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CAPÍTULO 29

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CAPÍTULO 29

 

 

Una semana después, la vida de todo regresó a la normalidad. Más o menos. Ana había regresado a trabajar al hospital, esa mañana había terminado su primer turno de treinta y seis horas. Fue relativamente lo que necesito para volver a poner su vida en perspectiva. Hacer cirugía tras cirugía siempre la había ayudado. La rutina era reconfortante. Después de una semana llena de emociones y cosas complicadas.

El fiscal Morrison le dieron el alta entre la semana, Iain y Keity lo estaban volviendo loco en casa. Kai y Gideon seguían con la investigación, hasta ahora tenían varias pistas y la seguridad sobre el caso estaba aumentando y causando tensión entre los involucrados. Dorian era el mayor sobreprotector exagerado de la historia. Para Ana era difícil imaginar que un agente del FBI tuviera la necesidad de guarda espaldas. Y sonaba loco, pero no estaba bromeando, Dorian Donnart no tenía límites. Si por el fuera, apostaba a un guardaespaldas delante y otro detrás de Gideon. En cierta forma eso también beneficiaba a Ana, eso no tener que conducir la mayor parte del tiempo y andar en un vehículo de alta gama era un lujo del cual ella no se iba a negar.

La peor parte de su semana fue encontrarse con Bruno sin lugar a dudas. Fue un accidente encontrarlo. Ana deliberadamente había evitado sus llamadas y mensajes, y ni hablar de querer encontrárselos en el hospital. Evitaba el área de maternidad a toda costa, aunque la doctora Rosse la mantuvo siempre informada de la evolución de Mina. Ese día, a Bruno lo encontró en el área administrativa, no se dijeron nada, pero una mirada a su rostro le basto a Ana para saber que Bruno sabía. Él conocía la propuesta de Mina y no parecía muy contento con ello. Pero tampoco se plantó delante de Ana para exigirle que se negara a ello ¿Tanto amaba a su esposa? Algo desagradable se apretó en la boca de su estómago y le tomó un esfuerzo considerable mantener su rostro carente de emoción. Fue incómodo para ambos. Ana se había retirado primero. Y hablando de momentos incómodos

—Hola, doctora Carson tengo dolor vaginal— Ana trató de que su rostro no mostrara nada mientras observaba a la señora William tendida sobre la camilla con las piernas abiertas. << Querías volver a la rutina ¿no es así?>> ¡Bienvenida a la realidad! Dijo su voz interna. Regresar a las consultas en la residencia también era parte de su obligación. Aunque admitía que estaba ahí gracias a Morgan. Ella había enviado un mensaje esa mañana que después del trabajo vendría un rato a la residencia y aunque no era su día de consulta Ana había pensado… ¿Por qué no ir también? Fastidiar a Minerva y a Rayan siempre le levantaba el ánimo. << Pues ahora no estoy tan segura>>

—Gusto en verla, señora Williams— Ana cerró la puerta y se aproximó hacia la mesilla auxiliar para buscar unos guantes, mientras la enfermera preparaba los instrumentos, Ana reviso su expediente.

—Mi ginecóloga murió hace algunos años— Escuchó decir a la anciana. —Y me niego a que un hombre vea mis partes, por esa razón me alegré cuando la vi llegar esta tarde. — << Buena suerte para mi>> Pensó Ana con sarcasmo, pero se aproximó hacia la señora Williams con su mejor sonrisa profesional.

—De acuerdo, veamos que encontramos— Dijo Ana colocándose en el banquillo y colocándose el cubrebocas —¿Duele cuando orina? —

—Sí, es mucho peor— Ana comenzó a revisar. << Estás observando lo que tengo que hacer por usted doctor Harper>> Estas eran las circunstancias en las que Ana se cuestionaba su decisión de honrar la memoria del doctor que fue su maestro. Ella era cirujana cardióloga, no un médico interno, pero estaba ahí, haciendo los trabajos que juro no volver a hacer cuando termino el internado.

—Tiene en la vagina un desgarre, no hay señal de contusión, ni indicación de trauma… Ni tampoco laceración —Reflexionó Ana — Mi querida señora William, según mi diagnóstico, o tiene un novio de dieciocho años con la energía de un toro o un novio de ochenta que abusa del uso de las tabletas azules [27] —

—Esteban pensó que sería bueno para nuestra relación— dijo la señora William sin ningún rubor en el rostro —Usted sabe que el sexo es una parte fundamental en una pareja ¿No es verdad? — Ana intercambio una mirada incómoda con la enfermera. Y regresó su mirada hacia la señora William

—Hay mucho más en una relación que solo sexo— Declaró Ana —Deberían de buscar una actividad… Apropiada que los una como pareja— Ana no estaba en contra del sexo. Por supuesto que no, pero la edad…

—Nos gusta leer juntos, tomarnos de las manos mientras paseamos…—

—Tal vez debería de hablar con él de esto…—

—¿Disuadir a un hombre setenta y siete años de no tener sexo? — Preguntó la mujer con consternación en la mirada. — Para eso existen todos esos productos para hombre, si yo no le doy lo que desea. Entonces el hombre se descarrila y comienza a buscar en otro lado lo que no tiene en casa. — Declaró la mujer con absoluta confianza, Ana enarco una ceja y la enfermera ahogó una sonrisa tras su mano.

—¿Crees que Esteban te sería infiel? — Ana en serio intentaba no reír, de verdad, pero le estaba costando trabajo.

—Sarah es una ofrecida, se acuesta con todos los hombres de la residencia, tiene ochenta años y aun así se atreve a teñirse el cabello de rojo, es una prostituta— << Señor, ten piedad de mi>> Pensó Ana desesperadamente. La enfermera a su costado ya no pudo aguantar la risa, tuvo que girarse para que la señora William no notara su diversión. Ana carraspeó para aclararse la garganta, se levantó y fue en busca de su blog de recetas.

—Señora William, le recetaré para supositorios vaginales de estrógeno, eso le ayudará con la lubricación— Ana le entregó la receta a la anciana, ella le sonrió y sujetó su mano con fuerza.

—Doctora, debería de recetarle otra medicina a Esteban, algo… Menos fuerte, puede decirle que es para cuidar su salud— Ella bateó sus pestañas —¿Me haría ese favor? — Esta vez la risa de la enfermera no fue disimulada.

—¿Quiere que le mienta a un paciente? —

—¿Podría? — Preguntó esperanzada

—Señora William… los pacientes mienten, no los médicos— Dándole unas palmaditas en las manos para que la soltara, después huyo del consultorio. Antes de terminar su día, tenía que atender a dos pacientes más, pero mientras la enfermera se ocupaba de la señora William. Ana decidió que necesitaba un minuto, necesitaba recargarse de paciencia y energía. Y la única manera de hacerlo tenía nombre y apellido.

Encontró a Morgan en el segundo piso, acomodando una mercancía en los estantes, ese era trabajo de los empleados del lugar, no de una voluntaria que venía a la residencia a hacer compañía a los ancianos. Ana tenía la impresión que los que dirigían esta residencia abusaban de la buena voluntad de los voluntarios. Ya se encargaría de hablar con Minerva, Morgan no tenía por qué hacer tareas vulgares como esta.

—Hola, ¿Ya terminaste tus consultas? —

—Aún no— Ana luchó para controlar la reacción de su cuerpo. La extraña posesividad de sobre Morgan siempre le afectaba. Ana se acercó y atrajo a Morgan a sus brazos, estaban en una pequeña habitación en la que cualquiera podría entrar en cualquier momento, pero a ella le importaría menos. —¿Crees que puedes quedarte esta noche en mi casa? — Preguntó, acariciando la nuca de Morgan y dejando caer un beso en su pelo.

—Necesito llamar a casa, y mañana no puedo faltar al trabajo— dijo Morgan recargando la cabeza en su hombro. Le encantaba que Morgan estuviera perdiendo el miedo a su contacto. Cada vez se mostrará más libre para hacer lo que quisiera.  La necesidad en la voz de Morgan era imposible de ocultar.

—Yo me encargaré de llevarte— Inclinó el rostro de Morgan hacia arriba y arrastró su boca suavemente por la mandíbula de Morgan. Ella prácticamente se derritió contra Ana, escondiendo la cara en el hueco de cuello de Ana. —Tú no tienes que preocuparte de nada, yo me haré cargo de todo—

—En ocasiones me cuesta creer que tú…—Susurró Morgan rozando sus labios contra la garganta de Ana. Un beso casto. Palabras castas, pero no había nada casto acerca de la forma en que su cuerpo reaccionó y no termino la frase, pero Ana no le costó trabajo suponer lo demás. El corazón de Ana le martilleaba en el pecho, la familiar mezcla de necesidad y deseo, dolor y euforia corría por sus venas. Ana cerró los ojos y se preguntó si esto era como se sentía al estar entre el cielo y el infierno.

Un minuto después se dio cuenta de que Ana estaba en el infierno, su bello momento con Morgan fue interrumpido cuando escucharon que alguien se acercaba. Ana no tenía ningún problema porque alguien la viera de esa forma con Morgan. Pero al ver la forma en la que ella se tensó, Ana decisión dar un paso atrás, justo a tiempo cuando un anciano con bastón apareció en la puerta. Al parecer la había estado siguiendo, claro que Ana fue más rápida. Por lo menos por unos minutos.             

—Doctora, la estaba buscando—Ana cerró los ojos pidiendo paciencia. Recargó su espalda contra el estante.

—Solo me estaba tomando un descanso, regresaré al consultorio en un minuto…— Informó, pero el anciano parecía muy reacio a ir al consultorio y esperar su turno.

—Tengo dolor de cuerpo, me duele demasiado la cintura y rígido los músculos de mis brazos, además de que tengo alta la presión la mayor parte del tiempo—

—Tranquilo Esteban, estoy segura de que la doctora Carson te ayudara— Aseguró Morgan. Ana abrió los ojos

—¿Esteban? — Preguntó incrédula —¿Cuántos, Esteban hay en la residencia? —

—Solo yo, doctora ¿Por qué? — Preguntó el anciano incrédulo, Morgan también la miró confundida.  Pero lo único que pudo hacer Ana fue reír. Comenzó a reír a carcajadas, tan fuertes que hasta le lloraron los ojos y le dolió el estómago, tenía demasiado tiempo sin reír así. La confusión en sus dos espectadores era más que obvia. Pero Ana le podría explicar a Morgan todo más tarde. En cuanto al buen Esteban, tendría que tener una larga charla sobre el abuso de las pastillas azules, además de que a Minerva no le agradaría averiguar que su amado amante el doctor Rayan estaba descuidando su trabajo o, mejor dicho, estaba siendo demasiado negligente en cuanto prescribir estos medicamentos a los adultos mayores. ¡Oh si! Nuevamente terminaría fastidiando a Rayan.

 

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Durante el trayecto a casa de Ana, le contó a Morgan todos lo sucedido entre Esteban y su amante adolorida. Fue divertido ver la cara de vergüenza en el rostro de Morgan. Sexo era sexo, así fuera entre adultos de la tercera edad, aunque Ana admitía que había otras cosas además del sexo. Durante esta semana había logrado conocer un poco mejor a Morgan. Ya que después de su cirugía láser fue recomendado no tener gran actividad física durante al menos cinco días, Ana descubrió que simplemente salir a tomar un café, ver la televisión, o charlar fue sumamente satisfactorio. Era la primera vez que tenía una relación de este tipo con alguien. Llegar al final del día y charlar de todo y de nada, era sumamente bueno.

Sentarte simplemente en compañía de alguien, sin decir nada, toques inocentes, y simplemente estar ahí. Era más que suficiente. Morgan la había cambiado. Nunca se preocupaba en exceso sobre la ocupación o sobre los gustos de los amantes que se follaba, ¿Para qué? Si no iba a mantener con ellas ninguna conversación medianamente seria… Al menos con Morgan podía sincerarse al noventa y nueve por ciento.

—Keity dice que está cansada de que su padre la mantenga vigilada— Comentó Morgan, mientras Ana buscaba donde aparcar.

—Yo comprendo cómo se siente, pero hasta que no terminen las investigaciones dudo que Allister la quiera tener fuera de su vista. — Ana hizo una mueca. —Yo mínimo recibo cincuenta llamadas de Gideon al día y Kai pasa personalmente a comprobar cómo me encuentro, me sorprende incluso que el día de hoy me hayan permitido utilizar mi propio auto. — Ana evitó deliberadamente comentar que Gideon había colocado un rastreador GPS en su teléfono.

—¿Cómo va ese caso? —

—No bastante rápido como a mí me gustaría que se resolviera —bromeó saliendo del vehículo, Morgan la siguió.

—¿No tienes miedo? — Preguntó Morgan mientras que juntas sacaban las bolsas de la compra. Esa noche Morgan cocinaría y Ana no podía estar más feliz por ello.

—¿Por qué preocuparme por algo que no ha sucedido? — Ana hizo una mueca —Admito que el día que tuvimos el accidente me asuste, pero no por mí. Fue mi desesperación por mantener a Gideon con vida—

—No quiero recordarlo, me preocupé mucho cuando Keity me llamó—

—Tranquila, confió en que Kai y Gideon lograran solucionar este desastre. —Ana estiró el brazo para sujetar a Morgan de la mano y subir juntas al elevador—. Las cosas no avanzan mucho, pero tengo fe en ellos —informó de forma vaga. La cuestión era que cuando hablaban de delincuencia organizada, cada que ellos daban un paso en el caso, estaban cubriéndose un poco más de y más de peligro. Pero confiaba en que saldrían victoriosos.

—Entiendo… —Murmuró Morgan. Durante el trayecto hasta su casa Ana intentó cambiar el tema. Le preguntó por como estuvo su día y como iban las cosas en el trabajo. No pudo llegar a pensar que estando juntas de esa manera mientras se dirigían a su apartamento, parecían un viejo matrimonio.

—¿En verdad quieres escucharme hablar de plantas y fertilizantes? —

—Por supuesto, soy buena escuchando— Confirmó Ana. Morgan comenzó hablarle de sus plantas. Como era más que obvio que Ana no tenía ni idea de cómo eran las plantas que ella menciona se largó a describirlas con gran detalle. De esa forma Ana por lo menos pudo imaginárselas. Al pasar por enfrente de la casa de Kai y Alex, Ana intentó escuchar si sus amigos estaban en casa. Pero como no alcanzaba escuchar música eso le confirmo que Kai seguramente estaba trabajando y Alex visitando a Keity. Entraron en su apartamento, dejaron la compra en la cocina, y mientras terminaban de acomodar todo Morgan seguía hablando y hablando.

En este punto, al cruzar la puerta de su casa. Ana ya hubiera arrastrado a su amante de ocasión a la cama, pero no con Morgan. Ella ya podría tener sexo sin problemas, su cirugía resulto un éxito, aún tenía que utilizar gotas para ojos e ir a revisión en los siguientes diez días. Morgan ahora ya no era un peligro para la sociedad “ supuestamente ” a consideración de Ana, nada había cambiado, aunque ya no se estrellaba contra cosas y derramaba líquido. Morgan seguía siendo Morgan, Esa tarde en el trabajo, le había pisado un pie a Sandy cuando se despedían. Era la misma Morgan que conoció. Con mejor vista. Y a pesar de vestir de forma sencilla como siempre, Ana la deseaba. Ya que sabía todo lo que escondía debajo de esa falda amplia color blanco y esa blusa de flores. Y aunque las dos sabían qué iba a pasar, no deseaba ser tan evidente y llevarla directamente al dormitorio. Otro detalle para la reflexión, pues hasta ahora su estilo siempre se caracterizaba por ser directo.

—El abuelo quiere contratar a una empresa de publicidad, cree que tiene todo lo necesario para expandir el negocio. —dijo ella con una sonrisa de satisfacción.

—Gideon es especialista en sistemas, seguro que tendrá algunos conocidos en la intrusaría. —Sugirió Ana con una media sonrisa—. Y al mismo tiempo el FBI puede comprobar los antecedentes de la empresa. —Aseguró mientras sacaba dos copas del estante. Mientras Morgan comenzaba a lavar verduras, Ana decidió que tomar un poco de vino sería bueno para ambas.

—Creo que podemos aceptar las recomendaciones de Gideon —dijo Morgan sacando la tablilla de cortar —. Pero comprobar antecedes se me hace exagerado—

—Al tiempo de hoy es mejor estar seguros, y tú tienes los recursos del FBI a tu disposición—

—Tal vez suene tonto, pero soy de las que confían en las personas —Se encogió de hombros. Mientras Morgan seguía cocinando, siguieron conversando, del tema del invernadero, pasaron al día de Ana. Ella no tuvo ningún inconveniente de hablarle de sus casos. Y Morgan era muy buena escuchando. Pasó el tiempo volando, que casi sin darse cuenta, ya estaba la cena lista y Ana estaba llevando el vino hacia la sala de estar. Cenarían viendo un programa de televisión. La escena que se estaba desarrollando era tan… Doméstica. Y Ana se sintió bastante bien. 

Mientras cenaban, al azar comenzaron a ver una película, resulto ser un drama romántico donde la protagonista, claramente le gustaba sufrir por amor. Ya que estaba dispuesta a todo por conseguir la atención del mujeriego protagonista.

—Eso es patético— Comentó Ana mientras observaba la escena donde la chica, lloraba en silencio mientras veía alejarse al hombre que amaba junto con la bella dama a la cual se follaría.

—Ella realmente está enamorada… —reflexionó Morgan.

—Cierto, pero no hay nada más mediocre que sufrir por amor— Comentó apretando los dientes. —Es verdad que no se decide a quien amar, y no puedes controlar lo que esa persona hará, pero tampoco es para que te quedes como un observador. Tienes que vivir, si no es con esa persona, busca a la que sigue—

—Te refieres a buscar solo sexo — Lo que dijo Morgan no era una pregunta. Ana alcanzó su copa de vino.

—Bueno, el sexo es parte de la vida… — Comentó Ana mirando la pantalla —Si no puedes tener amor, el sexo es la mejor opción— Ana ya no quería tener esta conversación.

—¿Has estado enamorada alguna vez? —Escucho la pregunta de Morgan. Su tono indicaba que estaba algo ansiosa.

—Define amor, Morgan— Ordenó girando su cabeza hacia la chica.

—Bueno… Yo creo que…— Ana sonrió al ver como Morgan se mordía el labio inferior.

—Ya me imagino tu concepto del amor— Ana dio un trago a su vino — Es esa clase de amor que nutren los poemas y los mitos— Ana Carson era una pecadora. El sexo sin compromisos y su propio placer ocupaban un lugar preferente en su mente dominada por la lujuria. Esa necesidad física nunca daba paso a algo más profundo, como el amor.

—Qué es peor, ¿Pensar que el sexo es amor? O ¿Pensar que son cosas distintas y elegir el sexo? — Ana mentiría si no admitía que la pregunta de Morgan la sorprendió.

—¿Lujuria o amor? — Ana hizo una mueca —La lujuria es un pecado sobre el que reflexionó a menudo y con mucho placer—

—La lujuria es uno de los siete pecados capitales —Comentó, volviendo la cabeza para mirar a la pantalla, parecía incómoda. Ana se echó a reír con amargura.

—Curiosamente, soy pecadora de más de uno. No te molestes en contarlos, orgullo, envidia, ira, gula, avaricia, lujuria— Ana rio —Estoy orgullosa de decir que no soy perezosa— Morgan alzó una ceja, pero no se volvió a mirarlo.

—¿Por qué buscar hacerme creer que eres una mala persona? —

—No espero que lo entiendas, pero yo soy un imán para el pecado. Por algo me llaman Satanás— Esta vez sí se volvió hacia Ana, que le dedicó una mirada resignada; ella respondió con otra compasiva.

—El pecado no se siente atraído por un ser humano en concreto…—

—¿Ahora me convencerás de que tengo salvación? —Ana Carson estaba muy lejos de la redención. El sexo sin compromisos y su propio placer era lo que siempre buscaba. Esa necesidad física nunca daba paso a algo más profundo, como el amor. Y, sin embargo, a pesar de esa y de otras carencias morales. A pesar de su incapacidad para resistirse a la tentación aún le quedaba un principio moral que regía su comportamiento.

—Según la filosofía, la lujuria es un amor descarriado, pero no deja de ser amor. Por esta razón, lo considera el menos malo de los siete pecados capitales— Comentó Morgan con una extraña mirada. Ana estiró la mano y con delicadeza le quitó un mechón de cabello de la cara.

—Yo también estudié filosofía — Ana sonrió — Y tengo un concepto diferente, amor y lujuria son completamente lo contrario—

— Yo creo que la unión sexual no es lujuria, es un acto de amor. — Comentó Morgan con las mejillas coloradas.

—El sexo tiene dos caras. Estoy segura de que de ahí nace la distinción en el lenguaje contemporáneo entre, follar y hacer el amor— Ana presintió el momento exacto donde Morgan preguntaría si Ana le hacía el amor o la follaba. Así que decidió terminar con esa conversación. Terminó por inclinarse completamente sobre ella para besarla, un beso que invocaba sin duda a la lujuria. Sin despegarse de ella y manteniendo la boca junto a su oreja, recorrió su espalda con la mano, como tanteando el terreno. Morgan se derretía, otra vez, literalmente.

—Me gustas —dijo Ana provocando que a ella se le erizara la piel al contacto de su aliento—… y mucho. —Besó su cuello, La besó con ferocidad.

—Ana... —Susurró en un suspiro cuando Ana abandonó su boca un instante. Ese ruego la hizo reaccionar y ponerse en pie. Le tendió la mano y ella la agarró.

—Vamos. — Ana tiró de ella y la sujetó del culo y la volvió a besar, sin soltarla y a trompicones, chocando con las paredes, besándose de forma desesperada, llegaron al dormitorio, cayeron juntas sobre la cama. Morgan jadeó cuando Ana apartó un poco su blusa tomó su pezón en su boca. Ella estaba sobresaltada y excitada por lo que ellas estaban haciendo. El aire caluroso en sus pechos expuestos, combinado con la succión y el calor mojado de su boca. Endureció sus pezones dolorosamente. Ella sujetó la cabeza de Ana. Sus dedos se enredaron en su suave y fino pelo y sin pensar ella la guio hacia el otro pecho. Para aliviar su abandonada y dolorida punta. Ana respiró profundamente y tomó su pezón hambrientamente, chupando y lamiendo. Su lengua se arremolinó sobre el duro botón y lo golpeó implacablemente. Morgan gimió con la sensación. Las manos de Ana se introdujeron entre sus piernas abiertas y Morgan escuchó que la tela se rasgaba.

Ana pensaba que el hecho de Morgan utilizara faldas holgadas era una ventaja para ella. Sus dedos tocaron su dolorido centro y Morgan supo que había roto su ropa interior para conseguir llegar a ella. Ana se separó de su pecho y habló, su boca todavía tan cerca que su aliento torturó el sensibilizado y húmedo pezón.

—Esto es lujuria, Morgan. —Su voz sonaba baja y desigual y envió una ola de deseo que la atravesó. —¿Quieres que sea suave y delicada o que te dé aquello que tanto estás deseando? —

—Ana —Gimió. Dios, Ana decía las peores cosas, y Morgan no podía resistirse. Morgan lo haría, haría lo que le pedía. Ana acarició con sus dedos sus húmedos labios inferiores y ella pudo sentir como Ana extendía alrededor la cálida humedad. Ella profundizó en sus pliegues y Morgan giró sus caderas en respuesta, pidiéndole sin palabras que la tocara en el palpitante clítoris. Ana la complació, pero el toque fue suave y fugaz.

Ella gritó con incredulidad, y la risa de Ana sonó caliente y sugestiva.

— ¿Necesitas algo, Morgan? —Susurró. — ¿Necesitas qué te toqué aquí? — Ana apretó su dedo contra el dolorido clítoris, haciendo que se estremeciera con placer. Antes de que ella se pudiera mover, antes de que ella pudiera trabajar para llegar al clímax, Ana se retiró de nuevo. Morgan gruñó y Ana se Rió. —Dime, Morgan, —Le tentó. —Dime lo que quieres—

—Hazme venir, Ana, —Exigió con voz insegura. —Haz lo que quieras, pero hazme venir—

—Morgan, —Gimió, Ana se levantó sobre sus rodillas y busco algo en el cajón, era el arnés con el pene de silicona. Morgan se alzó un poco, mientras observaba a Ana quitarse los vaqueros. Su diminuta ropa interior, solo la hizo a un lado y la vio trabajar en ajustarse el arnés, la cara de placer que hizo cuando ella misma se penetró con la otra punta del pene de silicona, fue bastante erótica. Al instante siguiente Ana regresó a la cama. Ana apenas se estaba colocando encima de ella y Morgan ya estaba intentando que la penetrara << Yo también me estoy convirtiendo en una pecadora>>

—Estás tan impaciente como yo, ¿Verdad? —Murmuró Ana mientras guiaba sus caderas hacia abajo con una mano y ella sintió la punta lisa y firme del pene silicona entre sus pliegues. Miró como acariciaba con la punta sus hinchados labios, con cada caricia del juguete contra ella, la respiración de ambas se volvía más desigual. Ana casi había perdido el control, y a Morgan le encantaba eso.

—¿Quieres que te haga el amor o que te folle, Morgan? — Cuando Morgan sentía placer, era otra mujer completamente diferente. Esta era la razón por la que la lujuria era un pecado. Algo completamente desconocido se apoderaba de Morgan, en un rápido movimiento, las hizo girar, quedando ella encima y Ana semi recostada en la cama. Su falda cayó encima de ellas, obstruyendo de su vista el pene de silicona, pero Morgan la sentía entre sus piernas.

—¿Morgan? — Sin decir nada, Morgan no dudó. Se inclinó y sujetó el dildo, dirigiéndolo a su apertura. Bajó sus caderas y aceptó su cabeza en ella, luego coloco ambas manos a los lados de la cabeza de Ana para mantener el equilibrio. Las dos respiraron pesadamente. Ella cerró sus ojos y se apretó alrededor de la gruesa y caliente punta del pene, apenas dentro de ella. Ana maldijo y ella sonrió.

—Maldición, —gruñó— ¿Así que me follaras, Morgan? —Morgan abrió sus ojos para mirarla. ¿Qué estaba haciendo? Su cuerpo estaba actuando por sí solo. Miró a Ana. Su cabello estaba esparcido por la cama, sus mejillas estaban ruborizadas por el placer y sus labios rojos… Su mirada era estremecedora, llena de potente y crudo deseo y Morgan la quiso como nunca la había querido antes. Ana era suya. Por lo menos por ahora. << Cuando la doctora Carson sacié su lujuria conmigo, se irá>>

—Morgan, —gritó con voz quebrada. Morgan se inclinó hacia ella.

—Bésame, Ana. Bésame mientras yo…—

—Sí, —Dijo Ana con un jadeo y comenzó a besarla. Ella terminó de bajar sobre el dildo, mientras su lengua bailaba acaloradamente con la de Ana y su boca la devoraba. Ana se sentía como en el cielo. Ella giró sus caderas ligeramente, intentando tomar más del pene de silicona y Ana gimió profundamente en su boca. Cuando Morgan sintió que el pene golpeaba algo en su interior, gritó. Ana rompió su beso con un jadeo.

—Sí, así, móntame Morgan, así. Córrete para mí. — Morgan empujó sus caderas, girándolas sobre el pene de silicona sin alzarse. Se sentía tan bien que Morgan sintió como las lágrimas aparecían en sus ojos. Morgan siguió girando y las manos de Ana agarraron fuertemente sus caderas, con una brusquedad que solo añadió más placer. Morgan sabía que tenía que moverse con fuerza, así de esa forma el otro extremo del dildo haría su función dentro de Ana. Y estaba funcionando, porque Ana recargo su cabeza contra el colchón, sus ojos estaban cerrados. Su cara mostraba una gran concentración y Morgan supo que Ana estaba sintiendo cada movimiento que ella hacía, tan intensamente como ella. De repente ella abrió sus ojos, alzó un poco la falta para introducir su mano y uno de sus dedos pulgares se movió para frotar su excitado clítoris, Morgan gritó de placer golpeando contra el dildo.

—Eso es, Morgan, —La animó Ana, su voz espesa con la lujuria. —Fóllame, cariño, fóllame duro y apretado. Quiero ver cómo te corres. — La sensación del pene de silicona frotándose tan deliciosamente dentro de ella, y de su dedo pulgar presionando donde ella más alivió necesitaba. Sus calientes y hambrientos ojos sobre ella. Empujaron a Morgan al borde. Empezó a estremecerse, y los músculos internos temblaron cuando su orgasmo corrió para reclamarla. Morgan culminó con el sonido de su voz. Gritó su nombre y se meció contra ella, Ana mantuvo la presión de su dedo pulgar en ella todo el tiempo, susurrando palabras de estímulo y aprobación y Morgan giró en una espiral de placer. Cuando Morgan se derrumbó contra ella, Ana la sostuvo firmemente. Le tomó un minuto comprender que ella no se había corrido todavía.

— ¿Ana? —Preguntó, desconcertada.

—Yo quiero más, Morgan, susurró. —No he terminado contigo todavía— Sus palabras eran pura tentación. Sí. Más. Morgan también quería más. Su cuerpo todavía se aferraba al suyo << Lujuria. Sin duda esto era lujuria>>

 

 

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