Demon

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Capítulo 11

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revelAciones

—¿Es en serio? —la voz de Axel inunda mis oídos, pero yo no despego la vista de la pantalla de mi computadora—. ¿Esto es lo que haces en tu tiempo libre? ¿No sales? ¿No tienes una vida social? ¿Un chico con quien follar? ¿Algo?

Trato de concentrarme en el proyecto de literatura en el que trabajo, pero una pequeña sonrisa irritada tira de las comisuras de mis labios. Las irrefrenables ganas que tengo de rodar los ojos al cielo se hacen presentes, así que no las reprimo.

Pese a eso, soy capaz de sentir cómo la diversión se filtra en mi cuerpo poco a poco. Aunque trate de negarlo, Axel me hace reír más veces de las que puedo contar en un solo día.

—Estoy haciendo una tarea, ¿puedes guardar algo de silencio? —digo, sin siquiera girarme para encararlo. Trato de sonar neutral e, incluso, algo molesta, pero sé que puede notar la sonrisa en el tono de mi voz.

—Eres tan aburrida —suspira, con fingido pesar—. No entiendo qué fue lo que Mikhail vio de interesante en ti.

—Yo, por el contrario, puedo comprender perfectamente porqué son tan buenos amigos —suelto, en lo que pretendo que sea un tono distraído y aburrido.

—Quiero informarte que seremos amigos solo hasta que consiga que quiera follarme —suelta, con indignación y mi sonrisa se ensancha. En el poco tiempo que llevo conociéndolo, he descubierto que, el no haber conseguido que Mikhail se le echara encima como —según él— todo el mundo hace, hiere su hombría y su sexualidad—. Una vez que descubra lo bueno que soy en la cama, estarás fuera del juego, cariño.

Mi sonrisa se hace aún más grande, al tiempo que niego con la cabeza. Odio admitirlo, pero Axel ha hecho que los días sean un poco más llevaderos. Tenerlo cerca hace que me sienta cerca de Mikhail de alguna u otra manera. Me hace guardar la absurda esperanza de que, quizás, el demonio de los ojos grises aparecerá un día aquí, en esta habitación, y todo será como si nada hubiese ocurrido.

Hace ya una semana que Axel apareció de la nada en mi vida y no se ha marchado desde entonces. Después de haberme pedido que me pusiera en peligro para traer de vuelta a Mikhail —y de haberme negado rotundamente a hacerlo—, decidió que debía pasar los días detrás de mí.

Él asegura que no me dejará sola porque puede que Mikhail acuda a mí en cualquier momento, pero a mí no me engaña. Sé que me sigue porque trata de protegerme. Porque trata de proteger los intereses de su amigo.

Por lo poco que me ha contado, si su superior se entera que ha dejado abandonado su trabajo, podría pasarle algo muy malo.

Debo admitir que no sé cómo me hace sentir el hecho de que los demonios se cuiden entre sí. No es el tipo de camaradería que esperas ver en seres de su naturaleza.

Axel me sigue a la escuela a diario, pero, al contrario de Mikhail, él no puede ser visto por nadie que no sea yo. Según me explicó, esto se debe a su categoría de demonio de Segunda Jerarquía. Ningún demonio de Segunda o Tercera Jerarquía es capaz de ser visto por el ojo humano común; y no porque no lo deseé, sino porque no son lo suficientemente poderosos como para hacerse presentes de manera corpórea; aunque, si me lo preguntan, Axel luce bastante corpóreo para mí.

Con todo eso, se ha encargado de hacer varios destrozos en la escuela. Su naturaleza de íncubo, —alias «demonio de la lujuria»—, ha provocado una oleada extrema de alumnos encontrados en pleno acto sexual en lugares como la biblioteca o el estacionamiento de los maestros. Él, pese a mis constantes quejas y reprimendas, no parece para nada arrepentido de haber logrado que un par de parejas fuesen expulsadas por sus actos desvergonzados.

—Déjame ver si entendí… —Axel habla de nuevo y me saca de mi ensimismamiento—. ¿Llegas de la escuela y no sales de casa?

—Básicamente —digo, con aire despreocupado, sin apartar la vista de la pantalla del ordenador.

Un gemido cargado de frustración brota de sus labios.

—¡Quiero salir de estas cuatro paredes asfixiantes! —se queja, con dramatismo.

—Nada te lo impide —canturreo, con aire fresco y juguetón, solo para hacerlo enojar un poco más.

—¡Eres la más desconsiderada de las anfitrionas! ¡Cualquiera en tu lugar llevaría a sus invitados a conocer la ciudad!

Me giro en la silla de escritorio para encararlo. De inmediato, la imagen de él acostado sobre mi cama, me llena el campo de visión.

—No voy a llevarte a ningún lado —suelto, con determinación—. No después de lo que le hiciste a la profesora de álgebra.

Un suspiro cargado de fastidio brota de sus labios, al tiempo que rueda los ojos al cielo.

—¡Le hice un favor!

—¡La encontraron masturbándose en el baño porque tú la provocaste!

—¡Ella estaba tan tensa! —exclama—. ¡Lo menos que podía darle era un buen rato!

—¡Casi la echan por tu culpa!

—¡Oh, cállate! —exclama, con indignación—. ¡Estoy seguro de que el director se la tiró después de verla tocándose! ¡Es obvio que se atraen!

Un escalofrío de pura repulsión me recorre la espina dorsal en el momento en el que la desagradable imagen del hombre medio calvo, de cabello blanco y piel colgante que dirige la escuela, invade mis pensamientos.

—¡El tipo es casado! —chillo, con incredulidad.

—¡Me importa una mierda! ¡La mujer necesitaba un polvo! ¡Ya deja de gritarme! —iguala mi tono.

—¡No te estoy gritando!

El silencio se apodera del ambiente en ese momento y, de pronto, una carcajada seca y corta brota de mi garganta. Axel me mira con irritación, pero sé que quiere echarse a reír también. Lo sé por el modo en el que sus labios se curvan ligeramente hacia arriba.

—Eres odioso —mascullo, pero no he dejado de sonreír.

Un suspiro brota de sus labios y sacude la cabeza.

—Odio admitirlo, pero comienzo a entender por qué Mikhail está tan interesado en ti...

Mi corazón se salta un latido.

—Ah, ¿sí?

Él asiente.

—No eres tan desagradable… —suspira—, y luces como una damisela en apuros —sacude la cabeza en una negativa—. El tipo tiene complejo de defensor No hay nada que le guste más que cuidar de las personas indefensas. Justo como tú.

—No soy indefensa —objeto, con indignación—. Además, eso no suena propio de una criatura como él. No se supone que ustedes se preocupen por nadie. Quiero decir, son demonios, ¿no es cierto?

Arquea una ceja.

—A estas alturas ya deberías haberte dado cuenta de que los demonios también tenemos buenas intenciones.

—Pero Mikhail no cuida de mí porque tenga buenas intenciones. Lo hace porque es su deber—refuto, y mis propias palabras me hieren, pero me las arreglo para no hacerlo notar demasiado. Me las arreglo para no mostrar emoción alguna.

«Ni siquiera sé por qué se siente tan mal decirlo en voz alta».

—No sé si realmente eres estúpida o solo finges serlo —dice Axel, mientras rueda los ojos—. Mikhail no hace nada de lo que se le ordena. Hace su jodida voluntad porque es poderoso y porque, en el fondo, El Supremo teme que se revele. Le dejan ir y venir a sus anchas porque podría ser un problema si deserta.

—¿Por qué habría de hacerlo?

—Porque no está de acuerdo con muchas cosas que ocurren allá abajo, ¿sabes? —dice—. No puedo decirte mucho al respecto, pero supongo que tarde o temprano vas a enterarte de lo más básico, así que aquí vamos... —se incorpora de su posición acostada y se cruza de piernas sobre el colchón antes de mirarme a los ojos—. Mikhail no es un demonio nacido en el Inframundo, ¿de acuerdo?, se transformó en uno hace no muchos cientos de años. De hecho, su transformación aún no termina. Sigue en el camino de convertirse en uno de nosotros.

—¿A eso te referías con «semidemonio» el otro día? ¿A que Mikhail aún no es uno de ustedes al cien por cien? —no es hasta ese momento en el que me doy cuenta de que me he inclinado hacia adelante para escucharlo mejor.

Odio admitirlo, pero la curiosidad de saber más acerca del él pica en mi estómago y me provoca una extraña sensación de desesperación absurda. La ansiedad ya ha comenzado a hacer su camino hasta mi pecho y mis dedos, involuntariamente, se cierran en puños cuando Axel asiente.

—No le falta demasiado tiempo para completar su transformación; pero, pese a que es poderoso hasta la mierda, no deja de ser un demonio relativamente joven. —El rostro serio de Axel me saca de balance. Se siente erróneo y extraño. Su expresión burlona de siempre se ha transformado en una que desencaja un poco con su habitual postura relajada—. Es precisamente su juventud lo que no le permite aceptar del todo nuestro sistema. Eso y que Mikhail no nació siendo uno de nosotros. —Hace una mueca cargada de pesar—. Es por eso por lo que no comprende las normas que nos han sido impuestas. El Supremo siempre lo mantiene vigilado por esa misma razón.

—No confía en él.

Axel suspira.

—No, no lo hace. —No me pasa desapercibido el brillo triste en sus ojos—. No es uno de nosotros aún. Dudo que algún día llegue a serlo del todo. —Se encoge de hombros—. Mentalmente, quiero decir... —un suspiro se le escapa—. Mikhail está bastante atado a sus antiguas creencias, ¿sabes?... No puedo culpar a los demonios de Primera Jerarquía por desconfiar de él. La lealtad es algo que se valora mucho en el Infierno y, por mucho que me desagrade, no creo que él vaya a ser leal a nuestro Supremo en algún momento de su existencia.

—¿Qué era Mikhail antes de ser un demonio? —la pregunta sale de mis labios en un susurro débil y tímido.

La anticipación de la respuesta que Axel puede darme hace que mi estómago se retuerza de los nervios. Mi corazón se salta un latido para reanudar su marcha a una velocidad antinatural, pero me trago los nervios solo para escuchar lo que el íncubo tiene que decir. En ese momento, una sonrisa tensa se desliza en sus labios.

—Mikhail era un ángel.

No me pasa desapercibido el tono asqueado que utiliza y mis cejas se alzan con incredulidad.

—¿No se supone que debería ser un caído, entonces? —mi ceño se frunce ligeramente, en confusión.

Trato de recordar algún texto bíblico que hable algo respecto a lo que les ocurrió a los caídos después de dejar el cielo, pero nada viene a mí.

—No existe tal cosa llamada «ángel caído», cariño —Axel sonríe aún más, pero sigue sin ser un gesto honesto—. No hay términos medios para el Cielo y el Infierno. Si no estás arriba, estás abajo. O eres un ángel o eres un demonio.

El entendimiento se asienta en mis huesos.

—Todos los ángeles que cayeron son demonios ahora —digo en voz alta, solo para confirmarlo.

—Y son de la peor calaña. Ni siquiera nosotros, los nacidos en el Averno, los queremos de nuestro lado. La traición es algo que no se tolera en el Infierno y, a pesar de que cayeron gracias a la tentación que El Supremo puso frente a ellos, no los queremos en nuestras filas —dice, con la mirada ausente ahora—. Por esa razón vagan por la tierra perturbando a los seres humanos. Se alimentan de las emociones negativas y sobreviven en un mundo en el que no hay lugar para ellos. —Sus ojos adquieren un brillo familiar y, de pronto, se clavan en mí—. Tú los conoces. Te atacaron. O creo que eso fue lo que Mikhail dijo una vez... También se les conoce como Grigori.

El recuerdo de las sombras en la fiesta de Phil Evans y la forma en la que Mikhail los despedazó, viene a mí a toda velocidad.

—Las sombras —asiento—. Los recuerdo. Mikhail dijo que eran el Clan Grigori.

Axel asiente.

—Son basura entre la basura, Bess. No lo olvides —dice—. Lo único que quieren es congraciarse con la gente de allá arriba para volver a ser lo que fueron.

—Por eso me atacaron. —No es una pregunta. Es una afirmación que Axel solo confirma con un movimiento suave de su cabeza.

—Exactamente.

El entendimiento poco a poco se abre paso en mi sistema y digiero poco a poco la información.

—¿Cómo es que sabes sobre mi encuentro con los Grigori? ¿En qué momento te comunicabas con Mikhail si se supone que todo el tiempo estaba cuidando de mí?

—Tengo mis métodos, cariño —me guiña un ojo—. Y son efectivos.

En ese momento, y sin poder evitarlo, ruedo los ojos al cielo. Acto seguido, trato de recuperar el tema inicial, porque las dudas que tengo son gigantescas ahora.

—¿Por qué, entonces, si Mikhail fue un ángel, no es un Grigori ahora?

—Porque Mikhail no cayó gracias a la tentación —Axel me mira a los ojos—. Cayó porque fue traicionado por los suyos.

Mi corazón se estruja con violencia y un absurdo sentimiento de enojo e indignación se apodera de mis entrañas. Una conversación que tuve con él hace un tiempo vuelve a mi cabeza y, entonces, comprendo muchas cosas.

Entiendo que su aversión por los ángeles es grande debido al sentimiento de traición que lo envenena. Entiendo por qué piensa que los ángeles son peores que los demonios. Después de todo, los de su especie le mintieron y fue condenado a transformarse en una cosa que, quizás, llegó a detestar con toda su alma.

—Odia a los ángeles porque lo traicionaron... —susurro para mí misma.

Axel murmura un asentimiento y la pesadez aumenta dentro de mí.

—A pesar de eso, no nos acepta a nosotros, los demonios, como parte de su entorno. —Genuino pesar inunda el tono de su voz—. Está justo en medio de la línea divisoria entre eso que él siempre pensó que sería y lo que realmente es. Está dividido entre lo que creyó que le pertenecería para siempre y lo que ahora tiene para sobrevivir. Le arrebataron la gloria de tajo. —Su mirada está perdida en algún punto en el suelo, pero su gesto se endurece con cada palabra que dice—. Solo dejaron la carcasa del hermoso monstruo destructor que era.

Mi pecho duele. Ahora mismo, no puedo imaginarme a Mikhail con otras alas que no sean esas membranosas, lisas y letales. No puedo verlo como un ser luminoso como el que me atacó. Todo él irradia oscuridad, ferocidad y violencia. ¿Cómo alguien como él pudo ser un ángel?...

«Quizás la traición lo hizo de esa manera», pienso. «Quizás el tiempo se ha encargado de oscurecer todo eso que era bueno en su alma… Si es que realmente tiene una todavía».

—¿Por qué está vigilándome entonces? ¿Por qué, si se supone que no obedece órdenes de nadie? —mi voz suena tímida y temblorosa, pero trato de desviar la conversación hacia un lugar seguro. No estoy lista para procesar más información el día de hoy, así que prefiero volver al tema inicial.

Axel se encoge de hombros.

—No sé qué diablos piensa o qué mierda trama —suspira—, pero mientras te proteja, todo está bien. Le hace creer al Supremo que está comenzando a aceptar su naturaleza actual y todo el mundo allá abajo deja de estar a la defensiva; aunque debo decirte, cariño, que los príncipes creen que va a traicionarnos en cualquier momento. Están listos para cazarlo si hace algo malo.

Muerdo mi labio inferior.

—Te preocupas por él —digo, en voz baja, sin apartar mi vista del íncubo.

—¿Qué te hizo deducirlo, genio? —bufa, con irritación, pero noto un destello de pánico en el tono que utiliza.

—Yo también lo hago —admito.

Axel me mira de reojo y sacude la cabeza.

—Tenemos que encontrarlo antes de que El Supremo se entere de que ha abandonado su tarea —dice y, por primera vez desde que lo conozco, suena angustiado—. Si lo descubre, va a venir personalmente a matarlo. ¿Tienes una idea de lo jodido y aterrador que será que venga el rey del Infierno a terminar con él? Ni siquiera quiero estar cerca si llega a ocurrir.

El horror me escuece las entrañas, pero trato de mantener mi expresión tranquila. Inevitablemente, mi memoria viaja hasta las facciones hoscas y angulosas del rostro del demonio con el que estuve a punto de besarme y no puedo evitar pensar en él de otra manera.

Ahora que he aprendido un poco más sobre su historia, me siento extraña y ansiosa. Es como si el Mikhail arrogante se hubiese esfumado para abrirle paso a este chico traicionado y herido que ronda en mi cabeza. Ha dejado de ser ese idiota irritante y odioso para ser solo alguien perdido en el camino. Alguien que fue defraudado y que se esconde debajo de una capa de hostilidad, sarcasmo y arrogancia.

Ni siquiera puedo imaginarme cómo debe sentirse al saber que alguien a quien consideraba parte de los suyos, le fue desleal.

El sonido estridente de mi teléfono me hace saltar en mi lugar.

Axel masculla una maldición luego de eso y dice algo acerca del horrible timbre de teléfono que he elegido. Entonces, medio aturdida, estiro mi cuerpo para llegar al aparato que descansa sobre mi escritorio y respondo sin mirar el identificador de llamadas.

—Tengo algo para ti —la voz de Mason invade mis oídos—. ¿Crees que podamos vernos?

La falta de ceremonia con la que inicia la conversación me saca tanto de balance, que lo único que puedo responderle, es un balbuceo incoherente.

—¿Qué? —el chico suelta, porque sé que no me ha entendido una mierda.

Mis ojos se cierran con fuerza durante unos segundos y tomo una inspiración profunda para aclararme los pensamientos.

—Hola, para ti también, Mason —digo, luego de unos instantes.

Una risa nerviosa me recibe del otro lado de la línea.

—Lo siento —dice—. Pasa que estaba muy entusiasmado por lo que encontré. ¿Cómo estás, Bess? ¿Será que tienes tiempo de que nos veamos?

—¿Hoy? —miro el reloj de mi computadora. Son casi las seis de la tarde—. No lo sé, Mason. Tengo un trabajo importante qué terminar y ni siquiera voy por la mitad.

—Será rápido —dice—. Solo necesito entregarte algo que creo que podría interesarte. Es una copia de El Libro de Enoc que encontré en la biblioteca de mi papá hace unos días. Es bastante antigua. Creo que podría servirte para lo que sea que estás intentando averiguar.

La duda crece en mi pecho y miro en dirección a Axel, quien me observa con una ceja levantada. La expresión interrogante que esboza me hace querer rodar los ojos al cielo.

—No lo sé, Mason. Realmente estoy algo ocupada.

—No te quitaré mucho tiempo —promete—. Por favor.

Un suspiro brota de mis labios.

—De acuerdo —digo, pero en realidad no quiero reunirme con él—. ¿Te veo a las seis y media en el café que está frente a la biblioteca pública?

—Sí —noto la emoción en su voz—. Te veo allá dentro de un rato.

—De acuerdo. No llegues tarde —digo.

Entonces, sin decir una palabra más, finaliza la llamada.

—¿Quién era? —Axel pregunta, con gesto interesado.

—Un amigo.

—¿Chico?

—Sí.

—¿Es sexy?

Una pequeña sonrisa me asalta.

—En realidad no —digo, mientras que me encojo de hombros.

—Igual iré contigo —se levanta de la cama—. Esto de estar acostado todo el día va a ponerme como una vaca.

Ruedo los ojos al cielo antes de disponerme a buscar mis Converse y cepillar mi cabello para amarrarlo en un moño despeinado. Estoy decidida a no tardarme demasiado, así que tampoco invierto demasiado tiempo arreglándome.

Acto seguido, Axel se encamina hacia la puerta y me mira de arriba abajo antes de decir:

—Vámonos ya de aquí, por favor.

Una pequeña risita se me escapa, pero, en lugar de objetar, lo sigo hasta la salida.

A casi una cuadra de la cafetería, Axel se detiene en seco y el aire que inhala con brusquedad, hace que yo también deje de moverme. La alarma se enciende en mi interior a toda velocidad y, de inmediato, busco la fuente del peligro sin tener éxito alguno.

—¡Mira a ese bombón! —exclama el íncubo, mientras señala a un chico que camina en la acera de enfrente.

—¡Oh, por el amor de...! ¡¿Por eso haces esa clase de sonidos?! ¡Creí que habías visto algo peligroso! —siseo, al tiempo que miro hacia todos lados para cerciorarme de que nadie me haya escuchado.

Soy plenamente consciente de que nadie puede ver a Axel, así que trato de ser discreta mientras reanudo mi andar apresurado.

—¡Es peligroso para mí toparme con tanta belleza humana!

Niego con la cabeza, con exasperación.

—Deja de asustarme de ese modo —digo, en voz baja, y, acto seguido, apresuro el paso—. Te golpearé si vuelves a hacerlo.

—¿Puedo ir a divertirme con él un rato? —Axel ignora mi petición—. ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo? —sus dedos se cierran en el material de mi vieja sudadera y lo miro solo para darme cuenta de que no ha apartado la vista del tipo del que quedó prendado.

—¿Sabes volver al apartamento por tu cuenta? —digo, una vez que estoy a pocos pies de la puerta de la cafetería.

—Lo investigaré —sonríe—. No es difícil localizarte cuando eres un espectacular brillando en la calle.

—¡Oh!, eso es alentador —mascullo, con sarcasmo—. Ahora no me preocuparé de ser atacada por nadie mientras te diviertes con humanos que ni siquiera pueden verte.

Axel hace un gesto de mano para restarle importancia a mis palabras y suelta una despedida vaga antes de abrirse paso entre la gente. Estoy bastante segura de que ha ignorado todo lo que le he dicho.

Un suspiro brota de mi garganta, pero me obligo a empujar el ligero enojo hasta lo más profundo de mi cabeza y entrar al establecimiento.

Localizo a Mason con la mirada casi de inmediato, ya que el lugar no es muy grande y está más bien vacío. Las mesas redondas apretujadas solo hacen que el espacio se sienta más reducido de lo que en realidad es, pero la blancura de las paredes le da la ilusión óptica de amplitud. La decoración tampoco es muy llamativa: consta de un par de cuadros en colores vivos y un montón de fotografías de gente famosa que ha visitado la cafetería. Todas ellas han sido acomodadas estratégicamente a lo largo de las paredes blancas, de modo que todo luce estilizado.

Avanzo entre las mesas hasta llegar a esa en la que el chico en cuestión se ha instalado, la cual se encuentra casi al fondo del local, pero él no parece percatarse de mi presencia hasta que estoy a pocos metros. Su rostro se ilumina con una sonrisa en ese momento y, sin decir nada, se pone de pie y me recibe con un abrazo apretado y un beso en la mejilla.

Acto seguido, señala el asiento frente a él.

No quiero sentarme. Solo quiero que me entregue el libro para poder irme, pero sé que hacer algo así sería maleducado, así que tomo asiento y me fuerzo a sonreír.

—Te he encargado un té como el que pediste el día que salimos —anuncia, mientras miro alrededor.

Estamos tan atrás en el establecimiento, que soy capaz de ver la puerta que da a la cocina desde mi posición.

—No tenías por qué hacerlo —digo, medio avergonzada y medio irritada—. Tengo algo de prisa y no sé si voy a tener oportunidad de quedarme mucho tiempo.

La decepción se filtra en sus facciones.

—Lo pedí de todos modos —trata de sonar fresco, pero la decepción que se cuela en su voz es apabullante—. Igual si no puedes beberlo ahora, puedes pedir que te lo pongan para llevar.

La sonrisa triste que esboza hace que una punzada de arrepentimiento se estrelle contra mí.

—Mason, yo...

—Entiendo —asiente, sin dejar de sonreír de manera forzada y lastimosa—. Créeme que me quedó muy claro que no te intereso en lo más mínimo. Nuestra cita del otro día fue... —sacude la cabeza—. ¡Dios! Fue un desastre. Ya lo sé. No es necesario que trates de rechazarme de forma amable, ¿de acuerdo? Solo quiero invitarte a un té. No voy a pedirte que salgas conmigo una vez más. Lo prometo.

La vergüenza enciende mis mejillas, pero me las arreglo para no apartar la mirada de la suya.

—Mason…

—Solo es un té —insiste, pero suena más bien como si estuviese suplicándome.

Una inspiración profunda es inhalada por mi nariz y la dejo escapar con lentitud. Una maldición se construye en mi garganta, pero me las arreglo para esbozar una ligera sonrisa.

—De acuerdo —digo, al tiempo que me hundo aún más en la silla—. Solo el té.

La sonrisa de Mason se ensancha en ese momento y, entonces, saca de su mochila un ejemplar bastante viejo de El Libro de Enoc.

Me cuenta cómo fue que logró sacarlo de la biblioteca de su padre sin que se diera cuenta y me habla, también, de que cree que puede encontrar La Clavícula de Salomón —otro libro relacionado al tema— entre las pertenencias del párroco de su comunidad.

La mesera llega a nosotros con lo ordenado, mientras Mason continúa con su diatriba. Yo, por mi parte, trato de beber el té más rápido de lo habitual. Quiero marcharme pronto.

Conforme pasan los minutos, la pesadez se apodera de mi cuerpo. Por un segundo creo que se debe a lo poco que he dormido durante los últimos días; pero, cuando trato de aferrar los dedos a la taza y noto que no puedo cerrarlos, me doy cuenta...

Mi vista se alza hacia Mason, quien ha dejado de hablar.

«¿En qué momento dejó de hablar?».

La expresión seria, aterradora y sombría que se ha apoderado de su rostro, está cargada de satisfacción y, entonces, trato de ponerme de pie. No lo consigo. Lo único que logro es tambalearme hacia el suelo y estrellarme contra el azulejo del establecimiento.

El mundo entero pierde enfoque en ese momento y da vueltas a mi alrededor. Mis manos tiemblan, mi pecho se estremece y lucho contra la sensación aplastante que ha tomado posesión de mi cuerpo.

La parte consciente de mi cerebro grita que algo va terriblemente mal, pero la misma pesadez no me deja ordenar mis pensamientos.

Alguien tira de mí y me incorpora. Me estoy moviendo. Avanzo, pero nada tiene sentido. La habitación da vueltas, los sonidos suenan distantes y lejanos y mi respiración es dificultosa.

«¡El té! ¡El té tenía algo!». Una vocecilla resuena en mi cabeza, pero está demasiado lejos como para intentar aferrarme a ella, así que sigo en el limbo.

No puedo mantenerme en pie, pero alguien se encarga de llevarme. De pronto, la vista familiar de un chico de cabellos rubios aparece frente a mí. El nombre Mason hace eco en mi cerebro, pero ni siquiera sé por qué lo hace.

Un extraño escozor en mi cuello me hace protestar y gemir, pero no dura demasiado.

—Llegó la hora, cariño —susurra una voz desconocida y, sin más, el mundo se desvanece por completo.

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