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Capítulo 12

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Capítulo 12

—Central para zeta-treinta.

La voz grave del patrullero resonó en la emisora y rompió el silencio que hasta el momento había reinado en la radio policial durante unos minutos.

—Adelante, zeta-treinta.

El patrullero, veterano y corpulento, carraspeó antes de responder. Pese a sus años de servicio, el comunicado de aquella noche era quizá de los más amargos que había dado. Y pese a su dilatada experiencia, no se había repuesto del todo de las malas sensaciones que le había producido el descubrimiento de aquella pobre mujer… o de lo que quedaba de ella. Alumbrado por los faros del coche patrulla, un bulto resaltaba en medio de un patio de una casa abandonada. La puerta del ruinoso portal había sido apalancado por los policías al sospechar que lo que veían a través del agujero en efecto podía ser un cuerpo humano.

—Lo de la calle Sevilla… es positivo, central… hay un cadáver…

—¿Comisiono ambulancia?

—Sí… aunque ya le digo… que es cadáver… está… —El patrullero volvió a carraspear— decapitada… y le han hecho unos cortes por todo el cuerpo… está muerta…

—Recibido. Avisamos a policía científica.

De pronto la voz del comisario Javier Callahan se superpuso a la de la operadora y a la del patrullero.

—Al habla el comisario Callahan. Por orden de la superioridad, acordonen la zona y no permitan el paso a nadie hasta que lleguen los compañeros de científica y de la Brigada de homicidios. ¡A nadie!

Richi, el veterano patrullero, miró sorprendido a la emisora de la cual partían las secas órdenes del comisario de Homicidios. Se rascó la cabeza antes de responder.

—Recibido, comisario.

—Reitero que no permitan el paso a nadie. Ni siquiera a otros policías que no sean de científica o de homicidios. Ni inspectores, ni comisarios ni hostias. ¡A nadie!

—¿Y sanitarios?

—Negativo. Si está decapitada no permita que pase ni Dios. No quiero que nadie tome una puta foto del cadáver. Cuando llegue voy a revisar sus móviles.

Aquello tocó la fibra sensible de Richi, si bien él no narraría después empleando otros adjetivos. Que aquel se atreviera, por muy comisario que fuera, a cuestionar su profesionalidad tras quince años patrullando no era lo que esperaba tras ocho horas de servicio nocturno, y ni mucho menos a través de la emisora y en abierto para todos los coches patrulla que estaban en el canal. Por ello no se pudo contener y casi sin dejar terminar a Callahan comenzó a pulsar el botón del walkie-talkie.

—Oiga, comisario…

—Solo quiero oír el «recibido». ¿Estamos?

El oficial de patrulla que le acompañaba arrebató a Richi el walkie-talkie, y respondió el comunicado mientras palmeaba el hombro de su compañero para calmarle.

—Recibido comisario… a sus órdenes.

—¿Qué se piensa este tío? ¿Que no soy un profesional?

El veterano patrullero se acarició la barbilla antes de cortar la comunicación con la emisora del vehículo. Su compañero le devolvió el walkie con una sonrisa.

—Es el Callahan, le llaman «Javi el Sucio»… no te recomiendo que discutas con él por la emisora y ni mucho menos cuando venga…

—Llevo quince años de patrullero. He visto de todo. De todo. En mi vida se me ocurriría tomar una sola foto de una víctima y mucho menos publicarla por ahí… ¿quién cojones se cree que soy este tío?

—Uno que no te conoce, Richi… vamos a acordonar la zona anda…

—Pobre chica…

—¿Crees que será el asesino de prostitutas?

Richi abrió el maletero del coche patrulla y rebuscó en su interior durante unos segundos hasta dar con la cinta policial. Después cerró el maletero y asintió sin dejar de mirar al cadáver.

—No sé… pero tiene toda la pinta…

* * *

A los pocos minutos, la oscura calle mudó a un festival de luces de colores: más policía, ambulancias y un furgón judicial, todos con sus lanzadestellos activados convirtieron el lugar en un reclamo para paseantes sonámbulos y trabajadores nocturnos del barrio que se acercaban a las luces giratorias como los insectos. Mientras los uniformados ampliaban el cordón y dos de ellos repartían entre los presentes unos cafés en vasos de cartón comprados en una gasolinera cercana, apareció en el lugar el todoterreno oscuro en el que se solía desplazar el comisario Javier Callahan con un pirulo luminoso en su salpicadero.

Callahan estaba furioso. Bajó del vehículo policial sin esperar a su conductor, el inspector Manrique, y apenas saludó a los policías uniformados con un áspero gruñido. Después, se contuvo de pegar una patada a una papelera antes de traspasar el cordón policial y enfrentarse a la imagen del cadáver de la mujer que yacía en el suelo, en su ya tan familiar macabra escenografía. Se acercó despacio al cuerpo y contempló de cerca la cabeza depositada sobre el tronco. Con cuidado extrajo de su bolsillo un guante de látex y se lo puso en su mano izquierda para extraer de la boca una bola de papel arrugado. Lo extendió casi de manera instantánea, aún arrodillado, como deseando que no contuviera lo que ya sabía que iba a encontrar. Pero no hubo suerte y encontró de nuevo el poema. Consciente de la liturgia del asesino, con cuidado buscó la mano derecha de la víctima, donde al igual que en las otras víctimas, reposaba un pintalabios de color rojo sin estrenar. Sin embargo en esta ocasión faltaba la media de nailon de color negro. Algo estaba cambiando en el proceder del asesino. Y eso desconcertaba totalmente a Callahan porque desconocía por completo a qué podía deberse ese cambio de patrón. Eso sumado al hecho de que esta vez había decapitado a su víctima.

—Es el mismo asesino… ha cambiado el modus pero es el mismo… la cuarta… joder… cuatro ya… y con el puto poema en la boca. Y no tenemos ni huellas, ni ADN, ni testigos, ni cámaras ¡nada!

—Los de científica dicen que puede llevar aquí casi un día. —Manrique repasó las notas que había tomado en su libreta tras entrevistarse con los demás policías que copaban la escena del crimen—. Están recogiendo no se qué bichos para ver si murió aquí o la trajeron.

—Mira la sangre del suelo, Manrique… no necesito que un insecto me diga que la decapitaron aquí mismo. ¿Cuándo podrán saber con qué lo hicieron?

—¿El corte? Eso lo intentarán ver en la autopsia… ¿Por qué la habrá decapitado esta vez?

Los dos policías estuvieron unos segundos en silencio contemplando el cuerpo tendido en el suelo y el charco de la sangre, ya coagulada y casi seca en sus extremos. Al final el comisario Callahan se quitó el guante de látex y lo arrugó en el interior de su mano izquierda. Después se dirigió al inspector.

—Maldito monstruo. ¿Quién llamó a la policía?

—Esos dos chavales. —El inspector señaló a un grupo de jóvenes de procedencia centroeuropea—. Los que está atendiendo el Samur. Se habían colado en la finca a robar cobre y se encontraron con el cadáver y salieron corriendo.

—¿No la tocaron?

—No… están aterrorizados. Uno solo gritaba «¡Dracul!». «¡Dracul!» por el teléfono.

—Vamos, no me jodas… Dracul… ¿No hicieron ninguna foto con el móvil?

—No tienen móvil jefe… viven en la calle… y llamaron al 091 desde una cabina…

—Conozco a más de uno que vive en la calle y tiene móvil… quiero hablar con ellos.

—Están con el psicólogo del ayuntamiento, señor comisario.

—¡Me importa una mierda! Son mis testigos y les voy a tomar declaración.

—Son menores extranjeros, jefe… el protocolo…

—El protocolo me lo …

—Jefe, déjeme hablar con ellos unos minutos, con ellos y el psicólogo… seguro que si se tranquilizan cooperarán.

* * *

Un Seat León amarillo con el lanzadestellos en el techo llegó a las puertas del cordón policial conducido Perteguer. Del asiento del conductor se bajó Samir ajustándose la pistola en su funda. Perteguer por su parte, tranquilamente, se colocó la placa emblema del Cuerpo Nacional de Policía en el cinturón y se acercó a los patrulleros que custodiaban la zona saludando uno a uno e intercambiando unas palabras con ellos. Finalmente el patrullero Richi señaló hacia el lugar en el que estaba Callahan. El comisario no sintió precisamente alegría al descubrir que Perteguer se había presentado en el escenario del crimen En «su» escenario del crimen.

—El que faltaba: Perteguer.

—Comisario, buenas noches… ¿me comentan que han encontrado un cadáver?

—Tú mismo lo has dicho Perteguer. Y eso significa que se hace cargo Homicidios y no tu grupo de Policía Judicial.

—Eso ya lo sé comisario… me pasé varios años en homicidios, creame que lo sé muy bien. Solo venía a ofrecerle nuestra ayuda… como ha sucedido en el distrito a lo mejor quería…

—No necesito nada suyo. Si necesitara algo, tampoco se lo pediría a usted, hablaría directamente con su comisario.

—Como usted ordene, comisario… ha sido un placer conversar con usted.

—Perteguer, como me sigas tocando las narices te voy a echar de la Policía…

Perteguer negó con la cabeza, y cruzándose de brazos intentó sacar la mejor de sus sonrisas.

—Eso lo dudo bastante, sinceramente. Lo que sí creo es que este caso se le ha ido de las manos del todo y los jefes que están muy por encima de usted ya empiezan a darse cuenta de que a lo mejor usted no es el más indicado para llevar la brigada. Creo que no es indicado ni para estar de encargado en la cantina…

—¿Cómo ha dicho?

—Lo que oye, comisario. ¿Y sabe lo peor de todo? Que usted mismo se sabe incapaz de gestionar esta historia y no tiene los huevos ni la cabeza de pedir ayuda.

—Voy a dar parte de ti, gilipollas. Espero que estés un mes suspendido de empleo y sueldo antes del lunes.

—Seguro que se da más prisa en ponerme delante de Régimen Disciplinario que en poner al asesino de prostitutas delante de los tribunales. A fin y al cabo al menos para lo primero sí sabe a quién perseguir. En lo segundo… siga dando palos de ciego y dejando que el cañón de su Magnum sobresalga por debajo de su americana para darle apariencia de poli duro. Ojalá de verdad tuviera algo que ver con el Callahan de las películas y no solo la puta pose.

—Mañana mismo estás suspendido de empleo y sueldo ¡tenlo claro Perteguer! Te has ganado un enemigo con muchos contactos.

—Si son los mismos que le enchufaron en la brigada no creo que estén muy contentos con usted últimamente, comisario. Ojalá hubiera llegado usted a golpearme.

Sin darle tiempo a dar una réplica que nunca llegó, Perteguer dio media vuelta y se dirigió al coche seguido por Samir, quien no acababa de digerir del todo el encontronazo del que había sido testigo.

—Joder Perteguer… te habrás quedado a gusto.

—Pues… la verdad es que sí, Samir. ¿Soy el único que ve que este tío además de un inepto es mala persona y mal policía? ¿O el único que se lo ha dicho a la cara?

—Mas bien lo segundo… De todas formas no me parece mal policía… ha llevado operaciones importantes.

—Sí… hasta que ascendió a comisario. ¿Por qué cojones se llama Callahan?

—Su madre es irlandesa, por lo visto…

—Claro… y ya llamándose así no le quedaba otra que ser poli… en los ochenta tenía que ser lo más… hay que joderse «Javi el sucio»… me parece el mote más ridículo que he escuchado en un poli. ¿Te sabes el mío?

—Sí… todo el mundo lo sabe…

—Pues me lo he ganado a pulso. Por cierto, mientras distraía a Callahan, ¿de qué te has enterado?

—Los patrulleros andaban reacios a contarme nada, pero al final algo me han dicho: Era dominicana, tenía pasaporte y estaba ilegal. He apuntado su nombre, Yisel María, y tras unas llamadas me he enterado que tenía una habitación en una pensión de la calle de la Magdalena. Hostal la Violetera.

—Vamos para allá antes de que venga «Javi el Sucio». En cuanto entre con toda su tropa sus compañeras empezarán a huir de la pensión para no volver pensando que es una redada…

—¿Crees que era prostituta?

—En esa pensión la mayoría de las mujeres extranjeras lo son. Tú viste el cadáver… ¿qué piensas?

—Que por las ropas de la pobre mujer… sí… sí que lo era.

—Pues tenemos que darnos prisa. Yo conduzco.

—Solo tú conduces ese coche, jefe… no hace falta que lo digas.

—Cuando seas Inspector Jefe… conducirás una bestia de estas…

—Y cuando sea padre comeré huevos…

El motor del Seat León amarillo rugió escandalosamente antes de que sus ruedas chirriaran sobre el asfalto, llevándole rumbo a la calle Magdalena mientras en la radio sonaba «Agradecido» de Rosendo.

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