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Capítulo 22

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Capítulo 22

Perteguer y Samir corrían a buena velocidad por el Paseo del Estanque del Parque del Retiro. A su lado iba una pareja de policías uniformados y los cuatro se turnaban para gritar a su perseguido. El resto de la gente que estaba por el parque a esas horas, algunos turistas, paseantes, mimos, magos callejeros, músicos, adivinadores del futuro, gente haciendo footing, estirando, patinando, montando en bicicleta o simplemente tomando el fresco, se apartaban de la persecución. Alguno incluso tiraba una foto y otro grababa un vídeo con el móvil de la escena. Por lo que pudiera pasar después, que nunca se sabía dónde estaría la noticia.

—¡Alto! ¡Alto Policía!

—¡Joder! —Perteguer en ese momento maldijo cada uno de los cigarrillos que había fumado ese día mientras notaba como sus pulmones estaban a punto de salírsele por la boca—. ¡Dije que no fueran uniformados, cojones!

Samir, más joven y mejor preparado físicamente que el inspector jefe, parecía también agotado tras la irregular carrera que habían iniciado junto a la parada de metro y que, tras salto de arbustos y bancos incluidos, les llevaba ahora a los cuatro policías y a su perseguido, en dirección al Palacio de Cristal del Parque del Retiro. El oficial tomó aire para responder a Perteguer mientras procuraba sujetar la pistola dentro de su pantalón.

—Los chavales pensaron que era una redada. Les dije que de paisano ¡Alto!

—¡Alto Policía! —Claudia, la agente de policía rubia y espigada que había recuperado el ordenador portátil de Eric, se puso en cabeza en el cuarteto perseguidor y unas zancadas después consiguió alcanzar al perseguido, que pese a su complexión atlética también mostraba signos de agotamiento tras la inesperada carrera—. ¡Fofana, estate quieto maldita sea!

Fofana, el africano perseguido, se revolvió sin excesiva violencia al ser asido por el brazo por la mujer policía. Sin embargo al cabo de un par de segundos pareció pensarlo mejor y tras negar con la cabeza se dejó caer en un banco cercano para retomar el resuello y abandonó definitivamente toda resistencia.

—¡Jodidos racistas! —Fofana escupió al suelo—. ¡Tres veces me han parado hoy!

—¿Y si te han parado tres veces por qué has corrido esta vez? —El compañero de Claudia llegó de inmediato junto a ambos seguido de Perteguer y Samir, y se dispuso a cachear al africano, que protestaba medio tumbado en el banco.

—¡Si venís de noche es redada!

—A ver tranquilízate. —Perteguer tomó una generosa bocanada de aire y puso la mano sobre el hombro de Fofana—. Tranquilo un momento, Fofana.

—¿Le cacheo, jefe?

—No. Gracias, compañero. Necesito hablar con él en privado… Gracias por el apoyo, chicos.

—Como diga, jefe… —Los dos agentes uniformados se recolocaron el ceñidor, algo desplazado por la carrera y se alejaron unos metros, bajo la atenta mirada de los numeroso espectadores que se congregaban en los alrededores del banco atraídos por los gritos de Fofana.

—¡Tengo los papeles, joder! ¡Racistas! ¡Policía española racista!

—Joder, calla un minuto. —Perteguer hizo incorporarse al africano y se sentó a su lado en el banco—. A ver, Fofana, nos conocemos desde hace meses…

—Sí, siempre me detienen y tengo papeles. Yo tengo familia aquí y en Sierra Leona.

—No te voy a detener… ¿Ves? No te hemos puesto los grilletes… solo queremos preguntarte una cosa. Pero no salgas corriendo. Te lo advierto, no salgas corriendo.

—No, jefe…

Perteguer extrajo la foto impresa de Eric y la puso delante de los ojos del africano. Este la miró detenidamente un segundo y medio y después negó con la cabeza teatralmente.

—Conoces a este chaval.

—No, no le conozco.

—No era una pregunta. Déjate de tonterías y dime la verdad. La gente dice que os fumabais porros aquí algunas noches y que le vendías en su propia casa. Eso me da igual ahora mismo. Necesito saber dónde vivía. Solo eso.

—No… no sé que casa… a veces venía aquí… no sé más…

—Hablabais en francés y le llevabas costo a su casa. El chaval está muerto, mira la foto. Alguien le ha asesinado y no sabemos ni como se llamaba.

Fofana se quedó unos segundos mirando al suelo. Luego cogió de manos de Perteguer la foto de Eric. Con gesto abatido, miró de nuevo a Perteguer.

—¿Muerto? Joder… pobre tío… Se llamaba Wally.

—¿Wally?

—¿Está muerto?

—Se murió hace una semana. Alguien le metió un chute de cocaína…

El gesto de Fofana mutó de inmediato y el africano retrocedió en el banco alejándose de Perteguer.

—¿Cocaína? ¡Yo no muevo eso!

—Lo sé. Solo quiero la dirección, te lo prometo.

Fofana pareció tranquilizarse. Miró a ambos lados antes de responder casi en un susurro.

—Estaba cerca. Barrio de Salamanca. Cerca de la Plaza de Colón… déjame ver mapa. —Perteguer, con rapidez, había abierto en su teléfono móvil la aplicación de mapas en previsión de que, como iba a ser el caso, Fofana conociera la calle pero no el nombre de la misma—… sí… esta calle… Jorge Juan. El portal está al lado de una farmacia y cerca de una tienda de flores.

—¿Cuándo fue la última vez que le viste?

—Hace dos semanas. Era buen tipo.

—¿Francés?

—No… un país… no conozco muy bien, por Barcelona, hablan francés, pero no Francia.

—¿Andorra?

—Sí. Un país pequeño… como Suiza dijo pero al lado de Barcelona.

—El hombre de Taured… —Samir sonreía, con los brazos cruzados, de pie junto al banco. Perteguer le devolvió la sonrisa sorprendido.

—¿Cómo?

—Nada… muchas gracias, Fofana. Puedes irte…

—¿Así sin más?

—Sí. Y la próxima vez no corras, demonios, mira cómo me he puesto el traje de saltar arbustos…

—Es raro un jefe corriendo por gente como yo…

—Sí… soy un jefe raro. Que tengas buena noche. —Perteguer se puso de pie y estrechó la mano de Fofana a modo de despedida. Después, les gritó a los policías uniformados que se encontraban todavía vigilando la escena a unas decenas de metros—. ¡Dejadle que se vaya y servicio normal, chicos!

Samir ya rastreaba en la aplicación de mapas toda la calle Jorge Juan en busca de una farmacia para cuando los dos policías regresaron al coche de policía, que había quedado abandonado de mala manera —decir aparcado hubiera sido un bruto eufemismo— en medio de la Plaza de la Independencia frente a la Puerta de Alcalá, en cuanto Samir localizó a Fofana entre el grupo de africanos que merodeaba por la puerta del parque que daba a la boca de metro. La calle no se encontraba lejos del Parque del Retiro. En concreto a apenas cinco minutos andando, por lo que en coche no debía llevarles más de dos minutos.

—Hay cuatro farmacias en esa calle, Perteguer.

—Pues pasemos por las cuatro buscando el portal. No será difícil dar con él. Después avisa en comisaría que vayan contactando con el juzgado, vamos a necesitar otra orden de registro si encontramos el piso de Eric.

Apenas una hora después el piso estaba localizado, a la altura del número 89 de la calle, junto a una farmacia y efectivamente a pocos metros de una floristería. Nada más mostrar la fotografía que Eric tenía en el perfil de una red social al portero del edificio, que residía en la misma finca, bastaron a los agentes para comprobar que Eric vivía en el ático.

—Pero no se llama Eric, agentes…

—¿Cómo? —Samir miró perplejo al portero, un fornido hombre de nacionalidad cubana—. ¿Cómo se llama entonces?

—Se llama Wally, de Walter. Miren acá el buzón, Walter Valls.

Los dos investigadores se acercaron al buzón, del que sobresalían unas cartas. Después el inspector miró a la secretaria judicial.

—¿Podemos coger las cartas?

—Entiendo que si no las abren, sí, inspector. —Respondió la secretaria, sacando su bloc—. Ya decidirá su señoría si es preciso que las abramos en su presencia.

Perteguer cogió las cartas. Una de ellas la remitía el banco ING a nombre de Walter Valls. En la otra tenía el logotipo del Diari d’Andorra y un sello postal del Principado. En el remite constaba la dirección del periódico y especificaba que la carta la había enviado el departamento de personal del diario.

—Vaya… esto explicaría muchas cosas… Samir, consigue contactar con el Diario de Andorra y que te digan si trabaja para ellos un tal Wally Valls… y si es que sí, haz que alguien de judicial se traslade a la Embajada de Andorra, porque me temo que tenemos malas noticias que darles.

Samir asintió y Perteguer montó en el ascensor junto con la secretaria judicial, el portero cubano y un policía uniformado. En el trayecto hasta el ático ninguno cruzó palabra alguna. Solo rompía el silencio el tintineo de las llaves que el portero hacía jugar entre sus dedos.

—Guardo copia de casi todas las casas… Porque me las dan los dueños. ¿Sabe usted?

—Imagino… —La secretaria judicial apenas despegó la mirada de las puntas de sus zapatos para responder al conserje.

La cabina del ascensor llegó hasta el ático y las cuatro personas salieron de la misma. En el rellano solo existía una única puerta, algo más pequeña que las demás viviendas, frente a la cual colgaba una bombilla desnuda. El portero cubano mostró el llavero a la secretaria judicial y tras asentir esta, introdujo una de las llaves en la cerradura, haciéndola girar ruidosamente, y abriendo la puerta de la guarida del farsante Eric. La casa olía a humedad y a cerrado, y se encontraba a oscuras.

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