Death

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Entonces, en las manos de Daniel se dibujó la forma de una abstracta y furibunda guadaña, la cual parecía prendida en unas serpenteantes llamas negras que la dotaban de una vitalidad poco habitual. Una luz deslumbrante nació de su esencia, deslumbrando a toda la Ciudad Esencial. Aquel mundo nunca había poseído una estrella en su firmamento y, por primera vez, su cielo estaba protagonizado por una luz incandescente, una oscuridad brillante, tan peculiar y especial como el irreverente árbol que florece en el más tempestuoso e inclemente de los inviernos. Todos los ojos espirituales de aquel mundo se dirigieron a la lumbre del cielo, y comprobaron que la oscuridad más profusa y profunda también podía brillar, iluminar, guiar.

De pronto, cual astro fugaz, Daniel descendió en picado y, con una violencia sin parangón, se estrelló contra la masa creada por Kuz, provocando una explosión esencial que retumbó en toda la ciudad.

El tiempo, si es que algo así existía en aquel mundo espiritual, se detuvo, y un solemne silencio se apoderó del Coliseo. Las atenciones depositadas en la zona de batalla pugnaban por columbrar, entre la densa humareda rossonera que gobernaba el ambiente producto del estallido, qué era lo que había ocurrido. La tensión era máxima: aquellos implicados con los protagonistas, tanto en el graderío de Tomás como en la zona de Demirel, cada cual con sus diversas motivaciones, no podían contener sus emociones, pero tampoco los espectadores que habían asistido a esa dura travesía que había sido la Gran Recolección. ¿Había terminado? ¿Quedaba alguno en pie? Nadie se atrevía a aseverar nada, ni siquiera los comentaristas, los cuáles, como el resto de los presentes, contemplaban el Coliseo intentando no perder ni un solo detalle de lo que iba a ocurrir a continuación.

Paulatinamente, la nube de humo se fue haciendo más tenue, descubriendo las figuras de Kuz y Daniel, ambos en pie con evidentes gestos de fatiga en sus rostros. El semblante desencajado e iracundo del rubicundo ya no era tal, de nuevo su faz se había transfigurado, convirtiéndose en una especie de cachorrillo fatigado. Su contrincante se tambaleaba, con evidentes dificultades para conservar la verticalidad. La caída de Daniel había purgado el Coliseo, eliminado la esencia rojiza de Kuz y suplantándola de nuevo por la negruzca tonalidad característica del emblemático edificio.

Tan solo quedaban ambos, frente a frente, quizás como siempre debió ser.

El público jaleó a Daniel. Se había ganado su favor. Aquellos que no mucho antes le habían insultado por interferir en la batalla entre Hurley y la flor en su advenimiento a aquel mundo, ahora eran sus mayores aficionados. Hipocresía, tan humana como esencial. El joven deslizó su mirada por el suelo del Coliseo y encontró la enraizada guadaña de Kevin yaciendo en la oscuridad. No lo dudó un instante. Como si de una fiera salvaje a la caza de la más suculenta de las presas se tratara, el recolector se abalanzó sobre el arma y buscó ponerse en postura de combate, dando una voltereta en el suelo más efectista que efectiva.

Ante la pasividad de su enemigo, Daniel volvió a dirigirse a él: —No importa lo que hagas, Kuz. Puedes vomitar tu asquerosa esencia sobre la totalidad de esta ciudad, e incluso en el mundo real, no importará. No voy a perder, no puedo perder —aseveró el joven, con una teatralizada confianza—. Lo que nos diferencia es que tú estás aquí sin saber por qué, peleando sin motivo alguno. No creo que tengas siquiera ninguna motivación adicional por derrotarme. Pero yo no es que quiera vencerte, es que tengo que hacerlo. No por mí, ni por ellos —continuó Daniel, señalando a la grada con la guadaña de su amigo caído, en claro gesto de desprecio—. Lo hago por todos aquellos que han fenecido por este esperpéntico espectáculo. Lo hago porque debo abrazar a alguien. No espero que lo entiendas...

—Calla... —farfulló de pronto el joven, en un tono de lo más timorato.

—Ah, que puedes hablar… —preguntó Daniel sorprendido, comprobando cómo la premisa que había abrazado tiempo atrás acerca del mutismo de su enemigo, estaba absolutamente herrada.

—Calla, calla, calla, cala... ¡Cállate de una maldita vez!

Entre sollozos, Kuz invocó una guadaña de lo más genérica en sus manos, con un filo irregular y una vara amarillenta de motivo óseo y se lanzó sobre su enemigo. Daniel lo recibió con un ataque que le obligó a retroceder. No iba a permitir que tomara la iniciativa. Ambos se enzarzaron entonces en un nuevo intercambio de mandobles. Las heridas obraban que sus ataques fueran menos furiosos y furtivos que al comienzo de la pendencia, pero aún así, mostraban una bravura capaz de estremecer a cualquiera que decidiera depositar su atención en aquel lugar, en aquel instante. Daniel casi podía sentir los ojos de Elva observándolo. Sentía su fuerza, su aliento, su deseo. Era su hálito, era su impulso. Pronto, el esfuerzo le llevó a acompañar sus golpes de fuertes alaridos, haciendo retroceder a Kuz.

Con un movimiento fugaz de izquierda a derecha, su arma cubierta por raíces explotó en el joven rubicundo, desplazándole por la oscuridad hasta una de las paredes del Coliseo que todavía seguían en pie

Daniel volvió a rugir y levantó los brazos mirando al público: —¡Disfrutad! ¡Esto es lo que queríais desde el principio!

Kuz intentó responder, recuperando con palpables problemas la verticalidad, y aunque se trastabilló por las sangrantes heridas, logró llegar hasta Daniel esgrimiendo su arma con hirientes intenciones. Las guadañas de ambos chocaron y, de nuevo, se enredaron en un cruento intercambio. Sus fuerzas estaban parejas, el cansancio, las laceraciones, la inestabilidad mental... En condiciones normales, los enfrentamientos espirituales no solían tener una duración prolongada, no obstante, si se sumaban las especiales condiciones de aquella porfía con la precedente dura peregrinación por el Laberinto, muy pocas almas, sobre todo tan jóvenes como aquellas, estaban preparadas para soportar un castigo de esa índole.

De manera paulatina, ambos contendientes comenzaron a fallar en sus defensas y bloqueos. Sus guadañas desgarraban con crudeza la esencia del otro, despertando el estupor en las gradas. Parecía que solo aquel con mayor voluntad se mantendría en pie, pero aplicar esa norma cuando uno de los circunstantes no parecía regirse por las mismas normas vitales que el otro, era una afirmación que ni siquiera los más osados estaban dispuestos a abrazar.

—“¡Voy a llorar, Tyller! ¡Quiero que mueran los dos! —prorrumpió Niko Death, en la zona de comentaristas.”

—“Hacía tiempo que no asistíamos a un espectáculo así, que uno de los tenga que caer es... dramático” —reflexionó el otro locutor, enfrascado en la dura batalla.”

De súbito, Kuz aprovechó una falla en el balance defensivo de Daniel para propinarle un profundo tajo en el pecho que pareció estar a punto de hacer caer al recolector. Por un momento, el rubio espíritu perdió la conciencia. Todo se volvió negro, oscuro, funesto. Sin embargo, fue un instante fugaz. A ciegas, devolvió con furia la gentileza, rajando a Kuz por la zona de la cadera. Solo faltaba un esfuerzo, un último esfuerzo.

El rubicundo atacó con un mandoble de arriba abajo que buscaba cercenar su testa. Con el aliento de la Muerte en la nuca, Daniel dejó caer su tronco hacia atrás, y asiendo la vara de su herbácea guadaña, deslizó el filo hacia Kuz de manera desesperada.

Daniel soltó su arma y cayó primero al piso. El desplome de su enemigo fue más progresivo, hincando primero de rodillas, con la que fuera la guadaña de Kevin atravesando su esencia, para al final acariciar con rudeza el piso. El público explotó de emoción. Parecía que había ganado Daniel, pero nadie lo sabía con seguridad.

Las dudas se disiparon cuando el joven se puso en pie y el ánima de Kuz fue asimilada por el Coliseo, que lo abrazó con su negruzco manto, dejando solo atrás la guadaña de Kevin.

Daniel miró el arma de su amigo y estuvo a punto de romper a llorar, pero logró contenerse. Había ganado.

—“¿Juez? —preguntó Tyller al supervisor, con miedo de volver a precipitarse como había ocurrido momentos ha.”

—“Parece que ahora sí... No creo que vuelva —opinó el Juez Donnie—. Al menos eso espero, voy a ser el primer Juez que designe dos ganadores para una misma Gran Recolección, menudo honor —el cazador liberó una pequeña carcajada, que jugó con la tensión que atenazaba a todos los circunstantes—. Ahora sí, el recolector llamado Daniel, apadrinado por Tomás, es el ganador de la LXXVIII edición de la Gran Recolección. Enhorabuena.”

El público comenzó a saltar y a mostrar su emoción, algunos porque por fin había terminado el evento, otros porque aquel recolector al que habían apoyado era el triunfador y unos pocos por el simple hecho de mezclarse con la muchedumbre. También los hubo que se mostraron apáticos, incluso deprimidos, porque habían perdido en las apuestas una gran cantidad de energía espiritual. De estos, los más abatidos eran Demirel y en especial sus lacayos, los cuales estaban amedrentados, conscientes de que en cualquier momento podían recibir las iras de su jefe.

—¡No puedo creerme esto! —prorrumpió soliviantado, el cacique espiritual—. ¡Voy a matar a ese chico!

—Cálmate, Demirel...

—¡Basta de darme órdenes! ¡No puedes...! —el cazador detuvo su reprimenda al observar la mirada que le dirigía Yurilenko, tan afilada y peligrosa como una katana.

—Cálmate... —reiteró, haciendo una pausa para comprobar cómo Demirel no se atrevía a articular palabra alguna—. Es una pena la derrota de Kuz, empero, hemos descubierto algo de lo más interesante —añadió, dirigiendo sus agresivos ojos a Daniel y esbozando una sonrisa maliciosa.

El contrapunto era la zona de los seguidores de Daniel, en la que Renhart elevaba en brazos a Tomás, y Kathy hacía lo propio con Pipita.

De repente, Elva saltó desde la grada y corrió hacía Daniel. El público señaló a la cazadora y observó conmovido cómo ésta se fundía en un abrazo con el joven.

—Te... te quiero... —logró por fin pronunciar esta, antes de besar al recolector.

Las gradas comenzaron a aplaudir. Aquel beso siempre se recordaría... Qué pena que tan preciosa escena, solo ocurriera en la mente de Elva.

La cazadora no saltó, no corrió, no declaró su amor y no le besó.

Solo se asustó y, simplemente, desapareció.

En el centro de la oscuridad el Coliseo, un alma que debería desbordar felicidad, se hallaba imbuido en la más lóbrega de las pesadumbres. Daniel no tenía ganas siquiera de levantar la mirada. Al vencer a Kuz y terminar con aquella locura, era como si se hubiera abierto la mazmorra en la que había clausurado todo el dolor acumulado durante la Gran Recolección. Se sentía el ser más vil y despreciable de la creación.

En ese momento, como si de lluvia se tratara, unas gotas negras comenzaron a caer del cielo. Los circunstantes llevaron sus miradas al techo negro de la Ciudad Esencial con sorpresa. Era como si aquel mundo estuviera resonando al pesar de Daniel en forma de una lóbrega lluvia negruzca.

Tyller, Niko Death y el juez Donnie descendieron a la oscuridad del Coliseo para hacer oficial la victoria, no así el nombramiento de cazador, el cual tenía que pasar por los Juzgados una vez se diera por concluida la Gran Recolección.

—Es muy fuerte... —escuchó de pronto Daniel a su espalda. El joven se giró y se encontró con Zalitz, el líder de los Falling Souls.

—¿Pero...?

—Ya tendrás tiempo de hablar —le interrumpió el líder del grupo—. He escuchado la melodía de lo que te aflige y no he podido evitar acercarme para escucharla mejor —reconoció el artista esencial, en tono solemne.

—No te entiendo.

—Lo harás. Cuando cruzaste tu mirada con ella fue un momento más que mágico, fue trascendental, sublime... Nunca había visto algo así en el Coliseo, aunque claro, tampoco suelo venir mucho.

Daniel no pudo evitar verse sorprendido porque aquel cazador fuera conocedor de cómo había mirado a Elva en el fragor de la batalla, siendo asediado de pronto por una terrible vergüenza.

—Ya no sientes su mirada y por eso esta victoria te resulta vacua, anodina, absurda —infirió el cazador.

Zalitz tenía razón. Estaba derrengado, castigado por las heridas espirituales y las laceraciones emocionales, pero no podía ignorar el hecho de que lo que más le afectaba era que Elva no estuviera allí. No necesitaba mirar hacia la zona de Tomás para comprobar que se había marchado. Lo sabía, y aquello le producía un dolor tan desgarrador como atroz. Desde el comienzo de la Gran Recolección, había necesitado volver a abrazarla. No podía entender por qué se había vuelto a marchar. Por qué de nuevo le había abandonado.

—El amor es algo demasiado extraordinario como para no luchar por ello..., ¿no crees? —profirió Zalitz, dibujando su rostro con una pequeña sonrisa.

Y entonces, como si de pronto todo tuviera sentido, Daniel despertó sus negruzcas alas espirituales y, entre la consternación de los espectadores, presentadores y todo aquel que estuviera viendo la Gran Recolección, dio un intenso aleteo para elevarse de nuevo sobre todas las ánimas de la ciudad y perderse en el umbrío abrazo del cielo de aquella dimensión.

Tyller corrió hacia la altura de Zalitz y, tratando de cubrirse de la lluvia espiritual con su brazo derecho, buscó hallar una explicación a aquello

—¿Se puede saber adónde va el niño? Hay un protocolo que cumplir.

Zalitz respondió con una sonrisa más amplia que la anterior que había desprendido y negó con la cabeza mientras, en tono amistoso, le daba una palmada en la espalda al presentador. Después, acercó se acercó a su oído izquierdo y le respondió: —Me la suda el protocolo, y creo que a Daniel también.

Dicho lo cual, el artista esencial se marchó de una manera tan silenciosa como la que había utilizado para irrumpir en el Coliseo.

Pocos eran capaces de comprender la razón por la que al actual ganador de la Gran Recolección se había marchado de aquella forma tan brusca, pero hastiados por la intensidad del evento y con almas que recolectar, pronto comenzaron a abandonar el recinto imbuidos en una extraña desesperación, nacida de aquella ignota lluvia que caía sobre sus esencia.

—Me recuerda a alguien... —profirió de pronto Renhart.

Tomás contestó con una mirada elocuente y no pudo evitar esbozar una leve sonrisa, sin embargo, su atención no estaba centrada en la acción que acababa de llevar a cabo su pupilo, sino en el punto de la grada en el que estaban todavía Demirel y Yurilenko. Ante su extremo estado de concentración, Renhart no pudo evitar intervenir: —¿En qué piensas?

—Sigo intentando descubrir de dónde ha salido este chico.

Antes de la Gran Recolección tuve una reunión con Demirel y puso un profuso interés en que Kuz debía salir victorioso del Coliseo —desveló Tomás.

—¿Te preocupa que pueda ir a por Daniel?

—Mucho —respondió lacónico.

—Moveré unos de hilos en los observadores y les pediré que estén atentos. Conozco un par de almas incorruptibles que tendrán bien vigilado al chico.

—Esa es parte de mi preocupación. Luego...

—¿Luego? —preguntó Renhart con sumo interés al tiempo que, poco a poco, la negruzca lluvia iba empapando su vestimenta de cuero negro.

Tomás pareció estar a punto de responder, sin embargo, se contuvo y se limitó a encogerse levemente de hombros.

—No es el momento, Renhart —dijo con una sonrisa que trataba de infundir tranquilidad, pero que desprendía un fuerte aroma teatral.

—Pareja, lamento interrumpiros —intervino Kathy—, pero creo que deberíamos resguardarnos. Esta esencia que cae del cielo es más perniciosa de lo que puede parecer a simple vista.

Los tres cazadores se encaminaron a los vomitorios, seguidos por un extrañamente silencioso Pipita, que parecía imbuido en sus ignotos pensamientos. Mientras, Tyller y Niko Death intentaban justificar la brusca desaparición de Daniel alegando una emergencia personal ineludible.

No se equivocaban, era una emergencia, era personal y era ineludible. Era la respuesta al desgarrador alarido de su corazón.

 

 

Capítulo LI: Solo quiero quererte

 

Nadie nunca antes había surcado el cielo de la Ciudad Esencial, probablemente porque nunca nadie lo había intentado. Tampoco nunca nadie había sentido el impulso que conducía a Daniel a su destino, seguramente porque nadie lo había sentido nunca. Pero nadie y nunca eran palabras que aquel joven no quería que se pasearan por su mente. No, en aquel momento tan solo existía una que estaba dispuesto a aceptar: Amor. No quería lamentarse y esperar, compadecerse por la desgracia de un abrazo que no llega o una sonrisa que no ilumina su camino. Debía moverse, debía actuar, debía... luchar una vez más.

Sin tiempo para adquirir resuello alguno tras haber sobrevivido a la batalla más cruenta en su andadura como recolector, debía pugnar por algo mucho más importante, su corazón.

Daniel solo podía recordar un dolor más intenso que aquel que campaba en aquel entonces por su esencia: el día que de un médico tartamudo escuchó que su madre había fallecido. Ni el más furibundo de los guadañazos podía equipararse a aquella herida que para siempre le acompañaría. Hay cosas más importantes que el éxito, la victoria, el orgullo... Los vínculos, hay que luchar por los vínculos, y si encima son amorosos, correr el riesgo de poder perderlos es una afrenta contra la existencia humana. En muchos aspectos, las personas son nefandas, empero, cuando actúan por el impulso de un vínculo, se puede llegar a creer incluso que la raza humana tiene salvación posible.

La renegrida lluvia seguía arreciando la Ciudad Esencial. Daniel notaba cómo aquella extraña reacción espiritual discurría por su alma con extrema comodidad, incluso se sentía a gusto, reacción antagónica a la del resto de los habitantes de la urbe, que buscaban resguardarse de aquel fenómeno. El joven siempre había adorado la lluvia, no solo su sonido le relajaba, sino el hecho de sentir cómo besaba su piel siempre le había reconfortado y sosegado. Ese momento no parecía ser diferente a aquella ya lejana sensación mortal que pensaba que jamás volvería a disfrutar. No, no era tan diferente.

De pronto, Daniel observó el rio espiritual que atravesaba la urbe y, sin pestañear, cayó en picado hacía sus aguas. No podía quitarse de la cabeza aquella ocasión en la que, debajo de la cascada invertida, había conectado por primera vez con Elva. Era su espacio secreto, su refugio de seguridad. La cazadora le había aseverado que tan solo en su compañía podría llegar, que si trataba de hacerlo de motu proprio se acabaría ahogado en los residuos esenciales del río, pero no le importaba correr aquel riesgo. Así es el amor, ni la Muerte puede asustar a un corazón exaltado.

La caída fue furibunda, levantando una enorme salpicadura que bañó las calles de la Ciudad Esencial. Daniel sintió una agobiante y angosta presión que le recordó a su primer baño con Elva. En aquel entonces, ambos bucearon y, cuando parecía que iba a ser devorado por el esotérico río, llegaron a la caverna en la que la cazadora solía ocultarse, sin embargo, en esta ocasión, pese a que el joven nadó, nadó y nadó esperando obrar el mismo resultado, el río cada vez parecía más espeso, dificultando su movimiento y empastando su esencia.

Hay ciertas ocasiones en las que uno, mientras está cometiendo un error, se arrepiente y duda sobre todas las razones que le han llevado a embarcarse en tal empresa. Por un momento, Daniel estuvo a punto de caer en aquella trampa racional, sin embargo, pese a ese pequeño instante de flaqueza se mantuvo tenaz. Dicen que rectificar es de sabios, pero hacerlo demasiado pronto es una señal de cobardía, ya que hay errores que solo se convierten en tales por temor a acarrear con las consecuencias de los actos realizados.

Daniel braceó una y otra vez, incluso aleteó para superar la gruesa espesura de aquellos brunos reductos esenciales de ánimas ya desaparecidas. De pronto, el joven recibió un intenso golpe que le hizo perder momentáneamente la conciencia. Cuando se hubo recuperado, descubrió que se hallaba arrastrado por una especie de corriente que lo condujo, sin delicadeza alguna, hasta la cascada invertida que recorría la gruta en la que Daniel había inferido que debía de encontrarse Elva.

La opaca esencia del río le hizo caer de manera estrepitosa en la caverna, mas no sufrió dolor alguno, y aunque lo hubiese sufrido, no lo habría sentido. Siempre que Elva estaba cerca le ocurría lo mismo; la misteriosa naturaleza de su esencia le turbaba y enajenaba del mundo.

La cazadora se hallaba en una esquina, temblando. A simple vista su esencia parecía estar indemne, pero desde aquella distancia el joven fue capaz de vislumbrar que su alma estaba gravemente herida.

No se apreciaba en la representación visual de su ánima, pero era conspicuo que había librado una batalla atroz. A Daniel se le agarrotó el corazón del único modo que este se estremece cuando el ser amado está sufriendo, del más terrible.

Elva se percató de la llegada de Daniel, pero no hizo ademán alguno por evidenciar aquel conocimiento, no solo estaba destrozada, sino que se sentía avergonzada hasta un punto inimaginable. El joven quiso preguntarle qué había ocurrido y por qué se encontraba en aquel estado, mas frenó su ímpetu y se limitó a llevar a cabo aquello que era evidente que ambos necesitaban. Se acercó hasta Elva, se arrodilló a su lado, y tras mirar con fijeza y un profundo deseo los gélidos ojos de la cazadora, se fundió con ella en un abrazo sublime, enternecedor, desgarrador y trascendental como solo el amor más profundo e intrincado puede serlo.

No hay dos seres diseñados para estar juntos, ni tampoco dos almas destinadas a compartir la eternidad, pero hay veces en las que dos seres que han sido sometidos a existencias y vivencias afines desarrollan un amalgama de sentimientos, pensamientos y personalidades que se atraen. Unas veces la oscuridad llama a la oscuridad, otras veces la luz a la luz y otras la oscuridad a la luz y viceversa. Es difícil discernir qué tipo de esencia alberga cada ser humano, y del mismo modo, es complicado calcular el polo al que se encuentra más cercano. Un ánima puede parecer la más tremebunda, e incluso desprender la esencia más terrorífica, y estar dotada, al mismo tiempo, de una luz no visible más iridiscente que la de la más pura e inocente de las almas. Para superar todos los embozos espirituales que protegen el lugar más recóndito de un ser humano, se necesita establecer un lazo más allá de lo tangible, intangible e incluso imaginario.

Por primera vez en su vida, Daniel sintió, mientras abrazaba a Elva, que todo encajaba. Siempre había ido a contracorriente, caminando por un mundo que ni comprendía ni quería comprender, pero al tiempo que sentía la esencia de la cazadora fundida con la suya, de pronto creyó presenciar cómo los secretos de la existencia eran desvelados, cómo todas las preguntas eran resueltas y cómo las incertidumbres se trasmutaban en certezas.

Y de pronto, cuando parecía que no podía producirse nada más maravilloso que aquello, el silencio celestial que dominaba el ambiente fue fracturado por dos palabras que el recolector jamás podría olvidar:

—No te vayas... —susurró Elva, con un tono de voz desgarrado por la trascendencia del momento.

Y así se mantuvieron, abrazados, como si no existiera nada más en ninguna otra realidad ni existencia, temiendo que en caso de soltarse, no pudieran volver a sentirse el uno al otro nunca más.

No se puede concretar el tiempo que ambos pasaron de aquella manera porque en la Ciudad Esencial no existe la cadena temporal, pero aunque hubiera existido, no habría podido llegar a medir la trascendencia de aquella unión. Efímeramente eterna e indisoluble.

 

Capítulo LII: Pregunta

 

Desde el momento en el que un recolector de cabello rubio ceniza, guadaña negruzca y esencia turbadora despertó unas extrañas alas y abandonó el Coliseo luego obrar una de las victorias más épicas de la historia Gran Recolección, la Ciudad Esencial había recobrado, poco a poco, su habitual funcionamiento.

Suele ocurrir, a veces la gente piensa que hay eventos que pueden cambiar la vida de alguien y, sin embargo, son mucho más insignificantes de lo que se pensaba.

Como no podía ser de otro modo, Daniel se había erigido como uno de los temas de conversación recurrentes por las calles de la urbe espiritual. Tanto sus habilidades como su indómito carácter despertaban discrepancias. Algunos recolectores, aquellos que no habían estado en el Coliseo, se dedicaban a deslucir las hazañas del joven, por ejemplo, acusando a la organización de sabotear el evento para beneficiar al chico, o cualquier otro tipo de teoría conspiranoide que les facilitara asumir la existencia de alguien tan extraordinario.

Por contra, entre el grueso de los cazadores, el ambiente era diferente, no solo había irrumpido de súbito en escena un futuro competidor temible, sino que además tenía a su alcance habilidades que solo aparecían en vetustos cuentos y leyendas tiempo ha olvidadas. Sin embargo, la oficialización de la nueva posición de Daniel se estaba retrasando. Por lo normal, una vez terminada la Gran Recolección, se hacía un pequeño acto de investidura en el Coliseo de cara a la galería y después se oficializaba en las listas del registro de cazadores. No obstante, alguien había presentado un recurso en contra del cambio de rango, y solo podían presentar recursos los Jueces, así que era algo serio.

En la Torre de las Almas, para decidir sobre si otorgar o no a Daniel la posición de cazador, estaban reunidos Donnie, el Juez supervisor, Amanda, actual mandataria de los Juzgados, y Didier, el Juez acusador:

—¡Ese chico acabará con todos nosotros! —vociferó el Juez de tez morena, con gestos evidentes de crispación—. Es una amenaza que no podemos dejar que se extienda.

—Le veo muy exaltado, Didier —trató de tranquilizar Donnie a su compañero, con un tono conciliador—. Es cierto que sus habilidades son de lo más inusuales, pero más allá de eso...

—¡Cállese, Donnie! —rugió Didier, golpeando con fiereza la mesa negruzca alrededor de la cual se estaba manteniendo la reunión.

—¡Basta! —intervino Amanda, también enfadada—. He aceptado atender su reclamación, Didier, pero no voy a permitir que falte al respeto a un Juez de un registro de servicios tan intachable.

Estamos aquí para hablar todos y exponer nuestros argumentos. Si no se somete a estas normas, será mejor que abandone la sala.

Los ojos color café de Didier, chocaron furtivamente con la mirada tan pacífica como severa que desprendía la suma Jueza. Luego de unos tensos instantes, el Juez se mesuró y, con un gesto de complicidad, se disculpó a regañadientes con Donnie, el cual, mediante una afable sonrisa, respondió receptivo al gesto de su compañero.

—Bien, gracias a ambos —profirió Amanda satisfecha.

Tras una leve pausa, la Jueza deslizó sus ojos hacia Didier y le invitó a hablar.

—Creo que durante innumerables cacerías, capturas de ánimas viles y filibusteras, y múltiples servicios a la Ciudad Esencial, he demostrado un criterio y una ética incorruptibles a la hora de anteponer los intereses de esta comunidad a todo lo demás —declaró Didier con solemnidad—. No tendría ningún problema en mirar hacia otro lado, ignorar la indudable amenaza que no solo siento yo, sino que toda ánima con cierta capacidad de percepción es capaz de detectar, y dedicarme a otras de las muchas tareas que tengo sobre mis hombros, pero mi moral me lo impide —Didier detuvo su elocución para comenzar a caminar alrededor de la sala, exhibiendo su patente nerviosismo—. Saben ustedes mejor que nadie que los monstruos existen. Nosotros, por desgracia, somos los encargados de hacer que esos seres abyectos no intoxiquen nuestra sociedad, y gracias a nuestro trabajo, hoy están a buen recaudo en el abismo más funesto de nuestro mundo; yo mismo he visto y he enfrentado a muchos de esos abominables seres capaces de destruir un número incontable de almas, y no tengo ninguna duda de que ese chico tarde o temprano se convertirá en un peligro insostenible para nosotros.

—Nadie pone en cuestión sus capacidades como Juez, Didier, por algo está aquí con nosotros —respondió Amanda, irradiando calma—. Confío en su criterio en la misma medida que creo en el de cualquiera que porte estos hábitos y lo que ello implica, sin embargo, más allá de una serie sospechas infundadas y vagas percepciones, no hallo ningún motivo por el que se deba, ni mucho menos, encarcelar al recolector conocido como Daniel, como tampoco encuentro ninguna razón para no concederle el rango de cazador.

—¿Vagas? ¿En serio? —preguntó Didier, con una mezcla de incredulidad e indignación—. No sean hipócritas, no antepongan sus intereses a los de las almas por las que velamos.

—¿Hipócritas? —intervino Donnie—. Mira, Didier, le respeto, como Juez ha demostrado en múltiples ocasiones su capacidad para detener a los cazadores más escurridizos, pero no puedo evitar vislumbrar ciertas intenciones subrepticias en esta acusación que nos trasladas.

El enrabietado Juez miró con furia a Donnie, esperando a que este tuviera la osadía de completar su argumento. Este aceptó el reto sin borrar de su rostro su habitual gesto amable.

—Es por muchos de nosotros conocida su mala relación con el mentor de Daniel, Tomás. Durante muchos ciclos, intentó sin éxito hallar pruebas que justificaran su internamiento en la institución Zamenhoff, por lo tanto, creo que su implicación personal en este asunto es de lo más evidente.

—No sea cobarde. Exprésese sin eufemismos, Juez.

—Sin problemas, Juez. Considero que la intrincada animadversión que siente por Tomás le lleva a sacar de quicio una situación, que más que alarmante, yo tildaría de interesante.

—¡Esto es inadmisible! ¡No voy a seguir permitiendo sus burdas acusaciones!

—Eres libre de no admitirlas, mi guadaña siempre arde en deseos de tomar el aire.

—Contrólense, sobre todo usted, Didier —pacificó Amanda, mirando con fijeza al Juez ofendido—. Está demasiado exaltado.

El Juez continuó paseándose por la negruzca sala, por un lado buscando mesurarse y por otro construyendo los argumentos adecuados para reforzar su postura. De súbito se detuvo, y tras pasear su mirada por Donnie, la clavó en Amanda.

—Debo insistir. La esencia de ese chico tiene una naturaleza demasiado peligrosa. Jueza, se va a arrepentir si no decreta su detención inmediata.

—Lo rechazo absolutamente —respondió sucinta.

Tragándose su impotencia, Didier apretó los dientes y domó sus emociones.

—En ese caso, debo proponer la puesta en suspensión de su admisión en el registro de cazadores hasta que se lleve a cabo una minuciosa investigación.

—Rechazo que sea necesaria cualquier investigación, Juez. En la sala están presentes los ojos que han velado por el cumplimiento de las normas de la Gran Recolección, y si el Juez Donnie no considera que se haya producido ninguna irregularidad, no veo motivo alguno por el que no tornar en oficial su nueva condición.

Donnie se encogió de hombros y negó con la cabeza.

—Ha sido una Gran Recolección de lo más atípica, pero más allá de eso, y de alguna pequeña eventualidad permisible por la naturaleza especial del evento, considero la victoria de Daniel legítima y su nombramiento como cazador más que merecido.

—¿Algo que añadir, Juez? —preguntó Amanda, mirando a Didier con gesto interrogativo.

El Juez bajó durante un instante la mirada, para después mostrar un semblante cargado de renovada convicción: —Estando así las cosas, me veo obligado a poner mi puesto en juego. Decido trabar mi posición de Juez ante una decisión que considero incorrecta.

Donnie y Amanda se miraron fugazmente, impulsados por la sorpresa de la declaración, sin embargo, con presura devolvieron su atención a Didier. La suma Jueza se dispuso a confirmar aquellas palabras, pero sin que tuviera tiempo para hacerlo, Didier abandonó la estancia, dejando implícita su autorización.

—No pensaba que su odio llegaría hasta este punto... —comentó Donnie sorprendido.

—Hacía tiempo que ningún Juez llevaba al Coliseo temas que deben resolverse aquí, en los Juzgados. No es lo más adecuado de cara a los tumultuosos tiempos que se avecinan... —agregó Amanda, con evidente aire de preocupación.

La noticia corrió como la pólvora por los mentideros espirituales de la Ciudad: Didier había retado a Daniel a un combate, al considerar peligroso para la sociedad su alzamiento como cazador, sin embargo, pese a lo que pudiera parecer, la determinación tomada por el Juez solo provocó que la fama que el recolector se había granjeado en la Gran Recolección se viera aumentada. No solo sus inimaginables habilidades habían impactado con contundencia en la opinión de los habitantes de la ciudad, las palabras proferidas por el chico durante su porfía en el Coliseo, habían contribuido al nacimiento de una corriente de opinión, que como él, ponía en tela de juicio el sistema alrededor del que giraba la Ciudad Esencial. Su sorpresiva marcha en el momento del nombramiento oficial había sido tomada como una acción de protesta, o al menos así lo estaban intentando hacer ver los movimientos antisistema de la ciudad.

Luego de recibir la llamada de su mentor, Daniel se presentó en el apartamento de Tomás, y por fin, conversaron por primera vez tras el final de la Gran Recolección. El joven le narró a su maestro todas las sensaciones y pormenores que había sufrido en tan ardua andadura, y del mismo modo, le trasladó las numerosas lecciones que había aprendido. Pese a que fue todo lo sincero que se sintió capaz de ser, Daniel omitió detalles como su encuentro con el Coliseo, por considerar que aquellas eventualidades tan especiales debía conservarlas en su interior. Por su parte, Tomás le explicó a Daniel cuál era la situación respecto a su nombramiento como cazador, no sin antes felicitarlo por haber superado una prueba tan dura y complicada.

El joven se mostró reacio a hacer frente a Didier.

—Creo que no tengo nada que demostrar... No sé si quiero ser partícipe de esto —confesó Daniel, meditabundo.

—Nunca quise que ganaras la Gran Recolección para formar parte de este sistema domesticador, basado en generar entretenimiento para tener a las esencias ocupadas —reconoció Tomás—. Necesitabas enfrentarte a este reto para demostrarte a ti mismo y al mundo que tienes algo con lo que nadie más cuenta: un poder que todos respetarán y temerán. Entenderé que no quieras hacer frente a Didier en su vendetta personal contra mí. El nuestro es un idilio que dura ya demasiado tiempo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Daniel, mirando con fijeza los ojos marrones del cazador—, ¿cuál es el siguiente paso?

Tomás le devolvió la mirada en gestó pensativo, reclinado en su sillón de cuero marrón.

—Llega un momento en el que toda ave debe dejar que sus polluelos alcen el vuelo... —respondió el cazador con una sonrisa—.

Sin embargo, que no tengas aún la posición que por méritos te corresponde complica las cosas. No tengo mucho más que enseñarte, Daniel, has demostrado en el terreno de batalla que eres capaz de llegar a cotas impensables para mí y para ninguno de las demás almas de este mundo —reconoció Tomás con sinceridad—. Cuando supe de tu existencia, soñé con el ánima que podría cambiar este mundo, pero considero que debes ser tú el que decida cómo hacerlo, si es que así lo quieres. Sin embargo, antes de que te aventures en tan compleja tarea, te debo algo.

Daniel no tardó mucho en entender a qué se refería Tomás: su madre. El cazador le había prometido que trataría de lograr que pudiera ver por una última vez a su figura materna, y parecía que por fin iba a poder hacerlo.

Sin mediar palabra, cazador y recolector salieron del apartamento y caminaron por el bulevar en dirección al Registro Espiritual.

Tras ganar la Gran Recolección y regresar de su escapada con Elva, Daniel se había tomado un breve tiempo de asueto en el plano real. Sabía que no podía volver por su barrio ni contactar con ninguna de las personas de su vida mortal, sin embargo, no pudo evitar pasarse por el bar de Ramón e, impostado en su falaz cáscara mortal, observar a David. El dueño del bar no le había mentido a la hora de trasladarle el estado de pesadumbre del que fuera su mejor amigo; su esencia estaba absolutamente deprimida. El joven no había llegado a imaginar que su ausencia le provocaría tal grado de tristeza, por lo que verlo en aquella pose le fracturó el corazón. Por un momento, estuvo a punto de romper las normas y trabar conversación con él, sin embargo se contuvo. Se había labrado muchos enemigos con su victoria en la Gran Recolección, y con toda seguridad, tenía muchos otros logrados sin su conocimiento, por lo que dirigirse a su amigo era un riesgo al que no le podía someter.

En las frías noches en las que durmió en una casa vacía del barrio de Chamartin, el joven buscó enterarse de las noticias, sobre todo deportivas, ver alguna película e incluso leer algún libro de aquellos que tenía pendientes de su vida mortal. Le resultó imposible.

Aquel ya no era su mundo y no había nada en él que le sedujera.

Tampoco era consciente de la fecha en la que se encontraba. Aquellas ya no eran sus cadenas.

En ese tiempo Elva, Kevin e Irina coparon sus pensamientos, recuerdos que cuando eludían el influjo del amor, pisaban un tremebundo terreno que parecía atravesarle el corazón cada vez con mayor virulencia. La inesperada llamada de Tomás le había hecho regresar a la Ciudad Esencial antes de lo previsto, para regocijo del recolector; allí ya no se sentía cómodo.

Como era habitual, los aledaños de la Torre de las Almas presentaban el bullicioso aspecto propio de cualquier momento de la urbe, con recolectores y cazadores yendo y viniendo de un lugar a otro, enfrascados en sus quehaceres. Lo único que difería aquel contexto de los otros en los que Daniel había visitado en el eje de la ciudad espiritual, era la reacción de sus conciudadanos esenciales; algunas veces se había movido entre la indiferencia, en otras entre diversas invectivas e improperios, pero en aquel momento lo que el joven recibía eran miradas elocuentes, algunas medrosas, otras menos, de admiración. El súmmum de lo extraño llego cuando un recolector de aspecto famélico le pidió un autógrafo.

—¿Cómo…? —preguntó el joven desconcertado, mirando el bruno trozo de tela que el espíritu sostenía entre sus manos.

Con disimulo, Tomás le explicó en una frecuencia esencial, que la joven alma que los observaba no pudo escuchar, que debía hacer algún tipo de marca en aquella tela empleando una cantidad nimia se su esencia. Sin tener demasiado claro cómo hacerlo, Daniel acercó el dedo índice de su mano derecha a aquel pedazo de hábitos e intentó depositar la menor cantidad de energía esencial que pudo liberar. De súbito, la tela se desintegró en las manos del recolector.

Daniel se llevó la mano a la cabeza y se disculpó avergonzado.

—Perdona de verdad…

—¿Pero qué dices? He sido capaz de sentir la ebullición de tu esencia desde tan cerca… —el recolector estaba ostensiblemente emocionado, mezclando fervor y un desconcertante erotismo en su tono de voz.

Daniel miró a Tomás extrañado y se encogió de hombros. De pronto, un grupo de unos ocho recolectores que parecían estar esperando el resultado de la incursión groupie de la avanzadilla, se abalanzó sobre el joven con intenciones parecidas.

—No había ninguna posibilidad de que esto saliera bien… —se lamentó Tomás con fastidio.

—¡Tranquilidad, almas! —prorrumpió una voz tan enérgica como imponente.

Los circunstantes dirigieron sus miradas hacía el origen del contundente vozarrón, y comprobaron que pertenecía a Thorpe, el guerrero, que se había incorporado a la escena caracterizado con su habitual aspecto salvaje, ataviado con pieles de animales. Las diversas faces de los recolectores se iluminaron en consonancia ante la presencia del número cinco del ranking de cazadores.

—¡Si queréis ser alguna vez cómo este chico, más os vale poneros a cazar almas! De lo contrario, jamás pasaréis de ser unos insignificantes mequetrefes.

Las ánimas comprendieron la copla y abandonaron la entrada a la Torre, despavoridos. Por su parte, los indiscretos observadores que se habían detenido en derredor para contemplar la escena, también continuaron su camino.

Tomás miró entonces al cazador y, mediante un cortés gesto de su testa, le agradeció su intervención: —Gracias, Thorpe —profirió Tomás.

—No es nada, Tomás. Tu chico todavía no ha hecho nada, que beba de la gloria cuando demuestre su verdadera valía en el Coliseo.

Daniel cruzó su mirada con los vivos ojos marrones de Thorpe y creyó entrever cierto aire retador en ellos. Sin embargo, la conexión duró poco, ya que el cazador no tardó en devolver su atención a Tomás.

—¿Sabes algo de Sacha? —preguntó con perceptible ansiedad.

Tomás negó con la cabeza.

—Nada, nadie lo ha visto desde el anuncio —respondió Tomás con seriedad.

El cazador torció el gesto de su curtido rostro en señal de fastidio.

—Quiero que llegue ya el momento... —confesó Thorpe, apretando los dientes.

—¿Crees que podrás con él?

Thorpe dirigió una mirada furibunda a Tomás, señal inequívoca de que aquellas palabras, a su entender, rondaban el terreno de la ignominia.

—Voy a despedazarlo, y después de él vendrá... —El cazador se detuvo, esforzándose por contener la ira que cabalgaba a través de su esencia cuando el nombre de Kyle se cincelaba en su mente. —Hasta más ver, Tomás.

Sin agregar ninguna palabra más, Thorpe se marchó despertando de nuevo las atenciones de los viandantes. Su esencia era abrumadoramente poderosa, y solo de pensar en la remota posibilidad de hacerla frente algún día en el Coliseo, Daniel se estremecía. Como no podía ser de otra manera, al conocimiento del todavía recolector había llegado el anuncio de que Thorpe sería el encargado de poner a prueba la coronación de Sacha. Aquel ya era el evento esperado por toda la Ciudad Esencial, un enfrentamiento en el que se dilucidaría el futuro de la extraña comunidad espiritual.

Era conspicuo que Sacha tenía mucho apoyo en las calles, y según temía Tomás, una victoria suya podía propiciar una revolución sin precedentes con el cazador como portador de la bandera del cambio. Para su mentor, aquello significaría el principio del fin, no solo de cazadores y recolectores, sino de la existencia propiamente dicha. Pero Daniel no podía evitar sentir, como en otras ocasiones, que el cazador le ocultaba algo, de hecho, esa sombra jamás le abandonaba cuando estaba a su lado. Y en aquel momento, tras lo vivido en el Laberinto, y luego de descubrir que fue el propio Tomás el que le pidió a Elva que le protegiera dentro del Laberinto, más: “¿Quién eres Tomás? ¿Qué pretendes? Siento que todavía no te conozco y que nunca llegaré a hacerlo. Hasta hoy he confiado ciegamente en ti, una sensación irracional que germinó en mi interior desde nuestro ya lejano primer encuentro —reflexionó Daniel para sí, contrariado—.

Hasta la Gran Recolección, estaba dispuesto a tirarme de un puente si así me lo pedías, pero las cosas han cambiado. Sabías que corría peligro, sospechabas que la Sombra iría tras mi esencia, y aun así no dudaste en exponer a Elva de ese modo. ¿Pretendías que me protegiera o lo que buscabas era que la borrara de tu camino? No... No quiero pensarlo. Pero no tengo otra opción. Siento que ya no puedo confiar en ti...”

Cuando su esencia entró en contacto con la de Elva, luego de la Gran Recolección, Daniel revivió las vivencias de Elva en el Laberinto, y cómo esta se había enfrentado hasta casi fenecer con la Sombra, cómo también había abatido a la bestia del bosque, o cómo había recuperado su guadaña. Elva estuvo a punto de morir por salvarlo, y Tomás sabía que la cazadora hubiera hecho cualquier cosa por salvaguardar su seguridad. Daniel no podía evitar tener dudas, muchas dudas respecto al cazador.

Por fin, maestro y discípulo entraron al Registro.

Las diferentes ventanillas se hallaban, como era habitual, atestadas por largas colas.

—Parece un día ajetreado, pero a nosotros nos están esperando.

Vamos.

Preceptor y discípulo subieron hasta el piso superior. Aquel nivel de la O.L.A, estaba protagonizado por un interminable pasillo con puertas a ambos lados. La pareja solo tuvo que caminar un par de pasos hasta que Tomás decidió entrar en uno de los despachos, sin rasgo identificativo en relación al resto.

Una vez en el interior, un cazador de aspecto infantil, rizado cabello castaño, nariz achatada, orejas redondas y mofletes pecosos, se dirigió a él:

—Conozco esa mirada, todos los niñitos la utilizáis cuando me veis —comentó desdeñoso—. Antes de que digas nada no, no debería estar ni en la guardería ni en la escuela. Te cuadriplico en edad humana, y en ciclos... mejor ni hacer mención, así que guárdate tus impertinencias.

Daniel levantó las cejas, sorprendido, para después encogerse de hombros y permanecer en silencio.

—Este es Murdock, es... —trató de intervenir Tomás, antes de ser interrumpido por el cazador.

—Puedo presentarme yo mismo, gracias. Soy Murdock, encargado de las reminiscencias espirituales. Normalmente, mi departamento solo responde a peticiones de los más honorables y poderosos cazadores de la Ciudad Esencial, puesto que nuestro trabajo exige un gran consumo de energía espiritual además de un costoso tiempo de preparación, sin embargo, tienes la suerte de tener un despertador que hace muchos ciclos me salvó de un más que peliagudo atolladero —confesó el cazador, lazando una cómplice mirada de soslayo a Tomás—. ¿Estás preparado?

Daniel bullía de nervios. En aquel despacho no había más que una lámpara de pie con forma de enclenque árbol, que desprendía una luz tenue que pugnaba por abrirse paso entre la oscuridad.

—Bueno, chico, no tengo todo el día —insistió el cazador, ansioso.

—S-Sí... Estoy listo —consiguió articular el recolector, no sin dificultad.

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