Despertar

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Libro Segundo » Capítulo 14

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El rumor se esparció por el palacio como una mancha de aceite en el agua, espeso y turgente de escepticismo al principio, volviéndose más claro y fluido con cada nuevo relato, hasta que al final no fue más que una película brillante, un resplandor tornasolado sobre la superficie del día.

¿El general acompañado por una mujer? ¿El buey

weehar del general enjaezado con otro? ¿Su estandarte al lado de otro estandarte? El rumor provocó risas y abundaron las bromas, y los servidores perdieron la compostura al enfrentarse con los Jondaritas de rostros sombríos. Estos habían iniciado el rumor, pero la disciplina les impedía mostrar algún interés en él.

—Es cierto —susurraba el palacio desde los sótanos hasta las altas bóvedas—, es cierto. La mujer de la cruzada ha convertido a Jondrigar. ¡Le ha puesto flores en la cabeza!

Tharius Don sacudió la cabeza con incredulidad. Lo de siempre, pensó. Cuanto más extravagante era el rumor más rápido se esparcía por la Cancillería, donde no acostumbraban a existir muchos motivos para excitarse por algo. Cualquier entusiasmo valía su peso en metal, y reírse a expensas del general valía diez veces más. Flores en la cabeza… vaya. Tharius subió a las alturas de la Torre con su poderoso catalejo en la mano. Quería observar el avance de la procesión que ya se acercaba a Highstone Lees.

Los tambores venían primero, seguidos de los lanceros. Luego, más atrás los que portaban los estandartes… dos estandartes. Y, después…

Después, lo pudo ver Tharius con sus propios ojos, venía el general montado en un buey

weehar y con flores en la cabeza.

Desfilaron a través del portón ceremonial, tambores, lanceros, portadores de estandartes y, luego, el general y Pamra Don, caminando uno junto al otro, mientras los bueyes

weehar eran llevados a pastar. Tharius Don se recuperó lo suficiente para colocarse sus atavíos jerárquicos y salir al encuentro. Aunque en absoluto estaba preparado para este evento inverosímil, había logrado sobrevivir al clima político de la Cancillería durante algunos cientos de años precisamente por reaccionar con rapidez ante acontecimientos no menos improbables.

—General.

Se inclinó mientras aguardaba alguna explicación y tratando de no mirar las coronas de flores que tanto él como Pamra Don lucían alrededor de los yelmos. Pamra llevaba en brazos a una criatura que lo miraba sonriente.

—Tharius Don —bramó Jondrigar—. Propagador de la Fe. Esta joven es una gran guerrera de la fe, Tharius Don. ¡Es un gran soldado de Lees Obol!

Dicho esto, lo miró atentamente para ver cómo había recibido sus palabras. El General ya había decidido que su punto de vista sobre el tema sería el único permitido.

Desde una ventana alta del palacio, Gendra Mitiar y Shavian Bossit los observaban. Gendra, nerviosa, se hurgaba en el rostro con las uñas; Shavian, como de costumbre, aparecía inescrutablemente sereno. Detrás de ellos, en la habitación, Bormas Tyle estiraba el cuello tratando de ver al grupo reunido en el parque, pero su línea de visión estaba obstruida por la fuente que arrojaba una cortina de agua frente a ellos. Con los ojos fijos en la espalda de Gendra, hacía muecas y envainaba y desenvainaba su daga de un modo aborrecible. No tenía importancia. Pronto las cosas serían diferentes. Pronto nadie adoptaría una postura tan descortés con Bormas Tyle, tan irrespetuosa para con su dignidad. Shavian Bossit volvió la cabeza y le guiñó un ojo, apenas una crispadura en aquel rostro impasible, pero lo suficiente como para que Bormas Tyle comprendiera. Retiró la mano de la daga y fue a buscar otra ventana. Pronto no tendría importancia. Mientras tanto, él también observaría el espectáculo.

Abajo, junto a la fuente, Tharius Don respondió:

—Sé que es un soldado de Lees Obol, General. Pamra Don siente un gran respeto por el Protector del Hombre.

Miró a la criatura. Esta lo miraba profundamente a los ojos, haciéndolo sentir incómodo.

El General cambió su peso de un pie al otro, con cierta inquietud. Su imaginación no llegaba más allá de aquella declaración formal, pero sentía que debía decir algo más. En su interior ocurrían cosas que no alcanzaba a determinar, sentimientos de ansiedad tal vez, o incluso de miedo, ya que los recientes sucesos traerían como consecuencia peligros inevitables.

—¿Qué va a hacer ella aquí? —preguntó, yendo a las cuestiones prácticas.

—Será mi invitada —manifestó Tharius Don—. Y también la criatura. Tengo una suite preparada para ella… para ambas. Hablaremos de su cruzada. Quizá tenga que reunirse con Lees Obol.

—Sí. —El general asintió con la cabeza y su rostro se iluminó como el cielo encapotado después de una tormenta—. Oh, sí, debería reunirse con Lees Obol.

Se había quitado de encima la responsabilidad y dio un paso atrás. Por el momento estaba satisfecho. Pero Tharius Don sabía que su paranoia crónica volvería a mostrarse en poco tiempo. Le ofreció cortésmente su mano a Pamra Don, que la aceptó con el rostro radiante y se volvió para inclinarse ante el General.

—Gracias por mi armadura, General Jondrigar. Ya volveremos a hablar de esta gran guerra que pelearemos juntos.

• • • • •

En las habitaciones de los huéspedes, bien alto sobre el patio, Pamra Don se dirigió directamente a las ventanas y las abrió de par en par. Neff no la había seguido por los corredores, como sí lo hicieron su madre y Delia, pero de inmediato estuvo posado en el antepecho exterior de la ventana, iluminando la habitación con su sonrisa.

—¿Quieres dejar a la niña y vestirte con algo más cómodo? —le sugirió Tharius Don.

—No he traído ropas —respondió, sin que pareciera importarle.

Él abrió el armario y señaló las perchas con túnicas suaves y los zapatos.

—Éstas te irán bien, Pamra. Pertenecieron a la señora Kesseret, de Baris. Las usó cuando estuvo aquí.

—¡La Superiora! —Sus ojos brillaron y sus labios se torcieron—. ¡Embustera!

Tharius suspiró. Se había preguntado si Pamra tendría una opinión semejante.

—¿Cuándo te mintió Kesseret, Pamra?

—Los Despertantes mentían. Sobre los Sagrados Clasificadores. Mentían.

—¿Cuándo te mintió Kesseret?

—Llenos de mentiras y de inmundicias respecto a los obreros; nada de ello era cierto. He venido a apelar ante Lees Obol, el Protector del Hombre. Es mejor que la humanidad conozca la verdad.

—¿Cuándo te mintió Kesseret? —repitió Tharius, pacientemente.

Los ojos de Pamra perdieron su aspecto vidrioso y lo miraron con incertidumbre.

Lo dijo una vez más:

—¿Cuándo te mintió Kesseret?

—Era la Superiora.

—¿Cuándo te mintió?

—Ella no lo hizo —admitió Pamra—, pero…

—Kesseret nunca te hubiese mentido —concluyó él—. Ilze te mintió, no tengo dudas de ello. Pero es injusto que culpes a la señora Kesseret, mi querida amiga, tu prima.

—¿Prima? —Pamra no se esperaba esto, esa palabra tan agradable, proveniente de la lejana niñez, antes de ingresar en la Torre—. Prima.

—Prima, sí. ¿Recuerdas a tu abuela?

Los labios de Pamra volvieron a formar una mueca, pero asintió con la cabeza: sí.

—Su padre era mi hijo. Y Kesseret es mi prima.

Ella no hizo la conexión de inmediato. Fue llegando en forma gradual, casi en contra de su voluntad.

—¿Eres… eres mi tatarabuelo?

—Di simplemente «antepasado», es más sencillo. Sí. Y ése es uno de los motivos por los que te he traído aquí. Somos de la familia. En realidad, somos los únicos que quedamos de la familia. Según me han dicho, tus hermanastras murieron. Sin hijos. Tú y yo, Pamra, somos los únicos Don.

No quería hablar con ella de su cruzada. No quería hablar con ella de las mentiras que se contaban en las Torres ni de la repugnante estupidez de los obreros. No quería defender el statu quo ni decirle la verdad sobre la causa, ya que, sin proponérselo, incluso en un acceso de ira, ella podría contarlo todo; ¿y qué ocurriría entonces con ellos? Quería conversar sobre los Dos, sobre Baris, sobre cosas sencillas y sentimentales. Era una necesidad para él.

Pero Pamra no lo ayudó. Se volvió hacia la ventana, donde Neff brillaba en el aire, y escuchó el sonido tintineante de su voz.

—Debo ver a Lees Obol —resolvió, ignorando todo lo que Tharius había dicho, como si hubiese sido el silbido del viento, el chirrido de los insectos voraces, algo sin sentido—. Como eres de mi familia, me ayudarás para que pueda verlo.

—Por supuesto —suspiró él—. Mañana. Es un hombre muy anciano; duerme la mayor parte del tiempo. Mañana muy temprano.

Si uno quería conseguir algo sensato de Lees Obol, las primeras horas del día eran el único momento posible, aunque en los últimos meses hasta eso resultaba poco probable.

—¿Ahora no?

Parecía decepcionada, pero no enfadada por la demora. Casi se alegraba de ella. Las cosas se habían precipitado tan rápido que algunas veces temía no ser capaz de abarcar todo lo que sucedía. La demora le otorgaba un poco de espacio. Un retraso inevitable no podía ser cuestionado, ni siquiera por las voces. Con un suspiro, se sentó.

—¿No quieres quitarte la armadura? —volvió a preguntarle Tharius Don—. Ponte una de esas túnicas, Pamra Don, y comeremos algo juntos. Es hora de que tú y yo hablemos, ¿no te parece?

Pero ella continuó mirando a la ventana, sin verlo, y Tharius renunció. Mandó llamar a una criada, una mujer de físico voluminoso, para que le quitara a Pamra la ceñida armadura de piel de pescado y el yelmo. Cuando lo hubo hecho, la mujer salió de la habitación, con expresión disgustada.

—Esa no es vestimenta para una mujer. ¿Qué clase de hereje es ella? ¿Y qué pasa con esa criatura?

—No tiene importancia, Matrona. Ocúpate de que nos envíen pronto el almuerzo que he pedido. —Al pensar en los alimentos se sintió un poco enfermo. No había comido en días, en semanas tal vez. Su cuerpo se negaba a recibir alimentos, aunque algunas veces se sentía mareado por el hambre. Se decía que sólo era la inminencia del golpe, la victoria final de la causa; pero ni siquiera diciéndose esto era capaz de conseguir que su lengua saborease el gusto o que su garganta quisiese tragar. Siempre había sentido que gozaba de una visión más clara durante el ayuno. Tal vez ahora ayunaba de un modo instintivo, deseando la claridad consiguiente. En cambio, Pamra debía comer, y había que alimentar a la criatura. Pamra no parecía tener más que piel sobre sus huesos delgados. Tharius no se miró al espejo para comprobar que aquella descripción era apropiada también para él—. Envía el almuerzo —repitió a la espalda de la criada, que ya se marchaba.

Y que se fue con un revoloteo de faldas y un gruñido entre dientes. A hacer correr más rumores sin duda, pensó Tharius. Rumores, la sangre de la Cancillería, que chupaban todos ellos, y más, cada vez más.

Se sentaron juntos ante una pequeña mesa ubicada junto a la ventana. La criatura bebió agua. Pamra no comió casi nada, y lo poco que ingirió fue sin dar ninguna muestra de placer.

—¿Cómo se llama la niña? —le preguntó.

—Lila —respondió Pamra, y se puso a hablar de ella.

Tharius comprendió una décima parte de lo que le decía y no creyó casi nada. La criatura era muy extraña. Ni su expresión ni su forma de moverse eran infantiles. Parecía imposible que fuese su hermana, pero tampoco podía ser lo que ella decía que era. Apartó la vista y dio vueltas a la comida sin probarla, mirando al pájaro de fuego de ese año, que construía su nido de yesca en el antepecho, volando de un lado a otro frente a la ventana con fibras de pamet en el pico.

—¿Lo ves? —preguntó ella de pronto, con los ojos fijos en la ventana abierta.

—Es el pájaro de fuego, sí.

—Pájaro de fuego —repitió.

Sí, Neff era un pájaro de fuego, nacido de la llama de su pira funeraria. Qué inteligente era este hombre, este antepasado, para haberlo notado. Pamra le tomó la mano, queriendo compartir con él lo que sabía, lo que sentía por Neff, por Delia y por el Dios del hombre. Las palabras surgieron de su boca de forma atropellada, como un tropel, ansiosas por ser pronunciadas.

—Dime —preguntó él finalmente, maravillado ante lo que suponía que le estaba diciendo—, ¿Neff se encuentra al cuidado del Dios del hombre?

Movió varias veces la cabeza en sentido afirmativo, con insistencia.

—Sí, claro que sí.

—Pero no es un hombre. Me refiero a Neff. ¿No dijiste que era un Treeci? No es un ser humano. —¡Treeci! Su corazón latió con fuerza. Los Treeci existían, realmente existían, tal y como lo afirmaban los libros, tal y como ellos necesitaban que fuesen: hermosos, civilizados; como llegarían a ser los Thraish—. Neff era un Treeci, no un humano.

—No lo era entonces. Pero ahora es… —No había pensado en esto antes, pero por supuesto que lo era. Podía verlo, radiante y alado. No era el Neff de Isla Strinder, sino un Neff con brazos para estrecharla y una boca que le hablaba, que la besaba con suavidad a través de las llamas—. Ahora es un humano. No como yo o como tú, Tharius Don. Algo más exquisito que eso.

—Un ángel tal vez.

Él temblaba, invadido por un temor reverente. Se sentía en presencia de algo elevado y maravilloso.

Pamra reflexionó sobre esto: ángel era una palabra muy antigua, pero cualquier persona de Costa Norte la conocía; una especie de espíritu benéfico, sin sexo ni identidad ni género. Comprendió de pronto que era eso exactamente.

—Un ángel, sí —aprobó en un tono extasiado que hizo que Tharius sintiera deseos de llorar.

—¡Y el General lo comprendió todo cuando tú se lo hiciste ver!

Pamra trató de explicarle esto también, y el alma de Tharius Don, siempre ansiosa de probar su tesis, lo absorbió como absorbe agua la tierra reseca. ¡Incluso en aquel suelo tan estéril, la bondad echaría raíces! ¡Oh, si Pamra Don había podido encontrar un alma en Jondrigar y entibiarla hasta lograr que se ablandase, lo mismo podría hacer con los Thraish! Ansiaba tener a alguien con quien hablar de esto. Kessie. Kessie le dijo que la joven tenía ese talento. ¿Por qué no comprendió él a qué se refería? Ella lo llamó «reclutamiento», ¡pero era mucho más que eso! ¡Oh, si Kessie estuviese allí! ¡Pero no estaba! No había nadie. Sólo él y Pamra Don. Y allí fuera, el mundo esperando un mensaje suyo.

Un mensaje que temía enviar. Un mensaje que siempre se demoraba un poco más. Ya hacía más de un año que la causa estaba lista y, sin embargo, él no enviaba la orden. ¿Por qué? Se lo había preguntado día y noche. No sabía si su propia dedicación era tan grande como lo fue en otro tiempo. ¿Fallaba su determinación? ¿O es que le temía a la muerte, cuando ya no pudiese disponer del elixir?

¿O acaso la demora, el retraso, estaba predestinado para permitir que ocurriese esta cosa maravillosa?

—¿Le has dicho la verdad al General y él la ha aceptado?

Pamra asintió en silencio. Eso era lo que había ocurrido.

Tharius sacudió la cabeza anonadado. Ella había dicho la verdad, y el General la había aceptado. Tharius Don nunca tuvo dudas de la existencia de lo divino, y la afirmación de Pamra confirmaba su fe. Sí, el retraso en la ejecución del golpe se debía a que algo superior a él mismo había decidido que así fuese. Tal vez los Don habían sido elegidos para algo maravilloso, para un gran propósito. Pero pudiera ser Pamra Don, y no Tharius, quien terminase por lograrlo. Al mirarla, vio el brillo de esos ojos que parecían estrellas, moviéndose en los cielos para dictar un mandato.

Hubo un golpe en la puerta, demasiado suave para irrumpir en su ensueño; pero se repitió hasta que él lo oyó.

Un mensajero con una carta de Shavian Bossit.

Tharius rompió el sello y la leyó sin verla en realidad.

«El capitán Jondarita ha recibido a una delegación de Parlantes en el Paso del Río Partido, y traen un mensaje escrito. Sliffisunda exige que le enviemos a Pamra Don. Los Thraish la quieren en las Talon para interrogarla. Gendra y yo consideramos que podría ser una buena idea, y Gendra misma se ofrece a acompañarla para vigilar su seguridad.»

Pamra estaba diciendo algo, pero él no la escuchaba. Volvió a leer el mensaje. Al principio no le encontraba sentido, pero, luego, el propósito se abrió ante él como una flor gigantesca, envolviéndolo con su perfume mientras lo hacía girar en un repentino delirio. A Pamra Don la requerían en las Talon, la requerían los Thraish. Pamra Don, la que había hecho por la causa lo que a Tharius Don nunca se le ocurrió hacer, la que había convertido al General en un solo día. Pamra Don, la que veía almas de Treeci y personas que renacían como ángeles.

Y, sin embargo, ¿cómo podía saberlo?, ¿cómo podía estar seguro? Se volvió hacia ella con un amor ardiente y anhelante para solicitar su respuesta.

—Si hablaras con los Parlantes… con los voladores, Pamra. Si les dijeras la verdad, ¿te creerían?

Pamra lo miró con incertidumbre y, a continuación, miró a la figura resplandeciente de Neff, al otro lado de la ventana. Radiante, con el pecho manchado de rojo, asintiendo, como siempre. Sí, sí, cualquier cosa era posible, cualquier cosa era concebible. Sí.

—¿Parlantes? —preguntó.

—Los voladores. Los voladores que hablan, ya sabes.

No sabía. De todos modos, cualquier ser que hablase debía conocer la verdad.

—Es mejor conocer la verdad —manifestó Pamra.

Neff debía saberlo. ¿No era pariente de los voladores? ¿No debía saberlo?

—Si te enviara a verlos, ¿podrías convertirlos, tal como hiciste con el General Jondrigar?

—Es mejor cuando la gente conoce la verdad —insistió; una frase que acostumbraba a decir cuando parecía no haber otra cosa más apropiada, ya que eso era lo que Neff le decía con frecuencia. Su voz era tranquila y tenía el rostro sereno, todavía ruborizado por el éxtasis que muchas veces la embargaba—. Es mejor conocer la verdad.

Él lo tomó por una afirmación.

—Descansa —le dijo con una sonrisa exultante—. Volveré a hablar contigo más tarde.

Bajó al salón del consejo donde Jorn y Mitiar, que tenían bien ensayados todos sus argumentos a favor de enviar a Pamra con los Thraish, descubrieron con sorpresa que no tendrían necesidad de utilizarlos.

—Estoy de acuerdo en que Pamra Don se reúna con los Thraish. Llevadla. Cuídala bien, Gendra; pero llévala allí junto con la niña y asegúrate de que hable con Sliffisunda en persona.

—Creo que Sliffisunda lo querrá así —intervino Shavian con frialdad—. No habrá problemas.

Deseaba preguntarle a Tharius qué le ocurría. El hombre parecía aturdido de felicidad, como un niño en la mañana del festival al descubrir que por la noche había crecido el Árbol de los Dulces. Como un joven funcionario de la Cancillería al recibir su primera dosis de elixir en una ceremonia. Lleno de luz. Le tentaba la idea de demorar un poco la reunión y averiguar el porqué, pero la oferta de Gendra de abandonar la Cancillería era una fortuna demasiado grande para arriesgarse a perderla. «Será más sencillo para todos si se va por un tiempo. Nos dará tiempo para prepararnos», se convenció a sí mismo, y se volvió hacia las sillas de la pared, donde Glamdrul Feynt y Bormas Tyle intercambiaban cuchicheos. La imagen perfecta de los conspiradores, pensó Shavian, mientras les dirigía una mirada de advertencia.

Ellos tres apenas si tenían los contornos de un plan aún. Este requeriría tres muertes: la del general, la de Gendra Mitiar y la de Lees Obol. Uno, dos, tres. Como la cuenta para iniciar una carrera. Uno para prepararse, dos para estar listos y tres para partir.

Como Glamdrul Feynt ocuparía el puesto de Mariscal de las Torres, sería él quien se ocupase de Gendra Mitiar. Bormas Tyle quería ser General de los Ejércitos, lo cual significaba que Jondrigar era su víctima. Dado que Glamdrul y Bormas estarían a cargo del elixir, para ellos po habría nada más sencillo que una pequeña adulteración selectiva. Uno, dos. Y, entonces, Lees Obol, con Shavian Bossit para ocupar su puesto como Protector del Hombre —tres votos garantizados en el consejo: Bormas, Glamdrul y el suyo propio— y la asamblea aleccionada para votarlo.

Shavian estaba sumido en las agradables visiones de su futuro, pero fue llamado a la realidad.

—Así pues, está decidido —determinó. Gendra Mitiar—. Yo la llevaré a las Talon Rojas.

—Son las más cercanas, sí —observó Tharius Don.

—¿La cuidará? —preguntó el General Jondrigar, en un tono duro como el hierro y cargado de sospechas—. ¿La cuidará, Mitiar?

Gendra sonrió con malicia.

—Por supuesto, General. Por supuesto que lo haré. Para eso voy.

La sonrisa hizo estremecer a Tharius, pero sólo por un instante. Era obvio que la vieja ocultaba algún propósito, pero no tenía importancia. ¿Qué pensaría ella de Pamra Don? ¿Pensaría algo en realidad? ¿Cómo podía saber que Pamra Don era la mediadora divina, la portadora de la paz, la mensajera de Dios, enviada para mitigar la violencia y la muerte? La mensajera enviada a Tharius Don para decirle que estaba en lo cierto al reprimirse y demorar el golpe, que éste no iba a ser necesario, pues los Thraish podían ser convertidos y la causa cumpliría así su objetivo sin violencia.

—Entonces, está acordado —insistió Gendra Mitiar—. Partiremos por la mañana.

Dirigió una mirada enigmática a Ezasper Jorn, quien había permanecido en silencio durante toda la reunión. Koma Nepor y él intercambiaron dos o tres miradas furtivas, nada más, aunque por dentro estaban jubilosos. La vieja decrépita había mordido el anzuelo, pensaba que iba a conseguir apoyo para sus propósitos. Para cuando regresase… sería demasiado tarde. Suponiendo que regresase alguna vez.

Por tanto, el Consejo de los Siete levantó la sesión. Tanto ellos como su personal auxiliar se pusieron de pie. Shavian Bossit hizo sonar una pequeña campana y el brillante tañido metálico retumbó por el salón. Las altas puertas se abrieron para dar paso al servicio de té; una docena de sirvientes sigilosos y con libreas grises lo sirvieron de las altas marmitas de plata y cobre, cuyas asas tenían talladas las formas de animales mitológicos, mientras los hornos de carbón emitían un humo acre. Las bandejas con pasteles comenzaron a circular: tortas de puncon, pasteles de nuez, habas dulces y cremas. Los miembros del consejo flotaban con una efervesencia que resultaba contagiosa, ya que todos ellos estaban seguros de que muy pronto sus respectivas ambiciones se verían realizadas.

Ezasper sería Protector, Shavian sería Protector, Gendra sería Protectora. Cada uno de ellos lo sabía para sí, se sentía seguro de ello y guardaba la absoluta certeza de que nadie más estaba al tanto.

Koma Nepor sería Mariscal de las Torres, Glamdrul Feynt sería Mariscal de las Torres. Todos conversaban alegremente, se reían, cada uno de ellos pensando en la frustración que iban a sentir los otros.

El General utilizaría su posición para rectificar distorsiones y embustes. Pensaba en esto mientras escuchaba a Bormas Tyle, quien estaba seguro de que pronto se convertiría en general. Los dos se hallaban junto a la ventana abierta, con sus pasteles. El General incluso hizo una pequeña broma sobre la corona de flores que había llevado. Ambos rieron.

Y Tharius Don estaba solo, más feliz que lo que se había sentido en cincuenta años.

Al otro lado de las cortinas, una voz quejumbrosa exclamó:

—¿De qué os reís todos? Contadme la broma. Contádmela.

Varios Jondaritas se apresuraron a entrar.

Para los miembros del consejo, la orden de Lees Obol resultó divertida, y hasta el General esbozó una sonrisa. ¿Cómo hubiesen podido explicarle la alegría que sentían? Cada uno, conociendo bien sus propios motivos, pensó que lo mejor que podía hacer sería pretender que era inexplicable.

La euforia pasó. Las voces se acallaron. Los parloteos se transformaron en murmullos, guiños, movimientos de cabeza. Las tazas fueron depositadas sobre las bandejas. Los sirvientes se movieron por todas partes, recogiendo las migas. Las mesas del servicio de té fueron retiradas con un chirrido que parecía una queja en el silencio.

Ezasper Jorn se detuvo un momento ante la puerta y susurró al Jefe de Investigaciones:

—En cuanto ella se haya ido, Koma. En cuanto se haya ido.

Y ellos también se marcharon de muy buen humor.

Arriba, en las habitaciones de los huéspedes, Tharius Don se sentó frente al fuego con Pamra, mientras Lila agitaba las manos ante las llamas y emitía unas palabras que él no lograba comprender.

—Te contaré quiénes son los Parlantes —empezó con suavidad, observando su rostro para asegurarse de que le prestaba atención.

Pero ella, aunque asentía con la cabeza y emitía sonidos como si estuviese escuchando, oyó muy poco de lo que él le dijo. Se encontraba muy lejos, en algún otro mundo.

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