Darkness

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Darkness

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–Así es, –Dije interrumpiéndolo–. Yo aún te amo, Donald. Creo que jamás podré dejar de hacerlo. –Le confesé. Y él sonrió, me brindó una sonrisa, regalándole yo una igual.

18

“Donald”

 

Sus palabras me tranquilizaron. Era mía, Annabelle seguía siendo mía, y eso me hacía feliz otra vez. Quería besarla. Con hambre, con desenfreno, con amor.

Me aguanté las ganas unos minutos para admirar su rostro, sus ojos, sus labios. ¡Dios! Es tan hermosa. Todavía quedaba una leve tristeza en sus negros orbes, pero sé que se debe a todo lo que tuvo que vivir. A lo que nos vimos afrontados por separados.

Reconozco que tuve miedo. Miedo de que al recordarla y tomar la decisión de venir por ella, corría el riesgo de que me haya olvidado, o estuviera con otro, o peor aún, que ese bastardo le haya quitado la vida. Ese era mi mayor temor. Volver y que el amor de mi vida yaciera en la bóveda familiar. Si ése haya resultado el caso, lo más probable es que hubiera terminado muerto yo también.

Toda esta situación llena de desgracias, me ha hecho asegurarme aún más, de que Annabelle Polliensky es mi vida entera, mi razón de ser. Es muy cursi todo esto, lo sé, mis palabras están cargadas de amor mas no me importa. No me avergüenza demostrarle al mundo que me he enamorado de una niña seis años menor que yo. No me da temor reconocer y gritar a los cuatro vientos que es mía y que yo soy suyo. Porque esa es la realidad. Ella me ha atrapado. Y estoy feliz, feliz de ser dependiente de alguien como mi pequeña Anna.

La observé detenidamente y mi amor por ella aumentó considerablemente. Aunque la gente lo vea imposible.

 

–Mi amor. –Susurré. Sus ojos se iluminaron–. Mi amor, ¿puedo besarte?

–No preguntes, sólo hazlo. –Me acerqué minuciosamente a ella y presioné mis labios sobre los suyos–. Te extrañé tanto. –Comentó mientras separábamos nuestras bocas sin permitir que dejaran de rosarse–. Anhelaba tanto este momento.

–Tuve tanto miedo, -Le confesé en voz alta–. Tanto miedo. –Una lágrima recorrió mi mejilla.

Ella la quitó con las yemas de sus dedos.

–También yo lo tuve. –Posó su frente en la mía–. Mi amor, aún sigo creyendo que esto es un sueño.

–No lo es, mi amor, no lo es.

–Te amo, Donald.

–Yo también te amo, Annabelle…

Per sempre.

 

Y volví a besarla. La besé con toda esa necesidad reprimida, la besé con todo ese amor que conservó mi corazón hacia ella, la besé con pasión.

Nos transmitimos el alma en ese ósculo. Y con unos te amo brindados infinitamente, nos dimos una nueva declaración de amor eterno…

19

Todo ha cambiado notablemente desde el regreso de Donald.

Ahora, él y yo vivimos juntos en su departamento, mis tíos ya saben toda la verdad, Dave y Amy serán padres, mi depresión ha ido disminuyendo, pero no así mi adicción a las drogas.

Quisiera poder decir que él me sostiene y me ayuda a salir de eso pero, no es así. Tanto Donald como yo, somos unos drogadictos declarados.

 

Hoy a la noche –como todas las anteriores– nos reuniremos con los chicos a celebrar lo que sea. Esa es nuestra nueva rutina; fiestas, drogas, alcohol y música.

 

Ésta se ha vuelto un tanto agotadora, las clases de ballet y música durante el día –puesto que Donald no me permite faltar a las clases– la universidad, ir al bar donde él toca por las noches, y terminar rematando en casa hasta la madrugada es estresante.

 

Nani viene día por medio para ayudarnos con la limpieza de la casa, está un tanto molesta con nosotros por el tipo de vida que hemos adquirido, lo sé, somos unos irresponsables que sólo piensan en pasarla bien, pero todo la situación vivida anteriormente nos ha superado.

Comenzamos con este actuar debido a que los tormentosos recuerdos abundaban nuestras mentes. De vez en cuando aún despierto gritando, bañada en sudor por una que otra pesadilla obtenida por la noche.

No sé si es por el efecto de las drogas, el alcohol o el simple hecho de toda la mierda vivida, que me produce espejismos con Damián. Según Donald, cuando estamos en la cama dormidos, mi voz lo despierta, pidiéndole a Damián una y otra vez que me suelte, que me duele y todo eso. Ni muerto ha podido dejarnos vivir en paz.

 

Estoy vuelta loca, sumida en un recuerdo que me arrebata la felicidad y la tranquilidad de mi pareja.

 

Preparo todo para esta noche, como modo de despejar mis pensamientos. Los chicos deben de estar por llegar en cualquier momento. No sé si Amy vendrá, debido a su embarazo, y la verdad es que si quiero que lo haga. Me hace increíblemente bien hablar con ella. Me escucha, me entiende, encima es la mejor amiga de Donald, por lo que me ayuda en muchas cosas y situaciones.

*******

La casa está repleta. La música a todo volumen me hace pensar que en cualquier momento llegará la policía a detener nuestra fiesta. Espero que eso no pase, puesto que estamos la mayoría de aquí, drogados y alcoholizados, y eso solo nos regalaría un pasaje a prisión.

 

Me encontraba sentada sobre las piernas de Donald, luego de una extensa conversación con Amy. Sí, menos mal que ella asistió a la fiesta, de lo contrario me habría sentido incomoda frente a las demás personas y mujeres que no eran de mi agrado. Las “amiguitas” de Claude son un tanto mujerzuelas, siempre tratando de montarse a Donald o a Dave, por eso sólo somos Amy y yo, también está Idalia, la hermana menor de Amy pero debido a un resfriado no pudo acompañarnos esta noche, aunque ella no es para nada igual a mí. Las hermanitas Dyerets no se drogan, beben, sí, pero lo justo y necesario, creo que soy una mala influencia.

Gracias a Dios no se han dejado arrastrar.

 

Donald estaba devorándome la boca cuando un almohadón cayó sobre nosotros seguido de un “vayan a una habitación”. Tan drogados estábamos que ni cuenta nos habíamos dado que estábamos a punto de recrear una escena porno en el living de la casa en presencia de todos.

No nos importó que la casa estuviera llena de gente, nos levantamos y corrimos hacia la habitación. Estábamos calientes y necesitados del cuerpo del otro.

*******

Han pasado un par de días desde esa fiesta. No hemos querido hacer ninguna otra ya que el cuerpo no da para más situaciones como esas. Necesitamos tiempo para nosotros, solos como pareja.

 

Veíamos una película, tirados en el sillón luego de terminar con el aseo diario cuando la puerta comenzó a sonar. Nos miramos las caras preguntándonos en silencio acaso uno de nosotros esperábamos a alguien y dedujimos que ninguno de los dos lo hacía.

No queríamos atender la verdad, pero la persona al otro lado de la puerta al parecer estaba tan desesperada por su forma de tocar el timbre, que no nos quedó más remedio que levantarnos a atender.

Esta vez fui yo quien se levantó a abrir.

 

– ¿Aquí vive Donald? –En la entrada había una mujer de vestimenta un tanto vulgar con una niña cogiéndole de la mano.

–Sí, él vive aquí. ¿Quién es usted?

–Necesito hablar con él, es importante.

– ¿Quién es, mi amor? –Preguntó Donald acercándose a mí.

–Una mujer preguntando por ti. –Respondí. Me rodeó la cintura con su brazo derecho mientras que con el izquierdo abría un poco más la puerta.

– ¿Quién eres? –Le preguntó él a dicha mujer.

– ¿No me recuerdas, Don? –Inquirió coqueta. Mi sangré ardió por culpa de los celos.

– ¿Debería?

–La verdad es que sí.

–Bueno, no lo hago. Dime qué quieres y vete. Mi novia y yo estamos ocupados.

– ¿Por qué no mejor me dedicas unos minutos y aclaramos un par de cosas?

–Hazla pasar. –Le susurré al oído. Asintió.

–Pasa. –Le dijo él señalándole la sala–. Siéntate.

 

Una vez ya instalados en el living, nuestras miradas no hacían más que cruzarse. Un silencio incomodo invadió el lugar, silencio que se interrumpía de vez en cuando con los balbuceos de la

bambina que se posaba en las piernas de la mujer.

 

–Emmm. ¿Quieren que los deje a solas para que así puedan conversar?

–Sí.

–No. –Respondió Donald tomándome de las muñecas cuando comenzaba a levantarme–. No sé quién eres. –Dirigió su mirada a ella–. Pero lo que tengas que decir, dímelo con ella presente.

–No me recuerdas en absoluto, ¿Verdad? –Él negó–. Soy Khloe, la mujer que conociste en aquel bar. –Nuestros rostros se desfiguraron, puesto que sabíamos de qué bar estaba hablando.

–Así que tú eres la mujer con la que mi novio se revolcó tres años atrás. –No me medí, tan solo escupí las palabras.

–Y he de suponer que tú eres la mujer por la cual él se fue a emborrachar y a drogar ese día. –Mi cuerpo se tensó de la rabia. Donald lo notó y tomó mis manos como forma de calmarme.

– ¿Puedes ir al grano y decir a qué viniste? –La desafió él–. Estás poniendo a mi novia incómoda.

–Como quieran. Solo venía para que Francis conociera a su padre. –Le pasó la niña a Donald. Mis ojos se abrieron con asombro.

–Su… ¿su padre? –Tartamudee. Ella asintió–. No… no puede ser verdad.

–Pues lo es.

– ¿Estás mintiendo, verdad? –Inquirió Donald.

–Puedes hacerle una prueba si lo dudas.

–Han pasado tres años, ¿Por qué mierda vienes ahora? ¿Quién te dijo dónde vivía?

–Tu banda es famosa, Donald, sales en todas partes. Por eso logré encontrarte.

– ¿O sea que estás aquí por mi supuesta fama?

 

De un momento a otro habían caído en una discusión en la cual no tenía ganas de participar… sin más salí huyendo de ahí.

Enterarme de esta manera que Donald, mi Donald era padre de una nena con otra mujer, me destruyó el corazón. Sentí miedo, una vez más sentí miedo de perderlo, de que se las dé de padre de familia y me deje para irse con ella. Si bien confío en el amor que él dice tenerme, también sé que la muerte de nuestro bebé aun le duele, y es ese mismo dolor el que lo hará querer acercarse a esa supuesta hija.

*******

Todo es una mierda. Mi celular no ha parado de sonar, así mismo como mis muñecas no han parado de sangrar. Ese es el nuevo hábito que adquirí; dañar mi cuerpo para sentir, en vez del dolor interno, el dolor físico.

Donald y yo no hemos parado de discutir desde que esa maldita mujer volvió a su vida.

Debido a que una prueba de ADN comprobó la paternidad, él ha tenido que ir a verla semanalmente. Odio eso, no por el hecho de la niña, ella no tiene nada que ver, sino que la puta esa no pierde oportunidad para acercársele, ya me tiene harta.

 

Mis dudas crecieron a la par con mis celos. Me estoy volviendo amargada y no me gusta, encima que Donald sintió las cortadas en mis brazos cuando me acariciaba. No se imaginan como se puso, estaba vuelto loco, retándome, maldiciéndose, volviéndome a regañar.

Sé que éste actuar es estúpido e infantil. Pero bueno, solo tengo 20 años y cada día la vida me golpea más duro. No sé de dónde mierda he sacado fuerzas, ni siquiera sabía que podía aguantar tanto. Estoy consciente que si Donald no estuviera conmigo, yo estaría mil metros bajo tierra…

20

Sé que recordar me hace daño, que pensar en lo vivido este último año me arranca el corazón del cuerpo, mas no puedo no pensar en ello, no puedo no volver el tiempo atrás y revivir lo feliz que estábamos siendo Donald y yo desde aquella noticia. Y ahora, ahora tanto él como yo, estamos muertos en vida. Nos quitaron lo que más amábamos. Se lo llevaron sin siquiera pensar en el tormento que nos harían pasar. ¿Quién puede ser tan insensible para arrebatarnos a nuestra razón de ser? Nos mataron, nos mataron en vida. Nos dejaron depender del teléfono, nos dejaron encarcelados en nuestra propia casa por miedo a que lo devuelvan y no estar ahí. Me duele, me duele ver a Donald sufrir y me duele no tenerlo entre mis brazos.

Nani ha tenido que venir a quedarse con nosotros para no permitirnos volver a caer en las drogas o en los intentos suicidas.

 

¡Ha costado tanto no beber!

 

Nani ha escondido todo objeto corto punzante que pueda ser el culpable de que mis muñecas sangren otra vez. El balcón ha sido clausurado desde aquella vez en la que Donald se las dio de inmortal y se lanzó por la ventana en una de nuestras tantas fiestas.

Hemos hecho el pacto que comenzar a salir adelante, nos visita semanalmente un sicólogo para controlar nuestras ansias e adicciones por la muerte temprana.

Nos ha recomendado a mi novio y a mí que nos refugiemos en la música y usemos el dolor que estamos sintiendo. Ha funcionado la verdad, me siento cada tarde frente al piano y creo melodías para cuando vuelva. Sirve, sirve de mucho. Pero eso no impide que cada noche, mi mente regrese a esa inesperada noche de Noviembre.

*******

“Felicidades, está usted embarazada” fueron las palabras que dijo aquel doctor en mi casa una fría noche de otoño. Aún recuerdo la cara de Donald cuando escuchó la noticia; sus ojos llenos de lágrimas y esa mirada enamorada hacia mí, jamás podré olvidarla.

Nos llenamos de una dicha tremenda. Las penas dejaron de existir en ese mismo momento, el dolor se esfumó y nuestro amor, nuestro amor creció considerablemente. Aunque crean eso imposible.

Padres, íbamos a ser padres. Tras cinco años de noviazgo, una vida llena de oscuridad para ambos, a excepción de nuestra relación, llegaba una luz de esperanza.

 

Recuerdo haber estado en plena presentación de ballet, cuando mi vista se comienza a nublar y sin poder evitarlo caigo al suelo. Según Donald corrió hacia mí como alma que lleva el Diablo al verme desmayada en el suelo. De forma inmediata llamó al doctor que me atiende habitualmente haciéndole entender que era una emergencia para que no demorara tanto en el transcurso.

 

Recuerdo haber estado tendida en el sofá del camerino, tras despertar gracias a un fuerte olor a alcohol. Me sentía desorientada. Adolorida. Mareada. Mandó a hacerme un millón de exámenes y dos días después, la gran noticia de mi bebé llegó a nuestros oídos.

 

Mis tíos, los padres de Donald, nani, los chicos, todos estaban felices con la llegada del nene. Y qué decir de Amy y Dave, en cuanto supieron se pusieron felices que de por fin su pequeña Danna tuviera con quien jugar. Reímos por dicho comentario.

Ese mismo día Donald me llevó a la academia para dar aviso de mi retiro temporal. Si bien se pusieron tristes por mi futura ausencia, se alegraron mucho por nosotros.

 

Los meses han pasado volando, tras una larga discusión sobre saber o no acerca del sexo del bebé, hoy, con seis meses de embarazo, iremos a la clínica para que me hagan una ecografía y así conocer si es él o ella.

Estoy, más que nerviosa, ansiosa; y qué decir de Donald, no ha dejado moverse de un lado para otro. Me estresa pero me da ternura verlo en esa situación. Nunca pudimos disfrutar de mi primer embarazo, puesto que no lo sabíamos, por lo tanto este ha sido disfrutado minuto a minuto. Todo nos llena de dicha, las pataditas, los movimientos que provoca, incluso las náuseas y los antojos excesivos han sido motivo de gozo. Donald dice que he convertido en una comilona, y lo más probable es que tenga razón. Tengo antojos y hambre la mayoría del tiempo, es inevitable.

 

Dos horas han transcurrido y como se ha vuelto un hábito en Donald, se pasea de un extremo a otro en el pasillo de la sala de espera de la clínica. Lo veo comerse las uñas, pasarse las manos por el cabello en repetidas ocasiones, sentarse, pararse, volverse a sentar; yo solo puedo reír ante ese hecho.

 

“Annabelle Polliensky”, dice el doctor desde la entrada a su sala y Donald, como si se hubiera enterrado una aguja en el trasero, salta de la silla. Toma mi mano y me introduce al cuarto.

El médico nos saluda cordialmente, pide que me recueste en la camilla, que me suba la remera y me desabroche el pantalón. Luego procede a aplicar ese frío gel sobre mi notorio vientre. De inmediato sentimos los latidos del bebé, Donald toma de mi mano y me da un superficial beso en los labios.

 

– ¿Quieren saber qué es? –Pregunta el doctor. Ambos asentimos.

–Por supuesto. –Respondo–. Ya hemos decidido mi novio y yo que queremos saber el sexo del bebé.

–De acuerdo. Vamos a ver si esta criatura tiene la intención de permitir que sus padres sepan lo que es. –Dice él mientras continua moviendo aquel aparato sobre mi vientre.

–Y doctor, ¿qué es? –Interroga un impaciente Donald.

– ¿Qué desearían que fuera?

–Niña. –Digo yo de inmediato.

–Niño. –Responde Donald al mismo tiempo.

–Pues, felicidades papá, es un sano varón. –Las lágrimas salen automáticamente.

–Un… ¿Un niño? –El médico asiente–. ¿Escuchaste, mi amor? Tendremos un niño. –Dije entusiasmada.

 

Él estaba petrificado, no reaccionaba. Volteó a mirarme y sin decir alguna palabra se lanzó a mis labios. Todo dejó de existir en ese momento en el que su lengua invadió mi boca, con hambre, con amor, con esperanza. Sólo escuché cuando el médico dijo “los dejaré solos un momento” y seguimos besándonos, el me repetía “te amo” una y otra vez, al igual como se lo decía a mi vientre. Esto era el cielo…

 

Salimos de la clínica con las ecografías de mi bebé. Era hermoso, aunque me digan que todos se ven iguales en ese tipo de fotografía. Llegamos a casa y Donald inmediatamente comenzó con el decorado del cuarto del niño. Estaba emocionado y feliz. Amaba verlo así y más aún ser yo quien le regalaba esa dicha. Éramos una familia y nada más importaba.

 

A dos meses de dar a luz comencé a sentir los síntomas de la desintoxicación. Me puse irritable con todo mundo y por el bienestar de mi bebé, tuve que internarme en un clínica siquiátrica. Fue difícil, pero el amor de mi vida junto a las personas que formaban parte de mi familia –excluyendo a mis padres– estaba ahí para apoyarme.

Un par de semanas después me dieron el alta. Quería estar en casa para cuando comenzara con los síntomas de parto. Lo que no esperaba es que tres días más tarde, empezaría a sentirlos…

 

– ¿Qué sucede, mi amor? –Dijo Donald incorporándose en la cama al ver que me retorcía sin parar en esta.

–Me duele, me duele mucho. –Gesticulé volviéndome a retorcer en la cama–. El bebé, el bebé no deja de moverse.

– ¿¡QUÉ!? –Con una rapidez paranormal se levantó de la cama, se puso los pantalones, un polerón y se dispuso a vestirme. Un vestido maternal fue lo más cómodo que encontró a simple vista. Cogió el bolsito del bebé y nos dirigimos al hospital. No había tiempo de esperar una ambulancia–. Aguanta, mi amor.

–Me duele. –Mi respiración salía entrecortada, mis piernas temblaban y sentía cómo nuestro pequeño hacía presión hacia abajo tratando de salir.

– ¡UNA ENFERMERA! –Gritó un histérico Donald, conmigo en sus brazos. Enseguida apareció una enfermera con una silla de ruedas.

 

Después de eso todo fue un caos. Yo quejándome, Donald nervioso, médicos corriendo por todo el lugar, gritos, una sala blanca luminosa, los doctores tratando de calmarme, la mano de Donald sosteniendo la mía mientras lucía el típico traje azul para ingresar a la sala de parto, anestesia, pujaciones, más gritos, y luego… un llanto que me supo a melodía.

Lloré, lloré de emoción al ver su pequeño y frágil cuerpo. Estaba cansada pero nada de eso era importante cuando lo visualicé a él en brazos del hombre que amo. Se acercó cautelosamente a mí y lo depositó en mis brazos. Era hermoso, tenía el cabello negro como el mío, y lo ojos color cielo como los de él. Perfecto. Simplemente era perfecto.

 

Pasaron los días y me devolvieron a casa. Me costaba moverme y doy gracias que nani estaba ahí para facilitarnos las cosas. Todos vinieron a conocer al nuevo Bouffart. Estaban fascinados con él. Especialmente nosotros. Donald ese mismo día que reunió a la familia me pidió matrimonio, volví a llorar como una magdalena.

 

Los meses pasaron y había llegado el gran día. Desde que le dije ese “Sí” quiso comenzar con los preparativos. Todo estaba siendo perfecto.

Mi bebé ya tenía tres meses de vida y lo habíamos nombrado James, James Nicholas Bouffart Polliensky. Mi pequeño Jamie. El segundo hombre de mi vida.

Estaba con Amy, Idalia, mi tía y nani, alistando y acomodando mi hermoso vestido. Estaba nerviosa, ansiosa, feliz.

 

–Te ves hermosa. –Dijo una llorosa nani.

–Gracias. –Respondí con una sonrisa–. Pero por favor, ya no llores, me harás llorar a mí. – Dije secándole sus lágrimas.

–Ya es hora. –Agregó mi tío asomándose por la puerta. Era él quien iba a entregarme en el altar. Sentí miedo de que se arrepintiera, pero no fue así. Allí estaba él, mi mundo, mi vida, esperándome con su hermoso esmoquin negro. Sonreí al verlo y él hizo lo mismo.

–Te ves hermosa. –Susurró en mi oído en cuanto me posé a su lado.

–Tú también luces hermoso. –Respondí.

21

“Donald”

 

Mi paciencia estaba al límite esperando en el altar. Cuando comenzó a sonar la marcha nupcial y la vi caminar hacia mí tomada del brazo de su tío, mi alma volvió al cuerpo. Me enamoré más de ella en ese momento. Ella era la mujer de mi vida, la dueña de mí. Voltee a ver a mi hijo y sonreí. La amé más al saber que mi pequeña Anna me había obsequiado ese hermoso ser al que orgulloso llamo hijo. Le lancé una última mirada de amor a mi hijo y volví a ella.

Cuando ya estaba a mi lado, le susurré al oído lo hermosa que se veía y ella citó las mismas palabras. El sacerdote comenzó con su habitual discurso y nosotros en ningún momento dejamos de mirar nuestros brillantes ojos.

 

–Donald Bouffart. –Dijo el sacerdote–. ¿Acepta usted a Annabelle Polliensky Giordano como su legítima esposa, para amarla, honrarla, respetarla, hasta que la muerte los separe?

–Acepto. –Respondí sin titubear.

–Y Usted. –Se dirigió a Anna–. Annabelle Polliensky Giordano, ¿Acepta a Donald Bouffart como su legítimo esposo para ama…

–Acepto. –Dijo ella sin esperar que él terminara la pregunta. Varios rieron por su impaciencia.

–Entonces, por el poder que me confiere la ley, los declaro marido y mujer. –Antes de que pudiera siquiera decir el típico “puede usted besar a la novia” me lancé a sus labios. Los aplausos no se hicieron esperar.

–Te amo, señora Bouffart. –Declaré sobre su boca.

–Te amo, señor Bouffart. –Soltó ella.

 

Todo ese día fue hermoso. Verla sonreír, con su hermoso vestido blanco, con mi hijo en brazos es la mejor escena del mundo. Completo, por fin me sentía completo en la vida. Con mi esposa, y mi pequeño ángel.

 

La luna de miel fue un sueño hecho realidad, si bien Anna se la pasaba preocupada por el pequeño Jamie, tratamos de despejarnos y mimarnos.

Egipto era realmente precioso. Fue una buena inversión venir de luna de miel a este magnífico país. Lo recorrimos lo máximo que pudimos. Le hice el amor en todos los lugares aptos para hacerlo-Y en algunos no aptos también. Amaba sentirla mía y sentirme en su interior. La maternidad le hizo muy bien. La dejó más hermosa. Ahora sus curvas eran pronunciadas lo cual me volvía loco.

 

Después de 10 días de amor sin frenos, volvimos a nuestro hogar en Nápoles. En cuanto nació James dejamos mi departamento para mudarnos a la casa que compramos para ambos.

No era enorme ni pequeña, simplemente era perfecta para nuestra, por ahora, pequeña familia.

 

Estábamos descansando en nuestra habitación cuando sentimos un vidrio romperse. Nos asustamos y en silencio nos levantamos de la cama. Estaba por asomarme en la puerta cuando algo impactó en mi cabeza. Acompañado del grito de Anna diciendo mí nombre. Para cuando reaccioné, todo me daba vueltas, Anna no estaba en la habitación y me desesperé, fui donde se encuentra el cuarto del niño y tampoco estaba. Se me apretó el pecho. “Annabelle, Annabelle” gritaba una y otra vez recorriendo cada rincón de la casa hasta que la encontré atada y amordazada en el sillón. Su cara estaba marcada, la habían golpeado. Corrí hacia ella para soltarla y en cuando quité la cinta de su boca, soltó las palabras que nunca hubiera querido escuchar…

 

–Se lo llevaron, Donald, se llevaron a Jamie. –Dijo mi esposa rompiendo en llanto.

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