Demon

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Capítulo 3

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confUsión

Voy tarde.

El corredor que da a mi aula está casi desierto, y eso es lo único que necesito para saber que llevo casi diez minutos de retraso.

Sé que mis intentos por llegar a clase son en vano. De nada sirve que corra por el pasillo cuando sé que la profesora Murphy no va a dejarme entrar al aula y va a mandarme directo a detención.

«¡Maldito sea el estúpido despertador! ¡Malditas sean las odiosas pesadillas!».

Las suelas de mis desgastadas Converse derrapan en el instante en el que me detengo frente a la puerta. Acto seguido, arranco los audífonos de mis orejas y los envuelvo en un puño antes de golpear la madera con los nudillos.

No pasan más de un par de segundos antes de que Gloria Murphy, mi maestra de álgebra avanzada, aparezca en mi campo de visión. Una de sus perfiladas cejas se alza cuando me ve, pero se toma unos instantes para regodearse en mi mueca preocupada y avergonzada, antes de adoptar una postura amenazante.

—¿Sí? —la arrogancia en el tono de su voz me hace querer golpearla, pero me limito a mirarla a los ojos mientras trato de recuperar el aliento.

—¿Puedo pasar? —mi voz suena agitada y temblorosa.

Ella mira el reloj de pared que se encuentra justo sobre el pizarrón, antes de volverse hacia mí.

—Llevas nueve minutos de retraso. ¿Crees que voy a dejarte entrar?

—Nunca he llegado tarde a su clase —protesto—. Además, ni siquiera ha sonado el segundo timbre.

Sus brazos se cruzan sobre su pecho y suspira con pesadez. Parece estar dividida entre lo que quiere hacer y lo que es correcto. Finalmente, se aparta de mi camino.

—Que sea la última vez que llegas tarde, Marshall.

Entro al salón de clases lo más rápido que puedo, pero sé que todo el mundo está mirándome. La humillación quema en mi torrente sanguíneo y se materializa en mi cara a manera de rubor. Pese a eso, avanzo entre las filas de butacas sin levantar el rostro para no ver a nadie directamente.

Estoy a punto de llegar a mi pupitre habitual, cuando me percato que hay alguien sentado en él. Me congelo al instante y, sin poder evitarlo, observo al intruso que ha osado sentarse en mi lugar. El desconocido tiene toda su atención fija en el libro de texto abierto frente a él, pero levanta su vista al sentir mi cercanía.

Entonces, todo mi mundo se tambalea.

Ojos grises me observan con fijeza y un escalofrío me recorre el cuerpo, poniéndome la carne de gallina. El aire se atasca en mis pulmones y un grito se construye en mi garganta. El chico del McDonald’s —el que me observaba desde el otro lado de la acera cuando corrí hasta casa después de mi sesión con el psicólogo, el que ha estado atormentándome en pesadillas durante toda la maldita semana— está aquí.

Está aquí y me observa con una frialdad indescriptible.

Se ve diferente. Su mandíbula angulosa —esa que antes mostraba una fina barba— está libre de vello y la manera en la que su cabello cae desordenado sobre su frente, le da un aspecto más… joven. A pesar de todo, sé que es él. Estoy segura.

Es imposiblemente atractivo, pero no es eso lo que me ha paralizado por completo. Es la inexpresividad en su rostro lo que hace que no pueda moverme. Lo que hace que quiera correr lejos.

Luce salvaje, cruel y aterrador, y al mismo tiempo, luce tranquilo y sereno; como un depredador a punto de devorar a una presa que no tiene escapatoria alguna.

La falta de emociones en su rostro es más terrorífica que cualquier gesto furibundo que haya visto en mi vida. Se siente como si estuviese mirando una estatua o una pintura, y no logro entender por qué, de pronto, tengo tanto miedo.

Es como si todo su ser despidiera un aura pesada y oscura. Como si mi subconsciente fuese capaz de percibir algo malo en él y es por eso por lo que me causa tanto repelús.

—¿Qué estás haciendo, Marshall? —la voz de la profesora Murphy suena a mis espaldas—. Toma asiento ya.

El chico frente a mí alza las cejas y mi estómago se revuelve con violencia. Estoy aturdida y abrumada, pero me obligo a avanzar hasta el primer asiento vacío que encuentro.

El temblor de mis piernas no se va ni siquiera cuando me siento y el pánico no hace otra cosa más que arraigarse en mi sistema.

Nadie parece afectado por la presencia de este chico en el aula. Nadie cuchichea o hace comentarios respecto al tipo nuevo en la reducida habitación y eso, por sobre todas las cosas, me descoloca. Me lleva al borde del ataque de ansiedad.

Es como si estuviesen acostumbrados a su presencia. Como si llevase aquí el curso entero y su presencia no supusiera ninguna novedad.

«¿Será que acaso solo yo puedo verlo?», pienso, pero, entonces, me percato de la mirada sugerente que una chica le dedica, y de la sonrisa ladeada que él le regala en respuesta.

El alivio viene a mí en oleadas intensas en ese momento y, sin que pueda detenerme, dejo escapar un suspiro cargado de alivio. No puedo evitarlo. El miedo que le tengo a la locura es tan grande, que el solo hecho de saber que alguien más es capaz de verlo me reconforta sobremanera.

La mujer frente a la clase comienza a hablar acerca de términos matemáticos que no entiendo del todo. El álgebra nunca ha sido mi fuerte y, aunado a la confusión abrumadora que me ha invadido desde que llegué, me hacen imposible concentrarme en nada que no forme parte del nudo de emociones que se ha formado en la boca de mi estómago.

Mi vista está clavada en la nuca del chico que está sentado a pocas bancas delante de mí, y solo puedo estrujarme la mente para encontrarle algo de sentido a lo que está pasando.

Al finalizar la clase, todo mundo se precipita fuera del aula. Yo me retraso un par de segundos porque apenas soy capaz de conectar mi cerebro con mis extremidades, pero, luego de unos minutos de cavilaciones sin sentido, tomo mis cosas y avanzo como puedo por el estrecho corredor que se ha creado entre los pupitres.

Estoy a punto de pasar junto al tipo de mis pesadillas, cuando este se levanta y se gira sobre sus talones para encararme. Yo tengo que dar un paso hacia atrás para mantener mi espacio vital intacto, pero él ni siquiera se inmuta. Mi ansiedad, sin embargo, crece en ese preciso instante y, de pronto, quiero vomitar. Quiero devolver el contenido de mi estómago porque estoy demasiado angustiada. Demasiado alterada.

El nudo de ansiedad que me atenaza las entrañas es tan intenso que duele y mi corazón late con tanta fuerza que temo que vaya a hacer un agujero y escapar. La carne blanda de mis palmas se siente adolorida y entumecida porque me he clavado las uñas sin parar. Me siento tan agobiada ahora mismo, que todo es abrumador.

De no ser por el dolor que siento en las manos, juraría que todo esto es un sueño. Una mala jugada de mi cerebro.

Una sonrisa perezosa se desliza en los labios del chico en cuestión y, de inmediato, los vellos de mi nuca se erizan. No sé qué es lo que quiere de mí, pero tampoco quiero averiguarlo, así que, como puedo, trato de pasar a su lado sin tener que tocarlo.

No lo consigo. No consigo pasarlo de largo, ya que ha dado un paso hacia el centro del espacio entre las butacas y me ha impedido el paso.

—¡Déjala en paz, fenómeno! —la familiar voz de Emily trae oleadas de alivio a mi sistema, pero se van tan rápido como llegan.

Mi atención se posa en la figura de mi amiga —que avanza a toda velocidad hacia nosotros— y el tipo le regala una mirada fugaz y aburrida en el proceso.

Entonces, Ems lo aparta de un empujón y me toma por la muñeca antes de tirar de mí en dirección a la puerta principal.

«¿Cómo demonios es que ella lo conoce? ¿Por qué todo mundo parece conocerlo?».

—Ese tipo me pone los pelos de punta —masculla, al tiempo que me arrastra por el corredor en dirección a la clase que compartimos—. Deberías de poner una orden de restricción en su contra o algo.

—¿De qué estás hablando? —digo, sin aliento—. ¿Lo conoces? ¿Cómo es que todo mundo parece conocerlo?

Mi amiga me mira por encima del hombro y no me pasa desapercibida la mueca que esboza en ese momento; como si creyera que realmente me he vuelto loca. Como si estuviese convencida de que he perdido la cabeza. Eso solo consigue que la confusión se arraigue en mi sistema.

—¡Por el amor de Dios, Bess! —exclama, con exasperación—. ¡Por supuesto que lo conozco! ¡El tipo te ha acosado todo el maldito año escolar! ¿Te sientes bien?

De pronto, el horror se arraiga en mi interior. De pronto, mis manos tiemblan y no puedo respirar. No puedo pensar con claridad.

Estoy a punto de sufrir un colapso nervioso y ni siquiera soy capaz de moverme de donde me encuentro. Todo esto es una completa locura. ¿Cómo es que dice que el tipo me ha acosado durante todo el ciclo si apenas lo vi por primera vez en mi vida hace unos días?

«Me estoy volviendo loca. Me estoy volviendo loca. ¡Me estoy volviendo loca!», mi mente grita con frenesí y, presa del pánico, doy un par de pasos hacia atrás.

Necesito una respuesta a todas las preguntas que se arremolinan en mi interior.

Necesito poner en orden todas mis ideas.

Necesito irme de aquí.

Está a punto de darme un ataque de asma. Debo ir a casa. Necesito tranquilizarme. Necesito…

—Bess, ¿qué estás haciendo? —la voz de Emily me saca de mis cavilaciones. Su expresión preocupada hace que mi ansiedad se incremente de manera considerable.

—Necesito ir a casa —jadeo, con la voz entrecortada.

—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas tu inhalador? ¿Lo traes contigo? —Emily habla con cautela y cuidado. Suena como si estuviese hablando con una persona inestable. Una persona… demente.

«¡No. Estoy. Demente!».

—S-Sí —tartamudeo.

Acto seguido, tanteo en los bolsillos de mis vaqueros hasta que encuentro el pequeño aparato. Entonces, me lo llevo a la boca y presiono el botón para inhalar una bocanada de medicamento que va a ayudarme a recuperar el aliento. El alivio que me invade es inmediato y eso ayuda a que mis nervios alterados se relajen un poco.

—¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien? ¿Quieres ir a la enfermería? —la voz de Ems es terciopelo en mis oídos, pero el miedo no se va.

—¡No! —me apresuro a decir, pero sueno demasiado alterada—. Estoy bien. Yo solo… —Niego con la cabeza—. No sé qué me ocurre, Ems. Lo siento.

Ella no parece muy convencida con mi declaración, así que trato de regalarle una sonrisa, pero estoy segura de que luce más como una mueca que como otra cosa.

—Bess… —suena dudosa.

—¡Estoy bien! —la interrumpo y me obligo a esbozar una sonrisa aún más grande que la anterior—. De verdad, Ems. Estoy bien.

Mi amiga asiente, pero sé que no me cree en lo absoluto. A pesar de eso, no dice nada. Se limita a echarse a andar en dirección a la cafetería.

Emily no deja de parlotear durante todo el trayecto, pero apenas puedo escuchar lo que dice. Estoy tan asustada y confundida, que no puedo concentrarme en nada.

Al cabo de unos minutos, nos instalamos en nuestra mesa habitual y, sin más, Emily continúa con su diatriba.

No puedo seguir el hilo de lo que está diciendo por más que trato de hacerlo. Ella, sin embargo, ni siquiera parece percatarse de que trabajo en piloto automático mientras mi mente revoluciona a mil por hora.

—No vas a dejarme plantada, ¿verdad? —la pregunta me saca de mi ensimismamiento.

—¿Perdón? —me obligo a hablar.

Emily rueda los ojos al cielo.

—Hablo acerca de mañana —dice y parece notar la confusión en mi rostro, ya que me mira con exasperación—. ¡Bess! ¡Mañana! ¡Mañana es la fiesta en casa de Phil!, ¿recuerdas?

«Oh, mierda».

—¿Es mañana? —sueno más quejumbrosa de lo que pretendo, pero realmente no tengo deseos de ir.

—¡Por supuesto que es mañana! —la indignación en la voz de Emily me hace saber que se ha dado cuenta de mi renuencia a acompañarla—. ¡Y ni se te ocurra intentar cancelarme porque podría ser el fin de nuestra amistad Betsabé!

Ruedo mis ojos al cielo.

—Deja de llamarme de esa manera —me quejo—. Sabes que solo es Bess.

—Si me dejas plantada o me cancelas de último minuto, Betsabé —hace énfasis en el nombre con el que ha tratado de bautizarme desde que la conozco, y me señala con una cuchara de plástico—, no voy a perdonártelo jamás. Lo prometiste.

Quiero protestar y decir que nunca prometí nada, pero me trago las palabras mientras mascullo una queja respecto a sus ganas de arrastrarme a lugares de perversión, tentación y lujuria. Ella termina golpeándome con una servilleta hecha bola mientras se burla del dramatismo de mi frase.

No veo al chico de los ojos grises el resto del día, pero no puedo arrancar de mi sistema la horrible sensación enfermiza que me ha invadido desde que lo vi. Sigo sin comprender del todo porqué todo el mundo parece conocerlo cuando yo no recuerdo de haberlo visto antes por los pasillos de la escuela.

Empiezo a cuestionarme una y otra vez acerca de mi cordura, y las dudas crecen poco a poco en el transcurso del día. Ni siquiera cuando estoy en casa puedo alejar la tortura de mi cabeza.

Nathan y Dahlia llegan al apartamento alrededor de las nueve de la noche y me obligan a salir de mi habitación para tener la dichosa cena familiar que se han empeñado en arraigar en nuestra rutina.

Cuando preguntan respecto a la escuela y les hablo sobre la fiesta a la que iré con Emily, me miran como si me hubiese crecido otra cabeza. Supongo que es una reacción natural cuando se es una persona socialmente incompetente como yo, pero no puedo evitar sentirme un poco ofendida por la sorpresa en sus miradas cuando se los digo.

Al terminar de cenar, Dahlia anuncia que me dejará ir a esa fiesta siempre y cuando Emily me traiga a casa sana y salva. Sé que solo ha mencionado eso porque necesita imponer su autoridad como la figura materna que trata de asumir, así que le dejo poner las reglas y condiciones respecto a mi salida nocturna antes de irme a la cama.

Mi sábado comienza con una llamada temprana de Emily. Apenas puedo recordar qué fue lo que dijo, pero estoy bastante segura de que amenazó con atravesarme con una varilla de metal si decido dejarla plantada a última hora.

Después de colgar —y luego de asegurarle una y mil veces que no voy a retractarme de minuto—, vuelvo a quedarme dormida y no despierto hasta que dan casi las doce del mediodía.

Mi almuerzo consiste en un paquete de galletas con chispas de chocolate y un vaso de jugo de uva y, después de hacer algo de limpieza en mi recámara, me dedico a pasar la tarde navegando en internet.

Dahlia llega alrededor de las tres de la tarde con comida china, pero no es hasta que llega Nate que nos sentamos a la mesa a comer.

La plática es ligera y suave. Nate y Dahlia no han dejado de hablar, lo cual agradezco. Es incómodo cuando tratan de hacer que sea yo quien monopolice la conversación. No soy muy buena para entablar charlas naturales y casuales, y creo que han comenzado a darse cuenta de ello.

Después de comer y holgazanear un rato más, me meto en la ducha para prepararme para la dichosa fiesta de esta noche.

Mientras restriego mi cuerpo con la esponja, no puedo evitar tener un vistazo de la piel enrojecida y destrozada de mis muñecas. Las heridas no han cerrado del todo, y el hilo quirúrgico salta a la vista en mi piel clara.

Las tonalidades rojas y amoratadas no se han ido por completo, y tampoco lo han hecho los bordes irregulares alrededor de los puntos de sutura. Dudo que desaparezcan algún día.

La delgadez de la piel la hace lucir como si fuese papel a punto de romperse y mi estómago se revuelve con solo pensar en la cantidad de cosas extrañas que han estado ocurriendo en mi vida desde entonces.

He tratado de no pensar demasiado en ese incidente, pero, siempre que lo hago, la opresión dentro de mi pecho se vuelve insoportable. No logro concebir la sola idea de no poder recordar nada sobre esa noche y eso solo hace que las dudas acerca de mi cordura me invadan una vez más.

Cierro los ojos.

«Tienes que dejar de hacerte esto», me reprimo mentalmente. «Tienes que dejar de obsesionarte con lo que te pasó. Si no te detienes, nunca vas a recordar nada».

Tomo una inspiración profunda.

«Vamos, Bess. Solo… Solo deja de torturarte».

En ese momento, y haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, empujo esos oscuros pensamientos hasta lo más profundo de mi mente y me concentro en terminar de ducharme.

Veinte minutos después, me encuentro lista para salir. Mi elección de ropa consiste en unos vaqueros entallados, una playera estampada con el logo de una banda de los noventa y mis viejas botas de combate.

No me pasa desapercibida la mirada escandalizada de mi tía cuando me mira dejarme caer en uno de los sillones con mi computadora entre las manos, pero no hace ningún comentario respecto a mi vestimenta.

Hago un poco de tarea antes de que mi teléfono suene, pero ni siquiera me molesto en responder porque sé que es Emily anunciando su llegada.

—Me voy —anuncio, mientras apago el ordenador.

—¿Te traen a casa? —mi tía me mira desde el sofá que se encuentra justo frente a mí, donde se ha instalado para leer.

—Sí —trato de sonreír de forma tranquilizadora.

—Tu amiga no bebe, ¿cierto? —me mira con escepticismo.

—Si lo hace te llamaré para que vayas por nosotras —resuelvo.

Ella parece estar conforme con mi respuesta, ya que no dice nada más. Entonces, sin decir una palabra más, salgo del apartamento y hago mi camino hacia el elevador.

El auto de Ems aparece en mi campo de visión en el instante en el que pongo un pie en la calle, así que me apresuro para trepar del lado del copiloto.

—Dos segundos más y subía por ti —bromea y le regalo una mirada irritada.

—Te dije que iría.

—Solo quería asegurarme de que lo harías —enciende el auto y comienza a conducir por las calles cargadas de vehículos.

La música a todo volumen llena el silencio que se ha instalado entre nosotras cuando tomamos la autopista rumbo a Alhambra, el lugar donde será la fiesta del dichoso Phil Evans. Emily canta a todo pulmón mientras golpetea sus pulgares contra el volante al ritmo de la música y no puedo evitar contagiarme de su buen humor.

Al cabo de quince minutos, aparcamos en una calle solitaria. El suburbio es uno bastante tranquilo, del tipo en el que viven familias numerosas. Puedo imaginar perfectamente la cantidad de niños pequeños que podrían correr por estas calles sin peligro de ser arrollados por un auto.

Emily baja del coche y se echa a andar por la acera. A mí me toma unos instantes reaccionar y seguirla, es por eso por lo que debo trotar para alcanzarla.

—¡¿Qué demonios?! ¿No podías decirme que debía bajar? —me quejo—. De todos modos, ¿dónde será la dichosa fiesta?, la calle luce demasiado vacía y silenciosa para ser el lugar donde se llevará a cabo una reunión con un montón de adolescentes, si me lo preguntas.

—Relájate, Bess —Ems me mira con diversión—. Me estacioné a varias calles de distancia porque no encontraremos lugar más cerca de la casa de Phil. He escuchado que sus fiestas son bastante concurridas.

Un suspiro brota de mis labios, pero me obligo a avanzar en silencio a su lado.

Al cabo de unos instantes, el rumor de la música llega a mis oídos. Con cada paso que damos, el sonido aumenta de intensidad y la cantidad de vehículos aparcados también se incrementa de manera considerable.

Entonces, luego de unos cuantos metros más de recorrido, nos encontramos abriéndonos paso entre un puñado de adolescentes medio ebrios que gritan, ríen y bailan afuera de una casa enorme.

La música retumba con tanta fuerza, que puedo sentir en mi pecho la vibración del bajeo y el golpeteo intenso de la batería de la música electrónica que resuena por todo el espacio.

Al entrar a la residencia, el olor a perfume, alcohol, tabaco y marihuana invade mis fosas nasales. Emily me toma de la mano cuando me detengo a observar a mí alrededor y tira de mí en dirección a la sala de la residencia.

—Solo relájate —grita en mi oído, para hacerse oír por encima del escándalo—. Será divertido.

Mi amiga encaja rápidamente con un grupo de chicos de último año, y no puedo evitar sentirme como una sombra mientras recibe el tipo de atención que me haría sudar frío si la tuviera, pero que ella parece manejar a la perfección.

Eventualmente, un chico la invita a bailar y yo me quedo aquí, en un rincón de la habitación, sin estar muy segura de qué hacer o qué decir para romper el hielo con las personas solitarias que están cerca.

Mi vista viaja por toda la estancia, pero ni siquiera estoy tratando de encontrarme con alguna cara familiar. Aunque así lo hiciera, no me acercaría a hablar con nadie. No cuando me siento así de fuera de lugar.

Mis ojos barren el lugar una vez más y, justo cuando estoy a punto de tomar mi teléfono para distraerme en él un rato, lo miro.

Mi estómago se retuerce con violencia y quiero golpearme por reaccionar de esa manera ante la presencia de un tipo al que ni siquiera conozco. Es casi ridícula la forma en la que mis puños tiemblan a pesar de todos mis esfuerzos por mantener a raya mi nerviosismo.

El tipo de los ojos grises está recargado contra una columna de concreto y una chica le envuelve el cuello con los brazos. Él sonríe mientras ella trata de besarlo, pero no hace nada por buscar ese ansiado contacto.

Entonces, como si se hubiese percatado de mi presencia, me mira. Un atisbo de sonrisa se dibuja en las comisuras de sus labios en ese momento y la pesadez se apodera de mi cuerpo casi al instante. Hay algo extraño en él. No es como las demás personas aquí y no logro averiguar por qué.

La chica entre sus brazos susurra algo en su oído y él ahueca su rostro entre sus manos antes de besarla con intensidad.

Yo me siento como una intrusa en ese momento, así que desvío la mirada y me obligo a avanzar para perderme entre la multitud de adolescentes medio borrachos que nos rodea.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que termine sentada sobre la barra de la cocina, con una lata de cerveza entre los dedos y un tranquilizante adormecimiento de palmas. No estoy borracha. Al contrario, estoy bastante sobria; es solo que la lata casi congelada ha hecho que mis manos se adormezcan y ardan.

Un chico a mi lado habla y habla acerca de su exnovia, y de cuán devastado se siente por su infidelidad. Ha insinuado que desea tener sexo de venganza conmigo más veces de las que puedo contar, pero no sabe que se ha topado con la chica equivocada.

Finalmente, parece captar el mensaje de que no estoy interesada ya que se excusa diciendo que necesita buscar a alguien y desaparece una vez que sale de la concurrida estancia.

Me quedo un par de minutos más en este lugar, antes de tirar el líquido restante en el envase de cerveza y emprender mi camino para encontrar a Emily.

Trato de buscarla entre la gente, pero no la localizo por ningún lado. Subo al segundo piso de la casa y toco cada una de las puertas de las habitaciones mientras digo su nombre en voz alta, pero nadie responde. Decido, entonces, que debo hablarle a su teléfono celular, pero el escándalo no me deja escuchar ni siquiera el tono de llamada. Debo salir si quiero tener la oportunidad de escucharla.

El frío me golpea en el instante en el que pongo un pie fuera de la casa de Phil. El aire helado cala mis huesos, pero agradezco el cambio de ambiente. Aquí afuera, el sonido de la música es amortiguado por las paredes de concreto. La poca gente que hay, son solo un par de parejas que se besuquean en los rincones oscuros debajo de los árboles que rodean la finca.

Hay un grupo de chicos fumando del otro lado de la acera, pero parecen ajenos a la figura de la patética chica que se encuentra de pie con un teléfono celular pegado a la oreja y expresión fastidiada.

Emily no responde y no sé qué hacer. No quiero entrar de nuevo, así que vuelvo a intentar con su número de teléfono.

El grupo de fumadores se encamina hacia dentro de la casa al cabo de unos minutos y, un poco más tarde, una de las parejas entra a la casa, mientras que la otra se encamina hacia la calle y desaparece al girar en una esquina. Ni siquiera quiero pensar hacia dónde se dirigen.

Trato de decidir qué es lo mejor que puedo hacer, pero nada viene a mí. No puedo marcharme y dejar a Emily aquí, pero tampoco quiero esperarla hasta que amanezca o hasta que termine lo que sea que está haciendo ahora mismo.

Mis ojos se cierran con fuerza y tomo una inspiración profunda cuando siento que el aliento me falta. Odio tener que recurrir a los medicamentos para respirar con normalidad. Tener asma apesta.

Tomo otra inspiración larga y acompasada, pero la sensación de ahogamiento no se va, es por eso por lo que, luego de eso, me rindo y busco mi inhalador en el bolsillo trasero de mis vaqueros.

Acto seguido, pongo la boquilla del aparato entre mis labios y presiono el botón que libera esa pequeña dosis de fármacos que necesito para conseguir que el aire entre a mis pulmones.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que decida que lo mejor que puedo hacer es volver adentro de la casa para buscar a Emily, pero, cuando lo hago, maldigo en voz baja.

«No puedo creerlo», digo, para mis adentros y, entonces, guardo mi inhalador en uno de los bolsillos de mi chaqueta antes de girar sobre mis talones.

Estoy a punto de echarme a andar de vuelta a la casa, cuando me percato de un movimiento justo junto al inmenso roble que se encuentra a pocos pies de distancia de mí.

Me congelo de inmediato, pero no estoy segura de haber visto algo realmente ya que todo está oscuro hasta la mierda.

Me quedo quieta unos instantes, antes de captar otro movimiento por el rabillo del ojo. Esta vez, se siente más cercano que el anterior, así que giro sobre mis talones solo para quedar de frente al pórtico de la casa.

Mi corazón late con tanta fuerza, que temo que pueda perforar un agujero en mi pecho y escapar lejos.

Trato de tranquilizarme a mí misma y de decirme que todo está bien, pero la sensación de estar siendo observada ha regresado y, esta vez, lo ha hecho con más fuerza que nunca.

No me muevo. No dejo de mirar hacia todos lados. Ni siquiera me atrevo a respirar.

Algo pasa a mi lado con mucha rapidez. Puedo sentir la ventisca provocada por la velocidad del movimiento y chillo cuando el cabello me cubre el rostro, haciéndome imposible ver nada.

Aparto los mechones lejos de un movimiento brusco y miro hacia todos lados una vez más.

Entonces, toda la sangre se me agolpa en los pies.

Una espesa neblina se arremolina a mi alrededor y el hielo se instala en mis venas. Poco a poco, la neblina va solidificándose y separándose en sombras espesas y amorfas, y ahogo un grito en el instante en el que una de las figuras empieza a tomar forma.

Primero, una silueta humana se dibuja y después, con mucha lentitud, empieza a solidificarse.

«No es real. No es real. Nada de esto es real», me repito una y otra vez, pero el pánico que siento es más real que cualquier otra cosa que haya sentido jamás.

El corazón me late con tanta fuerza que duele, las manos me tiemblan tanto, que no puedo controlarlas, los pulmones me arden con tanta violencia, que apenas puedo retener el aire dentro de ellos y las cicatrices en las muñecas me pican con tanta intensidad, que empiezan a ser dolorosas.

Poco a poco, cada una de las sombras van materializándose. No tienen rostro. Su cara es un borrón indescifrable hecho de oscuridad y tinieblas, pero el resto de su cuerpo es humano.

«¡¿Pero qué diablos?!».

Estoy aterrorizada. Tengo tanto miedo que creo que voy a desmayarme en este momento. El pánico dentro de mi cuerpo apenas me permite moverme y el horror se instala dentro de mis venas sin que pueda detenerlo.

De pronto, todo pasa a una velocidad impresionante. Una de las figuras se abalanza en mi dirección y me empuja con una de sus poderosas y heladas manos.

Mi espalda golpea contra el suelo con tanta brutalidad, que siento el crujir de mis vértebras. El dolor estalla en mi columna, y ahogo un grito adolorido. Su peso me deja sin aliento y la adrenalina hace que sea más difícil respirar.

Pataleo y forcejeo con todas mis fuerzas, pero es imposible retirar el peso que hay sobre mí. El horror se apodera de cuerpo y golpeo el pecho de la figura con mi puño. Una de sus manos heladas se cierra en mi muñeca en ese instante, y un grito taladra en lo más profundo de mi cabeza. Me toma unos segundos descubrir que el grito no es mío, sino de la figura que me ha atacado.

De pronto, el peso cede y me arrastro lejos. Trato de incorporarme, pero mis extremidades apenas parecen responder. Mi respiración es irregular y forzada, mi garganta quema con cada inhalación y el aire es cada vez más escaso. El sonido silbante en mi garganta aumenta con cada movimiento que hago y la tos intensa que me asalta es lo único que necesito para saber que está a punto de darme un ataque de asma.

Apenas puedo procesar mis movimientos. Trato de alcanzar el inhalador que traigo el bolsillo y, al mismo tiempo, trato de huir de la escena. Frenéticamente, recorro el espacio con la vista y noto cómo las figuras restantes se abalanzan hacia donde me encuentro.

Reprimo el grito que amenaza por abandonarme y aprieto los ojos mientras espero la colisión contra mi cuerpo; un golpe violento patrocinado por estas extrañas criaturas… Pero el impacto nunca llega.

Acto seguido, abro los ojos y entonces, lo veo…

El chico de los ojos grises está ahí, de pie frente a mí, dándome la espalda; interponiéndose entre las sombras y yo.

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