Dark

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DARK

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Observador Externo notó como el miedo crecía en su interior. Estaba en el interior de un demonio cósmico, sometido a sus designios furiosos, y no tenía ni idea de si se trataba de una entidad recicladora abierta o cerrada. Y temía salir de la protección del planeta y verse arrasado por un haz de luz. Su temperatura ya era suficientemente alta.

Mientras el planeta era arrastrado, al igual que otros muchos objetos que pululaban en el interior del espíritu, se deslizó por la superficie. En cuanto sobrevolaban los lagos helados, estos se descongelaban debido a su alta temperatura, y las moléculas de agua se perdían en el vacío, mezclándose con el hidrógeno y rechazando el helio. Se alejó de las superficies heladas, y observó el resto. Con sorpresa curiosa, descubrió que aquel planeta había sido bendecido por la vida. Al principio, tuvo dudas, pero estas pronto se disiparon. Descubrió estructuras alargadas, unidas al suelo. Cubrían gran parte de la superficie, así que Observador Externo supuso que se trataba de la forma de vida más abundante. Estaban congeladas, desprovistas ya de vida, igual que otras muchas formas de vida que yacían en la superficie. Eran también abundantes, y parecían tener cuatro extremidades. Las había por todas partes, solitarias o en grandes grupos. Y en muchas ocasiones, en el interior de estructuras inorgánicas y elevadas. Atisbó todavía más en la superficie, comprimiéndose, y encontró una miríada de formas de vida, algunas de ellas todavía vivas. Era increíble que aún resistiesen las condiciones que se generaban en el interior de aquel demonio. Pese a ello, muchas de las que vivían estaban agonizando, y Observador Externo podía percibir sus invisibles llamadas de socorro. Nadie podía ayudarlas, ni siquiera él. A pesar de su status, y de todas las capacidades que tenía, no podía hacer nada por ellas. La única ley que gobernaba su pueblo era la del libre albedrío, y por nada del mundo rompería esa regla sagrada. Pese a ello, sintió algo parecido a la pena por aquellos pequeños seres vivos. Con su forma alargada y ovalada, se apiñaban unos a otros, como intentando protegerse. Se expandió ligeramente, y aquellos pequeños seres desaparecieron, demasiado pequeños para que pudiese percibirlos. Apoyado contra la superficie de aquella cara del planeta, observó aquellos erguidos seres vivos. Aquellas formas de vida, perecederas... ¿tenían sentido? Sus vidas eran efímeras, acotaban un minúsculo fragmento del tiempo del Cosmos, y eran tan ínfimas que apenas ellas mismas podían percibir su propia existencia. ¿Tenía esto sentido? Y sin embargo, sintió que había algo en aquella existencia fugaz que Observador Externo nunca podría poseer. No sabía exactamente a qué se refería, pero su alma ardió con fuerza durante unos instantes, nerviosa por un descubrimiento que ni siquiera terminaba de entender. Vagó por aquella superficie, ajeno a lo que ocurría a su alrededor, en donde el planeta se veía arrastrado hacia una fuente de luz que parecía inundarlo todo. Llegó al borde de un lago congelado. Había una de aquellas estructuras inorgánicas, las que albergaban a las formas de vida con extremidades, y también una diminuta extensión de material granulado. También había un par de formas de vida alargadas. Descubrió a uno de los cuadrúpedos, sobre la superficie granulada, agarrado al pie de una de las formas de vida alargadas. Se acercó lo máximo. No estaba vivo, ni mucho menos. Entre sus extremidades, había un pequeño bubón. Estaba parcialmente recubierto de un material largo y fino, y había un sinfín de detalles que Observador Externo no sabía interpretar. Eran formas de vida demasiado primitivas, alejadas de él más que del mundo inorgánico. Y, aun así, sintió una punzada de nostalgia. Algo que se revolvía en su interior, infame y caótico.

Se alejó de allí, perturbado, y orbitó a cierta distancia del planeta. Allí había algo que le había turbado, que había abierto una línea de pensamiento que quizá no le gustase demasiado. ¿Para qué torturarse con ello? Pero había asumido un riesgo, había emprendido una aventura, y debía aceptar todo lo que derivase de ella.

Algo centró su atención. El planeta, y todos los demás objetos que habían sido absorbidos por la entidad recicladora, eran ahora absorbidos hacia su núcleo. Y allí, la luz estallaba sin cesar, en torno a una diminuta esfera oscura, apenas perceptible entre la luz. De repente valiente, Observador Externo se alejó un poco más del planeta, exponiéndose al daño que el demonio cósmico podía causarle. Quería observarlo todo, quería correr todos los peligros, quería conocer, quería ser... curioso... quería.

Aquella pequeña esfera negra fue aumentando en tamaño, aunque lo que ocurría en realidad era que el planeta, y todo lo demás, era arrastrado a una velocidad inconcebible. Observador Externo sentía su alma trémula, encendida,... la sintió viva. Y eso era lo único que le importaba en ese momento.

La luz formaba bellos remolinos en torno a la esfera negra, y los extremos, mutados en radiaciones, escapaban incontenibles hacia regiones externas más alejadas. El tiempo, ahora, transcurría con una lentitud casi exasperante, aunque los acontecimientos parecían sucederse por todas partes. A medida que se acercaban a la esfera negra, los planetas, asteroides, satélites... en fin, todo lo que el demonio había absorbido, se veía imbuido en el remolino de fuerzas gravitatorias, girando sin cesar entre las hordas de luz. Todos los objetos se acercaron, y algunos estallaban al colisionar, desperdigando fragmentos rocosos que asimismo eran también arrastrados. Con emoción, Observador Externo vio como un gran planeta rocoso desaparecía en el interior de un gigante gaseoso. Segundos más tarde, el gran planeta gaseoso estallaba en una bola de fuego, mientras que el planeta que había chocado con él se deshacía en fragmentos minúsculos. Todo se aceleraba. En torno a sí, las rocas chocaban unas con otras, desmenuzando la materia en pedazos cada vez más pequeños. Los trituraba.

«

Es algo maligno», pensó Observador Externo.

Y no mucho más tarde, la esfera negra fue todo lo que se extendía en todas direcciones. Los brazos de luz, lejanos, flotaban ahora a mucha distancia. «

¿Qué es esto?», se preguntó Observador Externo. ¿Qué estaba pasando? Una gran masa de roca chocó contra su planeta acompañante, y este se fragmentó en al menos media docena de trozos. Y por todas partes ocurría lo mismo, aunque algunos planetas mantenían su integridad a duras penas.

Enfocó la esfera negra. No parecía ser un objeto celeste en sí mismo, pues no tenía superficie, ni brillaba, ni... ni tenía masa, ni emitía luz, ni... y entonces, pequeños puntos de luz blanca aparecieron en el interior de la esfera negra. Los puntos parpadeaban leve pero perfectamente perceptibles, como luces que se encendiesen y apagasen a cada segundo.

Finalmente, la masa de fragmentos absorbidos por el espíritu reciclador cayó hacia las luces, y Observador Externo con ellos. Para entonces, estaba tan nervioso que sentía que su temperatura subía y bajaba a cada instante. Pero, al mismo tiempo, deseaban saber qué iba a ocurrir. ¿Y si le esperaba la muerte? Los Observadores Externos eran casi inmortales. Gozaban de vidas tan largas que algunas se perdían en los orígenes del Cosmos. Eran formas de vida privilegiadas, sin función alguna en el Universo..., pero podían morir. No ocurría con frecuencia, pero... ¿Y si él moría? ¿Cómo sería? Los observadores externos más ancianos debatían a menudo cuál era el sentido de la vida, y que había tras ella, pero jamás habían alcanzado una solución, no había respuestas sencillas a sus preguntas. ¿Desaparecería? ¿Simplemente eso? ¿Sin... sufrimiento?

Las luces parpadeantes incrementaron su número, haciendo que la esfera negra se convirtiese en un mar lleno de puntos de luz. Observador Externo sintió que algo le arrastraba con tanto fuerza que su esencia se alargó y pareció romperse. Pero no era así. No era él lo que se estiraba, sino el resto, lo que le rodeaba, era el tejido interno del espíritu reciclador, que se modificaba para... «

Oh, gracias, es abierto». Aquello debía de tratarse de la salida del espíritu reciclador. Se sintió emocionado.

Se vio rodeado de fragmentos de roca, de hielo y de un sinfín de objetos que apenas podía reconocer. Millones de gotas de plasma brillaban alrededor de él, y las luces punteaban el túbulo de salida como si fuesen un microcosmos. La estructura del espíritu reciclador se alargó aún más, y Observador Externo sintió un mar de placidez en su interior, y un mar de luz fuera de él. Las luces parpadearon más y asimismo se alargaron, dibujando líneas de luz. Infinitas.

El alma de Observador Externo se calentó tanto que dejó de ser consciente de su propia existencia. Lo último que pensó era que había muerto.

Cuando volvió a pensar, se vio en un lugar diferente. Había masas de hidrógeno por todas partes, como nubes transparentes. Y una gran luz brillaba. Procedía de una pequeña estrella, brillante y ardiente, que no estaba muy lejos de Observador Externo. Confirmó que seguía vivo, y con una alegría que jamás había sentido, elevó su temperatura lo suficiente como para poder moverse por el vacío. Lo que pudo observar le dejó hipnotizado y aturdido.

Toda la masa de fragmentos con la que había viajado por el túbulo de salida del espíritu reciclador estaba allí, flotando ingrávida entre pequeñas esquirlas de plasma que ya se iban esfumando.

Se alzó, alejándose de allí para tomar perspectiva. Era... grandioso. La masa de fragmentos cayó hacia un mar de trozos de roca, que giraba en torno a la estrella. Muchos de ellos chocaban entre sí, rompiéndose o tan solo rebotando y permaneciendo juntos durante un tiempo.

Allí, ante su mirada atenta y emocionada, se estaba produciendo un fenómeno mágico. Se estaban creando nuevos mundos, a la vera cálida de una estrella naciente, que enviaba sus renovados rayos hacia aquella nebulosa de fragmentos rocosos. Y por encima de él, caían más fragmentos, desde la boca de salida del espíritu reciclador.

Observó cómo los fragmentos comenzaban a girar rápidamente en torno a la estrella.

Pronto, aquellos fragmentos se unirían unos a otros, creando esferas cada vez más perfectas. Sus órbitas se estabilizarían en torno a la nueva estrella, y los vientos solares y gravitatorios chocarían contra su superficie, cargándola de energía. pronto, allí habría decenas de planetas, nuevos, completamente nuevos. Y un sinfín de posibilidades por delante. Era capaz de imaginar toda aquella masa de roca reorganizándose, creando capas, apropiándose de los gases para construir atmósferas, protegiéndose del exterior, y atrapando a otros planetas menores, convertidos así en satélites. Era capaz de imaginar las charcas de líquido primordial en los valles abruptos de un mundo nuevo, y también a las moléculas inertes interaccionando entre sí. Llegarían después las moléculas orgánicas, y en algún momento, un fenómeno tan mágico como desconocido haría surgir la vida.

Enternecido, observó la nube de fragmentos, girando ya en torno a la estrella.

No estaba muerto, y por tanto, toda aquella experiencia había merecido la pena. Y Observador Externo tenía la impresión de que hubiera merecido la pena incluso si hubiese muerto.

Pues la muerte solamente era una experiencia más.

Observó las estrellas, a su alrededor, procurando identificar el lugar del Cosmos en el que se encontraba. Reconoció un par de estrellas, y se lanzó hacia ellas.

Estaba contento.

El Ente observó a aquella pequeña forma de energía. Giraba con curiosidad alrededor de un espíritu del Cosmos, sin saber qué hacer, temerosa de interactuar con él. Quizá temiese por su existencia, un concepto que para el Ente era completamente ridículo. Siguió los avances de la forma de energía hasta que esta se atrevió a penetrar en el interior del espíritu. Vio como, en su interior, se maravillaba de la luz, y como el miedo la hacía refugiarse tras un fragmento de roca. El espíritu del Cosmos trató de comunicarse con aquella pequeña forma de energía, pero no sabía que había reglas físicas que impedían su comunicación. Los intentos finalizaron abruptamente cuando toda la materia fue succionada y enviada a otro lugar del Cosmos. La aturdida forma de energía permaneció inmóvil durante un tiempo, demasiado confusa como para poder reaccionar, pero luego se recuperó y observó toda aquella materia en torno a la estrella nueva.

Sonrió mientas la forma de energía, maravillada por aquel espectáculo de génesis cósmica, lo observaba todo con sus primitivos sentidos. Y para provocar en aquella forma de energía todavía más fascinación, alargó parte de su conciencia hasta aquel sistema planetario naciente, y empujó la masa de fragmentos de roca, haciéndolos girar alrededor de la estrella. Luego se retiró, satisfecho al sentir la emoción de la forma de energía.

Vio como esta se retiraba, y fijó su atención en el interior de sí mismo. Pensó en si había sido algo diferente alguna vez. Algo como aquella forma de energía, o como alguna otra forma de vida inferior. Pero no había respuestas, pues no tenía recuerdos. No era más que un glóbulo de consciencia, inmenso y diminuto al mismo tiempo, cálido y gélido, carente de cualquier tipo de... no era más que vacío.

Y, aun así, ¿podía sentir? ¿Podía hacer algo más que existir?

¿Podía desaparecer?

Algo llamó su atención, y abandonó sus pensamientos. No en vano eran inútiles. Pero, pese a ello, acudían a él sin cesar, y el Ente, que todo lo podía, era incapaz de controlarlos. El Ente, que podía manejar las estrellas y a cualquier espíritu del Cosmos, así como a la materia y la energía, no podía evitar que esas preguntas surgiesen de su más recóndito interior, perturbándolo y... se preguntaba, turbado, si había algo más en aquel lugar.

«

¿Estoy solo aquí?». «¿Completamente solo?».

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