Demon

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Capítulo 8

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irritAnte

—Eso es mentira —mi voz sale en un hilo tembloroso y débil.

La cercanía del demonio más que perturbarme, me… abruma.

Cuando tienes a un ser de su naturaleza cerca, esperas que sea la situación más horrorosa y traumatizante de tu existencia, pero la realidad es que no lo es.

Tener el cuerpo de Mikhail pegado al mío, es una experiencia no precisamente desagradable. Tener su boca a tan pocos centímetros de la mía, hace que mi corazón se sienta como si pudiese salir de mi caja torácica. Sentir su aliento cálido golpeando contra mi boca, hace que todo pensamiento coherente se drene fuera de mi cabeza.

El demonio luce encantado con el efecto que tiene su cercanía y quiero golpearlo hasta que esa sonrisa cargada de suficiencia que lleva en los labios desaparezca.

—Por supuesto que no lo es —dice, casi en un murmullo. La diversión tiñe su mirada, pero se limita a ladear la cabeza ligeramente con curiosidad. El movimiento hace que mi cuerpo se tense en respuesta. Es como si, de manera inconsciente, estuviese esperando a que acortara la distancia que nos separa.

«¡Estúpida! ¡Estúpida! ¡Mil veces estúpida!».

—Te vi besar a una chica en la fiesta en casa de Phil Evans —me las arreglo para pronunciar a través de la oleada de ansiedad que me invade.

Su ceño se frunce un poco y luce como si realmente no supiera de qué estoy hablando.

Le toma unos instantes atar cabos en su cabeza y casi puedo notar en sus facciones el momento exacto en el que recuerda a la chica. El destello de satisfacción que invade su rostro es todo lo que necesito para darme cuenta de que sabe de qué hablo.

—Oh… —dice, pero su tono es desdeñoso y aburrido—. Lo había olvidado —se encoge de hombros y añade—: No fue un beso memorable.

—Como sea… —mascullo, incapaz de apartar de mi cabeza la horrible sensación de que, si llega a besarme, va a olvidarlo con la facilidad con la que olvidó el beso con aquella chica—¿Quieres soltarme? —trato de sonar enojada, pero no lo consigo del todo.

—No. —Una sonrisa se desliza por sus labios—. Todavía quiero saber qué se siente besar a una chica estigmatizada. Tengo la teoría de que comenzarás a retorcerte y a gritar cosas sucias en latín.

—Eres un idiota —siseo, y el enojo que siento hace que la ansiedad previa disminuya considerablemente.

—Y tú eres un dolor en el culo —su sonrisa se ensancha—, pero mírame aquí, atrapado en la tediosa tarea que supone cuidarte —un suspiro de fingido pesar brota de sus labios, al tiempo que niega con la cabeza—. Si te sirve de consuelo, yo tampoco me siento bien a tu alrededor.

—Te juro por Dios que, si no me sueltas, voy a golpearte tan fuerte que te sacaré el cerebro por los orificios nasales —trato de sonar autoritaria y molesta, pero apenas si logro controlar el sonido de mi voz.

Genuina diversión invade su rostro y casi me atrevo a jurar que está a punto de echarse a reír a carcajadas.

—Quizás puedas arrancarme el labio inferior de una mordida —se burla—. No me opondré en lo absoluto si deseas intentarlo.

Forcejeo para intentar liberarme de su agarre, pero el dolor que quema en mis muñecas me impide hacerlo. El coraje aumenta poco a poco, pero me las arreglo para mantenerlo a raya mientras me retuerzo para librarme de él.

—¡Déjame ir! —suelto, con exasperación, cuando noto que no voy a poder hacer que me suelte, y una sonrisa socarrona se extiende en sus labios.

Sus ojos se posan en mi boca una vez más y siento cómo barren su camino hasta encontrar los míos. La tormenta de tonalidades grises y azules que me observa a detalle me pone la carne de gallina de un segundo a otro. No me pasa desapercibido el aro dorado que rodea su pupila, ni los destellos ambarinos que motean sus irises.

Los ojos de Mikhail son los más impresionantes que he visto en mi vida. Muy a mi pesar, son los más hermosos que he tenido la oportunidad de observar.

—Eres dulce cuando forcejeas. Casi me haces querer soltarte un poco para que creas que ganas un poco de terreno —dice y me siento más allá de lo ofendida.

—¡Vete al demonio! —escupo.

—No tienes idea de lo irónico que es que me mandes al demonio —se burla—. Tomando en cuenta que soy uno.

—¡Eres detestable! —chillo, mientras pataleo para liberarme de él.

—Y tú encantadora, Cielo —me guiña un ojo y se aparta de mí con lentitud—, pero mi interés por ti ha terminado.

Con aire perezoso se encamina hasta mi cama y se deja caer con pesadez antes de entrelazar sus dedos, y colocarlos detrás de su cabeza en una pose desgarbada y relajada.

—¿Quieres levantarte de ahí? —escupo, con irritación.

—No.

—Estás en mi habitación.

—Tú me invitaste a entrar —arquea una ceja con arrogancia.

—¡Yo no te invité a entrar!

—Dijiste mi nombre.

—¡Esa no es una invitación para entrar!

—Debes saber que los demonios estamos atados a nuestro nombre —su postura sigue siendo despreocupada mientras habla, pero hay un filo tenso en su voz.

—¿A qué te refieres con eso?

Esta vez, se toma unos instantes antes de responder.

—Me refiero a que puedes hacer que un demonio haga lo que te plazca —dice, finalmente—, siempre y cuando conozcas su nombre real.

Un recuerdo de esta mañana me invade.

Ese en el que él me deja a solas con Emily después de una —no muy madura— discusión. Vi la resistencia que ponía su cuerpo porque era claro que no quería marcharse, pero aun así lo hizo.

—Mikhail, vete de mi habitación —pruebo, pero lo único que consigo es una mirada cargada de irritación e incredulidad.

—¿De verdad crees que ese es mi verdadero nombre? —sus cejas se alzan con condescendencia—. No soy tan estúpido como para ir por ahí diciéndole mi nombre a cuantas humanas bonitas se me ponen enfrente.

«¿Acaba de decir que soy bonita?».

Mis brazos se cruzan sobre mi pecho, mientras empujo ese pensamiento idiota lejos.

—En la escuela me obedeciste —digo, con el ceño fruncido debido a la confusión—. Cuando te pedí que te fueras lo hiciste. ¿Fue porque querías hacerlo, entonces? ¿Te marchaste por voluntad propia?

—Lo hice porque lo creí conveniente —su vista se posa en el techo—. No quería que armaras una escena con llanto y todo.

La irritación es cada vez más insoportable.

—Eres un idiota.

—Gracias.

Un bufido exasperado brota de mi garganta y me limito a negar con la cabeza antes de encaminarme hacia afuera de la reducida habitación hasta llegar a la sala.

Al cabo de unos minutos, Mikhail —o cual sea que sea su nombre real— aparece en mi campo de visión.

Su cabello revuelto lo hace lucir como si acabara de tomar una siesta, cuando en realidad solo se ha acostado en mi cama durante unos minutos.

—¡Dios! —suelto, mientras me dejo caer en el sillón—. ¿Es que acaso no puedo estar sola un segundo?

—No bajo mi cuidado —dice y se deja caer a mi lado, mientras que alcanza el control remoto del televisor.

Una inspiración profunda es inhalada por mi nariz y aprieto la mandíbula antes de arrebatar el aparato de sus manos.

—¡Oye! —se queja, pero ya he encendido la televisión.

Entonces, sin siquiera poner atención a sus quejas, me encargo de sintonizar un canal donde una chica habla con otra acerca de cómo hacer funcionar las relaciones amorosas.

—¿Estás tratando de torturarme? —dice, con incredulidad.

—¿No te interesa cómo hacer que tus relaciones afectivas mejoren con base en la comunicación? —parafraseo el pequeño recuadro que aparece en la pantalla justo debajo del rostro de la mujer que no para de hablar.

Los ojos de Mikhail se entrecierran y me mira como si quisiera arrebatar el mando de mis manos para no devolvérmelo nunca.

—Preferiría mirar un documental de dos horas acerca de esos animales marinos que parecen rocas.

—Ostiones.

—Me entendiste —se enfurruña en su lugar y reprimo una sonrisa.

No estoy poniendo atención a las dos mujeres que hablan del otro lado de la pantalla; pero, de todos modos no cambio el canal. No voy a darle al demonio el gusto de saber que yo también estoy muriendo del aburrimiento con la charla que mantienen acerca de cómo puedes reavivar la pasión en tu relación amorosa.

Al cabo de unos minutos, Mikhail se pone de pie y se encamina hacia mi habitación.

—¿A dónde crees que vas? —le llamo desde donde me encuentro y él me mira por encima del hombro.

—Tu tía viene llegando —dice como única explicación y continúa su camino hasta que desaparece por la puerta.

Dos segundos después, el sonido del cerrojo de la puerta inunda mis oídos.

Dahlia aparece en mi campo de visión y se congela de inmediato cuando me mira sentada en el sofá para dos personas con el televisor encendido. Luce sorprendida, pero no la culpo. No suelo salir mucho de mi habitación. Sé que tenerme aquí ahora mismo debe ser algo bastante extraño.

—Hola —dice, con cautela y esboza una sonrisa vacilante.

Yo le regalo un movimiento de cabeza y una sonrisa tensa. No estoy muy segura de qué decir ahora mismo.

—¿Qué tal el trabajo? —me las arreglo para preguntar.

Ella me mira como si me hubiese salido un pezón en la frente.

—Todo en orden. ¿Tienes hambre? —responde, con cautela y diversión.

—Sí —miento y su sonrisa toma fuerza.

—Voy a preparar la cena. ¿Quieres algo en especial?

Me encojo de hombros.

—Lo que sea está bien. ¿Quieres que te ayude un poco?

La sonrisa de Dahlia es tan grande ahora, que temo que pueda partir su cara en dos.

—¡Claro! —suena más entusiasmada de lo que espero—. Preparemos la cena juntas.

Entonces, sin muchas ganas de hacerlo, me levanto del sofá y la sigo hasta llegar a la cocina.

Mi vista pasea con lentitud sobre los volúmenes gruesos y viejos de la sección de la biblioteca pública de Los Ángeles, donde se encuentran los libros que hablan acerca de religión.

No estoy segura de qué es lo que voy a encontrar aquí, pero espero que sea algo de utilidad. No espero encontrarme con La Llave Menor de Salomón. Mucho menos espero que El Libro de Enoc aparezca mágicamente frente a mis ojos; pero, aun así, guardo la esperanza de poder encontrar algo de información acerca del apocalipsis.

He pasado días enteros tratando de descifrar El libro del Apocalipsis de la Biblia; sin embargo, apenas si he podido comprender algunas cosas de las que habla.

Hace mucho tiempo, le escuché decir a un sacerdote que, para comprender la Biblia, había que estudiarla y desglosarla pieza por pieza. Había creído que era pura fanfarronería, pero ahora entiendo de qué hablaba. Es un verdadero arte aprender a darle la interpretación correcta.

Mi vista se desliza hacia la siguiente estantería y avanzo mientras leo título tras título. Eventualmente, me detengo e inspecciono un texto que creo que va a servirme, pero lo devuelvo a su lugar cuando me doy cuenta de que es un análisis extenso de Los Cuatro Evangelios.

Un suspiro cansado brota de mis labios, al tiempo que amarro mi cabello en una coleta alta. Es una tarde especialmente calurosa, así que me siento un poco abochornada.

Mi búsqueda continua durante un largo rato, pero, con cada segundo que pasa, me siento más y más derrotada, malhumorada y estúpida. No puedo creer que no sea capaz de encontrar nada de utilidad. No puedo creer que esto esté ocurriéndome a mí.

Una parte de mí aún se niega a creer que todo esto esté pasando. Si no fuese por el hecho de que todos en el aula son capaces de ver a Mikhail, creería que he perdido la cabeza por completo. Creería que todo este asunto del demonio, el apocalipsis, los Sellos y los Estigmas, son producto de mi imaginación.

—¿Vas a llevarte eso? —una voz ronca habla detrás de mí y me giro con brusquedad para encarar a la persona que ha osado a espantar el alma fuera de mi cuerpo.

Un chico de cabellos rubios y rizados, ojos castaños, y aspecto desgarbado y descuidado, me observa con aire curioso. Una sonrisa tímida se dibuja en su boca en ese momento y, sin más, sus ojos se posan en mis manos. Es entonces cuando me percato de que sostengo un libro entre los dedos.

Ni siquiera me molesto en leer el nombre cuando lo extiendo hacia él.

—No —mascullo débilmente—. Tómalo si quieres.

Él acepta mi ofrenda y me regala una sonrisa amable.

—Luces algo perdida, ¿necesitas ayuda?

La vergüenza invade mi torrente sanguíneo y siento cómo el calor se apodera de mi rostro mientras desvío la vista hacia una de las estanterías.

—Yo… —Me aclaro la garganta—. Estoy bien.

—Tranquila. —El chico suena amable, pero divertido—. Conozco cada rincón de esta sección.

Mi vista se posa en él en ese instante.

—Mi religión me exige el estudio de la palabra —explica, luego de notar la confusión en mi rostro y un destello avergonzado acompaña su voz—. ¿Qué estás buscando?

Dudo unos instantes. No suelo interactuar mucho con chicos. En realidad, es muy extraño que yo hable con alguien del sexo opuesto, y no porque no me gustaría intentarlo, sino porque soy socialmente incompetente.

La última vez que intenté conversar con un chico acerca de algo, terminé hablando sobre el episodio más traumatizante de mi vida: el accidente en el que murió toda mi familia.

El tipo me escuchó con incomodidad todo el tiempo, pero no se fue hasta que terminé de contar mi relato. El morbo pudo más que el repelús que sentía hacia mí.

—Estoy… —Mi voz tiembla ligeramente y me detengo para inhalar profundo—. Busco El Libro de Enoc.

La expresión del chico pasa de la amabilidad a la sorpresa genuina.

—¿Por qué buscas El Libro de Enoc? —sus ojos se entrecierran, pero su expresión sigue siendo amable.

—En realidad busco algo que hable sobre demonios, el apocalipsis y esas cosas —mascullo y siento cómo el rubor se intensifica.

El chico parece un poco confundido durante unos segundos, pero, cuando se recupera, se vuelve hacia la estantería.

Sus ojos se pasean a toda velocidad por las hileras de libros hasta que localiza lo que busca. Entonces, tira de un gran volumen que se encuentra acomodado un par de pies sobre nuestras cabezas.

El libro no luce tan antiguo como espero, pero es grueso y pesado.

—Su nombre es Pseudomonarchia Daemonum. Dicen que fue la inspiración para la creación de La Llave Menor de Salomón; pero este último, claro está, es más famoso. —La explicación sale de los labios del chico a toda velocidad. Suena como si temiera ser descubierto por alguien, o como si el tema le gustara al grado de robarle muchas horas de sueño—. Aquí podrás encontrar información acerca de alrededor de setenta demonios. Desde nombres, hasta posición o comportamiento.

Mi corazón da un vuelco furioso, pero me las arreglo para mantener mi expresión tranquila.

—¿Qué hace un libro como este en una biblioteca pública? —mi voz sale en un susurro.

El chico se encoge de hombros.

—Supongo que la gente le ha perdido el respeto a este tipo de lecturas y ya no las atesora como antes —dice—. Ojalá que encuentres lo que buscas. Esta es una traducción, así que no sé qué tanto de la información original haya sido respetada.

La emoción canta en mis venas mientras reprimo el impulso que tengo de pasar las páginas y comenzar a leer.

—Muchas gracias —digo, con un hilo de voz y alzo la vista para encararlo.

—El Libro de Enoc es más probable que lo encuentres en internet —el chico sonríe, con nerviosismo—. No he visto copias en físico en ningún lado.

—¿Las versiones de internet son fiables?

Se encoge de hombros una vez más.

—Supongo que no son versiones fieles a la real, pero pueden servirte para conocer un poco acerca de lo que trata el libro original.

Una sonrisa eufórica se apodera de mis labios y el chico sonríe conmigo.

—Soy Bess Marshall —digo, y no sé por qué lo hago. Supongo que me siento con el deber de compartirle mi nombre a un completo desconocido porque me ha ayudado.

—Mason Harris —extiende su mano en mi dirección y la estrecho con más fuerza de la que debería.

—Gracias por ayudarme —suelto, con más entusiasmo del que me gustaría, pero él sonríe ante mi emoción burbujeante.

—No hay nada qué agradecer —me guiña un ojo y algo aletea en mi pecho.

Estrujo en mi cabeza por algo más que decir, pero nada viene a mí. Aún no quiero irme, pero si no lo hago, el silencio se transformará en uno incómodo y toda la magia repentina terminará.

No estoy lista para volver a ser la chica de los Estigmas que es perseguida por un demonio. Deseo con todas mis fuerzas tener un momento de normalidad, pero sé que debo irme antes de que piense que soy una completa tonta por no saber qué responderle.

Me aclaro la garganta.

—Debo irme —no quiero sonar decepcionada, pero lo hago.

No me atrevo a apostar, pero podría jurar haber visto un destello decepcionado en su mirada.

—De acuerdo —asiente con torpeza y yo le devuelvo el gesto. Entonces, me giro sobre mis talones y me echo a andar por el pasillo alfombrado.

—¡Oye! —su voz llega a mí más alta de lo que espero y alguien chista para hacerlo callar. Pareciera que ha olvidado que se encuentra en una biblioteca.

La vergüenza invade sus facciones y noto cómo su piel clara se enrojece debido al bochorno, pero de todos modos acorta la distancia que nos separa.

—¿Sí? —hablo casi en un susurro, cuando lo tengo cerca.

—¿Puedo invitarte a tomar algo alguna vez? —el rubor en su rostro se intensifica en el instante en el que habla y puedo sentir cómo mi cuello se enrojece también—. Para ayudarte con tu proyecto de investigación, quiero decir.

—¡Claro! —mi voz suena temblorosa e inestable.

Mason sonríe y extiende su teléfono hacia mí. Con dedos temblorosos tecleo mi número y se lo entrego de vuelta para que él termine el procedimiento de guardado.

Una vez que lo ha hecho, me regala una sonrisa tímida.

—Te llamaré en estos días —anuncia y la emoción hace cosas extrañas en mi estómago.

—Lo esperaré —sueno como una completa ridícula, pero a él no parece importarle.

—Ojalá que encuentres lo que buscas en ese libro —dice, y yo asiento.

—Eso espero —sonrío—. Debo irme. Nos vemos después.

—Dalo por hecho.

Entonces, me giro sobre mis talones y me echo a andar por el ancho corredor que da hacia las escaleras.

Una vez que salgo del campo de visión de Mason, hago un pequeño baile silencioso.

—Ahora comprendo. Te gustan los nerds —la voz de Mikhail hace que un grito de puro terror brote de mis labios.

Decenas de miradas irritadas se posan en mí y la vergüenza me invade por completo.

—¡Por el amor de Dios! —siseo en su dirección, después de murmurar un montón de disculpas—. ¡Deja de aparecer de esta manera!

—«¿Puedo invitarte a tomar algo alguna vez?» —Mikhail hace caso omiso de mi reclamo y hace una muy mala —en realidad muy buena— imitación de Mason y suelta una risita burlona, ignorando a las personas que nos observan con aire reprobatorio—. El tipo es un completo estúpido.

—Cierra la boca —mascullo, mientras avanzo hasta el escritorio del bibliotecario.

—Escuálido, debilucho, torpe, religioso de mierda… —Mikhail enlista y el hombre detrás del escritorio lo mira con curiosidad—. Bess, nunca creí que diría esto, pero no te conformes con alguien así.

Ignoro su comentario al tiempo que le entrego el libro al hombre para que lo registre en mi tarjeta de la biblioteca y pueda llevármelo a casa.

El hombre teclea en su computadora un par de veces antes de entregarme el volumen y dedicarme una sonrisa débil.

—Gracias —digo, en voz baja y me apresuro a la salida.

Mikhail camina detrás de mí sin poner atención a las miradas que aún son dirigidas hacia nosotros. No ha dejado de enumerar una cantidad ridícula de razones por las cuales no debería salir con un tipo como Mason, pero lo ignoro lo mejor que puedo mientras avanzamos por las atestadas calles de la ciudad.

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