Dark

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Capítulo 11

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En la memoria de Víctor la visión del camalote y las palabras de Andrés iban a ocupar más lugar que la navegación hasta el Paraná de las Palmas, que la exploración a pie de la isla donde pasaron dos noches. De ese paseo exigente para el que no estaba preparado, la impresión más vívida que iba a conservar fue la del momento en que, paralizado, vio salir de los yuyos una serpiente que se detuvo a sus pies. Parecía estudiarlo. Es inofensiva, dictaminó Andrés. Pero los minúsculos ojos brillantes se habían fijado en los de Víctor y dejaron impresa su imagen. Varias décadas más tarde, el escritor no necesita cerrar los ojos para volver a verla.

Hoy se pregunta qué podía pensar la gente que se cruzaba con esos personajes tan separados por la edad y por algo que no sabía nombrar pero le resultaba inmediatamente perceptible: el abismo social entre un adolescente a quien un par de jeans, una remera y el pelo prolijamente despeinado no lograban borrar las huellas de pertenencia a una familia de obstinada clase media, tan impermeable a la vocación del hijo como a toda excentricidad de conducta, y ese hombre, la distancia vivida hoy permite al escritor darle unos cuarenta años; un hombre cuya minuciosa decencia en el vestir no logra disimular una mirada que ha visto más de lo que quiere recordar, surcos de carácter grabados en el rostro por alguna experiencia inconfesa. En un andar ágil, acaso deportivo, en un porte seguro, apenas desafiante, latía una virilidad no amansada por horarios cotidianos ante el escritorio de una oficina.

Se pregunta sobre todo qué sintió aquel adolescente ante un personaje para él inédito. Más allá del halago de sentirse escuchado, más allá del descubrimiento de su propia capacidad de seducción (para la que no se le hubiese ocurrido esa palabra) y del provecho material que de ella podía obtener (que no concebía como una forma embrionaria, aunque no del todo inocente, de prostitución), el escritor se pregunta si Víctor intuía el turbio, oscuro erotismo que iba estrechando su relación con Andrés. Cree que sí, que el chico lo percibía como un elemento de peligro al que tampoco sabía dar nombre, un peligro cuya intensidad estaba alimentada por la ausencia de todo contacto físico con el amigo.

Durante la última noche pasada en la hostería de Tigre, se había despertado y en la luna del armario frente a su cama vio reflejado el rostro de Andrés, despierto en la cama vecina, los ojos muy abiertos fijos en él. Se quedó mirando esa mirada en el espejo durante un tiempo que le pareció muy largo, ligados los dos por algo inmóvil, mudo, impalpable, hasta que el sueño volvió y horas más tarde se despertó en la claridad de la mañana, ya conjurados los riesgos de la noche.

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