Demon

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Capítulo 14

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ánGeles

La voz de Dahlia me hace alzar la vista de la pantalla de mi computadora y me quedo en el aire durante unos segundos.

Me siento un poco aturdida y desorientada, así que no logro comprender lo que dice de inmediato; pero, poco a poco todo va tomando forma y sentido. Estaba tan inmersa en mi lectura, que ni siquiera me di cuenta de en qué momento se levantó de la mesa y se alistó para ir a la oficina.

Apenas si fui capaz de notar cuando Nate, su prometido, me besó la cima de la cabeza y se marchó.

Me aclaro la garganta, mientras acomodo la tira que mantiene mi cabestrillo en su lugar.

—¿Me escuchaste? —dice ella, con aire divertido.

—Sí —miento.

—¿Qué he dicho? —me mira con las cejas alzadas.

Un balbuceo incoherente brota de mis labios y mi tía rueda los ojos al cielo, al tiempo que reprime una sonrisa.

—He dicho que no vayas a olvidar que tienes cita con el doctor Thompson esta tarde —dice, con aire reprobatorio. El tono maternal que utiliza hace que una punzada de dolor me atraviese el pecho de lado a lado, pero me las arreglo para no lucir afectada y esbozo una sonrisa suave.

—No lo haré. Estaré lista a las cinco.

Ella me sonríe de vuelta y hace amago de marcharse por la entrada principal del apartamento. Yo sigo su camino con la mirada solo para verla detenerse en seco. En ese momento, su atención se vuelca hacia mí una vez más y muerde su labio inferior. En el proceso, arruina un poco el bonito labial que se ha puesto.

—¿Estás segura de que no quieres acompañarme? —de pronto, suena nerviosa.

Una punzada de algo que no logro identificar me recorre de pies a cabeza. La extraña y cálida sensación se extiende hasta las puntas de los dedos de mis pies y hace que me sienta pequeña y mimada.

—Estaré bien. No te preocupes por mí —digo, con suavidad. No me pasa desapercibido el hecho de que mi voz suena más aguda que de costumbre.

—La última vez que te dejé sola…

—Lo sé —la interrumpo y sacudo la cabeza para alejar los recuerdos aterradores que empiezan a filtrarse en mi memoria—. Siento mucho haberte asustado como lo hice. Prometo que no saldré de aquí sin avisarte.

La mirada preocupada y angustiada que me dedica solo hace que la sensación dulce y cálida incremente.

—Si pudieras no salir en lo absoluto, lo agradecería —ruega, en voz baja y temblorosa—. Aún estás muy débil. Necesitas descansar.

—Prometo que me quedaré en casa —mi sonrisa se transforma en una tranquilizadora—. Ahora vete, que vas a llegar tarde.

Ella toma una inspiración profunda antes de asentir.

—Te veo dentro de un rato —dice, finalmente, pero no se mueve de su lugar.

—Aquí estaré. No te preocupes.

Ella abre la boca para decir algo, pero parece pensarlo mejor y la cierra de golpe. Entonces, sin decir una palabra más, sale del apartamento.

En el instante en el que se marcha, el lugar se sume en un cómodo silencio. Lo único que lo irrumpe, es el sonido de los autos que pasan a toda velocidad por la calle, y el bajo volumen del televisor que Nate dejó encendido antes de marcharse a su lugar de trabajo.

Mi vista recorre la estancia con lentitud y se posa en la imagen de la mujer que conduce el noticiero matutino. Sin poder evitarlo, me quedo contemplándola sin ponerle demasiada atención, y me pregunto cuánto debieron haberle costado los implantes que lleva en el pecho.

«Si yo hubiese sido ella, no habría pagado ni un centavo. Lucen tan artificiales…».

Las imágenes en la pantalla cambian, de pronto, y me encuentro mirando la imagen de una edificación calcinada. Las palabras Fanatismo Extremo aparecen debajo de la toma y mi corazón se salta un latido.

Rápidamente, dejo mi computadora portátil sobre la mesa de centro y me estiro lo más que puedo para tomar el control remoto que descansa sobre el sillón individual. Una vez que tengo el aparato entre mis dedos, subo el volumen.

—… se cree que el incendio fue provocado; sin embargo, la policía aún no ha dado con ningún sospechoso. Mucho se ha especulado acerca de la veracidad de este supuesto accidente, pero las autoridades están cada vez más convencidas de que se trató de un atentado directo hacia estos fanáticos religiosos —mi pulso se acelera en ese instante, pero sigo escuchando—: El comandante de la policía, por otro lado, ha aseverado que han seguido investigando a la joven de diecisiete años que fue privada de su libertad a manos de este supuesto grupo religioso. Aparentemente, pensaban sacrificarla para evitar ser aniquilados por un presunto apocalipsis venidero. La familia de la víctima no ha querido hacer declaración alguna sobre lo ocurrido y ha optado por mantener el nombre y el rostro de la chica en completo anonimato. La investigación sobre este atentado aún está en marcha y nos queda mucho por descubrir. El oficial Richard Davidson, encargado de la investigación, ha dicho que…

Tengo el estómago revuelto. Todo dentro de mí se siente tenso y aterrorizado, pero me las arreglo para mantener mis emociones a raya.

La mujer no deja de hablar. No deja de especular respecto a lo ocurrido y la relación que, supuestamente, tratan de encontrar entre la secta religiosa por la que fui secuestrada y yo.

Se siente como si pudiese vomitar en cualquier momento.

Un montón de imágenes inconexas me invaden el pensamiento y, de pronto, me encuentro tirada en el suelo de una habitación sin iluminación. Me encuentro aovillada en una esquina, con las muñecas en carne viva y la garganta adolorida de tanto gritar.

Una oleada de pánico se apodera de mi sistema y me siento acorralada. Me falta el aliento, mis pulmones se sienten como dos trozos de carbón ardiente y el pecho me duele debido a la falta de oxigenación.

Mis dedos rebuscan entre los cojines el inhalador que siempre cargo conmigo y, una vez que lo encuentro, presiono el botón para liberar un coctel de medicamentos en mi tráquea.

El alivio viene a mí casi de inmediato y los párpados se me cierran debido a ello.

«No pasa nada. Estás a salvo ahora. No pasa nada. Estás a salvo a hora…», repito para mí misma una y otra vez, hasta que mi corazón disminuye su marcha acelerada.

Mis dedos tantean alrededor solo para encontrar el control remoto y presiono el botón de apagado para dejar de escuchar a la mujer en el televisor.

Estoy temblando. No puedo controlar los espasmos involuntarios de mi cuerpo, y tampoco puedo dejar de reproducir en las palabras que pronunció el sacerdote en la ceremonia en la que pretendían sacrificarme.

Los nombres de un montón de ángeles vienen a mi memoria, y luego, la imagen de un chico de ojos grises lo invade todo.

Me concentro en el recuerdo de su mandíbula angulosa y su mirada penetrante. Me enfoco en la manera en la que su cabello alborotado cae sobre su frente y casi cubre sus ojos, y en el aire desgarbado y perezoso que siempre emana.

Mis párpados se cierran con fuerza y tomo una inspiración profunda, mientras me aferro a la visión de Mikhail que se forma en mi cabeza.

Entonces, me digo a mí misma que ya pasó, que estoy bien y que nada va a ocurrirme porque estoy a salvo, en casa. Porque sé que Mikhail me cuida pese a que apenas si hemos hablado desde que salí del hospital. Porque necesito aferrarme a la seguridad que él me trae o si no voy a estallar en pequeños pedazos.

Cuando los escalofríos disminuyen y me dan tregua, me obligo a abrir los ojos. Mi vista se clava en la pantalla del ordenador y en el listado de nombres que aparecen delante de mis ojos.

He pasado dos días enteros compilando los nombres de los ángeles que nombró el sacerdote que dirigía el sacrificio. Son demasiados y, además, no estoy segura de recordar la mitad de todos los que pronunció. No sé cómo diablos voy a hacer para averiguar quién fue Mikhail antes de ser el demonio que es ahora.

Un suspiro cansino brota de mi garganta, pero me obligo a tomar la computadora y continuar con la tarea que me he impuesto.

Ha pasado un poco más de una semana desde el incidente en la iglesia. He pasado más de la mitad de ese tiempo encerrada en mi habitación. El resto, lo he pasado aquí y en el comedor. Solo he salido a mis citas con el psicólogo y a la delegación de policía cuando requieren de mi presencia.

En la escuela fueron lo suficientemente accesibles como para permitirme faltar el tiempo que mi tía considerara necesario, así que no he asistido a clases en casi una semana y media.

Emily viene a al apartamento casi a diario, con el argumento de que debe pasarme las tareas que debemos realizar para los próximos días —aunque no compartamos ni la mitad de nuestras clases—, y yo no puedo estar más agradecida con ella. No por el hecho de que se tome la molestia de traerme las actividades escolares de las materias que sí cursamos juntas, sino porque su compañía me hace mucho bien. Sobre todo, ahora que paso la mayor parte del día sola.

No he sabido nada de Axel o Mikhail. Desde que abandoné el hospital, desaparecieron de la faz de la tierra; pese a eso, sé que no me han dejado sola. Una parte de mí es capaz de percibirlos. No sé muy bien cómo es eso posible, pero soy capaz de sentirlos merodeando a mi alrededor. No sé a qué se deba, ni cómo es que logro sentirlos, pero lo hago. Sé que siempre están al acecho.

Por otro lado, no sé cómo sentirme respecto a lo que pasó con Mikhail. No entiendo qué ocurrió o qué cambió entre nosotros después del beso que nos dimos en la habitación del hospital, pero ya nada ha vuelto a ser como antes.

La última vez que lo vi, apenas si entablamos una conversación tensa. La indiferencia con la que me trató no hizo más que abrir un agujero en mi pecho y la manera cortés e informal con la que me habló, solo provocó que me dieran ganas de golpearlo.

No quiero decir que estoy molesta con él…, pero lo estoy. No puedo creer que hayamos retrocedido después de haber dado un paso tan grande. No puedo creer que haga como que no me conoce de la noche a la mañana.

Sacudo mi cabeza, en un débil intento de mantener a Mikhail fuera de mis pensamientos y me enfoco en el listado que tengo frente a mí. La última semana la he dedicado a la investigación de los ángeles, para así descubrir quién fue Mikhail en el pasado, pero ninguno de ellos parece asemejarse al chico de los ojos grises que me ronda.

Internet describe a los ángeles como seres bondadosos, constituidos enteramente de luz e incapaces de cometer algún acto deshonesto. Según todo lo que he leído, son los mensajeros y servidores de Dios, y se encargan de cumplir su voluntad porque para eso fueron creados.

He leído, además, que con ellos también existen las jerarquías, justo como con los demonios; y mi sorpresa fue inmensa al descubrir que los arcángeles no entran en la Primera Jerarquía.

Según lo que leí, los que entran en esta categoría, son los Serafines, los Querubines y los Tronos —de los cuales no conocía su existencia. Ahora, sin embargo, sé que están relacionados con las acciones de los hombres. Llevan un registro sobre ellas y son representados por entes gigantescos de alas circulares.

En la Segunda Jerarquía, entran Dominaciones, Virtudes y Potestades. Las Dominaciones, al parecer, se encargan de regular las tareas de los ángeles inferiores, y reciben órdenes de los ángeles de Primera Jerarquía. Las Virtudes son iguales a los Principados —los cuales salvaguardan a la humanidad—, pero solo supervisan a cierto grupo de personas. Y, finalmente, las Potestades son los ángeles encargados de salvaguardar la conciencia y la historia. Los ángeles de la muerte y el nacimiento entran dentro de esta categoría.

En la Tercera —y última— Jerarquía, se encuentran los ángeles que trabajan como mensajeros divinos. Los Principados, los Arcángeles y el resto de los Ángeles entran en esta categoría y son, también, los más conocidos por el hombre.

Basándome en toda esta información, he descartado a todos los de Primera y Segunda Jerarquía, ya que ellos no abandonan el Cielo por ningún motivo. Lo único que me ha quedado, es la tercera, la cual está repleta de ángeles que ni siquiera sabía que existían.

He descartado un montón de nombres que no recuerdo haber escuchado y he dejado aquellos que estoy segura de que fueron mencionados por el sacerdote en la iglesia.

Finalmente, después de días y días de investigación exhaustiva, me he quedado con un listado de treinta ángeles. He investigado, además, a los tres arcángeles más importantes mencionados en la Biblia —Gabriel, Miguel y Rafael— solo porque Axel dijo que Mikhail era poderoso, porque había sido un ángel de rango mayor.

Con todo eso, no puedo evitar pensar que ninguno de ellos tiene las características del demonio sinvergüenza que se ha empeñado en protegerme.

Al cabo de un rato leyendo acerca de Rafael Arcángel, decido dejarlo por la paz. Para este punto, mi cabeza se siente como si estuviese a punto de hacer erupción.

Miro el reloj que cuelga en la pared de la sala y sonrío con satisfacción al ver que apenas son las once de la mañana. Sin perder un segundo más, me pongo de pie y me encamino hacia la cocina, donde maniobro como puedo con un envase de un litro lleno de yogur de fresa que, hasta hace unos instantes, se encontraba en el refrigerador.

Trato de servirlo en una taza sin derramarlo, pero fracaso terriblemente. Una palabrota brota de mis labios cuando el pequeño contenedor de porcelana que había comenzado a llenar cae al suelo de forma estrepitosa y se quiebra en fragmentos diminutos.

La exasperación provocada por mi torpeza solo me hace querer gritar y, cuando trato de limpiarlo todo, casi me pongo a llorar de la frustración.

El cabestrillo apenas me permite moverme y mi incapacidad de utilizar la mano izquierda sin provocar un desastre me hacen imposible hacer cualquier cosa que desee.

—Pensaba dejar que te revolcaras en tu miseria un poco más, pero la verdad es que me diste un poco de lástima —la voz a mis espaldas me hace girar con brusquedad. No puedo evitar sentirme alerta y a la defensiva, pero, cuando mis ojos se topan de frente con la imagen de Axel esbozando una sonrisa socarrona, me relajo por completo.

—¿Decidiste que era mejor venir a burlarte en mi cara? —sueno más irritada de lo que pretendo.

Una risa encantadora brota de su garganta y lo miro avanzar en mi dirección antes de que me quite la escoba de la mano.

—Decidí venir a ayudarte —dice, mientras junta los trozos de la taza embarrados con yogur en un pequeño montón. Entonces, aparta un mechón rebelde de cabello lejos de su rostro, antes de mirarme y suspirar con pesar—. Y solo para que lo sepas: esto es realmente denigrante. Por ti he pasado de ser un icono sexual a un chico de la limpieza.

Una sonrisa irritada se dibuja en mis labios y arqueo una ceja.

—¿Insinúas que ser un chico de la limpieza es malo?

—Insinúo que ese trabajo no está hecho para un demonio de mi categoría —dice, al tiempo que toma el recogedor que dejé junto a la estufa y me señala con él—. Solo quiero que sepas que hago esto por Miky. No me agradas en lo absoluto.

—¿Ni siquiera un poco? —hago un puchero gracioso y él rueda los ojos al cielo antes de acuclillarse para limpiar el desastre que hice.

—Puede que solo me agrades un poco —masculla, al cabo de unos instantes. Mi sonrisa se ensancha—. Si no quisieras robarme a mi hombre, quizás podrías ser mi perra.

Una risa corta brota de mi garganta mientras lo observo tirar los restos de la taza en la basura.

—No quiero robarme a tu hombre —digo, cuando él toma el trapo húmedo para limpiar el yogur del suelo.

Él bufa en respuesta.

—¡Sí! ¡Claro! —no me pasa desaparecido el sarcasmo en su voz.

—Hablo en serio —digo y, entonces, añado—: No es mi tipo.

Axel me mira como si fuese el ser más estúpido del planeta y suelta una risa carente de humor.

—Mikhail es el tipo de todas —dice, con seguridad y yo hago una mueca de desagrado.

—No el mío —miento.

—Bueno, ¿es que aparte de sorda eres ciega? ¿Lo has visto? ¡Es el hombre que quiero que me azote todas las putas noches! —lanza el trapo al fregadero en un gesto dramático, antes de mirar al cielo y añadir—: ¡¿Cómo puede ser posible que el destino me castigue así?! ¡Mi hombre se siente atraído por una mujer que no lo aprecia como yo! ¡¿Por qué, Dios?! ¡¿Por qué me castigas así?!

—No sabía que los demonios también le imploraban a Dios.

—No lo hacemos, cariño. Era una broma —me mira antes de negar con la cabeza—. No tienes sentido del humor.

—Si lo tengo —me defiendo, mientras abandonamos la cocina. Tengo que apresurar el paso para alcanzarlo en la sala—. Lo que pasa es que tú no eres gracioso.

Se detiene en seco y se gira con violencia para encararme.

—¡¿Cómo te atreves?! —chilla—. ¡Esto se acabó! ¡Mi tregua contigo ha terminado! ¡A partir de hoy se acabó el íncubo bueno!

Una carcajada brota de mi garganta en ese momento.

—No tienes idea de cuánta falta me hacía verte —digo, entre risas—. Tu hombre y tú desaparecieron de la faz de la tierra de la noche a la mañana.

—Hubo problemas en el paraíso, mi amor —suspira—. El Supremo no está contento con lo que Mikhail hizo con esa comunidad de locos religiosos y el pobre está haciendo control de daños allá abajo. Te merodea todas las noches, por si te interesa saberlo.

Mi ceño se frunce.

—Creí que su jefe quería mantenerme con vida.

—Por supuesto que lo quiere —Axel se encamina hacia mi habitación, y yo lo sigo de cerca—, pero no le gusta llamar la atención. Esto hará que esas asquerosas luces de navidad ronden la ciudad con más frecuencia.

—¿Luces de navidad?

—Ángeles, cariño —hace un gesto desdeñoso con una mano—. Esas luciérnagas molestas van a invadirlo todo, y mantenerlas lejos de ti va a ser un dolor en el culo. Ya te he dicho que eres como un espectacular iluminado, ¿no? Gritas «paranormal» por todos los poros.

Una punzada de miedo se cuela en mi sistema, pero me obligo a mantenerla a raya. Entonces, haciendo acopio de toda la tranquilidad que puedo imprimir, me siento sobre el colchón de mi cama.

Axel se deja caer sobre la silla de mi escritorio antes de suspirar.

—Y por si eso no fuera poco, algo ha pasado con Mikhail.

La alarma se enciende en mi sistema en el instante en el que escucho esas palabras. Todo mi cuerpo se tensa en cuestión de segundos.

—¿Qué ha ocurrido con él?

—Nadie está muy seguro de ello —sacude la cabeza—, pero se percibe algo… extraño, en su esencia. Los demonios despedimos un aroma especial para identificar nuestra Jerarquía, rango y tipo. La esencia de Mikhail ha cambiado casi de un día para otro y nadie sabe qué significa. No sé cómo explicarlo. Solo sé que no está bien.

Mi corazón se detiene una fracción de segundo, pero me obligo a tragarme la ansiedad lo mejor que puedo.

—¿A qué te refieres con que no está bien? ¿Él se siente diferente?

—Dice que no siente absolutamente nada, pero El Supremo tampoco está contento con esto. Tiene los ojos fijos en Mikhail y temo que quiera eliminarlo por este cambio.

—Pero ¿por qué habría de eliminarlo? —sueno horrorizada—. Es solo un cambio en su aroma. No debería ser la gran cosa.

—Pero lo es —Axel me mira con genuina preocupación—. Lo es porque la esencia es lo que nos define como demonios. Mikhail ya no huele como uno. Huele como… como… —su mueca relajada de hace unos momentos, se ha transformado en una cargada de preocupación—. ¡Maldita sea! ¡Es que no entiendo qué fue lo que pasó!

Un vago recuerdo invade mi cabeza y, de pronto, lo único que puedo hacer, es reproducir el beso que nos dimos en la habitación del hospital.

«¿Y si…?».

Sacudo la cabeza.

«No. Es imposible. Mi beso no pudo haberle afectado. No al grado de cambiar su esencia… ¿O sí?».

Mis párpados se cierran con fuerza en ese momento y me obligo a tomar una inspiración profunda. Trato de ahuyentar el hilo absurdo de mis pensamientos, pero el miedo crece un poco con cada segundo que pasa.

Me siento ansiosa, nerviosa y abrumada. Odio no saber qué está ocurriendo realmente. Odio que Mikhail esté tanto tiempo lejos y que yo tenga que tragarme todas estas dudas una vez más.

Algo cálido se apodera del ambiente en un abrir y cerrar de ojos y, de pronto, me encuentro congelada en mi lugar.

Mis ojos se abren en ese instante y barro la vista por toda la estancia, al tiempo que trato de identificar qué diablos está pasando. Siento algo, pero no sé qué demonios sea. Es como si…

—¿Qué? —Axel habla, con cautela—. ¿Qué pasa?

Yo alzo mi mano sana para hacerlo callar, mientras trato de concentrarme en mi entorno. La densa sensación de que algo no marcha bien se cuela en mi pecho y echa raíces en lo más profundo de mi ser.

—Siento algo… —apenas puedo pronunciar.

Noto, por el rabillo del ojo, cómo Axel frunce el ceño ligeramente.

—¿Qué es lo que…?

Entonces, sucede.

El estallido es estrepitoso y aparatoso, y la onda expansiva es tan intensa, que me envía al suelo con un golpe sordo. El dolor en mi hombro hace que un grito ahogado brote de mi garganta, pero es amortiguado por el sonido del caos.

Mis oídos pitan, mi corazón late a toda velocidad y mi cuerpo entero parece haber sido doblegado por una fuerza mayor que yo.

Un grito de dolor puro inunda mis oídos y mi carne se pone de gallina cuando lo escucho. El pánico y el terror se incorporan en mis venas a una velocidad impresionante y mi cuerpo entero se estremece mientras me arrastro por la alfombra en dirección a la puerta.

Una ráfaga de viento inmensa hace que la madera de la entrada se cierre con brusquedad y sé que eso ha sido obra de quien sea que nos ataca.

—¡Axel! —grito para localizarlo, pero no obtengo ninguna respuesta—. ¡Axel! ¡¿Dónde estás?!

Un sonido aterrorizado me abandona en el momento en el que mi cama entera se estrella en la pared que se encuentra frente a mí y me agacho aún más en el suelo para evitar ser alcanzada por algo.

—¡Axel! —grito de nuevo, pero nadie responde.

—Estoy cansada de esto —dice una voz a mis espaldas y un escalofrío de terror puro me invade—. Bien dicen que, si quieres que las cosas se hagan bien, debes hacerlas tú mismo. Así que, Bess Marshall, es hora de que dejemos de jugar.

En ese momento, giro sobre mi espalda para mirar, y me congelo en el instante en el que la veo.

La mujer que está de pie frente a mí es impresionante.

Es alta. Muy alta. Su figura es estilizada y delgada, su cabello del color de la nieve cae sobre sus hombros en ondas suaves, y termina delicadamente en un punto debajo de su cintura; sus ojos color verde esmeralda parecen brillar con vida propia, y su piel pálida parece reflejar la luz que emanan las dos impresionantes alas platinadas que se extienden casi hasta abarcar la longitud de mi habitación.

Todo en ella es blanco, luminoso e impresionante, y no puedo apartar la vista de su rostro imposiblemente hermoso.

Su cuerpo entero irradia seguridad, altanería y soberbia, pero no es eso lo que me mantiene congelada en mi lugar. Es la inexpresividad de su rostro lo que lo hace. Es como si estuviese mirando de frente a una escultura antigua. Una muy hermosa y extraña.

—¡Bess! —la voz ahogada de Axel viene a mí y salgo de mi estupor en ese instante.

—¡Axel! —lo busco a mi alrededor, pero no logro encontrarlo.

—¡Vete de aquí! —medio gime, con dolor.

—¡¿Dónde estás?! —la angustia se filtra en mi tono, mientras miro hacia todos lados como una completa desquiciada.

La mujer en el centro de la estancia ni siquiera se inmuta. Se limita a observarme como si fuese un objeto irrelevante. Como si estuviese contemplando un sillón antes de comprarlo.

—¡Corre, maldita sea! —Axel suena jadeante y débil, y el terror incrementa—. ¡Vete de aquí!

—¡No! —gimoteo—. ¡No puedo! ¡No voy a dejarte!

No quiero decirle que no hay salida. No quiero gritar que nos tiene acorralados.

Un suspiro aburrido brota de los labios de la mujer frente a mí y clavo mis ojos en ella. Una punzada de coraje e irritación se mezclan con el terror y el miedo, y le sostengo la mirada.

—No te tengo miedo —siseo, pese a lo aterrorizada que me encuentro—. Ven por mí si eso es lo que quieres.

Una sonrisa se desliza en sus labios.

—No tienes idea de con quién estás tratando —dice, en tono dulce y suave.

—Pero yo sí —la voz ronca y profunda proveniente de la ventana me hace temblar de pies a cabeza.

«¡Mikhail!».

Alivio, frustración, angustia, coraje, tranquilidad… Todo se arremolina en mi interior.

«¿Por qué demonios siempre tiene que aparecer en el peor momento?».

Mi pulso ha acelerado su marcha, mi estómago no ha dejado de retorcerse una y otra vez, y mi cuerpo entero parece estremecerse al escuchar el tono tranquilo y perezoso que siempre utiliza.

La mujer mira hacia atrás por encima de su hombro, antes de girar sobre sus talones para encarar al demonio de aspecto amenazante que está de pie justo frente a la ventana.

—Ha pasado mucho tiempo, Miguel —ella sonríe. No me pasa desapercibido el nombre que utiliza para referirse a él. Tampoco lo hace el modo despectivo en el que lo pronuncia—. ¿Qué tal el infierno?

—Mejor de lo que piensas, Gabrielle —Mikhail esboza una sonrisa sombría y aterradora—. No tienes una idea de cuántas ganas tenía de verte.

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