Death

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Por primera vez en su vida, Daniel sintió, mientras abrazaba a Elva, que todo encajaba. Siempre había ido a contracorriente, caminando por un mundo que ni comprendía ni quería comprender, pero al tiempo que sentía la esencia de la cazadora fundida con la suya, de pronto creyó presenciar cómo los secretos de la existencia eran desvelados, cómo todas las preguntas eran resueltas y cómo las incertidumbres se trasmutaban en certezas.

Y de pronto, cuando parecía que no podía producirse nada más maravilloso que aquello, el silencio celestial que dominaba el ambiente fue fracturado por dos palabras que el recolector jamás podría olvidar:

—No te vayas... —susurró Elva, con un tono de voz desgarrado por la trascendencia del momento.

Y así se mantuvieron, abrazados, como si no existiera nada más en ninguna otra realidad ni existencia, temiendo que en caso de soltarse, no pudieran volver a sentirse el uno al otro nunca más.

No se puede concretar el tiempo que ambos pasaron de aquella manera porque en la Ciudad Esencial no existe la cadena temporal, pero aunque hubiera existido, no habría podido llegar a medir la trascendencia de aquella unión. Efímeramente eterna e indisoluble.

 

Capítulo LII: Pregunta

 

Desde el momento en el que un recolector de cabello rubio ceniza, guadaña negruzca y esencia turbadora despertó unas extrañas alas y abandonó el Coliseo luego obrar una de las victorias más épicas de la historia Gran Recolección, la Ciudad Esencial había recobrado, poco a poco, su habitual funcionamiento.

Suele ocurrir, a veces la gente piensa que hay eventos que pueden cambiar la vida de alguien y, sin embargo, son mucho más insignificantes de lo que se pensaba.

Como no podía ser de otro modo, Daniel se había erigido como uno de los temas de conversación recurrentes por las calles de la urbe espiritual. Tanto sus habilidades como su indómito carácter despertaban discrepancias. Algunos recolectores, aquellos que no habían estado en el Coliseo, se dedicaban a deslucir las hazañas del joven, por ejemplo, acusando a la organización de sabotear el evento para beneficiar al chico, o cualquier otro tipo de teoría conspiranoide que les facilitara asumir la existencia de alguien tan extraordinario.

Por contra, entre el grueso de los cazadores, el ambiente era diferente, no solo había irrumpido de súbito en escena un futuro competidor temible, sino que además tenía a su alcance habilidades que solo aparecían en vetustos cuentos y leyendas tiempo ha olvidadas. Sin embargo, la oficialización de la nueva posición de Daniel se estaba retrasando. Por lo normal, una vez terminada la Gran Recolección, se hacía un pequeño acto de investidura en el Coliseo de cara a la galería y después se oficializaba en las listas del registro de cazadores. No obstante, alguien había presentado un recurso en contra del cambio de rango, y solo podían presentar recursos los Jueces, así que era algo serio.

En la Torre de las Almas, para decidir sobre si otorgar o no a Daniel la posición de cazador, estaban reunidos Donnie, el Juez supervisor, Amanda, actual mandataria de los Juzgados, y Didier, el Juez acusador:

—¡Ese chico acabará con todos nosotros! —vociferó el Juez de tez morena, con gestos evidentes de crispación—. Es una amenaza que no podemos dejar que se extienda.

—Le veo muy exaltado, Didier —trató de tranquilizar Donnie a su compañero, con un tono conciliador—. Es cierto que sus habilidades son de lo más inusuales, pero más allá de eso...

—¡Cállese, Donnie! —rugió Didier, golpeando con fiereza la mesa negruzca alrededor de la cual se estaba manteniendo la reunión.

—¡Basta! —intervino Amanda, también enfadada—. He aceptado atender su reclamación, Didier, pero no voy a permitir que falte al respeto a un Juez de un registro de servicios tan intachable.

Estamos aquí para hablar todos y exponer nuestros argumentos. Si no se somete a estas normas, será mejor que abandone la sala.

Los ojos color café de Didier, chocaron furtivamente con la mirada tan pacífica como severa que desprendía la suma Jueza. Luego de unos tensos instantes, el Juez se mesuró y, con un gesto de complicidad, se disculpó a regañadientes con Donnie, el cual, mediante una afable sonrisa, respondió receptivo al gesto de su compañero.

—Bien, gracias a ambos —profirió Amanda satisfecha.

Tras una leve pausa, la Jueza deslizó sus ojos hacia Didier y le invitó a hablar.

—Creo que durante innumerables cacerías, capturas de ánimas viles y filibusteras, y múltiples servicios a la Ciudad Esencial, he demostrado un criterio y una ética incorruptibles a la hora de anteponer los intereses de esta comunidad a todo lo demás —declaró Didier con solemnidad—. No tendría ningún problema en mirar hacia otro lado, ignorar la indudable amenaza que no solo siento yo, sino que toda ánima con cierta capacidad de percepción es capaz de detectar, y dedicarme a otras de las muchas tareas que tengo sobre mis hombros, pero mi moral me lo impide —Didier detuvo su elocución para comenzar a caminar alrededor de la sala, exhibiendo su patente nerviosismo—. Saben ustedes mejor que nadie que los monstruos existen. Nosotros, por desgracia, somos los encargados de hacer que esos seres abyectos no intoxiquen nuestra sociedad, y gracias a nuestro trabajo, hoy están a buen recaudo en el abismo más funesto de nuestro mundo; yo mismo he visto y he enfrentado a muchos de esos abominables seres capaces de destruir un número incontable de almas, y no tengo ninguna duda de que ese chico tarde o temprano se convertirá en un peligro insostenible para nosotros.

—Nadie pone en cuestión sus capacidades como Juez, Didier, por algo está aquí con nosotros —respondió Amanda, irradiando calma—. Confío en su criterio en la misma medida que creo en el de cualquiera que porte estos hábitos y lo que ello implica, sin embargo, más allá de una serie sospechas infundadas y vagas percepciones, no hallo ningún motivo por el que se deba, ni mucho menos, encarcelar al recolector conocido como Daniel, como tampoco encuentro ninguna razón para no concederle el rango de cazador.

—¿Vagas? ¿En serio? —preguntó Didier, con una mezcla de incredulidad e indignación—. No sean hipócritas, no antepongan sus intereses a los de las almas por las que velamos.

—¿Hipócritas? —intervino Donnie—. Mira, Didier, le respeto, como Juez ha demostrado en múltiples ocasiones su capacidad para detener a los cazadores más escurridizos, pero no puedo evitar vislumbrar ciertas intenciones subrepticias en esta acusación que nos trasladas.

El enrabietado Juez miró con furia a Donnie, esperando a que este tuviera la osadía de completar su argumento. Este aceptó el reto sin borrar de su rostro su habitual gesto amable.

—Es por muchos de nosotros conocida su mala relación con el mentor de Daniel, Tomás. Durante muchos ciclos, intentó sin éxito hallar pruebas que justificaran su internamiento en la institución Zamenhoff, por lo tanto, creo que su implicación personal en este asunto es de lo más evidente.

—No sea cobarde. Exprésese sin eufemismos, Juez.

—Sin problemas, Juez. Considero que la intrincada animadversión que siente por Tomás le lleva a sacar de quicio una situación, que más que alarmante, yo tildaría de interesante.

—¡Esto es inadmisible! ¡No voy a seguir permitiendo sus burdas acusaciones!

—Eres libre de no admitirlas, mi guadaña siempre arde en deseos de tomar el aire.

—Contrólense, sobre todo usted, Didier —pacificó Amanda, mirando con fijeza al Juez ofendido—. Está demasiado exaltado.

El Juez continuó paseándose por la negruzca sala, por un lado buscando mesurarse y por otro construyendo los argumentos adecuados para reforzar su postura. De súbito se detuvo, y tras pasear su mirada por Donnie, la clavó en Amanda.

—Debo insistir. La esencia de ese chico tiene una naturaleza demasiado peligrosa. Jueza, se va a arrepentir si no decreta su detención inmediata.

—Lo rechazo absolutamente —respondió sucinta.

Tragándose su impotencia, Didier apretó los dientes y domó sus emociones.

—En ese caso, debo proponer la puesta en suspensión de su admisión en el registro de cazadores hasta que se lleve a cabo una minuciosa investigación.

—Rechazo que sea necesaria cualquier investigación, Juez. En la sala están presentes los ojos que han velado por el cumplimiento de las normas de la Gran Recolección, y si el Juez Donnie no considera que se haya producido ninguna irregularidad, no veo motivo alguno por el que no tornar en oficial su nueva condición.

Donnie se encogió de hombros y negó con la cabeza.

—Ha sido una Gran Recolección de lo más atípica, pero más allá de eso, y de alguna pequeña eventualidad permisible por la naturaleza especial del evento, considero la victoria de Daniel legítima y su nombramiento como cazador más que merecido.

—¿Algo que añadir, Juez? —preguntó Amanda, mirando a Didier con gesto interrogativo.

El Juez bajó durante un instante la mirada, para después mostrar un semblante cargado de renovada convicción: —Estando así las cosas, me veo obligado a poner mi puesto en juego. Decido trabar mi posición de Juez ante una decisión que considero incorrecta.

Donnie y Amanda se miraron fugazmente, impulsados por la sorpresa de la declaración, sin embargo, con presura devolvieron su atención a Didier. La suma Jueza se dispuso a confirmar aquellas palabras, pero sin que tuviera tiempo para hacerlo, Didier abandonó la estancia, dejando implícita su autorización.

—No pensaba que su odio llegaría hasta este punto... —comentó Donnie sorprendido.

—Hacía tiempo que ningún Juez llevaba al Coliseo temas que deben resolverse aquí, en los Juzgados. No es lo más adecuado de cara a los tumultuosos tiempos que se avecinan... —agregó Amanda, con evidente aire de preocupación.

La noticia corrió como la pólvora por los mentideros espirituales de la Ciudad: Didier había retado a Daniel a un combate, al considerar peligroso para la sociedad su alzamiento como cazador, sin embargo, pese a lo que pudiera parecer, la determinación tomada por el Juez solo provocó que la fama que el recolector se había granjeado en la Gran Recolección se viera aumentada. No solo sus inimaginables habilidades habían impactado con contundencia en la opinión de los habitantes de la ciudad, las palabras proferidas por el chico durante su porfía en el Coliseo, habían contribuido al nacimiento de una corriente de opinión, que como él, ponía en tela de juicio el sistema alrededor del que giraba la Ciudad Esencial. Su sorpresiva marcha en el momento del nombramiento oficial había sido tomada como una acción de protesta, o al menos así lo estaban intentando hacer ver los movimientos antisistema de la ciudad.

Luego de recibir la llamada de su mentor, Daniel se presentó en el apartamento de Tomás, y por fin, conversaron por primera vez tras el final de la Gran Recolección. El joven le narró a su maestro todas las sensaciones y pormenores que había sufrido en tan ardua andadura, y del mismo modo, le trasladó las numerosas lecciones que había aprendido. Pese a que fue todo lo sincero que se sintió capaz de ser, Daniel omitió detalles como su encuentro con el Coliseo, por considerar que aquellas eventualidades tan especiales debía conservarlas en su interior. Por su parte, Tomás le explicó a Daniel cuál era la situación respecto a su nombramiento como cazador, no sin antes felicitarlo por haber superado una prueba tan dura y complicada.

El joven se mostró reacio a hacer frente a Didier.

—Creo que no tengo nada que demostrar... No sé si quiero ser partícipe de esto —confesó Daniel, meditabundo.

—Nunca quise que ganaras la Gran Recolección para formar parte de este sistema domesticador, basado en generar entretenimiento para tener a las esencias ocupadas —reconoció Tomás—. Necesitabas enfrentarte a este reto para demostrarte a ti mismo y al mundo que tienes algo con lo que nadie más cuenta: un poder que todos respetarán y temerán. Entenderé que no quieras hacer frente a Didier en su vendetta personal contra mí. El nuestro es un idilio que dura ya demasiado tiempo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Daniel, mirando con fijeza los ojos marrones del cazador—, ¿cuál es el siguiente paso?

Tomás le devolvió la mirada en gestó pensativo, reclinado en su sillón de cuero marrón.

—Llega un momento en el que toda ave debe dejar que sus polluelos alcen el vuelo... —respondió el cazador con una sonrisa—.

Sin embargo, que no tengas aún la posición que por méritos te corresponde complica las cosas. No tengo mucho más que enseñarte, Daniel, has demostrado en el terreno de batalla que eres capaz de llegar a cotas impensables para mí y para ninguno de las demás almas de este mundo —reconoció Tomás con sinceridad—. Cuando supe de tu existencia, soñé con el ánima que podría cambiar este mundo, pero considero que debes ser tú el que decida cómo hacerlo, si es que así lo quieres. Sin embargo, antes de que te aventures en tan compleja tarea, te debo algo.

Daniel no tardó mucho en entender a qué se refería Tomás: su madre. El cazador le había prometido que trataría de lograr que pudiera ver por una última vez a su figura materna, y parecía que por fin iba a poder hacerlo.

Sin mediar palabra, cazador y recolector salieron del apartamento y caminaron por el bulevar en dirección al Registro Espiritual.

Tras ganar la Gran Recolección y regresar de su escapada con Elva, Daniel se había tomado un breve tiempo de asueto en el plano real. Sabía que no podía volver por su barrio ni contactar con ninguna de las personas de su vida mortal, sin embargo, no pudo evitar pasarse por el bar de Ramón e, impostado en su falaz cáscara mortal, observar a David. El dueño del bar no le había mentido a la hora de trasladarle el estado de pesadumbre del que fuera su mejor amigo; su esencia estaba absolutamente deprimida. El joven no había llegado a imaginar que su ausencia le provocaría tal grado de tristeza, por lo que verlo en aquella pose le fracturó el corazón. Por un momento, estuvo a punto de romper las normas y trabar conversación con él, sin embargo se contuvo. Se había labrado muchos enemigos con su victoria en la Gran Recolección, y con toda seguridad, tenía muchos otros logrados sin su conocimiento, por lo que dirigirse a su amigo era un riesgo al que no le podía someter.

En las frías noches en las que durmió en una casa vacía del barrio de Chamartin, el joven buscó enterarse de las noticias, sobre todo deportivas, ver alguna película e incluso leer algún libro de aquellos que tenía pendientes de su vida mortal. Le resultó imposible.

Aquel ya no era su mundo y no había nada en él que le sedujera.

Tampoco era consciente de la fecha en la que se encontraba. Aquellas ya no eran sus cadenas.

En ese tiempo Elva, Kevin e Irina coparon sus pensamientos, recuerdos que cuando eludían el influjo del amor, pisaban un tremebundo terreno que parecía atravesarle el corazón cada vez con mayor virulencia. La inesperada llamada de Tomás le había hecho regresar a la Ciudad Esencial antes de lo previsto, para regocijo del recolector; allí ya no se sentía cómodo.

Como era habitual, los aledaños de la Torre de las Almas presentaban el bullicioso aspecto propio de cualquier momento de la urbe, con recolectores y cazadores yendo y viniendo de un lugar a otro, enfrascados en sus quehaceres. Lo único que difería aquel contexto de los otros en los que Daniel había visitado en el eje de la ciudad espiritual, era la reacción de sus conciudadanos esenciales; algunas veces se había movido entre la indiferencia, en otras entre diversas invectivas e improperios, pero en aquel momento lo que el joven recibía eran miradas elocuentes, algunas medrosas, otras menos, de admiración. El súmmum de lo extraño llego cuando un recolector de aspecto famélico le pidió un autógrafo.

—¿Cómo…? —preguntó el joven desconcertado, mirando el bruno trozo de tela que el espíritu sostenía entre sus manos.

Con disimulo, Tomás le explicó en una frecuencia esencial, que la joven alma que los observaba no pudo escuchar, que debía hacer algún tipo de marca en aquella tela empleando una cantidad nimia se su esencia. Sin tener demasiado claro cómo hacerlo, Daniel acercó el dedo índice de su mano derecha a aquel pedazo de hábitos e intentó depositar la menor cantidad de energía esencial que pudo liberar. De súbito, la tela se desintegró en las manos del recolector.

Daniel se llevó la mano a la cabeza y se disculpó avergonzado.

—Perdona de verdad…

—¿Pero qué dices? He sido capaz de sentir la ebullición de tu esencia desde tan cerca… —el recolector estaba ostensiblemente emocionado, mezclando fervor y un desconcertante erotismo en su tono de voz.

Daniel miró a Tomás extrañado y se encogió de hombros. De pronto, un grupo de unos ocho recolectores que parecían estar esperando el resultado de la incursión groupie de la avanzadilla, se abalanzó sobre el joven con intenciones parecidas.

—No había ninguna posibilidad de que esto saliera bien… —se lamentó Tomás con fastidio.

—¡Tranquilidad, almas! —prorrumpió una voz tan enérgica como imponente.

Los circunstantes dirigieron sus miradas hacía el origen del contundente vozarrón, y comprobaron que pertenecía a Thorpe, el guerrero, que se había incorporado a la escena caracterizado con su habitual aspecto salvaje, ataviado con pieles de animales. Las diversas faces de los recolectores se iluminaron en consonancia ante la presencia del número cinco del ranking de cazadores.

—¡Si queréis ser alguna vez cómo este chico, más os vale poneros a cazar almas! De lo contrario, jamás pasaréis de ser unos insignificantes mequetrefes.

Las ánimas comprendieron la copla y abandonaron la entrada a la Torre, despavoridos. Por su parte, los indiscretos observadores que se habían detenido en derredor para contemplar la escena, también continuaron su camino.

Tomás miró entonces al cazador y, mediante un cortés gesto de su testa, le agradeció su intervención: —Gracias, Thorpe —profirió Tomás.

—No es nada, Tomás. Tu chico todavía no ha hecho nada, que beba de la gloria cuando demuestre su verdadera valía en el Coliseo.

Daniel cruzó su mirada con los vivos ojos marrones de Thorpe y creyó entrever cierto aire retador en ellos. Sin embargo, la conexión duró poco, ya que el cazador no tardó en devolver su atención a Tomás.

—¿Sabes algo de Sacha? —preguntó con perceptible ansiedad.

Tomás negó con la cabeza.

—Nada, nadie lo ha visto desde el anuncio —respondió Tomás con seriedad.

El cazador torció el gesto de su curtido rostro en señal de fastidio.

—Quiero que llegue ya el momento... —confesó Thorpe, apretando los dientes.

—¿Crees que podrás con él?

Thorpe dirigió una mirada furibunda a Tomás, señal inequívoca de que aquellas palabras, a su entender, rondaban el terreno de la ignominia.

—Voy a despedazarlo, y después de él vendrá... —El cazador se detuvo, esforzándose por contener la ira que cabalgaba a través de su esencia cuando el nombre de Kyle se cincelaba en su mente. —Hasta más ver, Tomás.

Sin agregar ninguna palabra más, Thorpe se marchó despertando de nuevo las atenciones de los viandantes. Su esencia era abrumadoramente poderosa, y solo de pensar en la remota posibilidad de hacerla frente algún día en el Coliseo, Daniel se estremecía. Como no podía ser de otra manera, al conocimiento del todavía recolector había llegado el anuncio de que Thorpe sería el encargado de poner a prueba la coronación de Sacha. Aquel ya era el evento esperado por toda la Ciudad Esencial, un enfrentamiento en el que se dilucidaría el futuro de la extraña comunidad espiritual.

Era conspicuo que Sacha tenía mucho apoyo en las calles, y según temía Tomás, una victoria suya podía propiciar una revolución sin precedentes con el cazador como portador de la bandera del cambio. Para su mentor, aquello significaría el principio del fin, no solo de cazadores y recolectores, sino de la existencia propiamente dicha. Pero Daniel no podía evitar sentir, como en otras ocasiones, que el cazador le ocultaba algo, de hecho, esa sombra jamás le abandonaba cuando estaba a su lado. Y en aquel momento, tras lo vivido en el Laberinto, y luego de descubrir que fue el propio Tomás el que le pidió a Elva que le protegiera dentro del Laberinto, más: “¿Quién eres Tomás? ¿Qué pretendes? Siento que todavía no te conozco y que nunca llegaré a hacerlo. Hasta hoy he confiado ciegamente en ti, una sensación irracional que germinó en mi interior desde nuestro ya lejano primer encuentro —reflexionó Daniel para sí, contrariado—.

Hasta la Gran Recolección, estaba dispuesto a tirarme de un puente si así me lo pedías, pero las cosas han cambiado. Sabías que corría peligro, sospechabas que la Sombra iría tras mi esencia, y aun así no dudaste en exponer a Elva de ese modo. ¿Pretendías que me protegiera o lo que buscabas era que la borrara de tu camino? No... No quiero pensarlo. Pero no tengo otra opción. Siento que ya no puedo confiar en ti...”

Cuando su esencia entró en contacto con la de Elva, luego de la Gran Recolección, Daniel revivió las vivencias de Elva en el Laberinto, y cómo esta se había enfrentado hasta casi fenecer con la Sombra, cómo también había abatido a la bestia del bosque, o cómo había recuperado su guadaña. Elva estuvo a punto de morir por salvarlo, y Tomás sabía que la cazadora hubiera hecho cualquier cosa por salvaguardar su seguridad. Daniel no podía evitar tener dudas, muchas dudas respecto al cazador.

Por fin, maestro y discípulo entraron al Registro.

Las diferentes ventanillas se hallaban, como era habitual, atestadas por largas colas.

—Parece un día ajetreado, pero a nosotros nos están esperando.

Vamos.

Preceptor y discípulo subieron hasta el piso superior. Aquel nivel de la O.L.A, estaba protagonizado por un interminable pasillo con puertas a ambos lados. La pareja solo tuvo que caminar un par de pasos hasta que Tomás decidió entrar en uno de los despachos, sin rasgo identificativo en relación al resto.

Una vez en el interior, un cazador de aspecto infantil, rizado cabello castaño, nariz achatada, orejas redondas y mofletes pecosos, se dirigió a él:

—Conozco esa mirada, todos los niñitos la utilizáis cuando me veis —comentó desdeñoso—. Antes de que digas nada no, no debería estar ni en la guardería ni en la escuela. Te cuadriplico en edad humana, y en ciclos... mejor ni hacer mención, así que guárdate tus impertinencias.

Daniel levantó las cejas, sorprendido, para después encogerse de hombros y permanecer en silencio.

—Este es Murdock, es... —trató de intervenir Tomás, antes de ser interrumpido por el cazador.

—Puedo presentarme yo mismo, gracias. Soy Murdock, encargado de las reminiscencias espirituales. Normalmente, mi departamento solo responde a peticiones de los más honorables y poderosos cazadores de la Ciudad Esencial, puesto que nuestro trabajo exige un gran consumo de energía espiritual además de un costoso tiempo de preparación, sin embargo, tienes la suerte de tener un despertador que hace muchos ciclos me salvó de un más que peliagudo atolladero —confesó el cazador, lazando una cómplice mirada de soslayo a Tomás—. ¿Estás preparado?

Daniel bullía de nervios. En aquel despacho no había más que una lámpara de pie con forma de enclenque árbol, que desprendía una luz tenue que pugnaba por abrirse paso entre la oscuridad.

—Bueno, chico, no tengo todo el día —insistió el cazador, ansioso.

—S-Sí... Estoy listo —consiguió articular el recolector, no sin dificultad.

De pronto, Tomás y el cazador llamado Murdock abandonaron la habitación dejando a Daniel solo en la oscuridad, embriagado por un cúmulo inefable de emociones. El joven no sabía hacia dónde mirar ni cómo contener sus nervios; se mantuvo pétreo, expectante. En ese momento, la lámpara desprendió un deslumbrante fogonazo que a punto estuvo de hacerle besar el piso debido a su intensidad. Cuando la luz se hubo disipado, Daniel asistió estupefacto a cómo aquel lugar sombrío y habitado por las umbras, se había convertido en un espacio níveo y acendrado, solo protagonizado por una figura: era ella, como nunca en su vida la había visto: vital, sonriente, feliz. Era su madre, caminando lentamente hacía él. El joven no corrió hacía ella ni hizo ademán alguno. Por primera vez desde que poseía memoria, rompió a llorar.

Tras el incontrolable impacto inicial, Daniel se abalanzó sobre su figura materna y se fundió con ella en el abrazo más emotivo que jamás había sido capaz de dar. Quedaban tantas cosas que quería decirle, preguntarle, transmitirle, tantas, que le fue imposible liberar palabra alguna. Nunca había visto a su madre así: jubilosa, sonriente, de aspecto salubre, con su áurea melena al viento. No sabía dónde había estado y ni siquiera podía afirmar que fuera ella en realidad, sin embargo, su corazón le hacía sentir que sí, que estaba allí, en aquel instante, en aquel momento, entre sus brazos. Había sufrido mucho a su lado, era indudable, mas ese dolor forjó entre ellos un vínculo tan especial como inquebrantable, solo alcanzable para aquellos capaces de vislumbrar lo sublime en lo funesto.

Entre todo aquello que el joven quería declarar, solo acertó a proferir:

—Te quiero.

La esencia resucitada respondió con una cándida sonrisa acompañada de un cada vez más cálido abrazo. Daniel continuó con una retahíla casi inconexa de frases, preguntas y aseveraciones que fueron respondidas con la misma afabilidad una y otra vez. Pronto, Daniel comprendió que aquella representación espiritual no podía hablar, no obstante, como ocurre por ejemplo con las personas en estado vegetativo, no existía ninguna razón por la que no pudiera estar escuchando lo que le decía, o al menos eso quería creer. Luego de vacilar durante un momento, se desembarazó del abrazo y, con gesto solemne, le confesó aquello que tanto había necesitado decirle tras su muerte.

—Lo...lo... —necesitaba fuerza, valentía para decirlo—, lo siento... No... No... No pude salvarte…

Y fue entonces, cuando la losa que tan pesadamente le había atormentado durante tanto tiempo, se evanesció. Aquella era la fuente más furibunda de su sufrimiento; no era el pesar de ver cómo la Muerte había ido envolviendo a la persona que más quería durante años, ni tampoco que la realidad reaccionara con indiferencia ante algo tan trascendental, lo que lo había atormentado era no haber podido salvarla de las garras de aquel monstruo en forma de enfermedad que la había consumido en vida.

Como ya ocurriera aquella vez en la que la realidad del joven cambió por una simple llamada de teléfono, nada pareció ser diferente.

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