Demon

Demon


Capítulo 16

Página 17 de 32

16

negAción

Mi tenedor remueve los chícharos de un lado a otro por encima del plato, mientras mi vista lee y relee el mismo párrafo del libro de historia que descansa junto a mi bandeja de comida.

Ha comenzado a dolerme la cabeza y un nudo creado por la desesperación y la ansiedad se ha instalado en la boca de mi estómago. No puedo concentrarme. No puedo memorizar las estúpidas líneas que explican la base de lo que vendrá en mi próximo examen parcial, y a nada de estrellar mi cara contra la mesa una y otra vez porque no logro concentrarme.

Odio la escuela. Odio haber sido osada y haberle dicho a mi tía Dahlia que quería aplicar a Stanford. ¿A quién quiero engañar? Stanford es demasiado para una estudiante promedio como yo. Nunca voy a conseguirlo. Ni siquiera estoy cerca de lograrlo.

Trato de enfocarme una vez más, pero no puedo hacerlo. No cuando un estúpido demonio ronda mi cabeza sin darme tregua alguna.

La imagen de Mikhail se ha apoderado de mi cabeza y no puedo dejar de reproducir una y otra vez el recuerdo de nuestro beso, y lo que ocurrió después de él. Me obsesiona saber que soy capaz de lastimarlo con solo tocarlo. Me aterroriza la idea de volver a hacerle daño después de todo lo que ha hecho por mí.

La imagen de sus manos enrojecidas, como si hubiesen sido atizadas por un trozo de carbón ardiendo, ha hecho que mi estómago se revuelva con violencia y que el sonido adolorido con el que se apartó de mí no deje de torturarme desde ese día.

Nuestra relación se ha vuelto tensa y extraña desde entonces. Actúa como si nada de hubiese pasado y, al mismo tiempo, se siente como si hubiese un abismo entre nosotros. Está a mi alrededor todo el tiempo, pero no deja de ser diferente a lo que era antes de que nos involucráramos del modo en el que lo hicimos.

Estoy cansada de que su trato conmigo cambie cada dos segundos. Estoy cansada de tener que fingir que lo que pasó no está carcomiéndome por dentro.

No logro entenderlo. Ni siquiera soy capaz de especular qué diablos le pasa por la cabeza. Pasa gran parte del tiempo que estamos juntos mirándome como si tratara de armarse de valor para decirme algo, pero siempre terminara arrepintiéndose al último minuto.

Estoy harta de ese ir y venir que ha impuesto entre nosotros, pero tampoco sé cómo detenerlo sin sonar como una ridícula obsesionada. No quiero sonar como esa clase de chicas que asumen que un chico está interesado en ellas solo porque se preocupan.

Mikhail, con todo y lo que ha pasado entre nosotros, nunca ha dado muestras de sentir algo por mí y, siendo sincera, yo tampoco sé qué siento por él.

Lo único que sé en este momento, es que estoy abrumada hasta la mierda. No sé qué diablos está pasando entre nosotros ni en qué posición nos pone el beso que nos dimos.

Me aterroriza ponerle un nombre a lo que siento cada vez que lo tengo cerca y, al mismo tiempo, no puedo dejar de pensar en eso. A pesar de todo, no puedo detenerme. Sé que no debo sentir esto. No está bien. Después de todo, él va a asesinarme.

—Luces como si estuvieses a punto de echarte a llorar —el tono aburrido del íncubo sentado frente a mí solo consigue que alce la cabeza con aire aturdido.

Al cabo de unos instantes, me percato del lugar en el que me encuentro y de la figura desgarbada de Axel, quien se encuentra instalado en el asiento delante de mí.

—Cierra la boca —mascullo, al cabo de unos instantes, mientras paso la página del libro y trato de leer un poco más a fondo sobre el papel que jugó Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.

—Eres consciente de que, si alguien te oye, te darán por loca, ¿verdad? Nadie aquí puede verme —dice Axel, en tono divertido.

Ignoro su comentario y me concentro en el montón de fechas y acontecimientos que se rehúsan a quedarse atrapados en mi memoria.

—Estoy aburrido —se queja—. ¿Quieres ver algo divertido?

—Ni siquiera lo intentes —digo, en voz baja, y alzo la vista para dedicarle una mirada severa. La última vez que me dijo eso, la cafetería entera se convirtió en un hervidero de adolescentes tocándose y frotándose de formas extrañas y desagradables.

Un bufido brota de la garganta de Axel y rueda los ojos.

—Eres una aguafiestas —masculla antes de subirse a la mesa y recostarse sobre ella con aire dramático—. Deberías ser más agradecida conmigo. Después de todo, estoy cuidándote el pellejo.

—Es tu trabajo.

—Corrección —me señala con un dedo—: Es trabajo de mi hombre.

—¿Dónde está él, entonces? No lo veo por ningún lado —miro a Axel con las cejas alzadas.

Él suelta un bufido irritado.

—No lo sé —se encoge de hombros—. Seguro está tonteando con otra humana. Se le da bien eso de ir por la tierra enamorando mujeres.

Una punzada de coraje, dolor e indignación atraviesa mi pecho, pero me las arreglo para mantener mi rostro inexpresivo.

—¿Estás tratando de herirme de alguna manera? Porque, si es así, no está funcionando —esbozo una sonrisa, pero sé que luce como una mueca extraña.

Axel me mira con gesto aburrido.

—Yo no trato de hacer nada —dice, encogiéndose de hombros—. Solo digo la verdad. A Mikhail le gusta follar humanas. ¿Acaso creías que eras la única, cariño?

—Eres una perra —digo. No quiero que suene como un reproche, pero lo hace. Mi voz suena ligeramente más aguda de lo normal y mi tono destila algo similar al enojo, pero trato de lucir indiferente mientras me meto un trozo de pan a la boca.

Una sonrisa maliciosa se desliza en los labios del íncubo y suspira.

—Está bien —masculla—. Lo admito. Ya no folla con humanas. Antes lo hacía, pero es cosa del pasado. De todos modos, no es como si importara.

—Lo que tú digas —sueno irritada y frustrada. De alguna manera, las palabras de Axel han conseguido aumentar mi mal humor a un grado estratosférico.

—Después de lo que pasó la última vez, dejó de querer meter su miembro en fluidos va…

—¡Dios! ¡Axel, detente! —siseo, cuando en realidad quiero gritar. Si no fuese porque estoy rodeada de gente, habría chillado para que se callara.

Él no parece inmutarse por mi tono escandalizado, ya que suelta una sonora carcajada.

—¿Qué pasa, princesa? —dice, entre risotadas—. ¿Te perturba escuchar la palabra «vaginal»?

—Cállate.

—Vaginal, vaginal, vaginal —canturrea—. ¡Vaginal!

—Axel… —mi tono destila advertencia.

Él ríe una vez más y se incorpora en una posición sentada. No puedo evitar pensar en que, si algún maestro pudiese verlo —está acomodado con las piernas cruzadas encima de la mesa—, ya lo habrían hecho bajar a punta de regaños.

—¿Quieres saber por qué Mikhail ya no folla con humanas? —se inclina hacia adelante.

—No.

—Ya no folla con humanas porque la última a la que se tiró se enamoró de él —dice y mi ceño se frunce ligeramente.

—Dije que no quería saber.

—Y yo te ignoré —se encoge de hombros—. Necesito que sepas que mi hombre no va a mirarte nunca. Sé que estás enamorada, pero…

Una risa irritada me asalta.

—No estoy enamorada —digo.

—Solo te lo digo porque no es bueno que ames a un demonio.

—¿Por qué? —digo. Sueno a la defensiva—. ¿Qué hay de malo en eso? ¿Qué hay de malo en que una humana se haya enamorado de Mikhail?

—Nada —se encoge de hombros—. Es solo que los demonios no somos capaces de sentir amor y, si alguien más lo siente por nosotros, nos incomoda.

Las palabras de Axel caen sobre mí como un baldazo de agua helada.

—¿Qué?

—Ahí vamos de nuevo con la sordera —rueda los ojos al cielo, pero está sonriendo.

—¿No pueden sentir amor? —sueno más sorprendida de lo que espero, pero no puedo evitarlo.

—Por supuesto que no —Axel me mira como si fuese el ser más idiota de la tierra—. Somos demonios. Nos alimentamos de oscuridad, malas intenciones, malos deseos… Lo más cercano que sentimos al amor, es la lujuria.

Mi mente corre a mil por hora. El recuerdo de mi beso con Mikhail, de mis interacciones con él, los roces que hemos tenido, su cercanía… Todo invade mi cabeza de un segundo a otro y me falta el aliento.

La resolución se asienta en mí tan rápido, que apenas puedo procesarla. Apenas puedo dejar que las palabras del íncubo tomen forma y sentido en mi cabeza.

Si lo que Axel dice es cierto, todo lo que ha ocurrido entre Mikhail y yo no es otra cosa más que una mentira. Un cuento que yo misma me he inventado para ponerle nombre a las ganas que tiene de meterse en mis bragas. Mikhail no tiene un interés real en mí. Solo quiere…

Mis ojos se cierran con fuerza y tomo una inspiración profunda, en un débil y patético intento de apaciguar la horrible sensación que se ha apoderado de mi cuerpo.

«¿Por qué te importa tanto?».

—Bueno —digo, volviendo la vista hacia mi comida casi intacta—, entonces, creo que será bueno decirle a tu amigo Mikhail que pierda el interés en mí. Yo no voy a acostarme con él.

—Amiga afroamericana a las tres —Axel dice, ignorando por completo mi declaración, y yo miro de reojo en la dirección que indica solo para encontrarme con la visión de Emily acercándose con una bandeja de comida por delante.

Ella se deja caer frente a mí y suelta un suspiro exasperado.

—Juro por Dios que odio a Gloria Murphy —dice y el veneno que destila su voz no me pasa desapercibido.

—Tú odias a todos los profesores del instituto, Ems —una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios y ella me muestra un dedo medio en respuesta. En ese momento, una carcajada se me escapa sin que pueda evitarlo.

El desfogue de tensión es agradecido por mis nervios alterados.

—Solo digo la verdad —me encojo de hombros.

—Cierra la boca, Marshall —masculla antes de estirar su mano para tomar un trozo del pan que descansa sobre mi plato. Entonces, añade—: ¿Dónde está el fenómeno que te sigue a todos lados?

Mi corazón se estruja solo porque sé que se refiere a Mikhail.

—No lo sé. No soy su niñera —me las arreglo para sonar aburrida y despreocupada.

Trato de no mirarla, pero no puedo evitar hacerlo. Una sonrisa burlona se ha pintado en sus labios.

—Oh, claro que no —su sonrisa se ensancha—. Tú quieres ser todo menos su niñera.

—No sé de qué hablas.

—Claro que lo sabes. Sabes perfectamente a qué me refiero.

—No, no lo hago.

—¡Por supuesto que sí! ¡Deja de fingir que el tipo no te gusta! ¡Lo huelo en tus feromonas!

Una risa carente de humor brota de mi garganta.

—Mikhail es un idiota. Jamás me fijaría en alguien como él.

—Claro. Lo que tú digas —Ems rueda los ojos al cielo—. Sigue fingiendo que el tipo no te gusta, Bess. Yo seguiré haciendo como que te creo.

—Es que no me gusta.

—Lo que digas.

—Lo digo en serio, Ems. Mikhail no me gusta.

—¿Debería sentir esto como una ruptura de corazón?

Un chillido aterrorizado brota de mi garganta en ese instante y suelto una palabrota por acto reflejo.

Una carcajada estalla a mis espaldas y me giro a toda velocidad solo para encontrarme de frente con la imagen de Mikhail, vestido todo de negro, con una bandeja de comida entre los dedos.

—¡Deja de hacer eso, maldición! —exclamo, y noto cómo un par de miradas curiosas y divertidas se posan en nosotros, pero concentro toda mi energía en dedicarle mi mirada más hostil. Él ni siquiera se inmuta. Se limita a sentarse en el espacio vacío que hay a mi lado.

—Tu amiga no tiene sentimientos —dice, en dirección a Emily y ella reprime una carcajada.

—No sé qué viste en ella —dice mi amiga y sacude la cabeza con fingido pesar.

Mikhail se encoge de hombros y posa su vista en la bandeja que tiene enfrente.

—En el amor no se manda. Me he enamorado de una perra.

Sé que está bromeando. Sé que es un maldito y estúpido comentario hecho al azar, pero no puedo decirle eso al músculo que bombea sangre a mi cuerpo. No cuando ha acelerado su marcha hasta convertirse en un golpeteo imparable en mi caja torácica.

—No estás enamorado de mí —me las arreglo para decir, mientras que clavo mi vista en el libro que descansa abierto frente a mí. Me da la impresión de que ha sonado como si estuviese intentando convencerme a mí misma de algo.

—No, no lo estoy —dice él, con aire despreocupado y mis ojos se alzan para mirarlo—. Tienes razón.

Quema. Sus palabras… Lo que ha dicho… Todo quema. Arde. Escuece... Y quiero llorar.

Un bufido brota de la garganta de Emily y le dedico la mirada más dura que puedo esbozar antes de concentrarme en el tema que trato de leer. De pronto, se me han quitado las ganas de hablar. De estar aquí, alrededor de Mikhail y el efecto que tiene en mí.

Nos sumimos en un silencio extraño. No es incómodo, pero no se siente como uno natural. Ni siquiera Axel, quien se encuentra abrazado a la espalda de Mikhail, parece tener intenciones de romperlo.

Emily nos mira a Mikhail y a mí de hito en hito, sin percatarse en lo absoluto de la presencia de Axel y rueda los ojos antes de tomar su teléfono y tontear en él. Yo trato de enfocarme en comer mientras leo, por tercera vez, el mismo párrafo. Axel, en el proceso, juguetea con los mechones de cabello del demonio de los ojos grises.

—Basta —escucho que Mikhail masculla.

Axel murmura algo en voz tan baja que no puedo escucharlo.

—Te he dicho que no —la voz del demonio de Primera Jerarquía suena un poco irritada.

—¡Pero qué genio! ¡Yo solo preguntaba! —Axel se despereza de encima de Mikhail y se sienta a mi lado para leer el texto que se despliega delante de mis ojos—. Puedo entender por qué se atraen —masculla hacia mí y le dedico una mirada cargada de irritación.

La expresión del íncubo es escandalizada ahora.

—¡Ustedes dos deben dejar esta actitud de mierda! —escupe, medio enojado—. ¡No estoy dispuesto a tolerar más idioteces! ¡Tú, Mikhail, hazme el favor de follarla de una maldita vez y tú, Bess, solo déjate llevar, mujer! ¡No es tan difícil y solo duele al principio!

Emily está tan absorta en su teléfono que ni siquiera nota la mirada que dedico en dirección a Axel. Tampoco es capaz de notar cómo aprieto los puños en señal de coraje y frustración.

—No tengo interés alguno en acostarme con tu amigo demonio —siseo, para que solo él pueda escucharme.

—Eh… ¿hola? Estoy aquí —Mikhail habla a mis espaldas.

—Y solo para que lo sepas —añado, mientras ignoro al chico que se queja detrás de mí—, hace mucho tiempo que no soy virgen.

Ni siquiera sé por qué lo he dicho, pero no me quedo a averiguarlo. Me pongo de pie de la mesa y guardo mi libro antes de marcharme.

Durante todo mi trayecto hacia la salida, siento la mirada de Mikhail clavada en mi espalda, pero no dejo que eso me amedrente. No dejo que eso me haga sentir insegura mientras abandono la cafetería.

Una vez en el corredor, me detengo unos instantes solo para tomar una inspiración profunda, ya que me encuentro sintiéndome falta de aliento. Cuando me doy cuenta de que no voy a poder respirar con normalidad por mi propia cuenta, rebusco mi inhalador dentro del bolsillo de mi sudadera y doy una calada al medicamento. No es hasta ese momento, que un puñado de memorias extrañas y desagradables vienen a mi cabeza.

Apenas sí recuerdo cómo fue la primera vez que estuve con alguien. Fue con el hermano de Emily, Kyle. Era la primera vez que bebía tanto alcohol y él estaba ahí, conmigo, sin pedirme que me detuviera. Sin decir que estaba mal. Solo bebía en silencio conmigo, mientras su hermana dormía en su habitación.

Recuerdo muy poco de lo que pasó. Solo sé que me quedé a dormir en su casa un fin de semana. Sé que Kyle estaba en el porche bebiendo cuando salí de la habitación de mi amiga en dirección a la cocina y que, cuando me ofreció una cerveza, me senté a su lado y me la bebí.

Esa noche lloré. Mucho. Creo que, incluso, le hablé sobre mi familia y, cuando ya no quiso escucharme más, me besó. Me besó y no lo detuve.

Sabía que era el hermano mayor de mi mejor amiga y que esas cosas no se hacen. Que estaba ahogada en alcohol y que él estaba lo suficientemente sobrio como para saber lo que hacía, pero no lo detuve.

Estaba tan necesitada. Me sentía tan torturada…

Mi mandíbula se aprieta con fuerza y tomo una inspiración profunda antes de tragarme el nudo de frustración que hay en mi garganta.

El remordimiento de conciencia viene a mí cada que pienso en eso. Ni siquiera he tenido las bolas de decírselo a Emily. ¿Cómo va a reaccionar cuando sepa que su hermano y yo…?

Cierro los ojos.

Me digo una y otra vez que no vale la pena revivir eso, porque no lo recuerdo del todo y porque fue hace casi un año. Porque pensar en eso no va a cambiar el hecho de que la primera vez que estuve con un chico, estaba medio borracha y vulnerable. No va a cambiar el hecho de que sucedió y de que no fue como me hubiese gustado que fuera.

Son casi las dos de la mañana cuando, finalmente, me doy por vencida y dejo el libro de historia por la paz. Me arden los ojos y me duele la espalda por haber estado sentada en una misma posición durante horas. Mis párpados pesan tanto, que apenas puedo mantenerlos abiertos y mi hombro bueno se siente tan tenso, que cruje cuando trato de moverlo.

La música que retumba en mis tímpanos suena más enérgica y fuerte que nunca. La voz de Bert McCracken llena mis oídos, mientras medio canta y medio grita Take It Away, una de las canciones del segundo álbum de su banda: The used.

No apago el reproductor de mi teléfono hasta que la canción acaba y, solo entonces, arranco los auriculares fuera de mis oídos.

El silencio de mi habitación me resulta demasiado denso después de haber pasado casi tres horas escuchando música a todo volumen, pero es agradable hasta cierto punto. Entonces, muevo el cuello de un lado a otro para aminorar la tensión acumulada ahí, y estiro las piernas para desperezar los músculos de esa zona antes de ponerme de pie.

Cuando giro sobre mis talones y miro a Mikhail recostado sobre mi cama con aire despreocupado, me trago un grito. Una punzada de rabia e irritación se mezcla en mi sistema.

—¿Es que acaso es muy difícil decir: «¡Hey, Bess!, solo para que no vaya a darte un infarto, estoy justo aquí»? —espeto con irritación.

Él alza una ceja con arrogancia.

—Con ese ruido que escuchabas, dudo mucho que me hubieses oído —dice. No me pasa desapercibida la diversión que hay en su tono.

Un bufido exasperado brota de mis labios, pero no digo nada. Me limito a avanzar a paso perezoso en dirección a la cama. Él, en el instante en el que me acerco, se levanta. Su movimiento es descuidado y casual, pero soy capaz de percibir la incomodidad en su mirada cuando lo hace.

No estoy muy segura de cómo interpretar eso, pero asumo que es debido a lo que pasó la última vez que me puso una mano encima.

—¿Dónde está tu novio? —pregunto, para tratar de aligerar el ambiente, pero él sigue mirándome como si intentara ver algo que se encuentra enterrado en lo más profundo de mi alma.

Una ligera sonrisa tira de las comisuras de los labios de Mikhail.

—No lo llames así —masculla—. Harás que crea que realmente quiero algo con él.

Una pequeña sonrisa tira de mi boca.

—No es estúpido —digo—. Axel sabe perfectamente cómo te sientes respecto a él. Lo que pasa es que es optimista.

—Es necio —Mikhail replica, pero la expresión suena casi cariñosa—. Está empeñado en conseguir algo que no puedo darle.

Me encojo de hombros.

—Quizás deberías decírselo.

—Oh, créeme que lo he hecho. —Una mueca de fingido horror surca sus facciones y no puedo evitar reprimir una sonrisa—. Nada funciona con ese tipo.

Me siento sobre la cama y, después de unos instantes de vacilación, lo miro. La calidez en su mirada me pone la piel de gallina y hace que mi aliento se atasque en mi garganta.

La forma en la que su ceño se ha relajado hasta ser un gesto amable y dulce hace que mi pecho duela de formas incomprensibles. De pronto, mientras miro su expresión tímida y protectora, me resulta difícil creer lo que Axel dijo. No puedo imaginarlo como un tipo incapaz de sentir amor. No cuando me mira de la forma en la que lo hace: como si no hubiese nada en el mundo comparado conmigo.

—Hablando de Axel —digo, sin apartar mis ojos de los suyos—. Dijo algo esta tarde.

Mikhail me mira con expectación. Su vista se ha entornado ligeramente y su cabeza se ha inclinado en un gesto curioso.

—¿Qué te ha dicho?

Me arrepiento en el momento en el que pronuncia esas palabras. No tiene caso que averigüe algo que no va a cambiar nada. Él aún es un demonio y yo aún soy esta cosa extraña que debe ser sacrificada para que el apocalipsis comience. Si Mikhail puede o no sentir amor, no importa ahora mismo. No es relevante. No cambia el hecho de que va a intentar asesinarme tarde o temprano.

Sacudo la cabeza y bajo la vista hacia el edredón floreado que cubre mi cama.

—No es nada —mascullo—. Olvídalo. Es tarde. Estoy divagando, tengo mucho sueño y…

Antes de que pueda procesarlo, acorta la distancia que hay entre nosotros y se acuclilla delante de mí. El movimiento es tan rápido, que no lo noto hasta que sus ojos y los míos quedan casi a la misma altura.

—Dime —pide—. Por favor.

—No es importante —digo, sintiéndome pequeña y extraña ante su cercanía.

—Aun así, quiero saberlo. ¿Qué fue lo que dijo?

Muerdo la punta de mi lengua dentro de mi boca, pero ni siquiera me atrevo a alzar la cara para encararlo de lleno.

—Bess… —insiste—. Cielo, por favor, dímelo.

Sus dedos se posan en mi barbilla y su tacto delicado hace que mi pecho se caliente con una emoción indescifrable. Sé que debería apartarme. Sé que seguro estoy lastimándolo, pero no me muevo. Ni siquiera estoy segura de estar respirando como se debe.

—¿Qué te dijo? —dice, en voz baja y dulce.

Tomo una inspiración profunda. Debo hacer esto. Necesito preguntar…

—¿Es cierto que ustedes, los demonios, no son capaces de sentir amor? —las palabras salen apenas auditivas de mis labios, pero sé que me ha escuchado perfectamente.

Una tormenta de emociones se arremolina en su expresión, pero no dice nada. Se limita a mirarme fijamente. Luce contrariado, fuera de balance y confundido.

—No veo porqué eso es relevante —dice, al cabo de unos instantes, con cuidado y tacto.

Su respuesta hace que mi corazón se hunda y que la decepción que sentí esta mañana en la cafetería regrese.

—Lo es para mí —digo, con la voz enronquecida por las emociones.

Él me estudia en silencio.

—¿Estás preguntándome si siento algo por ti? —dice, al cabo de unos segundos.

El tono de su voz me hiere. Destila desdén, burla, repulsión y… ¿miedo?

Me quedo callada. Me limito a mirarlo a los ojos y sé que es la única respuesta que necesita.

Un suspiro entrecortado brota de sus labios y se pasa una mano por el cabello alborotado.

—No, Bess —su voz suena monótona, neutral y monocorde, pero no es eso lo que hace que me sienta miserable, es lo que dice cuando continúa hablando lo que lo hace—: No podemos sentir amor. Y no. No siento nada por ti. No quiero nada serio contigo. Solo… —sacude la cabeza—. Me gusta besarte, ¿de acuerdo? Eso es todo. No estoy enamorado. No siento nada por ti. No puedo hacerlo. —Hace una pequeña pausa—. Lo lamento mucho.

Mis ojos se sienten acuosos, pero me las arreglo para no derramar ninguna de las lágrimas que se han agolpado en mi mirada. Entonces, me trago el nudo que hay en mi garganta.

«Ni siquiera sé por qué duele tanto…».

—Bien —sueno cansada, débil y derrotada—. Quiero dormir. ¿Puedes marcharte ya, por favor?

De pronto, luce arrepentido. El dejo de preocupación en su rostro casi me hace decirle que, si quiere quedarse, es bienvenido a hacerlo; sin embargo, me limito a sostener su mirada.

Una inspiración profunda es inhalada por la nariz de Mikhail y la deja escapar con lentitud antes de ponerse de pie.

—Como ordenes, Cielo —dice, con aire ausente y, entonces, se encamina hacia su salida habitual.

Mi vista sigue su camino y noto cómo se detiene en seco para mirarme por encima del hombro. La duda y la incertidumbre en la forma en la que me observa, hacen que mi corazón se acelere un poco. Entonces, clava sus ojos al frente.

No se mueve. Pese a todo, se queda quieto mientras lo observo con expectación.

—¿Bess? —su voz suena tan baja que, por un segundo, creo que no la he escuchado y que ha sido producto de mi imaginación. No es hasta que gira su cabeza un poco, de modo que sé que puede mirarme por el rabillo del ojo, que me doy cuenta de que no ha sido así.

—¿Sí?

—¿Tú…? —se detiene en seco y traga con fuerza—. ¿Tú sientes algo por mí?

«Siento que te odio. Siento que no puedo mirarte a la cara sin sentir que todo mi cuerpo reacciona por acto reflejo; que me falta el aliento cuando te acercas demasiado y que no soy capaz de pensar como una persona normal cuando me dices Cielo. Que mis rodillas tiemblan cuando me hablas en idiomas que no comprendo y que bien podría permitir que me asesinaras si vuelves a besarme como el otro día.

Siento que el mundo se me viene encima cuando dices que soy bonita, porque sé que no lo soy. Porque no entiendo cómo diablos es que puedes querer besar a alguien como yo, cuando tú luces como… tú.

Y, ¡joder! Siento que podría ir ahí mismo, frente a ti, y golpearte en la cara para después besarte».

—No —mi voz suena plana y débil—. No siento nada por ti, Mikhail.

Él vuelve su atención al punto frente a él y noto cómo sus hombros se hunden ligeramente.

Una pequeña y amarga risa brota de su garganta.

—No importa —dice, en un susurro casi imperceptible, pero me da la impresión de que habla para él mismo—. Sigues siendo tan bonita como el cielo.

Ir a la siguiente página

Report Page