Despertar

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Libro Segundo » Capítulo 31

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Mientras navegaban hacia el sur, Thrasne colocó aparejos para elevar una silla sobre la proa y, laboriosamente, borró dos de las tres palabras talladas en la proa del barco.

Obsequio de Potipur se transformó simplemente en

Obsequio. La figura alada que se inclinó sobre las olas del Río durante décadas fue reemplazada por otra talla, una que Medoor denominó secretamente «Suspirra en éxtasis». La consolaba el hecho de que la hubiese tallado Thrasne, pues no se trataba de un rostro o una figura que ningún hombre pudiese desear. Era el rostro de Pamra, pero con unas facciones beatíficas, gloriosas e inhumanas, el rostro de un espíritu que se alejaba. Entre sus manos de madera sujetaba el obsequio, un objeto de forma extraña, con algo que pudieran ser alas o aletas, y tallado en una eterna postura de arrojarse a las aguas. Antes de su muerte, Tharius Don le había hablado a Thrasne de Lila tal como él la vio. Lila transformada, la niña de los entes.

En una noche tranquila, estrellada y sin lunas, nació el bebé. Cuando estuvo limpio y envuelto en una manta, Thrasne se acercó a la cesta y el bebé le aferró la mano, ciñendo sus dedos infantiles alrededor de uno de los suyos, en un gesto antiguo como el tiempo y exigente como la vida misma.

—Mío —se maravilló Thrasne—. Esto es mío.

—Nuestro —corrigió Medoor Babji con firmeza—. Nos pertenece a nosotros, y a los Noor.

—Y al

Obsequio —añadió Thrasne con obstinación—. Y a Costa Sur.

—Eso también. Rezo para que encontremos fortuna allí, ya que sólo nuestros antepasados saben lo que está ocurriendo detrás de nosotros. —Tomó la otra mano de Thrasne. El alumbramiento había resultado más de lo que ella había esperado; más en lo referente al dolor, al esfuerzo y a la satisfacción final. Era hora de hablar, la hora de las palabras—. ¿Y qué hay de la madre del bebé, Thrasne? ¿La reclamas a ella también, o sólo al niño?

—Oh, claro —respondió él, sorprendido de que tuviese que decirlo—. ¡Ella también es mía, si lo desea!

—¿Y Suspirra?

Thrasne se encogió de hombros con un poco más de afectación de la requerida por la pregunta, pero necesitaba estar seguro de que ambos comprendían lo que quería significar.

—En la proa del Obsequio, Doorie. Donde se coloca a los sueños. Aquello fue muy diferente a esto.

Medoor se sintió satisfecha y, al escuchar la conversación desde detrás de la puerta, la Reina Fibji exhaló un suspiro de alivio.

Habían llegado al día tribal del bebé, el día en el cual recibiría un nombre, cuando se escuchó el grito desde la cubierta del timón. Pensaron que sólo se trataría de otra isla e hicieron que alguien subiera al mástil para escudriñar la tierra neblinosa. El enviado descendió y dijo que no alcanzaba a ver el límite de aquellas tierras, ni al sur ni al este ni al oeste; pero que, frente a ellos, había playas blancas y una gran humareda. Entonces, todos olvidaron la ceremonia y se dirigieron a las barandas para no perderse vislumbrar por primera vez aquellas nuevas tierras.

Al atardecer se hallaban anclados en una bahía poco profunda y bordeada de dunas pálidas. En la playa había tres barcos que Thrasne pudo reconocer y, esparcidas entre las dunas, estaban las tiendas de otros que habían llegado primero. Al oeste había una torre en construcción con un horno de arcilla, en cuyo interior ardía un gran fuego y el humo se elevaba como por una chimenea.

Algunos de los tripulantes del

Obsequio se zambulleron en el agua y nadaron hasta la costa, mientras otros iban y venían en balsas. El

Cheevle llevaba a la Reina Fibji, a Medoor Babji, a Thrasne y al bebé. Strenge manejó el timón hasta que el pequeño barco encalló en la arena. Los Noor se reunieron a su alrededor, no demasiado cerca, haciendo reverencias y señalando al niño, que los miraba sorprendido, con sus ojos que no eran del todo Noor.

—Dejadme ver estas tierras —pidió la Reina mientras subía dificultosamente a una duna para mirar la gran pradera de pastos y bosques a la luz de las lunas.

Thrasne la siguió, con un brazo alrededor de los hombros de Medoor Babji y el otro sujetando al bebé. A sus espaldas, en la playa, se oyó un grito, y todos se volvieron para ver otro barco contra el cielo oscuro; y, detrás de él, otro más.

—Los Noor se están reuniendo. En Costa Sur —se extasió la Reina—. Hemos recalado. Todas mis esperanzas, Doorie. Todas mis esperanzas. Siento… oh, siento que podría morir ahora, sabiendo que he hecho lo mejor que podría haber hecho.

—No hable de morir —dijo Thrasne, sacudiéndola por un hombro. Ella se llevó una gran sorpresa, ya que los Noor no se atrevían a tocar a su Reina—. Hay mucho que hacer si queremos alimentar a toda esta gente, ¿y quién trazará los planes si no es usted? —A ella le pareció que sonaba realmente enfadado—. Además, este bebé ya ha cumplido un mes y todavía no tiene nombre; ¿quién lo bautizará si usted se muere?

—Ah, pequeño, pequeño —sonrió, casi llorando, mientras se volvía para coger al niño—. Tu padre dice la verdad. No tienes nombre.

Lo alzó para que, al igual que ella, pudiese ver las amplias planicies y las colinas. Se preguntó qué misterios se esconderían detrás, pues sin duda les aguardaba algo maravilloso tras del horizonte. Luego, se volvió y miró a los ojos de Medoor Babji, llenos de confianza y dolor, de felicidad y curiosidad, todo mezclado. Después, miró el rostro de Thrasne, en el cual se leían los mismos sentimientos. Así permanecieron unos momentos, mirándose unos a otros en silencio.

—Bautizo a este niño Temin M’noor —proclamó la Reina al fin, colocándolo en brazos de Thrasne para comenzar a bajar la colina—. Temin M’noor —volvió a exclamar, en el tono de un pájaro de la costa.

—¿Qué significa? —preguntó Thrasne. Le parecía haber oído antes aquellas palabras.

Medoor Babji le sonreía y extendía los brazos para tomar al niño, con los ojos llenos de lágrimas.

—Temin quiere decir «una clave», y M’noor quiere decir «hablada»…

Thrasne no comprendía y Medoor se lo explicó:

—Nos la hemos dado el uno al otro entre nuestros mundos, Thrasne. Su nombre es Contraseña.

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