Demon

Demon


Capítulo 4

Página 5 de 32

4

mikHail

—No tenía idea de que les gustaba atacar a humanos indefensos —la voz ronca y profunda del chico que se ha interpuesto entre mi cuerpo y las sombras me pone la carne de gallina. Todo en él irradia tensión y salvajismo, pero su tono no deja de ser despreocupado y perezoso.

La respuesta de las sombras viene a manera de siseo. El sonido estático que emiten retumba en mis oídos y taladra en lo más profundo de mi cabeza, como si viniera desde el núcleo de mi cerebro y se expandiera por cada una de mis neuronas.

El tipo de los ojos grises me mira por encima del hombro en ese momento y, casi de inmediato, la frialdad usual en su mirada es reemplazada por algo diferente. Algo más… aterrador.

Su atención se dirige a la sombra que tiene frente a él y deja escapar un suspiro cargado de fingido pesar.

—¿De verdad vamos a hacer esto? —el silencio es la única respuesta que recibe y chasquea la lengua—. Bien. Solo quiero que conste que yo traté de llevar la fiesta en paz.

Un escalofrío recorre mi cuerpo al escuchar la amenaza que tiñe su voz, pero eso no me paraliza. No me detiene de intentar arrastrarme lo más lejos que puedo de toda esta locura.

Entonces, el dolor estalla en todos lados.

Un grito es ahogado por mis labios, al tiempo que soy embestida con violencia y brutalidad. Un gruñido retumba en algún lugar cerca de mí, pero la presión en mi costado cede al cabo de unos instantes. De pronto, me encuentro rodando por el pasto, antes de estrellarme contra la cerca de madera que circunda la casa. Mi nuca duele casi al instante y mi visión se nubla por completo.

Un alarido retumba dentro de mi cráneo, pero me toma unos segundos descubrir que no me pertenece. No soy yo quien grita. Es una de las sombras.

«¿Por qué diablos está gritando?».

Me toma unos instantes incorporarme. Los brazos me tiemblan y tengo la respiración es entrecortada; el corazón me golpea contra las costillas, mi costado izquierdo arde y la cabeza parece estar a punto de estallarme.

Se siente como si todo pasara a través de un filtro, ya que los sonidos son lejanos y distantes. Difusos.

Me siento mareada. Las náuseas han llenado mi boca con salivación. Mi cuerpo entero se siente aletargado y abrumado por la cantidad de cosas que están ocurriendo, pero no abandono el lugar en el que me encuentro por más que la parte activa de mi cerebro me grita que debo hacerlo. De cualquier modo, aunque quisiera, no podría hacerlo. Mis extremidades no responden.

Poco a poco tomo consciencia de lo que pasa a mi alrededor y el aturdimiento se diluye con cada segundo que pasa. Entonces, levanto la cabeza y miro en dirección a donde creo que están las sombras y el chico, pero todo ha cambiado de perspectiva. Todo ha cambiado de forma de un instante a otro.

Él está de nuevo frente a mí, dándome la espalda, con la postura amenazante de un depredador frente a su presa, pero las figuras no parecen inmutarse por ello. No parecen estar dispuestas a marcharse. Al contrario, parecen haberse multiplicado. Parecen haber atraído más neblina. Más criaturas como ellos.

El jardín delantero de la casa de Phil Evans está repleto de figuras hechas de sombras y, a pesar de eso, el tipo de los ojos grises se encuentra aquí, en medio del caos, completamente impasible y en control de sí mismo.

Lo único que delata un atisbo de agitación, es la forma en la que respira. La manera en la que su pecho sube y baja al ritmo de su respiración irregular.

Otro siseo violento retumba en mi cabeza y me encojo ante el aterrador sonido. Ante el aterrador idioma que esas cosas hablan.

Un escalofrío de puro pánico me recorre entera en ese momento y el miedo, ese que antes no me había acobardado, comienza a paralizarme. Comienza a inmovilizarme.

Mi protector me mira una vez más por encima del hombro y aprieta la mandíbula. La vacilación invade su rostro durante un segundo. Pareciera como si tratara de decidir qué hacer. Como si tuviese una decisión importante que tomar y no le hubiesen dado el tiempo suficiente para buscar la mejor opción.

Un par de segundos pasan antes de que tome una inspiración profunda y masculle algo que no soy capaz de entender, pero que se siente como una maldición hacia mi persona.

Acto seguido, vuelca su atención hacia nuestros atacantes y chasquea la lengua con fingido pesar.

Entonces, ocurre.

Un par de poderosas alas negras se despliegan con furia desde su espalda. El material delgado de su playera es desgarrado de un movimiento limpio, y lo único que soy capaz de ver es un par de alas inmensas.

No son cualquier tipo de alas. Son membranosas y lisas; similares a las de un murciélago. En cada terminación inferior, hay una inmensa garra afilada y puntiaguda; y son tan grandes, que las puntas tocan el suelo.

El grito que se construye en mi garganta quema en mis pulmones. El nudo en mi garganta es intenso y abrumador, y no puedo apartar los ojos de aquella impresionante visión. De aquel agobiante sinsentido.

La criatura —esa de las alas gigantescas que, hasta hace unos instantes, era un chico— se gira hasta que puede verme por el rabillo del ojo y un estremecimiento horrorizado me invade de pies a cabeza.

—Lamento que tengas que ver esto, Cielo, pero prometo que será divertido —dice y una sonrisa aterradora se desliza por sus labios. En ese momento se vuelve hacia las sombras.

Las figuras se abalanzan hacia nosotros en perfecta sincronía. Las alas de murciélago baten con fuerza e impulsan a mi defensor hacia adelante. Las puntas afiladas se extienden y cortan a un puñado de las sombras en dos.

Espero ver humo por todos lados, pero lo único que soy capaz de percibir, es el aroma hediondo del azufre.

El chico de las alas ataca y golpea con una precisión y limpieza aterradora. Se mueve con agilidad y elegancia mientras destroza y desmiembra a sus oponentes con eficacia y rapidez. De pronto, toma con sus propias manos a una de las tinieblas y la sostiene mientras que le atraviesa las entrañas con una de sus afiladas puntas.

El líquido oscuro que brota de la inmensa herida provocada por su arma letal hace que mi estómago se revuelva y las arcadas me alcancen. La pestilencia es insoportable y la brutalidad de lo que ocurre solo hace que me aoville contra la cerca lo más posible.

Uno a uno, el chico de las alas va destrozando a absolutamente todos sus enemigos. Se mueve a una velocidad impresionante y sus pies dejan de tocar el suelo cada pocos segundos; sin embargo, no se aleja demasiado de mí y no permite que nadie se me acerque.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que el silencio lo invada todo. No sé en qué momento cerré los ojos y hundí la cara en el hueco entre mis piernas. Tampoco sé en qué momento empecé a llorar.

—¿Estás herida? —la voz ronca y familiar me eriza los vellos del cuerpo. El dolor en mi costado es sordo y palpitante, pero no es insoportable. Mi cabeza zumba y me siento mareada, pero ahora mismo no podría importarme menos.

Siento cómo se acerca. Más que escuchar sus pasos, los siento.

Mi vista se alza justo a tiempo para mirarlo acuclillarse delante de mí. Las alas han desaparecido, pero los cortes y las heridas en su rostro y torso desnudo me hacen saber que no ha sido producto de mi imaginación.

Sus impresionantes ojos se clavan en los míos y me observan con detenimiento. Su ceño está ligeramente fruncido y sus labios mullidos forman una línea dura y tensa.

Su mano se estira en mi dirección y trata de tocarme, pero me aparto lo más que puedo de un movimiento brusco. Su ceño se profundiza, pero una pequeña sonrisa se desliza por las comisuras de sus labios.

—No seas tonta, solo quiero cerciorarme de que estás bien —dice. Sé que trata de sonar duro, pero en realidad suena entretenido.

—Estoy bien —respondo, pero mi voz tiembla.

Una sonrisa torcida se apodera de sus labios y aparta la mano.

—¿Puedes levantarte, entonces? —pregunta.

No soy capaz de confiar en mi voz, así que asiento y trato de incorporarme. El mareo incrementa en el instante en el que mis pies se posicionan en la superficie blanda creada por el pasto.

El chico de los ojos grises me observa con detenimiento y curiosidad.

—¿Estás segura de que te encuentras bien?, luce como si quisieras vomitar…

Le dedico una mirada cargada de irritación.

—Estoy perfectamente —digo y, finalmente, me atrevo a mirar que es lo que ha hecho con mis atacantes.

Los cuerpos inertes de las tinieblas solidificadas están en el suelo. El aroma pestilente que invade todo el lugar me provoca arcadas, y la bilis sube por mi garganta antes de que vacíe el contenido de mi estómago en la hierba; justo junto a mi defensor de alas de murciélago.

Todo mi cuerpo se estremece mientras trato de mantener dentro el resto de la comida que ingerí.

—Ustedes los humanos son asquerosos —dice, y noto el atisbo de repulsión en su tono—. Delicados, débiles y asquerosos.

Me obligo a mirarlo mientras me limpio la boca con el dorso de la mano.

—¿Qué diablos acaba de pasar? —mi voz sale en un susurro ronco e inestable.

—Acabo de salvar tu trasero. Eso acaba de pasar —una ceja tupida es alzada con arrogancia.

—¿Quiénes son «ellos»? —no puedo evitar preguntar—. ¿Quién eres tú?

—Eran Grigori —responde, en tono casual.

—¿Qué es un Grigori? ¿Qué se supone que eres tú? —las palabras brotan fuera de mí por voluntad propia.

De pronto, me mira como si fuese el ser más idiota del mundo, o como si su respuesta hubiese sido más que obvia y, entonces, sus ojos ruedan al cielo y me regala un gesto cargado de incredulidad.

—Estás bromeando, ¿cierto? ¡El clan Grigori!, ¿cómo es posible que no sepas quiénes son?

—¿Se supone que debo saberlo? —el miedo se mezcla con la irritación momentánea provocada por sus palabras.

—¿Los Grigori? ¿Los hijos del Elohim? ¿En serio no sabes? —frunzo mi ceño, y noto la irritación exasperada en su mirada. Un suspiro cansino brota de sus labios y niega con la cabeza mientras habla—: Los Grigori son un grupo de ángeles caídos. Fueron castigados por Dios, por haberse enamorado de las mujeres de la tierra y por haber copulado con ellas. Le enseñaron al hombre la creación de armas y el arte de la guerra. Sin mencionar que fueron los culpables de que esos horribles gigantes llamados Nephilim aparecieran. Si me lo preguntas, fue un jodido dolor en el culo limpiar toda la mierda que ocasionaron.

Apenas puedo procesar lo que está diciendo.

—Tienes que estar bromeando —digo, negando con la cabeza—. Estoy volviéndome loca. Estoy volviéndome completa y absolutamente loca.

Una sonrisa perezosa se desliza por sus labios.

—No estás volviéndote loca, Cielo. Estás volviéndote fuerte, que es muy diferente.

Niego con la cabeza.

—¿Qué eres? —mi voz suena temblorosa y débil.

—No lo creerías si te lo dijera —su sonrisa se ensancha y me siento enferma.

—Pruébame —trato de sonar valiente, pero mis rodillas apenas pueden sostenerme. Estoy aterrorizada.

—¿Crees en el cielo?

—Sí —con todo y el pánico que siento, la respuesta brota de mi boca casi por voluntad propia.

Él asiente, sin despegar su mirada de la mía.

—Entonces, si crees en el Cielo, crees en el Infierno, ¿cierto? —dice y yo lo miro con cautela antes de asentir de nuevo—. Crees en el bien y el mal. En lo bueno y en lo malo. En los ángeles y los demonios… ¿no es así?

—¿Eres un ángel? —pregunto, sin rodeos y con incredulidad, y una risa carente de humor brota de mi garganta mientras hablo.

—No —una sonrisa peligrosa baila en las comisuras de sus labios—. Soy un demonio, Cielo.

Una carcajada histérica me asalta y las lágrimas pican en mis ojos. El terror es tan grande, que mis rodillas se sienten débiles y temblorosas; la presión en mi pecho es tan abrumadora, que apenas puedo mantener el oxígeno dentro de mi cuerpo.

Estoy a punto de echarme a llorar. El nudo en mi garganta es insoportable. Todo dentro de mí es una masa inconexa de sensaciones, sentimientos y pensamientos encontrados, y la única cosa que retumba con más fuerza que el resto, es esa que me ha atormentado durante las últimas semanas:

Me he vuelto loca.

Mis ojos se fijan en la imponente figura que hay delante de mí y un estremecimiento de puro terror me recorre el cuerpo.

Las lágrimas se agolpan en mis ojos en ese momento, pero no me atrevo a apartar la mirada. No cuando la parte sensata de mi cerebro no deja de gritarme que estoy alucinando; que he cruzado esa delgada línea entre el delirio y la cordura; que acabo de perder la cabeza completamente y que lo que veo solo es producto de mi mente trastornada. Pero, la otra parte —esa que se niega a aceptar la locura—, susurra una y otra vez que esto está pasando de verdad.

—No estás loca —el demonio dice, como si fuese consciente de la guerra interna que se lleva a cabo en mi cabeza y, pese a su gesto serio, luce más allá de lo entretenido—. Solo puedes ver lo que los demás humanos no.

—¿Por qué?

—Porque estás volviéndote fuerte —explica, y luce cada vez más encantado.

—¿Esta es la parte en la que me dices que no soy humana y que soy mitad demonio o alguna mierda del estilo? —hablo, sin aliento.

Una carcajada brota de su garganta y niega con la cabeza.

—No, Cielo. Eres humana. La más común y corriente de las humanas. Solo eres… ligeramente diferente. Lo he venido notando estas últimas semanas.

—¿Has estado siguiéndome? —pregunto, pero suena más como una afirmación.

—Durante mucho tiempo, Bess Marshall.

En ese momento, el aire escapa de mis labios en un suspiro entrecortado. La sensación de alivio dentro de mi pecho es inmensa y enfermiza. Después de todo, los delirios de persecución sí tenían un porqué. Después de todo, la sensación de estar siendo observada sí tenía un motivo de peso. Realmente estaba siendo vigilada…

—¿Qué quieres de mí? —susurro, con un hilo de voz.

—Absolutamente nada —se encoge de hombros—, solo necesito mantenerte vigilada y evitar que cosas como estas… —señala el desastre de extremidades, líquido oscuro y podredumbre—, ocurran.

—¿Vigilada? ¿Por qué?

—La curiosidad de ustedes los humanos es irritante —dice y suspira—. Limítate a saber que estaré alrededor tuyo, te guste o no.

—¿Vas a matarme? —digo, al cabo de unos segundos y él rueda los ojos al cielo en respuesta.

—Sí, Cielo. Te salvo para matarte —el sarcasmo en su tono hace que quiera golpearlo, pero se va tan pronto como llega—. Estoy aquí para evitar que te maten.

—¿Por qué?

—¿Solo sabes hablar con preguntas?

—Sí —escupo—. ¿Por qué evitaste que me mataran? ¿Por qué me sigues? ¿Por qué, si dices que has estado vigilándome desde hace mucho tiempo, ahora puedo verte y antes no? ¿Qué demonios se supone que tengo que ver contigo?

—Confórmate con saber que, si tú mueres —sigue sonriendo, pero algo sombrío se apodera de su expresión—, todo el mundo va a irse a la mierda. Estoy aquí para cuidar de ti, Cielo. Acostúmbrate.

—Coexistimos con ustedes —el demonio habla con lentitud. Me trata como si fuese el ser más estúpido del planeta y eso me irrita en demasía—. Ángeles y demonios, quiero decir. Somos, en esencia, energía. Energía que ustedes, los humanos, no son capaces de percibir puesto que son seres inferiores —me mira de arriba abajo, como si eso probara su punto—. No fueron dotados de poder como nosotros. Ningún humano es capaz de ver a un demonio o a un ángel si este no quiere ser visto; pero tú… —sonríe, como si estuviese realmente orgulloso de mí—, tú pudiste verme cuando ningún otro humano podía.

—Todo mundo en la escuela es capaz de verte. No debo ser tan especial como dices —mi ceño se frunce, en confusión. Avanzamos por la calle desierta a paso lento. No sé a dónde vamos, pero la sed de respuestas es más grande que cualquier clase de miedo que pueda llegar a sentir en su compañía.

El demonio ha entrado a la casa de Phil y ha tomado una de sus camisas para vestirse. Al parecer, tiene la capacidad de hacerse invisible al ojo humano a la hora que le plazca; así que no ha sido difícil para él entrar de vuelta al lugar y tomar una playera de la habitación del anfitrión de la fiesta.

Ha dicho, también, que va a encargarse del desastre del jardín delantero, pero no ha dicho cómo es que hará eso antes de que todo el mundo note la veintena de cadáveres que están desperdigados por todas partes.

Ahora nos encontramos avanzando por la calle porque me ha pedido que lo siga. No estoy segura de que ir detrás de él sea la decisión más sabia que he tomado, pero no sé qué otra cosa hacer para conseguir algo de información acerca de la locura que acaba de ocurrir.

—Pueden verme porque yo he deseado que me vean —su voz me saca de mis cavilaciones—, no hay ninguna clase de ciencia extraña. Simplemente lo deseé y listo.

—Todos ellos te conocen —sueno escéptica—. Soy la única que no tiene un solo recuerdo de ti.

—Eso es porque implanté recuerdos falsos en sus mentes —me regala una sonrisa grande e inocente—. Para todos ellos, yo soy un chico más del curso. Tú, por otro lado, eres cada vez más fuerte, por eso el implante no funcionó contigo.

De pronto, se detiene abruptamente y señala hacia los coches aparcados en la acera.

—¿Cuál quieres? —pregunta, sin mirarme.

—¿Vas a robar un auto? —siseo, con indignación.

Él se gira para verme a la cara y la sonrisa socarrona vuelve a su rostro.

—En realidad voy a adueñarme de uno —dice—. El tipo que lo compró ni siquiera recordará que lo tuvo. Será mío por derecho.

—Eso es robar —escupo, con más brusquedad de la que pretendo.

—Ni siquiera va a extrañarlo —me guiña un ojo y mi corazón se estruja—, lo prometo.

—No voy a subirme contigo a un auto robado —digo, tajante, y me cruzo de brazos.

Él asiente con lentitud. No me atrevo a apostar, pero podría jurar que está tratando de reprimir una sonrisa.

—¿Prefieres, entonces, que te lleve a casa volando? —dice y un brillo burlón se apodera de su mirada—. Solo te advierto, Cielo, que no es algo romántico. En realidad, es bastante incómodo; y, no me lo tomes a mal, pero no eres mi tipo.

La vergüenza y el coraje se entremezclan en mi sistema, pero me aferro al pequeño vestigio de ira que me ha invadido para mirarlo con repulsión.

—Tampoco me van los acosadores como tú —escupo.

Esta vez, una sonrisa inmensa se apodera de su boca. Pareciera que su cara va a partirse en dos por la forma en que sonríe.

—Eres graciosa, Bess Marshall —asiente, en aprobación.

—Pues tú eres odioso... —me quedo en el aire solo porque no sé cuál es el nombre de esta criatura realmente. No sé cuál es su nombre.

—Mikhail —me guiña un ojo—. Mi nombre es Mikhail.

—¿Mikhail? ¿Qué clase de nombre es ese? —mi ceño está fruncido solo porque es tan extraño y anormal, que se siente extraño, incluso, pronunciarlo.

—El mío —zanja y, entonces, hace un gesto de cabeza en dirección a los autos aparcados—. Vámonos de aquí. Voy a conseguirnos un bonito auto, te llevaré a casa y volveré para arreglar todo el maldito desastre de allá atrás.

Ir a la siguiente página

Report Page