Demon

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Capítulo 22

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Seis de las nueve mujeres que viven en este lugar, han dicho que soy una abominación. Las otras tres —esas que no han recalcado mi condición como Sello— han dicho que soy impresionante.

Lo cierto es que no considero que ninguna de las dos definiciones tenga algo de verdad. Lo único que sé hacer —además de atraer a legiones de ángeles sedientos de guerra, justicia, destrucción y victoria divina—, es sobrevivir a la preparatoria y tratar de encontrarle algo de sentido a la locura que se ha apoderado de mi vida durante los últimos meses. A veces, cuando despierto en las mañanas y recuerdo todo lo que ha pasado últimamente, me pregunto si no lo he soñado. Si esto realmente está ocurriendo y si en verdad hay un demonio —que fue arcángel— que me vigila a sol y a sombra.

Todo esto es tan surreal. Tan… increíble.

Daialee no ha hecho otra cosa más que parlotear acerca de las brujas que conforman el aquelarre de su abuela desde que Mikhail se fue.

Todas ellas, por cierto, fueron convocadas por Gaela —la vieja amiga de Mikhail— para informarles acerca de mi estadía temporal en su hogar. La mayoría protestó. Argumentaron que iba a traer destrucción y caos a su delicado equilibrio energético, y más de una se atrevió a decir que los ángeles van a matarlas a todas si descubren que me encuentro aquí.

Solamente dos brujas —y Daialee—, mostraron una aterradora emoción ante la perspectiva de tener que proteger el aquelarre de una Legión de ángeles furiosos. No me sorprende en lo absoluto que sean las tres más jóvenes de todo el clan las entusiasmadas con mi estancia aquí. Mucho menos me sorprende que sean las más intrépidas de todas.

Ahora mismo, no sé si son muy valientes o muy estúpidas.

Papá solía decir que la juventud hace valiente a todo el mundo y que, muchas veces, confundimos la estupidez con la valentía. Solía repetirme hasta el cansancio que tomase decisiones arriesgadas y valientes, pero que también fuese sabia a la hora de decidir.

En ese entonces, no estaba muy segura de qué era lo que quería decir con eso, pero ahora que veo a Daialee y a sus amigas, empiezo a comprenderlo un poco. Aún no logro decidir si me parecen impresionantes o ingenuas; pero, me gusta pensar que son valientes. Me gusta pensar que son poderosas y que por eso están tan eufóricas con la situación.

Es lo único que a lo que puedo aferrarme. Lo único que calma un poco el nudo de nerviosismo que se ha formado en mi estómago.

El ambiente en la enorme casa pasó de ser relajado y tranquilo, a tenso y nervioso. Las mujeres que antes habían estado encerradas en sus habitaciones ahora corretean por toda la casa en busca de hechizos y rituales de protección para mantener a raya lo-que-sea-que-despido que atrae a los ángeles.

Las cuatro brujas de edad más avanzada se han encerrado con Gaela en una habitación al fondo de la casa; más allá, incluso, de la cocina; dos más, se han instalado en la sala desigual con un montón de tomos antiguos de brujería a su alrededor. Las dos brujas jóvenes han salido al jardín para fortalecer las protecciones que han colocado alrededor del perímetro del lugar —según lo que me explicó Daialee—; mientras que ella no ha hecho otra cosa más que parlotear a mi lado acerca de lo fuertes que son todas estas mujeres.

—Gahlilea —dice, mientras señala la puerta donde se ha encerrado su abuela—, una de las brujas que se encuentra ahí dentro, con la abuela, es capaz de hablar con los «no vivos». Dicen que es ciega porque hizo un pacto con un demonio menor. Le dio sus ojos a cambio del poder para comunicarse con los errantes que vagan por la tierra en busca de paz. —Suena entusiasmada mientras lo cuenta, así que me digo a mí misma que voy a poner atención para identificarla cuando tenga oportunidad. No debe ser difícil identificar a una bruja ciega, ¿o sí?—. La abuela nunca ha querido decirme nada acerca de eso, así que supongo que es verdad.

—¿Por qué querría alguien hablar con la gente que ha muerto? —digo, al tiempo que un escalofrío de puro terror me recorre el cuerpo.

Daialee me dedica una mirada cargada de una emoción perturbadora.

—Porque a los muertos son seres capaces de contarte secretos —dice—. Cosas que la tierra ha guardado para ella misma y que solo son perceptibles en el plano espiritual. No tienes una idea de lo que puede hacer una bruja con información como esa. Gahlilea es muy poderosa ahora.

Mi vista se clava en la puerta de madera donde han desaparecido Gaela y las brujas de edad más avanzada, y no puedo evitar preguntarme si sería capaz de renunciar a mi vista para obtener poder. Probablemente no. No soy así de ambiciosa o intrépida.

—Suena… —«espeluznante». Quiero decir, pero no lo hago. En su lugar, pronuncio—: interesante. Perturbador…, pero interesante.

Una sonrisa salvaje se dibuja en los labios de Daialee.

—Otra de las ancianas que está ahí dentro, con la abuela, es capaz de tener visiones respecto al futuro —dice—. No son imágenes claras, según explica, pero nos ha salvado de un par de amenazas.

—¿Es algo así como una clarividente?

La chica a mi lado parece pensarlo unos segundos.

—No estoy segura. Nunca he hablado con una clarividente, así que no sé si es algo similar —dice al cabo de unos instantes.

—Suena como un don bastante genial —musito, mientras trato de imaginar cómo sería tener esa clase de poder en las manos.

—Otra de las brujas que están ahí dentro —Daialee interrumpe el hilo de mis pensamientos—, la más joven de todas —acota—, es mi madre.

Mi atención se vuelca hacia ella en el momento en el que escucho la tristeza filtrándose en el tono de su voz, pero ni siquiera me da tiempo de preguntar nada. Se limita a girar sobre sus talones y avanzar a paso rápido en dirección a la sala.

—Sígueme… —dice sin mirarme y yo, medio aturdida, voy detrás de ella.

Los muebles de cocina son rápidamente reemplazados por el montón de estanterías de la sala y me detengo cuando la chica delante de mí lo hace.

Sin decir una palabra, recorro la estancia con la mirada y me encuentro con la visión de dos mujeres más. Ambas lucen concentradas y leen ávidamente al tiempo que comparten murmullos en un idioma desconocido para mí.

—¿Qué idioma hablan? —pregunto en voz baja para que solo Daialee sea capaz de escucharme.

—No tengo idea —Daialee responde—. La abuela dice que es una especie de dialecto, pero no sé de dónde provenga exactamente. No hablan mucho acerca de su pasado, así que es difícil saber de dónde han salido.

—¿Quiere decir que ellas solo… llegaron aquí?

Asiente.

—Hace muchos años. Yo era muy pequeña y no lo recuerdo —su ceño se frunce ligeramente—, pero nunca me han gustado demasiado. La magia que utilizan es demasiado oscura. —Sacude la cabeza en una negativa—. Simplemente, no puedes confiar en una bruja que ha traído a alguien de regreso.

—¿A qué te refieres con eso? —mi voz suena asustada y cautelosa.

—A que están ligadas.

—¿Ligadas?

Asiente una vez más.

—Se dice que puedes traer a una persona de regreso a la vida si la atas a ti —explica—. Es muy similar a ser uno solo con esa persona, ¿sabes? Es un lazo tan fuerte y único, que muy pocas veces se consolida de la manera correcta. La mayoría de las veces, la persona que trata de hacer el ritual, termina muerta; pero, cuando el enlace se logra, hace que la persona que volvió y esa a la que la trajeron de regreso, sean casi tan poderosas como un demonio menor —su voz suena un tanto asustada ahora—. El problema es que, para lograr ese ritual, tienes que recurrir a magia muy oscura. Magia demoníaca demasiado peligrosa.

—¿Quién de ellas fue la que murió? —pregunto, con un hilo de voz.

Daialee vuelve su atención hacia las dos mujeres que se comunican en un idioma extraño y desconocido.

—Dinorah —hace un gesto de cabeza hacia una de ellas—. Al menos, eso creo… —niega con la cabeza—. Los textos que he leído al respecto dicen que la persona que ha sido traída de regreso, con el tiempo pierde la poca humanidad que le queda y se convierte en un instrumento. Una vasija vacía a merced de la persona a la que ha sido atada… Y Dinorah es la más extraña de las dos. Hay algo bastante retorcido y aterrador en la forma en la que actúa. Estoy casi segura de que es ella quien murió.

El miedo se arraiga con un poco de más fuerza en mis entrañas.

—¿Debería cuidarme de ella?

Daialee no responde de inmediato.

—Creo… —comienza, con cautela—, que debes cuidarte de todas aquí. Has provocado discordia en el Aquelarre, y las discordias entre las brujas no son algo bueno.

—¿Debo cuidarme de ti también?

—¿Si te digo que puedes confiar en mí, lo harás?

—No.

Ella asiente, pero esboza una sonrisa.

—Eres una chica inteligente, entonces.

—No sé si debo correr lejos de ti ahora.

Suelta una risita ante mi comentario, pero niega con la cabeza.

—No voy a hacerte daño, Bess; pero, si quieres estar en guardia conmigo, no voy a molestarme en lo absoluto. Al contrario, lo aplaudo —me regala una mirada cálida.

Una sonrisa se dibuja en mis labios, muy a mi pesar, pero no digo nada. Me limito a mirar al par de mujeres de actitud extraña que susurran cosas que no entiendo.

Daialee toca mi brazo y hace un gesto de cabeza al cabo de unos segundos de silencio.

—Ven —dice, en voz baja—. Aún tengo que presentarte a mis chicas.

Salimos de la casa sin mediar palabra alguna y circundamos el perímetro de la propiedad hasta encontrar a las otras dos brujas restantes; esas que no me ven como una amenaza. Ambas, al acercarnos, alzan la vista a toda velocidad y posan su atención en mí.

Una de ellas —la que es rubia y tiene el cabello casi hasta las caderas— me regala una sonrisa radiante, mientras que la otra —una chica afroamericana de cabello salvaje y ojos claros— simplemente se relaja al instante.

—¡Chica! —exclama la rubia—, ¡emanas una energía bastante intensa!

Daialee sonríe.

—Te acostumbrarás —dice—. ¿Han terminado ya?

—Aún nos quedan dos círculos qué reforzar —responde la rubia—. ¿Creen que sea suficiente con esto?

—No —dice la chica de piel oscura—. Definitivamente debemos hacer algo con ella y su energía.

—¿Qué sugieres, entonces? —Daialee pregunta, mientras se cruza de brazos, con expresión curiosa en el rostro.

Una chispa de algo irreconocible se apodera de la mirada de la chica afroamericana y una sonrisa se dibuja en sus labios.

—Se me ocurren muchas cosas —dice. La emoción tiñe su rostro—, pero primero debemos conseguir el libro Celta de tu abuela.

Las cejas de Daialee se disparan al cielo.

—Oh, tú, pequeña mierda —niega con la cabeza, sin dejar de sonreír—, no sabes cuánto te odio. ¿Tienes una idea del lío en el que vas a meterme si se entera de que lo hemos tomado?

En ese momento, las tres chicas ríen con una complicidad que no comprendo y una punzada de miedo me recorre de pies a cabeza.

—Terminemos con esto para averiguar qué podemos hacer con ella —la rubia hace una seña con la cabeza en mi dirección y me dedica una sonrisa amable—: Soy Karen, por cierto.

—Bess —alzo una mano a manera de saludo y esbozo una sonrisa un tanto incómoda.

—Niara —la chica de piel oscura hace una seña mientras se presenta y trato de lucir casual y despreocupada cuando hago un gesto hacia ella.

—Entonces, ¿qué? —Daialee retoma el hilo de su conversación—, ¿lo haremos?

—Por supuesto —dice Niara, con expresión salvaje y entusiasmada.

—Será divertido —Karen asiente, al tiempo que Daialee suelta una risita nerviosa.

—No se diga más —Daialee sonríe—. Terminemos aquí para poder ir a meternos en un jodido problema más.

No puedo dormir.

A pesar del ritual que hicieron las nueve brujas a mi alrededor, del amuleto que Daialee, Karen y Niara me dieron, y la enorme cantidad de protección que las brujas pusieron alrededor de su propiedad, no puedo dormir.

Es como si algo se hubiese encendido dentro de mi cabeza y me impidiera cerrar los ojos. Como si una presión incómoda se hubiese instalado sobre mis hombros y me impidiese relajarme por completo.

Dentro de la habitación de Daialee el aire se siente denso y pesado, y me cuesta respirar de forma adecuada. Estoy asustada hasta la mierda. No puedo dejar de pensar en Mikhail, en Dahlia, en Nate y en todo el caos que ha rondado mi vida las últimas doce horas.

Tampoco puedo dejar de darle vueltas a la historia que me contó la nieta de Gaela acerca de Mikhail, y tampoco puedo sacar de mi mente el hecho de que Gabrielle y él tuvieron algo.

Sé que no debería sentirme como lo hago respecto a eso. Sé que, de todas las malditas cosas en las que podría estar pensando ahora mismo, esa es, precisamente, la más ridícula de todas…, pero no puedo evitarlo.

Sé que debería estar angustiada y preocupada porque los ángeles han invadido la ciudad para buscarme; pero estoy aquí, recostada en una cama desconocida, sin poder dejar de torturarme con la imagen de él besándola del mismo modo en el que me besa a mí.

Cierro mis ojos con fuerza y tomo una inspiración profunda.

«Deja de darle vueltas a eso, Bess», me reprimo. «No ganas nada. No tiene caso que lo pienses tanto».

Dejo ir el aire con lentitud y me acomodo sobre mi costado mientras trato de conciliar el sueño.

Me toma unos minutos empezar a sentir la pesadez provocada por el cansancio. Mis párpados se cierran y mis extremidades se sienten lánguidas y relajadas, al tiempo que la cómoda somnolencia se hace cargo de mi cuerpo.

Entonces, un grito lo invade todo.

Los vellos de mi nuca se erizan debido al terror y, de pronto, estoy despierta. Tan despierta, que soy plenamente consciente de lo mucho que tiemblo y de lo acelerado que está mi corazón.

Los pasos de alguien subiendo las escaleras a toda velocidad me ponen la carne de gallina y me incorporo de golpe en la cama cuando alguien grita algo incoherente justo en el pasillo.

Segundos después, el silencio lo invade todo.

Me quedo quieta.

Trato de escuchar más allá del sonido de mi respiración y el golpeteo intenso de mi pulso detrás de mis orejas, pero nada más viene a mí. No soy capaz de percibir nada.

Mi vista barre la habitación con lentitud, y el espacio desconocido y silencioso lo único que consigue es incrementar la sensación de horror que me invade.

La quietud se ha apoderado de todo el lugar, pero se siente erróneo. Algo va mal. Sé que algo marcha terrible. Puedo sentirlo.

Me pongo de pie al cabo de unos instantes más y avanzo con mucha lentitud hasta la puerta cerrada. No sé qué diablos estoy haciendo, pero no me detengo de todos modos. Sigo caminando hasta que el material de la entrada se interpone entre el pasillo y yo. Mi respiración es irregular para ese momento. Estoy tan asustada, que mi corazón y mis pulmones se sienten agitados y doloridos. A pesar de eso, no dejo que el miedo me paralice. Al contrario, me obligo a tomar la perilla entre los dedos, para girarla y abrir la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido.

Estoy frente al pasillo y mi corazón se estruja en ese instante. Está demasiado oscuro. Demasiado silencioso.

Trago duro.

Quiero llamar a Daialee, pero no lo hago. No puedo hacerlo. No cuando una parte de mi cerebro que me grita que debo guardar silencio y salir de aquí. No cuando el instinto me grita que debo escapar.

«¡Deja la paranoia y vuelve a la cama!», digo para mí misma, pero, presa de una determinación que no sabía que poseía, avanzo por el pasillo con la mayor cautela que puedo.

Mis pies descalzos son silenciosos mientras dirijo mis pasos en dirección a las escaleras. Para este punto, no estoy muy segura de haber soñado o no lo que escuché. No sé si solo estoy siendo una ridícula o realmente hay algo de qué preocuparse.

Estoy a punto de llegar al estrecho pasillo de las escaleras. Escasos metros me separan del inicio del descenso, cuando ocurre.

Los vidrios de toda la estancia estallan de manera estruendosa, seguido de los jarrones y vasijas que se encuentran sobre todos los muebles. El mundo de cristal que es esta casa se despedaza ante mis ojos y un grito ahogado se me escapa.

Me toma unos instantes reaccionar y tratar de cubrirme la cabeza con mi brazo sano, mientras me agazapo en el suelo; pero, aun así, puedo sentir el ardor y el escozor de los vidrios rozándome las piernas y los brazos. Alguien grita el nombre de Gaela al final del pasillo, un segundo antes de que el sonido atronador similar al de una trompeta lo invada todo.

«¡Muévete!», grita la parte activa de mi cerebro y me obligo a empujarme para ponerme de pie.

Apenas tengo tiempo de alzarme, cuando decenas de figuras luminosas se adentran por las ventanas a toda velocidad.

—¡Bess! —alguien grita a mis espaldas, y siento como tiran de mí apenas unos instantes antes de que algo pase a centímetros de mi cabeza—. ¡Corre!

Reconozco la voz de Daialee, pero ni siquiera me giro para mirarla. Me limito a moverme lo más rápido que puedo.

Estamos corriendo. Corremos escaleras abajo y me tomo un instante para mirar hacia arriba, hacia el caos de luces que ha invadido la planta superior. Un grito de miedo amenaza con escaparse de mis labios cuando observo como las figuras luminosas comienzan a tomar forma humana, justo como hicieron las sombras —los Grigori— cuando me atacaron en la fiesta de Phil Evans.

—Mierda… —el pánico en la voz de Daialee me hace saber que ella también los ha visto transformarse—. ¡Vámonos de aquí, Bess! ¡Más rápido!

Entonces, acelero el paso.

Estamos en la planta baja. Daialee corre justo detrás de mí y el caos retumba en la planta superior. En ese momento, otro estallido resuena, pero esta vez, es aquí, en la planta baja. Centenares de jarrones estallan a nuestro alrededor y siento como soy empujada hasta caer al suelo segundos antes de que una lluvia de cristales caiga sobre mí. Otra explosión lo invade todo y un grito horrorizado se escucha a lo lejos.

—¡Ya vienen! —el chillido aterrorizado de una voz vagamente familiar me hace avanzar a gatas por toda la estancia.

—¡Mikhail! —pido a la nada y me corrijo a mí misma—: ¡Miguel!, ¡Miguel, por favor…! ¡Por favor, ven!

Pero nada ocurre.

—¡Vamos! —Daialee dice, y asiento sin dejar de murmurar una y otra vez el nombre real de Mikhail.

Estamos llegando a la cocina cuando me atrevo a echar un vistazo rápido hacia atrás. Es apenas un segundo el que me permito mirar, pero, cuando lo hago, me arrepiento.

Un ángel se cierne sobre Karen, quien viene justo detrás de nosotras y, sin más, algo la atraviesa de lado a lado. En ese momento, la sangre empieza a manchar su camisón de dormir. Un grito de puro terror se construye en mi garganta cuando veo a la bruja detenerse en seco y toser un líquido espeso de color carmesí.

Daialee ha dejado de correr. Se ha detenido para gritar el nombre de su amiga. Esa que ha comenzado a desangrarse debido a una herida mortal provocada por un arma invisible a nuestros ojos.

Lágrimas de pánico se acumulan en mis ojos, pero tiro del brazo de la chica que no ha hecho más que tratar de cuidarme y la obligo a avanzar a toda velocidad hasta llegar al patio.

Los gritos dentro de la casa me ponen la carne de gallina, y la culpa y la ira se arremolinan en mi pecho a toda velocidad.

Daialee grita por su abuela y su madre, por Karen y Niara. Grita por todo lo que le ha sido arrebatado por mi culpa y la oscuridad se cuela en mis huesos.

Un puñado de ángeles sale de la casa que se encuentra justo detrás de nosotros, y se acercan a toda velocidad.

«No. Ellos no pueden hacer esto. No pueden ganar tan fácilmente», mi mente viaja a toda marcha. «Ellos no pueden hacer esto. No tienen el derecho».

Lágrimas furiosas se me escapan y siento cómo mi pecho se llena de algo desconocido y doloroso.

Ira cruda y cegadora me invade por completo y entonces, grito. Grito con todas mis fuerzas y la tierra se cimbra debajo de mis pies; y el mundo entero se detiene durante unos instantes, antes de que decenas de alaridos torturados de voces desconocidas lo invadan todo.

Las figuras luminosas que sobrevuelan por encima de mi cabeza, junto con las que se acercan a toda marcha, caen con estrépito en el suelo y comienzan a deshacerse, mientras mis pulmones arden y escuecen.

Caigo sobre mis rodillas.

Mi cuerpo entero tiembla debido al coraje incontenible. Un sonido aterrador e inhumano se me escapa y todo es difuso a mi alrededor.

Algo caliente corre por mis muñecas y un sollozo brota de mi garganta, antes de que el llanto se haga cargo de mis emociones.

Entonces, me detengo.

El grito muere en mis labios y caigo al suelo con tanta fuerza, que mi cabeza rebota contra el pasto húmedo.

Estoy aturdida, adolorida y mareada, así que me aovillo en el suelo y lloro. Lloro hasta que todo vuelve a su lugar. Hasta que todo vuelve a su posición y unas manos cálidas tiran de mí. Hasta que soy retirada de la hierba húmeda para ser acunada con cuidado contra algo firme y cálido.

—E-Ella… —alguien balbucea—. Ella los… l-los…, Oh, Dios mío. ¡Ella los mató!

—Necesito que te quedes aquí mientras inspecciono adentro —la familiar voz ronca invade mis oídos y sé que es Mikhail—. Si alguien allí dentro logro esconderse…

—No —es Daialee quien habla. Puedo reconocerla ahora—. N-No quiero quedarme aquí con ella. No puedo. Yo no... Y-Yo…

—No va a hacerte daño —Mikhail la interrumpe—. Bess no es capaz de hacerle daño a nadie.

Se hace el silencio.

Quiero decir algo, pero no puedo moverme. Estoy paralizada por completo en los brazos del demonio que no deja de protegerme.

«¿Por qué no puedo moverme?».

—De acuerdo —Daialee dice, finalmente—. Me quedaré con ella.

—Bien —Mikhail habla y siento como me deposita en el suelo con mucho cuidado—. Ahora regreso. No tardaré demasiado.

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