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Capítulo 9

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Capítulo 9

Perteguer y Samir se pasaron algo más de hora y media sentados en el coche vigilando a cierta distancia las escaleras de acceso a la Facultad de Medicina. Perteguer mordisqueaba un bocadillo de lomo con queso mientras Samir sorbía una especie de tallarines en un cubo de cartón que le habían calentado en una gasolinera. En la radio dos locutores narraban sin demasiado énfasis un partido de la copa del Rey entre el Elche y el Valladolid. Iba ganando el Elche por un gol a cero. Fuera del coche, no había signos de vida. Como un planeta sin colonizar o unas ruinas de una civilización antigua, la Ciudad Universitaria Complutense de Madrid se encontraba a esas horas de la noche totalmente desierta. Hacía varios minutos que había pasado por la Avenida Complutense el último coche, y que casualmente había sido un coche patrulla del Cuerpo Nacional de Policía. Aburrido, Perteguer apagó la radio.

—Gracias. —Samir sonrió complacido—. Pensé que nunca quitarías eso.

—¿No te gusta el fútbol?

—No mucho, jefe.

—A mi me daba un poco igual este partido, la verdad… pensé que tú querías escucharlo…

—Pues no… prefería la emisora de Rock la verdad…

El silencio reinó en el coche durante casi un minuto, hasta que fue roto por Perteguer.

—¿Crees que vendrá?

—Ni idea… —Samir volcó lo que quedaba de tallarines en su boca y después arrugó el cubo de cartón—. Pero si no ha sospechado nada durante la conversación no veo por qué no…

—¿Y qué le pasará por la cabeza a esta gente? ¿Ese afán de ver cosas desagradables que otros estamos obligados a ver?

—Yo creo… que esto no es nuevo en el ser humano. Siempre ha sido curioso… y morboso… Esto de Internet no hace sino facilitar lo que siempre ha existido, no creo que haya creado nada.

De pronto una persona cruzó a la carrera la Avenida a un centenar de metros de los policías.

—¡Mira, Samir! ¡Allí!

—Lo veo, lo veo… va en dirección a la facultad de medicina.

En efecto, una persona embozada y en apariencia de pequeño tamaño avanzó al trote por la acera más próxima a las facultades sanitarias y finalmente cruzó el césped hacia la facultad de medicina. Los dos policías siguieron su recorrido con la mirada hasta ver como la figura se sentaba en las escaleras de la facultad.

—Pues va a ser DarkSoul, Perteguer…

—Esperemos unos segundos a ver qué hace. Va como encapuchado …¿no?

—Bueno… hace frío… desde aquí no puedo ver si es una capucha, un pañuelo o qué…

Sin embargo no era la única persona que se encontraba en las cercanías de la Facultad de Medicina. De improviso, dos sombras surgieron de las escaleras de la estación de metro y se dirigieron a las escaleras donde aguardaba quien según los detectives debía ser la persona que se escondía tras el pseudónimo de DarkSoul. Eran dos varones de unos treinta años que caminaban en silencio, cabizbajos, con las manos en los bolsillos. Ambos llevaban una gorra de béisbol cubriendo sus cabezas y algo en sus andares, en su vestimenta, en su casual aparición en escena, llamaron la atención de los policías.

—Esos dos me dan mala espina, Samir…

Samir asintió y dejó en el suelo la pelota de cartón que había hecho con un cubo de los tallarines y se palpó los grilletes que llevaba asidos en el cinturón. Después, ambos policías salieron del vehículo y se mantuvieron en silencio, observando tras el tronco de un árbol cómo los dos hombres con gorra se acercaban a paso rápido a las escaleras de la facultad. En pocos segundos alcanzaron la entrada del edificio, y se situaron frente a la primera persona, a la que preguntaron alguna cosa. Sin embargo la posición que habían adoptado esas dos personas frente a su interlocutor era muy clara: la habían encerrado en las escaleras. Uno de los hombres de la gorra, el más bajo de los dos, miró hacia la parada de metro un par de veces y sacó algo de su bolsillo. Un haz de luz proveniente de una farola cercana se reflejó en lo que aquel hombre llevaba en la mano: el filo de una navaja que acababa de abrir y con la que amenazaba a la persona encapuchada. Antes de que esta pudiera reaccionar, el segundo tipo de la gorra agarró de los brazos al encapuchado y lo arrojó al suelo subiéndose sobre él y sentándose a horcajadas sobre su estómago. El hombre encapuchado gritó pidiendo auxilio, y para cuando Perteguer y Samir llegaron a la carrera hasta los dos hombres de la gorra, pudieron darse cuenta que aquella persona encapuchada no era varón sino mujer. Una joven mujer que luchaba con todas sus fuerzas contra el más corpulento de los dos hombres con gorra que al parecer, estaban intentando violarla.

—¡Alto, policía!

Al oír el grito de Perteguer, el que empuñaba la navaja solo tuvo tiempo para girar su cabeza y ver los ojos del inspector inyectados en sangre. Después del golpe que el policía le propinó en la mandíbula con la culata de la pistola, su cabeza giró nuevamente en sentido contrario y ayudado por un segundo golpe, esta vez con mano desnuda del Inspector en el cuello, cayó desplomado al suelo semi inconsciente. Cuando Perteguer le tuvo reducido sobre el cemento retorciendo el brazo que hacía unos segundos había empuñado una navaja, buscó con la mirada a Samir. Su compañero tenía ya esposado en el suelo al más alto de los dos agresores, que no paraba de patalear y de gritar amenazas con la cabeza pegada al asfalto. Samir apretó un poco más las esposas y las amenazas y el pataleo cesaron.

—Quedáis detenidos, grandísimos hijos de la gran puta.

Perteguer terminó de ajustar las esposas en las muñecas de su detenido y fue a encender un cigarrillo, pero renunció a ello al notar que le faltaba el aliento por la carrera. De modo que contempló durante unos segundos el paquete de Fortuna que contenía aún dos o tres cigarrillos y arrugándolo con rabia hizo una pelota que arrojó a la cabeza del detenido de Samir. Después, levantó la vista para mirar a la chiquilla que aquellos dos bestias habían intentado violar. Se trataba de una adolescente de no más de diecisiete años, con el pelo corto, a lo garçon, y un largo flequillo que le caía sobre la cara. Llevaba además el cabello teñido de un azul brillante, el mismo color que había elegido para su sombra de ojos y su pintalabios. Con un gesto crispado y todavía visiblemente asustada, contemplaba a los cuatro adultos que tenía delante: los dos detenidos hechos un nudo en el suelo, y los dos policías, tan distintos, y con tan poca pinta de policías, que la contemplaban circunspectos.

—¿Estás bien? —Samir rompió el hielo—. ¿Te han llegado a hacer algo?

La chica miró alternativamente a Samir, a Perteguer y a los dos tipos que jadeaban boca abajo sobre el cemento. Entretanto, Perteguer había sacado su teléfono móvil y solicitaba un coche patrulla. Samir repitió la pregunta. La chica seguía inmóvil contemplando la escena con la cara desencajada, pero sin emitir sonido alguno.

—¿Te han llegado a…?

—No… —Interrumpió la chica—. No han llegado. Pero me han dicho que…

Y en ese momento, comenzó a sollozar desconsoladamente. No era más que una niña. Samir se acercó a ella y la ayudó a levantarse, y con un brazo sobre sus hombros la llevó hasta el interior del Seat amarillo a la espera de la ambulancia y los refuerzos policiales. En menos de dos minutos, un coche patrulla, probablemente el mismo que había cruzado hacía escasamente treinta minutos el campus, apareció en la lejanía anticipando su llegada con la sirena y el lanzadestellos. Perteguer ayudó a los uniformados a meter a los detenidos en la parte trasera del coche patrulla y después se dirigió al Seat camuflado donde esperaban Samir y la joven víctima.

—Perteguer… te presento a Susan, también llamada, DarkSoul…

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