vivan todas sus vidas, pero en una forma más lenta que nosotros. Ahora, mi vieja amiga Suspirra, de quien tuve una estatua hasta que ella misma llegó a bordo, dice que la niña es su hermana porque la mujer ahogada era su…, su amiga. Cuida de la hija de su amiga como lo haría de una hermana. Como no es casada, no sería apropiado que llamase a Lila su hija. Y Suspirra vino a vivir con nosotros porque, si los Despertantes conocieran la existencia de la criatura, no la dejarían tranquila. Ya entiendes, tuvo que venir al Río para estar a salvo. No hay más en todo esto.

Con aquella versión se ganó la simpatía de todos y consiguió que mantuvieran la boca cerrada. Los tripulantes del barco estaban acostumbrados a evitar la atención de los Despertantes y a guardar silencio sobre los asuntos del Río. Para todos ellos, Lila y Suspirra se convirtieron en un asunto del Río.

Obers-rom pensó bastante sobre todo aquello. La siguiente vez que se detuvo a hablar con Lila le acarició el rostro, ante lo cual ella emitió un sonido indeterminado de placer, casi una palabra.

—No es tan diferente en realidad —le dijo a Pamra—. Se mueve con gran lentitud, eso es todo. Verdaderamente lento. La llamaré niña-lenta.

Y se alejó con una sonrisa; pero ésta se desvaneció ante el recuerdo de la expresión atenta y perceptiva en los ojos de la niña.

«No es tan diferente, salvo por eso», repitió para sí mismo. De todos modos, decidió llamarla niña-lenta.

Y así, a partir de ese momento, Lila escuchó eso con más frecuencia que su propio nombre.

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