Deepweb

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Capítulo 18

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Capítulo 18

Los dos hombres se miraron y musitaron en silencio un «a la de tres» para ponerse de acuerdo. Los demás estaban expectantes a unos pasos detrás suyo. Solo dos empuñaban sus pistolas como precaución. Un hombre y una mujer que, pertrechados con chalecos serían los primeros en entrar. Tras una indicación de la mujer, el secretario judicial se resguardó en la esquina que formaba en el rellano las escaleras. El ariete osciló un par de veces en el aire a apenas medio metro sobre el suelo. Uno… dos… tres. Los dos hombres proyectaron con todas sus fuerzas el ingenio de asedio contra la puerta del piso tercero derecha de la finca sita en Paseo de los Melancólicos número treinta y dos, provocando una sacudida seca que dejó tras de sí un ruido amplificado por el abovedado rellano y un polvillo que flotaba en la franja de luz que dejaba la lámpara de pared. Algo crujió con el primer golpe, imposible decir el qué en ese momento, si la puerta, la bisagra o el marco quejumbroso ante el envite y la embestida del robusto metal. Los dos hombres, sin mirarse, repitieron el vaivén y mecieron con violencia profesional aquel cilindro de acero negro y decorado con dos dibujos de sendas astas de toro a los lados. Atrás, y de nuevo adelante. Otro golpe. Otro crujido y otra nube de polvo que sale, esta vez sí es perceptible, del lugar que hasta hace poco ocupaba la cerradura central de la puerta, que apenas se sostiene todavía en sus bisagras y en el cerrojo superior. El tercer golpe es el definitivo. La victoria del asediante frente a la vivienda asediada. La puerta quebrada y las astillas saltando por todos los lados. Los dos hombres del ariete se apartan, algo fatigados por el esfuerzo, de la puerta y su lugar lo pasan a ocupar el hombre y la mujer acorazados tras sendos chalecos, no suficientemente modernos, no suficientemente gruesos quizá, pero necesarios y útiles en operaciones como aquella y en la que uno no sabe qué hay detrás de la puerta quebrada, en el pasillo oscuro olfateado en cada rincón por el haz de luz de la linterna, cuando el policía, cuando la policía, con la boca seca y el pulso latiendo en su sienes, sujeta con una mano su arma y en otra una lámpara, y comienza la invasión del domicilio asaltado al grito de «¡Alto, Policía!» como el que asaltaba una trinchera o el foso de un castillo.

Sin embargo esta vez el asedio ha sido baldío. La casa estaba vacía. Rosalía del Estal no se encontraba dentro de ella. Perteguer maldijo y pateó el suelo ante la circunspecta mirada del secretario judicial, quien sacado del juzgado de guardia en plena madrugada, hubiera preferido un resultado más exitoso.

—¡Maldita sea! ¡Estaba chateando con nosotros a través del foro hace solo dos minutos! ¿No podemos saber desde dónde?

—Casi imposible. —Samir negó con la cabeza—. Es la deepweb. Podría estar en cualquier parte y sin embargo estoy seguro de que no andará lejos.

Samir se quedó en silencio tras esta última afirmación y alumbró con su linterna un viejo ordenador de sobremesa que reposaba en un escritorio del salón. Encendió las luces de la habitación y se acercó a la vetusta computadora para comprobar que esta estaba encendida, y tenía conectada a su torre central una cámara web orientada directamente a la puerta de entrada de la vivienda. Con solo encender la pantalla, el oficial y el resto de los policías pudieron comprobar que la cámara había grabado todo el asalto.

—Nos ha estado viendo en directo… —Perteguer cogió la pequeña cámara y la apuntó hacia sí tratando de encuadrar la imagen de su cara con gesto retador—. ¿Me ves bien? Esto es muy divertido, Rosalía… pero ya no juegas con ventaja.

Después Perteguer arrancó la «web-cam» del ordenador y la dejó sobre la mesa. El resto de los policías se dividieron por las dos habitaciones de la casa y comenzaron a registrar cada rincón en busca de pruebas que la incriminaran, haciendo especial énfasis en los aparatos electrónicos. El secretario judicial apuntaba con profesional serenidad y notorio aburrimiento cada una de las cosas que el equipo de policías judiciales retenía para ser investigado con posterioridad; una vez pasado el emocionante e imprevisible momento del derribo de la puerta, el resto era trabajo monótono de carpetilla y bolígrafo. Especialmente interesaba encontrar un ordenador portátil que sin duda no estaría en la casa, sino en poder de la propia Rosalía. El resto de la casa parecía bastante normal. Por lo que se veía, Rosalía tenía su domicilio en un estado de limpieza y orden muy riguroso y hasta los libros menos accesibles de la librería que ocupaba la pared más amplia del salón no tenían ni una mota de polvo. Además de las típicas novelas best-seller, numerosos volúmenes dedicados a distintas ramas de la medicina ocupaban sus estantes. El dormitorio y la cocina eran austeros y poco significativos. Quizá, como apreció Perteguer, muy poco personalizados y carentes de recuerdos a la vista como fotografías, recuerdos y objetos personales por el estilo. En el armario, había una considerable y ordenada cantidad de ropa de varios estilos además de uniformes completos del servicio de emergencias de Madrid. El cuarto de baño era el típico de una mujer de su edad, repleto de cremas, productos de belleza, colonias. Se podía pensar que a la vista del conjunto, Rosalía vivía de manera desahogada.

El teléfono de Perteguer, muy activo aquella noche, volvió a sonar. Ahora reposaba en la mesa de la cocina, conectado a un enchufe junto a una cafetera, tratando de recobrar un poco de la batería que aquellas horas frenéticas le habían consumido entre todos. Era un subinspector de su comisaría, el encargado del turno de noche. Y tenía una noticia inesperada para Perteguer: Rosalía se acababa de entregar en la comisaría de Cervantes. Sola y por su propio pie.

* * *

Perteguer y Samir abandonaron el piso dejando al cargo del registro a la subinspectora y se dirigieron a toda velocidad a su comisaría. Tal y como le había anunciado el jefe de la oficina de denuncias, Rosalía del Estal había cruzado las puertas de la comisaría por su propio pie y muy educadamente había comunicado a los policías que custodiaban las dependencias que se encontraba buscada por el Inspector Perteguer, quien según ella, estaba efectuando una entrada y registro en su domicilio. Un par de llamadas y el cotejo de su Documento Nacional de Identidad bastaron a los policías para dar total credibilidad al testimonio de la recién llegada. Por ello la trasladaron a una sala de entrevistas vigilada por circuito cerrado de televisión hasta la llegada del Inspector Jefe del Grupo de Policía Judicial. Desde ese instante, se mantuvo serena y en silencio, con la mirada fija en la pared que tenía delante.

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,

Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,

Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,

De mí murmuran y exclaman:

Ahí va la loca soñando

Con la eterna primavera de la vida y de los campos,

Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,

Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

 

Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,

Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,

Con la eterna primavera de la vida que se apaga

Y la perenne frescura de los campos y las almas,

Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

 

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,

Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?

 

Desde que Perteguer y Samir habían cruzado la puerta de la sala de entrevistas, Rosalía había cambiado su gesto y su comportamiento Minutos antes, mientras la observaban por las cámaras de seguridad, la mujer había permanecido quieta y silenciosa cual estatua de sal. En el momento en que los dos investigadores entraron en la habitación, la detenida comenzó a repetir el poema como un mantra o una oración.

—¿No vas a decir nada más, Rosalía? —Perteguer dio una palmada delante de la detenida—. ¿Solo repetir una y otra vez ese poema?

Al fin, como si la palmada le ayudara a despertar de una extraña hipnosis, Rosalía dejó de recitar el poema. Carraspeó, y sonriente, clavó la mirada en el Inspector. Ahora que volvía a verla y sabía quien era, observó que se parecía mucho a su hermana Évora.

—«Habla, y que tu lenguaje sea el de la sinceridad. Mi vista es de lince».

—¿También es de Rosalía de Castro?

—No has entendido nada, Perteguer. —Rosalía intercaló un suspiro forzado y teatral en su respuesta—… todo… ¡todo está en ese poema!, ¡todo!

—¿En el poema explica por qué matas a mujeres inocentes y ensucias el nombre de Rosalía de Castro?

De nuevo, Rosalía gesticuló teatralmente de un modo que desagradaba especialmente a los dos policías. Samir se mantuvo todavía en silencio, escrutando a aquella mujer y tratando de ver más allá de aquella pose ensayada.

—Crees que estoy loca… ¿verdad?

—Lo estás. —Perteguer sacó un paquete de cigarrillos y encendió uno con mucha calma. Después lanzó el humo hacia el techo—. Pero ese es tú problema… no el mío…

—Está prohibido fumar en recintos oficiales, Inspector… y el tabaco es malo para la salud… —Y otra vez Rosalía volvió a su papel de falsa poetisa y comenzó a declamar gesticulando con las manos— «De mí murmuran y exclaman»: «Ahí va la loca soñando» ¡la loca!… ¿no lo ves?, ¡todo está ahí! «Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha, mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula, con la eterna primavera de la vida que se apaga, y la perenne frescura de los campos y las almas, aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan»… mira mis canas, Perteguer, y mira las tuyas… en tu pelo y en tu barba… hace doce años no tenías ni una cana… el apuesto detective del abrigo rojo y pelo negro como el carbón… yo tenía la misma melena rojiza como el fuego que mi hermana… mira nuestros cuerpos ahora… ojerosos, cansados, cubiertos de escarcha… no hay eterna primavera sino cuerpos agostados… nos agostamos… pero las almas… ¡las almas! Las almas… las almas se abrasan aquí… porque vivimos en un infierno, Perteguer… La primera vez que te vi fue en el entierro de mi hermana Évora…

—Sí que has debido vivir en un infierno en tu cabeza para causar todo esto… ¿cuánto llevas de… cruzada liberando almas? ¿Solo estas cuatro pobres chicas? ¿O has dejado alguna por el camino que no nos hayamos enterado?

—Ourense agosto de 1997, León mayo de 1998, Cangas de Onís 2001…era… abril… Ponferrada en junio de 2004…¿quieres una lista, Perteguer?

Samir comenzó a apuntar las localizaciones y las fechas en su cuaderno a medida que Rosalía las iba recitando. Cuando la mujer se dio cuenta de ello, comenzó a decirlas despacio como procurando que el oficial no perdiera detalle de ninguna.

—No estaría de más. Compañero, comprueba lo que acaba de decir en la base de datos y en Internet. Prosigue con la lista, Rosalía… no te cortes…

—Pues voy a comenzar a escribírtela… porque ¿sabes qué?… No encontrarás ni una sola prueba que me relacione con sus muertes… ni una sola… ni siquiera por las cuatro prostitutas… —La médico pelirroja soltó una tétrica carcajada mientras miraba a su alrededor con los ojos casi fuera de sus órbitas—… De hecho… ¿qué pruebas tienes para tenerme aquí detenida, inspector? Me gustaría ver la cara del juez cuando le digas que tu principal baza en este caso es que me llamo Rosalía…

—En primer lugar estás aquí detenida como presunta autora de la muerte de Eric. Lo de esas cuatro mujeres ya veremos… En segundo lugar sabes que hemos ido a tu piso y lo hemos puesto patas arriba…

—Y no habéis encontrado ni encontraréis nada… como tampoco habéis encontrado nada más de Eric… como no vais a encontrar a DarkSoul… ¿o debería llamarla Susan Balaguer?

Samir y Perteguer dirigieron sus miradas a la vez al rostro de Rosalía del Estal, como si un resorte mecánico los hubiera activado.

—¿A qué te refieres? —Samir por fin despegó sus labios y habló.

—A nada… es una chica de ese foro… ¿no? Como Eric…

Rosalía de pronto rompió a reír de forma escandalosa. Entre carcajada y carcajada repetía el nombre de Susan. Y volvía a reír. De pronto, Perteguer palideció y salió de la sala de interrogatorios. En el pasillo, buscó en su teléfono móvil el número de Susan e intentó localizarla. El teléfono no daba tono. Con la boca seca y aún pálido su rostro, entró de nuevo a la sala donde le esperaban Rosalía, que ya había parado de reírse, pero que sin embargo mantenía una desagradable mueca en su rostro, así como Samir, que con cara de sorpresa parecía preguntar a Perteguer en silencio qué diablos estaba pasando. El Inspector solo acertó a maldecir mientras con un gesto pedía a Samir que saliera con él al pasillo. El oficial obedeció de inmediato.

—Mierda… ¡mierda!

—¿Qué pasa?

—Su teléfono está apagado…

—¿El de Susan?

—Llama ahora mismo a la Residencia Juvenil Abantos de Villalba. Diles que es urgente comunicarnos con Susana López.

Perteguer volvió a entrar a la sala y sin sentarse, clavó su mirada en los ojos de Rosalía, quien mantenía en su cara una macabra sonrisa, y golpeó con fuerza la mesa metálica con sus dos manos.

—¿Qué la has hecho?

—¿Yo? ¿A quién, querido?

—¡A Susan! ¿Qué cojones la has hecho?

—Aquí puedo estar encerrada setenta y dos horas… setenta y dos horas desde mi detención… Bueno en cualquier caso tres días exactos desde que me detuviste… ¿Conoces «La regla de los treses», Perteguer?

—Ilumíname, Rosalía.

—El organismo de un ser humano como norma general no puede aguantar más de tres minutos sin respirar, tres horas durmiendo bajo la nieve sin abrigo, tres días sin beber ni tres semanas sin comer…

—¿A dónde quieres llegar y qué tiene que ver esto con Susan?

—No sé… dímelo tú. —Rosalía dio un largo trago a la botella de agua que reposaba sobre la mesa—. Tú eres el policía… El tiempo corre a mi favor y en contra de alguien… ¿tienes sed?

Samir llamó a la puerta acristalada y con un gesto llamó a Perteguer al pasillo.

—Jefe… Susan al parecer se volvió a escapar del centro de menores… no está en su cuarto y el director va ahora mismo a poner la denuncia en el cuartel de la Guardia Civil de Villalba.

—Habla con la Guardia Civil y que nos hagan el favor de peinar el pueblo… diles que es muy importante y que la chica puede estar en peligro. Cuando lo hayas hecho trata de localizarla por el foro… puede que sea un farol de Rosalía para hacernos perder el tiempo buscándola…

—¿Y si no lo es?

—La vamos a buscar igual…

Perteguer regresó a la sala, algo más calmado, retiró la botella de agua de manos de a detenida y arrojó la misma a una papelera. Después, tomó asiento.

—¿Tienes a Susan secuestrada?

—Yo no he dicho eso… yo solo he dicho que una persona puede morir en tres días… —Rosalía señaló con la cabeza la papelera donde Perteguer había tirado la botella—… si no bebe agua…

—¿Sabes que solo con esta declaración te estás incriminando?

—¿Declaración? No veo a mi abogado por ningún lado, inspector… ¿qué declaración?

—¿Vas a ser capaz de dejar morir a una cría de diecisiete años? ¿Todo por tu locura? ¿De qué se trata todo esto? ¿Mataron a tu hermana hace doce años y desde entonces te vengas de la sociedad matando a otras mujeres?

—Una cría de diecisiete años… nada inocente… ya no es una niña… Las otras mujeres… hablo por lo que leí en la prensa, por supuesto… no sé si inocentes es la palabra que las define…

—Deja ese tono displicente para el juicio…

—Solo soy una solterona que trabaja de noche salvando vidas, Perteguer. Vivo sola. Y aún no he superado el trauma de que mi hermana, Guardia Civil, fuera asesinada y descuartizada por un engendro… Eso es lo que verá el juez y el fiscal… pero en relación a este caso que llevas y por el cual me has detenido… solo repetiré lo que te voy a decir ahora… que cada mañana en mi soledad leía en la prensa que alguien iba por ahí matando prostitutas. Y la gente en los foros hablaba de un «monstruo» de un «asesino en serie»… en los programas de televisión periodistas, presuntos conocedores de la psiquiatría forense, hablaban de términos como «psicópata» y «sociópata». Y yo diré que eso es horrible. Pero a ti, y solo a ti, Perteguer, te diré que esa persona de la que hablan es un ángel… un ángel que ha liberado a cuatro esclavas sexuales, alguna traída a este país engañada por mafias, obligadas a tener sexo repugnante con hombres repugnantes… muchos de esos hombres… sus «clientes»… tienen mujer e hijos y meten sus penes en vaginas infectadas de mil cosas, y se contagian, y contagian a sus mujeres, y a sus hijos, y a sus amantes… y todos acabamos contagiándonos… Esas chicas no han tenido elección nunca… pero ahora sus almas sí son libres, fuera de sus cuerpos. Los hombres compraban sus cuerpos, pero nadie pagó un mísero euro por sus almas. Y alguien ha liberado sus almas y dejado atrás los cuerpos agostados…

Despacio, Perteguer se puso de pie y alargó los brazos sobre la mesa metálica. Tanto, que Rosalía pensó que iba a recibir un golpe por parte del policía y giró la cabeza en un acto reflejo. Sin embargo las manos de Perteguer no se despegaron de la mesa.

—Eres una tarada hija de puta. Me las he visto con gente peor que tú pero que al menos aquí en la mesa de interrogatorios lloraba por lo que había hecho al verse atrapado y afrontar la cárcel. La mayoría mataron por impulsos, otros por dinero… pero pretender liberar a alguien rajándole el cuello es de víbora integrista.

—¿Esto no es trato degradante al detenido, inspector?

—Sería degradante si no estuvieras disfrutando con esto. Tú misma lo has dicho. Una solterona en su casa, que cada noche salva vidas y al parecer no recoge todo el mérito y los halagos públicos que cree merecer. Sin embargo el ángel exterminador de prostitutas sale en las portadas de los periódicos y en los debates de televisión. Estás deseando que los periodistas saquen tu cara en los telediarios y que desgranen tu biografía. Pero te diré una cosa, tu fama será efímera. Al principio la prensa está encima de historia, hasta que los días pasan y otras noticias entierran a la última asesina mediática.

—No, Perteguer. No. Nadie olvida a Ted Bundy. Nadie olvida a Ed Gein, a Charles Manson, al payaso asesino Gacy ni a Aileen Wuornos. De ellos y de ella se han escrito libros, se han hecho películas que han ganado oscars, se estudian en las universidades. Los psiquiatras tratan de establecer patrones, analizar sus comportamientos, se estrujan los sesos intentando encontrar sus motivaciones… No se olvida fácilmente a un asesino en serie, el mundo los necesita como un espejo en el que mirar el terror que está ahí fuera: no hay vampiros, no hay zombis, no hay alienígenas, no… el mayor terror lo provoca tu vecino con unas tijeras… tu vecina con un pastel envenenado… El asesino en serie fascina del pavor que produce y más cuando no se le ha conseguido atrapar. Pasarán los siglos, y el más famoso asesino de prostitutas, Jack el Destripador, seguirá siendo anónimo y desconocido, y por tanto enignmáticamente atrayente. Cada año sale una teoría nueva que asegura haberle desenmascarado… ¿no es asombroso? ¿Casi siglo y medio después? Y eso creo que es lo que pasará con «la asesina de prostitutas».

—«El» asesino de prostitutas es como lo llaman ahora de hecho…

—Hasta que publiquéis mi foto y salga a la luz el poema de Rosalía de Castro. La gente volcará sus ojos en el poema tratando de encontrar en él pistas y le fascinará la posibilidad de una asesina en serie. ¿No es eso precioso? Mi victoria, Perteguer, no es solo en salir libre sin cargos, como al final saldré. Mi victoria será aplastar tu credibilidad como policía hasta convertirte en polvo. Y eso va a ser lo que te entierre. Voy a enterrarte. Será como si tu mundo se te cayese encima como el techo de un hospital abandonado. Herrumbre y cascotes van a ser tu tumba, Perteguer. Y en el futuro la gente no recordará al detective pero sí temerá la leyenda de la asesina que logró crímenes perfectos. No vas a encontrar nada. Y en menos de tres días habrá un nuevo cadáver porque no vas a encontrar a la niña… lo mejor de todo es que Rosalía del Estal estará en la calle contemplando todo el espectáculo mediático a su alrededor porque un policía presuntuoso y soberbio, antigua estrella de portada de sucesos y hoy en total decadencia profesional y personal, no fue capaz de leer entre líneas, tesoro, de hilar las pistas que alguien le fue dejando…

—¿Después del discursito de las enfermedades venéreas, de las mafias de prostitutas y de la inmortalidad del alma todo viene a una venganza contra mi?

—En absoluto. Mi hermana se buscó su final. Se lo ganó a pulso. No tuviste ninguna culpa en ello… pero… ¿qué dirá la gente? ¡Qué obsesión la del policía vetado en homicidios con las hermanas del Estal! ¡Qué ceguera cuando antes todo era clarividencia, Inspector Jefe Rafael Perteguer! La fama y el pasado glorioso te ha devorado y ya has perdido otra hora para resolver este caso. ¡Mira de lo que fuiste capaz con tal de que te permitieran regresar a tu antigua unidad! —Rosalía clavó la mirada en el reloj de pared que colgaba sobre la puerta de la sala—. Y alguien más ha perdido otra hora sin que nadie le rescate. Voy a disfrutar con cada minuto que pase entre estos muros, Perteguer, consciente de que voy a ganarte esta partida. No tengo nada más que decir hasta que venga mi abogado.

—Voy a encontrar a Susan, Rosalía. Y te voy a meter en la cárcel el resto de tu vida. Después me importará bien poco si hacen una película sobre ti y Bardem hace de Perteguer y Maribel Verdú de Rosalía… también me dará igual si piden diseccionar tu cerebro a tu muerte o hacerte una estatua de cera para el túnel del terror. Eso ya no será cosa mía.

—«Abre esa ventana… que quiero ver el mar…».

—¿Cómo dices?

—«Y cerrando sus ojos para siempre, expiró».

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