Dare

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Una semana más tarde, el convoy del Ejército fue asaltado. Eran las nueve de la noche cuando los HK se disfrazaron de sátiros. Su disfraz no hubiera engañado a nadie a una buena luz, ni a nadie que se fijara bien a una luz débil. A ellos no les preocupaba. Sólo se disfrazaban para proporcionarles a los hombres de la Reina la ocasión de acusar a los cadmos locales.

Cuando se acercaban a la taberna Puro Cristal, vieron que estaba muy iluminada. Dentro, los soldados apuraban sus jarras o jugaban a los dados. Los carros estaban alineados detrás del establo. Un sargento supervisaba el relevo de los animales de tiro. Ni siquiera levantó la mirada cuando el primero de los expedicionarios asomó por detrás del establo.

Dominar a los soldados de guardia resultó fácil. Los falsos sátiros surgieron de la oscuridad, rodearon a los sorprendidos militares y los redujeron al silencio, encontrando muy poca resistencia, un hecho asombroso. Aunque, pensó Jack mientras ataba a uno de los individuos, ¿era realmente tan asombroso?

Ningún grito de aviso surgió de la posada, a pesar del inevitable ruido producido por bestias y carros al ponerse en marcha. Una vez en la carretera, los asaltantes abandonaron toda precaución y azuzaron a los animales. Sólo entonces se abrieron las puertas de la taberna y los soldados, todavía con jarras o dinero en la mano, empezaron a gritar y a maldecir.

Jack pensó que eran muy malos actores. Sus reniegos eran débiles, y podría haber jurado que oía algunos mezclados con risas.

Durante la larga incursión, se había sentido audaz y bravucón. Estaba decepcionado porque no había tenido que desenvainar su estoque de cristal duro. Últimamente había estado deseando golpear a alguien o a algo. Un fardo pesado y gris cabalgaba sobre sus hombros, y aunque se sacudía y pateaba no podía librarse de él.

Incluso durante sus infrecuentes encuentros con R’li no podía librarse de aquella ardiente rabia. Demasiadas de sus palabras eran como las de la primera vez que R’li y él se habían besado.

Jack las recordaba muy bien. Él había susurrado que la amaba, que la amaba, que no le importaba quién lo supiera…

»Atrajo a R’li hacia él y juró que decía lo que sentía.

»En este momento, sí. Pero sabes que es algo imposible. La Iglesia, el Estado, la Gente se impondrán.

»No se lo permitiré.

»Hay una manera. Ven conmigo.

»¿A dónde?

»A las Thrruk.

»No puedo hacer eso.

»¿Por qué no?

»¿Abandonar a mis padres? ¿Romper sus corazones? ¿Traicionar a la muchacha con la que estoy prometido? ¿Ser excomulgado?

»Si de veras me amas, lo harás.

»Ah, R’li, eso es muy fácil de decir. Tú no eres un hombre.

»Si vinieras a las montañas conmigo tendrías algo más que a mí. Te convertirías en lo que nunca serás en Dyonisa.

»¿En qué?

»En un hombre “completo”.

»No te comprendo.

»Te convertirías en un ser más equilibrado, más integrado psíquicamente. La parte inconsciente de tu personalidad trabajaría mano a mano con la consciente. No serías caótico, infantil, desentonado.

»Sigo sin saber lo que quieres decir.

»Ven conmigo. Al valle donde pasé tres años avanzando a través de los ritos de aprobación. Allí estarás entre gente completa. Eres un hombre andrajoso, Jack. Eso es lo que en nuestro idioma significa la palabra “panor” aplicada al género humano. El andrajoso. La colección de remiendos.

»De modo que soy un espantapájaros. Gracias.

»Ponte furioso, si te sirve de ayuda. Pero no te estoy insultando. Quiero decir que no conoces tus facultades. Están ocultas para ti. Estás jugando al escondite contigo mismo. Negándote a ver el verdadero “tú”.

»Si tú eres tan… completa, ¿por qué me amas? Yo soy… andrajoso.

»Jack, potencialmente eres tan fuerte y tan completo como cualquier horstel. En las Thrruk podrías convertirte en lo que deberías ser. Cualquier humano podría, destruyendo esa barrera de odio y de temor y aprendiendo lo que a nosotros nos ha costado tantos siglos y tantos esfuerzos aprender.

»¿Y renunciar a todo lo que he conseguido hasta ahora?

»Renunciar a todo lo que sea necesario. Conservar lo bueno, lo mejor. Pero no decidas lo que es mejor hasta que hayas venido conmigo.

»Lo pensaré.

»¡Piénsalo ahora!

»Me estás tentando.

»Echa a andar. Deja a los animales atados al árbol, el arado en su surco. Nada de adioses. Echa a andar. Conmigo.

»Yo… no puedo. De esta manera…

»Por favor, nada de pretextos.

Desde entonces, Jack no podía librarse de la impresión de que había vuelto la espalda a un sendero de mucha gloria. Durante un tiempo trató de convencerse a sí mismo de que había pronunciado un «¡Vade retro, Satanás!». Al cabo de unos días fue lo bastante sincero consigo mismo como para decirse que carecía de valor. Si estuviera realmente enamorado, como ella había dicho, renunciaría a todo para marcharse con ella.

Pero eso se aplicaba al matrimonio, y él no podría contraer nunca santo matrimonio con R’li.

Él la amaba. ¿Tenía que pronunciar palabras sobre ellos un hombre con sotana? Jack debía creerlo así, ya que no se había marchado con ella. Y ella había dicho que la prueba de su amor residía en si se marchaba o no con ella.

No lo había hecho.

En consecuencia, no la amaba.

Pero él la amaba.

Golpeó el asiento del carro con su puño. ¡Él la amaba!

—¿Por qué diablos estás haciendo eso? —dijo el joven How, sentado junto a él.

—¡Por nada!

—¿Te enfadas por nada? —rio How—. Vamos, toma un sorbo de esto.

—No, gracias. No me apetece beber.

—Tú te lo pierdes. Bueno, a tu salud. ¡Ahhh! A propósito, ¿te has fijado en que Josh Mowrey no estaba con nosotros?

—No.

—Bueno, Chuckswilly sí, y se puso furioso. Nadie sabía dónde estaba. O al menos pretendían no saberlo. Pero yo lo sabía.

Jack gruñó.

—¿No estás interesado?

—Vagamente.

—¡Hombre, tú estás enfermo! Te lo diré, de todos modos. Ed Wang envió a Josh a vigilar las viviendas cadmo de vuestra granja.

Jack se sobresaltó:

—¿Por qué?

—Ed cree que Polly no se ha marchado aún de allí.

How rio entre dientes y alzó de nuevo el frasco. Luego azotó a los unicornios, y cuando el carro hubo ganado velocidad gritó por encima del ruido:

—Ed es muy testarudo. Volverá a chocar con Chuckswilly.

—Chuckswilly le matará.

—Es posible. Si Ed no le hunde una daga entre las costillas. Ahora se hace el humilde, pero se acuerda de aquellos dientes perdidos.

—¿Contra quién estamos luchando? ¿Contra los horstels? ¿O entre nosotros?

—Hay que resolver las diferencias de opinión antes de elaborar un plan de acción.

—Dime, How, ¿de qué parte estás tú?

—No me preocupa. Sólo espero que llegue el día en que empiece la gran lucha.

Bebió otro largo trago y miró a Jack.

Jack se preguntó si How se proponía atacarle. No era la primera vez que veía aquella expresión concentrada.

—¿Quieres saber una cosa, Jack? El día HK verá cómo cambian de manos muchas propiedades. Los horstels y los humanos sedientos de botín van a… liquidar… a algunas personas. Cuando llegue ese día… Levantó el frasco otra vez y dijo:

—Yo puedo convertirme pronto en Lord How. Desde luego, abrumado por la pena, erigiré un monumento a mi anciano padre, caído en el sangriento torbellino de El Día.

Jack dijo:

—No me extraña que tu padre piense que ha procreado un cachorro gordo, estúpido e inútil.

—Cuidado con lo que dices, Cage. Cuando sea el Barón How, no olvidaré a mis enemigos.

Tiró el frasco vacío. Las riendas estaban flojas en sus manos, y los unicornios, captando la falta de control, aflojaron el paso.

—Te crees muy inteligente, Cage, y voy a demostrarte que no lo eres. Hace poco tiempo, mentí cuando dije que no me importaba quien fuera el jefe de la HK. ¡Heeeh! Siempre miento. Sólo para despistar a la gente. De todos modos, sé algo que tú ignoras. Acerca de ese loco de Wang y esa buena pieza de O’Brien. Y de ese plebeyo de Chuckswilly, también.

—¿De qué se trata?

How agitó un dedo maliciosamente.

—No tan aprisa. Calma.

How introdujo una mano en un bolsillo de su chaqueta y sacó otro frasco de licor. Jack le agarró por el cuello de la chaqueta y le obligó a acercarse más.

—¡Dímelo ahora mismo o te arrepentirás!

How agarró el frasco por el gollete y lo levantó para golpear a Jack. Pero éste se le adelantó golpeándole el cuello con el filo de la mano. How cayó de espaldas en el interior del carro, donde fue recogido por los que viajaban allí.

Jack se hizo cargo de las riendas y se giró.

—¿Está muerto? —preguntó.

—Todavía respira.

Algunos de los hombres rieron ahogadamente. Jack se sintió mejor. Cuando su mano se había disparado, le había parecido que descargaba mucho de su reprimido furor. Lo único que le molestaba era lo que How había estado sugiriendo.

Durante los seis kilómetros que separaban Black Cliff de Slashlark, las bestias no cesaron de ser hostigadas. Jack se preguntó cómo podrían resistir aquella marcha. Cuando llegaran a la capital del condado estarían derrengadas. Y después de aquello tendrían que dar un rodeo de un kilómetro para que los carros no fueron vistos en la ciudad. Un total de siete kilómetros, antes de tirar de los carros otros siete hasta la granja de Cage. Allí los carros serían llevados al establo, y las armas enterradas debajo de un montón de heno del año anterior. Pero ¿resistirían los unicornios?

A media milla de Slashlark, Chuckswilly ordenó una parada. Fue entonces cuando Jack, como todos los demás expedicionarios, descubrió que no estaba en el secreto de todos los planes.

Unos hombres portando antorchas salieron del bosque, desuncieron a los resoplantes animales cubiertos de espuma y engancharon otros de refresco. Chuckswilly ordenó a los expedicionarios que se despojaron de sus disfraces de sátiro y se vistieran con sus ropas.

Mientras se estaban cambiando, How se arrastró fuera del carro. Se frotó el cuello y parpadeó a la luz de las antorchas.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—Te caíste y te golpeaste en la cabeza —dijo alguien.

—¿No estaba hablando contigo, Jack, cuando ocurrió eso?

—Sí.

—¿Qué estaba diciendo?

—Las tonterías de costumbre.

—¡Ja! ¡Ja!

How dejó de fruncir el ceño y miró con aire intranquilo a Ed, que estaba de pie muy cerca. How sonrió y palmeó el hombro de Ed.

—¡Mira, Ed! ¡Todo marcha bien!

—Cierra el pico —gruñó Ed. Dio media vuelta y se alejó en la oscuridad.

Jack le contempló pensativamente. Su primo tenía aquella expresión salvaje en el rostro. ¿Qué iba a hacer?

El convoy volvió a ponerse en marcha. Avanzó por el trozo de carretera que se curvaba al oeste de Slashlark. Bruscamente, la cadena de montañas que bloqueaba su vista de la ciudad desapareció y fue sustituida por una llanura. Penetraron en la carretera principal, la que seguía el Gran Pez hasta el Arroyo Escamoso. Allí, a doscientos metros al sur del puente, los carros se detuvieron.

Chuckswilly dijo:

—Aquí es donde la mayoría de nosotros se marcharán a sus casas. Los conductores seguirán hasta la granja de Cage y dormirán allí esta noche. Yo también me quedaré allí. Sin embargo, necesitamos algunos hombres más para ayudarnos a descargar.

Arreglados los detalles, los hombres que habían terminado su tarea se alejaron en medio de la oscuridad. Los que vivían cerca, a pie; los que vivían lejos, en carruajes que habían estado esperando allí toda la noche.

El hombre moreno conducía el carro de cabeza, How el segundo; Wang el tercero. Jack no sabía quiénes eran los otros conductores.

El puente retumbó. Los hombres miraron por si despertaba el Vigilante y asomaba su cabeza por una ventana de la torre. Respiraron mejor cuando dejaron atrás la alta estructura de piedra sin haber llamado aparentemente la atención. En aquel momento, una linterna brilló en la orilla del arroyo. El Vigilante avanzaba hacia ellos, con una larga pértiga en el hombro y una cesta colgada de su costado. Por desgracia para los expedicionarios, el horstel regresaba en aquel preciso instante de una excursión nocturna de pesca.

Jack se giró para mirar detrás de él. Wang había parado su carro, reteniendo al convoy, y se estaba apeando Empuñaba una jabalina con punta de cristal.

Jack arrancó las riendas de manos de How, paró a los animales y gritó:

—¡Hey, Chuckswilly!

Chuckswilly también se había detenido. Cuando vio lo que estaba ocurriendo, aulló:

—¡Imbécil! ¡Vuelve a tu asiento y ponte en marcha!

Wang lanzó un grito estridente. No dedicado a su jefe. Al sátiro. Lanzó la jabalina sin interrumpir su carrera.

Awn dejó caer la linterna y la pértiga y se arrojó al suelo. La jabalina pasó por encima de su cabeza y fue a perderse en la oscuridad. Inmediatamente, Awn se levantó de un salto y lanzó su linterna. Como Wang estaba corriendo hacia adelante, empuñando el cuchillo, y no pudo esquivar a tiempo, la linterna se estrelló contra su cabeza. Wang se derrumbó. El cristal de la linterna se rompió; el petróleo se extendió en una charca llameante; lamió la cabeza de la forma inconsciente. El Vigilante desapareció entre los árboles.

—¡El muy estúpido! —dijo Chuckswilly—. Tendría que dejarle arder.

No obstante, agarró los pies de Ed y le apartó del fuego.

Ed se incorporó, llevándose la mano a la boca.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—¡Imbécil! ¿Por qué le atacaste?

Ed se puso trabajosamente en pie.

—No quería ningún testigo horstel.

—Y ahora tendrás uno y de peso. Wang, yo no había dado ninguna orden. ¿Tendré que hacerte saltar todos los dientes?

Ed replicó en tono lúgubre:

—Creo que Awn se ha encargado de eso.

Apartó la mano de su cara y mostró una boca ensangrentada. Escupió dos dientes y movió un tercero, a punto de caer.

—Lástima que no te haya matado. Considérate bajo arresto. Regresa a tu carro. Turk, tú conducirás. Knockonwood, vigila a Wang. Si hace cualquier movimiento sospechoso, acaba con él.

—Sí, señor.

Una puerta se cerró de golpe. Los hombres miraron hacia la torre. Se oyeron sonidos como de una palanca disparada a través de una ranura. Unas voces flotaron hasta ellos. Una antorcha iluminó fugazmente la ventana del segundo piso.

Ed dijo:

—¡Mientras perdíamos el tiempo aquí, Awn se ha escabullido y se ha metido en casa! ¡Ahora no podremos atraparle!

Las ventanas de los pisos tercero, cuarto y quinto se iluminaron y volvieron a oscurecerse a medida que el Vigilante subía la escalera de caracol. El sexto permaneció iluminado. De pronto, recortándose contra la luna, surgió del tejado una larga varilla.

Jack no pudo precisar el color, pero supuso que estaba hecha de caro cobre. Ocasionalmente, había visto aquellas pértigas extendidas desde los hogares de los Vigilantes o de los conos de las viviendas cadmo. Ignoraba lo que eran, pero suponía que eran utilizadas en la magia negra de los horstels.

El ver surgir una ahora, como el cuerno de un demonio, le intranquilizó. Wang estaba próximo al pánico. Tenía los ojos desorbitados y los giraba de un lado a otro.

Chuckswilly dijo:

—Ya se ha hecho bastante daño. Vamos a marcharnos.

Se giró de espaldas para emprender la marcha.

Ed se agachó y cogió una piedra de gran tamaño. Antes de que Jack pudiera hacer algo más que lanzar un grito de protesta, Ed había saltado hacia la espalda del jefe.

Chuckswilly debía tener la sensibilidad de un horstel, ya que empezó a girarse incluso antes de que Jack aullara. Su mano descendió hasta la empuñadura de su estoque. La piedra le alcanzó en la sien, y cayó boca abajo.

Al instante, Ed desenvainó la hoja del jefe y sostuvo su punta cerca del pecho de Jack. Jack se inmovilizó.

—Esto ha ocurrido un poco antes de lo que yo pensaba —rezongó Ed—. No importa. George, átale las manos. Tappan, carga con Chuckswilly y ponlo en tu carro. Átale también.

Jack dijo:

—¿Qué va a pasar?

Los ensangrentados labios de Ed se abrieron en una desdentada sonrisa.

—Sólo se trata de un pequeño plan mío, primo. A los jóvenes no nos convencen los manejos superprecavidos de Chuckswilly. Queremos acción. Ahora mismo. Y no voy a permitir que nadie se interponga entre Polly y yo.

»De modo que he reunido veinticinco hombres, “verdaderos” hombres, para atacar esta noche a tus cadmos. Chuckswilly creyó que se marchaban todos a casa, pero no lo hicieron. No tardarán en regresar.

En efecto, unos minutos más tarde se presentaron los amigos de Ed, el cual les contó lo que había sucedido. Luego trepó al primer carro y la caravana reemprendió la marcha a un paso vivo.

Jack fue subido al carro. Sus piernas y sus manos estaban atadas, pero no le amordazaron. Gritó:

—Chuckswilly no perdonará nunca esto. Te matará.

—No lo hará. ¿Por qué? Porque en el ataque a los comeperros nuestro bravo caudillo irá en vanguardia y morirá. Se convertirá en un mártir de la causa.

Ed estalló en una risotada. En medio de su risa, un brillante globo rojo, azul y blanco, estalló en el lejano cielo.

—¡Ése es el cohete de Mowrey! —aulló Ed—. ¡Polly debe de estar abandonando la vivienda cadmo!

Los látigos extrajeron sangre. La marcha se convirtió en un frenesí de gritos exigiendo más velocidad, de violentas sacudidas cuando los carros, al tomar una curva, se salían prácticamente de la calzada, de viento silbando contra el sudoroso rostro de Jack, y de un inútil estirar y retorcer las cuerdas que rodeaban sus muñecas.

La carrera, que debió ser eternamente larga, transcurrió aprisa. Cuando hubo rozado sus muñecas con las cuerdas hasta hacerlas sangrar, cuando hubo maldecido hasta que la boca seca y la garganta irritada le impusieron silencio, el convoy había penetrado en el corral de Cage.

Ed se apeó de un salto y fue a aporrear la cerrada puerta del establo. Zeb, uno de los criados bajo contrato, asomó la cabeza por la abierta puerta del henil. Sus ojos se agrandaron, y desapareció. Unos segundos más tarde la gran barra fue levantada y la puerta del establo se abrió. Los carros entraron, unos detrás de otro. Ed le dijo a Zeb que cerrara la puerta.

Jack, luchando por arrodillarse, vio a su padre que se levantaba de un montón de pieles en un rincón oscuro. Tenía los ojos abotargados y las marcas rojas en un lado de su rostro demostraban que había dormido sin cambiar de postura.

Jack se preguntó por su madre y sus hermanas. Se suponía que lo ignoraban todo acerca de lo que tenía que pasar. ¿Cómo podían dormir con todo aquel jaleo producido por los unicornios, los rechinantes ejes de los carros, los golpes en la puerta, los gritos? ¿Y su madre? Ella sabía que Walt se iba a quedar toda la noche en el establo. ¿Qué pretexto podía inventarse Walt para engañarla?

En algunos aspectos, pensó Jack, éste era el complot menos profesional y menos secreto que cabía imaginar. Claro que si su primo tenía éxito la cosa carecería de importancia.

Resonó una llamada en la puerta. Zeb abrió la portezuela practicada en la puerta grande. Entró Josh Mowrey. Estaba pálido bajo su piel morena, y se apresuró a preguntar:

—¿Habéis visto mi cohete?

—Sí —dijo Ed—. ¿Qué significaba?

—He visto a Kliz, ya sabes, el Receptor de Alondras, bajando por la carretera desde las montañas. Había estado fuera durante dos semanas, ya sabes.

Josh hizo una pausa para la confirmación que tan desesperadamente parecía necesitar. Ed asintió.

—Ha entrado en una vivienda cadmo, la segunda a la izquierda de cara al arroyo, ya sabes. Luego, hace cosa de una hora, ha salido con R’li y Polly O’Brien… Han encendido una fogata y se han sentado junto a ella, hablando y asando costillas. Llevaban un par de grandes sacos, de los que se utilizan para los viajes largos. Yo vigilo. No pasa nada. Pero yo pienso. Si Polly se deja ver así, sólo puede significar una cosa. ¿Sabes?

Súbitamente empezó a estornudar y toser. Cuando hubo dominado el acceso, dijo:

—Maldita sea, Ed, ¿no podríamos hablar fuera? Sabes que no puedo estar cerca de un unicornio sin que me den esos ataques de asma.

—¿Para que todo el mundo se entere en Slashlark de lo que está pasando? Quédate aquí. Y ahórrate los detalles. No estás escribiendo un libro.

La expresión de Josh reveló su disgusto.

—Bueno, si me ataca el asma, no seré bueno para luchar. En cualquier caso, para mí significa que ella se dispone a marchar hacia las Thrruk. Pero ¿qué está esperando? No puedo decirlo; estoy demasiado lejos para oírles. Y no me atrevo a arrastrarme hasta más cerca. Ya sabes cómo son esos horstels, Ed. Pueden olerle a uno a un kilómetro de distancia y oír como se le cierra un párpado. ¿No es cierto?

Ed gruñó:

—¡Al grano, Josh, al grano!

—¡Malditos animales! No te enfades, hombre. Bueno, decidí acercarme más, de todos modos, porque soy un buen cazador al acecho, ya sabes. Entonces vi algo que llegaba a través de los árboles. Cuando estuvo lo bastante cerca como para precisar sus contornos, se me erizaron los cabellos. No en sentido figurado, Ed.

«Se me erizaron». ¡Y me sentí feliz de encontrarme donde estaba! Tendrías que haberlo visto.

La voz de Wang se estaba haciendo estridente.

—¿Visto qué?

—Grande como una casa. Dientes tres veces más largos que los de un oso. Una cola que podía derribar un árbol. A pesar de que no lo creía…

—¿Quieres morir? —¡Era un dragón!

Josh miró a su alrededor para absorber el asombro y el miedo que había creado.

Wang pareció intuir que si no hacía algo en seguida, perdería su mando. Gritó:

—¡De acuerdo! Dragón o no, vamos a atacar. ¡Descargad este material! ¡Si no estáis seguros de cómo funcionan las armas, leed las instrucciones! ¡Y daos prisa! ¡No falta mucho para el amanecer!

Inmediatamente, Jack se dio cuenta de dos cosas. Chuckswilly había recobrado el conocimiento, y le estaban ayudando a bajar del carro de Tappan. Y su padre estaba avanzando hacia él, ignorando los saludos de todos, mirando a su hijo con una expresión helada. Sostenía la cimitarra en su mano izquierda. Sus ojos estaban enrojecidos e hinchados de lágrimas, y su barba estaba empapada.

—Hijo mío —Walt habló en un tono tan bajo, tan fuera de carácter, que Jack se asustó—. Tony nos dijo a tu madre y a mí una cosa que no pudo callarse por más tiempo.

—¿Y fue…?

—Te vio besar a ésa… a esa sirena, R’li. Y acariciarla.

—¿Y bien?

Walt no levantó la voz.

—¿Lo admites?

Jack se negó a inclinar los ojos delante de los de su padre.

—¿Por qué no? No estoy avergonzado de ello.

Walt rugió. Levantó la cimitarra. Ed le agarró el brazo y se lo retorció con tanta fuerza que la hoja cayó al suelo. Walt boqueó de dolor y se sujetó la muñeca, pero no se inclinó a recoger el arma. Ed, en cambio, se agachó rápidamente y se apoderó de ella.

Mientras Walt estaba allí de pie, respirando trabajosamente, sus ojos parecieron observar por primera vez el hecho de que su hijo y su jefe estaban atados.

—¡Chuckswilly! ¿Qué es lo que pasa? El hombre moreno, fantasmal con la sangre seca pegada a un lado de su rostro, lo explicó.

Walt no pudo moverse. Los acontecimientos se estaban produciendo con demasiada rapidez para él. Atacado por dos lados, no pudo decidir en qué sentido golpear. En consecuencia, se quedó quieto.

—Esta noche atacaremos a sus cadmos —le dijo Ed—. ¿Va usted a ayudarnos? —inquirió, haciendo oscilar significativamente la cimitarra.

—Es una revuelta, ¿verdad? —susurró Walt—. ¿Qué ha hecho Jack? ¿Ponerse de parte de Chuckswilly?

—Oh, Jack no es problema —dijo Ed alegremente. La magia del hierro en su mano le había estimulado—. Jack ha perdido por un instante la cabeza. Pero ya se ha dado cuenta de su error. ¿No es cierto, primo?

»El testimonio de que estaba haciendo el amor con una sirena bastaría para condenarle a muerte en el acto. Pero, después de todo, sólo buscaba un poco de diversión. ¿No es cierto, Jack? Y las sirenas son atractivas. Ya sé que a Bess Merrimoth no le gustaría oír eso. Pero no va a enterarse, ¿verdad, Jack? ¿Por qué? Porque vas a matar en primer lugar a… ¿Adivinas a quién?

Jack dijo lentamente:

—A R’li.

Ed asintió.

—Ésa es la única manera de redimirte a ti mismo. Borrarás tu pecado y harás las paces conmigo, así como con la Iglesia. Permíteme que te recuerde que, a partir de ahora, en este condado será muy importante estar en paz conmigo.

Las cuerdas de los dos hombres fueron cortadas. Y a pesar de que Chuckswilly era ahora su prisionero, no fue tratado con rudeza.

Uno de los hombres que descargaban el carro dijo:

—Ed, ¿qué vamos a hacer? Todas esas armas, y nadie sabe cómo hay que manejarlas…

—Desde luego —dijo Chuckswilly en tono burlón—. Tenéis tan poco seso que no os habéis parado a pensar que necesitaréis mucho entrenamiento para familiarizaros con ellas. ¿Por qué creéis que insistí tanto en cancelar la expedición? ¿De qué sirve un fusil si no se sabe cómo hay que cargarlo? ¿Quién sabe manejar ese cañón de cristal? ¿Y los lanzallamas? ¡Ignorantes destripaterrones, habéis fracasado antes de empezar!

—¡Que te crees tú eso! —galleó Ed—. Hombres, si habéis leído las instrucciones, cargad vuestras armas.

Nombró a un grupo como cañoneros y a otro para empujar la máquina sobre sus ruedas. Al cabo de una hora, había aleccionado a sus hombres.

—No disparéis hasta que estéis tan cerca que no podáis fallar. Quedarán paralizados sólo con el ruido.

—Y lo mismo les ocurrirá a tus hombres, la primera vez que aprieten el gatillo —murmuró Chuckswilly.

Poco después, todo el grupo marchaba carretera abajo. Chuckswilly y Jack iban en cabeza. Ambos estaban armados con estoques, pero cada uno de ellos tenía a un hombre apuntándole con una pistola unos cuantos metros detrás.

A Ed le había proporcionado valor y exaltación el contacto con el fabuloso acero. No dejó de canturrear y de engatusar a sus hombres hasta que llegaron a un pequeño sendero que se desviaba de la carretera para adentrarse en el bosque. Conducía a Prado Cadmo. El plan era seguir el sendero, arrastrando el cañón detrás de ellos, hasta desembocar en campo abierto.

En el bosque, las ruedas del cañón se hundieron en el blando barro. El esfuerzo de toda la compañía no logró hacerlo avanzar.

Ed blasfemó y dijo:

—Abandonémoslo. No lo necesitaremos, de todos modos.

Desalentados por la pérdida, nerviosos por lo que les esperaba y por su desconocimiento de las armas de fuego, los miembros de la HK reanudaron la marcha. Cuando un arma entrechocaba ruidosamente con algo o un hombre aplastaba unas ramitas, los demás siseaban reclamando silencio.

Por fin, sólo unos cuantos arbustos les separaron del ancho campo abierto. Delante de una de las entradas del cadmo resplandecían los restos de una fogata, pero no había ningún horstel a la vista.

—Los lanzallamas al frente —ordenó Ed. Su voz era tensa, y se giró rabiosamente para reprender a Josh por su inoportuna tos asmática.

—Hay doce viviendas cadmo. Cuando yo dé la señal, disparad a los agujeros de las ocho exteriores. Dos hombres montarán guardia en cada una de las otras dos entradas. Liquidarán a cualquiera que intente salir al exterior. El resto se dividirá en las dos mitades previstas. Mis hombres me seguirán al agujero de la vivienda cadmo situada a mano derecha. Los otros seguirán a Josh a la de la izquierda. Chuckswilly irá delante de mí; Jack delante de Josh. Walt, ¿con quién quiere ir usted?

Los ojos del viejo Cage se desorbitaron. Agitó la cabeza y dijo con voz ronca:

—No lo sé. Con quien tú quieras que vaya.

—Con su hijo, entonces. Tal vez pueda usted evitar que se cambie de chaqueta y se ponga del lado de los horstels.

El Walt conocido por Jack habría golpeado a Ed por aquel insulto. Éste agitó la cabeza y dijo:

—Muchachos, no es necesario quemar todo lo que hay almacenado bajo tierra. Hay lo suficiente para que todo el mundo se lleve a casa y quede bastante para mí. Después de todo, es mi propiedad. No hay que destruirla absurdamente. No sería humano hacerlo.

Jack gritó:

—¡Papá, por el amor de Dios! ¿Incluso en un momento como éste? ¿Y la sangre…?

El puño de Ed le redujo al silencio. Retrocedió unos pasos, con una humedad salada en la boca.

Walt parpadeó como si no pudiera comprender a su hijo.

—Ahora que has hecho… lo que has hecho, ¿en qué otra cosa tengo que pensar?

Inmediatamente después iniciaron su cauteloso avance a través del prado.

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