Dare

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Al amanecer, el ejército se puso en marcha. Pequeño comparado con las fuerzas con las que pronto se enfrentaría, estaba perfectamente acorazado, era rápido, casi autosuficiente, y tenía una enorme potencia de fuego. Tenía un minucioso y detallado plan de campaña. No había intentado ocultarse, antes al contrario había tratado de anunciar su existencia. Ahora sus 20 000 hombres, de los cuales sólo 8000 eran combatientes de primera línea, se enfrentaban al menos a 50 000. Los soldados de la Reina de Dyonisa habían tenido mucho tiempo para formar delante de la ciudad de Slashlark.

Se tardó una hora en alcanzar la granja de Cage. Jack de pie en la abierta tórrela de su blindado a vapor, contempló estupefacto la devastación. Los cuernos de las viviendas cadmo estaban ennegrecidos por el fuego y ladeados en distintos ángulos. Los cráteres eran enormes heridas en los lados del prado. Eran los testimonios de las minas colocadas en agujeros excavados debajo de las viviendas cadmo y explosionadas después. Los esqueletos surgían entre la nieve aquí y allá.

Más lejos, la casa en la cual había nacido y habitado durante toda su vida era un montón debajo de la nieve, con maderos chamuscados sobresaliendo de la blancura. Los establos eran altozanos nevados; un carro, sin ruedas, yacía de costado.

Jack cerró los ojos y no los abrió durante largo rato. Pero no podía cerrar el pensamiento que gritaba en él. ¿Dónde estaba R’li? ¿Qué le había ocurrido?

A mediodía empezó la batalla principal. Los carros blindados avanzaron y barrieron a los que se enfrentaban a ellos. Media hora más tarde, la flota sociniana entró en el puerto de Slashlark e inició un bombardeo. Treinta dirigibles, propulsados por los nuevos motores que quemaban petróleo, dejaron caer enormes bombas.

Dos horas después los restos de los dyonisanos habían huido, y la ciudad fue tomada. Se dejó una reserva detrás, mientras el resto del ejército proseguía su avance. Cuando llegó a las barricadas levantadas en la carretera, dio un rodeo. El plan general era romper a través de cualquier organización militar de importancia que se atreviera a enfrentarse con ellos y continuar avanzando. Viajaban con la mayor rapidez posible, y su objetivo era la ciudad-capital. No importaba que el campo hirviera de soldados y paisanos enemigos, ni que no dejaran ninguna línea de comunicación ni suministros detrás de ellos. Antes de que escasearan las provisiones y la munición, los dirigibles dejarían caer más. Y otra flota de carros blindados y tropas de infantería montada les seguiría al cabo de unos días para causar más bajas y conquistar y retener algunas de las ciudades más grandes.

Jack había oído hablar de los asedios de las viviendas cadmo por los dyonisanos y de las guerrillas de represalia de los horstels. Granjas y cultivos quemados hasta las raíces en ambos lados. Muchas viviendas cadmo habían muerto cuando los humanos habían excavado agujeros debajo de las duras conchas para colocar en ellos gigantescas cargas de pólvora. Los horstels habían luchado valientemente, recurriendo incluso a la ayuda de los dragones. Antes de que los dragones fueran eliminados del todo, se cobraron un alto tributo. Y muchas viviendas cadmo seguían resistiendo.

Ahora Jack viajaba en un recinto casi tan grande como una pequeña casa, en la parte posterior de un enorme vehículo a vapor. Sentado delante de una mesa, recibía y enviaba mensajes con un aparato que le permitía hablar con hombres que se encontraban hasta a dos mil kilómetros de distancia. Ocasionalmente acompañaba a Chuckswilly al frente de batalla. En cierta ocasión se vio comprometido en una lucha cuerpo a cuerpo.

El «ariete», como era llamada oficiosamente la fuerza, había visto disminuir peligrosamente sus municiones. Una tormenta había impedido a los dirigibles acercarse a la ciudad ocupada por la fuerza para lanzar suministros. Un número inesperadamente elevado de dyonisanos habían atacado y obligado a los socinianos a gastar sus proyectiles. Finalmente, los dyonisanos habían embestido a fondo.

Pero el viento y las nubes habían desaparecido y los dirigibles habían podido lanzar en paracaídas la munición necesaria. Al cabo de una hora el nuevo ejército dyonisano estaba destrozado. Al día siguiente, el «ariete» volvió a ponerse en marcha por la carretera. Hasta alcanzar la ciudad de Whittorn, encontró poca resistencia. Al parecer los dyonisanos estaban concentrando sus ejércitos para defender la última de las grandes ciudades que no había sido tomada. Se trataba del puerto de Merrimoth, convertido en capital después de la caída de Dionisio.

En Whittorn, la fuerza de Jack se reunió con otras tres que habían invadido Dyonisa por puntos ampliamente separados a lo largo de las fronteras. El ejército así formado esperó durante cinco días mientras los dirigibles y caravanas poderosamente acorazadas traían suministros. Las últimas habían seguido la misma ruta que el «ariete» de Jack, después de decidir que no se encontraría demasiada resistencia por parte del enemigo.

Dos semanas más tarde se tomó Merrimoth. Cayó bajo el ataque combinado de la armada, las fuerzas aéreas y las tropas de tierra socinianas. Pero no se rindió. Los soldados dyonisanos lucharon valientemente casi hasta el último hombre. Cuando agotaron su pólvora y sus proyectiles, utilizaron arcos y flechas y lanzas.

Más tarde, Jack se encontraba en una colina con Chuckswilly y algunos altos oficiales y contemplaba a la capturada Reina siendo conducida a una tienda reservada para ella en medio del campamento. Elizabeth III era una mujer alta pero bien formada de treinta y cinco años, de llameantes cabellos rojos, enmarañados ahora, y con suciedad en su aristocrático y aguileño rostro. Estaba pálida pero altiva, erguida la espalda, decidida.

—Hablaremos con ella para establecer las condiciones de la rendición —dijo Chuckswilly—. Nos hemos apoderado ya de suficientes guarniciones clave y podemos avanzar sobre las otras naciones.

Al paso de la Reina, Jack se había quitado maquinalmente el casco; desde la infancia le habían enseñado a hacerlo incluso cuando el nombre de la soberana era mencionado en reuniones públicas. Volvió a ponérselo y reanudó su inspección de la ciudad en llamas. El día era claro. El sol brillaba intensamente, y era cálido dada la estación del año. El viento soplaba suave pero regularmente, transportando el humo hacia el este en una gran capa que cubría la tierra y el cielo encima de ella. Pero Jack se encontraba al noroeste y podía verlo todo desde la alta colina.

Se estaba preguntando cuándo podría saber la suerte que habían corrido su madre, sus hermanos y sus hermanas. Ahora sería un buen momento para hablar del asunto con Chuckswilly. Hasta entonces había resultado imposible, ya que ambos habían estado demasiado atareados.

Dio varios pasos hacia su comandante y se detuvo, profiriendo una exclamación de asombro.

Chuckswilly, al oírle, dijo:

—¿Qué te pasa? Estás tan pálido como…

Se interrumpió, y se quedó con la boca abierta y la respiración cortada. Palideció bajo su color moreno. Su casco voló por los aires. Maldijo hasta sollozar, y las lágrimas surcaron sus mejillas.

—¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde! ¡Cincuenta años demasiado tarde!

Un objeto había aparecido en el cielo azul, encima de ellos. Resplandeció y aumentó de tamaño a medida que descendía. De pronto se detuvo para planear sobre la ciudad en llamas. Un globo de un material brillante, con un diámetro de al menos sesenta metros. Brotaron gritos del campamento situado debajo de la colina. Aparecieron unos hombres del tamaño de hormigas, corriendo de un lado para otro. Algunos vehículos hicieron rugir sus motores como si se dispusieran a escapar. Chuckswilly gruñó y dijo:

—¡Dios! ¡La victoria completa a nuestro alcance! ¡Y ahora esto! ¡En el día de nuestro mayor triunfo!

—¿Qué cree que harán los Arra? —dijo Jack.

—¡Lo que les venga en gana! ¡No podemos enfrentarnos a ellos!

Jack se sintió invadido por un creciente pánico. Había visto demasiadas estatuas y demasiados retratos de ellos, había oído demasiadas leyendas. Dijo:

—¿No sería preferible escapar de aquí, señor? Podemos ir a las Thrruk.

Chuckswilly se mostró más tranquilo.

—No, no hay motivo para huir… todavía. No empezarán a esclavizarnos en seguida, y dudo que aterricen en esta colina para recoger ejemplares de muestra.

Había cierta esperanza en su voz.

—Tal vez se trate de un viaje de exploración. Si regresan a su planeta para informar sobre nosotros, pueden estar fuera cincuenta años. ¡Tal vez cien! ¡Diablo! ¡Aún hay una oportunidad para nosotros! ¡Quizá podamos aprovecharla! ¡Por Dios, si esperan demasiado tiempo, estaremos preparados para recibirles!

La nave se deslizó hacia adelante, con su gran masa moviéndose rápidamente y sin el menor ruido, hasta que llegó a una planicie sin árboles al otro lado de la colma. Se posó velozmente en la planicie, y la gigantesca esfera se hundió varios palmos en el helado suelo.

Transcurrieron unos minutos. Jack, Chuckswilly y los demás permanecían en silencio mientras esperaban. De pronto, una parte del globo se abrió y un extremo reposó en el suelo. Jack contuvo la respiración, asustado; tenía conciencia de que sus rodillas estaban temblando. Cuando aquellos monstruosos seres de cuatro patas bajaran por la rampa, ¿qué harían? ¿Se limitarían a echar una ojeada a su alrededor y regresarían a la nave, o capturarían a los seres humanos más próximos?

De la oscuridad de la entrada de la esfera salió un ser. Era un hombre.

—¡No son Arra! —dijo Chuckswilly—. ¡No, a menos que hayan hecho salir algunos esclavos para tranquilizarnos! Y tampoco son Sgzwi. ¡No son bastantes grandes!

Entonces, varios socinianos que habían permanecido ocultos en una hondonada al borde de la planicie se acercaron lentamente a los extranjeros. Chuckswilly dijo:

—Subamos al carro blindado, Jack. Vamos a ir allí.

Jack obedeció maquinalmente. Condujo el vehículo ladera abajo hasta encontrar un camino que llevaba directamente a la planicie, y lo detuvo a unos cuantos metros de la abertura de la nave; se apeó, y siguió a Chuckswilly. Los extranjeros eran hombres, indudablemente. La mayoría eran de piel blanca y tenían las facciones como las de cualquier dyonisano, a excepción de un hombre de piel negra y cabello lanudo y dos hombres con un curioso pliegue en las comisuras de los ojos. Llevaban prendas que parecían ser de una sola pieza. Eran de diversos colores y con emblemas en ellas. Cada hombre portaba una pequeña máquina en una mano. Aunque su aspecto no resultaba familiar, era indudable que se trataba de armas.

Su jefe estaba hablando o, mejor dicho, tratando de hablar con un sargento de los socinianos. Chuckswilly se adelantó y trató de establecer comunicación, inútilmente.

El jefe se giró hacia un hombre que debía ser un lingüista. Éste pronunció varias frases en idiomas obviamente distintos. El hombre negro y uno de los hombres de ojos oblicuos hablaron.

Entonces Jack vio el crucifijo colgando del cuello de uno de los hombres, un crucifijo medio oculto en la abertura del pecho de la prenda con que se cubría. Jack no creyó que la cruz pudiera ser nada más que una coincidencia, ya que el símbolo era tan sencillo y tan obvio que debía ser universal. Recitó la primera frase del Padre Nuestro, y varios de los extranjeros se sobresaltaron. El hombre que llevaba el crucifijo fue el primero en recobrarse. Se dirigió a Jack en latín, completando la plegaria. Después continuó en latín, aunque lo pronunciaba de un modo muy distinto a como lo hablaban los sacerdotes dyonisanos. Jack le miraba con aire desconcertado, ya que conocía muy poco latín aparte del que se utilizaba en la Misa.

Se lo explicó a Chuckswilly, el cual envió a un soldado en busca de un sacerdote. Al cabo de una hora, el soldado regresó con un sacerdote muy asustado, el Obispo Passos, que había sido capturado con la Reina. Pero el obispo se recobró rápidamente cuando empezó a entender al extranjero del crucifijo. A partir de aquel momento el obispo se convirtió en intérprete oficial de Chuckswilly, de grado o por la fuerza. El Obispo Passos dijo:

—¡Proceden de la Tierra! ¡Dios sea loado, son terrestres! Y él —señaló al que hablaba en latín— es un sacerdote de la Santa Iglesia Católica Romana. ¡Ha hablado con el Papa en la Tierra!

Chuckswilly, como siempre, se adaptó rápidamente. En un aparte le dijo a Jack:

—Me pregunto si estará tan alegre cuando el sacerdote terrestre le considere un hereje. No tiene la menor idea de lo mucho que el Catolicismo dyonisano se ha desviado de la religión original. O, si la tiene lo ha olvidado.

El obispo dijo entonces:

—El Padre Goodrich dice que debemos de estar confundidos. «Nosotros» no hablamos inglés. ¡Lo hablan «ellos!».

—Dos ramas distintas —dijo Chuckswilly—. Los idiomas se han desviado. Preguntadle si les gustaría visitar a nuestro general. O, si no confían en nosotros, y no se lo reprocharía, si podemos visitar su nave.

Vía los dos intérpretes, el capitán de los terrestres respondió que visitaría a su general en su tienda. Esta falta de temor revelaba que los terrestres se sentían seguros; Jack supuso que disponían de armas muy potentes. Perdió su alegría y empezó a preguntarse si podían resultar una amenaza similar a la de los Arra. Por la expresión de Chuckswilly, supo que su comandante estaba pensando lo mismo.

En la tienda del general Florz, los darianos y los terrestres hablaron hasta muy tarde. En su calidad de ayudante de Chuckswilly, Jack oyó toda la conversación. Cuando los terrestres se enteraron de que los darianos eran descendientes de la colonia perdida de Roanoke y otras que habían sido secuestradas, se asombraron a su vez. Pero las noticias sobre los Arra y los Egzwi les alarmaron. Interrogaron al obispo con detalle. Jack, sabiendo que utilizaban una variedad de inglés, escuchó atentamente. Al cabo de media hora fue capaz de entender unas cuantas palabras.

A su vez, Chuckswilly y el general interrogaron a los extranjeros. ¿Cómo habían logrado cruzar el espacio? ¿Qué tipo de fuerza motriz utilizaban? ¿Cómo era la Tierra?

Los extranjeros parecieron contestar con sinceridad. Muchas de sus respuestas resultaban inquietantes. Jack se preguntó si el planeta entero se había vuelto loco. ¿Podían unos seres cuerdos vivir de aquella manera y conservar la cordura? Sin embargo, ellos pretendían que eran felices y prósperos.

A través de los intérpretes, el capitán Swanson, de la nave interestelar «United», explicó que su nave era la primera que tomaba tierra en un planeta habitado… que él supiera hasta entonces. Otras dos naves habrían salido de la Tierra, poco después de su partida, con destinos diferentes. El personal de la «United» había permanecido en estado de congelación profunda durante los treinta años terráqueos que habían tardado en llegar a la vecindad del sol de Dare. Después de ser descongelados por el equipo automático, habían examinado los planetas con más posibilidades para la vida. Por espacio de varios días habían dado vueltas en torno a este planeta. Mirando a través de instrumentos capaces de una enorme ampliación, habían quedado asombrados al descubrir a seres exactamente iguales a su propia especie, un hecho altamente improbable. También habían visto con detalle a los horstels, y sabían que eran de una especie o subespecie distinta.

Chuckswilly les dijo que los horstels también habían sido traídos a este planeta por los Arra.

El capitán Swanson respondió que el informe sobre los Arra y los Egzwi le preocupaba mucho. Representaban un posible peligro para la Tierra.

Chuckswilly dijo:

—Para informar a la Tierra acerca de ellos, tendrían que regresar ustedes con la nave, ¿no es cierto? ¿O acaso disponen de medios para comunicarse a través del espacio?

Swanson sonrió. Debió sospechar que Chuckswilly tenía algún motivo especial para formular aquella pregunta. Pero respondió francamente. Tenían medios de comunicación, pero no podían esperar sesenta años para obtener una respuesta de la Tierra.

Chuckswilly dijo:

—Deseará usted informar a la Tierra lo antes posible acerca de los Arra. Después de todo, los Arra han estado en la Tierra al menos dos veces, que nosotros sepamos. La próxima vez podrían ir allí en plan de conquista. Y la próxima vez podría ser pronto. Demasiado pronto.

Swanson respondió:

—Es usted un hombre muy astuto. No le mentiré. Estamos alarmados. En principio, pensábamos quedarnos aquí varios años antes de marcharnos. Ahora no tenemos más alternativa que la de despegar lo antes posible.

—Me gustaría saber, debo saber —dijo Chuckswilly— si los terrestres consideran al planeta Dare como propiedad suya…

Swanson permaneció unos instantes en silencio antes de contestar.

—No —dijo lentamente—. El gobierno formuló una política de «manos fuera» para cualquier planeta que estuviera habitado. Los planetas que no están habitados por seres inteligentes pero son habitables pueden ser reclamados en nombre de la Tierra, con tal de que no exista una reclamación anterior de extraterrestres.

»No, no haremos ninguna reclamación. Pero nos gustaría firmar un tratado estableciendo nuestro derecho a construir una base aquí. Después de todo, eso les beneficiaría más a ustedes que a nosotros. En su estado tecnológico actual, necesitan ustedes la ayuda de la Tierra. Y la próxima nave incluirá indudablemente a muchos científicos cuyos conocimientos superan a los de ustedes.

—Dudo —dijo Chuckswilly secamente— que pudiéramos hacer gran cosa para oponernos a sus deseos… si nos sintiéramos inclinados a hacerlo.

—Nosotros no utilizamos la fuerza —replicó Swanson.

—Pero las noticias sobre los Arra podrían cambiar la opinión de su gobierno —dijo Chuckswilly.

Swanson se alzó de hombros y dijo que deseaba regresar a la «United». A pesar de la impasibilidad de su rostro, había en él algo que sugería que no le sorprendería una negativa de los socinianos. Sin embargo, Chuckswilly y el general estaban convencidos de que Swanson no hubiera aceptado su invitación si hubiese creído que podía ser objeto de alguna agresión. Además, sospechaba que todo lo que se había dicho había sido captado por los que estaban en la nave.

Cuando los extranjeros se hubieron marchado, Chuckswilly le dijo a Jack:

—No me gusta esto. Cuando regresen y construyan una base —para nuestra protección, desde luego—, seremos inevitablemente dominados. Su cultura es demasiado superior. Dare se convertirá en el apéndice de la Tierra; los usos y costumbres darianos se convertirán en los usos y costumbres de la Tierra.

—Disponemos al menos de sesenta años para alcanzarles —dijo Jack.

—¡No seas obtuso! También ellos habrán progresado sesenta años. Y nosotros carecemos de los recursos minerales de la Tierra.

—Algunos darianos deberían marchar con ellos —dijo Jack—. Así podrían informarse acerca de la Tierra y de sus conocimientos. Y al volver aquí podrían prestarnos una enorme ayuda.

—¡Por el Gran Dragón, muchacho! Ahí puede haber algo.

Regresaron a la tienda. Jack calentó un poco de agua de totum y se sentó a beber con su superior. En privado, Chuckswilly era muy demócrata.

—Estamos en un atolladero, Jack. No podemos salir adelante sin la ayuda de la Tierra. Pero si la aceptamos, nos perderemos como darianos.

Dio un puñetazo sobre la mesa.

—¡Maldita sea! ¡Cuando estábamos a punto de alcanzar el triunfo!

—Me ha dicho usted más de una vez que yo debía aceptar el «curso inevitable de la historia» —replicó Jack—. Entonces hablaba del curso de Socinia, que parecía destinada a conquistar. Ahora la historia está del lado de los terrestres. ¿Por qué no puede aceptar «usted» el «destino inevitable»?

Chuckswilly frunció el ceño. Pero casi inmediatamente su frente se despejó y se echó a reír.

—¡Atacado con mis propias armas! Bueno, no necesariamente.

Permaneció en silencio unos instantes. Jack volvió a llenar sus tazas. Chuckswilly dijo:

—Si pudiéramos apoderarnos de la tripulación y luego de la nave, los conocimientos que adquiriríamos darían a nuestra ciencia un impulso enorme. Es posible que, cuando llegara otra nave de la Tierra, pudiéramos enfrentarnos con ellos en condiciones más que favorables.

Se puso en pie.

—El general Florz dijo que estaba demasiado cansado para hablar esta noche, que lo discutiríamos mañana. ¡No, por el Dragón! ¡Hablaremos de ello esta noche! ¡Éste no es momento para dormir!

Le dijo a Jack que no le necesitaba, y se marchó. Jack se quedó sentado unos instantes, pensando, empezó a bostezar, y se dispuso a acostarse. Le pareció que acababa de cerrar los ojos cuando alguien le despertó sacudiéndole.

Un sargento estaba inclinado sobre él.

Jack parpadeó a la pálida luz de la linterna de petróleo que colgaba de una cuerda en el centro de la tienda. Dijo:

—¿Qué diablos pasa, sargento?

—Debes de ser un gran amante, macho —dijo el sargento—. Hay una mujer fuera del campamento. Dice que tiene que verte; que te alegrarás de que te despierten. ¿De dónde diablos has sacado tiempo para hablar siquiera con una mujer?

Jack se sentó en la cama y empezó a ponerse las botas.

—No lo he tenido. —Se puso en pie, muy excitado—. Tal vez mi madre o una de mis hermanas. ¡Oh, Dios, tal vez han salido con vida de las minas!

—Es demasiado joven para ser tu madre. Debe ser tu hermana.

—¿No ha dicho quién era?

—No. Sólo ha dicho que era una de las mujeres de la granja de tu padre.

—¿La hija de Lunk? —dijo Jack—. ¿Es morena y con la cara huesuda?

—No, es rubia y bonita.

—¡Elizabeth!

Jack salió corriendo de la tienda, pero regresó cuando el sargento le dijo que se había dejado el revólver y el fusil. Para un soldado, ser sorprendido sin armas durante la campaña significaba la muerte.

Jack le dio las gracias y echó a correr de nuevo. Cerca de los límites del campamento moderó ligeramente el paso. No quería que algún centinela aficionado a darle gusto al dedo disparase contra él.

El campamento estaba orillado por los vehículos a motor, todos los cuales apuntaban hacia fuera. A cada tres vehículos había al menos dos centinelas, que habían encendido fogatas para calentarse. Un centinela dio el alto a Jack; este dio el santo y seña y le preguntó al soldado dónde estaba la mujer que quería ver a Jack Cage. El centinela señaló hacia una pequeña fogata a unos ciento cincuenta metros de distancia. Era lo más cerca que habían permitido llegar a la mujer.

Jack echó a correr a través del suelo helado, su respiración brotando en forma de vapor. Durante el día la nieve se fundía, pero ahora todavía era de noche. Resbaló y estuvo a punto de caer sobre una capa de hielo. Luego se encontró al lado de la abrigada figura que estaba de pie junto al fuego.

—¡Elizabeth! —exclamó.

La estrechó en sus brazos y empezó a sollozar.

Una voz suave y familiar murmuró:

—No, Jack. R’li.

Jack retrocedió. Por unos instantes, se quedó sin habla.

—¿Tú? ¿Qué… cómo? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Creí que…?

—Regresé a mi casa, Jack. Pero las viviendas cadmo ya habían sido voladas. Todo el mundo había muerto. De modo que me marché al valle de las Thrruk. Pero oímos hablar de la guerra entre los humanos y los Wiyr. No podíamos soportar el estar a salvo mientras nuestros compañeros eran asesinados. Organizamos pequeños grupos de hostigamiento; yo estaba en uno de ellos.

»Finalmente, después de estar a punto de morir o de ser capturada varias veces, me vi obligada a refugiarme en una vivienda cadmo que seguía resistiendo. Creíamos que no tardaríamos en morir, ya que los humanos habían excavado grandes agujeros debajo de las cadmo y se disponían a colocar minas y hacerlas estallar.

»Entonces oímos hablar de los socinianos. Nuestros sitiadores se marcharon; supongo que fueron a unirse a la defensa de Merrimoth. Yo confiaba en que estarías en el ejército invasor sociniano, de modo que vine aquí. Y… aquí estoy.

Jack la apretó contra su pecho y la besó violentamente.

—¡No sabes cuánto te he echado de menos! —repitió una y otra vez.

—Temí que me odiaras porque te había abandonado.

—Te odié durante mucho tiempo. Pero terminé diciéndome que no podías evitar ser quien eras. Una horstel. Luego empecé a añorarte. Había noches en las que no podía dormir pensando en ti. Proyecté ir en busca tuya cuando esto terminara. Pero no esperaba encontrarte. Habría sido demasiado bueno que Dios me permitiera amarte de nuevo, estrecharte en mis brazos.

Se irguió, indeciso.

—No puedo dejarte sola aquí. Hay muchos maleantes por estos alrededores. No quiero perderte cuando acabo de recuperarte. Pero no puedo llevarte al campamento conmigo. Son muy estrictos con la disciplina.

»Sin embargo, los terrestres —has oído hablar de ellos, ¿no?— nos han hecho cambiar nuestros planes. Permaneceremos aquí hasta que se establezca un acuerdo. De modo que… ¿dónde podrías estar a salvo?

—Mi cadmo se encuentra a sólo cinco kilómetros de distancia. A pesar de estar tan cerca de Merrimoth, es muy grande y se halla situada en la cumbre de una meseta en una alta colina. Se defendió fácilmente; los humanos tuvieron muchas bajas antes de obligarnos a ir bajo tierra. Puedo regresar allí y estaré a salvo.

—Te acompañaré hasta tu hogar —dijo Jack—. No quiero que te mate cualquier desertor… ¡Diablos, desertaré yo! ¡Me quedaré contigo!

R’li sonrió, agitó la cabeza y acarició a Jack amorosamente.

—No, no permitiré que vuelvas a ponerte en peligro por mí. Si los socinianos te persiguieran, podrían matarte. No.

—Al menos te acompañaré.

—No es necesario. Tengo una escolta oculta en las sombras. No olvides que soy la hija de un O’Reg.

Hablaron por espacio de una hora, se besaron, y lamentaron no poder gozar de una mayor intimidad. Luego, amable pero firmemente, R’li dijo Au revoir y se alejó en medio de la oscuridad. Jack regresó al campamento, donde tuvo que soportar algunas bromas obscenas aunque sin mala intención. Cuando llegó a su tienda empezaba a amanecer. Chuckswilly le encontró cuando se disponía a entrar.

Sorprendido, le preguntó a Jack Cage dónde había estado. Jack se lo contó. Chuckswilly pareció complacido, pero no tardó en mostrarse malhumorado. Hizo que Jack preparase un poco más de agua de totum caliente.

—Florz estaba demasiado asustado para emprender ninguna acción. No creo que haga nada. No podemos quedarnos sentados aquí tranquilamente, de modo que ha hablado con el cuartel general en Socinia. Están de acuerdo en que necesitan un hombre capaz de hacer algo positivo. Han hablado con Florz. No tenía ya mucha utilidad para ellos. De modo que mañana regresa a Socinia para ser recibido como un héroe. Gran desfile, discursos, flores, vino, mujeres.

»Yo soy ahora el comandante en jefe. Chuckswilly se puso en pie, entrelazó sus manos detrás de su espalda y paseó de un lado a otro.

—No ha sido una decisión fácil de tomar. Si atacamos, probablemente seremos aniquilados. O la nave se limitará a despegar y nos dejará indefensos. Si no hacemos nada, podemos recoger unas migajas de conocimiento de su mesa señorial. Pero no demasiadas. No permitirán que nos enteremos de muchas cosas. Podríamos estar demasiado bien armados cuando regresen.

»Necesitamos su ciencia. Los Arra podrían llegar antes que la segunda nave de la Tierra. Estaríamos indefensos. Además, si pudiéramos apoderarnos de la nave y de su tripulación, pueden transcurrir muy bien cien o más años antes de que otra nave terrestre siga esta ruta. Y cuando lo hiciera, estaríamos preparados para recibirles, a ellos, a los Arra y también a los Egzwi.

—¿Se propone usted atacar, señor?

—Sí. ¿Pero cómo? Mientras la nave está herméticamente cerrada, no podemos hacer nada. Nuestros cañones resultarían inofensivos contra su casco, apuesto mi falda. Ni podemos acercarnos lo suficiente para precipitarnos al interior cuando se abra la compuerta. Su capitán tuvo la amabilidad de informarme de que poseen aparatos de detección que lo impedirían.

»¡De hecho, por lo que sé, mis palabras pueden ser escuchadas en este momento por sus diabólicas máquinas!

—Me parece, señor, que sólo tiene usted dos posibilidades, y ninguna de ellas demasiado buena. Puede usted capturar al capitán y a los que le acompañen en su próxima salida, o puede hablar con él para que se lleve a la Tierra a algunos socinianos. Entonces, de alguna manera, los socinianos se apoderan de la nave y regresan con ella.

—Los pasajeros socinianos no serían capaces de gobernar esa nave. Y si pretendieran obligar a que algún terrestre lo hiciera por ellos, lo más probable sería que los terrestres destruyeran la nave antes que permitir que cayera en nuestras manos. Siempre hay un par de héroes a bordo de cualquier nave.

—Pero… ¡hmmmm!… si lográsemos que nos invitaran a bordo para una cena o una visita de inspección a bastantes de nosotros, creo…

—Toman precauciones contra la traición.

—No sería traición si no diésemos palabra de que no intentaríamos nada.

Chuckswilly se fue bruscamente a la cama, y Jack hizo lo mismo unos minutos después. Sin embargo, sólo había dormido dos horas cuando su superior le despertó. La nave de la Tierra había vuelto a abrir su compuerta, y Swanson y otros habían salido. Esta vez viajaban en uno de sus propios vehículos. Era pequeño, aerodinámico, y flotaba a varios palmos del suelo. Se dirigía hacia el campamento.

Chuckswilly pareció atacado del frenesí de la acción. Dio instrucciones a doce oficiales, hizo que se las repitieran, para que no se produjera ningún error. Si le veían hacer una señal determinada, tenían que saltar sobre los hombres y reducirlos a la impotencia. Los extranjeros deberían ser silenciados inmediatamente, y los oficiales también deberían guardar silencio. Si los terrestres llevaban encima aparatos que podían transmitir sonidos a la nave, los aparatos no debían registrar nada sospechoso; El capitán Swanson sería separado a continuación de los otros, despojado de cualquier aparato transmisor, e informado de lo que tenía que hacer si quería vivir. Si estaba de acuerdo, debería ser devuelto inmediatamente al grupo de modo que pudiera hablar como si no hubiese pasado nada. Entretanto, los otros habrían sido objeto de la misma maniobra y habrían podido elegir lo mismo que el capitán. Luego los extranjeros y sus captores se dirigirían a la nave. Entrarían, y los socinianos tratarían de mantener la compuerta abierta el tiempo suficiente para que una patrulla, estacionada ya al borde de la planicie, se precipitara al interior.

Para llevar a cabo el plan de Chuckswilly, los socinianos deberían apoderarse de las armas de mano de los terrestres, aprender a disparar con ellas, y luego utilizarlas en el interior de la nave.

Si los hombres de Chuckswilly no observaban ninguna señal durante la conferencia, deberían tratar a los terrestres como huéspedes de honor.

—Es un plan débil y descabellado —le dijo Chuckswilly a Jack—, como producto que es de la desesperación. Si uno de los oficiales de Swanson decide sacrificarse para salvar la nave y grita, estaremos perdidos. Aunque consigamos entrar en la nave no podremos llegar a la sala de control… sea como sea una sala de control.

Llegaron los terrestres. Quedaron sorprendidos al descubrir que Chuckswilly era ahora general, pero le cumplimentaron. Swanson dijo que había decidido que los Arra eran demasiado importantes para la Tierra como para demorar el informe acerca de ellos. La «United» se marcharía dentro de una semana.

Sin embargo, deseaba establecer acuerdos para dejar cierto número de técnicos, ingenieros y científicos en Dare, los cuales no se limitarían a reunir datos sobre el planeta, su vida y su historia, sino que ayudarían activamente al progreso de Socinia. Convencidos de que los socinianos no sólo ganarían su campaña sino que «debían» ganarla, ya que entonces Dare sería un solo pueblo, los terrestres habían decidido reconocer a Socinia como el gobierno de facto del planeta.

—No obstante —continuó Swanson, a través de los dos intérpretes—, es necesario que establezcamos un tratado oficial. Es igualmente importante que establezcamos una base para los que van a quedarse aquí. Dejaremos cierto equipo en ella, y nuestros hombres actuarán fuera de allí. Sugiero que algunos de sus hombres, quizás incluso usted, general Chuckswilly, vengan con nosotros a la capital de Socinia. Usted podrá explicarle al jefe del estado quiénes somos y lo que queremos.

Chuckswilly sonrió. Sólo Jack sabía lo que había detrás de aquella sonrisa. Dijo:

—Nuestro ejército debería continuar inmediatamente su avance hacia las fronteras. Pero ustedes son más importantes que las conquistas. Mi coronel-general puede mandar nuestras fuerzas mientras yo le acompaño a usted a Greathopes.

—¿Le gustaría completar sus conquistas con un mínimo absoluto de derramamiento de sangre? —dijo Swanson—. Si puede demorar usted sus avances, más tarde podremos suministrarle los medios.

Chuckswilly dijo que aquello era más que generoso. ¿Cuáles eran los medios?

—Tenemos varios que podrían servir para el caso —respondió el capitán extranjero—. Pero yo estaba pensando específicamente en un gas que dejaría inconscientes a sus enemigos durante unas cuantas horas. También disponemos de un dispositivo para paralizar combatientes individuales a corta distancia, es decir, fuera del alcance de las armas de fuego.

—Muy bien —dijo Chuckswilly en tono animado—. Hablaré con la capital para disponerlo todo. Y llevaré conmigo a diez miembros de mi Estado Mayor.

—Lo siento, pero no disponemos de espacio para tantos —dijo Swanson.

Chuckswilly ocultó su frustración y el conocimiento de que el capitán estaba mintiendo. Preguntó si podía llevar al menos cuatro, y Swanson asintió. Se marcharon sin que Chuckswilly diera la señal.

Jack dijo:

—¿Puedo llevar a R’li conmigo, señor? Me gustaría verla a salvo en Socinia.

—No es mala idea. Tal vez si los terrestres ven que llevamos una mujer con nosotros se preocuparán menos de una posible tentativa nuestra para apoderarnos de la nave.

—¿Sigue pensando en hacer eso?

—A la menor oportunidad que se presente —dijo Chuckswilly. Escribió varios nombres en un papel y se lo entregó a Jack—. Ahora, antes de ir en busca de su sirena, avise a esos hombres. Son audaces y rápidos.

Al cabo de unas horas Jack regresó al campamento, con R’li sentada junto a él en el vehículo blindado. Le había explicado a la sirena lo que podría ocurrir y le había dicho que podría ser preferible que no fuera con él. Pero R’li había insistido en que deseaba estar a su lado.

En el camino de regreso al campamento, Jack había dicho.

—Estoy pensando en lo que dijo Swanson, R’li. Los terrestres son ahora una sola entidad, terrestres en todas partes, y nada más. Pero los socinianos no desean eso. Quieren convertirse en los únicos dueños de Dare. Sin embargo, afirman que su guerra está justificada porque unirá a Dare y lo hará lo bastante fuerte como para presentar un frente sólido contra los Arra o los Egzwi.

»Ahora se volvieron las tornas. La Tierra podría hacer de nosotros una sola nación. Y nosotros les necesitamos a ellos, son una necesidad absoluta. ¿Qué importa que perdamos nuestro idioma, nuestra religión, nuestras costumbres? Ellos perderían lo mismo bajo el gobierno sociniano. Además, ellos no importan. El propio Chuckswilly dijo que tendrían que perecer; nacerá una nueva cultura. La diferencia ahora es que será una cultura de la Tierra, no sociniana.

—¿Qué piensas hacer tú? —inquirió R’li.

—No lo sé. Fui un traidor a mi país una vez porque creí que era algo maligno. ¿Puedo ser traidor por segunda vez? Estaría incluso más justificado en esta situación. Pero estoy desesperado. ¿Fui un traidor porque no tengo el sentido de la lealtad y soy un oportunista? ¿O estaban realmente justificados mis motivos?

Al llegar a la tienda del general, Jack y R’li fueron acogidos por Chuckswilly. Se llevó a Jack a un lado y le dijo:

—Tú no tendrás que hacer nada mientras estemos en la nave. De hecho, para demostrar a los terrestres que no albergamos propósitos de traición, los únicos que viajaremos con ellos seremos R’li, tú, el sacerdote y yo.

—¿Por qué? —inquirió Jack. Conocía lo suficiente a Chuckswilly como para suponer que tenía un plan mucho mejor.

—Hay un prado cerca de la Casa del Pueblo —dijo Chuckswilly, refiriéndose a la mansión en la que vivía el jefe del estado de Socinia—. En estos momentos hay millares de hombres cavando como topos. Colocarán una enorme cantidad de minas en el agujero, lo cubrirán, y reemplazarán la hierba. Yo haré que los terrestres aterricen allí. No existe ningún motivo por el que se nieguen, tan convencidos están de su invulnerabilidad. Cuando se abra la compuerta para que la delegación de la Tierra y vayamos a la Casa del Pueblo, estallarán las minas.

»No creo que la explosión cause ningún daño a la nave. Pero las ondas propagadas en su interior matarán a los ocupantes o los dejarán fuera de combate. Nuestros soldados subirán a bordo inmediatamente después de la explosión y tomarán la nave.

Chuckswilly paseó de un lado para otro, sonriendo triunfalmente.

—¿Qué pasará con la próxima expedición de la Tierra? —inquirió Jack.

—Si estamos preparados, lucharemos contra ellos. Si no lo estamos, ni siquiera tenemos que informarles de que la «United» estuvo en Dare. ¡Y nos apoderaremos también de ellos!

Chuckswilly continuó hablando, y no se interrumpió hasta que le avisaron de que Swanson estaba preparado para partir. Chuckswilly dijo que él no estaba listo todavía. Se puso en contacto con la capital a través del transmisor-emisor para preguntar cómo marchaban los trabajos en la preparación de la trampa. Le dijeron que tardarían dos horas en terminar. Chuckswilly envió un mensaje a Swanson diciéndole que el presidente sociniano seguía reunido con su gabinete para discutir los términos del tratado. Pero en cuanto terminara la conferencia se lo haría saber. Los terrestres no tenían que darse prisa, ya que habían dicho que podían volar a la capital en una hora.

—Esto nos dará al menos tres horas —le dijo Chuckswilly a Jack.

Jack creyó que no llegaría nunca el momento. Se sentó junto al transmisor-emisor, esperando un mensaje de la capital. R’li se sentó en una silla cerca de él. Vestida, tenía un aspecto raro para él; además, su expresión era tensa. Finalmente, cuando Chuckswilly salió unos instantes de la tienda, Jack dijo:

—¿Qué estás pensando?

—Al principio pensaba en las antiguas costumbres, y en cómo se han perdido para siempre. Posiblemente no puedas comprender lo que eso significa para un Wiyr. A pesar de los errores de la sociedad humana, los humanos son más adaptables… por regla general. Sin embargo, yo puedo hacer el cambio. Para sobrevivir, tengo que hacerlo.

»Pero Socinia, que en otro tiempo representó los nuevos usos y costumbres, ha envejecido de golpe. Sus ideales, si algún día fueron válidos, han dejado de serlo. En consecuencia, tienen que descender al polvo del mismo modo que lo hicieron antes que ellos los humanos y los horstels. Es lógico y justo.

Jack no respondió, pero estaba pensando mucho. Transcurrieron dos horas. Otra media hora. Luego el transmisor-emisor cobró vida. La trampa estaba tendida.

Chuckswilly, Jack, R’li y el Obispo Passos se dirigieron a la «United». No llevaban armas, ya que Chuckswilly deseaba convencer a los terrestres de su buena voluntad. Entraron; la compuerta se cerró; la nave despegó.

El capitán Swanson y el Padre Goodrich llevaban unas cajitas negras colgadas del cuello por medio de un cordón. De cada una de las cajas sobresalía un cable que iba a insertarse en el oído del portador de la cajita. Swanson tomó otras cajas similares de una mesa y entregó una a cada dariano. A través de los sacerdotes, explicó:

—Este aparato debería ayudarnos a hablar sin recurrir demasiado a los intérpretes. Mi convertidor recibirá su lenguaje inglés, dará a aquellas palabras que lo necesiten los valores vocales de mi inglés, y transmitirá las palabras como lenguaje con pronunciación inglesa terrestre: del Medio Oeste americano, para ser más exacto.

»No es un intérprete perfecto, ya que el inglés de ustedes tiene muchas diferencias de vocabulario. Ustedes han conservado palabras que nosotros ya no utilizamos. Algunas que utilizamos los dos tienen ahora significados distintos. Ustedes han tomado prestadas numerosas palabras de los horstels. Y su sintaxis es algo distinta. Sin embargo, creo que podré lograr al menos un noventa por ciento de comprensión.

»Sus aparatos convierten mis pronunciaciones vocales en las de ustedes.

Probaron los convertidores. Aunque las palabras que llegaban a su oído sonaban metálicas e inhumanas, y las correspondencias vocales no eran completamente exactas, Jack no tardó en superar su sensación de incomodidad. Podía entender la mayor parte de lo que Swanson decía. La principal dificultad era que podía oír hablar a Swanson con voces dobles. Sin embargo, dado que el idioma natal de Swanson era ininteligible, resultaba únicamente un ruido algo molesto, que Jack aprendió a ignorar.

El capitán les guio en una visita de inspección a la nave. Jack, R’li y el obispo no hicieron ningún esfuerzo para ocultar su asombro y su admiración. Chuckswilly profirió alguna exclamación de cumplido, pero la mayor parte del tiempo su rostro permaneció absolutamente inexpresivo.

Después de la visita, Swanson les dijo que la cena iba a ser servida. ¿Les gustaría lavarse antes de comer? Lo preguntó de una manera que evidenciaba que se sentiría sorprendido y ofendido si no lo hacían El obispo entró en un lavabo; Chuckswilly en el otro. Jack y R’li esperaron su turno. Chuckswilly había vacilado unos segundos antes de entrar, y Jack supo que no quería dejarle a solas con los terrestres. Pero el protocolo exigía que Chuckswilly, como superior de Jack, utilizara el lavabo en primer lugar.

Fue entonces cuando Jack tomó su decisión. Tenía que ser ahora o nunca, ya que dudaba de que volvieran a dejarle solo con Swanson. Además, dentro de treinta minutos la nave tomaría tierra en Greathopes.

Dijo:

—Capitán, tengo algo que decirle.

Unos minutos después, el obispo y el general salieron de los lavabos. Jack entró en el que había utilizado previamente su superior, y no se apresuró en su aseo. Cuando salió, de mala gana, se encontró ante un grupo pálido y silencioso. R’li, sin embargo, le sonrió.

Chuckswilly le miró con ojos llameantes y dijo:

—¡Traidor!

Jack estaba temblando con un sentimiento de culpabilidad que se había dicho a sí mismo que no tenía ningún motivo para experimentar. Pero logró que su voz sonara firme.

—Decidí contárselo a Swanson por el mismo motivo, exactamente, que decidí unirme a los socinianos. Usted fue el único que me convenció en ambos casos.

—Podríamos ir a cenar… si alguno de ustedes sigue teniendo apetito —dijo Swanson.

Chuckswilly tragó saliva.

—Me inclino ante el inevitable curso del destino. Es más importante, supongo, que el género humano sobreviva como una especie unida que como nacionalidades bélicas y separadas. Pero resulta difícil renunciar a los sueños.

—Los que se opusieron a usted en el pasado y perdieron debieron encontrar las mismas dificultades para renunciar a sus sueños —dijo Swanson.

Veinte minutos más tarde apareció la ciudad de Greathopes. Se extendía en un valle rodeado de altas montañas. La «United» voló rectamente hacia el campo de aterrizaje preparado al efecto. Sin embargo, se detuvo a varios cientos de metros de altura y a un lado del campo. Transcurrieron cinco minutos. Súbitamente, el suelo quedó oculto debajo de la nave. El humo se hinchó hasta formar una gigantesca nube en forma de hongo.

Swanson le dijo a Chuckswilly:

—Si quisiera, podría ordenar que la ciudad entera fuese registrada por nuestros rayos activadores de explosivos. Toda la pólvora existente en la zona habría estallado. Y podría hacer lo mismo con cada palmo cuadrado de tierra de este continente.

La nave se posó al borde del ancho y profundo agujero que había sido un ameno prado.

Tres días más tarde se firmó el tratado. En una semana, la base terrestre fue construida con una rapidez casi mágica y con medios increíbles, y la «United» abandonó Dare.

Jack y R’li pasaron el invierno en la base de los terrestres. Los dos eran profesores de sus respectivos idiomas. Los lingüistas que grababan las lecciones les explicaron que no estaban tan interesados en aprender a hablarlos como en conservarlos para su estudio científico. Esperaban que el sociniano, la fusión macarrónica de inglés y horstel, absorbería a los dos idiomas.

Chuckswilly, al oír esto, había sonreído irónicamente, diciendo:

—Lo que no nos dicen es que también esperan que el inglés terrestre mate al sociniano. Pero eso queda lejos todavía.

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