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Capítulo 17

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Capítulo 17

El teléfono móvil de Perteguer llevaba sonando un buen rato sobre su mesilla de noche. En concreto, el aparato repetía una y otra vez la melodía del tango «Cambalache». Al fin la música logró despertar al inspector, que con una mano vacilante, y en medio de la oscuridad, acertó a agarrar el teléfono y a responderlo todavía sin abrir los ojos, cortando la mitad de la estrofa «¡Qué falta de respeto! ¡Qué atropello a la razón!».

—¡Perteguer! ¡Soy Susan! ¡Es horrible!

El policía abrió los ojos de inmediato al reconocer la voz y notar el tono de angustia de su interlocutora. Se revolvió en las sábanas y se incorporó en su cama aún a oscuras.

—¿Susan? ¿Qué ha ocurrido? ¿Estás bien?

—¡No! —sollozó la joven—. Ha sido Aneris77…me ha mandado un mensaje por el foro… es… es una foto de Eric… yo no había hablado con Aneris desde que usted me lo dijo pero… lo ha hecho me ha mandado la foto y lo ha colgado en el foro… yo intento bloquearlo pero lo vuelve a colgar…

Perteguer aún no había logrado despertarse del todo y las palabras de una nerviosa Susan se apelotonaban en su cabeza sin lograr hilar con ellas una frase con sentido. Encendió la luz y se pasó la mano izquierda por la cara y luego consultó la hora en su reloj de pulsera. Eran las cuatro de la mañana.

—¿Qué te ha enviado, Susan? ¿Qué está colgando?

—¡Las fotos de Eric muerto! —A Susan se la oía sollozara través del aparato—. ¡Con la boca llena de espuma y los ojos en blanco! ¡Es horrible! ¡Es horrible Perteguer!

—¿Susan dónde estás? ¿Estás en la residencia? —Perteguer, prácticamente despierto luchaba por meterse en el interior de unos arrugados pantalones vaqueros que reposaban en el suelo, junto a su cama—. Susan… estate tranquila… y sobre todo no respondas a Aneris…

—Ya… ya lo he hecho… le he dicho que es un hijo de puta y que la policía ya sabe quién es… ¿Lo van a detener verdad? ¡Lo van a detener!

—¿Qué le has dicho…? —Perteguer tapó el auricular del teléfono con su mano y maldijo en silencio—. De acuerdo, no te preocupes… no le escribas más… ni borres lo que suba al foro, sea lo que sea de acuerdo… vamos a atraparle… ¡tú no te muevas de la residencia!

* * *

Perteguer cortó la llamada y de inmediato buscó en la agenda el número de teléfono de Samir. Tras seis tonos, la voz adormilada del oficial sonó al otro lado del aparato.

—¿Je… Perteguer?

—Samir, entra en el foro de Eric de inmediato… Aneris77 está colgando fotos del cadáver de Eric… Voy para tu casa. Baja con el portátil.

Samir respondió una especie de «eacuerdoefe» que debía equivaler a un «De acuerdo, jefe» pero no preguntó nada más. Perteguer cortó la llamada y suspiró pensando que ojalá el oficial estuviese haciendo lo que le había pedido y no se hubiera vuelto a dormir según hubo colgado el teléfono. En cualquier caso, Perteguer se terminó de vestir rápidamente, agarró la pistola, los grilletes, un cargador y su cartera y corrió escaleras abajo hasta el parking donde tenía estacionado el vehículo. Quince minutos más tarde el León amarillo lanzaba destellos azules al portal de la casa donde vivía Samir. El oficial estaba en la puerta de la misma, con cara de sueño pero despierto, para tranquilidad de su jefe, y con el ordenador portátil de Eric abierto en sus manos. Una vez dentro del coche enchufó al mechero el cable de alimentación de la computadora.

—Jefe ya estoy dentro desde hace bastante rato… lo de la contraseña de las narices me ha retrasado un poco pero he logrado entrar. Lo que ha subido es bastante flipante e inesperado… —Samir mostró la pantalla a Perteguer y señaló en la misma una instantánea del momento en que Eric agonizaba mientras estaba detenido en la comisaría de Cervantes—… son fotos de Eric detenido y moribundo… ¡eso es nuestro edificio!

Perteguer atrajo hacia sí la pantalla del ordenador hasta que casi pegó en la misma su nariz y soltó una exclamación. Después metió la primera marcha en el vehículo y partió con velocidad de la calle donde vivía Samir.

—¡Sí que es la comisaría! ¡Y ese de ahí soy yo! ¡Ahí Eric estaba ya muerto!

—Joder, Perteguer… esto es serio… —Samir puso en su regazo el ordenador al detectar que alguien había escrito un nuevo comentario en el foro Woregore, y en concreto en el hilo con las fotos de Eric—. ¡Aneris sabe quién eres tú!

Samir giró la pantalla al inspector y señaló con el dedo el último mensaje, en el que se leía: «Perteguer. Tan lejos, tan cerca. ¿Cuánto llevas detrás… que yo estaba detrás de ti?».

Sin dejar de conducir, Perteguer echó una rápida mirada a la pantalla del ordenador como para confirmar de algún modo lo que su oficial le leía y luego volvió a traspasar con su mirada el parabrisas del vehículo, que en ese instante se incorporaba a toda velocidad a la autovía M-30.

—¿Cómo? Cojonudo… Descarga esas imágenes y llama a comisaría. Quiero el registro de todos y cada uno de los policías que…

Perteguer frenó en seco y con un chirrido de dolor los neumáticos del Seat León amarillo se deslizaron unos metros sobre el asfalto de la autopista, hasta que se detuvieron definitivamente en el amplio arcén derecho. A su espalda habían dejado dos marcas de goma negra cruzando los carriles como zarpazos en la calzada. Ante la atónita mirada de Samir, Perteguer golpeó con ambas manos el volante.

—¡Es de los del Samur, Samir! ¡Aneris es de los que vinieron a atender a Eric esa noche!

—¿Y cómo demonios pudo hacer las fotos ahí mismo sin que le vieras?

Samir, ya recuperado del susto inicial se quedó mirando a un Perteguer, que en silencio y como ausente, con los ojos cerrados, trataba de recordar a todos y cada uno de los sanitarios que acudieron esa noche a la comisaría de Cervantes. Sus caras, sus gestos, sus actos y su vestimentas. Pocos segundos después abrió los ojos y dio una palmada. Antes de abrir la boca ya estaba metiendo de nuevo la primera velocidad del motor del Seat León Cupra y reiniciando la marcha.

—La médico… llevaba unas gafas de esas transparentes, de plástico… pensé que eran de protección pero debían ser unas gafas con cámara de vídeo… como las que llevan los compañeros en el programa de televisión…

—Así consigue las fotos… —convino Samir—… graba todo lo que mira…

—Por eso la foto del motorista de Vallecas estaba tomada desde el suelo… estaba grabando todo lo que estaba haciendo… mientras le asiste médicamente.

—Sigue escribiendo… te leo: «Supongo que el gran detective al fin se ha dado cuenta de quién soy».

—Escríbela. —Perteguer tamborileaba con sus dedos sobre el volante—. Que no deje de estar conectada…

—¿Qué la escriba? ¿Y qué la digo? ¿Desde la cuenta de Eric?

—Ya no podemos hacer otra cosa. Entretenla mientras averiguo su nombre y su domicilio.

—¿Y qué la digo? —Samir comenzó a escribir un par de frases y de inmediato las borró tras negar con la cabeza—. No se me ocurre cómo atacarla ahora…

—Juega con ella. Es una psicópata y le gustan este tipo de cosas… que vea que nos desesperamos por saber quién es… que no sepa que vamos por delante.

—De acuerdo… le preguntaré… «¿Cómo has conseguido las fotos de Eric?».

Perteguer entretanto llamó por teléfono a la Sala del 091. Solicitó al telefonista que le pasara con el Jefe de Sala de inmediato y cuando este le pudo atender, obtuvo del mismo el número de colegiado de la médico pelirroja que había atenido a Eric en la comisaría. Con un par de comprobaciones más en las bases de datos que manejaban accedieron a la identidad completa de aquella doctora del Samur antes incluso de que respondiera a Samir en el chat gore de la deepweb.

—Rosalía Del Estal Ramírez, nacida en 1977… ¿Qué te parece, Samir?

—¿Rosalía? No me lo puedo creer…

—Pues créetelo. —Perteguer comunicaba a Samir la información que el Jefe de Sala del 091 le iba descubriendo, casi a la vez—. Lleva 11 años en el Samur, cinco como sanitaria, seis como médico… siempre en el turno de noche… Trabaja cuatro días y libra otros cuatro… El Ayuntamiento de Madrid a través de Policía Municipal nos va a mandar ahora mismo el historial laboral de Rosalía en el Servicio de Urgencias Médicas. Por ahora eso es todo.

El inspector cortó la llamada y dejó el teléfono en el asiento, sujeto entre sus piernas y con la pantalla orientada hacia arriba.

—Estoy seguro… —Samir seguía sin despegar los ojos de la pantalla esperando la respuesta de Aneris/Rosalía—… de que si comprobamos las muertes de las prostitutas encajan con sus días libres.

—No te quepa duda… ¿ha respondido?

—Sí, Perteguer, pero solo pone: «jajajajaj». Ahora pone otra cosa: «No puedo creer que seas tan tonto», «Siempre llegas tarde», «Como en 2002 en Los Molinos». «¿Te acuerdas? Eso pone…».

—«Como en 2002 en Los Molinos»… —Rafael Perteguer no necesitó en esta ocasión cerrar los ojos para recordar. En su vida había una serie de imágenes que jamás olvidaría y que a veces le asaltaban, sin él desearlo, para mostrarse en su memoria unos sucesos que por una cosa u otra permanecían imborrables, y almacenados en su cabeza con una nitidez tal que parecían haber ocurrido apenas unas horas antes. En este caso, la frase «en 2002 en los Molinos» traía una imagen muy clara a Perteguer, y el apellido «Del Estal» otra. Ambas imágenes muy vivas—. Del Estal… no me jodas… es increíble…

—¿Qué es lo que pasa?

—A su hermana… —Perteguer aminoró la velocidad unos segundos, y después, como si hubiera estado dudando de qué dirección tomar, volvió a acelerar—… la devoró un soldado serbio… en un chalet de Los Molinos en el año 2002…

—¿Cómo? ¿Qué la devoró?

—Lo que oyes… se la comió… y yo llegué tarde… era del antiguo CESID…

—Joder Perteguer… —Samir asintió despacio al cerciorarse que Perteguer no bromeaba—… has tenido unos casos un poco extraños…

—Ojalá solo fueran «un poco extraños»… —Un pitido sonó en el teléfono de Perteguer y este con un dedo iluminó la pantalla. Se trataba de un correo electrónico—. Ya he recibido la dirección del domicilio de Aneris/Rosalía. Paseo de los melancólicos número treinta y dos… Hoy no está trabajando…

—¿Pido refuerzos? —Samir extrajo su teléfono móvil del bolsillo interior de su cazadora.

—Sí. Pero del grupo de Policía Judicial de Cervantes. De paisano, con un ariete y con chalecos. Esta tía nos va a estar esperando y no con los brazos abiertos…

—¿Y aviso a Callahan?

Perteguer sonrió y estuvo unos segundos antes de responder, con la mirada traspasando el parabrisas hacia el infinito.

—Ni de coña…

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