Demon

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Capítulo 7

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conMoción

—¿Estás ignorándome? —la voz de Mikhail suena detrás de mí, mientras me abro paso entre la marea de cuerpos que trata de avanzar por el corredor del edificio escolar.

Yo, deliberadamente, me quedo callada mientras me escurro entre dos cuerpos para llegar a las escaleras.

—¡Bess! —la voz ronca detrás de mí envía un escalofrío por mi espina dorsal, pero me limito a continuar avanzando sin siquiera dignarme a echar una ojeada en su dirección—. Deja de comportarte así y al menos ten la decencia de decir que no quieres hablarme.

Me detengo en seco y me giro sobre mi eje, de modo que quedamos frente a frente.

—No quiero hablarte. Déjame tranquila de una maldita vez —escupo con irritación, al tiempo que lo miro a los ojos.

Un destello de ira se apodera de sus ojos y noto cómo su expresión se ensombrece debido a la oscura emoción.

—Cuida tu tono —la advertencia destila enojo y coraje.

—¿O qué? ¿Vas a lastimarme? —sonrío con amargura—. No lo creo.

Su mandíbula se aprieta con tanta fuerza, que noto cómo un músculo salta en su sien.

—Puedo hacerte cosas que no impliquen dañarte físicamente y lo sabes —sisea, casi en un gruñido—. Deja de jugar con fuego. No sabes con quién estás tratando.

—No te tengo miedo —digo, pero mi estómago se siente apretado y tenso, y mi corazón ha acelerado su marcha hasta alcanzar una velocidad dolorosa.

Una espesa y oscura ceja se alza con arrogancia y una pequeña sonrisa tira de las comisuras de sus labios.

—¿Quieres apostar? —el susurro ronco con el que habla me pone la piel de gallina y lo único que puedo hacer luego de eso, es sostener su mirada—. Escúchame bien, Bess: me importa una mierda si estás enojada o no por lo que te dije ayer. Tú pediste la verdad, ahora afróntala como se debe y deja de comportarte como si fueses una niña.

El nudo en mi garganta es tan grande, que no puedo pronunciar palabra alguna. No quiero que él se dé cuenta de cuán asustada estoy en este momento, así que me limito a mostrarle el dedo medio de mi mano derecha.

Una risa corta e irritada brota de los labios del chico frente a mí y niega con la cabeza.

—Eso es muy maduro de tu parte, Marshall —el sarcasmo tiñe su tono.

—Déjame en paz —escupo, al tiempo que sostengo su mirada—. No te quiero cerca de mí. Deja de perseguirme. No tengo el más mínimo y remoto interés en formar parte de tu retorcida historia. Prefiero morir y hacer que tú y los tuyos desaparezcan, a permitir que estés detrás de mí todo el tiempo y que todos aquellos que son como tú se preparen para una batalla que no deben ganar.

De pronto, la ira se apodera de sus facciones. De pronto, su expresión se transforma de un segundo a otro en una mueca cargada de coraje, enojo e indignación.

Su mandíbula está tan apretada, que temo que pueda quebrarla, y noto cómo su mano izquierda se cierra en un puño en un espasmo rápido y preciso. Todo su cuerpo irradia violencia y su espalda erguida lo hace lucir imponente e intimidante.

—No te equivoques, Cielo. —Su voz sale en un susurro ronco que suena más bien como un gruñido, y habla tan bajo que apenas soy capaz de escucharlo—. Nada de lo que te han dicho a lo largo de tu miserable y patética vida es cierto. Esos seres a quienes ustedes, los humanos, veneran no son más que un puñado de ególatras hijos de puta que solo piensan en ellos mismos. Los ángeles son mucho peores que los demonios, Bess; y cuando te tengan en sus manos, no tendrán ni un poco de compasión. Van a deshacerse de ti y será de la forma más cruel y despiadada posible. Ellos disfrutan del sufrimiento de los inocentes como tú. Ellos odian a los de tu especie.

El terror se asienta en mis huesos con cada palabra que pronuncia y, de pronto, me falta el aliento.

—Mientes —mi voz sale en un susurro entrecortado.

Una sonrisa se dibuja en su rostro, pero esta no toca sus ojos.

—¿De verdad eres así de ingenua? —suelta, con desdén—. Ayer uno de ellos te atacó, ¿recuerdas? —Su sonrisa se ensancha—. Intentó aniquilarte. Y créeme: no será el único que va a intentarlo. Te quieren muerta, así como quieren muertos al resto de los Sellos y al resto de los seres humanos. Los ángeles lo único que desean es acabar con la humanidad porque están celosos de su libre albedrío y de la condescendencia que tiene El Creador con ustedes —la crudeza con la que me habla hace que me encoja en mi lugar—. Deja de ser una idiota y comprende que debo mantenerte a salvo.

No puedo hablar. No puedo decir una sola palabra porque mi cuerpo entero está paralizado por el miedo. Me niego a creer en lo que dice. Me rehúso a pensar que los ángeles son así de crueles y despiadados.

—Debes entender que esto no es algo que esté en tus manos controlar. —El tono duro en la voz de Mikhail se ha suavizado un poco. Lo suficiente como para hacer que una punzada de dolor me atraviese el pecho—. No estoy aquí para torturarte. Mucho menos estoy aquí para traerte problemas. Lo único que quiero hacer es mantenerte a salvo. Házmelo fácil y háztelo fácil a ti misma. Me necesitas tanto como nosotros te necesitamos a ti; así que, por favor, deja de actuar como si tuvieses cuatro años.

Niego con la cabeza una y otra vez.

Estoy aturdida, agotada y aterrorizada. Pasé la noche entera dándole vueltas al motivo por el cual todas esas cosas extrañas que han estado ocurriendo a mi alrededor. Pasé la noche entera ahogándome en el pánico que me ha causado enterarme de que seres que ni siquiera sabía que existían están tratando de matarme.

Todo es tan surreal, que apenas puedo creerlo. Todo es tan abrumador, que sigo sin comprender una mierda acerca de lo que está pasando. Lo único de lo que estoy segura hasta ahora, es de que no quiero formar parte de ello. Mucho menos quiero creer en lo que el demonio ha dicho, porque no soy nada más que una chica común y corriente. Una que nunca ha sido especial en nada. Una que no suele destacar en ningún ámbito.

De todas las personas existentes en el mundo, yo, Bess Marshall, soy la menos indicada para llevar el peso de toda esta mierda sobre los hombros.

—Solo mantente lejos de mí —el temblor en mi voz delata cuán aterrorizada me encuentro, pero Mikhail no parece notarlo.

—Bess… —comienza a hablar, pero yo ya me he girado sobre mis talones y he comenzado a avanzar.

Una palabrota proveniente de sus labios es lanzada al aire, pero continúo con mi caminar apresurado. Necesito alejarme de él. Necesito procesar toda la información nueva, para así poder hacerme a la idea de que, tarde o temprano, voy a morir a manos de un ser sobrenatural. Necesito poner en orden todos mis pensamientos, para así decidir qué es lo que realmente quiero hacer.

No puedo creer en la palabra de un demonio. No puedo quedarme con la versión de un ser que es descrito como la maldad personificada… ¿O sí?

Hago caso omiso a su voz llamándome. También ignoro las miradas curiosas que nos lanzan los alumnos que transitan por las escaleras por donde avanzamos. Trato de ignorar, también, las sonrisas burlonas que un puñado de chicas nos dedica cuando llegamos al piso inferior, pero es lo único que necesito para saber que debe parecer como si estuviésemos teniendo una discusión de pareja.

Estoy a punto de entrar a la cafetería, cuando la voz de Emily llega a mis oídos. Ha gritado mi nombre y apenas he tenido tiempo de detenerme antes de ser atacada por uno de sus abrazos asfixiantes.

La sensación de alivio que me invade en ese momento es más allá de lo gratificante. Ems es lo único que es normal y familiar en mi vida ahora mismo.

Ella se aparta para mirarme y su ceño se frunce ligeramente cuando nota mi expresión. No estoy muy segura de cómo es que me veo ahora mismo, pero la preocupación en sus facciones me hace saber que, seguramente, luzco como si estuviese a punto de echarme a llorar.

—¿Estás bien? —la preocupación tiñe el tono de su voz.

Un asentimiento rápido es lo único que puedo darle antes de notar cómo mira un punto por encima de mi cabeza. De pronto, el entendimiento parece asentarse en sus facciones.

—¿Qué le has hecho? —el tono reprobatorio que Emily utiliza, casi me hace sonreír—. ¡Estabas haciéndolo bien! ¡Ya casi me agradabas!

—Bess, por favor —Mikhail habla, al tiempo que ignora a Ems—, necesitamos hablar de esto.

Me giro sobre mis talones para encararlo una vez más y debe ver algo grave en mi expresión, ya que, de pronto, luce aturdido.

—Déjame sola —digo, en un susurro tembloroso y noto cómo sus ojos se oscurecen varios tonos—. Ahora.

Luce como si alguien hubiese estrellado una puerta en su cara justo en ese instante. No mueve ni un solo músculo del cuerpo y un destello de algo que no puedo reconocer brilla en su mirada. Entonces, noto cómo su rostro comienza a enrojecerse. No estoy muy segura, pero casi me atrevo a apostar que es debido al coraje que lo invade.

Un asentimiento brusco es dirigido hacia mí antes de que, sin decir una sola palabra, se gire sobre sus talones y avance en dirección contraria a donde mi amiga y yo nos encontramos.

Una punzada de remordimiento me atenaza el pecho, pero me las arreglo para apartar la vista del punto en el cual ha desaparecido de mi vista.

—¿Quieres hablar sobre esto? —Emily pregunta con cautela y yo niego con la cabeza.

—Ahora no, Ems —digo, con un hilo de voz—. Por favor, ahora no.

—Me preocupo por ti, Bess —la voz de Emily inunda mis oídos e irrumpe el silencio en el que se ha sumido el reducido espacio en el que nos encontramos.

El aire dentro del vehículo se siente asfixiante y pesado. El día de hoy ha sido un completo infierno. No he podido mantener la compostura y me he quebrado justo a mitad de la clase de química. Fue bastante vergonzoso tener que abandonar el aula temblando de ansiedad después de haber tenido una crisis nerviosa delante de todo el mundo.

Mis ojos aún arden debido a la hinchazón provocada por el llanto y el nudo en mi garganta se aprieta cuando la escucho hablar.

—Estoy bien —aseguro, pero mi voz es un hilo débil y tembloroso.

Ems no dice nada, se limita a mantener su vista fija en la calle, con los dedos aferrados al volante.

—Debes dejar de decir que estás bien cuando no lo estás —dice, tras un largo silencio—. Debes dejar de mentirme y decir que tienes pequeños accidentes con cuchillos cuando en realidad has intentado quitarte la vida. —Mi vista se vuelca hacia ella a toda velocidad y mi estómago cae en picada cuando noto las lágrimas que se asoman en sus ojos. De pronto, gira su rostro para mirarme y susurra—: ¿Acaso creías que no iba a enterarme? ¡Dios! Bess, esto está saliéndose de control. No puedes fingir que te encuentras a la perfección cuando todos sabemos que no es así. Dahlia está preocupada por tu bienestar… —Traga duro—. ¡Yo lo estoy, maldita sea! —niega con la cabeza—. Creí que estabas llevándolo bien —una sonrisa amarga se apodera de sus labios—; creí que eras capaz de sobrellevar todo lo que ocurrió, pero no es así. Y no está mal que sea de esta manera. ¡Jesús! ¡Perdiste a toda tu familia en un accidente! ¡Los viste morir uno a uno! ¿Cómo diablos se supera algo como eso?... —Estoy llorando. No sé en qué punto comencé a hacerlo, pero no puedo detener el torrente incontenible de emociones que amenaza con desmoronarme—. Estás en todo tu derecho de sentirte mal, de no querer levantarte en las mañanas; de querer desaparecer para olvidarlo todo y no volver a saber de absolutamente nadie. Tienes todo el puto derecho, Bess. —Su voz se quiebra ligeramente—. No te empeñes en hacerle creer a todos que estás bien porque, si tú no hablas… —Ella también llora, pero no se detiene—. Si no le dices a nadie cómo te sientes en realidad, no podemos ayudarte. Nadie puede hacer nada por ti, ¿entiendes? Necesitas ser honesta y hablar con la verdad. Por favor, Bess. Por favor.

Mi vista se desvía y se clava en el suelo del viejo coche. Un sonido lastimero brota de mis labios debido al llanto que no he podido controlar y aprieto los puños con fuerza porque esto duele. Duele como nunca nada ha dolido. Duele porque Emily ha pasado todo este tiempo fingiendo que no sabe nada de lo que ocurrió, cuando en realidad lo sabe todo. Sabe lo que pasó hace unas semanas y que no me encuentro bien, y eso me quiebra de modos que ni siquiera yo misma comprendo.

—E-Estoy volviéndome loca, Ems. —Mi voz sale en un sollozo entrecortado—. Ya no puedo más con esto. Ya no quiero seguir de este modo, y al mismo tiempo le tengo tanto miedo a la muerte… —Niego con desesperación—. Soy tan cobarde que no soy capaz de acabar con todo de una maldita vez; aun cuando lo deseo con toda mi alma.

De pronto, unos dedos se envuelven alrededor de mi muñeca y el dolor estalla y quema en mis extremidades. Un grito ahogado brota de mis labios, pero Emily está tan concentrada en la tarea de tirar de mí en su dirección, que ni siquiera se percata de que la herida está abierta de nuevo.

Entonces, sin darme tiempo de protestar o decir cualquier otra cosa, me encuentro envuelta en un par de delgados y cálidos brazos.

—No vuelvas a decir eso, Bess Marshall. —La ira que percibo en el tono de su voz es casi tan intensa como el temblor de su cuerpo—. No te atrevas a decir que quieres morir. No cuando me tienes a mí en tu vida. Mi madre te ama como si fueses su propia hija. Le partiría el corazón perderte. ¡Dios!, yo te quiero tanto que no sé qué diablos habría sido de mí si tú hubieses muerto en aquel accidente.

En ese momento, mis brazos se envuelven alrededor de Emily y, sin decir una palabra, me permito llorar. Permito que todo el miedo, la incertidumbre y el pánico se apoderen de mí durante unos instantes.

Una vez que las lágrimas ceden, me siento un poco más tranquila. El alivio que siento en este momento es lo más gratificante que he tenido en semanas y no puedo evitar querer retener esta sensación de tranquilidad que me ha invadido.

—Promete que hablarás conmigo cuando te sientas mal —dice Emily, mientras abro la puerta del auto para marcharme.

Una sonrisa débil se dibuja en mis labios y asiento lo mejor que puedo.

—Prometo que trataré de hacerlo —digo, porque no quiero comprometerme a hacer algo que no sé si podré cumplir.

La mirada de mi amiga está teñida de preocupación y angustia, pero se las arregla para sonreír.

—Te veo mañana, pequeña idiota —dice.

—También te quiero, Ems —mi sonrisa se siente un poco más amplia y ella imita mi gesto.

—Ve con cuidado —dice y, finalmente, salgo del coche antes de echarme a andar por la calle vacía.

No tengo que caminar más de treinta pasos para llegar a la entrada del edificio donde vivo. Emily se ha tomado la molestia de dejarme en la acera de enfrente, así que no debo avanzar en solitario mucho tiempo.

Al llegar al apartamento, lo primero que hago es lanzar mi vieja mochila en uno de los sillones que adornan la sala. El aroma a esencia de pino que despide todo el lugar me hace saber que la mujer que hace el aseo ha venido esta mañana.

Sin perder el tiempo, me encamino hasta mi habitación y, en el instante en el que pongo un pie dentro, lo noto.

La piel de mi nuca se eriza de un segundo a otro y un escalofrío me recorre en un instante. La sensación viciosa y enferma de sentirme observada, hace que todo mi cuerpo se tense en respuesta y un grito se construye en mi garganta.

—¿Mikhail? —la palabra sale de mis labios en un susurro tembloroso y asustado, pero no puedo evitarlo—. ¿Estás aquí?

Nada ocurre. El silencio es lo único que obtengo como respuesta a mi pregunta y, sin más, me siento más allá de lo aterrorizada. No sé por qué lo hago, pero no puedo evitarlo. Se siente como si mi habitación hubiese sido perturbada por la presencia de alguien. Como si alguien hubiese invadido mi espacio y hubiese cambiado algo en él.

Todo luce exactamente igual, pero no puedo apartar de mi pecho la sensación de que hubo alguien en este lugar no hace mucho tiempo.

—Mikhail, esto no es gracioso… —digo, y el tono de mi voz es ronco e inestable.

Avanzo con lentitud hasta mi cama e inspecciono el espacio una vez más. Todo mi cuerpo se siente tenso y en guardia, pero me obligo a relajarme en medida que reviso cada parte del cuarto. Trato de mantener a raya el puñado de emociones que me invaden, pero la sensación de que algo no marcha como debería aún no se va. Ni siquiera ha disminuido un poco.

«Debes tranquilizarte», digo, para mis adentros, mientras inhalo una bocanada de aire.

Entonces, giro sobre mis talones dispuesta a marcharme de aquí y dar por terminado mi ataque de paranoia.

Un grito brota de mis labios con tanta fuerza, que bien podrían haberlo escuchado tres pisos abajo. La imagen repentina del chico de cabello oscuro, piel marmórea y ojos grises que aparece delante de mí, hace que todo el aliento se esfume de mis pulmones y el pánico me acalambre el cuerpo.

—¡Infiernos, Bess! ¡Respira! —la voz de Mikhail invade mis oídos, pero ni siquiera puedo mirarlo.

Estoy en el suelo alfombrado de la habitación, mientras lucho contra el ataque respiratorio que trata de asfixiarme. Rebusco mi inhalador en los bolsillos de mis vaqueros con tanta torpeza, que doy lástima.

Cuando logro localizar el aparato, lo coloco entre mis labios y presiono el botón que libera el medicamento, antes de sentir cómo mi respiración vuelve a la normalidad poco a poco.

—¡¿Es que siempre tienes que aparecerte de este modo?! —medio grito, al cabo de unos instantes—. ¡Me has sacado un susto de mierda!

—¡Tú me llamaste! —la mirada exasperada que me dedica solo hace que mi coraje aumente considerablemente.

—¡No lo hice!

—¡Por supuesto que lo hiciste! ¡Dijiste mi maldito nombre y vine a ti!

—¡Pero no tenías que aparecerte de este modo! ¡Joder! ¡Casi me matas del susto! —chillo, al tiempo que me incorporo. La ira sin sentido que me invade es tan cegadora, que no puedo detener el torrente de palabras que se arremolinan en mi lengua—: ¡Y deja de meterte en mi habitación sin mi permiso que me pone los nervios de punta! ¡¿Qué has movido?!

—¿De qué mierda estás hablando?

—¡Has estado en mi habitación! ¡Puedo sentir que algo has hecho en este lugar!

—Yo no he estado en este lugar desde esta mañana. He estado siguiéndote el culo todo el día, como todos los días desde hace meses —suelta, con irritación.

Una risa carente de humor me asalta.

—¡Sí! ¡Claro! —escupo, con sarcasmo—. ¡¿Acaso crees que soy estúpida?!

Las cejas de Mikhail se alzan con condescendencia.

—¿Tengo que responder a eso? —dice y otro destello de ira se arremolina en mis venas.

—¡Vete a la mierda!

Entonces, todo ocurre tan rápido, que apenas puedo procesarlo.

Mi cuerpo se estrella contra la pared más cercana, pero el impacto no es doloroso; mis manos han sido inmovilizadas encima de mi cabeza y aliento tibio golpea mi mejilla derecha.

El cuerpo de Mikhail está pegado al mío y me inmoviliza de un modo tan íntimo, que en lo único en lo que puedo pensar, es en la forma en la que su abdomen firme se siente contra el mío blando.

Mis ojos se encuentran cerrados y mi rostro está ligeramente inclinado hacia a un lado, de modo que él puede respirar casi sobre mi cuello.

—Estás colmándome la paciencia —el siseo ronco que brota de sus labios me pone la piel de gallina. Su respiración golpea un punto junto a mi boca y los músculos de mi cuerpo se sienten débiles e inestables debido a su cercanía.

Soy plenamente consciente de la presión que ejerce su cuerpo contra el mío y del aroma que despide su cuerpo. No huele a nada que haya percibido antes. Es fresco, salvaje, terroso.

Nunca en mi vida había olido algo así de embriagante. Así de… agradable.

—Suéltame —digo, casi sin aliento. Me siento acobardada por la posición en desventaja en la que me encuentro; pero, con eso y todo, me obligo a mirarlo a los ojos.

Hay algo intenso y peligroso en su mirada, pero no tengo miedo en lo absoluto. No cuando hay algo en su expresión que lo hace lucir casi amable.

—Mikhail, suéltame —pido, con la voz temblorosa.

En ese momento, noto cómo su vista se desvía hacia mi boca durante una fracción de segundo.

—¿Sabes?... —susurra, con la voz enronquecida—. Nunca he besado a una humana.

—¿Qué?

Una sonrisa arrebatadora se desliza en sus labios y mi corazón da un vuelco furioso cuando reparo en el pronunciado hoyuelo de su mejilla derecha.

—Dije… —se acerca un poco más, de modo que nuestras narices se rozan—, que nunca he besado a una humana.

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