Darkness

Darkness


Darkness

Página 1 de 6

>> Dedicado a todas aquellas personas que me animaron a hacer lo que más amaba; que amarraron mi sueño a ellos para que a mí no se me pudiera escapar.

A aquellos que me hicieron sufrir, porque con ese mismo dolor logré reflejar sentimientos y emociones reales en “Darkness”.

Para mi hermana mayor, Cleo, que fue el apoyo más grande e incondicional que pude tener; gracias hermana por hacer de mi sueño, tu sueño y por hacer de mi felicidad, tu felicidad ¡Te quiero!

Y para las cientos de Erotiadictas que me siguen, me quieren y animan a escribir siempre.

Pero sobre todo, les dedico este libro a Donald & Annabelle que lograron cambiar mi vida.

 

Os quiero profunda, infinita y verdaderamente. Siempre.

 

-Athenea Vadcke.

 

“Él fue el sueño que quise vivir. La pesadilla que quise evitar. La pasión que quise sentir.

Y el amor que quise encontrar.”

 

Annabelle Polliensky de Bouffart.

 

INDICE

 

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

16

17

18

19

20

21

22

23

24

25

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

Darkness

Prólogo

 

¿Cómo puede alguien odiar tanto a una persona y al mismo tiempo amarla? ¿Cómo puede uno cumplir una tan obligada promesa a un ser muerto, cuando a ese mismo ser le juraste morir si a él le pasaba algo?

Pues así es como estoy yo ahora, acá sentada en el húmedo pasto, frente a una frívola lapida con el nombre -y el cuerpo bajo ésta-del hombre que tanto amé, pero que involuntariamente, me hizo más daño que el resto de esa maldita gente con la que tuve la mala suerte de vivir.

Me siento vacía, inservible sin él… sé que tengo parte de la culpa de que su cuerpo esté bajo tierra y su alma en el infierno, yo no fui lo suficientemente fuerte, ni le obligué a hacer lo correcto. Pero ¿No es de hipócritas pedirle a alguien que haga lo correcto cuando tú misma estás haciendo lo indebido? Y ahora, por no lograr cambiar y alejarme de todo eso, me encuentro aquí diariamente desde hace un mes, llorando su maldita muerte.

Amigos, familias, extraños; absolutamente todo el mundo nos dio la espalda. Era más que obvio que algo así sucedería, nadie en su sano juicio quiere lidiar con personas como nosotros, una vergüenza para la sociedad.

Me quejo, y continúo haciéndolo a medida que me voy poniendo en posición fetal frente a su fúnebre tumba. Lloro, maldigo, vuelvo a llorar y luego vuelvo a maldecir y me mantengo llevando ese mismo ritmo hasta que en un momento veo todo negro y mi alrededor ya no existe.

¿Dónde estoy?

Me pregunto una y otra vez cuando un tétrico, pero conocido lugar, logro visualizar con mi apagada mirada. Me siento mareada, mi cabeza me duele, los ojos me arden y mi maltratado cuerpo pesa cada vez más…

Gritos, oigo gritos al otro extremo del lugar.

Me levanto dificultosamente, aferrándome a las paredes hasta sentir que estoy un poco equilibrada para comenzar a caminar. ¿Acaso dije caminar? No, eso no es lo que estoy haciendo; estoy arrastrando mis pies porque ni siquiera para levantarlos tengo fuerza.

Avanzo lentamente, cada vez los gritos son más audibles, son unos gritos desesperados, de esos que te desgarran la garganta…

Una mujer, un cuerpo tendido en el suelo, sangre, mucha sangre; tanta que ya ha teñido de rojo el cemento del piso… un arma, más sangre brotando de no sé dónde… una nota, un golpe… él… yo… y luego ¿Yo? Mirándonos a nosotros mismos…

 

–Señorita… Señorita–. Escucho una voz varonil muy a lo lejos.

Una tenue luz se va asomando a medida que abro –o más bien intento– separar mis pesados párpados que están completamente pegados. Duele, esa luz despampanante me dificulta mirar lo que sea que haya frente a mi mirada.

– ¿Está usted bien?–. Pregunta otra vez esa voz notoriamente nerviosa. Logro separar mis parpados y lo primero que visualizo es su nombre en esa estúpida lápida y, en su costado, un hombre ¿O un joven? No sé en realidad, en este lastimero estado ni siquiera puedo diferenciar tal cosa. Trato –inútilmente– levantarme del suelo. –Déjeme, le ayudo–. Dijo amablemente el hombre extendiendo su mano al ver mi fallido intento.

-Muchas gracias.- Contesto de mala gana y rindiéndome ante mi absurdo movimiento de pararme y le cojo la mano.

–No hay de qué–. Comentó con una leve sonrisa en sus rosados labios. –Se ha quedado usted dormida– Agrega.

–Si eso creo–. ¿Fue todo un sueño? No, claramente no lo fue. Ese horrible lugar, la sangre, nuestros cuerpos, uno casi tan inerte como el otro… No aquello no era un sueño, si más bien, un terrible recuerdo. Uno de esos recuerdos que te marcan de por vida, uno de los tantos recuerdos que me dejó el hombre más bueno y malo a la vez, el recuerdo en que decidió rendirse y dejarme, aquel día que me atormenta segundo tras segundo, el culpable de que me encuentre aquí; el ultimo recuerdo suyo… Su maldito deceso.

 

¿Cómo murió? Suicidándose.

¿Por qué lo hizo? No lo sé.

Vagamente recuerdo ese tortuoso día; es más, solo logro hacer memoria de ello mediante sueños. Lo único que jamás ha podido desaparecer de mi mente es su pálido cuerpo yacido en la frialdad del cemento y, junto a este, una carta… carta que hasta el día de hoy no me he atrevido a abrir.

¿Por qué mierda tuvo que dejarme?

¿Qué pudo haber sido tan malo para quitarse la vida?

Les confieso, o más bien reconozco, que padecíamos de severos síntomas suicidas, pero de la década de pasamos juntos, nunca habíamos intentado algo por el estilo… No, les estoy mintiendo, si hubo una vez. -Otra mentira más-fueron varias, por no decir infinitas, pero hubo una específica que fue el comienzo de nuestro calvario.

 

Flashback (Siete años antes)

 

Era una noche fría, cubierta por una espesa lluvia, estábamos en la sala de nuestro supuesto “hogar”, rodeados de varios amigos, unos peores que otro. Era una especie de fiesta a nuestro modo personal; guitarras, rock, alcohol, cigarros, drogas, montones de drogas: marihuana, éxtasis, cocaína, y una que otra pastilla antidepresiva; era lo que invadía las celebraciones nuestras. Todos los días era lo mismo, la misma rutina, la misma gente y hasta las mismas canciones. Esa noche, se suponía debía ser como todas las anteriores, pero algo se salió de control. ¿Mucho alcohol ingerido? ¿Exceso de sustancias mezcladas? Pues no lo sé realmente, solo recuerdo que todo se volvió un caos. Gritos, peleas, golpes, él sobre mí y los demás sobre él… arrepentimientos, su puño en mi quijada, lágrimas, sollozos, pedidas de perdón, más gritos y luego, un estruendoso ruido, uno que simulaba la caída de cuan saco de papas al piso, pero lo que cayó fue algo totalmente distinto. ¿Qué era? No quería averiguarlo, tenía pavor de saber su origen. Comencé a mirar a mí alrededor buscando pistas, y lo que no encontré me asustó aún más.

 

– ¿Do-dónde… Dónde está Donald?–. Pregunté tartamudeando.

Inmediatamente los chicos recorrieron el lugar. Nada. Seguí inspeccionando hasta que algo dentro de mí, me advertía de lo que estaba sucediendo. Temerosa, con gotas cristalinas acumulándose bajo mis parpados, empecé a caminar hacia el balcón; parecía que en ese momento mis pies se pedían permiso mutuamente para poder moverse. Rogaba porque mi interior me estuviera mintiendo. Continúo moviéndome hasta que mi cuerpo se ve impedido por la baranda del balcón, cierro los ojos por un momento, inhalo y exhalo tratando de calmarme y me inclino –aun con los ojos cerrados-a “mirar” por el barandal… Bastaron un par de segundos para armarme de valor y disponerme a abrir mis ya llorosos ojos… ¡NO! No podía ser él… su cuerpo, estaba incrustado en medio de la vereda, una mancha de sangre le rodeaba. No, él no pudo hacerlo, él no me dejaría; de seguro son esas malditas tabletas que me están haciendo alucinar. –Pensé- Pero no era así, el inconfundible sonido de la ambulancia me sacó de mi estado shockeante; volteé a mirar a las demás personas, y sin darme cuenta caí al suelo.

Para cuando reaccioné, yo ya me encontraba en una blanca habitación, había tubos conectados en mis manos.- ¿Dónde me encuentro?- Susurre creyéndome sola.

–Estás en el hospital–. Respondió Dave.

– ¿E-en… en el hospital? –Pregunté con un tono de voz nervioso.

–Ya me oíste.

– ¿Qué hago aquí Dave? –Dije totalmente desorientada. Traté de incorporarme en la cama, pero un leve mareo invadió mi cuerpo.

–No te muevas, debes descansar. –Con sus manos en mis hombros me empujó hacia atrás dejándome nuevamente acostada.

–Respóndeme, ¿Qué hago yo en este sitio?

–Te desmayaste luego de ver el cuerpo de… –En ese momento reaccioné.

– ¿Donald? ¿Dónde está él? –Dije interrumpiéndolo–. ¿Cómo está? Quiero verlo. ¡DI ALGO

MALDITA SEA! –Grité histéricamente al no obtener respuestas.

–Él… él está en la sala de emergencias. Los médicos lo están examinado y…

–Debo ir a verlo. –Dije sin más, levantándome de la cama.

–Tú no vas a ninguna parte. Vuélvete a acostar. –Me regañó Dave con voz de mando. Sin decir ni media palabra, me recosté nuevamente en la cama.

–Por favor. –Dije al borde del sollozo–. Dime al menos si está vivo o no. –Los ojos ya los estaba sintiendo aguados por el miedo que invadió mi cuerpo.

–Lo está “niña rica”, él está vivo… herido, pero vivo. –Un alivio enorme inundó mi ser en ese momento. Si él se hubiera muerto, yo lo habría hecho también.

 

Fin Flashback

 

Sin darme cuenta, le había relatado todo eso a aquel extraño. Él miraba a mis ojos atento, pendiente de todo lo que yo decía, esmerándose para no perderse detalle alguno. ¿Por qué me osaba a decirle todo a ese hombre? La verdad no lo sé. Tal vez necesitaba desahogo; tal vez el solo hecho de estar consciente de que no lo volvería a ver, me provocaba confianza o; tal vez, quería dar a conocer mi historia… perdón, nuestra historia.

 

–Siga relatando señorita.- Dijo aquel hombre al notar mi silencio.

–Te he intrigado ¿Verdad? –Pregunté con una leve sonrisa fantasma en mis labios.

–Sí, lo ha hecho. –Me dio la razón afirmando a la vez con un leve movimiento de cabeza.

–Está bien. –De la nada comencé a toser.

– ¿Se encuentra usted bien? –Interrogó con voz preocupado.

–No se preocupe por mí, he pasado por mucho, una simple tos no me hará más daño del ya causado.

–Tome. –Extendió su mano para ofrecerme un blanco pañuelo–. Esta limpio. –Sonrió de medio lado.

–Lo sé. –Fingí una sonrisa–. Gracias otra vez. –Le dije aceptando su pañuelo.

–No hay porque. ¿No quiere que conversemos en la banca más cercana mejor? –Sugirió apuntando la banca que estaba a unos metros frente a nosotros al ver que seguíamos frente a esa fría roca.

–No, por favor no. –Pedí–. Si quiere saber lo que sucedió, tendrá que ser aquí, frente a la tumba de uno de los protagonistas.

–Como quiera, señorita. –Se sentó en posición de indio a un lado de mí con su más que lujoso traje.

–Se te arruinara la ropa si te sientas en el pasto.

–No se preocupe, es solo ropa. Cara, pero ropa al fin y al cabo.

–Debió haberte costado una fortuna.

–Sí, así fue. –Dijo a secas.- Un gasto innecesario, para una ceremonia arruina vidas.

– ¿Por qué dices tal cosa? –Inquirí curiosa.

–Hoy, hoy fui víctima de un matrimonio arreglado, con una mujer a la que odio. –Confesó.

– ¿Por qué has aceptado eso? –Interrogué. Quería saber si teníamos esa situación en común.

–Entre familias adineradas eso es lo que sucede la mayor parte del tiempo. –Sí, teníamos exactamente eso en común.

– ¿Y por qué estás aquí y no con tu novia?

–Porque el amor de mi vida está enterrada en este cementerio y he venido a pedirle perdón por millonésima vez. –Otro tema en común. Otro sentimiento conocido.

–Lo entiendo. –Agaché la cabeza–. Tal parece que no somos tan distintos después de todo.

– ¿Qué la hace pensar tal cosa? -Preguntó con la misma curiosidad que yo mostré preguntas antes.

–Somos dos jóvenes ricos, cuyos amores están enterrados en este lugar.

–Es usted…

– ¿Millonaria? –Asintió–. Lo soy, o es más bien… lo fui.

–No entiendo.

–Claro que no. Es por eso que estas aquí, sentado a mi lado en vez de estar con tu esposa, para que yo te cuente el cómo llegué a esto.

– ¿Lo hará? –Preguntó–. Digo, contarme su historia.

–Te he dicho que lo haría, y esta, será la última palabra que cumpliré. –Sin agregar nada más comencé con mi tan espeluznante relato.

1

ItaliaNápoles.

 

Diez años antes. (1984)

 

Estoy a minutos de celebrar mi cumpleaños número dieciséis. Hay gente por todos lados, familiares, compañeros de curso, compañeros de trabajo de mis más que ausentes padres, gente desconocida y las personas infaltables, mis tíos, quienes son los encargados de mí ya que mis papás son personas tan ocupadas –Nótese mi sarcasmo.- que no tienen ni tiempo para criarme o cuidar de mí. Los detesto, me entregaron a mis tíos cuando yo tenía tres años, desde entonces sólo los veo para el día de mi lastimoso cumpleaños.

 

Anna. –Grita mi tía–. Anna. –Una vez más.

–Anna, mea sorella, te buscan. –Dice nani acariciándome el cabello.

–Ya voy. –Respondo apenas y me voy a regañadientes. Sí, yo soy Anna, diminutivo de Annabelle.

–Ahí estás, mea bambina. –Dice sonriendo de lado mi tía. –Hay alguien que desea verte–.

Como si quisiera seguir viendo más rostros.

Amore meo. –Dice aquella mujer mientras se va acercando rápidamente a mí.- ¡Feliz cumpleaños!

–Gracias, mamá. –Digo mientras golpeo su espalda–. Ahora puedes soltarme, ya nadie está al pendiente de tu demostración de afecto. –Dije al notar la soledad.

–Te gusta arruinar los momentos.- Dijo torciendo sus labios.

–Y a ti te encanta fingir que me quieres frente a los demás.

–Eres insoportable. –Hizo un gesto simulando ofensión.

–Sí, lo soy. Y si no lo toleras, pues puedes irte.

–No lo haré, así que ven para acá que quiero presentarte a alguien. –Me cogió del brazo y me introdujo a la sala donde un tipo estaba esperando–. Anna, él es Damián…Damián Salvatore, el hijo de George.

Damián era el típico italiano. Bronceado, piel perfecta, cuerpo perfecto, ojos color miel y cautivadores. Cabello oscuro, brillante, probablemente sedoso y oscuro. Dentadura malditamente perfecta y blanquecina. Metro noventa de estatura. Podría trabajar perfectamente como modelo. Lástima que a mí, los modelos, no me iban para nada.

–Un gusto, Anna.- Dijo alzando su mano para que la tomara en forma de saludo.

–Annabelle Polliensky Giordano. –Saludé desinteresadamente sin estrechar mi mano con la suya–. Anna es sólo para los amigos y familia.

-¡Anna! –Gruñó mi madre.

–Oh, lo siento. –Se disculpó bajando la mano-. ¿Polliensky es tu apellido? –Preguntó curioso.

–Ahá. Papá es descendiente ruso, nada que a ti pueda interesarte.

–Annabelle, compórtate. –Me regañó mi madre.

–No se preocupe, Sra. Giordano. –Agregó ese tal Damián–. Me gustan las chicas con carácter. –Sentí nauseas.

– ¿Por qué lo has traído aquí, Gianine? –Mi voz salió furiosa en cuanto hice la pregunta tomándola del brazo y alejándola de ese idiota.

–Soy tu madre, Annabelle, no me digas Gianine. –Se soltó bruscamente.

–Y tú no me llames Annabelle, sabes muy bien que lo odio. –Contesté molesta. Pude ver el odio en sus ojos, y las ganas que estaba sintiendo de cachetearme.

–No entraré en discusión contigo, mea regazza. La cosa es que lo invité porque dentro de unos meses su familia y la nuestra se unirán.

– ¿Y eso por qué? ¿Alguien de nuestra familia se va a casar o algo así?

–No, o sea sí.

–Explícate, mujer, que no estoy entendiendo.

–Nadie de tu familia se va a casar con alguien de su familia, los protagonistas de esa boda serán tú y Damián.

– ¡¿QUÉ?! – Grité.- ¿Casarme? ¿Damián y yo? –No, esto no puede ser real–. ¿Estás hablando en serio?

–Pues claro.

– ¡Tengo dieciséis años, maldita sea! ¿Acaso has perdido la razón?

–No digas estupideces, tu matrimonio con este joven está planeado desde hace muchos años.

–Estás muy equivocada si piensas que voy a casarme, tú perdiste todo el derecho de decidir sobre mí en cuanto me dejaste acá con mis tíos por ocupar tu preciado tiempo en tu maldito trabajo y así continuar con tu vida de millonaria sin cargo alguno.

–La decisión ya está tomada, hija mía, tu padre está planeando todo ya. –Dijo de la manera más irónica que existe.

– ¿Y cuándo será el día de mi muerte?

–Ah, deja el drama, Annabelle, eres bailarina no actriz; no te sienta este tipo de dramatización.

–Te odio. –Dije lanzándole una mirada demostrativa de tal sentimiento y salí corriendo de allí.

– ¡ANNABELLE! –Gritaba la mujer–. ¡Annabelle vuelve aquí inmediatamente!

–Déjeme a mí hablar con ella.

–No creo que se digne a escucharte Damián, esta niña es una desubicada; y cuando está molesta se pone peor, créeme.

–Correré el riesgo, más que mal seré su esposo después de todo.

–Tienes razón, ve.

******

Corrí, la verdad no sabía hacia dónde me dirigía, pero no me importaba, lo único que quería era estar lejos de esa familia de mierda a la que lo único que le interesa es el puto dinero. No podía creer que mis propios padres fueran capaces de hacer algo así. No puedo casarme, no a los dieciséis años y con alguien que acabo de conocer.

¿Tan grande es su ambición por el dinero que no les importa hacerme pasar por algo así?

¿Tan importante es casarse con alguien que esté en el mismo rango social?

Para mi nada de eso me ha importado nunca. Mis tíos, si bien igual son de un estatus social alto, me han enseñado que el dinero no lo es todo. Ellos dos se atrevieron a romper las reglas, mi tía Isabella a los 20 años se enamoró de un hombre que no poseía una gran fortuna, si bien mis abuelos vieron eso como algo aberrante, ellos lucharon por lo que sentían y a pesar de que todo el mundo se oponía a tal amor, ellos dos se casaron. Y treinta años después y con tres hijos ya maduros, siguen juntos y amándose de igual forma a como en un comienzo. Eso es lo que yo quiero para mí, no un amor eterno, pero si casarme con alguien que conozca y que amé al menos en ese momento. Además, está mi carrera de bailarina, no llevo estudiando danza clásica (ballet) por nada; el ballet es todo lo que realmente tengo, además de la música.

 

– ¿Podemos hablar? –Me interrumpe una voz.

–Tú lo sabías ¿Verdad?

–Sí, si lo sabía. Por algo vine a conocerte.

– ¿Desde cuándo?

–Desde cuándo ¿qué?

–Desde cuando sabes lo del matrimonio.

–Hace casi dos meses. –No podía ser posible.

–Y vienes hasta ahora…

–Me costó un montón convencer a papá y a tu madre para que nos presentaran antes del gran día. –Me interrumpió, Damián.

– ¿Gran día? ¡Ja! No me hagas reír. –Hablé sarcásticamente–. Para mí es el peor día de mi vida, ni siquiera se me pasaba por la cabeza casarme, menos con alguien como tú.

– ¿Alguien como yo? Ni siquiera me conoces.

–Exacto.

–Vamos no es tan grave. –Comentó mas yo lo ignoré. Estaba tensa, furiosa, shockeada–.Ten. –Extendió su mano izquierda con unas tabletas.

– ¿Qué son esos?

–Estás estresada. Sólo tómalos, no preguntes. –Sabía que eran una especie de droga, pero en ese momento no me intereso nada. Acepté las pastillas sin preguntar nada más y de un instante a otro comencé a sentirme bien, alegre… desorientada sí, pero alegre al fin y al cabo.

– ¿Desde hace cuánto te drogas? –Pregunté al cabo de unos minutos.

– ¿Por qué lo preguntas?

–Vamos, no soy idiota, sentirme de esta manera no es simple efecto de algún tranquilizante.

–Desde que tenía tu edad más o menos.

– ¿Qué edad tienes actualmente?

–Veinte.

–Aps, o sea llevas ya cuatro años siendo un drogadicto.

–No por tomar una que otra pastilla me hace ser un drogadicto. –Se defendió.

–Para mí lo eres. –Seguimos así por un buen rato, cada minuto que pasaba me sentía más en las nubes.

¿Por qué le aceptaba más pastillas? Porque era de la única forma en la que podía entablar conversación con un hombre como él, típico niño rico arrogante. Sé que debí negarme a cada tableta que él ofreciera pero, no lo hice y gracias a mi decisión, comenzó mi adicción a las drogas.

–Me está doliendo demasiado la cabeza. –Comenté al aire poniendo mi mano en mi frente.

–Sabes… –Dijo aquel arrogante acercándose a mí.

–No te acerques. –Me alejé brutalmente de él.

–Oh vamos, Anna. No te alejes de mí, lo estábamos pasando tan bien. –Pretendió acercarse a mí nuevamente pero yo otra vez, salí huyendo.

 

Horas y horas pasaron y seguí corriendo. Estaba mareada, no, estaba drogada y demasiado.

¿Dónde estaba? No lo sé.

¿Hacia dónde iba? Tampoco lo sabía.

Lo único de lo que estaba “consciente” era de qué debía huir de ahí y rápido.

Corrí, volé hacia un lugar sin fondo y, cuando ya me sentí un tanto “segura”, me dejé caer en el asfalto de la calle y me quedé allí. No estaba consciente de cuántos minutos u horas habían transcurrido. Mi cuerpo comenzaba a temblar y la vista se me estaba nublando rápidamente.

La noche estaba haciendo su llegada; y el frío al lado de ella.

 

–Hey, ¿Estás bien? –Preguntó una voz.

–Yo… Yo… -Hice todo el esfuerzo por responderle pero no pude.

2

Oscuridad, eso era todo lo que mis cansados ojos lograban apreciar.

Una voz, esa voz de fondo que hace unos minutos creí escuchar estaba ahí nuevamente.

Era una voz masculina y que se oía demasiado lejos para mi gusto. No lograba descifrar nada de lo que estaba diciendo. Quería abrir los ojos, pero me costaba. Esa suave voz seguía hablándome, diciendo “Anna” una y otra vez y yo quería saber de dónde, más bien de quién, provenía. Me obligué una vez más a abrir mis párpados hasta que logré hacerlo. Lentamente comencé a separarlos, una cegadora luz asomándose me estaba prohibiendo la vista.

 

– ¿Te encuentras bien? –Pregunto una vez más esa armoniosa voz.

Logré abrir completamente mis ojos y me encontré con un chico de cabello rubio.

– ¿Dónde estoy? –Fue lo único que logré articular.

–Estás en un hospital, no te muevas mucho, te acaban de hacer un lavado de estómago.

– ¿Un lavado de estómago?

–Así es. No deberías ingerir tantas tabletas. Tuve que inventar una gran historia, decir que te habían dopado en la “fiesta” a la que fuiste anoche y fingir que somos novios para que no te encerraran por drogadicta.

–Gracias. –Susurré avergonzada.

–No hay de qué. –Iba a decir algo más pero, justo en ese instante, entró un inoportuno doctor.

–No le exigiré que me cuente nada. –Dijo aquel hombre de delantal blanco dirigiéndose obviamente hacia mí–. Debido a que su novio. –Apuntó al extraño–. Me contó lo sucedido.

–Doctor yo…

–No diga nada. –Me interrumpió–. De seguro debe sentirse muy dolorida. Son horas las que estuvo inconsciente y con el lavado de estómago debe estar algo aturdida.

–De acuerdo. –Susurré.

–Sólo procure estar alejada de esa o esas personas que le brindaron tales pastillas. No la quiero volver a tener por aquí con este tipo de síntomas. –Asentí–. Ya puede usted irse a casa, su novio es libre de llevársela. –Sin agregar nada más, el doctor salió de la habitación.

–Gr-gracias. –Agregué en un susurro nuevamente.

– ¿Por qué me das las gracias ahora? –Me miró con cara de confusión.

–Por traerme aquí, por inventar esa historia, por fingir ser mi novio para evitarme problemas.

–Ya te dije antes, no tienes nada que agradecer. –Me brindó una sonrisa. Comencé a levantarme para poder vestirme pero en una maniobra mal hecha perdí el equilibrio llegando casi al suelo, y digo casi porque unos cálidos brazos impidieron que cayera–. Déjame ayudarte. –Dijo ayudándome a incorporarme.

–Está bien. –Respondí sin elevar la vista.

 

Para cuando ya estuve otra vez sentada en la cama, él acercó mi ropa que estaba acomodada en uno de los cajones de un pequeño mueble blanco que adornaba la habitación y, sin pedirle yo nada, comenzó a ayudarme a vestir. Sentí una corriente eléctrica cuando las yemas de sus dedos rozaron mi piel mientras él me vestía cuidadosamente.

 

–A ver, párate un poco para ayudarte con el pantalón. –Me tomó de los brazos y los colocó alrededor de su cuello–. Afírmate muy bien.

–De acuerdo. –Mientras él seguía subiendo poco a poco mis pantalones, yo observaba cada movimiento que él daba.

 

Para cuando ya estuvo casi a mi altura, me armé de valor y lo miré frente a frente.

Enseguida nuestras miradas de conectaron; mis ojos, negros como la noche, y los suyos, celestes como un día completamente despejado. Maldición, eran los ojos más hermosos que conocí alguna vez. Estuvimos así, mirándonos fijo por no sé cuánto tiempo; no quería alejar mi vista de la suya, creo que ninguno de los dos quería eso… Era hermoso, realmente hermoso.

Su cabello era rubio y le llagaba hasta un poco más debajo de los hombros; su tez era blanca pero no al extremo de ser pálida. Sus labios eran delgados y tenían un color rosa que se me antojó apetecible. Era un tanto alto, me atrevería a decir que medía un metro ochenta y algo.

Iba vestido con unos jeans gastados, zapatillas convers negras, una remera del mismo color y encima una camisa a cuadros de esas que tanto me gustaba. Grunge. Era perfecto en todo sentido.

Estábamos tan cerca que podíamos respirar el mismo aire, su aliento cálido chocaba contra mi piel facial y viceversa, nuestras respiraciones estaban agitándose a medida que el segundero del reloj corría. Podía sentir como mis mejillas se sonrosaban pero no me importó…

Él cogió de mi cintura y yo me aferré más a su cuello… Lentamente, pero sin despegar nuestras miradas, comenzamos a acercarnos más y más; y como si estuviéramos cien por ciento conectados, nuestros ojos fueron a parar a los labios del contrario. Deseo, eso era lo que estaba sintiendo, deseo por tener esos comestibles labios entre los míos, deseo por saborearlos hasta saciar esta sed tan repentina que me dio y, sin perder más tiempo, ataqué su boca… Por un momento creí que él se alejaría, pero no fue así, al contrario, me apegó más a su cuerpo y devoró mis labios; era un beso húmedo, apasionante, excitante de cierto modo.

¿Cuándo había sentido tantas ganas de besar a alguien? Nunca.

¿Cuándo se me había acelerado tanto el corazón al besar a alguien? Jamás.

Algo había en este extraño, ni siquiera sé su nombre y aun así estoy entre sus brazos comiéndonos los labios. Tal caníbales hambrientos del otro. Nos besamos hasta que los dejamos rojos e hinchados, hasta que la respiración se nos cortó, hasta que nuestros corazones explotaron.

 

– ¿Quién eres? –Pregunté agitadamente–. ¿Cuál es tu nombre?

–Soy tu novio, ¿acaso no lo recuerdas? Eso es lo que piensa el doctor. –Bromeó.

–Hablo en serio. –Dije sin dejar de rozar sus labios.

–Soy músico y mi nombre es Donald, Donald Bouffart.

–Donald Bouffart. –Repetí.

–Así es. –Dijo con una sonrisa en sus labios.

– ¿Puedo llamarte Don?

–Puedes llamarme como tú quieras. –Accedió-. Ahora dime tu nombre, ojos negros.

–Soy Annabelle Polliensky Giordano.

–Un gusto Annabelle. –Me besó.

–Igualmente. –Respondí separando nuestros labios pero no demasiado–. Creo… Creo que es hora de irnos. –Comenté a penas.

–Tienes razón. –Concordó pero no se separó de mí–. Si no nos vamos de aquí, mis ganas por hacerte mía crecerán. –Se me cortó la respiración. ¡Dios!, ¿se habrá dado cuenta de que yo anhelaba lo mismo?

– ¿Siempre eres así?

– ¿Así como?

–Así de directo.

–Sí. –Respondió sin dudar–. ¿Te molesta? ¿Te incomodé?

–Para nada. Me agrada de hecho. –Y vaya que me agradaba.

–Genial entonces. –Me miró y me sonrió–. Vamos, salgamos de este lugar.

–Sí, no me gustan los hospitales. –Comenté.

–Pues ya somos dos. –Tomó de mi mano, nos dirigimos a recepción para ver lo de la cuenta, dejé un cheque y salimos de allí.

3

Nos encontrábamos aun fuera del hospital, pensando en no sé qué cosas, con tal que ninguno de los dos decía nada.

 

– ¿Quieres que te lleve a tu casa? –Preguntó rompiendo el silencio.

–No. –Dije a secas y él me miró… ¿Decepcionado?

–Ah. –Alejó la mirada.

–Quiero decir, no quiero volver a mi casa, no hoy.

– ¿Pasó algo?

–La verdad sí, pero no tengo ganas de hablar de ello ahora.

–Está bien. ¿Quieres que te lleve a otro lugar?

–No tengo a donde ir en este momento, cualquier sitio al que vaya, mis padres me encontrarán.

–Si quieres puedes quedarte conmigo esta noche. –Alcé la mirada.

– ¿Lo dices en serio?

–Por supuesto. No te dejaré sola por ahí. –Mi corazón dio un vuelco.

–Muchas gracias. –Dije lanzándome a sus brazos que me recibieron cálidamente.

–Entonces ¿Nos vamos?

–Por favor. –Supliqué con la mirada. Él, o bien dicho Donald, me lanzó una sonrisa y comenzamos a caminar.

 

Todo el camino nos fuimos callados pero, a pesar de estar rodeados por un silencio, no era un momento incómodo. De vez en cuando nos cruzábamos miradas. Seguíamos cogidos de la mano como dos jóvenes enamorados; la verdad es que así me sentía.

¿Amor a primera vista? Tal vez.

Algo despertó dentro de mí al momento de oír su voz, y cuando sus dedos rozaron mi piel, y sus labios tocaron los míos, algo se removió en mi interior, mi cuerpo se estremeció completamente y mi corazón se sintió lleno. Aunque puede que sólo sean cosas adolescentes, sólo tengo dieciséis años y estoy recién experimentando este tipo de sentir…

Caminamos y caminamos no sé cuántas calles y yo seguía sumida en mis pensamientos; de repente sentí un leve tirón de mano. Él se había detenido.

 

–Ya llegamos. –Dijo parado frente a un viejo edificio.

– ¿Vives aquí? –Pregunté mirando de arriba abajo el lugar. Por fuera era color ladrillo, viejo, no de muchos pisos.

–Por ahora.

– ¿Cómo es eso?

–Sólo estoy de visita por este país. –Sentí un pequeño dolor en el pecho al saber que estaría aquí poco tiempo.

– ¿Se puede saber a qué viniste?

– ¿Te han dicho que haces muchas preguntas? –Dijo él divertido.

–Lo siento. –Agaché mi cabeza ocultando mis mejillas sonrojadas–. Parezco cuestionario.

–Sí, lo pareces. –Tomó de mi barbilla–. Pero no me molesta. –Sonreí–. ¿Entremos?

–Claro. –Sonreí otra vez.

 

Sin aportar alguna nueva palabra, abrió la puerta. Varias puertas color ladrillo, adornaban el primer piso. El edificio era viejo pero aun así estaba bien cuidado. Yo camina detrás de Donald mientras que él iba delante de mí, guiándome hasta el que fuera su apartamento. Me condujo por unas escaleras… Subíamos piso tras piso, los escalones eran interminables. ¿Por qué no subimos por el ascensor? Decisión mía. Odio los ascensores, prefiero mil veces cansarme subiendo escaleras antes que subirme a esas cosas. Me provocan mareos.

 

–Aquí es. –Comentó Donald frente a una puerta que poseía el número treinta.

– ¿En qué piso estamos? –Pregunté agitada.

–En el quinto. Debimos haber cogido el ascensor, mira lo cansada que estás. Vienes recién saliendo del hospital y el doctor dijo que no te agitaras mucho. Necesitas reposar.

–Es que detesto esas malditas maquinas provocadoras de nauseas. –Carcajeó.

–Bueno, entremos mejor para que descanses.

 

No era un departamento muy grande, pero ni muy pequeño tampoco, era preciso para alguien que vivía solo. Porque supongo que él vive solo ¿o no? Mejor salgo de la duda.

 

– ¿Vives con alguien aquí? –Pregunté como si nada.

– ¿Y sigues con el cuestionario? –Interrogó divertido.

–No, es solo que puede que si vives acompañado interrumpa algo y no quiero causar problemas.

–No te preocupes, no los causarás. –Dijo lanzando su chaqueta al sillón–. Vivo solo así que no interrumpirás nada.

–Me alegro. –Alzó una ceja–. Quiero decir, me alegro que no interrumpa. –Me apresuré a decir nerviosa.

–Ven, Annabelle. –Dijo alzándome su mano para que la tomara–. Debes descansar, te llevaré al cuarto. Más tarde te enseñaré el departamento.

 

En silencio tomé de su mano y nos dirigimos a la habitación. Ya allí acomodó la cama, me prestó unas sudaderas para poder cambiarme de ropa y dormir más cómoda y me ayudo a desvestirme.

¿Por qué era tan atento conmigo?

¿Por qué le permitía ser tan confianzudo para conmigo, tanto que lo dejaba hasta desvestirme?

No tenía respuesta a ninguna de esas dos preguntas.

Una corriente eléctrica similar a la que sentí en la habitación del hospital recorrió mi cuerpo.

¡Maldición! Sentía ganas de desvestirlo yo también y la necesidad de que me hiciera suya.

¿Qué me estaba pasando con ese hombre que conozco hace tan solo unas horas?

Desconocía las respuestas a todas esas preguntas que inundaban mi mente.

Terminó con su ayuda de vestimenta y me obligó sutilmente a que me metiera en la cama y lograra dormir. Sin objetar ni una palabra, hice lo que él había pedido. Estaba cansada y dolorida aun.

Malditas tabletas.

Maldito hombre.

Maldita familia.

No saben el odio que siento en este momento; aunque, de no ser por todo lo sucedido, no habría conocido a Donald, ni estaría aquí ahora. Así que, de cierto modo, agradezco ese mal rato.

Decido dejar mi mente en negro por un instante y disponerme a dormir, la verdad es que me siento pésimo; mi estómago arde y mi cabeza está que explota.

Desperté de golpe y gritando, al parecer había estado teniendo una pesadilla, menos mal y no la recordaba…

 

– ¿Estás bien? –Preguntó Donald entrando a la habitación con alta cara de susto.

–Sí, sólo fue una estúpida pesadilla o eso creo. –Alzó sus cejas confundido–. Es que no lo recuerdo, no recuerdo lo que soñé.

–Mejor. –Soltó acomodándose a mi lado en la cama. -. De la manera en la que despertaste gritando, no debió ser para nada buena.

– ¿Y qué pesadilla lo es? - Me acurruqué contra él poniendo mi cabeza en su pecho.

–Pues ninguna pero algunas son más reales que otras; y esas, son la que realmente asustan.

–Tienes razón. ¿Qué hora es?

–Las cuatro de la tarde del día siguiente.

– ¿Tanto dormí? –Pregunté abriendo los ojos como platos.

–Sí, estabas sumida en el sueño.

–Woow, nunca he tenido la oportunidad de dormir tanto.

– ¿Por qué? Si se puede saber. –Interrogó mientras acariciaba mi cabello.

–Soy bailarina de ballet, además aún estoy estudiando y mi tío me da clases de música; casi no me queda tiempo para nada.

–Así que eres bailarina. –Asentí–. ¿Desde cuándo bailas ballet?

–Desde que tenía cuatro años. –Abrió sus ojos asombrados.

– ¿Qué edad tienes ahora? –Me quedo dudando por un momento. ¿Qué pensará cuando sepa que aun soy menor de edad? –. Dime la verdad, no me inventes una edad. –Dijo él al, supongo, notar mi debate interno.

–Tengo… Tengo dieciséis. –Dije en voz baja. Sus ojos se abrieron como platos.

– ¿Dieciséis? –Asentí-. Eres…

–Una niña, lo sé. –Lo interrumpí completando la frase.

– ¿Por qué estabas en ese estado? Una niña de tu edad y encima bailarina no debería ingerir tales sustancias.

–Recibí la peor noticia de mi vida y uno de los culpables de ella me ofreció esas tabletas y yo por “olvidar y tolerar” accedí sin importar nada.

– ¿Tan mala fue aquella noticia? –Preguntó alejándose un poco de mí y sentándose a mi lado en la cama.

–La peor que puede recibir una chica de mi edad.

– ¿Quieres contarme?

–Si no te molesta, me gustaría comer algo primero. Estoy muerta de hambre. –Dije acariciando mi vientre el cual gruñó respaldando mis palabras.

–Por supuesto. –Sonrió–. Te preparé una sopa liviana mientras dormías.

–Muchas gracias. Te pasas de amable conmigo.

–No soy así con todo el mundo.

– ¿Y por qué conmigo si?

–Porque me gustas. –Se levantó y salió de la habitación.

 

La habitación era linda y masculina. Cama de dos plazas al centro del cuarto con una mesa de noche a cada lado. Frente a esta había un mueble con un televisor encima. Un closet a una esquina y una puerta blanca en la otra. El baño supongo. Me dirigí a aquella y en efecto, era un cuarto de baño pequeño pero aseado. Me enjuagué la boca usando su pasta dental y mi dedo índice; se me pasó por la mente por un momento usar su cepillo de dientes pero era demasiado confianzudo de mi parte. Me lavé la cara quedando con un rico aroma a su jabón.

Lavanda, mi favorito. Y me peiné un poco el cabello antes de salir. Puede que él ya me haya visto con la apariencia de recién levantada pero, jamás me siento viéndome así a la mesa.

Ir a la siguiente página

Report Page