Demon

Demon


Capítulo 21

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cAída

Lo primero que noto cuando entro en la casa, es el olor a incienso.

Una densa capa de humo blanco cubre todo el lugar, mientras nos abrimos paso entre el montón de baratijas regadas por toda la estancia.

El lugar es un completo desastre, pero no está sucio. Es la decoración irregular lo que le da un aspecto descuidado. Ninguno de los sillones de la sala hace juego con el otro: uno es de piel, otro parece haber sido sacado de una película de época y el más grande de todos tiene un estampado tan anticuado y brillante, que bien podría imaginarlo como parte de la escenografía una serie de televisión sesentera.

Hay fotografías y cuadros antiguos por todos lados, y un montón de vasijas de distintos tamaños, estilos y colores adornan las estanterías que hay en cada una de las paredes.

Casi me da miedo avanzar. Soy tan idiota a veces, que temo dar un paso en falso y provocar una horrible masacre de jarrones viejos.

Un enorme atrapasueños —el cual llama mi atención de inmediato— cuelga sobre el estrecho inicio de las escaleras, y las enormes plumas coloridas que danzan debajo de él, me hacen querer acercarme para tocarlas.

—No toques nada —la voz de Gaela, la anciana, llega a mis oídos; como si hubiese sido capaz de leerme el pensamiento.

De pronto, me siento como cuando iba a casa de la abuela antes de que falleciera. Ella también nos prohibía tocar cualquier cosa a mis hermanas y a mí. El recuerdo no es particularmente desagradable, pero tampoco es uno bienvenido. Era una de las pocas cosas que detestaba de ir con ella. A pesar de lo mucho que llegaba a consentirnos, no ser capaz de poner mis manos en sus muñecas de porcelana creó una especie de ridículo resentimiento dentro de mí.

—Creo que ya le agrado —mascullo, con sarcasmo, mientras sigo a Daialee; quien, a su vez, va detrás de Mikhail.

La chica me mira por encima del hombro, con una sonrisa dibujada en el rostro.

—¡Qué va! ¡Ya te ama! —dice.

Una pequeña sonrisa tira de las comisuras de mis labios y sé, de inmediato, que ella me agrada.

Mikhail nos mira por encima del hombro y casi puedo ver el brillo divertido en su expresión, mientras sacude la cabeza con aire reprobatorio. Muy a su pesar, sé que le ha divertido la pequeña interacción sarcástica entre Daialee y yo.

Avanzamos al paso lento impuesto por Gaela y nos adentramos casi hasta llegar al fondo de la casa. Finalmente, la anciana se detiene detrás de una puerta cerrada y se gira para mirarnos a todos. Sus ojos se detienen en mí más tiempo de lo debido y noto, debajo de toda esa repulsa que hay en sus facciones, que me tiene miedo. No sé cómo describirlo, pero sé que me teme. Puedo sentirlo.

—Daia —la mujer mira a su nieta—, llévala al sótano y enciérrala ahí.

Mis cejas se alzan con incredulidad.

—¿Va a pedirle, también, que me ate una soga al cuello y que ponga un trasto con comida y otro con agua para mí? —suelto, sin siquiera pensarlo.

Gaela me dedica una mirada dura, pero yo no aparto la vista. Clavo mis ojos en los suyos y alzo una ceja en un gesto que indica, claramente, que no le tengo miedo. La anciana entorna los ojos y me señala con un huesudo dedo.

—Estás en mi casa. No lo olvides.

Asiento.

—Por mí puede meterse su casa por el…

—Bess… —Mikhail me interrumpe. No suena molesto, pero me mira con aire severo.

Una oleada de frustración se apodera de mi cuerpo, pero me limito a morder la punta de mi lengua para evitar terminar mi frase.

Daialee, quien se ha recargado contra una de las paredes con los brazos cruzados sobre el pecho, rueda los ojos.

—Ven —interviene y se acerca a mí para me tomarme del brazo con gentileza—, te quedarás en mi habitación.

No quiero irme, pero la mirada de Mikhail me dice que debo hacer lo que se me indica. Nunca he sido buena para complacer a los demás, pero, en esta ocasión, accedo a marcharme a regañadientes.

Sigo a la chica de vuelta sobre nuestros pasos hasta llegar a las escaleras; sin embargo, antes de subir, echo una última ojeada en dirección a Mikhail. La mujer ha abierto la puerta que antes se encontraba cerrada y ahora se dispone a encaminarse dentro. Segundos después, Mikhail la sigue.

La sensación de hundimiento que me provoca el hecho de saber que va a dejarme aquí, me ahoga y hace que me sienta incómoda hasta la mierda.

—¿Chica? —la voz de Daialee me hace volcar mi atención hacia ella. Sus cejas están alzadas en un gesto gracioso—. ¿Vienes?

—Mi nombre es Bess —digo, mientras avanzo para seguirla.

La observo hacer un gesto desdeñoso para indicarme que mi nombre le es irrelevante ahora mismo y se gira para andar escaleras arriba.

La madera debajo de mis pies parece estar a punto de ceder bajo mi peso. El crujido espeluznante que resuena en todo el estrecho pasillo me hace sentir insegura. Temo que, con cualquier paso en falso, vaya a terminar hecha mierda entre escombros y tablas destrozadas.

Aún ni siquiera he terminado de recuperarme del hombro dislocado. Lo que menos necesito es otro hueso fuera de su lugar.

Llegamos a la planta superior al cabo de unos instantes. El espacio está igual de atestado de jarrones y cuadros antiguos que el piso de abajo, pero aquí no huele tanto a incienso. El corredor por el que caminamos ahora nos guía a las distintas habitaciones de la casa. Son más de las que esperaba encontrar.

Nos abrimos paso hasta llegar a la pieza más apartada de todas y, una vez ahí, Daialee se gira para encararme.

—No te fijes demasiado en el desastre —suena avergonzada.

Me encojo de hombros.

—Si vieras mi habitación, te daría un ataque —bromeo y ella esboza una sonrisa.

En ese momento, se vuelve sobre sus talones y abre la puerta. Acto seguido, se aparta para dejarme entrar.

Yo dudo unos instantes antes de dar un paso dentro, pero una vez ahí, me siento mucho más cómoda que allá abajo.

El espacio es tan acogedor como la habitación de cualquier chica. Huele a desodorante, perfume y canela, y las paredes están pintadas completamente de blanco. Eso le da la sensación de amplitud al pequeño lugar.

La decoración es simple y austera. Apenas hay unas cuantas luces navideñas colgando de las paredes, un pequeño tocador, un escritorio, una mesa de noche y una cama individual. Me llama la atención la cantidad impresionante de libros que hay por todos lados. Un centenar de títulos conocidos y desconocidos para mí saltan a la vista y, de pronto, me siento como en casa. La habitación de Jodie, quien era adicta a la lectura, también estaba repleta de ejemplares de todos los estilos y géneros posibles.

Una punzada de dolor me atraviesa el cuerpo.

—Ponte cómoda —Daialee dice, a mis espaldas y me giro para encararla, mientras lanzo el dolor lo más lejos que puedo. Entonces, tomo una inspiración profunda y dejo escapar el aire de mis pulmones con lentitud.

No estoy muy segura de lo que debo hacer, así que me quedo aquí, parada como una estúpida, en medio de su habitación. Ella, por el contrario, se deshace de sus zapatos y se deja caer en la cama con aire despreocupado.

Me remuevo en mi lugar, un tanto incómoda, mientras busco en mi cabeza algo para decir; a pesar de eso, nada viene a mí. No entiendo cómo diablos puedo hablar con Emily sin parar y perder la capacidad de lucir inteligente con alguien a quien apenas conozco.

Se supone que debería ser capaz de entablar una conversación coherente con ella, pero no es así. Estoy aquí, como una completa idiota, mirando hacia todos lados.

—Entonces… —Daialee se coloca sobre su costado y carga el peso de su cabeza en su palma, al tiempo que me observa con una pizca de curiosidad y diversión—. ¿Qué le diste al demonio para que recurriera a nosotras por ayuda?

—Yo no le di nada —digo, pero el tono tímido y defensivo de mi voz, delata el vínculo que he creado con él.

Ella rueda los ojos al cielo.

—¡Sí, claro! —bufa—. Como si uno pudiese hacer que un demonio así de poderoso se convierta en nuestro guardaespaldas con solo desearlo.

—Le ordenaron protegerme —objeto.

—Y aun así no tiene sentido.

—¿Tienes una idea de cuánto miedo le tienen en el Inframundo? —sacude la cabeza y ella misma responde a su pregunta—: No, por supuesto que no la tienes.

—¿Por qué hablan de él de esa manera? —pregunto, porque no puedo evitarlo—. Todo el mundo dice que es poderoso, que los demonios le temen y que, incluso, El Supremo teme que se revele; pero, cuando estoy con él, yo solo… —«Yo solo veo al chico que sería capaz de dar la vida por proteger a quienes le importan». Quiero decir, pero en su lugar, pronuncio—: Yo solo veo a un tipo con el ego del tamaño del mundo.

—No sabes su historia —no es una pregunta. Es una afirmación.

Yo niego con la cabeza.

Un suspiro brota de su garganta.

—Debes pedirle que te hable sobre quién fue, chica —Daialee dice—. Una vez que lo hagas, sabrás porqué es así de poderoso.

—Fue Miguel Arcángel —asiento—. Eso lo sé. Lo que no sé, es cómo diablos pasó de ser el arcángel más poderoso mencionado en la Biblia, a un demonio.

—Pregúntaselo a él —dice ella—. Yo no soy nadie para decirte nada.

—Pero tú sabes qué fue lo que ocurrió. ¿Por qué no decírmelo ahora mismo?

—Porque no me corresponde. Debe ser él quien te lo cuente.

—Mikhail no va a decirme una mierda —me quejo, con una mueca cargada de frustración—. Ni siquiera sé muy bien qué papel juego en todo esto, ni qué se supone que ocurrirá si yo… —me detengo y siento un agujero en el estómago ante la expectativa de decir eso que tanto me aterra en voz alta. Mis dedos se cierran en puños y aprieto la mandíbula antes de tragar duro para obligarme a decir—: Cuando yo muera.

La expresión de Daialee cambia de un segundo a otro. No me atrevo a apostar, pero luce casi como si tuviese lástima de mí. Como si mis palabras provocaran en ella una clase de empatía que no soy capaz de comprender.

La duda se filtra en su mirada y me estudia con detalle, como si intentara ver más allá de mí; más allá de la situación y de lo que ha empezado a cambiar en mi entorno.

Finalmente, después de unos instantes en silencio, se pone de pie y acorta la distancia que nos separa. Se detiene justo cuando sus pies descalzos rozan la punta de mis Converse. Es un poco más alta que yo, pero no tanto como para tener que alzar la cara para mirarla a los ojos.

Sus ojos me estudian detalladamente y, sin decir una palabra, una de sus manos se enreda en mi muñeca sana. Acto seguido, la levanta para mirarla. La gira con cuidado y deja a la vista una de las cicatrices de los agujeros que me llevaron al hospital hace unos meses.

Su índice traza la burda marca.

—Aquí —dice y noto cómo sus músculos se tensan—. Aquí es dónde todo tu poder inicia. Es el núcleo de todo…

—No hay poder alguno en mí —digo, en voz baja.

Sus ojos se clavan en los míos.

—No te subestimes, chica —la forma salvaje en la que sus labios se curvan en una sonrisa envía un escalofrío a mi sistema—. Esto —presiona la piel delgada de la zona—, es por lo que los ángeles te buscan. No lo olvides. Es con lo que, probablemente, vas a poder controlarlos.

—¿Controlarlos? —mi voz es apenas un susurro tembloroso y débil.

—No estoy muy segura de ello —musita, mientras estudia la marca cerrada—. Es una corazonada… —sacude la cabeza, en una negativa—. No me hagas caso.

La frustración se arraiga en mi sistema.

—¿Podrías, por favor, dejar de hablarme como si supiera una mierda de todo esto y contarme toda la maldita verdad de una vez? —mi voz es un susurro exasperado y aterrorizado, pero suena más firme de lo que espero.

Daialee se aparta de mí y se sienta sobre la cama antes de dar una palmada en el lugar a su lado.

—Siéntate —dice—. Vamos a tener una conversación muy larga.

Entonces, sin decir una palabra, me acomodo en el lugar indicado y la miro, con expectación.

—Hay mucho qué explicarte —dice—, pero empezaré por tu demonio, ¿de acuerdo?

Asiento, con impaciencia y ella esboza una sonrisa suave.

—El demonio mayor y la abuela se conocen desde que ella tenía mi edad —comienza. Su tono me recuerda al de mi madre cuando le contaba historias a Freya—. Ella dice que una de las antiguas brujas del aquelarre al que pertenecía invocó a un demonio demasiado poderoso. Casi destroza una ciudad entera por jugar de ese modo con la fuerza del Inframundo. —Una pequeña sonrisa divertida se desliza en sus labios—. Mikhail vino a neutralizar el desastre y, desde entonces, la abuela se obsesionó con él. Trató de invocarlo una infinidad de veces sin éxito —sacude la cabeza, sin dejar de sonreír—. Cuenta que, con el paso de los años, fue resignándose a no encontrarlo nunca más. Tengo entendido que, muchos años luego de eso, ella se separó de su antiguo aquelarre. Sus antiguas hermanas no lo tomaron bien y trataron de matarla en muchas ocasiones. —Hace una pausa—. Mi vieja cuenta que necesitaba protección y es bien sabido entre las de nuestra clase, que no hay mejor protección que la que los ángeles proporcionan, por ese motivo decidió que debía invocar a uno. —Me mira y no hace falta que diga más. Sé que trató de invocar a uno de los más poderosos. Sé que la anciana trató de invocar a Miguel Arcángel—. Se dice que solo las brujas más poderosas son capaces de hacer contacto con los seres luminosos. Ya sabes —hace un gesto desdeñoso—, por aquello de que estamos enlazadas a la oscuridad y que nuestro poder nos ha sido otorgado por demonios. —Rueda los ojos al cielo—. No cualquiera puede invocar a un ser del cielo con una naturaleza como la nuestra.

—No tenía idea de que era así —musito, solo para hacerle saber que me ha enseñado algo nuevo.

Ella se encoge de hombros, como quien encuentra esa información irrelevante.

—Como sea… —cruza las piernas sobre la cama—. El punto es que la abuela siempre ha sido una bruja poderosa y, también, una mujer ambiciosa. Esa arrogante quería la protección del arcángel más poderoso y trató de invocarlo —me mira con aire divertido—. Ya te imaginarás su sorpresa cuando, al llamarlo, apareció el demonio que tanto le había obsesionado años atrás.

—¿Ella supo de inmediato que Mikhail era Miguel Arcángel?

Daialee asiente.

—Él solo se lo confirmó —dice—. Tengo entendido que, en ese entonces, Mikhail apenas había iniciado su proceso de conversión. Era más ángel que demonio y aún no tenía el poder suficiente para liberarse de invocaciones menores como las de la abuela; así que se vio obligado a brindarle su protección hasta que el aquelarre aquel se rindió y dejó de intentar asesinarla. Para ese entonces, Mikhail y la abuela habían entablado una especie de amistad —la chica sonríe al mirarme a la cara. No estoy segura de qué es lo que ha visto en ella, ya que ríe por lo bajo y mientras que añade—: No, chica. La abuela y tu demonio jamás tuvieron nada. Para ese entonces, la anciana ya estaba enamorada del abuelo y no tenía ojos para nadie más.

Siento cómo la vergüenza calienta mi rostro.

—Yo no he dicho nada —mascullo—. Y tampoco es como si me importara.

Un bufido brota de sus labios.

—¡Sí! ¡Claro! —suelta con sarcasmo y medio ríe en el proceso—. Vamos a hacer como que te creo.

—No es mi tipo —digo y se siente como si estuviese diciendo un mantra; ya que, últimamente, lo repito demasiado.

Daialee rueda los ojos al cielo.

—Como sea. No voy a discutir tu vida amorosa en este momento —hace un gesto desdeñoso para restarle importancia—. Lo que trato de decir, es que Mikhail y la abuela se volvieron cercanos. Hasta el punto de que él le ofreció protección a su clan a cambio de favores cuando fuesen necesarios. La abuela, por supuesto, aceptó el trato y lo sellaron con sangre.

—¿Con sangre? —pregunto, un tanto perturbada.

—Los demonios no tienen palabra, Bess —dice y no me pasa desapercibido que, por primera vez, ha dicho mi nombre—. Si quieres que un demonio sea honesto y leal contigo, debes hacer un pacto de sangre con él. Solo así tendrás la certeza de que no habrá trucos sucios de por medio.

—Pero se supone que eran amigos —sueno más indignada de lo que pretendo—. Los amigos confían los unos en los otros, ¿no es así?, tu abuela debió confiar más en él.

—Confía en él, pero Mikhail aún no es un demonio completo —Daialee refuta—. No sabemos cuánto va a cambiar cuando se transforme en uno en su totalidad —suena pesarosa—. Por lo que veo, nunca te has topado con un príncipe del Infierno o con un demonio de Primera Jerarquía —niega con la cabeza—. Esos seres son aterradores, Bess. No hay nada en este mundo que sea más cruel y despiadado que un demonio así de poderoso.

Un escalofrío me recorre la espina dorsal.

—Mikhail ha sido catalogado como un demonio de Primera Jerarquía y no es, ni de cerca, despiadado o aterrador —musito, con la voz cargada de miedo e incertidumbre.

—Pero, insisto: él aún no es un demonio por completo —ella suspira—. Por muy fuerte que sea, no deja de ser un semidemonio. Aún no está lleno de oscuridad. Aún le importa lo que ocurre a su alrededor. Una vez que se transforme en su totalidad, nada nos garantiza que seguirá siendo como es.

Un nudo se instala en la boca de mi estómago. El pánico y la ansiedad hacen estragos conmigo, pero me las arreglo para mantener el gesto tranquilo.

—La abuela teme mucho por él —Daialee habla, tras un largo momento de silencio—. Estaba muy cerca de la transformación entera antes de que su esencia cambiara. Antes de que tú aparecieras.

Trago duro solo porque no sé qué decir, y miro mis manos, las cuales están cerradas en puños sobre mi regazo.

—¡Era un arcángel, por el amor de Dios! —niego con la cabeza—. ¿Cómo diablos pasó de ser un arcángel a un demonio? ¿Cómo es que estamos discutiendo acerca de su posición como demonio de Primera Jerarquía cuando él fue un jodido arcángel?

Ella suspira, con pesar.

—A eso voy —dice. Trata de sonar fastidiada, pero no lo consigue—. Trato de llegar ahí, solo..., sé un poco más paciente, ¿de acuerdo?

Aprieto la mandíbula, pero le regalo un asentimiento brusco. Entonces, ella continúa su relato:

—Tu demonio y mi abuela comenzaron a trabajar juntos cuando él tenía tareas por realizar aquí en la tierra o esas cosas. La confianza fue creciendo entre ellos hasta que, una noche, ella le preguntó acerca de su caída y él se lo contó todo. —Hace una pausa—. No se supone que yo debería saberlo —se encoge de hombros—, pero la abuela me lo contó de todos modos. Dice que, como heredera del clan, debo estar enterada acerca de todo lo que se refiere a nuestras alianzas. —Mira un punto en el suelo—. Según lo que ella me dijo, Mikhail cayó por culpa de uno de los suyos. El tipo empezaba a tener algo con Gabrielle Arcángel —hace una pausa para acotar—: Por cierto, ¿sabías que es una mujer? ¡Dios! ¡No lo vi venir, joder!

Me fuerzo a esbozar una sonrisa, cuando en realidad se siente como si un bloque de concreto se hubiese instalado sobre mis hombros. La sola idea de imaginar a Mikhail teniendo algo con ella, me enferma.

—Yo tampoco —admito, muy a mi pesar. Yo también creía que Gabrielle era hombre.

Un suspiro brota de su garganta.

—Bueno, de regreso a lo importante… —dice, mientras se prepara para retomar el hilo de su historia—. Miguel y Gabrielle estaban teniendo algo y, al parecer, eso está prohibido en el cielo. Los ángeles, a pesar de ser seres que se alimentan del amor y de todo lo bello del mundo, no tienen permitido enamorarse. No se supone que deban hacerlo. No está en su naturaleza. —La chica frunce el ceño y sé que trata de recordar los detalles sueltos para darme una información un poco más completa—. Tengo entendido que empezaron a tener problemas allá arriba debido a eso y la mira estaba sobre ellos. Las tropas de Miguel empezaron a desobedecerlo y comenzó a crearse un pequeño gran caos en el Reino del Creador, solo porque Miguel Arcángel, el guerrero de la justicia, tenía los ojos puestos en Gabrielle, y porque Lucifer, el preferido del Creador, acababa de caer —hace una pequeña pausa—. Entonces, mientras las cosas allá arriba estaban extrañas y tensas, en las tinieblas también estaba ocurriendo algo: Lucifer estaba creando su propio reino y la oscuridad empezaba a hacer de las suyas también; sin embargo, no fue hasta que el caos se desató en la tierra que los ángeles se dieron cuenta de todo. Ellos, por supuesto, trataron de intervenir, pero, por alguna extraña razón, Lucifer siempre parecía saber cómo iban a actuar. Él y sus sombras parecían ser conscientes de los planes de los ángeles, y de la forma en la que iban a proceder. De alguna manera, los planes se estaban a filtrando. Información que se suponía que solo Gabrielle poseía, estaba llegando a manos de Lucifer y, gracias a eso, se desató el infierno, el caos, la muerte, la guerra y la destrucción —un escalofrío de puro terror me recorre de pies a cabeza, pero ella continúa—: La tierra fue envuelta en un halo de oscuridad casi impenetrable, los ángeles estaban siendo aniquilados por el ejército oscuro que había creado Lucifer y la supuesta traición de Gabrielle estaba en boca de todos —Daialee luce absorta en sus pensamientos—. Miguel apenas pudo neutralizar la oscuridad que rodeaba a la humanidad. Afortunadamente, nos libró de todos esos demonios antes de que las cosas se pusieran horribles. —Niega con la cabeza, mientras mira hacia la nada—. Perdió a muchos de sus guerreros en el proceso. Los ángeles mermaron, los Vigilantes, quienes se supone que debían velar por la humanidad, cayeron por contribuir, implícitamente, en la creación de los Nephilim, quienes, por cierto, invadieron la tierra… —se hace un pequeño silencio.

—Todo se sumió en terror y oscuridad —dice, al cabo de un rato—. Gabrielle fue condenada a caer por infiltrar información que se le había confiado —el tono de su voz es un susurro ahora—. El creador estaba furioso y no iba a tener contemplaciones de ningún tipo. El mundo como lo conocemos estuvo a punto de ser tomado por la oscuridad. —Daialee parece estar sumida en el universo que ha creado en su cabeza—. No iba a perdonar una traición que casi llevó al mundo al carajo… —sus ojos encuentran los míos, de pronto—. Y Miguel no podía soportar que Gabrielle cayera. Sobre todo, cuando ella juraba por su vida que no había filtrado nada. Que era inocente.

Trago duro.

—¿Qué pasó después? —susurro, a pesar de saber lo que va a decir.

—Miguel se inculpó —dice ella—. Dijo que él había sido el traidor y que era él quien merecía el castigo. —Me mira a los ojos—. Y entonces, cayó. Cayó ante los ojos de su ejército, ante su amada Gabrielle, quien lo creyó culpable; ante su compañero Rafael, quien siempre deseó su lugar. —Se detiene unos segundos—. Mikhail dice que pasó un montón de tiempo, y con «montón» me refiero a siglos y siglos —acota—, antes de que Lucifer acudiera a él y le ofreciera sus alas de nuevo, a cambio de su lealtad y de que aceptara la oscuridad como parte de sí mismo. Él, alimentado por el odio y la traición, accedió… Y, pues, bueno… Creo que el resto es fácil de imaginar.

El silencio se apodera del ambiente en ese momento.

Las palabras de Daialee flotan en el aire, sin asentarse del todo y sin pasar desapercibidas tampoco. Un millar de sentimientos encontrados colisionan en mi interior y no me siento capaz de pronunciar nada mientras proceso la información recibida.

La empatía que tengo hacia Mikhail en este momento, es casi tan fuerte como la horrible sensación que me provoca saber que tuvo algo con Gabrielle en el pasado. El hecho de saber que fue desterrado por algo que no hizo, es casi tan doloroso como darme cuenta de todo lo que debió haber sufrido.

Él no merecía lo que le pasó. El único error que cometió fue haberse culpado por algo que no hizo.

La puerta de la habitación se abre con brusquedad en ese momento. De pronto, me encuentro mirando la figura impresionante de Mikhail justo en el umbral. Mi estómago se retuerce cuando nuestros ojos se encuentran y me quedo sin aliento al notar su semblante tranquilo. Sea lo que sea que le haya dicho Gaela, ha logrado calmar un poco su estado de ánimo hostil y a la defensiva.

El demonio de los ojos grises mira a la chica sentada junto a mí, para luego dedicarme una mirada dubitativa.

—¿Interrumpo algo? —su voz es terciopelo en mis oídos.

—No —decimos Daialee y yo al unísono.

Entorna los ojos.

—Solo venía a despedirme —dice, al cabo de unos segundos. Sea lo que sea que ha pensado, lo ha dejado pasar.

En ese momento, la chica se pone de pie y se encamina hacia la puerta.

—Les daré un momento —anuncia—. Nada de cosas sucias en mi habitación. Gracias.

Mikhail rueda los ojos, pero no dice nada. Se limita a apartarse de su camino para que salga.

Nos quedamos en silencio. Él se adentra en la estancia y cierra la puerta antes de acortar el espacio entre nosotros. Entonces, sin pronunciar palabra alguna, se acuclilla delante de mí y me estudia con la mirada.

—¿Estarás bien? —pregunta, en un susurro dulce, al cabo de un rato.

—¿Tú lo estarás? —sueno preocupada hasta la mierda.

Él esboza una media sonrisa torcida y el único hoyuelo que tiene en la mejilla, resalta.

—Por supuesto. ¿Por quién me tomas?

Muy a mi pesar, sonrío.

—Por favor, no me dejes sin saber de ti mucho tiempo —pido.

—Vendré mañana —dice él—. No dejes que Gaela trate de experimentar contigo, por favor, y mantente lo más lejos que puedas de ella.

—Hablas como si supieras que va a tratar de hacerme daño.

Mikhail niega con la cabeza.

—No lo hará. Es solo que está muy asustada —suspira, con pesadez—. Te tiene mucho miedo. Quiero evitar a toda cosa cualquier clase de inconveniente. Suficiente tenemos con toda la mierda que está ocurriendo allá afuera como para tener que lidiar con una bruja fuera de sus cabales.

—Lo sé —digo, en un suspiro.

—Prométeme que vas a quedarte aquí hasta que vuelva —pide, mientras coloca sus manos sobre mis rodillas vestidas.

—Solo si tú me prometes que volverás sano y salvo.

Una pequeña risa se escapa de su garganta.

—No voy a prometerte nada porque no hay necesidad de hacerlo, Bess. No voy a morir. Eso te lo aseguro.

Quiero protestar. Quiero decir que no debe tentar de esa manera al destino, pero no lo hago. En su lugar, me muerdo el labio inferior y trago duro. En ese instante, Mikhail ahueca un lado de mi cara con una de sus manos.

—Mantente a salvo, Cielo —susurra.

—Tú también, Miguel —susurro de vuelta.

Sus labios se curvan en una pequeña sonrisa antes de posarse sobre los míos. Nos quedamos así durante lo que parece una eternidad, pero, cuando su lengua busca la mía, el mundo debajo de mis pies desaparece.

Su caricia es lenta, profunda y pausada, y me pone la carne de gallina y los sentimientos a flor de piel.

Cuando nos separamos, Mikhail une su frente a la mía y deja escapar un suspiro entrecortado.

—Volveré pronto —dice y se pone de pie para encaminarse hacia la salida, pero se detiene cuando está a punto de abandonar la habitación.

Yo me quedo quieta, al tiempo que él me mira por encima de su hombro. Luce como si quisiera decir algo y no se atreviese a hacerlo.

Un destello de nerviosismo se apodera de sus facciones, pero no dice nada. Solo me dedica una última mirada antes girarse y desaparecer por el umbral.

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