Demon

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Capítulo 28

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laZo

Estoy cayendo.

Mi visión es un caleidoscopio de colores oscuros, imágenes recortadas y emociones sin sentido. Una serie de sonidos amortiguados, gritos, movimientos bruscos y toques suaves y dulces.

Bailo en el limbo de la inconsciencia. Me muevo de un lado a otro entre imágenes inconexas y sin orden, hasta que la opresión que me envuelve es tan grande, que no puedo hacer otra cosa más que concentrarme en ella y en la forma en la que me domina y me doblega a su antojo.

Alguien dice mi nombre. Alguien susurra palabras tranquilizadoras contra mi oído y siento otra clase de opresión. Una más cálida. Más amable. Más… dulce.

No puedo dejar de temblar, no puedo dejar de estremecerme con violencia mientras el mundo va y viene.

Tengo apenas un vistazo de un rostro familiar que trae oleadas de tranquilidad a mi sistema, pero no logro ponerle un nombre. No logro conectar los puntos en mi cabeza para saber quién es la persona que me sostiene con fuerza.

Mi boca balbucea algo incoherente y trato de estirar las manos para alcanzar el rostro del hombre que me acuna.

No logro tocarlo. No logro hacer nada más que anhelar el tacto de su piel entre mis dedos, porque no tengo fuerza suficiente para alzar los brazos. No tengo fuerza suficiente para seguir luchando.

—No está funcionando —el sonido ronco y profundo de una voz masculina inunda mis oídos, pero no puedo abrir los ojos. No puedo arrancar de mi cuerpo la pesadez que se ha asentado en él, y tampoco puedo librarme del dolor insoportable de mi pecho—. ¡Maldita sea!, ¡no está funcionando!

—Te lo advertimos —dice una voz desconocida para mí—. No está en nuestras manos hacer que ella venza a lo que sea que lleva dentro. Es una batalla que es suya y de nadie más. Hicimos lo que pudimos. Solo queda esperar.

Lucho para librarme de la bruma que me invade, pero no puedo hacerlo. No puedo apartar la pesadez extrema que se ha apoderado de mí.

—Tiene que haber algo que puedan hacer —la voz masculina insiste y, poco a poco, va dibujándose un rostro en mi memoria.

Cabello negro como la noche, piel clara, ojos color gris, postura desgarbada, sonrisa torcida, gesto arrogante…

«¡Mikhail!».

Lucho con más fuerza. Lucho con toda la determinación que puedo y siento cómo la presión del poder disminuye considerablemente. Siento cómo mi cuerpo entero se relaja cuando las hebras se aflojan y me permiten mover los párpados.

La luz se filtra a través del suave movimiento de mis pestañas y, de pronto, me encuentro luchando por abrir los ojos.

—Bess… —el sonido aliviado de su voz, aunado al tacto suave de su mano en la mía, consiguen traerme un poco más de fuerza de voluntad y, pese a que todo mi cuerpo aún se encuentra atrapado entre las cuerdas de energía, consigo abrir los ojos.

El techo abovedado de la cúpula es lo único que soy capaz de ver en este momento, pero es suficiente para hacer que los recuerdos acerca de lo ocurrido se agolpen en mi cerebro a una velocidad alarmante.

La angustia comienza a abrirse paso en mi adormilado sistema y, de pronto, me encuentro retorciéndome en la superficie dura que se encuentra debajo de mí para escapar de la prisión que yo misma he creado para mí. Esa hecha a base de hilos de energía entrelazados con mucha brusquedad.

Alguien habla, pero no pongo atención a lo que dice. No hago nada más que permitir que el pánico se apodere de mí y me haga añicos. No hago nada más que jadear en busca del aire que no he podido recuperar del todo.

Soy removida del suelo y unos brazos cálidos se envuelven alrededor de mi cuerpo inservible. Entonces, las hebras se tensan a mi alrededor y un espasmo adolorido me recorre la espina. Un sonido torturado se me escapa y tengo que morderme el interior de la mejilla para no gritar.

«Esto es demasiado. No puedo soportarlo. No. Puedo…».

—¡¿Qué está pasándole?! —la voz de Daialee suena lejana, pero puedo reconocerla de inmediato. El alivio me llena el pecho en ese momento—. ¡Dios mío! ¡Alguien haga algo!

—El poder que posee la está matando —otra voz femenina habla—. Es demasiado para ella. Los cuerpos comunes no son capaces de soportar esa clase de fuerza.

—¿Vas a cumplir con tu parte del trato, Rafael? —Mikhail habla, y me sorprende sentir la vibración provocada por su voz, contra mi mejilla. Es solo hasta ese momento que me doy cuenta de que es él quien me sostiene—. ¿Puedo confiar en que vas a dejarla tranquila una vez que…? —se detiene un segundo—. ¿Una vez que te dé lo que quieres?

Quiero protestar. Quiero preguntar qué está pasando, pero no puedo hacerlo. No puedo hacer nada más que concentrarme en el dolor que me consume de adentro hacia afuera.

—Por supuesto —Rafael responde—. Ya te lo dije. Tienes mi palabra.

Nadie dice nada, así que lucho una vez más para abrir los ojos.

—¿Estamos listos, entonces? —la voz femenina que no logro reconocer habla de nuevo.

—¿Están seguras de que esto funcionará? —Mikhail suena aterrorizado.

—No podemos garantizarte nada, demonio —dice la voz—. Lo único que podemos asegurarte, es que es la única manera.

—Bien —el chico de los ojos grises responde, pero me aprieta con más fuerza contra su pecho. Entonces, a través de mis pestañas, observo cómo se inclina y presiona sus labios contra los míos.

El suave tacto hace que mi pecho aletee con violencia, pero no puedo corresponderle. No puedo hacer nada más que sentir cómo se aparta de mí y me apoya en el suelo.

—Perdóname, amor —susurra, con la voz entrecortada y, de pronto, algo pellizca la piel de mi pecho. Mi vista baja hacia mi cuerpo en ese instante, y noto cómo la mano de Mikhail tiembla en el agarre del mango de un cuchillo. Un cuchillo que está enterrado en mi pecho.

No duele. A pesar de todo, no puedo sentir nada. La sangre que emana de la herida es abrumadora y alarmante… pero no duele.

El miedo se arraiga en mis venas a toda velocidad y miro a Mikhail, quien clava sus ojos en los míos. La profunda tristeza que refleja su expresión me rompe en pedazos y me destroza poco a poco.

—Perdóname, vida… —susurra, con voz estrangulada.

Entonces, todo se vuelve negro.

Tengo frío.

Mi cuerpo entero está envuelto en un manto helado, pero ya no hay dolor. Ya no hay espasmos incontrolables, ni redes tejidas sobre mi cuerpo, ni energía desbordante.

Solo hay… frío.

Me siento ligera. Ajena a este mundo. Ajena a todo lo que me rodea y a todo lo que alguna vez me hizo daño.

Me siento tan tranquila…

—Despierta —alguien dice, pero no quiero hacerlo. Quiero quedarme aquí.

—Bess —me llaman—, despierta.

No me muevo. Me quedo quieta donde estoy.

—Cielo, por favor…

El aire inunda mis pulmones con tanta violencia, que duele. Un sonido estrangulado brota de mi garganta y soy plenamente consciente de la prensa que atenaza mi pecho. Soy plenamente consciente del modo en el que mi cuerpo reacciona ante el oxígeno que lo invade y de la frialdad de mi cuerpo.

No puedo dejar de temblar. No puedo dejar de mirar hacia todos lados mientras trato de controlar el latido intenso de mi corazón y el sonido jadeante que hace mi garganta cuando trato de respirar con normalidad.

Estoy aterrorizada, pero ni siquiera recuerdo por qué. Todos los músculos de mi cuerpo me piden que me levante de donde sea que me encuentro y que corra con todas mis fuerzas, pero lo único que consigo es forcejear contra lo que sea que me mantiene en mi lugar.

—¡Bess! —alguien grita—, ¡Bess, tranquila!

Pero no me detengo. No puedo hacerlo. No cuando un montón de imágenes incoherentes se arremolinan en mi memoria. No cuando una en específico me tortura de un modo impresionante.

Me sostienen con fuerza. Mi cuerpo ha sido aprisionado en el pecho de otra persona y trato, desesperadamente, de apartarme sin éxito.

—¡Soy yo! ¡Bess, soy yo! —la voz suena una vez más y el tono familiar hace que mi lucha vacile unos instantes—. ¡Mírame! ¡Por favor, mírame!

El agarre en mi cuerpo cede unos instantes antes de que mi rostro sea ahuecado entre un par de manos grandes y cálidas.

Entonces, mi vista se llena de él. Se llena del rostro de Mikhail.

Sus ojos grises me miran con tanta intensidad, que me quedo quieta; su mandíbula está tan apretada, que temo que pueda romperla; su ceño está fruncido en un gesto tan angustiado, que no puedo evitar querer pasar mi dedo por ahí para deshacer la arruga que se le ha formado entre las cejas. Luce tan descompuesto que, por un momento, parece otra persona.

—Estás bien —dice, con aquel tono de voz preocupado y desesperado de hace unos instantes—. No pasa nada, Cielo. Estás bien.

Trago duro.

—¿Qué pasó? —mi voz suena tan desgarrada y destrozada, que apenas puedo reconocerla. Trato de aclararme la garganta, pero el pinchazo de dolor que me atraviesa me hace detenerme.

Mikhail no responde. Desvía la mirada y deja caer la cabeza, en un gesto que denota agotamiento, cansancio y pesar.

Aprovecho esos instantes para echar un vistazo al lugar en el que nos encontramos.

Por un momento, me siento tan aturdida, que no logro reconocer la estancia abovedada. Por unos instantes, me siento tan abrumada, que apenas puedo detectar la alarmante cantidad de bultos brillantes que hay tirados por todo el suelo.

Entonces, los recuerdos toman un poco de más sentido.

Rafael, los ángeles, su tortura, la manera en la que intentó provocarme, el poder incontrolable, las imágenes inconexas, la pesadilla acerca de Mikhail clavándome un cuchillo en el pecho…

Mi corazón se acelera un poco más. El pánico empieza a instalarse en mi estómago.

Me libero del agarre de Mikhail y me pongo de pie —a pesar de que mis piernas apenas responden— y comienzo a girar en redondo con lentitud.

Lo primero que veo, es a las brujas: Daialee, Niara y las dos mujeres atadas, se encuentran de pie a pocos metros de distancia de donde nos encontramos Mikhail y yo, y nos miran con expresiones que están a la mitad del camino entre la angustia y el alivio.

—Bess —Mikhail habla, pero yo ya he continuado con mi inspección—. Por favor, habla conmigo.

No respondo. Me limito a mirar a detalle todo mi entorno.

Las paredes de la cúpula están resquebrajadas y no logro recordar si ya se encontraban así cuando llegué. Tampoco logro recordar si el suelo estaba así de deshecho como ahora.

Me siento aletargada, lenta… extraña.

Como si estuviese debajo del agua, intentando escuchar lo que hay allá en la superficie. Como si el mundo y yo estuviésemos en dos dimensiones diferentes e incompatibles.

La sensación de vacío que siento en el pecho es casi tan grande como la confusión que me invade, pero no puedo hacer nada más que girar sobre mi eje con lentitud para absorber la realidad que me invade.

Poco a poco y con mucha lentitud, las imágenes frente a mí empiezan a tomar sentido y, de pronto, me encuentro sin poder apartar la mirada de los bultos que están desperdigados por todo el suelo.

El horror se asienta en mi sistema conforme las piezas van uniéndose en mi cabeza y, de pronto, me siento asqueada.

«¡Son ángeles! ¡Los bultos son ángeles muertos!», grita la parte activa de mi cerebro, y la sensación de lejanía se disipa un poco; lo suficiente como para hacerme sentir aterrorizada.

—Oh, Dios… —mi voz sale en un susurro entrecortado.

Un cuerpo se interpone en mi campo de visión, pero ya es tarde. Lo he visto todo. He visto las consecuencias del poder desmedido que los Estigmas tienen.

Mis ojos están abnegados en lágrimas y no puedo hacer nada más que apretar los puños para contener los estremecimientos de pánico que me invaden.

—Bess, por favor, mírame —Mikhail pide, pero no quiero hacerlo. No quiero alzar la vista para encararlo porque sé que él sabe que soy un monstruo.

Esta es la razón por la cual todo el mundo le decía que debía deshacerse de mí. Este es el motivo por el cual los ángeles me buscaban. Soy un jodido monstruo. No debo de existir. No debo tener esta clase de fuerza.

—Bess, amor, no te tortures así —el tono suplicante del demonio frente a mí solo consigue acrecentar la sensación de culpa—. No es tu culpa. No has podido controlarlo.

Mis ojos se alzan para encararlo y su expresión preocupada me hace sentir más miserable.

—¿Qué fue lo que pasó? —mi voz se quiebra debido a las lágrimas contenidas y él alza una mano para tocarme, pero yo me aparto.

Algo extraño se retuerce en mi pecho. Como si alguien hubiese tirado de una cuerda invisible atada a mi corazón.

Mikhail traga duro.

—¡Oh, por el amor de Dios! Déjate de dramatismos y cuéntaselo ya. No tengo tiempo para esto —el sonido arrogante de la voz de Rafael me eriza los vellos de la nuca y, en ese instante, vuelco mi atención hacia el fondo de la estancia.

El arcángel está ahí, de pie, recargado contra la pared, con gesto aburrido y perezoso y, a pocos metros de distancia de él, se encuentran Gabrielle y el Ángel de la Muerte: Ashrail. Ninguno de los dos dice nada. Ambos se limitan a observarnos con expresiones estoicas y calmadas.

No sé cómo demonios no me di cuenta de su presencia en la habitación. No sé por qué diablos me siento tan desconectada de todo.

Mi atención se vuelca hacia Mikhail cuando asimilo la escena que se desarrolla delante de mis ojos, y noto cómo su gesto se descompone en una mueca que luce torturada y angustiada.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué están ellos aquí? ¿Qué…?

—Lo siento —Mikhail me interrumpe—. Lo siento mucho, Bess.

—¿Por qué? ¿Qué ocurre? —la angustia se filtra en el tono de mi voz y siento cómo las ganas que tengo de llorar incrementan con cada segundo que pasa.

El chico delante de mí baja la mirada y, por primera vez desde que lo conozco, luce vulnerable.

—¿Mikhail? —sueno suplicante.

No me mira.

—Entenderé si me odias —dice, en un tono de voz que apenas es audible.

—¿Por qué habría de odiarte? ¿Qué diablos está pasando? —Sueno cada vez más alterada.

Su vista encuentra la mía.

—Estabas muriendo —su voz se quiebra—. No sabía qué hacer. No había otra opción. Yo…

—Tú, ¿qué?

Se hace el silencio.

—Te asesinó —Rafael dice, al cabo de unos segundos en completo silencio y se siente como si me hubiesen golpeado con un mazo en el estómago.

Mi vista se posa en un punto detrás de Mikhail, hacia el lugar donde se encuentra Daialee, y ella solo desvía la mirada. Entonces, miro a la bruja que se encuentra detrás de ella. Esa que es aterradora hasta la mierda y que debería estar muerta.

De pronto, su aspecto no me parece tan terrorífico como antes. De hecho, ya no me parece perturbadora en lo absoluto.

Nuestros ojos se encuentran y su expresión se transforma ligeramente. Lo que antes no habría sido capaz de mirar, ahora me golpea con violencia contra la cara.

Luce… ¿Pesarosa? ¿Triste?

«Oh, mierda».

La verdad me golpea como un tractor demoledor y siento cómo toda la sangre de mi cuerpo se agolpa en mis pies, cuando recuerdo la conversación que tuve con Daialee acerca de estas mujeres. Cuando recuerdo cómo me habló acerca del lazo que esta bruja comparte con su compañera. En ese instante, la conmoción me paraliza.

No respiro. No me muevo. No hago otra cosa más que intentar poner orden a mis pensamientos.

—Bess… —Mikhail dice, en un susurro y mi vista se posa en él.

—¿Qué hiciste? —sueno más horrorizada de lo que espero.

Noto cómo su mandíbula se aprieta.

—No podía dejarte morir así —su voz es apenas un murmullo débil y triste—. Yo… —niega con la cabeza—. No sabes cuánto lo siento.

Estira un brazo para alcanzarme, pero me aparto.

—¿A quién me ataste? —pregunto, mientras trato de reprimir la oleada de emociones encontradas que me azota.

—A mí —dice, sin apartar sus ojos de los míos—. ¿No puedes sentirlo? ¿La presión en el pecho? ¿El lazo?

Mis manos empiezan a temblar porque lo siento. Puedo percibirlo. Es como una cuerda. Como un lazo que tira de mi corazón y lo estabiliza al mismo tiempo.

Doy un paso hacia atrás y luego otro y, de pronto, me encuentro acuclillada en el suelo, con las manos enredadas en las hebras de mi cabello y los pensamientos hechos un nudo incoherente.

—Bess… —Una pausa—. Cielo, escúchame —dice Mikhail a mis espaldas, pero no me giro para encararlo—. No tenemos mucho tiempo.

Froto mi cara con las palmas de mis manos y siento —gracias a la atadura— cómo se acerca. No necesito abrir los ojos para saber que está cerca. Muy cerca.

—Bess —el tono cálido que utiliza hace que mi pecho se estruje y, de pronto, siento cómo aparta mis manos de mi cara con gentileza. Su gesto está cargado de tristeza y resignación—, necesito que sepas esto, ¿de acuerdo?

Niego con la cabeza con frenesí, pero él ahueca mi rostro entre sus manos y me obliga a mantenerme quieta.

—Rafael va a dejarte tranquila —dice—. Vas a tener una vida tranquila de ahora en adelante: vas a ir a la universidad, vas a casarte, tener hijos y envejecer como cualquier otro ser humano.

Sus ojos lucen vidriosos.

—No —digo, porque no quiero que continúe.

Él asiente.

—Lo harás, Cielo —asegura—. Serás feliz. Vivirás tranquila y morirás cuando ni siquiera puedas recordar tu nombre. Entonces, y solo entonces, El Fin empezará.

Niego con la cabeza. El nudo en mi garganta es tan intenso ahora, que me cuesta, incluso, tragar saliva.

—¿Qué está pasando? —digo, en un tono de voz apenas audible.

Mikhail une su frente a la mía.

—Lamento haber dudado —dice, con voz inestable—. Lamento no haberte elegido a ti en primera instancia.

La sensación de que todo va terriblemente mal se apodera de mi cuerpo y no puedo deshacerme de ella. No puedo alejar de mi cabeza a la insidiosa voz que dice que está despidiéndose de mí.

—Hice un trato con Rafael —dice, al cabo de unos segundos. Mi corazón se salta un latido y acelera su marcha, mientras él continúa—: Mi parte angelical, a cambio de una vida larga y tranquila para ti. —Se aparta un poco para mirarme a los ojos—. No sé qué va a pasar conmigo una vez que renuncie a lo que queda de arcángel en mí. No sé si voy a convertirme en un demonio completamente o si voy a… —traga duro—. O si voy a morir —suelta una risotada carente de humor—. De verdad, espero que no sea así, porque entonces nada de esta mierda habrá valido la pena y voy a llevarte conmigo.

Niega con la cabeza y las carcajadas se esfuman.

—Ni siquiera sé si voy a ser capaz de recordarte cuando sea un demonio completo —susurra, con un hilo de voz.

—No —digo, en medio de un sollozo—. No, no, no, no…

—Bess —susurra, y nuestras frentes se unen una vez más—. Bess, solo quiero que sepas que eres la cosa más bonita que he visto en mi vida. —Su aliento cálido golpea las comisuras de mi boca—. Eres tan bonita como el cielo. —Lágrimas calientes y pesadas se me escapan, mientras le pido entre sollozos que no haga esto; sin embargo, no hace más que esperar a que mi llanto descontrolado ceda un poco. Entonces, dice—: Estoy enamorado de ti, Bess Marshall. —Sus pulgares acarician mis mejillas—. Me diste lo que nadie pudo darme. —Su voz se quiebra ligeramente—. Me diste la capacidad de amar. De sentir que mi mundo empieza y termina en la sonrisa de alguien. —Un sollozo se me escapa y aferro mis manos a las suyas para evitar que intente alejarse. Para evitar que intente soltarme—. Me diste lo que necesitaba para darme cuenta de que, más allá del bien o del mal, a quien yo elijo es a ti —susurra—. Y no me importa si soy un ángel o un demonio, siempre y cuando tú estés bien. Quiero que tengas la vida que mereces y que seas tan feliz como sea posible.

—Detente —suplico—. Por favor, no hagas esto.

—Te amo, Bess —dice y mi corazón se hace añicos—. Te amo, y no sabes cuánto lamento no habértelo dicho antes.

Entonces, me besa. Sus labios encuentran los míos en un beso lento, pausado y profundo. Un beso cargado de dolor, angustia, desesperación y alivio.

—No me dejes sola —pido, contra su boca, pero él no dice nada. Solo une su frente a la mía y coloca mi cabello detrás de mis orejas.

—No lo haré —promete—. Estoy atado a ti, ¿recuerdas?

Un sollozo se construye en mi garganta y me aferro a la piel desnuda de sus hombros. Él solo me estruja con fuerza contra su pecho y murmura algo en un idioma desconocido. Entonces, me deja ir y se pone de pie para encaminarse al centro de la estancia.

—¡No! —me precipito hacia él para tratar de alcanzarlo, pero alguien tira de mi brazo para detenerme.

En ese momento, vuelco mi atención hacia la persona que me impide avanzar y me encuentro de frente con la visión del ángel que se apoderó del cuerpo de Nathan. No dice nada, se limita a negar con la cabeza y tirar de mí hacia atrás para impedir que me acerque a Mikhail.

—¿Cómo se supone que haremos esto? —dice el demonio de los ojos grises, en dirección a Rafael. Yo, en ese momento, empiezo a gritar con toda la fuerza de mis pulmones.

El arcángel se aparta de su posición en la pared y esboza una sonrisa arrogante.

—Ya lo verás —dice Rafael antes de dirigir su atención hacia las brujas y decir en su dirección—: Ustedes, vengan aquí.

Vamos a necesitarlas.

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