Darling

Darling


Capítulo 20

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Turtle piensa: «te abandonó y tuviste tiempo para reunir los pedazos en que te partiste, e hiciste lo que pudiste, hiciste bastante. Ahora tienes elección, y no te digas que no la tienes. Puede que no se te vuelva a presentar el momento y puede que no haya muchos momentos así en tu vida, pero podrías hacerlo ahora. Puede que no hayas tenido mucho tiempo, probablemente no hayas pasado tantas noches a solas como te habría gustado, pero era todo cuanto necesitabas y ahora tienes elección.

Aléjate, Turtle. Aléjate de él, y si te sigue y no te deja marchar, lo matas. Te lo ha dado todo y lo único que tienes que hacer es alejarte. ¿Recuerdas cuando la sangre corría por tus venas como agua fría y clara? Podrías volver a encontrar ese sitio, y sería difícil, pero estaría bien. Nada ni nadie puede mantenerte apartada de él; solo tú puedes hacer que vuelvas a la oscuridad, solo tú puedes hacerlo. Él no te lo puede hacer, y no te mientas a ese respecto. Así que aléjate, Turtle. Piensa en tu alma y aléjate».

Martin se planta a su lado en dos zancadas y la golpea con fuerza en la mandíbula. Turtle se tambalea hacia atrás con un hilo de sangre, y experimenta una abrumadora sensación de alivio. Él la coge del pelo y la levanta, la estampa contra la puerta cerrada, y ella se agarra a la jamba con una mano y al pomo con la otra, aferrándose a él en busca de asidero, la cara pegada a la madera mientras él le baja los pantalones de un tirón, y Turtle piensa: «gracias a Dios, joder», y él le baja los pantalones hasta los muslos y, mientras se desabrocha los Levi’s, hay un instante en el que ella lo espera, agarrándose a la jamba, con los pantalones enredados en los muslos y el coño desnudo ante él, y Martin se queda detrás de ella, su aliento cálido en el cuello, y ella se vuelve para mirarlo, los ojos tan entornados que los colmillos de sus pestañas ocultan el rostro de Martin, lo mira con amor, amor de verdad, y Martin, con la mano enredada en su pelo, la empuja contra la puerta, el grano de la madera dejándole verdugones en la mejilla.

Turtle nota que algo se tensa con el movimiento de Martin, algo que se extiende demasiado, los dedos de él acariciándole el pelo, agarrándoselo y partiéndolo. Martin está concentrado, como si intentase dirigir su atención a través de ella hacia un principio que a Turtle se le escapara, clavándola contra la puerta cerrada con desesperación, cada movimiento un desdén continuo, repetitivo. La aniquilaría si pudiera. Le tira de los brazos, del pelo, como si quisiera desmembrarla, repitiendo una y otra vez: «Perra, zorra», y algo en sus palabras es como un sonsonete carente de sentido. Turtle mira hacia la madera, cerrando los ojos, con una mano entre las piernas, sonriendo con el dolor, sujetando con dos dedos su polla, los huevos contraídos como una lima arrugada contra sus dedos, y Turtle parece mayor de lo que es, fuera de sí misma, dispuesta a morir en ese instante, dispuesta a que acabe con ella, percibe el odio que le tiene Martin, una compulsión tensa, insoportable, y Turtle se rinde a ella, se abre a ella, todos sus pensamientos convulsos y negros. Martin da sacudidas y sufre espasmos, la coge por la nuca, por el hombro, hundiendo con fuerza los dedos, y Turtle cierra los ojos, todo su cuerpo agarrotado. Aparta la cara de la puerta, la apoya en su propio bíceps, y grita, el pelo pegado a las mejillas. Martin se aleja de ella y el semen se sale y le escurre por las piernas, y le cae un poco en la mano ahuecada y se yergue, se tambalea con los pantalones aún por los muslos, y se los sube a medias, aún desabrochados, pero ya en la cadera, la bragueta abierta, y se vuelve para mirarlo. Él está encorvado, jadeando, con los ojos abiertos, como si le sorprendiera lo que acaba de pasar. Turtle, fría, está decidida, su carne despojada de calor, el corazón frío, salvaje e inconquistable. Martin se saca la pistola y se la pone bajo la barbilla, la respiración entrecortada, echando el aliento por la boca.

—Este podría ser el final. Solos tú y yo, después, nada…, nada… —dice Martin. Es como si no pudiera mirarla a los ojos: mira más allá, le mira la boca, pero no le devuelve la mirada. Se pasa la lengua por los labios, un gesto inconsciente de dolor o placer, y luego le hace una mueca, dejando a la vista todos los dientes, retrayendo los labios.

Le empuja la barbilla con la pistola, y ella lo deja hacer, sus ojos moviéndose para seguirlo mientras le levanta la cara.

—Te necesito —confiesa—. Te necesito no sabes cómo. Y esto, esto, podría ser nuestro mundo, ratoncito. A tomar por culo el resto. Esto sería todo. Terminaría contigo y luego conmigo. Quemaría la puta casa. Lo quemaría todo y a tomar por culo, acabaría con todo. Joder, estoy tan harto, ratoncito. Quiero acabar así, Darling, tú y yo, un final perfecto. Tenerte solo para mí, de una vez por todas. Sabes perfectamente que no hay vuelta atrás. Estamos demasiado metidos en esto, y yo no he conseguido llegar a ninguna parte. He pasado tres meses lejos de ti y me he dado cuenta, todos los días, me he dado cuenta de que no estaba haciendo lo correcto. No hay escapatoria, y no podemos seguir con esto. Así que le ponemos fin juntos. Aquí y ahora.

Pasa la pistola de su barbilla a su frente, mira fijamente a algún punto entre sus ojos, y Turtle lo mira a su vez, temblando ahora, unos temblores que llegan en rápida sucesión y después se desvanecen, y la hierba ondea a su alrededor como un océano.

—Me quieres matar —suelta ella, solo por decirlo.

Al oír eso, él se estremece. Se aparta de ella y se pone las manos en las sienes, una de ellas con la pistola. Luego se dobla sobre la hierba, como si fuera a vomitar.

—¡Joder! —exclama, sacudiendo la cabeza—. ¡Joder! —repite—. ¡Joder!

Se pone la pistola bajo la barbilla, mira al cielo oscuro, la parte inferior de las nubes plateada. Después, porque olvida que hay una bala en la recámara, o porque le gusta el drama, desliza ruidosamente la corredera y Turtle oye que la bala se atora. Martin profiere un ruido como de queja, mira la pistola, inspeccionándola en la oscuridad.

—Joder —repite nuevamente, sin dar crédito, golpeando la pistola con el pulpejo de la mano.

—Tienes que limpiarla, eso es todo.

Él sacude la cabeza.

—No me hables así —pide—, no seas cabrona. No ahora. Ahora no.

Turtle no dice nada.

—Joder —espeta Martin. Mira por el extractor. Turtle sabe, solo por el sonido, que se ha introducido otra bala en la recámara sin que se haya extraído la primera. Sabe que se ha encasquillado y lo puede arreglar, pero no hace nada para ayudarlo. Martin toquetea la bala medio alojada en la recámara, tratando de tirar de la atorada corredera, haciendo muecas—. Esta mierda se ha encasquillado —asevera, como si no se lo pudiera creer. A Turtle le da vergüenza ajena. Martin golpea la pistola con el pulpejo una vez más, tratando de hacer que algo ceda—. Vale —dice, mirando a su alrededor—. Joder. Vale. —Levanta la mirada, asintiendo, reconsiderando, mordiéndose el labio inferior, jadeando de frustración—. Seguimos como hasta ahora.

Turtle escupe en la hierba y echa a andar por la pradera hacia la casa, que se alza, solitaria y oscura, en la cima de la negra colina.

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