Despertar

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Libro Segundo » Capítulo 10

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Hoy, mientras miraba mis tallas y me preguntaba cuáles regalar, me encontré con el pequeño barco que tallé hace unos quince años. El barco de la Procesión. Siempre quise conseguir un poco de pintura dorada para él, pero nunca lo hice.

Recuerdo la Procesión. Yo vi al Protector del Hombre con mis propios ojos. No sé dónde me encontraba la vez anterior que realizó su ronda; ya era lo bastante mayor para recordarlo de haberlo visto, así que supongo que no lo vi. El barco dorado era largo como un muelle, y brillaba como el mismo sol. Estaba lleno de gente de la Cancillería, con sus túnicas y sus largas plumas. Era un espectáculo maravilloso, y por toda la orilla había gente que coreaba y saludaba. Pero cuando vi aquello, recuerdo haberme preguntado qué harían todas esas personas en la Cancillería, en las tierras del norte. Entre ellos no había granjeros ni marineros, eso era seguro. Todos tenían manos suaves y rostros pálidos, así que no eran personas que trabajaban. Entonces, le dije a Obers-rom; ¿qué supones que hacen con su tiempo esas personas? Y él me respondió: sea lo que fuere, no nos ayudará ni a ti ni a mí, Thrasne. Y supongo que tenía razón.

Pero todavía me pregunto qué es lo que hacen.

Del libro de Thrasne.

Ya era bien entrada la tarde cuando Ezasper Jorn recibió la información, tras haber descendido por interminables tramos de escaleras, a través de puertas y más puertas, resguardada del fuerte frío invernal, el mensaje transcrito cuidadosamente en un papel hecho a mano, la misiva correctamente plegada y sellada. A Jorn le gustaban esos pequeños detalles, el clima dramático producido por los documentos plegados y sellados, con cintas colgando de la cera, el color de las cintas anunciando lo que había en el interior. Cintas rojas. Algo vital. Algo sangriento, tal vez. Jugueteó con el grueso papel unos momentos, deslizando la uña bajo el sello, tentándose a sí mismo.

¡Así que al fin Frule se portaba bien! Ezasper Jorn casi había renunciado a toda esperanza de recibir alguna información interesante de aquel hombre, si bien no era culpa suya. Él mismo visitó una morada de las Talon en cierta ocasión. No estaban hechas para espías sin alas. Frule debía de haber abierto un hueco en alguna parte. Ezasper sonrió y, por un instante, se sintió casi abrigado en el calor de su entusiasmo.

Vaya, vaya. ¿Dónde podría resultar más útil aquella información? Se asomó al corredor y aguardó varios segundos antes de escurrirse hasta las habitaciones de Koma Nepor. Una vez allí, golpeó la puerta durante muchísimo tiempo hasta que el Jefe de Investigaciones lo oyó y lo dejó entrar. Ezasper le entregó la carta y volvió a leerla por encima de su hombro, riendo de placer.

—Creo que se la entregaremos a Gendra, ¿no te parece? Después haremos que el viejo Glamdrul le confirme que sí existe una herejía y que ésta se inició en Baris. A ella le gustará escuchar eso. Se muere por encontrar un motivo para deshacerse de la Superiora de Baris, y también por involucrar a Tharius Don en el asunto. Luego le sugeriremos que ella misma vaya allí.

—Gendra no saldrá de la Cancillería —objetó Nepor—. No abandonará el centro del poder cuando el poder está buscando un centro. No. Nunca. No lo hará.

—Ah, pero ¿no iría con el fin de obtener el apoyo de los Thraish para su candidatura?

—¿Y cómo podría conseguirlo?

—Lee lo que tienes delante, tonto. Obtendrá el apoyo de los Thraish poniendo a Pamra Don en sus garras. A cambio de que la apoyen, por supuesto. Es una estrategia que podría funcionar. A la asamblea le agrada que las cosas estén tranquilas entre nosotros y los Thraish. Significaría algunos votos para Gendra, si ella estuviese por aquí para recibirlos… lo cual no ocurrirá.

—Porque mientras ella esté fuera, nos libraremos de Obol y nos ocuparemos de que tú, vieja arpía, seas nombrado Protector, ¿verdad? —Nepor se frotó las manos, dando saltitos de un pie al otro con entusiasmo—. Oh, eso será todo un cambio.

Ezasper Jorn se sentó pesadamente, se caló la gorra con firmeza hasta cubrirse las orejas y extendió las piernas hacia el fuego. Incluso en aquellas bóvedas subterráneas, el frío del invierno se hacía sentir.

—Bueno, Tharius votará por sí mismo, puedes estar seguro de eso. Obol estará muerto. Gendra se habrá ido. Ya tienes tres.

—Bossit votará por él, también. Tú y yo votaremos por ti, Jorn. Con eso son seis, y dos votos son tuyos.

—Sin contar a Jondrigar.

—Oh, ése es difícil. Se me ocurre que el general no votará por nadie.

—Ah, pero yo tengo una carta.

—¿Una carta? ¿Qué carta, Jorn?

—Una de Lees Obol. Para el general.

—¿Cuándo escribió Lees Obol algo por última vez? Venga, Jorn, ¿es que quieres poner a prueba nuestra credulidad?

—Nepor, si tú le preguntas al general que si el Protector del Hombre podría escribir una carta, ¿qué te respondería?

—Diría que el Protector puede escribir una carta, montar en un toro

weehar para atravesar el paso o derribar una montaña con los puños. Diría que el Protector es capaz de hacer cualquier cosa. Y, además, pienso que realmente lo cree.

—Claro que sí. Tiene la feliz facultad de no confundir jamás la realidad con sus propios preconceptos. El general Jondrigar creerá en la carta, puedes dejarme eso a mí.

—¿Y qué dirá la carta?

—Que Lees Obol, al sentirse morir, decide recomendarle al general que vote por Ezasper Jorn como el siguiente Protector del Hombre.

—Con eso tendrías tres votos —se admiró Nepor—. Y sólo dos en contra.

—Pero dos muy fuertes —reflexionó Ezasper, al tiempo que extendía las manos hacia el fuego—. Bossit. Y Tharius Don. Tal vez pueda encontrar algo para que Tharius Don considere prudente apoyarme…

Contempló las llamas danzarinas, sumido en la meditación. Familiarizado con esos estados de trance de su compañero, Koma Nepor se acurrucó en su sillón y trató de decidir cuál de sus diversas clases de plaga sería más efectiva para deshacerse de Lees Obol.

• • • • •

A la mañana siguiente, Ezasper Jorn llevó el mensaje a Gendra Mitiar, tras atravesar los interminables túneles subterráneos que unían el palacio con la Oficina de las Torres. Encontró a Gendra Mitiar en una habitación calentada por una docena de braseros y ventilada por unos grandes abanicos que movían sus esclavos. Jhilt, la Noor, le daba masajes en las manos y en los pies. Aunque la esclava sudaba y jadeaba por el esfuerzo, el bulto cubierto por una sábana, que conformaba el cuerpo vetusto de Gendra, no daba señales de percibir su fatiga.

—Un mensaje de las Talon —anunció, tratando de que sus palabras se oyesen por encima de las palmadas y los gruñidos del masaje de Jhilt.

—Mmmmm —respondió Gendra.

—Es importante. Deberías escuchar.

—No me interesan esos estúpidos voladores.

—¿No te interesaría ser la próxima Protectora del Hombre, tal vez?

—Ya es suficiente, Jhilt —resolvió Gendra, y apartó las manos de la mujer con brusquedad—. Sal de aquí. —Se sentó, envuelta en la sábana, y su rostro devastado sobresalía como si fuera la cabeza de un obrero en su capucha, y no menos cadavérico que el de muchos de ellos—. ¿Qué has dicho?

—Sólo he preguntado que si no te interesaba la posibilidad de convertirte en nuestra próxima Protectora. Koma Nepor y yo lo hemos hablado. A cambio de algo, en lo que sin duda podremos ponernos de acuerdo, los dos estaríamos dispuestos a apoyarte. Sencillamente un intercambio, Gendra. Ya me conoces lo suficiente para saber que no soy un altruista. —Adoptó una expresión entre avergonzada y ennoblecida por lo que acababa de admitir y, al mismo tiempo, suspiró profundamente. Gendra lo miró con desconfianza y él hizo un gesto cautivador—. No tengo posibilidades de proponerme yo mismo para el puesto, y lograr un acuerdo para apoyarte me beneficiaría más que ver a Tharius Don como Protector. —Se apartó de ella, observándola por el rabillo del ojo. En realidad, no hacía falta mirarla, ya que ella rechinó los dientes ante la mención de Tharius Don. Ezasper continuó—: Por supuesto que esto es algo prematuro. Tengo todas las razones para creer que Lees Obol vivirá dos o tres años más. Pero no es demasiado pronto para empezar a hacer planes. Estoy seguro de que, con los planes adecuados, tu nominación es un hecho. Aunque ser nominada por el consejo no es más que el primer paso. Es necesario pasar por la elección de la asamblea. Como Embajador ante los Thraish, me parece importante convencer a la asamblea de que tú cuentas también con el respaldo de los Thraish.

—¿Y cómo podría lograrse esa feliz contingencia?

Le entregó el mensaje, con las cintas rojas cruzadas aún sobre las palabras.

—Mi espía, Frule, ha escuchado una conversación entre el Risueño Ilze y nuestro viejo amigo Sliffisunda.

Gendra tomó el papel y clavó la vista en él. Extrajo el contenido de las palabras como si fuera el corcho de una botella, sopesando y evaluando. Lo leyó una vez, le dirigió a Ezasper Jorn una mirada desconfiada y volvió a leerlo.

—De esto, ¿qué podría utilizar en mi provecho, Jorn? No lo veo.

—¿Y si fueses tú misma quien entregaras a la mujer, Gendra? ¿Después de hacer una especie de pacto con ellos? El respaldo de ellos a cambio del tuyo. Tharius Don no dejará fácilmente que se le escape esa Pamra Don, ya lo sabes. Desea tenerla en sus propias manos. Eso lo dejó bien claro en nuestra última junta.

—Es cierto. Tiene un interés inexplicable en esto. Le pedí a Glamdrul Feynt que lo investigara, pero el viejo canalla vacila y lo olvida. De todos modos, amenazaré un poco a Feynt y veremos lo que sale. Bien, bien; así que crees que, si les entrego a la mujer, podría ganarme su apoyo, ¿no?

Ella tenía otro motivo para querer el apoyo de los Thraish, pero no pensaba discutirlo con Ezasper Jorn.

—Una cosa a cambio de otra, Gendra. Si quieres nuestro respaldo, el de Nepor y el mío, tendrás que ofrecer algo a cambio. Volveremos a hablar.

La dejó rumiando aquello, tratando de encontrar una manera de engañarlo; y tan absorta con su propio ingenio que ni por un momento se le ocurrió pensar que él ya la había engañado a ella.

Los pasillos de la Oficina de las Torres eran largos y estaban llenos de ecos. Las escaleras eran todavía más largas. Cuando llegó al sexto piso, tres niveles más abajo de los cuarteles de invierno y después de tragar el abundante polvo de los archivos, se sentía demasiado agotado para llamar a Glamdrul Feynt por el momento. Se contentó con apoyarse en una mesa mientras se calmaban los latidos de su corazón y, luego, golpeó tres o cuatro veces la puerta más cercana y escuchó el eco que recorría los interminables corredores en una avalancha de sonidos.

Cuando finalmente se extinguieron y volvieron a iniciarse desde la dirección opuesta, sonó un portazo a lo lejos y se oyó la voz de Feynt según iba acercándose. En cuanto el anciano vio de quién se trataba, enderezó la espalda y dejó de cojear.

—Hola, Jorn. ¿Qué andas maquinando?

Se sentaron en un banco sucio y contemplaron las motas de polvo que, a la luz del farol medio enterrado entre los archivos, parecían un banco de peces plateados. Hablaron de Gendra Mitiar, de los voladores, de esto y de lo otro.

—Así que lo tienes todo bien planeado, ¿eh?

—Si le dices que existe una herejía en Baris, sí. Eso será suficiente. Correrá al encuentro de los voladores con Pamra Don y, luego, seguirá adelante. Oh, está impaciente por clavar sus garras en esa mujer de Baris.

—¿Y tú serás el próximo Protector?

—Puedes estar seguro. Contamos con tres votos contra dos en el consejo. Por supuesto que la asamblea es otra cosa, pero ya nos arreglaremos.

—¿Y qué ganará con ello el viejo Feynt, Jorn? Me gustaría saberlo.

—El elixir, Feynt. Todo el que quieras. ¿Qué más puedo hacer por ti? ¿Un trabajo distinto? No hay razón para que permanezcas encerrado aquí abajo, ¿verdad?

—Nadie más podría encontrar nada aquí, ya lo sabes, Jorn.

Lo dijo con una especie de orgullo agresivo.

—¿Y eso tiene importancia?

Lo dijo sin prestar atención, tan embriagado con sus propios planes que ni lo pensó. Contemplaba las motas de polvo, imaginándose en la Progresión real, todo vestido de oro y llevado en alto por los Jondaritas ante la aclamación de la plebe. No vio el ceño fruncido del viejo Feynt, ni el brillo de odio que apareció un momento en sus ojos. «¿Y eso tiene importancia?» ¿Acaso tenía importancia la vida de un hombre? Más de cien años dedicados a aquellos archivos, ¿y eso tenía importancia?

Cuando Ezasper Jorn se marchó poco después, no sabía que había convertido en enemigo a quien había sido en el peor de los casos, un hombre malicioso, pero desinteresado.

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