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Capítulo 15

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Perteguer había mandado a casa a todos los componentes de su Grupo de Policía Judicial tras dedicar el resto de la tarde a atender el resto de los casos que llevaba la comisaría de Cervantes y que sus investigadores debían sacar adelante sí o sí. Agotado, casi se deslizó por las escaleras hacia la puerta de salida y tras despedirse de los veteranos policías que custodiaban el edificio caminó unos metros hasta resguardarse del frío en el bar gallego que se escondía en una calleja paralela a la de la comisaría. Una vez dentro pidió media ración de pulpo, que le supo estupenda, y una caña de cerveza Estrella Galicia. En la televisión repetían la final de la Copa de Europa del 2014 —Perteguer se resistía a llamarle Champions League— entre el Atlético y el Real Madrid y Perteguer volvió a sentir una puñalada de amargura al recordar las imágenes y ver de nuevo perder a su Atlético de Madrid sabiendo que merecía la victoria. En el fútbol y en un par de cosas más se confesaba muy poco objetivo. Pidió una segunda cerveza a ver si así mitigaba el dolor y en ese momento sonó su teléfono móvil. Era Samir.

—¡Perteguer! ¡Soy Samir!

—Dime Samir. —Previendo que tendría que salir volando del local dejó sobre la barra un billete de diez euros— ¿algún problema?

—Problema ninguno, más bien lo contrario… acabo de encontrarme con LanRobe, aquí le tengo retenido…

Perteguer pegó un respingo en el taburete y con un gesto indicó a la camarera que se quedara con el cambio mientras recogía su abrigo del perchero y avanzaba con rapidez hacia la puerta del pequeño bar gallego. En el televisor el Cholo Simeone animaba a sus jugadores.

—¡Voy para allá, Samir! ¿Necesitas que te mande un patrulla?

—No… no va a ser necesario… pero date prisa… no está muy colaborador y los vecinos me están llamando de todo desde las ventanas. Estoy en el número doce de la calle Méndez Álvaro…

—Voy para allá Samir, estoy en base y no tardo ni cinco minutos en llegar.

A los cuatro minutos y quince segundos, el Seat León amarillo se detenía en la calle Méndez Álvaro número doce. Una vez más, en los alrededores de la Estación de Atocha. Bajó del coche y enseguida localizó a Samir, que con los brazos en jarras, conversaba con un chaval vestido con una sudadera roja con capucha, la cual llevaba puesta cubriéndose la cabeza y que estaba sentado en el portal de un edificio de tres plantas. A los pies de Samir reposaba abierta una mochila de lona en cuyo interior se podían apreciar dos aerosoles de pintura.

—Ya estoy aquí, Samir.

—Volvía andando a casa y mira… —El oficial señaló a la pared, donde todavía húmeda y reciente, se apreciaba la firma que andaban buscando—… la pica de LanRobe.

Perteguer contempló un rato el grafiti y asintió convencido. En efecto era el mismo trazo que casi había memorizado de tanto mirar y remirar la foto de Aneris77. Miró al chaval, que seguía sentado en el escalón del portal, cabizbajo y cubierto por la capucha.

—¿Cuántos años tienes?

—No te pienso responder, fascista.

—Tiene diecisiete. —Apuntó Samir—. Según su Abono Transportes…

—¿Diecisiete? Perteguer parecía impresionado. —¿Llevas pintando desde los trece años?

—Desde los doce y medio. —El chaval respondió sin levantar la mirada del suelo. Pese a tener la cabeza agachada no representaba en forma alguna sumisión ante los policías, sino más bien cierto pasotismo—. Y no pinto, firmo.

—Vale. Necesitamos tu ayuda.

—¡Yo no ayudo a los que oprimen al pueblo! —LanRobe se permitió el atrevimiento de levantar la cabeza para mirar a Samir—. ¡Perros del sistema!

—Me están dando ganas de llevármelo detenido, Perteguer.

Perteguer recogió el abono de manos de Samir y contempló la foto. Un chaval normal, con corte de pelo normal, y ropa normal. La «identidad secreta» de uno de los grafiteros más buscados de la ciudad y que a juzgar por su edad iba a dar guerra durante bastantes años. Precoz y con talento, pese a que el Inspector poco entendía de arte urbano no por ello dejaba de sorprenderle el hábil trazo de aquel chaval.

—No le vamos a detener, compañero… Aunque deba dinero al consistorio. A ver… ¿Rober?

—Se llama Críspulo… —matizó Samir, serio y tajante—… de Rober nada…

—Me pongo Rober por el cantante de Extremoduro… —Explicó Críspulo—. ¿Qué pasa? ¿Es un delito también escuchar a Extremoduro?

—Chaval… —Perteguer anotó en una libreta los datos de LanRobe y devolvió el abono transportes al grafitero—… yo escuchaba Extremoduro en cassetes TDK antes de que tú nacieras… aunque… a lo mejor no sabes ni lo que es un cassette… A ver ¿cómo quieres que te llame?

—Y una mierda un madero fascista va a escuchar Extremoduro… A Robe le sentaría como una patada en el culo.

—Espera un segundo… te mostraré algo…

Perteguer se encogió de hombros y girando sobre sus talones se dirigió al Seat, ante la mirada de LanRobe, que había mostrado cierta curiosidad ante la extraña respuesta del inspector. Volvió a los pocos segundos sosteniendo en su mano derecha una caja de un CD original. Abrió la carcasa para comprobar su contenido y acto seguido se la tendió a LanRobe.

—Toma, LanRobe. El «Grandes Éxitos y Fracasos» de Extremoduro. Firmado por Robe y por Uoho.

LanRobe miró la caja con extrañeza, pero la cogió y la inspeccionó. Finalmente levantó la cabeza.

—«Dedicado a un madero loco»… ¿esto es verdad?

—Si lo quieres es tuyo, Críspulo… pero necesito que me digas una cosa…

—Llámame LanRobe.

—De acuerdo LanRobe. Necesito que me digas dónde hiciste esta pintada.

—Que es una firma, joder. —Negó con la cabeza pero sin soltar la caja del CD—. No entendéis una mierda.

—LanRobe… deja de tocarme las narices. Dime dónde plasmaste esta crítica al imperialismo y al fascismo y te piras con tu disco.

—Pero antes termino esta firma.

El chaval se guardó el disco en un bolsillo de la sudadera y señaló a su espalda, retador, pero Samir con un gesto le quitó la capucha y solo con eso pareció domar al grafitero.

—LanRobe, majete… haz caso al jefe…

LanRobe resopló y cogió la fotografía que le tendía Samir. La observó durante unos segundos y finalmente la devolvió al oficial.

—Qué asquito de herida, tío… Eso es el Valle del Kas.

Vallecas. Uno de las zonas históricas del sur de Madrid. Popular y obrera, se dividía en dos enormes distritos, Puente de Vallecas, y Villa de Vallecas, que había sido tal y como su nombre indicaba, municipio independiente.

—¿Puente o Villa de Vallecas?

LanRobe volvió a resoplar y se colocó de nuevo la capucha.

—¿Me vais a meter en un centro de menores por querer ser artista?

—La calle, LanRobe… —Samir insistió y volvió a bajar la capucha al chaval—… seguro que te acuerdas de todas tus firmas por si te las chafan.

—No se dice chafar, polizonte… Y sí que me acuerdo de todas. Esa está cerca del Estadio del Rayo.

—¿Algo más específico?

—No sé, colega… a dos calles… Albufera p’arriba…

—¿Hace mucho de eso?

—No sé tío… hace más de un mes… —El chico hizo esfuerzos por recordar—. Hacía frío… por eso la acabé rápido.

Samir apuntó todos los datos en su cuaderno de tapas de cuero y asintió conforme.

—De acuerdo, gracias LanRobe… Puedes coger tus cosas e irte de aquí.

El chaval se levantó, echó un nuevo vistazo al disco de Extremoduro, otro a la firma que dejaba inacabada —los tres sabían que por el momento— y metió el CD en la mochila junto a los dos esprais de pintura. Cuando se la puso al hombro volvió a mirar retador a Samir.

—Me habéis hecho declarar sin abogado contra mi voluntad. Os denunciaré.

—Te llevas un disco dedicado. —Perteguer palmeó el hombro del chaval—. Ponlo también en la denuncia.

—¿Has conocido a los de Extremoduro?

—Es una larga historia… un amigo de un amigo de un amigo… ya te imaginas…

Los dos policías se dirigieron hacia el coche dejando a su espalda a LanRobe. De pronto el joven los llamó. Perteguer se giró.

—¿Qué pasa, LanRobe?

—Ese coche es una puta pasada…

—Ya estamos de acuerdo en dos cosas chaval: la música y los coches…

Críspulo se alejó caminando tranquilamente a paso muy despacio mientras que Perteguer y Samir se dirigieron de inmediato al Estadio de Vallecas, donde jugaba sus partidos el Rayo Vallecano, y que no estaba a más de cinco minutos en coche del lugar donde Samir se había encontrado de pura casualidad con el grafitero más buscado. Un par de vueltas al campo de fútbol bastaron para encontrar la esquina exacta de la fotografía. Cuando lo hicieron, Samir y Perteguer chocaron sus manos. Pensaban que tardarían días en llegar a ese punto y la casualidad les había resuelto gran parte de los enigmas: sabiendo el punto exacto del posible accidente, con un par de llamadas a las salas de emergencias de Policía Nacional, Municipal, Bomberos y Ambulancias tendrían las fechas de los últimos sucesos con heridos en dicho punto, y de paso, los indicativos de todos los intervinientes. Eso podía dejarles a Aneris77 prácticamente en bandeja de plata. Y todo gracias a medio grafiti en una esquina de una fotografía.

—Calle Sierra del Cadí con calle Carlos Martín Álvarez… —Samir comparó la esquina que tenían delante con la de la fotografía. Luego señaló a una caseta de color marrón—. El kiosko de la ONCE y el semáforo… Aquí es… y la pintada sigue. Y las fotos entonces tienen que ser de hace menos de tres meses… ya que el chaval dijo que ya empezaba a hacer frío…

Perteguer aparcó el coche en una de las esquinas del cruce y caminó por el asfalto hasta la acera contraria al kiosko.

—Sí… la foto se tomó desde este ángulo. El semáforo y el puesto de la ONCE salen desde esta perspectiva… el paso de peatones…

Samir llegó hasta el inspector y volvió a comparar la imagen que traía impresa con lo que veía en ese momento. Movía la fotografía delante de sus ojos como si quisiera repetir a la perfección el encuadre y la distancia elegida. Al cabo de unos segundos de pruebas, Samir, de cuclillas y pisando el bordillo de la acera, asintió con la cabeza. Sin dejar de sostener la fotografía con su mano izquierda, extrajo su teléfono móvil del bolsillo y tomó con el mismo una instantánea desde ese mismo ángulo, logrando una imagen idéntica a la que traían. Y en la esquina de ambas, la firma de LanRobe.

—La tomaron desde un punto de vista muy bajo… alguien que debía estar agachado sobre la víctima…

—Necesitamos saber enseguida qué pasó aquí y quien llegó a la llamada. Voy a llamar a la Sala del 091.

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