Despertar

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Libro Segundo » Capítulo 7

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La Torre de Baris brillaba bajo el sol del primer verano; sus piedras, recién lavadas por la lluvia. Los voladores se agrupaban en el tejado, balanceándose en el antepecho interior; vigilaban, tal como les habían ordenado que hicieran. Hacía ya algún tiempo que se sospechaba algo de Baris. El rumor había llegado desde la lejana Cancillería hasta las Talon. Baris estaba bajo sospecha. La mujer llamada Gendra Mitiar había enviado la información. Eso era todo lo que sabían los voladores, desconocían de qué se sospechaba, pero tenía alguna relación con la Superiora de la Torre, con la humana llamada Kesseret.

Y, sin embargo, fue Kesseret quien les contó lo de la expedición por el Río hacia Costa Sur. «Sólo son Noor los que van. De todos modos, a ustedes no les sirven de nada, pero esto podría inculcar malas ideas en otras personas. Será mejor que se informe a los Parlantes de lo que ocurre…», les dijo.

La información había viajado hasta las Talon; a las Negras, a las Grises, a las Azules y a las Rojas. Y en todas hubo grandes discusiones sobre las Rocas de las Disputas. Si una humana era culpable de herejía, ¿por qué habría de revelar una información tan importante? Y, si revelaba una información tan importante, ¿podía ser culpable de herejía? Si bien semejantes disquisiciones eran moneda corriente para los Parlantes, estaban más allá de la comprensión o el interés de los voladores. Ellos tenían instrucciones de vigilar y, aunque de mala gana, eso era lo que hacían.

Consciente de la vigilancia continua, Kessie no les prestaba más atención de la necesaria. Tal como estaba planeado, la expedición de los Noor había logrado su cometido de distraer la atención. Veía voladores constantemente en la orilla del Río, espiando los barcos que iban y venían. La información llegaría a las Talon y los Parlantes harían montones de conjeturas. De ese modo, la atención estaba puesta donde quería Tharius Don. Ella sólo tenía que dejar pasar el tiempo y rezar para que él no se retrasase mucho más mientras trataba de explicarse por qué se había demorado tanto. ¿Sería por miedo a la muerte? No, el idealista Tharius Don no podía temerle tanto a la muerte. No hallaba respuesta para las preguntas que se formulaba una y otra vez. ¿Por qué se había demorado tanto?

En la Torre, los acontecimientos se sucedían a la misma velocidad con que crecía un árbol, lenta e inadvertidamente. Kesseret procuraba guardar las apariencias. Se permitió mostrarse un poco negligente con el reclutamiento, pero eso podía achacarse a la experiencia con la novicia traidora, Pamra Don. Su sirvienta, Threnot, parecía pasar más tiempo que nunca caminando por Baris con su túnica y sus velos pero, si la Superiora deseaba reunir información, nadie se atrevería a cuestionarla. Y su aspecto físico aparecía demacrado, como si hubiese envejecido, lo cual era explicable por el esfuerzo realizado en el largo viaje de regreso a Baris.

O, también, por el hecho de que el elixir, enviado desde la Cancillería a través del ministerio de Cendra Mitiar, no resultaba eficaz. Aparentemente, estaba adulterado. Kessie enviaba frenéticos mensajes por medios secretos. No le importaba morir, pero no quería hacerlo hasta después del golpe. Había entregado su vida a la causa, tenía que verla realizada.

Con el tiempo, recibió otro frasco de elixir enviado por Tharius Don, pero el daño ya estaba hecho. Al mirarse al espejo veía las arrugas grabadas alrededor de los ojos y la boca, percibía la fragilidad de la piel. Ya nunca volvería a convencerse a sí misma de que era joven, y esto sí lo lamentaba; le hubiese gustado que, al sobrevenir el final, ambos tuvieran la misma apariencia de cuando eran amantes. Se trataba de una culminación, era una imagen en su mente: una luna de miel. Pero, bueno, sería su ofrenda personal a la causa, junto con sus dedos retorcidos.

—¿Cuánto falta, señora? —le preguntó Threnot.

Era una mujer anciana, de ochenta años por lo menos, y quería vivir lo suficiente para ver el final, lo justo para asistir a la confusión de los Thraish y ver los fosos vacíos. Se alegraba de las arrugas en torno a los ojos de Kessie, eran iguales que las suyas y confirmaban su hermandad envejecida con la causa.

—Pronto, Threnot. Según me comunica Tharius Don, Pamra Don se encuentra a pocas semanas de viaje de la Cancillería. Admite su egoísmo, pero dice que quiere tenerla bajo su protección antes del golpe. De ser posible, desea localizar las bestias robadas y eliminarlas. Piensa que, si los Thraish poseen animales, podrían alimentar esperanzas imposibles sobre el futuro y negarse a aceptar la realidad.

«Sólo que, cuando haya hecho eso, encontrará otro motivo para demorar el momento del golpe», pensó con desaliento.

—Seguro que sí. —Threnot asintió varias veces con la cabeza—. Esos inmundos harán cualquier cosa, excepto lo que Tharius Don espera que hagan.

Ella jamás había conocido a Tharius Don, pero llevaba muchos años siendo la confidente de Kessie.

—Cuando se conviertan en Treeci, dejarán de ser unos inmundos —la reprendió Kessie, sorprendida de haber llegado a creerlo de verdad. Deseó tan intensamente alcanzar aquella fe, la fe de Tharius Don, que tal vez la había obtenido como recompensa a sus sufrimientos—. Cuando se hayan convertido en Treeci —repitió disfrutando con la confianza serena de su voz.

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