Demon

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Capítulo 13

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aliVio

El mundo entero ralentiza su marcha. Cada persona, cada movimiento, cada segundo parece extenderse más allá de sus límites y, pese a que todo pasa como un borrón delante de mis ojos, soy capaz de percibir cada movimiento hecho por el demonio que vuela en picado hacia el pastor que dirige la ceremonia.

Una de las puntas afiladas de las alas de Mikhail atraviesa el estómago del hombre, y una mezcla enfermiza de horror y satisfacción me invade el cuerpo casi de inmediato. La sangre brota a borbotones por la herida abierta y el sacerdote cae el suelo con un golpe sordo antes de que el chico de las alas emprenda el vuelo hacia arriba una vez más.

Las poderosas extremidades de su espalda baten con brusquedad y la onda expansiva provocada por la potencia de su aleteo, hace que los vidrios de todo el edificio estallen y que la plataforma sobre la que me encuentro se estrelle contra la pared más cercana.

Un gemido adolorido brota de mis labios en ese momento. Estoy aturdida y abrumada, así que apenas soy capaz de notar cuando alguien trata de llegar a mí.

De pronto, el familiar rostro de Mason aparece en mi campo de visión. Un sonido aterrorizado me abandona cuando veo el objeto punzante que sostiene entre los dedos y el pánico estalla en mi sistema. Entonces, presa de este terror arrollador, lucho contra las ataduras que me sostienen sin importar el dolor que escuece mi hombro.

Un sonido horrorizado se me escapa cuando Mason se eleva en la plataforma para quedar más cerca de mí y grito de la frustración cuando siento como su cuerpo se pega al mío.

—Lo siento, Bess —susurra él, contra mi oído—. Hay cosas que necesitan ser hechas.

Sus palabras envían un escalofrío a lo largo de mi espina y me tenso por completo cuando siento cómo pincha la piel de mi brazo sano con la punta de su arma.

Mis párpados se cierran con fuerza y tomo una inspiración profunda mientras me preparo para el ataque inminente.

De pronto, el suelo se mueve. Poco a poco, la plataforma se inclina hacia adelante y un sonido impresionado y asustado brota de los labios de Mason. Por acto reflejo, trato de usar las manos para amortiguar mi caída, pero no puedo hacerlo. No cuando estoy atada por las muñecas y los tobillos.

El impacto de mi cara contra el suelo es amortiguado por el cuerpo del chico que me amenazaba, pero un grito adolorido y torturado escapa de mi garganta cuando siento cómo el objeto punzante se me entierra en el brazo.

Alguien se pone de pie sobre la estructura de madera a la que estoy atada y siento cómo la madera cruje y se entierra en mis vértebras. Otra persona corre por encima de ella y pisa la zona cercana a mi cráneo y, de pronto, mi vista se nubla por completo. El estallido de dolor es tan fuerte, que me siento aturdida. Los gritos de la gente a mi alrededor suenan lejanos y suaves, y mi cuerpo entero se siente ligero.

Hay dolor en todos lados, pero no puedo moverme. Ni siquiera puedo luchar contra la sensación de pesadez que lo invade todo.

El mundo da vueltas a mi alrededor y, de pronto, siento cómo la presión en mi espalda disminuye hasta desaparecer por completo. Estoy moviéndome, pero no soy yo quien le ordena a mi cuerpo que lo haga.

«¿Qué está pasando?».

Mis ojos entreabiertos tratan de enfocar la silueta del rostro que se encuentra justo frente a mí, pero no logro hacerlo. Mi vista está llena de puntos negros y sé que estoy a punto de desmayarme, pero lucho contra la inconsciencia porque no sé quién diablos es quien me ha levantado del suelo.

Necesito saberlo.

—Te tengo, Cielo —la familiar voz ronca invade mis oídos y el alivio me recorre entera—. Estás a salvo ahora.

—Mik… M-Mikhail —logro pronunciar apenas.

—Shh… —siento cómo una de las ataduras de mis manos es deshecha—. No pasa nada, bonita. Voy a hacerlos arder a todos.

Un sonido —mitad sollozo, mitad gemido — me abandona y él se acerca, de modo que es capaz de sostener el peso de mi cuerpo cuando me desata ambos brazos. El aroma fresco de su cuerpo me llena de alivio y satisfacción, y el calor de su piel contra mi mejilla es reconfortante.

Trato de hablar. De pedirle una disculpa por lo ocurrido la última vez que hablamos, pero él vuelve a murmurar unas cuantas palabras tranquilizadoras antes de recargar mi cuerpo contra la estructura deshecha para desatar mis tobillos.

Quiero preguntar por todo el mundo, pero no puedo hacerlo. No cuando me siento en el limbo de la semiinconsciencia. La gente sigue gritando y ha comenzado a oler a madera quemada, pero ya no puedo abrir los ojos. No cuando Mikhail ha vuelto a sostenerme contra su pecho.

Siento algo cálido y blando sobre mi sien y, de pronto, el aliento caliente proveniente de sus labios me golpea de lleno en la mejilla.

—Vámonos de aquí, bonita —dice y, mi brazo sano se envuelve alrededor de su cuello. No me atrevo a apostar, pero creo haber sentido un pequeño beso en la parte interna de mi antebrazo.

Él aprieta su agarre en mi cintura y, entonces, me dejo ir.

El sonido de los autos en la lejanía se cuela en la bruma de mi sueño. Algo cálido pero reconfortante envuelve mi cuerpo y trato de removerme en mi lugar; pero, en el instante en el que comienzo a hacerlo, el dolor quema y se apodera de mi cuerpo.

Mis ojos se abren de golpe en ese momento, pero la luz hace que se cierren una vez más. Un gemido estrangulado brota de mi garganta, pero es débil. No alcanza a expresar el dolor intenso que envuelve la parte superior derecha de mi torso.

El zumbido en mis oídos es insoportable, pero trato de absorber el fuego que lame mi hombro mientras aprieto los dientes con violencia. Un grito ahogado me abandona de pronto y no puedo dejar de temblar.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que me atreva a abrir los ojos una vez más. Hay lágrimas corriendo por mis mejillas y la sombra del dolor aún me paraliza; es por eso por lo que tomo un par de inspiraciones profundas para relajarme.

Esto apenas logra contener el ardor que me invade.

Cuando, finalmente, logro tomar el control de mi cuerpo, trato de mirar alrededor. El dolor regresa en un abrir y cerrar de ojos, y hago una mueca al tiempo que muerdo la parte interna de mi mejilla. Me siento ansiosa y desesperada, pero no logro averiguar por qué.

Mi corazón late con mucha fuerza, pero ni siquiera sé por qué lo hace. Tengo mucho miedo, pero tampoco puedo explicar el motivo. Algo en la parte posterior de mi cabeza grita que algo iba muy mal antes de que despertara aquí, pero no logro poner todas las piezas sueltas en orden.

Durante un doloroso momento, lo único que soy capaz de escuchar, es el sonido de mi respiración dificultosa; pero, poco a poco, logro concentrarme en el sonido del tráfico matutino y las voces que van y vienen desde afuera del lugar en el que me encuentro.

Cuando empiezo a relajarme, los recuerdos comienzan a toman forma y estructura en mi cabeza, y es hasta ese momento, que el horror me invade.

Mi cuerpo entero se estremece debido al escozor que me provoca el incorporarme abruptamente, pero lo ignoro. Lo ignoro porque lo único que quiero hacer ahora mismo es salir de este lugar.

«¿Qué es este lugar?».

En el instante en el que trato de bajar de la cama, el ardor en los dorsos de mis manos y en la coyuntura de mi brazo sano, me invade por completo. Un jadeo brota de mis labios y caigo al suelo helado debido a la debilidad de mis piernas.

De pronto, hay caos a mi alrededor. Alguien trata de ponerme de pie, pero el pánico es tan grande, que lucho a patadas y arañazos. Mi hombro se siente como si estuviese a punto de salirse de su lugar una vez más, pero no me detengo. No dejo de pelear. No cuando las aterradoras imágenes que acechan mi mente están tan frescas en mi memoria.

—¡Estás a salvo! —alguien grita—. ¡Bess!, ¡Bess, estás a salvo!

—¡Bess, por el amor de Dios! ¡Soy yo: Dahlia! ¡La hermana de tu madre! —la voz vuelve a gritar y busco frenéticamente a mi alrededor solo para encontrarme con la visión de su rostro justo en medio de un montón de caras desconocidas. Un atisbo de alivio recorre sus facciones cuando nota que he dejado de forcejear, y traga duro antes de decir con voz suave y tranquilizadora—: Estás en un hospital, cariño. Nadie aquí quiere hacerte daño, ¿de acuerdo? Estás bien ahora. Estás a salvo.

Mi vista barre a las personas que me rodean y no me pasan desapercibidas las batas blancas que visten todos. Una punzada de alivio me recorre de pies a cabeza, pero no es hasta que pasan un par de minutos, que dejo que me ayuden a levantarme para volver a recostarme sobre la cama.

Una enfermera vuelve a colocar las agujas que tenía adheridas al cuerpo con mucho cuidado y me advierte de no realizar movimientos bruscos. Yo, sin decir una palabra, asiento a su petición.

Los médicos, al ver mi expresión un poco más relajada, van despidiéndose poco a poco. Uno se demora un poco más de la cuenta para hablar en voz baja con Dahlia y, segundos después de la interacción, se marcha.

Mi tía observa el punto por el cual todo el mundo ha desaparecido, unos segundos antes de volcar su atención hacia mí. Hay lágrimas en sus ojos.

Durante un largo momento, nadie se mueve. Nos limitamos a mirarnos a los ojos, mientras que un mundo de sensaciones choca y me revuelve el estómago.

—Estaba tan preocupada —suelta, en un sollozo estrangulado. Entonces, sin decir una palabra más, cruza la habitación y envuelve sus brazos alrededor de mi cuello.

Sonidos desgarradores y aliviados brotan de su garganta en ese momento y un nudo se instala en la mía mientras me aferro a ella con mi brazo sano.

El alivio me recorre el cuerpo al sentir su calor y, de pronto, me descubro luchando contra las lágrimas que amenazan con abandonarme.

Dahlia no deja de disculparse. De rogarme que la perdone por haberme descuidado como —según ella— lo hizo. Yo no puedo hablar. No puedo decirle que ella no tuvo la culpa de nada porque estoy muy ocupada intentando no llorar como una idiota; tratando de mantener a raya todas mis emociones.

Ella se aparta de mí para mirarme a los ojos y ahueca mi rostro entre sus manos.

—Te juro por Dios que voy a hacer que quienes te hicieron esto, paguen —la ira tiñe el tono de su voz—. Juro que esto no se va a quedar así, Bess. Esa gente se va a pudrir en la cárcel.

Niego con la cabeza.

—No entiendo —hablo por primera vez. Mi voz suena antinatural y extraña a mis oídos. Ronca, afónica y lastimada, y eso solo es un recordatorio del tiempo que grité como una completa lunática mientras estaba encerrada—. ¿Qué fue lo que pasó?

—¡Unos fanáticos religiosos iban a crucificarte! —exclama ella, con indignación—. ¿Cómo es que no lo recuerdas?

Sacudo la cabeza en una negativa. Puedo recordar eso. A decir verdad, casi estoy segura de que tendré pesadillas con eso el resto de mi vida, pero no logro comprender cómo diablos es que llegué hasta aquí.

—¿Cómo me sacaron de ese lugar? —pregunto—. ¿Cómo supieron que estaba allí? ¿Cuánto tiempo estuve encerrada?

Lágrimas nuevas inundan la mirada de Dahlia.

—El lugar comenzó a incendiarse —dice, pese a las lágrimas que amenazan con abandonarla—. Al parecer, un hombre arrepentido de los que se encontraban ahí dentro te sacó y te trajo hasta aquí cuando logró salir de la iglesia. —Sus ojos se cierran con fuerza y toma una inspiración profunda—. Estuviste desaparecida por tres días enteros, Bess.

La confusión es cada vez más grande. Mis recuerdos no me dicen eso. La sensación de Mikhail sosteniéndome no fue una alucinación… ¿o sí?

—Todo mundo estaba tan angustiado —la voz de Dahlia me trae de vuelta al aquí y al ahora.

—¿Qué pasó con la gente de la iglesia? —apenas puedo hablar—. ¿Dónde están? ¿Qué ocurrió con ellos?

La mirada de mi tía se ensombrece ligeramente.

—Murieron. Toda la gente que se encontraba ahí dentro murió calcinada. Al parecer, se encerraron en el lugar. Nadie tuvo oportunidad de salir a excepción tuya y de ese hombre. —Niega con la cabeza—. La policía no se traga el cuento de que solo ustedes sobrevivieron. Ahora mismo se ha abierto una investigación. Están tratando de localizar a los empleados de la cafetería en la que te vieron por última vez. La policía sospecha que saben algo. Que alguno de ellos ha tenido que ver con lo que estuvo a punto de sucederte.

Estoy abrumada hasta la mierda. Todo en mi cabeza da vueltas y, de pronto, lo único que se me ocurre, es que Mikhail manipuló la historia a su antojo para mantenerse en el anonimato; justo como manipuló las mentes de todos en la escuela para que creyeran que era un chico que había cursado el ciclo escolar desde el inicio, ya que no recuerdo a ningún hombre y, ciertamente, no creo que nadie en ese lugar haya querido salvarme.

El demonio fue el que me sacó de ese lugar. Estoy segura de ello.

Una mano cálida ahueca mi mejilla y mis ojos se posan en la figura de la mujer amable frente a mí. De pronto, me siento aturdida por el contacto repentino, pero trato de ignorar la sensación dolorosa que me ha atravesado el pecho y me concentro en el aquí y el ahora.

—Me alegra tanto que estés bien —suelta Dahlia, con un hilo de voz—. Nate y Emily van a enloquecer de felicidad cuando sepan que has despertado.

—¿Dónde están? —mi voz suena temblorosa debido a la emoción que me provoca escuchar el nombre de mi mejor amiga y el prometido de mi tía.

—Nate tuvo que ir a la oficina. Se ausentó casi toda la semana. Tenía que ir a reportarse con su jefe —dice, con una mueca de pesar dibujada en el rostro. El remordimiento de conciencia me invade cuando me doy cuenta de que, seguramente, faltó por ir a buscarme—. Emily está en la escuela. El chico que está en la sala de espera, sin embargo… —un brillo juguetón invade su mirada—, ha permanecido aquí durante casi dos días enteros.

Mi corazón da un vuelco furioso y mi estómago se estruja con violencia.

«¡¿Dos días?! ¡¿Estuve inconsciente dos jodidos días?».

—¡¿Dos días?!

Dahlia asiente.

—Estabas bajo los efectos de muchos medicamentos. Los médicos dijeron que era normal que no volvieras en sí.

Niego con la cabeza.

—No puedo creerlo —murmuro, con un hilo de voz.

—¿Qué cosa? ¿Qué hayas estado prácticamente dormida durante casi cuarenta y ocho horas, o que haya un chico montando guardia allá afuera por ti? —suena divertida, pero yo no me siento de la misma manera.

La imagen de Mason invade mi cabeza en un abrir y cerrar de ojos y un destello de pánico me recorre el cuerpo.

«¿Qué si el chico de allá es Mason?», susurra mi subconsciente.

—¿Qué chico? —mi voz sale en un susurro cauteloso.

Mi tía se encoge de hombros.

—Me dijo su nombre, pero ahora mismo no lo recuerdo —dice—; pero es alto, de cabello oscuro y ojos ¿azules?, ¿grises? No lo sé. Es un color extraño. Se llama algo como ¿Misha?, ¿Micah?...

—Mikhail —sueno más aliviada de lo que pretendo.

Una sonrisa radiante se apodera de los labios de mi tía y el miedo previo se transforma en algo diferente. Algo más… dulce.

—Es guapo —observa—. Y atento.

Siento cómo el rubor sube por mi cuello hasta invadir mi cara.

—Es un idiota —mascullo, pero quiero gritar de la emoción.

—No digas esas cosas —me reprime y me guiña un ojo antes de añadir—: Le gustas. No cualquiera hace lo que él está haciendo, ¿sabes? —de pronto, suena entusiasmada—. ¿Ese es el chico con el que saliste la última vez? ¿El de tu cita de hace unas semanas?

Trato de no lucir afectada, pero la sola mención de mi cita con Mason hace que un escalofrío de terror me recorra.

—No —me las arreglo para sonar tranquila y no aterrorizada al contestar.

—Quizás deberías comenzar a salir con él, entonces —Dahlia me guiña un ojo—. Es un buen chico.

Una sonrisa irónica se dibuja en mis labios solo porque jamás imaginé que escucharía a alguien decir que un demonio es un «buen chico». Si me lo hubiese dicho hace unos meses, me habría reído a carcajadas.

—Lo es —digo, porque es cierto y ella sonríe aún más.

—Si quiere pasar a verte, ¿lo dejo entrar?

Mi corazón da una voltereta hacia atrás, pero asiento.

—Por favor.

El gesto aliviado y feliz que hay en su rostro, hace que una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios.

—Iré a decirle que venga a hacerte compañía, entonces. Necesito avisar a la jefatura de policía que has despertado. Deben tomar tu declaración.

Mi estómago se revuelve solo de pensar en que tendré que revivir lo ocurrido durante los últimos días, pero me las arreglo para asentir antes de que se marche.

En ese momento, mi vista se posa en el cabestrillo que sostiene mi brazo en su lugar. La imagen atroz de mi hombro dislocado vuelve a mi cabeza y mi pecho se estruja. El dolor que sentí parece un sueño lejano, pero no puedo olvidar del todo el terror que tomó posesión de mí durante todo ese tiempo que pasé encerrada.

Me falta el aliento, pero trato de mantenerme serena mientras que tomo una inspiración profunda.

—Estás hecha una mierda —la voz ronca y profunda lo invade todo y mi cuerpo entero se tensa cuando alzo mi rostro para encararlo.

Mikhail está de pie bajo el umbral de la puerta. Lleva las manos en los bolsillos de sus vaqueros y un gesto despreocupado y perezoso. Sin embargo, soy capaz de percatarme el alivio que se filtra en su expresión.

Una sonrisa tira de las comisuras de mis labios y siento cómo mis ojos se humedecen con lágrimas no derramadas. No sé si quiero llorar de alivio o debido a la tensión nerviosa acumulada. Quizás es un poco de ambas cosas.

—Gracias —me las arreglo para articular. Por mucho que deteste admitirlo, soy un manojo de nervios.

Él esboza una sonrisa tensa y avanza en mi dirección.

Entonces, sin decir una palabra, se sienta sobre el colchón para quedar justo frente a mí.

Su mano ahueca un lado de mi cara y su mirada barre mi cuerpo con lentitud. Sus ojos se detienen un segundo más de lo debido en mis manos llenas de agujas y sondas, pero no hace ningún comentario al respecto.

—¿Te he dicho ya que eres un jodido desastre? —articula, pero hay un dejo dulce en la forma en la que lo dice.

—¿Esa es tu manera de decir: «me alegra que estés bien»?

—Esa es mi manera de decir: «Estaba asustado hasta la mierda. No sé qué demonios habría sido de mí si no te hubiese encontrado a tiempo».

Mi corazón se salta un latido.

—Entonces, gracias —trato de sonar casual, pero no lo logro.

—Debes saber que el agujero de tu hombro se veía asqueroso —dice, pero la preocupación en su mirada dice otra cosa.

—¿Esa es una forma de decir que te alegra que cada pieza de mí esté de vuelta en su lugar? —digo, con un hilo de voz.

—Esa es mi manera de decir: «Los hice pagar por cada maldita cosa que te hicieron».

El silencio se apodera del ambiente durante unos minutos y él aparta su toque. No puedo evitar sentirme decepcionada por eso.

—Gracias por llegar —susurro, al cabo de unos instantes tratando de armarme de valor para hacerlo. El nudo en mi garganta se aprieta en ese momento, pero me obligo a continuar—: Gracias por olvidar que fui una completa perra contigo y…

—Cállate —me interrumpe—. Cállate ahora o voy a golpearte.

—¿Vas a golpear a una persona en mi estado?

—Decir que voy a golpearte es mi forma de decir que, si no cierras la boca, no voy a poder contener las malditas ganas que tengo de… —Se detiene abruptamente y nuestros ojos se encuentran. Hay algo en la forma en la que me mira que hace que todo mi cuerpo se caliente—. Solo deja de hablar, Bess. Deja de disculparte. Me siento como una completa mierda cuando lo haces.

—No tienes porqué sentirte de ese modo —mi ceño se frunce ligeramente, pero mi tono sigue siendo suave—. Lo que pasó no fue tu culpa.

Él sacude la cabeza.

—No lo entiendes, ¿cierto? —dice, con un hilo de voz—. Si algo te hubiese ocurrido, Bess, jamás me lo habría perdonado.

Nuestros ojos no se han apartado ni un segundo y, de pronto, algo en la atmósfera cambia. Algo consigue que el aire se sienta denso en mis pulmones y mi corazón acelere su ritmo un poco más.

Trato de no poner atención a su cercanía, pero soy plenamente consciente del modo en el que su cuerpo se inclina hacia mí.

—¿Cómo me encontraste? —mi voz suena ronca e inestable y mi corazón se acelera un poco más cuando noto cómo su vista se posa en mis labios durante una fracción de segundo.

—¿Recuerdas que te dije que los demonios estamos atados a nuestro nombre? —su voz también se ha enronquecido un poco.

—Sí.

—El hombre de la ceremonia me invocó. Dijo mi nombre y no pude evitar estar ahí tan pronto como mi cuerpo me lo permitió.

La realización cae sobre mí como balde de agua helada.

—¿El sacerdote dijo tu nombre de ángel?

Es su turno para fruncir el ceño.

—¿Cómo diablos…?

—Axel me lo dijo —lo interrumpo mucho antes de que termine de formular la pregunta.

La confusión aumenta en sus facciones.

—¿Axel?

—No me dijo su nombre real —ruedo los ojos al cielo—, pero se trata del íncubo que quiere follarte —sueno medio divertida y medio irritada al mismo tiempo.

En ese instante, su rostro rompe en una sonrisa divertida.

—Ese idiota… —Niega con la cabeza—. Le debo mucho. —Su sonrisa pierde un poco de fuerza—. Fue él quien me siguió, tomó posesión de un cuerpo para traerte al hospital mientras yo me encargaba de toda esa estúpida gente. —Un suspiro brota de sus labios—. De no haber sido por él, probablemente habría tenido que dejar ir a todos los imbéciles en esa iglesia.

—¿Cómo supiste que me habían llevado? —trato de procesar la nueva información, pero no logro hacerlo del todo.

Mikhail no responde a esa pregunta. Luce avergonzado y tímido; un claro contraste al chico con carácter de mierda que no me deja tranquila ni a sol ni a sombra.

—Fui a buscarte a casa —masculla, al cabo de unos instantes de silencio absoluto.

Mi corazón hace un salto extraño.

—¿En serio? —quiero golpearme por sonar así de entusiasmada.

No estoy del todo segura, pero creo ver un atisbo de sonrisa en las comisuras de sus labios.

—No volveré a decirlo —masculla, antes de sacudir su cabeza y continuar—: Como sea… El punto es que, cuando llegué al apartamento de tu tía, Lam… Quiero decir, Axel, se había vuelto loco. Llevabas cuatro horas desaparecida —su voz se torna cada vez más densa y profunda—. No dejé de buscarte ni un maldito segundo desde entonces. Sabía que la última persona que te había visto había sido ese hijo de puta del nerd y… —sus manos se cierran en puños, su mandíbula se aprieta y sus ojos se cierran con fuerza—. ¡Maldición! ¡El idiota no aparecía por ningún jodido lado!

Por acto reflejo, estiro mi mano y la coloco sobre la suya en un gesto tranquilizador, pero no me doy cuenta de lo que he hecho hasta que sus ojos se posan en el punto en el que nuestros cuerpos se unen.

En ese momento, el rubor se apodera de mis mejillas. A pesar de eso, trato de no hacerle notar cuán afectada me siento ahora mismo.

—Gracias… —digo, en un murmullo débil y tembloroso y, entonces, nuestros ojos se encuentran—. De verdad, muchas gracias.

Algo cambia en su expresión.

Sus ojos se oscurecen y su gesto pasa del enojo al alivio y, de pronto, siento cómo su mano se gira poco a poco, hasta que su palma y la mía se tocan. Mi pulso es un golpeteo intenso para este momento.

No puedo apartar la mirada de la suya y no puedo dejar de temblar debido a las emociones abrumadoras que me invaden.

Poco a poco, sus dedos se entrelazan con los míos y su vista se posa en nuestras manos unidas.

La expresión de su rostro se transforma ligeramente, pero no logro descifrar el significado de esa mueca concentrada que esboza.

—Esto… —dice, alzando ligeramente nuestro toque—, duele como el infierno.

Mi ceño se frunce ligeramente.

—¿A qué te refieres?

Una sonrisa tensa se dibuja en sus labios y es en ese momento cuando noto la mueca adolorida que esboza.

—Tocarte…—su pulgar roza la piel cercana a mi palma—, duele. Literalmente, duele.

En ese instante, la sangre se agolpa en mis pies.

—¿Qué?

—Arde. Quema —susurra, con la voz enronquecida. Entonces, un destello de tristeza se apodera de su mirada—. Sigo siendo un demonio, Bess, y tú no has dejado de ser un instrumento divino.

La resolución hace que un peso horrible se asiente sobre mi espalda y, de pronto, me falta el aliento. Una infinidad de recuerdos inundan mi cabeza en un abrir y cerrar de ojos —su renuencia a ponerme una mano encima cuando hablábamos acerca de los estigmas, lo ocurrido esa misma noche, cuando creí que le causaba repulsa la sola idea de consolarme, la tarde en la que sus labios y los míos se rozaron y se apartó.

—No me… —«No me rechazaste» quiero decir, pero las palabras mueren en mi boca y la vergüenza se apodera de mi cuerpo en un instante.

No digo nada más. Dejo que el silencio se extienda largo y tirante. Entonces, sus dedos abandonan los míos y se acerca a mí un poco más, de modo que lo único que soy capaz de ver, es el color inusual de sus ojos.

—No —murmura. Su voz suena más pastosa y ronca que nunca—. No lo hice.

Un puñado de piedras se instala en mi estómago porque él sabe de qué hablo. Él sabe a qué me refiero.

Un balbuceo incoherente escapa de mis labios en ese momento, pero a él ni siquiera parece importarle. Al contrario, la forma en la que sus ojos se entornan y brillan con una emoción desconocida, me hacen saber cuán encantado se encuentra con mi reacción.

—Quiero… —su voz es un susurro apenas audible—. Quiero intentarlo de nuevo, ¿de acuerdo?...

—Mikhail…

—Shh… —nuestras narices se rozan—. Solo… Solo quiero probar una vez más.

En ese momento, en lo único en lo que puedo concentrarme, es en el olor fresco de su cuerpo y el roce de su aliento contra mis labios.

El absurdo pensamiento de que ni siquiera me he lavado los dientes hace que me aparte ligeramente, pero él ahueca una mano en mi nuca antes de presionar sus labios contra los míos sin darme tiempo de nada.

Un sonido parecido a un gruñido brota de su garganta y retumba en mi boca y, cuando trato de apartarme, él me lo impide. Su lengua se abre paso sin pedir permiso y mi mano libre se aferra a su chaqueta mientras que sus labios se mueven contra los míos con fiereza y brusquedad.

Mi cuerpo entero tiembla, mi corazón late desbocado y me falta el aliento. Quiero aferrarme a su cuerpo, pero no me atrevo a hacerlo. No después de saber que no puede tocarme.

Una oleada de vergüenza me invade cuando recuerdo dónde me encuentro y cuánto tiempo he pasado sin lavarme los dientes y me aparto con brusquedad.

—¡No! —jadeo—. P-Por favor, necesito… —Me falta el aliento—. ¡Dios! Esto es tan vergonzoso.

Una risa ronca e irritada brota de los labios de Mikhail y me hace reír a mí también.

—Eres experta acabando con mis momentos.

—Mi aliento es una mierda —medio gimo, con frustración y asco.

—Toda tú eres una mierda ahora mismo —ríe y lo empujo con fingida indignación.

Siento cómo mi rostro se calienta debido a la horrible experiencia que, seguramente, pasó; pero me las arreglo para sostenerle la mirada mientras me regala una sonrisa satisfecha.

—¡Quita esa cara!

—¡No puedo! —su sonrisa se ensancha—. Sigo esperando a que tu cabeza comience a girar como la chica de esa terrible película acerca de posesiones.

—Vete a la mierda —mascullo, pero no dejo de sonreír.

Él ríe una vez más y sacude la cabeza.

—No tienes una idea de cuánto me alegra saber que te encuentras bien, Bess. De verdad, no sabes lo feliz que me siento ahora mismo —dice, y reprimo el impulso que tengo de hacer un comentario sarcástico. Reprimo a la voz de mi subconsciente que me exige arruinar el momento.

En su lugar, me permito mirarlo a los ojos con todo el agradecimiento que puedo imprimir. Me permito absorber el alivio que me da saber que, al final del día, todo ha salido bien.

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