Demon

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Capítulo 25

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preLudio

—¿Pueden repetirme qué hacemos aquí? —Axel susurra a mis espaldas, al tiempo que miro hacia la entrada del estacionamiento del edificio.

Daialee y yo estamos agazapadas entre dos coches aparcados, mientras que él simplemente está de pie detrás de nosotras. Ahora mismo me encantaría poder ser como él. Todo sería más fácil si ningún ser humano ordinario pudiese verme. Podría entrar al complejo, tomar mis pertenencias y marcharme con toda la tranquilidad existente en el mundo sin preocuparme por nada; sin embargo, me encuentro aquí, escondida patéticamente, mientras espero a que el coche de mi tía Dahlia salga del aparcamiento para así poder echar a andar mi plan.

—Necesito tomar unas cosas de mi habitación —mascullo, sin apartar la vista de la oscura entrada que da al piso subterráneo del edificio.

—¿Y qué esperamos, entonces? —suelta y lo miro con cara de pocos amigos.

—Esperamos a que mi tía salga a trabajar —digo, entre dientes—. No puedo entrar a ese lugar, hacer una maleta y marcharme sin más. No sin enfrentarme a ella.

El ceño del íncubo se frunce ligeramente.

—¿De verdad? —musita—. Es extraño. De dónde yo vengo, si tu madre no te vende antes de que cumplas dos años, es porque planea comerte o fornicar contigo.

—Eso es asqueroso —Daialee suelta en voz baja y no puedo hacer otra cosa más que asentir en acuerdo.

Las cejas de Axel se alzan.

—Solo para que lo sepan —dice, y no me pasa desapercibido el tono defensivo que utiliza—. Mi madre me vendió al Supremo. No me folló ni nada.

—No queríamos saberlo —Daialee dice, mientras finge un estremecimiento de pura repulsión.

El íncubo rueda los ojos al cielo.

—¡Diablos! Yo solo quería puntualizar una diferencia entre su especie y la mía.

—¿Y cuál era esa? —Daialee refuta, al tiempo que clavo los ojos de vuelta en la calle.

—¡Que ustedes los humanos se preocupan demasiado por los suyos! —Axel exclama—. En casa, si yo hubiese tomado mis cosas para marcharme, a nadie le habría importado una mierda.

—Es porque de dónde tú vienes, no existen los sentimientos —la bruja dice.

—¿Se supone que tratas de ofenderme con eso?

—¿Quieren callarse? —siseo, al tiempo que hago un gesto hacia la acera—. Trato de concentrarme aquí.

—No trato de restarle importancia a tu enojo momentáneo, pero —Axel hace un gesto de cabeza en dirección a la calle—, allá va.

Mi vista se vuelca en ese momento y enfoca al coche gris con vidrios ahumados que sale del estacionamiento subterráneo, y que pertenece a Dahlia.

Mi corazón da una voltereta furiosa.

Me encojo sobre mí misma, en un acto reflejo, pero sé que no puede verme y que, por más que lo desee, no va a detectarme. A pesar de eso, no puedo evitar agacharme hasta ser apenas perceptible.

Una punzada de dolor estalla en mi pecho cuando miro cómo el vehículo desaparece al virar al final de la calle. El aliento me falta durante una fracción de segundo, pero me las arreglo para acompasar mi respiración con una serie de inhalaciones profundas.

A pesar de eso, los latidos de mi corazón acelerado son cada vez más dolorosos y mis manos tiemblan ligeramente debido a las emociones reprimidas.

Un montón de recuerdos se arremolinan en mi cabeza y un puñado de piedras se asienta en mi estómago cuando caigo en la cuenta de que esta es, probablemente, la última vez que estoy en este lugar. La última vez que pongo un pie en estas calles.

Aún no puedo arrancar de mí la sensación de culpabilidad que se ha arraigado en mi pecho desde que tomé la decisión de marcharme sin despedirme. Dahlia ha hecho tanto por mí, que no sé cómo diablos es que voy a abandonarla. Renunció a mucho por acogerme y, a pesar de que no tenía obligación alguna de hacerlo, se portó como si fuese una madre para mí. Veló por mí en todo momento y nunca me faltó nada mientras estuve bajo su cuidado. ¿Cómo diablos voy a hacerle algo como esto cuando me ha dado tanto?...

Apesta tener que abandonarla después de todo lo que ha pasado.

Trago duro, en un débil intento por aminorar la quemazón en la parte posterior de mi garganta y me obligo a desviar la vista para observar la entrada del edificio.

Las puertas de cristal se extienden en la acera de enfrente y, de pronto, acortar la distancia que nos separa, supone un reto.

Una mano cálida y delgada se posa sobre la mía y vuelco mi atención a toda velocidad hacia Daialee, quien esboza una sonrisa triste mientras aprieta mi mano entre sus dedos.

—Puedes hacer esto —me alienta en voz baja y tomo una inspiración profunda antes de asentir.

Me aclaro la garganta.

—Vamos ya —digo y me pongo de pie para cruzar la calle.

Mi corazón golpea contra mis costillas con tanta fuerza, que temo que pueda hacer un agujero a través de ellas; la ansiedad es tan intensa en este momento, que las ganas de vomitar se han apoderado de mí en un abrir y cerrar de ojos. Estoy tan nerviosa, que las ganas de volver sobre mis pasos, apenas me dejan concentrarme.

Aprieto los puños y los dientes.

Sé que Daialee viene detrás de mí y que Axel avanza justo detrás de ella, pero me siento más solitaria que nunca. Nunca me pasó por la cabeza que haría algo como esto.

Cuando cruzo el umbral que da a la recepción, me las arreglo para regalarle una sonrisa tensa al guardia de seguridad. Él me mira con gesto extrañado, pero me dedica una sonrisa de cualquier modo.

—¿Crees que el tipo ese vaya a llamar a tu tía? —dice Daialee, una vez que empieza a caminar a mi paso.

Cierro los ojos durante unos segundos.

—Estoy segura de que va a hacerlo. Tenemos que darnos prisa.

—Me quedaré aquí, entonces —ella anuncia, al tiempo que se detiene en seco. Axel y yo nos volcamos para mirarla—. Alguien necesita vigilar en caso de que tu tía regrese.

—Tienes razón —digo, y la observo sacar su teléfono celular del bolsillo de sus vaqueros.

—Dame tu número. Te llamaré si veo su coche —dice y, entonces, digo mi número en voz baja para que solo ella pueda escucharlo.

—Gracias —asiento, al tiempo que trato de esbozar una sonrisa.

Ella me regala un guiño.

—Si veo algo extraño, te llamo de inmediato para que salgas de ahí, ¿está bien?

Asiento una vez más.

—Si ves algo más peligroso que mi tía, vete —pido, mientras me envuelve en un abrazo rápido.

—No lo haré. Lo sabes —ella suelta con determinación y mi corazón se estruja otro poco. Entonces, se aparta de mí y me regala una sonrisa nerviosa—. Vayan —hace un gesto en dirección al corredor—. Tengan mucho cuidado, por favor.

—Todo estará bien —digo. No estoy segura de si trato de convencerla a ella o a mí misma—. Estaremos de vuelta en unos minutos.

La preocupación que tiñe el gesto de Daialee lo único que hace es ponerme más nerviosa.

—No tarden demasiado —dice, y se las arregla para sonar serena mientras lo hace.

Entonces, se echa a andar en dirección a la avenida.

Axel no habla mientras tomamos el ascensor, pero sé que está nervioso. Yo también me siento muy ansiosa y no logro averiguar muy bien por qué. No logro describir la sensación vertiginosa que se ha apoderado de mis entrañas, pero sé que está acabando con la poca tranquilidad que queda en mi cuerpo.

—Percibo algo —el íncubo habla en voz baja, varios pisos antes de llegar a nuestro destino.

—¿Ángeles? —pregunto, con ansiedad.

Él niega con la cabeza.

—Se siente como si… —frunce el ceño—. Como alguien hubiese dejado caer un manto sobre este lugar. No puedo describirlo. Es energía muy densa. Pesada.

—¿Crees que debamos regresar? —el pánico tiñe mi voz, pero Axel niega con la cabeza.

—No creo que sea necesario, es solo que… —suelta un suspiro tenso y entrecortado—, jamás había percibido algo así. Quizás solo estoy siendo paranoico y se trate únicamente de los aceites de protección que la abuela de Daialee le dio a Mikhail. Se siente muy similar a la magia de esa vieja arrugada.

—Más respeto hacia los muertos —digo, al tiempo que las puertas del elevador se abren.

—Los muertos pueden venir a morder mi trasero —Axel bromea, pero hay tensión en el tono de su voz.

—No eres gracioso —mascullo, mientras caminamos fuera del reducido espacio y avanzamos en dirección a la puerta del apartamento de Dahlia.

—Lo soy —él refuta—. Lo que ocurre es que estoy nervioso y no puedo imprimirle mi toque. —Sonríe con aire ansioso—. Terminemos con esto o va a darme un jodido ataque al corazón.

—¿Los demonios pueden tener ataques al corazón?

—No lo sé —se encoge de hombros—, pero no quiero averiguarlo.

Una carcajada corta y aliviada se me escapa, y él sonríe un poco antes de que nos detengamos frente a la entrada del apartamento.

Estoy a punto de introducir la llave en la cerradura, cuando la mano de Axel se coloca sobre la mía para detenerme. En ese preciso instante, un aullido de dolor se le escapa y aparta su tacto de mí.

—¡Por el más grande de los infiernos! —exclama—. ¡¿Me quemaste?! ¡Maldita sea! ¡Eres una jodida antorcha humana!

—¡Lo siento! —exclamo—. ¡Lo siento! ¡No lo controlo! ¡No sabía que intentarías tocarme!

Axel sacude la mano una y otra vez, al tiempo que aprieta los dientes y niega con la cabeza.

—¡No vuelvo a ponerte una puta mano encima, joder! ¡Esto duele hasta el culo! —exclama y lame la palma de su mano, en un intento por aminorar el ardor que, seguramente, siente en este momento.

—Entremos para ponerte algo de hielo —digo y me apresuro a quitar el pestillo del cerrojo.

Entonces, me adentro en el apartamento.

Axel sigue intentando diluir el dolor de su mano con el inexistente poder de su saliva.

—Iba a decirte que Mikhail estuvo aquí recientemente —dice, en un susurro, al cabo de unos instantes dentro del lugar.

Me congelo en mi lugar y lo encaro.

—¿Qué?

Él asiente.

—Y no fue hace mucho tiempo —dice—. Su esencia aún es persistente. Seguro está buscándote.

Mi pecho se estruja.

—Seguro pretende mantenerme encerrada hasta que alguien más tome su lugar —mascullo.

El silencio que le sigue a mis palabras es más doloroso que cualquier cosa que Axel pudiese haber dicho, así que me dedico completamente a la tarea de conseguirle un hielo para la mano, para así distraerme de la sensación de desasosiego que me embarga.

Me adentro en la cocina sin siquiera esperar a que me alcance y abro la nevera para tomar un par de cubos de hielo. Entonces, busco una bolsa de plástico y los acomodo dentro antes de salir a buscar al íncubo.

Acto seguido, los pongo sobre su mano para aminorar la hinchazón y el malestar.

—No lo entiendo —Axel musita, al cabo de un largo rato. Su vista está fija en su mano inflamada y un estremecimiento me recorre el cuerpo al notar el color rojizo de su piel—. Hace unos días el tipo no podía hacer otra cosa más que preocuparse por ti y ahora… —se detiene unos instantes—. Ahora ya ni siquiera está a tu alrededor.

Un nudo ha comenzado a formarse en mi garganta, pero me las arreglo para mantenerlo controlado y a raya.

—Él siempre quiso volver a su mundo —digo, y me sorprende la firmeza de mi voz.

—Él decía que estaba… —se detiene abruptamente y yo cierro los ojos para alejar los ridículos pensamientos de mi cabeza. Esos que sugieren que Axel estuvo a punto de decir que Mikhail estaba enamorado de mí.

—Ya no importa —digo, sin darle tiempo de terminar la oración—. Él ha tomado una decisión acerca del rumbo que desea seguir. Es tiempo de que nosotros hagamos lo mismo.

Axel deja escapar un suspiro lento y pesaroso, mientras que yo me limito a ver cómo trabaja en la quemadura. Ninguno de los dos dice nada más. Dejamos que el peso de mis palabras se asiente entre nosotros.

—Será mejor que me ponga manos a la obra —digo, finalmente, al cabo de unos instantes en silencio.

Axel asiente.

—No demores mucho.

Niego.

—Ya regreso —digo y me encamino hasta mi habitación.

Entonces, el mundo estalla.

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