Despertar

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Libro Primero » Capítulo 13

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Cuando el

Obsequio de Potipur abandonó los muelles de Chantry, el grupo de Melancólicos de Babji se encontraba a bordo, sin pagar nada por el transporte y viviendo de sus propias provisiones. Thrasne había llegado a confiar en ellos y, astutamente, consideraba su presencia como una especie de camuflaje. El barco desplegó velas y salió al Río, atravesando la corriente hacia el lado oeste de Isla Strinder, oculta tras las brumas del sur.

Dos días después, con las cubiertas atestadas de Noor curiosos, Thrasne bajó un bote con dos hombres que debían llegar a remo hasta la orilla. Luego, les arrojó un cabo y ellos lo amarraron a un gran árbol que se inclinaba sobre el agua. Habían pasado veintidós días desde la Conjunción.

Casi todo ese tiempo, Pamra estuvo acampada en la pequeña playa. Subió a bordo con Lila, casi sin notar los rostros oscuros de los pasajeros, sin ver en absoluto la expresión preocupada de Thrasne. Tenía los ojos hundidos y el rostro demacrado, y su cabello estaba enmarañado como si no se lo hubiese peinado durante días. No estaba menos hermosa que de costumbre, pero se trataba de una belleza terrible y angustiada.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó consternado—. Parece como si hubieses estado enferma.

—Debí haber notado que no había machos maduros —dijo ella con vehemencia—. Debí haber notado lo agotado que se encontraba.

—¿Pamra?

—Estaba tan segura de que era una crueldad, tan segura… Algunas veces las cosas son crueles y pueden cambiarse; algunas veces sólo las empeoramos, obrando por sentimentalismo, fingiendo. Estaba tan inmersa en mis propias ideas que no pude ver lo que tenía delante.

—¡Pamra! ¿De qué estás hablando?

Ella sacudió la cabeza, le entregó a Lila y se dirigió a su viejo refugio en la casa del patrón, prestando apenas atención a unos Melancólicos curiosos junto a la baranda, o a la joven que la miraba de cerca con gran interés. Pasajeros. Bueno, algunas veces los barcos trasladaban pasajeros.

Pamra no tuvo necesidad de mirar atrás para saber que Neff todavía la seguía, tal como ocurría desde la noche de las piras. Al elevarse el humo en la aldea, él vino. Stodder no lo había visto, pero Pamra sí. Estaba con ella desde entonces, el rostro encendido de curiosidad y sorpresa y con flores en la mano.

Y no se encontraba solo: la columna de polvo dorado que se alzaba junto a él era su madre ahogada, y la sombra informe que le acusaba era Delia. Los tres.

—Pamra, amor. ¿Estás bien? —le preguntó Thrasne, siguiéndola a la casa.

Dejó que la abrazara, incluso lo abrazó ella a su vez, consciente de que una parte de su ser lo necesitaba. Percibía en él un sentimiento que nunca había reconocido, ni siquiera en sí misma, hasta que hubo terminado, confiando en su bondad de no perturbarla con más preguntas.

—Estaré bien, Thrasne. Estaré bien.

Pamra se alejó de él. Tenía que estar bien. Había algo que Neff quería que hiciese, algo que le debía. A él, a su madre y a Delia.

Cuando estuvo en silencio, pudo escuchar sus voces.

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