Dare

Dare


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»Además, tú no estás en condiciones de tirar piedras. Sólo a causa de la presencia de los terráqueos, a causa de su previsible reacción, los Wiyr dejasteis de ofrecer sacrificios humanos a vuestra Diosa.

Confiésalo, ¿no es verdad?

—No —replicó R’li sin perder la calma—. Nosotros proscribimos ese horrible rito al menos cincuenta años antes de que la Arra nos trajera a vuestros antepasados.

—Esta discusión no nos llevará a ninguna parte —dijo Jack—. Nos necesitamos el uno al otro. R’li dice que hay cuatrocientos kilómetros hasta el valle de las Thrruk. Tenemos que escalar algunas montañas muy altas, atravesar regiones muy peligrosas. Hay «thrruks», mandrágoras, hombres lobo, forajidos humanos, colas de oso, y sólo Dios sabe qué otras cosas entre nosotros y nuestro objetivo.

—También hay patrullas socinianas —dijo R’li—. Estos últimos meses se han hecho muy activas.

Recogieron sus armas y echaron a andar a lo largo del arroyo. R’li iba en cabeza porque conocía la dirección que debían seguir. En primer lugar tenían que alcanzar el Valle Argulh. A partir de allí, ella podría guiarles con certeza. Sin embargo, hasta que llegaran allí, sólo podría orientarles. Lo único que tenían que hacer, les aseguró, era avanzar ascendiendo. Eventualmente, llegarían a un sendero que les conduciría al Idoh. Estaba al otro lado del pico más próximo, el Phul. Éste se «alzaba» en línea recta durante al menos doscientos metros, y luego se curvaba hacia afuera. Desde aquella distancia parecía una seta de sombrero pequeño o un garrote.

—Alrededor del otro lado hay un valle ancho y profundo —dijo R’li—. Cuando lo hayamos cruzado, tendremos que empezar a escalar la fachada del Macizo Piel. El Paso Idoh se encuentra en su extremo más lejano, en lo alto.

Jack se detuvo.

—No sé, R’li. Tal vez deberíamos quedarnos aquí algún tiempo. Al principio sólo pensé en escapar porque las cosas parecían presentar muy mal cariz. Pero vuestras viviendas cadmo podrían resistir perfectamente, en cuyo caso yo podría sacar a mi padre de allí alguna noche. Luego están mis hermanos y hermanas. ¿Qué será de ellos?

R’li le miró con una expresión en la que se mezclaban la admiración y el asombro.

—Jack —dijo suavemente—, ¿te das plena cuenta de lo que hiciste cuando me besaste delante de todos aquellos humanos? ¡Tú ya no tienes familia!

—Eso no significa que no pueda preocuparme por ellos.

—Lo sé. Pero ellos no desearán que te preocupes. Incluso es posible que intentaran matarte en el momento en que te vieran.

—Tengo hambre —dijo Polly—. ¿Por qué no dejáis de tratar de remendar cosas que están rotas para siempre y pensáis en nuestras necesidades? Si no llenamos nuestros estómagos y encontramos un lugar donde pasar la noche, moriremos. Pronto.

—De acuerdo. Dame el arco y las flechas —dijo Jack—. Iré a cazar.

—Ni hablar —dijo Polly en tono firme—. Son míos. Arriesgué mi vida por conseguirlos; voy a conservarlos.

Jack se enfureció.

—¡Si queremos salir de esto con vida necesitamos un jefe! ¡Yo soy el hombre aquí! ¡Yo debería tener las armas y decir lo que se ha de hacer!

—Tú no has demostrado que eres el hombre aquí —dijo Polly—. Además, apuesto cualquier cosa a que soy la que caza mejor. No me conoces bien.

—Polly tiene razón en lo de la caza —dijo R’li—. La he visto en el bosque en más de una ocasión.

Polly dirigió a la sirena una curiosa mirada, pero sonrió. Jack se alzó de hombros, aflojó los puños, y empezó a buscar a lo largo de la orilla del arroyo. Polly desapareció entre los árboles. Jack no tardó en encontrar varios trozos de pedernal que se habían desgajado de la montaña. Después de echar a perder algunos de ellos logró confeccionar una especie de cuchillo. Buscó y encontró un totum con una rama de un grosor adecuado. Utilizando el cuchillo, desgajó la rama. Una vez limpia de nudos y de corteza, afiló uno de los extremos. A cambio del cuchillo, ahora inservible, tenía una lanza.

—Esta noche endureceré su punta al fuego —le dijo a R’li—. Busca algunas piedras adecuadas para lanzar. Si puedo matar a un animal con ellas, utilizaré su piel para hacer una honda.

Los dos cazaron a través de los árboles por espacio de tres horas. Durante ese tiempo sólo vieron un zorro sin pelo. Jack lo alcanzó en el costado con una piedra y lo derribó. Pero, cuando se disponía a cogerlo, el pelado roedor se levantó de un salto y corrió a ocultarse entre la maleza. Regresaron en busca de Polly.

Polly les estaba esperando, despellejando un perro salvaje colgado de una rama.

—Felicidades —dijo R’li—. Durante los próximos tres días, al menos, comeremos bien.

Jack Cage hizo una mueca de desagrado.

—No iréis a comer un «perro…». No esperéis que lo coma yo, desde luego.

Polly giró un rostro alegre hacia él.

—Yo comeré cualquier cosa que pueda mantenerme con vida. En cualquier caso, no me importa. De hecho, me gusta la carne de perro. Mi madre solía capturar perros y guisarlos para nosotros. No quería que yo creciera con los prejuicios dietéticos de los Cristianos. Y, desde luego, el «coven» siempre tenía perros durante las fiestas de la luna.

—No se trata de un animal doméstico —dijo R’li—. Es una fiera salvaje y peligrosa.

—¡No! —dijo Jack.

—Pero —continuó R’li—, vosotros utilizáis a los unicornios y otros animales en tareas domésticas y luego os los coméis. Lo he presenciado en tu granja más de una vez.

—¡No!

—Muérete de hambre, entonces —dijo Polly.

—¡Comedoras de perros! —murmuró él, alejándose. Dos horas más tarde no había encontrado nada. Finalmente se decidió por las bolas de un totum silvestre, una comida insatisfactoria. Al contrario de sus primos domésticos, sus frutos tenían una carne dura con sabor a leche ácida. Pero llenaron su estómago.

A su regreso encontró a las dos mujeres comiendo una carne que había sido asada en un fuego pequeño y prácticamente sin humo. En silencio, Polly le tendió un trozo de carne. Jack lo olfateó: el olor era atractivo. Pero su estómago lo rechazó.

—Tal vez mañana encontremos alguna otra cosa —dijo R’li.

Ella, al menos, se mostraba compasiva, pero Polly se reía de él como si pensara que era un tonto.

Pasaron tres días y tres noches. Jack rechazó la carne que le era ofrecida tres veces al día por R’li. Comió bolas de totum y, a cada día que pasaba, buscaba más desesperadamente zorros sin pelo, unicornios monteses o patos salvajes. Varias veces avistó miembros de cada especie, pero le eludieron. Estaba cada vez más débil, y los frutos del totum le producían ardores de estómago.

Al atardecer del tercer día, agachado junto a la fogata de la cena, se cortó un trozo de carne. La expresión de R’li no cambió. Polly sonrió, pero algo en la mirada de Jack le advirtió que sería preferible no decir nada. Jack devoró la carne, y era tanta el hambre que tenía que le supo mejor que todo lo que había comido hasta entonces. Sin embargo, al cabo de unos instantes estaba vomitando entre los arbustos.

Aquella noche se levantó y fue en busca de la enagua en la que Polly guardaba la carne asada. Se la comió, luchó unos instantes con su estómago y le derrotó. Aquella noche tuvo pesadillas y despertó malhumorado y con mal sabor de boca. Pero cuando Polly mató otro perro aquel mismo día, comió ávidamente.

—Ahora eres un hombre —dijo Polly. Y añadió—: Un hombre más completo, en cualquier caso.

Al día siguiente estuvo de suerte en su cacería. Alanceó a un unicornio hembra mientras trotaba por un sendero del bosque con dos crías detrás de ella. Jack tenía el viento a favor, y el animal parecía tener mucha prisa en llegar a algún lugar. Lo cierto es que no se comportaba con la cautela habitual en un animal salvaje. La lanza se hundió en su costado, y se revolvió con tanta fuerza que arrancó el mango de la mano de Jack, que tuvo que saltar sobre su lomo y apuñalarla en el costado hasta que la bestia cayó al suelo. Por desgracia, cayó sobre la pierna de Jack. No le fracturó ningún hueso, pero cojeó durante varios días.

Además de la carne, el unicornio proporcionó tripas con las cuales confeccionar cuerdas de arco. Jack arrancó el afilado cuerno y lo unió a una rama con el propósito de hacer una lanza. Pasaron varios días confeccionando flechas, puntas de flecha, arcos y carcajes. Tardaron seis días en curar la piel para los carcajes y las tripas para las cuerdas. R’li no ocultó que estaba impaciente por emprender la marcha, pero admitió que necesitarían las armas.

La carne fue cortada a tiras y ahumada. Esto significaba necesariamente mucho olor y mucho humo, y se presentaron los animales de rapiña. En dos ocasiones distintas unos colas de oso se acercaron al campamento. Jack y las dos mujeres soltaron algunas de sus preciosas flechas. Aunque las fieras resultaron alcanzadas, no murieron. Una, después de una breve embestida, cambió de idea y huyó. Las otras abandonaron la vecindad en cuanto sintieron en ellas las primeras flechas.

Los perros salvajes eran más peligrosos. Llegaban en manadas de seis a veinte. Se sentaban fuera del alcance de las flechas y contemplaban con ojos hambrientos el campamento, la carne colgada de las ramas de los árboles, el hombre y las mujeres. Jack avanzó hacia ellos. Algunos retrocedieron, en tanto que otros daban un rodeo para situarse detrás de él. Luego R’li y Polly se acercaron lo suficiente para disparar contra varios. Los otros perros se llevaron a los muertos y heridos para devorarlos.

—Espero que no nos sorprendan nunca a campo abierto —dijo R’li—. Son muy rápidos y muy listos.

—No creo que sean de temer comparados con las mandrágoras y los hombres lobo —dijo Polly—. Ésos son medio humanos y mucho más inteligentes que los perros.

—Sin mencionar a los dragones —dijo Jack—. Vamos a ocuparnos de ellos por riguroso turno, por favor.

Levantaron el campamento y volvieron a faldear la mitad inferior del Phul. El terreno se hizo más empinado, pero aún estaba muy poblado de árboles. Sólo andando por el mismo arroyo podían evitar la espesa maleza. Este sistema sólo podía ser aplicado a cortos trechos debido a que sus pies y sus piernas no tardaban en notar los efectos de las heladas aguas. Además, al cabo de dos días las pequeñas cascadas se hicieron más frecuentes y más altas.

—Será mejor que abandonemos el arroyo, de todas maneras —dijo Jack—. Si alguien nos sorprendiera mientras andamos por él, podría liquidarnos desde la orilla.

R’li no discutió. Había llegado el momento de abandonar el arroyo. Para llegar al Valle Argulh tenían que dejar de trepar. Debían rodear la montaña a este nivel.

Un poco más tarde, Jack observó que el sendero que seguían era singularmente liso.

—Hay una carretera de los Arra enterrada debajo del suelo del bosque —dijo R’li—. Sigue la ladera de la montaña durante bastante trecho y se curva a su alrededor hasta que termina allí —señaló un enorme saliente, a unos doscientos metros por encima de ellos—. Allí hay una gran meseta, y en ella las ruinas de una ciudad de los Arra.

—Me gustaría verla —dijo Jack—. No nos demoraría mucho dar un pequeño rodeo, ¿verdad?

R’li vaciló, y luego dijo:

—Es algo que merece la pena ver. Nadie debería perdérselo. Pero ya hay peligros suficientes en los kilómetros que tenemos que recorrer para que me guste la idea de añadir otros.

—Siempre he oído hablar de los Arra y de sus grandes ciudades —dijo Jack—. Y siempre he deseado ver una de ellas. Si hubiese sabido que había una allí, habría subido hace mucho tiempo.

—No es una región prohibida para los humanos por ningún motivo —dijo R’li—. Muy bien, si es lo que deseas. En realidad, también a mí me gustará verla otra vez. Pero debemos tener mucho cuidado.

Polly O’Brien no formuló ninguna objeción. En realidad, parecía tan interesada como el propio Jack, el cual le preguntó por qué brillaban sus ojos ante la idea de visitar aquella ciudad.

—Dicen que las ciudades de los Arra tienen muchos secretos enterrados. Si pudiera encontrar algo así…

—No te entusiasmes demasiado —dijo R’li—. Esas ruinas han sido registradas muchas veces.

El «sendero» que estaban siguiendo se curvaba lentamente alrededor de la montaña y luego, bruscamente, el giro se hacía menos suave. Ahora avanzaban en dirección contraria y a unos treinta metros más de altura que cuando habían decidido quedarse en él. Aunque habían estado hablando, nunca permitieron que sus voces se elevaran por encima de un audible susurro. Y mantenían sus ojos abiertos y sus arcos tensos en una mano.

R’li fue la primera en detectar el rostro detrás de las hojas de un arbusto a unos veinte metros a su izquierda. Un segundo más tarde, Jack también lo vio.

—Sigue andando como si no hubieras visto nada —dijo—. Pero vigila. Creo que esa cara pertenece a Gilí White, uno de los muchachos de Ed Wang.

Unos segundos después dijo con voz ronca:

—¡Cuerpo a tierra! —Y se dejó caer al suelo, con las dos mujeres imitándole sólo una fracción de segundo más tarde. Algo vibró en el tronco de un árbol a su derecha: una flecha.

Resonó un aullido un poco por detrás y encima de ellos. Aparecieron hombres de detrás de los árboles y arbustos. Seis hombres, entre los cuales se hallaba Ed Wang.

Jack se incorporó, con una flecha preparada en su arco, y la dejó volar. Tres de los hombres se habían agachado, pero los otros tres continuaron empuñando sus arcos. Jack había vuelto a dejarse caer al suelo inmediatamente después de disparar. No había visto clavarse su flecha, pero oyó el agónico aullido de uno de los arqueros.

Las dos mujeres se levantaron tan pronto como las tres flechas del grupo de Wang silbaron por encima de sus cabezas, y dispararon. Ninguna de las dos dio en el blanco, pero los hombres se pusieron nerviosos y se ocultaron detrás de los árboles. Al parecer, no habían esperado encontrar resistencia efectiva más que en Jack.

—¡Corred! —dijo Jack, dando ejemplo. Mientras corría no perdía de vista las orillas del sendero, ya que Ed podía haber situado allí a otros hombres para una emboscada. No parecía probable. Que él recordara, a Ed sólo le acompañaban cinco hombres cuando se alejó de la vivienda cadmo.

El sendero dio otra vuelta repentina y se encontraron andando en dirección contraria y por una ladera más empinada. R’li, detrás de él, dijo:

—Las ruinas se encuentran a unos doscientos metros de distancia. Allí hay numerosos lugares para ocultarse. Conozco el sitio perfectamente.

Jack, corriendo a lo largo de la orilla del sendero, pudo mirar hacia abajo a través de los árboles. Había hombres allí, escalando penosamente la ladera de la montaña. Trataban de acortar camino para interceptarles a los tres, pero habría sido mejor para ellos seguir en la carretera. Jack miró detrás de él, no vio a nadie, y aminoró algo el paso. No ganaría nada quemando sus energías y quedándose sin aliento.

R’li se había parado.

—¿Dónde está Polly?

—No sé dónde está la pequeña zorra. ¡Maldita sea! ¿Qué se le habrá ocurrido ahora?

—Creo que se ha quedado atrás para disparar al azar —dijo R’li—. Al margen de lo que pueda ser, es valiente. Aunque considero que está un poco loca.

—Quiere vengarse de Ed Wang —dijo Jack—. Pero no creo que se arriesgue a hacerse matar por ello.

Decidió no retroceder en su busca. Había cometido una imprudencia, y Jack no iba a poner en peligro la vida de R’li por culpa de ella.

—¡Maldita sea! Si la cogen viva, la violarán hasta que muera. ¡Sé lo que Ed planeaba para ella!

Giraron otra vez, y se encontraron en la meseta. Las ruinas estaban delante de ellos. Y encima de ellos.

Incluso en su preocupación por el peligro que corrían, Jack quedó asombrado. Antes de que algún cataclismo la derruyera, debió de ser una metrópoli ciclópea. Quedaban varios edificios medio en pie, y se erguían a varias docenas de metros de altura. Estaban construidos con enormes bloques de granito y basalto, un cubo de doce metros cada uno de ellos. Las fachadas debieron estar cubiertas en otro tiempo con una delgada capa de yeso u otro material semejante. En los lugares que lo conservaban, el material en cuestión lucía brillantes colores. Seguramente habían existido murales pintados, ya que podían verse fragmentos de escenas. Lo que más abundaba eran criaturas que parecían ursocentauros, como el que Kliz había pintado en su cuadro. Había también hombres —horstels mejor— sirviendo a los Arra. Y había otros seres semihumanos, criaturas que parecían hombres pero con rostros bestiales y cuerpos cubiertos de pelo.

R’li dijo:

—Los Arra transportaron a otros aquí como esclavos suyos. Sus descendientes volvieron a un completo salvajismo o a una condición todavía más baja después de la catástrofe. Son los seres que vosotros llamáis mandrágoras y hombres lobo. Ten cuidado, algunos pueden estar viviendo en esas ruinas.

—¿Dónde diablos está Polly? —dijo Jack, y quedó en silencio mientras resonaban unos aullidos procedentes de los árboles más próximos de la ladera.

La desnuda figura de la muchacha surgió del bosque, corriendo hacia el camino. Un momento después aparecieron cuatro hombres a un centenar de metros detrás de ella.

—Parece que ha alcanzado a uno —dijo Jack—. Pero no le ha dado a Ed.

Le dijo a R’li que se situara detrás de uno de los enormes bloques caídos en el suelo. Él se situó detrás de otro y esperó. Si los hombres eran lo bastante estúpidos como para seguir a Polly hasta la meseta, podrían liquidarles con unos cuantos disparos. Confió en que lo fueran.

Pero Polly trotó hacia ellos, ocupó un sitio junto a Jack, y esperaron en vano. Ed Wang no iba a dejarse atrapar.

Polly había recobrado ya el aliento. Dijo:

—Deben de estar subiendo por la ladera. Se deslizarán entre las ruinas en algún lugar más lejano.

Jack no deseaba tenerles detrás de él. Llamó a R’li y los tres trotaron a las ruinas. Se deslizaron entre las caídas estructuras, a veces obligados a dar grandes rodeos alrededor de enormes montones de escombros. Para evitar el siluetearse si trepaban sobre los bloques, se mantenían al nivel del suelo.

Durante una de sus paradas para observar y escuchar, R’li dijo:

—¡Silencio! Creo… —Se tumbó en el suelo y pegó su oído a él.

Jack notó que los pelos de su nuca se erizaban y una extraña frialdad inundaba su piel. El lugar era tan silencioso… Ni siquiera hacía viento; los chillidos de las alondras cuchillo, siempre presentes, no se oían. Pero, si no recordaba mal, se habían oído sólo un minuto antes.

R’li se incorporó. Dijo, en lenguaje infantil:

—«Thrruk».

—¿Más de uno? —inquirió Jack.

—Creo que sólo uno. Podría estar simplemente cruzando el lugar. O podría ser Mar-Kuk buscando al humano que tiene su pulgar.

—Si eso tiene que hacerla feliz, se lo devolveré —dijo Jack—. Sin rencor por ninguna de las dos partes.

—No se lo devuelvas —dijo Polly—. Si Mar-Kuk se deja ver, amenázala con destruir el pulgar. Ella no sabrá cómo podrás hacer eso, pero no correrá el riesgo.

—Polly tiene razón —dijo R’li.

Sugirió que el mejor plan sería dirigirse a la parte posterior de las ruinas. Podían bordear la meseta y luego descender al Valle Argulh. El camino descendente no era el que ella tomaría si pudiera elegir. Pero sería más seguro que tratar de volver al camino original.

La ciudad era inmensa. Faltaban aproximadamente dos horas para que oscureciera cuando llegaron a sus límites septentrionales. Bruscamente, el último de los bloques caídos dejó paso a una llanura sin árboles ni vegetación, exceptuando una hierba que alcanzaba la altura de la rodilla, y que se extendía por espacio de medio kilómetro. Luego se interrumpía. El Valle Argulh se extendía debajo, pero ellos sólo podían ver el lado opuesto. Encima de erguía la fachada de seiscientos metros de altura del Macizo Piel.

Durante casi media hora anduvieron a lo largo de los bloques. Jack se mostraba reacio a cruzar la llanura mientras aún era de día. R’li se detuvo y dijo:

—El camino empieza allí, junto a aquel peñasco en forma de cono que se yergue sobre el borde del barranco.

—Falta una hora y media para que se ponga el sol —dijo Jack—. Descansaremos.

—He dicho camino por llamarlo de algún modo —dijo la sirena—. Ya es bastante malo cuando se dispone de luz para verlo. De noche… No sé. Podríamos caer fácilmente. Pero si podemos descender un poco mientras hay claridad, podríamos descansar durante la noche en una cornisa. Además, la cornisa puede defenderse fácilmente.

Jack suspiró y dijo:

—De acuerdo. Pero vamos a cruzar corriendo el medio kilómetro que nos separa del barranco.

Conservaron los arcos en sus manos mientras iniciaban la carrera. Apenas habían dado unos cuantos pasos oyeron un grito detrás de ellos. Jack se giró y vio a Ed Wang y a sus tres seguidores saliendo de detrás de un bloque de piedra.

R’li gimió:

—¡Tenemos que pararnos junto al barranco! ¡Si empezamos a descender ahora, pueden dejar caer piedras o disparar contra nosotros! ¡Estaríamos indefensos!

Jack no dijo nada, pero siguió corriendo. Fue detenido por un gran resoplido que sólo podía haber brotado de la garganta de un dragón. Las dos mujeres también se pararon y se volvieron a mirar. El animal era Mar-Kuk, ya que le faltaba un pulgar.

Ahora los perseguidores eran perseguidos. Corrían frenéticamente hacia los tres que hasta entonces habían sido su presa. Ed agitó su arco y gritó. Aunque no pudieron oír lo que estaba diciendo a causa de los rugidos del animal que avanzaba detrás de él, intuyeron el sentido. Quería unir sus fuerzas con las de ellos y formar un frente común contra el dragón.

—Dejemos que se unan a nosotros —dijo Jack—. Puede ser nuestra única posibilidad.

Uno de los hombres de Ed, Al Merrimoth, había caído detrás de los otros. Mar-Kuk le dio alcance. Merrimoth giró sobre sí mismo para encararse con el monstruo, se tapó el rostro con las manos, y así no vio el enorme pie que cayó sobre él y le aplastó, matándole.

Gracias a la pausa que se tomó Mar-Kuk para dar cuenta de su camarada, Ed Wang y sus amigos alcanzaron su objetivo. Estaban sin aliento, pero se giraron y se alinearon al lado de Jack y de las dos mujeres. R’li dijo:

—Dejadme primero que intente hablar con Mar-Kuk.

Avanzó unos pasos y gritó en lenguaje infantil:

—¡Mar-Kuk! ¡Invoco el parlamento de la gente de la vivienda cadmo! ¡Que tu madre y tus abuelas hasta el principio del Gran Huevo te maldigan y te rechacen si no haces honor a él!

Mar-Kuk interrumpió su carrera, con las patas rígidas y el cuerpo y la cola inclinados hacia atrás para no caer de cara. Sus enormes pies se deslizaron sobre la hierba varios metros antes de que consiguiera frenar.

—Hago honor a la tregua para parlamentar —dijo, con voz increíblemente profunda—. Pero sólo por el tiempo asignado.

—¿Qué es lo que quieres? —dijo R’li, aunque lo sabía perfectamente, y el dragón sabía que ella lo sabía.

—¿Qué es lo que quiero? —La voz de Mar-Kuk subió de tono hasta convertirse casi en un chillido de soprano—. ¡Por el Huevo Sagrado, quiero mi pulgar! ¡Y quiero el cadáver del hombre que me ha mutilado cortándolo y conservándolo junto a su maligna carne masculina!

—El te lo devolverá de modo que puedas purificarte ritualmente y retornar al útero de la Gran Madre cuando mueras. Pero sólo si juras marcharte y no causarle nunca ningún daño a él ni a aquéllos que veas con él. Debes jurarlo por el Insoportable Dolor de la Gran Madre cuando puso el Huevo de Ocho Esquinas del Primer Macho.

Mar-Kuk parpadeó, con la boca abierta. Se agarró las manos y las restregó una contra otra.

R’li le dijo a Jack en voz baja:

—No creo que lo haga. Si jura, no podrá lastimarte sin condenarse a sí misma a un infierno frío y sin madre. Ningún «Thrruk» ha quebrantado nunca ese juramento. Pero si jura, es posible que no llegue a lo que considera su paraíso. La purificación ritual, al menos en este caso, tardará años en consumarse. Y si por casualidad muriese antes de que los ritos se hubieran completado, se condenaría.

—Pero al menos tendría una posibilidad de salvarse…

—Confío en que ella llegue a la misma conclusión —dijo R’li. Bajó todavía más el tono de voz y le dijo a Jack lo que tenía que hacer. Jack asintió y echó a andar, con el paso más tranquilo que pudo adoptar en aquellas circunstancias, hacia el borde de la meseta. No volvió la cabeza para ver lo que ocurría detrás de él. Pero pudo imaginar a Mar-Kuk mirándole, y su indecisión. Cuando estaba a pocos metros del borde, oyó un fuerte grito. Girando sobre sí mismo, vio que el dragón había tomado una decisión. Estaba embistiendo hacia él.

R’li y Polly corrieron a un lado. Sus arcos eran mantenidos apartados de sus cuerpos, de modo que R’li debía decirle a Polly lo que iba a pasar. Sin embargo, Ed y sus dos hombres cometieron un error. Dispararon tres flechas contra el dragón, alcanzándolo con dos de ellas, que rebotaron contra el grueso pellejo.

Los hombres se giraron para echar a correr, pero dos de ellos fueron demasiado lentos. Mar-Kuk varió ligeramente su rumbo; su larga cola se disparó. Ed escapó, pero los otros dos cayeron al suelo. Sus huesos se partieron con un crujiente sonido.

Mar-Kuk era una criatura de aspecto aterrador, tan aterrador que Jack estuvo a punto de rajarse y de tratar de escapar por encima del borde del precipicio hacia el «camino». Pero R’li había insistido en que debía mantenerse firme. En caso contrario, sería la perdición para todos, ya que la rabia de Mar-Kuk la impulsaría a destruirlo todo.

Se paró en el mismo borde del precipicio y sostuvo el pulgar sobre el abismo extendiendo el brazo. Lo único que tenía que hacer era abrir la mano para que el pulgar cayera al fondo, a ciento cincuenta metros de profundidad.

De nuevo, Mar-Kuk se frenó a sí misma deslizándose sobre la hierba. Esta vez sólo logró pararse a unos cuantos palmos de Jack Cage.

Bramó:

—No lo hagas.

Jack agitó la cabeza y habló lenta y claramente en lenguaje infantil:

—Si me matas o me obligas a dejar caer esto, Mar-Kuk, tu pulgar se habrá perdido para siempre para ti. Dudo mucho que pudieras encontrarlo. Tardarías demasiado en llegar al fondo del valle. No puedes descender por este acantilado, eres demasiado grande. Y lo más probable es que los animales se lo hubieran comido antes de que tú pudieras llegar allí.

Mar-Kuk estalló en una serie de sílabas ininteligibles. Jack supuso que el dragón estaba jurando en el lenguaje original de los de su especie. R’li le había contado que el prestigio superior del lenguaje horstel había inducido a los dragones a adoptarlo en lugar del propio hacía muchísimo tiempo. Pero conservaban ciertas frases de la lengua perdida para los ritos y las maldiciones.

Jack trató de sonreír como si fuera el amo de la situación y le divirtiera la actitud de Mar-Kuk. Pero sólo logró fruncir ligeramente las comisuras de los labios. Sus rodillas temblaban y la mano que sostenía el pulgar se estremecía. R’li dijo:

—Te lo devolveremos cuando lleguemos al Paso Idoh. Con tal de que no intentes seguirnos después de la devolución. Y tienes que prometer que nos acompañarás y nos protegerás.

Mar-Kuk berreó su frustración y terminó diciendo:

—De acuerdo.

Jack continuó sosteniendo el pulgar hasta que R’li le arrancó al dragón un juramento formal. Luego, con el brazo fatigado, se acercó al lugar donde había dejado la bolsa de piel de unicornio e introdujo el pulgar dentro. Mar-Kuk no le perdió de vista ni un solo instante, pero no hizo ningún movimiento, ni entonces ni más tarde, para apoderarse del pulgar.

Jack y R’li arrastraron los cadáveres hasta el borde y los dejaron caer al barranco. Les hubiera gustado enterrarlos, pero carecían de herramientas para cavar.

Mar-Kuk se quejó de que estaba siendo privada de una carne fácil. Se calló cuando R’li le explicó que tenían que librarse de los cadáveres para no atraer a las mandrágoras. Jack se preguntó qué clase de bestias podían ser para que incluso la colosal Mar-Kuk deseara evitarlas.

Ed les contemplaba con ojos llameantes, con su arco y su cuchillo en el suelo, a sus pies, donde Polly le había ordenado que los dejara caer. Ella estaba a unos metros de distancia, con el arco a punto de disparar.

La voz de R’li llegó de detrás de Jack.

—Sería mejor que le mataras ahora.

Jack quedó asombrado.

—¡Eso no es propio de ti!

—No puedes soltarle con sus armas. Si lo hicieras, él intentaría apuñalarnos mientras dormimos. El «odia». Si le sueltas sin armas…

—Puede fabricarse otras nuevas, del mismo modo que ha hecho ésas…

—No tendrá la oportunidad. ¿No oíste lo que dijo Polly? Ella odia, también, y saldrá detrás de él. Morirá como nadie debiera morir, de la manera más agónica y más lenta. Conozco a esas brujas; conozco a Polly.

—Es una lástima que no le matara cuando nos perseguía —dijo Jack—. Pero ahora no puedo hacerlo, a sangre fría.

—En cierta ocasión mataste a un perro loco. Era tu animal preferido; lo querías. Tú no quieres a Ed.

—¡Estoy en el desierto con dos de las peores zorras que nunca han acosado a un hombre! —exclamó Jack. Se alejó, pero sabía que R’li decía la verdad, y que hablaba por humanidad. Además, Ed había intentado asesinarles a todos ellos y más de una vez.

R’li caminó lentamente hacia Polly y permaneció unos instantes junto a ella. Jack las contempló. ¿Qué tenían que decirse? No parecían hablar de nada serio. Polly se estaba riendo.

Súbitamente, R’li golpeó. Su puño alcanzó a Polly en la mandíbula, y la mujer se desplomó. Cayó sobre manos y rodillas y permaneció a cuatro patas durante unos segundos. Los que la sirena necesitaba. Recogió el arco y la flecha de Polly, colocó el dardo en la cuerda y apuntó a Ed.

Ed pareció despertar de su letargo, aulló y echó a correr. Sólo había un lugar en el que buscar un posible refugio, el borde del precipicio. La flecha de R’li le alcanzó en la espalda cuando empezaba a arrojarse al suelo para frenar su velocidad. Indudablemente pensaba continuar su avance con la esperanza de que el sendero, que les había oído mencionar a ellos, estaría directamente debajo. Pero se tambaleó hacia adelante, con la flecha surgiendo de su paletilla izquierda, y cayó al precipicio de cabeza. Su aullido flotó en el aire por algún tiempo. Luego, silencio.

Jack llegó corriendo. Polly se frotó la mandíbula, se incorporó y dijo:

—¡Zorra! ¡Me has engañado!

—Ahora está muerto —dijo R’li—. Olvídate de él.

—¡No me olvidaré de ti!

—Le diré a Mar-Kuk que no te pierda de vista —dijo R’li tranquilamente.

Los cuatro retrocedieron hacia las ruinas. Mar-Kuk, que iba en cabeza, profirió una exclamación y se paró. Jack siguió la dirección de su mano —la que carecía de pulgar— y vio los excrementos recientes de un gran animal.

—¡Mandrágora! —dijo el dragón.

—Los excrementos se enrollan de un modo característico y siempre tienen esa pequeña punta —le explicó R’li a Jack—. Bueno, tenemos que buscar un lugar seguro. ¡Aprisa! Está a punto de ponerse el sol.

—Aquí hay un buen agujero —dijo Mar-Kuk. Se paró olfateando delante de una entrada cuadrada formada por un montón de los grandes bloques. En el oscuro interior había espacio suficiente para todos ellos. A unas palabras de R’li, el dragón salió en busca de leña para encender una fogata. Los otros se acomodaron para pasar la noche. Un breve reconocimiento reveló que el camino por el que habían llegado era la única entrada.

Mar-Kuk regresó al cabo de un cuarto de hora con los brazos llenos de ramas y un tronco de buen tamaño. Lo colocó todo en el saledizo de roca, lo aplastó con su masa, y luego preparó la fogata disponiendo la leña. Con pedernal y virutas, Jack no tardó en encender el fuego. Tapaba por completo la entrada, y sólo ocasionalmente, cuando soplaba el viento hacia dentro, resultaba molesto a causa del humo. Asaron carne de unicornio y comieron. Mar-Kuk devoró la mayor parte de ella y dijo:

—No temáis, pequeños. Encontraré otro «el» (unicornio en lenguaje infantil) para vosotros mañana.

—¿Cómo podrá ir con nosotros? —le susurró Jack a R’li—. No podrá avanzar por aquel sendero.

—Iremos con ella dando un rodeo. Nos llevará más tiempo, pero será mucho más seguro. ¿Por qué hablas susurrando?

Jack señaló con la cabeza hacia el bulto detrás de ellos.

—Me pone nervioso.

R’li besó a Jack en la mejilla y palmeó su espalda. Polly dijo:

—Lamento que mi presencia os estorbe tanto. Pero no os preocupéis por mí. Actuad como si yo no estuviera. Disfruto mirando, e incluso podría pedir las sobras.

—¡Eres una zorra asquerosa! —dijo Jack.

—Soy sincera —replicó Polly—. Pero insisto en lo que he dicho. Te he visto magreando a R’li y tocándole esos maravillosos pechos cuando creías que nadie te miraba. Hace mucho tiempo que os conocéis. ¿Por qué no está preñada R’li? ¿O acaso no desea estarlo? Jack tragó saliva y dijo:

—¿Qué? Ya sabes que los humanos y los horstels no pueden tener hijos.

Polly rio en voz alta y durante un largo rato. Mar-Kuk, en la parte posterior de la cámara, empezó a removerse, intranquila. Al fin, Polly dejó de reír. Dijo:

—¿No te ha contado tu amor la verdad de esa historia que los gordos sacerdotes te han enseñado? Desde luego, vosotros podéis tener un hijo. Hay millares de híbridos vivos en este momento, la mayoría de ellos en Socinia.

—¿Es verdad eso, R’li? ¿Por qué no me lo dijiste?

—Hemos pasado poco tiempo juntos, Jack. Hemos hablado mucho, pero casi siempre acerca de nuestro mutuo amor. No podíamos cubrir todo aquello en lo que estás interesado. Además, no corrías peligro de dejarme embarazada. Las Wiyr pueden tener hijos sólo cuando lo desean. Mejor dicho, cuando los reguladores de la población les dicen que pueden tenerlos. Siempre hemos mantenido un control estricto de los nacimientos y defunciones. Los humanos no. Por eso nos habéis superado en número y os mostráis tan ávidos por apoderaros de nuestras tierras.

—Las brujas también hemos sabido cómo evitar la concepción por algún tiempo —dijo Polly—. Se cogen ciertas hierbas, se mezclan, se toman en determinados momentos…

R’li miró hacia la oscuridad, más allá de la fogata. La luna no había salido aún. Fuera había un espacio iluminado de unos veinte metros y luego un imponente montón de bloques.

—Creo que ya es hora de que te cuente la verdadera historia de los Wiyr, o los horstels, o los cadmos, o las sirenas y sátiros, o los comeperros o cualquiera de los muchos nombres que nos aplicáis. La historia que vuestro Estado y vuestra Iglesia os han ocultado. Aunque es posible que ellos mismos ignoren buena parte de ella.

»Jack, los Wiyr, como nosotros nos llamamos, es decir, el Pueblo, procede también de la Tierra.

Jack no respondió.

—Es cierto, Jack. Nuestros antepasados fueron traídos a este planeta hace unos cuatro mil años. Años darianos, que coinciden casi exactamente con los años terrestres. En aquella época, los Arra tenían una floreciente colonia en este planeta. Raptaban seres humanos de la Tierra y los utilizaban como esclavos o criados. No es que necesitaran esclavos para que les sirvieran, ya que sus máquinas podían hacerlo. Pero necesitaban a otros seres inteligentes aunque «inferiores» como elementos de prestigio y como una especie de animales domésticos.

»También trajeron sapientes de los planetas de otras estrellas. Ésos fueron los antepasados de los actuales hombres lobo y mandrágoras. Los dragones siempre han estado aquí. Eran un grupo primitivo demasiado grande y peligroso como para ser domesticado.

»Hace unos dos mil años otra cultura interestelar, los Egzwi, guerrearon con los Arra. Utilizaban un arma que hacía estallar o desintegraba toda superficie de hierro. Y creo que también algunos otros metales. Los Arra supervivientes abandonaron su colonia. Los Egzwi no llegaron a invadir el planeta. Y de las cuatro especies sapientes que quedaron atrás, sólo los seres humanos lograron evadirse del salvajismo. Nos aseguramos de eso. Cazamos y acosamos a los hombres lobo y las mandrágoras, como vosotros los llamáis, hasta que sólo sobrevivieron en zonas montañosas que nosotros no deseábamos.

—¿Qué prueba tienes de la veracidad de esa historia? —dijo Jack—. Si tú eres humana, ¿por qué tenéis los horstels la cola de caballo y los ojos color naranja y amarillo?

—Una teoría es la de que padecimos una mutación a causa de las radiaciones de la explosión del hierro y de otros metales. Otra, que los Arra nos mutaron deliberadamente. Sabemos que ellos nos criaban por ciertas cualidades físicas.

»Sin embargo, nosotros tenemos también nuestras tradiciones. Podrían ser insuficientes para probar lo que digo. Quizá pudimos llegar de otro planeta distinto. Pero hay otro factor. El lenguaje.

—El vuestro es completamente distinto.

—El lenguaje adulto, sí. Es el lenguaje de los Arra, que todos los esclavos tenían que aprender. Es un idioma codificado, mejor dicho, un idioma mnemónico. Se utilizan breves palabras codificadas que contienen el significado de frases enteras.

»Pero el lenguaje infantil desciende del lenguaje original que utilizábamos en la Tierra. Se permitió a los esclavos utilizarlo entre ellos, y se aferraron al mismo como un recuerdo de su condición libre de otros tiempos. Después de la catástrofe, llegó a ser una marca de distinción entre la clase gobernante de los Wiyr y los demás. Tú supones que todos los horstels utilizan el lenguaje adulto, pero no es cierto. Sólo lo hablan los aristócratas.

»Sin embargo, lo importante es que nuestro lenguaje infantil y la mayoría de los lenguajes utilizados por los terráqueos que fueron descargados de aquella última nave de los Arra… bueno, proceden de la misma raíz idiomática. Nuestros sabios los registraron antes de que el inglés alcanzara la supremacía, y luego se convirtiera en el único idioma de los descendientes de sus “tarrta,” o últimos en llegar. Inglés, alemán, islandés, español, portugués, búlgaro, albanés, irlandés, italiano, griego, y vuestro idioma litúrgico, el latín. Sólo el turco, el chino y el croata no parecen estar emparentados con el vuestro.

—Me resulta difícil de creer —dijo Jack.

—Cariño, yo diría que estás deseando creerlo. Demuestra nuestro origen común.

—No lo sé. No encuentro ninguna similitud entre el inglés, el horstel y el latín. Excepto lo que los sacerdotes dicen que hemos tomado prestado del latín.

—Yo no soy una erudita, tampoco. Pero conozco un poco la materia y puedo llevarte a hombres sabios de mi propio pueblo que la conocen a fondo. Además, en dos épocas distintas, sacerdotes de tu propia especie llegaron a reconocer las similitudes. Uno fue amenazado con la excomunión si no se callaba. El otro huyó a las viviendas cadmo.

—De acuerdo. No estoy furioso, como pareces creer. Sólo desconcertado.

—Nuestros sabios podrían darte centenares de ejemplos. Yo te daré unos cuantos. Por ejemplo, en inglés tenéis la palabra insultante «swine», que significa cerdo. Tú no has visto nunca el animal que era el cerdo original; ni yo tampoco. Pero era una bestia sucia y asquerosa. Nuestra palabra, con el mismo significado peyorativo, es «suth». En la época de la catástrofe, era «sus». Emparentada con el latín suinus y el alemán schwein. Los tres vocablos proceden de la misma palabra, o palabras emparentadas, de la lengua madre.

»Tomemos O’Reg, el Rey Ciego. «O» es una palabra tomada prestada a los Arra. Originalmente equivalía a una frase entera, cuyo significado tenía que ver con la falta de perspicacia o insensibilidad. Pero en lenguaje infantil significa ciego. «Reg», en cambio, era una palabra que los Wiyr trajeron con ellos de la Tierra. Está emparentada con el latín «rex», cuyo genitivo singular es «regís».

—No lo comprendo.

—«Thrruk» procede de la misma forma ancestral que vuestro dragón, que tomasteis prestado del francés, el cual lo tomó prestado del latín, que lo había tomado prestado del griego. Luego existe nuestro vocablo por madre: «metrra».

»Oh, podría citar muchísimos más ejemplos, a pesar de lo limitado de mis conocimientos. Vamos a ver, ¿qué significa “were” en werewolf?

—Nunca he pensado en ello.

—Significa hombre. Un werewolf es un hombre-lobo. Los «tarrta» llamaron así a esos animales porque su aspecto era medio-humano y medio-lobuno. Lo cierto es que «were» desciende del mismo antepasado común que el latín «vir», que significa hombre, y que en otro tiempo se pronunciaba «wir». Las dos palabras son primas de «wiyr», nuestro vocablo para «hombre», o «gente», o «pueblo».

—Me resulta difícil creerlo.

—Tampoco yo lo creía hasta que me explicaron el sistema de cambios de sonido que debieron producirse entre las diversas familias de lenguajes descendientes del original. No sólo unos cuantos, lo cual podría ser atribuido a coincidencia. No, por millares.

—Por ejemplo —dijo Polly—, su palabra para el órgano masculino y la nuestra para un ánsar macho, y también para la palabra soez para el órgano masculino, son notablemente parecidas, ¿no crees?

—No es una coincidencia —dijo R’li.

—Siempre creí que los sacerdotes habían dicho que era una palabra horstel, y que por eso no debíamos utilizarla.

R’li y Polly se echaron a reír. Jack se alegró de poder retroceder a la oscuridad para ocultar su rubor. Tropezó con Mar-Kuk; el dragón rugió; Jack se apartó rápidamente. El dragón siseó y se irguió todo lo que podía erguirse bajo aquel techo.

—«¡Sssss!». ¡Silencio! ¡Hay alguien ahí fuera!

Los tres pusieron flechas en sus arcos y miraron hacia fuera, tratando de beneficiarse del leve resplandor proyectado por la fogata.

—¿Qué crees que es? —inquirió R’li en voz baja.

—No puedo olerles, pero les oigo. Más de uno. Me gustaría estar fuera de este pequeño agujero.

Hubo un concierto de gritos, algunos aullidos, y cinco o seis cuerpos oscuros aparecieron delante de la abertura. A la luz de la fogata eran seres con cuerpos de forma humana cubiertos de largos pelos negros. Sin embargo, sus robustos brazos eran más largos que los de un ser humano, sus hombros eran mucho más anchos y sus pechos enormes.

Encima de un cuello achaparrado había un rostro cubierto de pelo blanco. Sus mandíbulas eran pesadas y salientes, y sus narices enormes y aparentemente cubiertas de cartílago o, quizá, cuerno. Las orejas formaban ángulo recto con las cabezas y eran casi cuadradas. Las cejas eran espesas y negras, contrastando con el pelo blanco de la cara. Los ojos eran muy grandes y anaranjados al reflejo de la luz, como los de un animal.

Empuñaban largas lanzas de madera con puntas endurecidas al fuego, y las lanzaron a la abertura. Los del interior dispararon sus arcos; las flechas retumbaron en tres pechos. Luego los seres desaparecieron.

—¡Mandrágoras! —dijo R’li.

Mar-Kuk dijo que ella tenía que salir. No podía soportar que la atraparan en el interior. Los otros no discutieron sino que salieron detrás de ella. Con un barrido de cola esparció los restos de la fogata. Con toda la rapidez con que podía mover su enorme cuerpo, pasó a través de la abertura. A medio camino, resopló mientras seis cuerpos oscuros caían encima de ella desde arriba. Dio un estirón y terminó de salir, con las mandrágoras pegadas a ella. Antes de levantarse, rodó sobre sí misma y aplastó a dos de los atacantes. Los otros se apartaron a tiempo pero volvieron a atacar inmediatamente. Se les unieron al menos otras diez mandrágoras salidas de entre las sombras de los bloques, donde habían estado ocultas.

Jack Cage y las mujeres dispararon siempre que tuvieron ocasión; pero Mar-Kuk giraba sobre sí misma y se movía de un lado a otro con tanta rapidez, que sólo pudieron efectuar tres tentativas buenas. En dos de ellas dieron en el blanco, aunque no mortalmente, ya que las mandrágoras huyeron a todo correr, aullando.

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