Despertar

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Libro Segundo » Capítulo 4

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El Consejo de los Siete se encontraba reunido en el salón de audiencias de la Cancillería. La mesa redonda estaba situada junto a las cortinas que cubrían la entrada al nicho donde yacía Lees Obol. Mediante un gran esfuerzo de imaginación, uno podía considerar que el Protector del Hombre formaba parte de la reunión. La silla más cercana al nicho se hallaba vacía. Tal vez el Protector la ocupase en espíritu; o al menos eso era lo que Shavian Bossit se entretenía pensando.

En cuanto a los otros seis, se encontraban presentes en la realidad. Tharius Don, moviéndose con nerviosismo en su silla, como mordido por las pulgas. Cendra Mitiar, buscando criaturas invisibles en las profundas arrugas de su rostro. El General Jondrigar, con su rostro gris y picado que se crispaba a la luz de las antorchas. Koma Nepor, Ezasper Jorn y, por supuesto, el propio Shavian. Un segundo círculo de sillas rodeaba al primero, ocupado por funcionarios y partidarios de los distintos miembros de la Cancillería.

Tharius había invitado a Bormas Tyle para que estuviese presente, a pesar de que Bormas era partidario de Bossit y Tharius lo sabía, Cendra tenía a su mayordomo, a tres supervisores de comarcas y a su esclava Noor, para darse importancia, aunque Jhilt estaba sentada en el suelo detrás del segundo círculo de sillas, consciente de su condición inferior en aquella eminente reunión.

Koma Nepor y Ezasper Jorn se apoyaban el uno al otro. Y Chiles Medman, el gobernador general de los Mendicantes de Jarbo, también se encontraba allí; pero ¿a quién apoyaba?, se preguntó Shavian. Los Mendicantes de Jarbo eran tolerados por la Cancillería, incluso llegaban a utilizarlos de tanto en tanto, pero no podían considerarse parte de la jerarquía. Entonces, ¿por qué se encontraba Medman allí? ¿Cómo partidario de alguna facción? Había tres bandos al menos. Tharius, el enigma, de quien sólo los dioses sabían lo que haría en caso de detentar el poder. Gendra, que abogaba por incrementar el suministro de elixir y aumentar así el poder de la Cancillería, acrecentando al mismo tiempo la represión, con la que ella disfrutaba. Y el mismo Bossit, un político práctico, quien tramaba la esclavitud de los Thraish para acabar con su sangrienta insolencia. Y el viejo Obol, por supuesto, tendido en su cama tras las cortinas y con apenas fuerzas para respirar.

El general no tenía bando alguno. Sus Jondaritas montaban guardia en el salón y parecían tallados en piedra negra. En sus justillos de piel de pescado, las escamas brillaban iluminadas por las antorchas; los altos penachos ébano y escarlata se movían con sus cabezas. Portaban hachas de frag, con hoja de obsidiana. Sólo las puntas de sus lanzas eran metálicas. De vez en cuando, el general se giraba y los estudiaba uno por uno con atención, como buscando alguna señal de negligencia. No encontraba ninguna. Los soldados del salón de audiencias eran una tropa selecta. Si alguno de ellos fue capaz de cometer una negligencia alguna vez, ya hacía tiempo que había superado su tendencia.

—Comencemos con esto —murmuró Shavian finalmente, golpeando su maza sobre el taco preparado a tal efecto. El sonido fue seco y amenazante, y todos alzaron la vista sobresaltados—. Hoy nos hemos reunido para considerar esa cuestión de la «cruzada», predicada y conducida por una tal Pamra Don. Debo decir que se trata de la misma Pamra Don que nos causó ciertas dificultades hace aproximadamente un año.

Miró a Gendra, acusándola con su silencio. Ella reaccionó.

—Ya sabes que hemos enviado a los Risueños a por ella, Bossic. Y también a ese Despertante de Baris. Potipur sabe que él daría su vida por ponerle las manos encima. Su búsqueda debe de haberse producido fuera de rumbo. Parece evidente que ella ha ido siempre por detrás de él.

—Por detrás de él o por el Río u oculta por los Hombres del Río, ¿qué importancia tiene? —replicó Shavian con fastidio—. El hecho es que logró evitarlo, a él y a todos los que la buscaban. Apareció en un poblado donde no había Risueños, un poblado del que tu representante acababa de irse. El terreno era propicio para ello, a causa de una condenada estatua que los nativos supersticiosos habían sacado del Río.

—Los Jondaritas debieron haberlo impedido —gruñó Gendra, con los dientes apretados y mirando con furia al general—. ¿Por qué no…?

—Los Jondaritas no tienen órdenes en lo que se refiere a las cruzadas —manifestó el general, con voz inexpresiva—. Tienen órdenes de reprimir la insurrección. Allí no había ninguna insurrección. Tienen órdenes de castigar el desacato al Protector del Hombre. Esa gente no muestra ningún desacato, más bien todo lo contrario. Tienen órdenes de sofocar la herejía. Y no detectaron ninguna herejía. La mujer habla de mentiras que se le cuentan al Protector, de conspiraciones en su contra.

Sus ojos emitieron un brillo rojizo. ¿Quién conocía mejor que él las mentiras que rodeaban a Lees Obol? ¿Quién conocía mejor que él la realidad de las conspiraciones? Prácticamente no pasaba un día sin que Jondrigar descubriera una confabulación en contra del Protector. Las minas estaban llenas de personas a las que él había logrado desenmascarar.

—Ya es suficiente —intervino Shavian—. Las recriminaciones no nos llevarán a ninguna parte.

—¿Dónde se encuentra la cruzada ahora? —preguntó Tharius Don. Ya conocía la respuesta, pero quería que la conversación girase hacia algo con menos carga emocional. Estaba sentado muy rígido en su silla, invadido por una nerviosa energía. Casi a diario le informaban de nuevos partidarios de su causa. Por razones que ni siquiera podía admitirse a sí mismo, hacía meses que demoraba el golpe, y ya no podría continuar haciéndolo mucho tiempo más. A cada semana que pasaba, se tornaba más inminente la posibilidad de que los descubriesen. En su corazón agradecía a los dioses aquella cruzada, a pesar de que ésta hubiera puesto en peligro a Pamra Don. Por un tiempo, había desviado la atención de la Cancillería—. ¿Cómo se llama el poblado?

—Hace unos días estaba en Chirubel —respondió Bossit con voz irritada. Él no quería que los voladores se inquietasen más de lo que ya lo estaban y, aun cuando no parecían molestos por esta cuestión, quién sabía lo que podía llegar a significar en el futuro. Y, con Lees Obol que desfallecía tan rápido… aunque sólo estaba enterado de eso por los Jondaritas. Nadie más podía acercarse a él. Sacudió la cabeza y agregó—: Llegó un mensaje de la Torre con la información. Los fosos de Chirubel están llenos. Hubo una gran tormenta allí, y muchos de sus seguidores murieron.

Tharius no lo sabía.

—¿Murieron?

—En su mayoría, ancianos. No tenían provisiones suficientes ni lugar donde guarecerse. Los poblados tienen instrucciones de mantener vigilados sus excedentes de alimentos, y se ha ordenado a los Jondaritas reprimir los saqueos. Por ese motivo hay mucha hambre. Lo cual provoca una lamentable tendencia a alimentarse de los campos.

—¿Hay violencia?

—Algo. Estallan riñas. En general, las víctimas son ancianos que mueren de enfermedades pulmonares producidas por el frío y el hambre. También algunos jóvenes, muertos en accidentes o en peleas. Lo mismo ocurre con los niños y los bebés.

—Así pues, los fosos están llenos —reflexionó Gendra—. Bueno, los voladores querían que aumentase la cuota de cuerpos. Deben de estar felices.

—Ezasper Jorn, ¿qué piensan los voladores de esto? —preguntó Bossit.

Jorn, acurrucado en su silla bajo tres capas de mantas, los miró, parpadeando como un búho.

—Están completamente mudos. Es posible que no comprendan lo que ocurre. No parecen sentir curiosidad pero, claro, ya han visto antes estas pequeñas escaramuzas. Hemos tenido guerras entre poblados; rebeliones sofocadas por las Torres. Hace siglos que, de vez en cuando, esa clase de cosas llena los fosos de obreros, así que es posible que no le presten demasiada atención. No parece preocuparles. Después de todo, se trata de un fenómeno local.

—No cambiarán sus hábitos reproductores sobre la base de una abundancia temporal que, en realidad, no afecta más que a diez o doce poblados como máximo. —Koma Nepor utilizó su mejor tono pedante, reservado para juntas como ésta, en las que no tenían cabida las risitas y las bromas—. Estoy de acuerdo con Jorn. Comerán hasta hartarse, por un tiempo; luego el movimiento se desinflará tal como ocurre siempre y los voladores volverán a la normalidad.

—A la normalidad del hambre —comentó Gendra, rechinando los dientes—. En esos poblados, al menos. Sin ancianos, la tasa de mortalidad será baja durante algún tiempo.

Reflexionó sobre esto. No había ningún motivo para no reducir el promedio de vida. Para los padres, quince años después del nacimiento del último hijo; o incluso doce. Para los que no se reproducían, menos; a no ser que ocupasen un puesto de importancia en la economía del poblado. Daría la orden a las Torres. Más fosos llenos para complacer a los voladores… y si con eso lograba congraciarse con los Parlantes…

—En ese caso, los Parlantes les dirán a los voladores que crucen los límites de los poblados y compartan los alimentos. —Shavian estaba verdaderamente harto de aquella discusión—. Lo importante no es saber qué harán o dejarán de hacer los voladores, sino lo que haremos nosotros.

Tharius se movió con inquietud. Hacía varios días que trataba de decidir cuál era el proceder adecuado, pero no lograba encontrar una respuesta. Tenía que escoger.

—Haced que la traigan aquí, que se presente ante mí —habló con firmeza, sin que nada delatara la poca fe que tenía en su propia recomendación ni lo comprometido que estaba con los resultados—. Que la traigan aquí. Sabemos dónde está, no necesitamos esperar a que la encuentren los Risueños. Ellos tenían instrucciones de traerla cuando la encontraran, así que podemos ocuparnos del asunto. Enviad el mensaje a los Jondaritas de… ¿Cuál es el siguiente poblado hacia el oeste, Gendra?

Él lo sabía perfectamente bien. Pamra Don había hecho su aparición en un foco importante de la causa. Todos los poblados al oeste de Thou-ne eran centros de la rebelión, y sus Torres estaban llenas de los hombres de Tharius.

—Rabishe-thorn —respondió ella como ausente, a pesar de que lo miraba con ojos penetrantes. ¿Qué se proponía Tharius?—. Rabishe-thorn y, a continuación, Falsenter. Si enviamos el mensaje ahora, seguramente podrán interceptarla en alguno de los dos.

—Que no le hagan daño —continuó Tharius con voz impasible, rogando para que nadie notase el temblor de sus manos—. Como Propagador de la Fe, necesito saber todo lo que ella sabe, y no lo averiguaré si se encuentra demasiado asustada, lastimada o… dosificada con Lágrimas. Necesitará meses para llegar aquí por tierra y, durante ese lapso, sin ella como conductora, la cruzada se verá detenida.

Y éste era el cebo con el cual esperaba convencerlos. Aunque el asunto hubiera desviado la atención y esto lo favoreciese, quería que Pamra estuviera a salvo. Se aproximaba el día del golpe y con él llegaría el momento de su propia muerte; necesitaba saber que ella se encontraba bien. «Quiero dejar algo detrás —se dijo, como si hablara con Kessie—. Quiero dejar algo para la posteridad, por tonto que te parezca. Lo deseo.»

Nada de esto interesaba en la reunión. Tharius se concentró en lo que los ocupaba e insistió:

—La cruzada se dispersará mientras ella viaja hacia aquí.

Gendra hubiese querido encontrar algún error en el razonamiento, pero no pudo. Ella deseaba que Pamra Don fuese asesinada; en parte porque era su costumbre solucionar los problemas de ese modo, aunque también porque algún instinto le indicaba que era una muy buena idea. Pamra Don y Tharius Don. Y la señora Kesseret. Un grupo singular. Un grupo poco digno de confianza. Cuando ella se convirtiera en Protectora del Hombre, su primera orden a los Jondaritas sería liquidar a ciertos miembros de la Cancillería. Y a ciertos Superiores de Torres. Entre otros. Gendra esbozó una sonrisa desagradable, mostrando los dientes.

Shavian, cuyos ojos iban de uno a otro, como si estuviera viendo un partido de pelota, asintió con la cabeza. El general parecía furioso, pero no puso objeciones. ¿Por qué iba a hacerlo? Siempre estaba más dispuesto a creer en conspiraciones que en lo contrario.

Ezasper Jorn y Koma Nepor simplemente observaron, escucharon y dijeron poco. Como tenían sus propios planes, no les importaban aquellas cosas. Y, en cuanto a Lees Obol, se escuchó su voz quejumbrosa al otro lado de las cortinas.

—Que alguien me traiga mi bacín.

Los Jondaritas se apresuraron a servir al Protector. Gendra se levantó y ordenó el té con voz muy fuerte, en parte para cubrir los sonidos que provenían de la habitación contigua. Durante algunos momentos hubo conversaciones generales, por lo cual Tharius Don se sintió muy reconfortado. Un Jondarita trajo la tetera del Protector al salón y la depositó sobre una mesa distante, lista para cuando Lees Obol la solicitara. Detrás de ella, a través de la cortina, se veía el resplandor del calentador, rojo como la sangre. Tharius se encontró con los ojos fijos en él, como si hubiese sido un presagio.

Se unió a las conversaciones. Cuando volvieran a llamar al orden, recordarían su sugerencia, aunque no tanto su conexión con ella. Una sutileza, pero de todos modos era algo a su favor. Hasta las sutilezas eran bienvenidas.

Y, sin embargo, de no ser por sus propias necesidades sentimentales, ¿por qué molestarse? Se lo había preguntado más de una vez en los días y semanas pasados, desde que recibió las primeras noticias de la cruzada por medio de las aves mensajeras y las torres de señales. Los servidores de la causa habían hecho correr la voz, seguros de que Tharius Don querría enterarse. Lo mismo habían hecho los Mendicantes de Jarbo, siguiendo las instrucciones de Chiles Medman. Los Albergues Jarbo eran firmes partidarios de la causa, para sorpresa de Tharius, aunque Chiles le había explicado el motivo.

Se habían encontrado por azar fuera de los muros de la Cancillería. Era un día cálido y soleado en el cual ambos habían salido a dar un paseo, y al verse siguieron juntos, porque hacer lo contrario hubiese podido despertar sospechas. La distancia era tan sospechosa como la proximidad. Siempre había alguien que vigilaba. Por primera vez, los dos hombres conversaron de temas no relacionados con la conspiración. Hablaron sobre la naturaleza de los voladores:

—Mira a un volador a través del humo algún día, Tharius Don.

Chiles Medman le tendió su pipa como invitándolo a hacerlo en ese momento. Nadie había informado de que hubiese voladores en las cercanías aunque, por lo que se sabía, podría haber docenas de ellos espiando desde las cimas.

—¿Qué es lo que se ve, Medman? ¿Una realidad diferente?

Tharius era más bien quisquilloso al respecto.

—Los vemos despojados de nuestras propias ilusiones, Tharius Don. A través del humo no son más que encarnaciones aladas del orgullo.

—¿Orgullo?

En realidad, no se sentía sorprendido. Todos sabían lo arrogantes que eran los Parlantes.

—Les encantaría ver muertos a todos los humanos si no nos necesitaran como alimento. Destruirían toda inteligencia que no fuese la propia. No matan por sed de sangre, sino por orgullo. Tienen una palabra para «compartir»,

horgho. Significa humillarse. Su frase para compartir alimentos,

horgha sloos, también significa ensuciarse. ¿Sabías que a nosotros nos llaman

sloosil?

Tharius no pudo contener un bufido al escuchar la palabra.

—No. ¿Qué significa?

—Carne. Simplemente eso, en plural. Carne. Una vez, en una asamblea conocí a uno de los Parlantes de Cuarto Grado. Su nombre era Slooshasill: administrador de carnes. Era el responsable de proporcionar cuerpos para los Parlantes de Quinto y de Sexto Grado.

—Entonces, ¿no crees que nos respeten?

Chiles Medman sacudió la cabeza, encendió su pipa y miró a Tharius a través del humo.

—¿Por qué iban a hacerlo?

—Utilizan a nuestros artesanos. Han aprendido nuestra escritura. ¿Por qué no respetarnos?

—Pues no lo hacen. Si no nos necesitaran como alimento, mañana mismo nos matarían a todos. Ni siquiera nos mantendrían como esclavos, porque les recordamos el

horgha sloos. Les recordamos la humillación. Ellos tenían una tradición oral y viviendas adecuadas miles de años antes de que nosotros llegáramos. ¿Por que iban a necesitar nuestra escritura, o nuestros artesanos?

Tharius miró a su alrededor, para asegurarse de que se encontraban a solas. Luego, dijo en voz baja:

—¿Y aun así apoyas la causa? ¿A pesar de que no compartes mi sueño de convivir en este mundo con dignidad?

—Ya sabes que no, Tharius. Apoyo la causa porque creo que es la única posibilidad que le queda a la humanidad. El camino que seguimos es el de la locura. Somos el nido de un pájaro de fuego, a la espera de la chispa. Con cada generación que pasa, nos engañamos más a nosotros mismos, nos alejamos más y más de nuestras propias verdades.

—Tenemos dos mil cuatrocientos poblados, cada uno con unas cuarenta mil personas. Nosotros somos casi cien millones, y ellos apenas cien mil individuos —alegó Tharius con voz suave.

—Hay cien millones de briznas de hierba y, no obstante, los

weehar se las comen todas. Los voladores podrían duplicar su población en un año, Tharius. La mantienen bajo control porque rompen sus huevos. Sólo empollan siete u ocho al año en cualquier poblado, pero podrían incubar cincuenta o más. Hay un cincuenta por ciento de mortandad entre los polluelos. Cuando la población se incrementa demasiado, los Parlantes matan a los polluelos machos. Si pudieran reproducirse a voluntad, habría un millón de ellos en cuatro o cinco años. Todos jóvenes. En quince años, cuando éstos alcanzaran la edad de reproducirse, serían cientos de millones, Así, de repente. Los más jóvenes no estarían en condiciones de reproducirse, pero sí de pelear. Son carnívoros, por el amor de los dioses.

—Más bien necrófagos.

—No los Parlantes. Y a ningún Thraish le agrada comer carne muerta.

—¿Cómo sabes todo esto sobre ellos? Su población… sus hábitos.

—Miramos, Tharius. Escuchamos. Pagamos a los chiquillos para que trepen a las rocas y espíen los nidos. Enviamos espías a las Talon para enterarnos de lo que hablan.

—¿Desobedeciendo el Pacto?

—Mierda, Tharius, no te pongas pomposo conmigo. Si no lo hacemos los Mendicantes de Jarbo, ¿quién más lo hará?

El rostro de Tharius enrojeció.

—Algunas veces me enferma tu omnisciencia, Medman. Vosotros lo veis todo a través del humo y se supone que eso ha de ser la realidad, ¡pero no necesariamente la mía, a la que considero con el mismo derecho de existir!

—Nunca hemos dicho que fuese la única realidad —replicó Medman, apartando su pipa—. Sólo hemos dicho que la vemos sin ilusiones; sin ideas preconcebidas, sin prejuicios. La pipa de Jarbo hace eso por nosotros, por algunos de nosotros.

—Sólo por vosotros, los locos.

Fue una grosería, y Tharius se arrepintió de inmediato.

—Sí —asintió en voz baja—. Sí, Tharius Don. Sólo por nosotros, los locos. El humo sólo funciona para aquellos de nosotros que somos capaces de alternar nuestras visiones.

Chiles Medman lo dejó en ese momento, un poco enfadado, pero volvió y le habló en un susurro vehemente:

—Tharius Don, hace cien años que no estás entre la gente de Costa Norte; yo, cuando no me encuentro aquí, en la Cancillería, los veo cada día. Les han dicho que deben creer en Potipur, en Abricor y en Viranel. Potipur el Parlante, Abricor el joven Thraish, Viranel la joven Thraish; tres dioses hechos a imagen de sus creadores, los Thraish, que comen carne humana. Y veo que la humanidad trata de creer en eso…

»Veo que procura valientemente creer en los Clasificadores, aunque en el fondo de sus corazones todos saben que no es sino una mentira. Han visto a los obreros. ¿Crees que los muchachos no se asoman a los fosos para mirar a los muertos, sólo por una apuesta? ¿Crees que la gente no sigue a los Despertantes hasta los fosos algunas veces? ¿Piensas que no lo saben? Incluso los más devotos, ¿crees que no sospechan que hay algo extraño, que están siendo alimentados con mentiras?

—Los Despertantes aseguran que la mayor parte de la gente tiene fe —replicó Tharius. Era un argumento muy pobre, y lo sabía.

—Los Despertantes os dicen que la mayor parte de la gente tiene fe, y a la gente le dicen que los Sagrados Clasificadores existen, y le dicen a sus colegas una cosa mientras afirman otra ante sus Superiores. En toda mi vida sólo he conocido a un Despertante que dijera la verdad, un hombre llamado Haranjus Pandel, de Thou-ne. Es un cínico, Tharius, y un hombre honesto.

»Pero, en cuanto al resto de Costa Norte, es un polvorín. Están dispuestos a inmolarse con tal de albergar una esperanza. Ahora tenemos más Albergues Jarbo de los que había cien años atrás, y necesitaríamos contar con el doble. La gente ve a los obreros deambulando por ahí y algo… tal vez la forma en que uno de ellos se mueve o la inclinación de su cabeza, algo les hace pensar: podría ser mamá la que se encuentra bajo esa capucha, o papá, o mi hermana, o mi hija o mi hijo. O se imaginan a sí mismos allí, apestando, detestados por todos. Y llega la locura, Tharius Don. La locura. Y lo único que les proporciona alguna esperanza es la pipa.

Tharius esbozó una sonrisa algo amarga.

—La pipa alucinógena.

—Todo lo contrario. Un alucinógeno inverso. Una pipa que les permite ver a los muertos, las lunas y los voladores como son en realidad. De ese modo no necesitan esforzarse por creer lo que sus ojos y narices les indican que es ridículo. Es el esfuerzo por creer lo que enloquece, Tharius Don. Entre los Mendicantes de Jarbo, los peores casos provienen de los hogares más devotos…

Esa conversación se había visto interrumpida entonces por algún motivo, y Tharius no había vuelto a hablar con él a solas. De todos modos, a pesar de la rudeza que había mostrado en aquella ocasión, seguía contando con el apoyo de Medman. Cuando llegase el momento.

«Si es que llega, si alguna vez llega ese momento», se dijo con amargura. El golpe ya estaba preparado y, desde hacía meses, él inventaba excusas para demorarlo. No sabía muy bien por qué lo hada. «Cuando llegue el momento», volvió a decirse, sin convencerse a sí mismo.

Los miembros del consejo regresaron a sus puestos, ahora con unas tazas de té humeante ante ellos. La habitación contigua estaba en silencio. Shavian se frotó la frente y preguntó:

—¿De qué estábamos hablando? Ah, sí, de que se traiga a Pamra Don a la Cancillería. ¿Algún comentario?

Chiles Medman se levantó y dijo:

—Yo apoyaría una reunión con Pamra Don aquí, en la Cancillería. El hecho de que esta cruzada haya movilizado a la gente con tanto fervor indica que existe un nivel de descontento, y debemos ser conscientes de ello. Por nuestro propio bien tanto como por el suyo.

Volvió a sentarse, después de lanzarlos como pájaros cazadores detrás de un insecto voraz, moviéndose como dardos de un lado a otro.

—Descontento —bramó Gendra Mitiar—. ¡Yo les daré descontento!

—¡Silencio! —exclamó Bossit—. El gobernador general de los Mendicantes dejarbo no ha dicho que haya una insurrección, sino «descontento», y yo estoy de acuerdo en que deberíamos conocer sus motivos. ¿Qué ha oído al respecto, Mendicante?

—Rumores —respondió Chiles como con indiferencia—. Últimamente parece como si se prestara más atención a las «desapariciones».

—No ha habido más de las de costumbre —replicó Gendra, con frialdad—. Una o dos por mes de cada poblado. En su mayoría, gente anciana.

—Antes solían ser ancianos. —Chiles asintió con la cabeza—. En los últimos tiempos ha sucedido con muchos jóvenes. Si desaparece un anciano, la gente lo olvida pronto. Cuando ocurre con un joven, lo lloran más tiempo. Y hablan más.

—Las Torres tienen órdenes estrictas de… —De pronto, Gendra sospechó algo y guardó silencio. Por cierto que las Torres tenían órdenes muy estrictas en lo referente a los reclutados como carne para los Parlantes; no obstante, si éstos le ofrecían una recompensa suficiente al Superior de una Torre… ¿Acaso no podían comprarlo? La idea era impactante, terrible e inevitable—. ¿Está afirmando que hay desacato? —desafió a Chiles Medman—. De ser así, ¿dónde? ¿En qué Torre?

Él sacudió la cabeza, extrajo la pipa del bolsillo, la encendió y miró a la mujer a través del humo. Lo que vio pareció tranquilizarlo, ya que esbozó una sonrisa.

—No tengo ninguna certeza, Dama Mariscal de las Torres. Sólo rumores. Por eso es por lo que sugiero que se traiga a Pamra Don a la Cancillería. Permita que le preguntemos.

Cendra se rindió, rechinando los dientes. Shavian los miró uno por uno, esperando algún comentario más. Koma Nepor asintió con la cabeza. Ezasper Jorn lo imitó. El general se limitó a girarse para mirar a sus hombres.

—¿No hay objeciones? —preguntó Shavian—. Entonces, que se haga.

«Muy bien. Vamos, pues, a lanzarlos en otra dirección», se dijo Tharius. Luego, preguntó:

—¿Se ha recibido alguna noticia de los pastores? La última vez que hablé contigo, Jorn, me dijiste que, al parecer, algunos voladores habían hurtado algunos

weehar y

thrassil jóvenes. ¿Se sigue pensando lo mismo? ¿Y es verdad que también faltan algunos de los pastores?

Shavian enrojeció de disgusto. No podía censurar la pregunta, pero ésta recaía en su propia competencia. Como Mantenedor de la Casa, las manadas eran responsabilidad suya.

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