Dare

Dare


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De pronto los atacantes tuvieron suficiente, más que suficiente: renunciaron a su inútil pinchar con lanzas de madera o golpear con palos o morder con dientes, y huyeron. Mar-Kuk persiguió a un grupo por la avenida formada por los montones de bloques de piedra. Jack pudo oír por algún tiempo sus gritos y los resoplidos del dragón. Luego se apagaron en la distancia.

Establecieron turnos de guardia. Mar-Kuk no regresó hasta el amanecer. Parecía cansada, pero contenta y muy bien alimentada.

Cuando continuaron su viaje, recogió una de las mandrágoras muertas diciendo que la guardaría para el desayuno del día siguiente.

Caminaron durante todo aquel día, con sólo varios breves descansos. A mediodía habían dejado las ruinas detrás de ellos, y ahora marchaban a lo largo del borde de la meseta. Cuando se hizo de noche habían descendido varias colinas y estaban a medio camino de la ladera de una pequeña montaña. R’li calculó que podrían llegar al fondo del Valle Argulh a media tarde del día siguiente.

—Es una extensión de al menos cien kilómetros de terreno abrupto y densamente arbolado, como visteis desde la meseta. Está infestado de peligros para el hombre. Incluso los unicornios son mayores y más agresivos. Pero con Mar-Kuk junto a nosotros, no creo que tengamos mucho que temer —dijo R’li.

A mediodía del tercer día, habían hecho casi la mitad del camino. Nada les había molestado, y ni siquiera habían tenido que cazar. Mar-Kuk había sorprendido a un unicornio en un pequeño barranco y lo había matado para carne. Encendieron una pequeña fogata a orillas de un arroyo ancho y poco profundo, y se sentaron a comer. Mar-Kuk se movió intranquila de un lado a otro durante unos minutos, y luego dijo que tenía que ausentarse por algún tiempo.

—¿Están en la vecindad algunas de tus hermanas? —inquirió R’li.

—Sí, y quiero hablar con ellas. He de decirles que hagan correr la voz de que nadie debe molestaros, si no quiere tener que vérselas conmigo.

—Confío en que su ausencia no será muy prolongada —dijo R’li—. Pero temo que lo sea. Los dragones hembra comadrean tanto como las hembras humanas.

Transcurrió una hora. Jack empezó a impacientarse. R’li estaba sentada tranquilamente, con los ojos fijos en un palo clavado en la arena delante de ella. Al parecer se había sumido en un trance. Esto irritaba a Jack, porque en tales ocasiones R’li se negaba a prestarle la menor atención, y más tarde no podía explicar a satisfacción de Jack lo que estaba pensando. Polly yacía sobre la hierba, con los brazos detrás de la cabeza, en una postura conscientemente provocativa. Durante los últimos días había estado mirando a Jack con una expresión que distaba mucho de ser ilegible. Y sus comentarios se habían hecho cada vez más atrevidos. R’li ignoraba las miradas y los comentarios. Jack, a pesar de que no simpatizaba con Polly, de que incluso la detestaba, se sentía culpable. Los rigores del viaje no le habían fatigado tanto como para que no sintiera una presión cada vez mayor. La falta de intimidad y la extraña aversión de R’li le habían impedido hacer algo al respecto.

En una ocasión, aprovechando unos breves instantes de soledad con la sirena, le preguntó por qué se mostraba tan fría.

—No es cierto, pero estoy bajo un tabú durante catorce días. Toda mujer del Wiyr observa castidad durante ese período, cuya fecha depende de la de su nacimiento. Es en honor de la Diosa en su aspecto de cazadora divina.

Jack había lanzado sus manos al aire. Había pasado toda su vida con los cadmos, y sin embargo no sabía nada de sus costumbres.

—¿Qué pasa conmigo? —había dicho—. ¿Se supone que debo sufrir durante esa sagrada observancia?

—Tienes a Polly.

Jack quedó pasmado.

—¿Quieres decir que no te importaría?

—No. Me importaría mucho. Pero nunca diré nada en ese sentido. Tengo prohibido hacerlo. Y lo comprendería… hasta cierto punto… al menos eso creo.

—No tocaría a esa mala zorra aunque fuera la última mujer viva. R’li sonrió.

—Exageras. Y subestimas tus deseos. Además, entonces sería tu obligación para propagarte.

Más tarde, decidió que R’li no podía obligarle realmente a practicar la castidad, pero había hecho evidente que le sabría muy mal que él no lo hiciera. Gracias a Dios, se dijo, no se sentía tentado. Pero le hubiera gustado que Polly no hiciera tan obvio que también ella experimentaba una fuerte necesidad. Jack tenía reacciones que no podía evitar.

Furiosamente, hurgó en el trasero de R’li con el dedo pulgar del pie y dijo:

—Vamos a continuar la marcha. Mar-Kuk nos localizará fácilmente.

R’li enarcó las cejas y dijo:

—¿Por qué tanta prisa?

Jack miró a Polly de soslayo y dijo:

—No puedo soportar esta espera, eso es todo. R’li miró también a Polly, que no había cambiado de postura.

—Muy bien —dijo.

Media hora más tarde, Jack deseó haber ejercido más control. Cuanta más distancia ponían entre Mar-Kuk y ellos, más aumentaba su vulnerabilidad. Pero era demasiado obstinado para admitir que se había equivocado. Un cuarto de hora después admitió para sí mismo que sería estúpido continuar. Se detuvo y dijo:

—Esperaremos a Mar-Kuk aquí. He cometido un error.

Las mujeres no hicieron ningún comentario. R’li clavó el palo en el blando suelo y se sentó con las piernas cruzadas para contemplar la punta. Polly volvió a tumbarse con las piernas abiertas y las manos debajo de la cabeza. Volvían a estar como estaban, excepto que ahora su protectora estaba más lejos. Jack empezó a pasear de un lado para otro.

Se detuvo. Polly se incorporó, con los ojos muy abiertos y la cabeza ladeada. R’li salió de su trance. Alguien estaba corriendo a través de la maleza sin tratar de ocultar su presencia. ¿Mar-Kuk?

Un horstel macho salió corriendo del bosque y siguió a través del arroyo. Estaba a unos cincuenta metros de distancia y no les vio.

R’li dijo: «¡Mrrn!», mientras Jack reconocía al hermano de la sirena.

Restallaron varios disparos de armas de fuego. A medio camino a través del arroyo, Mrrn se tambaleó y cayó hacia adelante. Se levantó de nuevo, avanzó unos cuantos pasos y cayó boca abajo en el agua. Su cuerpo empezó a flotar empujado por la corriente.

R’li había gritado al ver caer a su hermano. Jack dijo:

—¡A los árboles!

Recogieron sus armas y sus bolsas y echaron a correr hacia los árboles más próximos. Antes de alcanzarlos, se detuvieron. Varios hombres, todos empuñando armas de fuego, habían surgido delante de ellos. En cabeza iba Chuckswilly, que sonrió y dijo:

—Tu hermano te estaba buscando, y nosotros le seguimos. Ahora seremos todos felices, ya que cada uno ha encontrado lo que estaba buscando. ¿Me equivoco? ¿No os alegra verme?

—Pensé que te había matado —dijo Jack.

—Me diste un buen golpe en la cabeza. Lo pasé muy mal a causa de ello los días siguientes, mientras estaba en la cárcel de Slashlark.

—¿En la cárcel?

—Sí. El gobierno había decidido que no era el momento apropiado para atacar a los horstels. La Reina estaba furiosa con las cadmo Cage. Ella me hizo arrestar y me presentó a juicio como testimonio de su buena voluntad hacia los Wiyr. Sin embargo, varios de mis amigos asaltaron la cárcel durante la tercera noche y me liberaron. Decidí que no tenía nada que hacer en Dyonisa, de modo que me dirigí hacia Socinia, mi país natal. Organicé esta patrulla, y poco después encontramos a Mrrn y a dos de sus amigos. Imaginé que os estaban buscando.

Jack rodeó con su brazo la cintura de R’li y la atrajo hacia él. La sirena estaba pálida y tenía el rostro contraído. ¡Pobrecilla! ¡Haber perdido a su padre y a su hermano en tan corto tiempo!

—¿Eres sociniano? —inquirió.

—Un agente para provocar la guerra entre los horstels y Dyonisa. Puede parecer que fracasé en vuestra granja, pero no es así. Todas las cadmo de las tres naciones están en pie, dispuestas a luchar. Otros socinianos provocarán más incidentes. Todo el continente estallará. Todas las naciones excepto la mía, desde luego. Estamos preparados para atacar cuando hombres y cadmos se hayan diezmado los unos a los otros.

»Ahora debemos resolver el problema que vosotros planteáis. O juráis ir a Socinia, convertiros en ciudadanos y luchar por ella, o moriréis ahora mismo.

Varios soldados penetraron en el arroyo y arrastraron a Mrrn hasta la orilla. Mrrn se sentó y tosió hasta que hubo expulsado el agua de su garganta y fosas nasales. Un lado de su cabeza sangraba a causa de una herida poco profunda. El proyectil no había hecho más que rozar su cráneo.

Chuckswilly repitió la oferta que había dirigido a Jack, R’li y Polly.

Mrrn escupió y dijo:

—Mi hermana y yo preferimos la muerte.

—No eres muy listo —dijo Chuckswilly—. Si lo fueras, habrías prometido unirte a nosotros con la idea de buscar más tarde una ocasión de escapar. Pero eres un horstel de la clase dirigente, y ellos no mienten, ¿no es cierto?

Se giró hacia R’li.

—Tú puedes hablar por ti misma. No necesitas negarte simplemente porque eres una Wiyr. Dos de mis hombres son descendientes de cadmos. Uno de ellos es híbrido. Yo también soy híbrido. Socinia es un ejemplo del hecho de que dos culturas pueden fundirse para constituir una armoniosa tercera.

—¿Por qué no nos dejas marchar? —respondió R’li—. Nos dirigimos al Valle de las Thrruk. Pensamos vivir en paz y criar a nuestros hijos allí. No podemos perjudicarte.

Chuckswilly enarcó sus cejas y se atusó el bigote. Hizo una mueca y dijo:

—¿Vivir allí en paz? No por mucho tiempo. Socinia se propone conquistar el valle también. Después de haberse apoderado de Dyonisa, Croatania y Farfrom.

R’li replicó burlonamente:

—Está demasiado bien defendido. Podríais perder cien mil hombres sin forzar el paso…

—¿Qué pasa con el espionaje horstel? ¿No habéis oído hablar de nuestros grandes cañones y potentes obuses? Hacen que la artillería de Dyonisa parezca de juguete. Y tenemos grandes globos, impulsados por motores, que pueden volar por encima del paso y bombardear el valle. O descender y descargar tropas tan poderosamente armadas que segarán a vuestros combatientes como un agricultor siega las malas hierbas.

R’li profirió una exclamación de asombro y se aferró a Jack. Chuckswilly dijo:

—Bueno, ¿qué decides? Tienes que saber que, si te niegas, te entregaré a mis hombres. Tienen muchas ganas de hembra; han pasado demasiado tiempo a campo abierto.

R’li pidió permiso para hablar con Jack a solas. Chuckswilly accedió, pero antes les ató de pies y manos.

—¿Qué haremos? —dijo R’li.

—Unirnos a ellos. Él mismo ha dicho que probablemente haríamos eso y más tarde trataríamos de escapar.

—No lo entiendes —dijo R’li—. Los que descendemos del Rey Ciego no mentimos ni siquiera para salvar nuestras vidas.

—¡Maldita sea, no te pido que cometas una traición! Sólo que sigas el juego. De acuerdo, no mientas. Evita una respuesta directa. Dile a Chuckswilly que harás lo que yo haga. Ya sabes cuáles son mis intenciones.

—Eso sería una falsedad. Una mentira indirecta.

—¿Acaso quieres morir por nada?

—No creo que sea por nada —se envaró R’li—. Pero te amo. Tú has renunciado a muchas cosas por mí. De acuerdo, haré lo que tú digas. Jack llamó a Chuckswilly.

—Me uno a vosotros. Y R’li hará lo que yo haga. Chuckswilly sonrió y dijo:

—No sólo es hermosa, sino también ambigua. Muy bien. Desataré vuestros pies; de momento, vuestras manos seguirán atadas.

Como era de esperar, Polly había jurado ya vivir y morir por Socinia. Chuckswilly le dijo que sabía más cosas acerca de ella que lo que ella pensaba. Se unía a ellos a la fuerza, pero él esperaba que sería fiel a su juramento. ¿Por qué no? A ella le gustaban los vencedores, y Socinia triunfaría. Una vez llegara a Socinia, lo vería claramente.

Polly podría incluso practicar su religión abiertamente, dado que en Socinia había tolerancia religiosa. Sin embargo, los sacrificios humanos estaban prohibidos. Si Polly sabía lo que era bueno para ella, y Chuckswilly esperaba que lo supiera, no tomaría parte en ritos ilegales. Algunos lo habían hecho, y ahora estaban en las minas condenados a trabajos forzados a perpetuidad.

La única respuesta de Polly fue pedir un cigarrillo.

Jack se había recuperado lo suficiente como para observar que los soldados estaban armados con fusiles de un tipo que nunca había visto. Estaban hechos de algún material «plástico» que era tan fuerte como el escaso hierro. Los proyectiles y las cargas iban encerradas en un paquete y se insertaban en la culata a través de una abertura. Interrogó a Chuckswilly sobre aquellas armas.

—Un soldado sociniano tiene la potencia de fuego de diez dyonisanos y muchísima más exactitud. Esos objetos redondos que ves colgar de los cintos son bombas tres veces más potentes que una bomba dyonisana equivalente. Además, podemos hacerlas estallar a una distancia respetable con nuestros rifles.

»Si vuestro dragón se deja ver, no tendrá ninguna posibilidad.

Jack se sobresaltó al oír aquellas palabras. Pero una breve meditación le hizo caer en la cuenta de que Chuckswilly había visto las huellas de Mar-Kuk confundidas con las de las mujeres y las de él mismo.

El sociniano se acercó al hermano de R’li.

—Voy a darte otra oportunidad. Tu muerte será inútil. La cultura de tu pueblo, de cualquier pueblo que no sea Socinia, está condenada. Nos proponemos aplastar las viviendas cadmo y hacer que los horstels abandonen su anterior sistema de vida. Se adaptaba admirablemente a una sociedad agrícola muy estable, pero impedía el progreso tecnológico. Se ha convertido en una cosa del pasado.

Chuckswilly se giró hacia Jack y R’li:

—Haced que se dé cuenta de eso. Nadie parará a Socinia. Tenemos que progresar científica y tecnológicamente lo más que se pueda en el menor tiempo posible. Los Arra han estado aquí dos veces, y ellos, o alguien como ellos, volverán a presentarse. Cuando lo hagan, se encontrarán con hombres capaces de darles una adecuada respuesta, y quizás incluso derrotarles. Los hombres no deben volver a convertirse en esclavos. Los Arra tienen naves espaciales. Nosotros las tendremos también, algún día. Cuando las tengamos, iremos a luchar contra los Arra.

Jack se excitó al oír estas palabras. Lo que Chuckswilly decía tenía sentido. Muchas veces se había preguntado qué sucedería si los Arra regresaran. En cierta ocasión había interrogado al Padre Patrick acerca de ello. El sacerdote había contestado que Dios les protegería. Si el género humano volvía a ser reducido a la esclavitud, el hombre podría beneficiarse. Sería para él una lección de humildad. Jack no lo había dicho, pero la respuesta del padre le pareció completamente insatisfactoria.

—No me causará el menor placer matarte, Mrrn —dijo Chuckswilly—. De hecho, me pondrá enfermo. Pero tenemos que ser despiadados. Es posible que no haya bastante tiempo. Las naves de los Arra podrían aparecer en el cielo hoy mismo, y sería demasiado tarde para nosotros.

—Prefiero morir a vivir como vives tú. Soy un Wiyr, hijo del Rey Ciego, y ahora el propio Rey Ciego. ¡No!

Chuckswilly sacó de una funda colgada a su cinto un arma de fuego de cañón corto. La apuntó a la frente de Mrrn. Su dedo se tensó, y una pieza del arma se alzó detrás del cañón. Luego cayó, y el hocico escupió fuego y ruido. Mrrn se desplomó de espaldas, con un gran agujero encima mismo de su ojo derecho.

R’li gritó y empezó a sollozar.

Chuckswilly le dijo a Jack:

—Podía haberte obligado a demostrar tu lealtad pidiéndote que lo ejecutarás tú. Pero no soy inhumano. Eso habría sido demasiado.

Jack no contestó. Nunca podría haber matado al hermano de R’li ni a nadie en circunstancias semejantes.

R’li habló entre sollozos:

—Chuckswilly, ¿puedo proporcionarle a mi hermano los ritos del enterramiento? Es el Rey Ciego; no debería ser dejado a la intemperie para que se pudra como una bestia.

—Eso representa cortarle la cabeza y quemarla, ¿no es cierto? No, no quiero humo. Le enterraré, pero no podrás celebrar el rito completo. Nos llevaría demasiado tiempo.

Casi inmediatamente, los soldados empezaron a disparar sus armas. Tres dragones habían logrado acercarse sin ser vistos. Rugiendo, embistieron desde los árboles. La patrulla disparó a quemarropa, y uno de los monstruos se desplomó de inmediato, con el vientre abierto. Los otros dos, aunque heridos, siguieron avanzando. Sólo Jack vio a Mar-Kuk aparecer desde los árboles al borde del arroyo en el lado contrario. Las explosiones de los fusiles, los gritos de los hombres y los rugidos de los dragones evitaron que alguien oyera el chapoteo de los enormes pies. De modo que cayó sobre ellos por detrás y aplastó a cuatro de los soldados con un latigazo de su cola. Chuckswilly disparó su pistola contra Mar-Kuk y la alcanzó tres veces. Jack se lanzó contra él y lo derribó al suelo. La cola del dragón barrió el espacio que habían estado ocupando. Al tratar de poner a Chuckswilly fuera de combate, Jack se había salvado también a sí mismo.

Ahora estaba indefenso, con las manos atadas detrás de la espalda, y no pudo impedir que el hombre volviera a incorporarse. Chuckswilly disparó una vez más, alcanzando a Mar-Kuk en el brazo derecho. El gatillo de su arma chasqueó, y se giró para echar a correr a través del arroyo. Jack extendió sus piernas y le hizo tropezar. Entonces Mar-Kuk agarró a Chuckswilly y lo levantó para estrellarlo contra un árbol.

Bruscamente, se derrumbó. Su cuerpo hizo retemblar el suelo y su cabeza marró a Jack por muy pocos centímetros.

Sólo R’li y Polly quedaban en pie, y R’li tenía las manos atadas.

—¡Polly! —gritó Jack—. ¡Desátame!

Luchó por ponerse en pie y miró a su alrededor. Todos los soldados estaban muertos o demasiado malheridos para moverse. Chuckswilly estaba inconsciente. Tres de los dragones habían muerto. Mar-Kuk todavía respiraba; tenía los ojos abiertos y miraba a Jack. Brotaba sangre de su vientre, brazo, cabeza, y de la blanda parte inferior del extremo de su cola.

Polly había recogido su arco y había puesto una flecha en él. Se irguió, indecisa.

Durante unos segundos permaneció rígida, pensando. Luego se alzó de hombros y depositó el arco y la flecha en el suelo. Al cabo de tres minutos había recogido las armas de fuego y la munición y las había amontonado debajo de un árbol. A continuación le quitó el cinto y la funda a un cadáver y los colocó en su propia cintura. Examinó un arma corta, averiguó cómo cargarla y descargarla, disparó una vez al aire, y colocó el arma en la funda.

Chuckswilly había recobrado el conocimiento. Gruñendo, se sentó con la espalda apoyada contra el costado de Mar-Kuk mientras contemplaba a Polly. Dijo:

—La suerte de la guerra, ¿eh? ¿Y ahora, qué?

—Déjanos seguir nuestro camino —dijo Jack—. Ahora no podemos perjudicarte. Vosotros dos haced lo que os plazca.

La respuesta de Polly quedó ahogada por la súplica del dragón:

—¡Mi pulgar! ¡Dadme mi pulgar! ¡Me muero!

—Se lo prometí, Polly —dijo Jack.

Polly vaciló, luego se alzó de hombros y dijo:

—¿Por qué no? No es la primera vez que los dragones han trabajado con nosotras, las brujas. No tengo nada que perder.

Abrió la bolsa de cuero y sacó el pulgar. Mar-Kuk abrió la mano para recibirlo, lo apretó contra su pecho y murió al cabo de unos instantes.

Entretanto, Chuckswilly había logrado ponerse en pie.

—Dejemos que se marchen, Polly. No pueden perjudicar a Socinia. Lamentarán no haber aceptado mi ofrecimiento cuando invadamos su escondrijo. Pero pueden gozar de alguna felicidad antes de que lo hagamos. Ellos son los últimos de la lista.

—Tu palabra es ley para mí —dijo Polly.

Deshizo los nudos de las cuerdas que ataban las manos de los cautivos. Retrocedió, sin perderlos de vista, se inclinó a recoger la cantimplora de un soldado muerto, y bebió. Las aguas del arroyo estaban todavía sonrosadas con la sangre de un dragón cuya embestida le había llevado hasta la orilla del arroyo antes de desplomarse.

Jack flexionó sus manos para restablecer la circulación de la sangre. Dijo:

—Espero que no vais a soltarnos sin armas…

—No —dijo Polly—. No soy tan vengativa como pareces creer. Necesitáis armas para regresar a la cadmo, como las necesitabais para llegar aquí.

Jack dijo que no comprendía lo que quería decir. Polly señaló a R’li con el pulgar.

—No conoces el Wiyr muy bien, ¿verdad? Ella tiene que regresar al hogar. Su padre, su hermano y su tío han muerto. Eso significa que ahora es ella el jefe de su vivienda cadmo. Lo será hasta que muera o engendre un hijo. Es su deber.

Jack se volvió hacia R’li.

—Di que no es cierto.

R’li trató de hablar, no lo consiguió, y asintió con la cabeza.

—¡Maldita sea, R’li! ¡No hay nada por lo que debamos regresar! ¡Y si lo hubiera, tú no podrías ir! ¡Abandoné mis obligaciones cuando abandoné a mi gente por ti! ¡Tú tienes que hacer lo mismo por mí!

—Mientras mi padre… mi tío… mi hermano… estaban vivos, yo podía hacer lo que quería. Incluso podía casarme contigo, aunque mi padre discutió mucho tiempo conmigo acerca de eso y dijo que no podría quedarme en nuestra vivienda cadmo si lo hacía. Provocaría demasiados problemas con tus «tarrta». Tenía que marcharme contigo a las Thrruk.

»Podía haberlo hecho aún mientras Mrrn estaba vivo. Pero ahora…

Estalló en sollozos, y transcurrió largo rato hasta que se hubo dominado lo suficiente como para hablar de un modo coherente.

—Tengo que hacerlo. Es la costumbre. No puedo olvidarles… es mi propia cadmo. Chuckswilly dijo:

—Empiezas a descubrirlo ahora, Jack Cage. Ellos viven de acuerdo con la tradición y la costumbre, y no se desvían. Están hundidos en el barro de los siglos, encerrados en la forma pétrea de su sociedad. Los socinianos pretendemos destruir esa forma.

Jack dijo, alzando la voz:

—Me siento enfermo. ¿Sabes a cuantas cosas he renunciado por ti, R’li?

Ella asintió de nuevo, pero sus facciones se endurecieron con una expresión que Jack conocía muy bien. La R’li de voz suave y de suaves curvas podía a veces convertirse en granito.

—¡Tienes que venir conmigo! —gritó Jack—. ¡Soy tu marido, tienes que obedecerme!

Polly se echó a reír y dijo:

—Tu esposa es una horstel y la hija del Rey Ciego.

—Es posible que no tengamos que permanecer allí para siempre —dijo R’li en tono suplicante—. Si pudiéramos conseguir que el hijo de un O’Reg de otra vivienda cadmo aceptara el trono, yo podría retirarme honrosamente.

—¡Vaya una perspectiva! ¡Sabes que todo el infierno puede desencadenarse en cualquier momento! ¡Dudo mucho que cualquier horstel se aventure a alejarse de su propio cadmo en esta época! ¿Crees que lo abandonaría cuando pueden ser necesarios todos los hombres capaces de combatir?

—Entonces, debo ir yo allí.

Chuckswilly dijo:

—¿Quieres que la obliguemos a venir con nosotros? Dentro de poco tiempo, no habrá ningún lugar al cual ella pueda regresar.

—¡No, yo no obligo a ninguna mujer! —dijo Jack. Se interrumpió, asaltado por una terrible idea. ¿Permitiría realmente Chuckswilly que R’li o él mismo regresaran a Dyonisa? Chuckswilly no podía correr el riesgo de que R’li informara al gobierno de Dyonisa de la amenaza de Socinia. Se preguntó qué haría, y en medio de su indecisión supo que todavía amaba a R’li. Ni siquiera su negativa a ir con él había cambiado eso. De otro modo, ¿por qué había de importarle si la mataban o no?

No obstante, él era el hombre en esta sociedad conyugal, y R’li tenía que ir a donde fuera él.

Como si leyera su pensamiento, Chuckswilly dijo:

—Si estás pensando que tendré que matar a R’li para evitar que hable, olvídalo. No tendrá la oportunidad de hablar. Aunque los humanos llegaran a escucharla, no creerían a una sirena.

Había poco que decir después de eso, pero mucho que hacer. Chuckswilly les mostró a todos ellos cómo extender las pequeñas palas plegables que los soldados portaban, y cómo cerrarlas. Con ellas, cavaron dos tumbas, una grande y otra pequeña. Los dos hombres y Polly arrastraron los cadáveres hasta la tumba poco profunda, los introdujeron en ella y los cubrieron con tierra. Tardaron un buen rato en reunir suficientes piedras para amontonarlas sobre la tierra a fin de mantener alejados a los animales. Los dragones fueron dejados donde habían caído, excepto el que había caído en el arroyo, que fue arrastrado fuera del agua.

R’li insistió en cavar ella sola la tumba de su hermano. Antes de colocar el cadáver en ella, cercenó la cabeza. El cadáver fue cubierto con tierra y piedras. Luego, a pesar de las protestas de Chuckswilly, la sirena encendió una fogata y quemó la cabeza. Mientras las llamas devoraban la carne, ella rezó en lenguaje infantil y cantó en lenguaje adulto. Más tarde, partió en trozos con una piedra el cráneo semicarbonizado y los tiró al arroyo.

El sol había pasado el cénit. A cada minuto que transcurría el nerviosismo de Chuckswilly era más evidente. Miraba al humo ascendente, y sus pensamientos eran obvios para Jack y Polly. ¿Qué enemigos correrían hacia ellos a la vista de la columna que se erguía para todo el que quisiera verla?

Finalmente dijo:

—No podemos esperar aquí más tiempo.

Entregó a Jack y a Polly un rifle, un revólver, proyectiles, y les mostró cómo funcionaban las armas. Las sobrantes fueron envueltas en cuero y enterradas debajo de un árbol.

Jack dirigió a R’li una última mirada. Estaba de pie junto al arroyo, contemplando los trozos de hueso que flotaban en la superficie o eran impulsados al fondo por la corriente. Por un instante, Jack pensó en hacer una última súplica. Pero conocía lo suficiente a R’li como para abandonar la idea.

—Adiós, R’li —dijo en voz baja. Y se alejó siguiendo a los otros.

Aquella noche, después de haber establecido el campamento y comido, Chuckswilly dijo:

—Probablemente has accedido a unirte a mí con el propósito de observar nuestros secretos. Luego tratarás de regresar a Dyonisa con tu información. No te serviría de nada. Darían tan poco crédito a un hereje amante de una sirena como a un horstel. Serías condenado a morir en la hoguera después de un juicio muy breve.

»Pero no me preocupa tu espionaje. Cuando hayas estado en Socinia, te darás cuenta de lo inútil que sería la resistencia de humanos y horstels incluso si se aliaran contra nosotros en vez de matarse entre ellos. Piensa en el posible retorno de los Arra y en que Socinia es la única esperanza de este mundo para combatirlos. Te convertirás en un sociniano, aunque sólo sea para salvar a tu propio pueblo.

Jack oyó sus palabras, pero no reflexionó sobre ellas. Estaba pensando en R’li y preguntándose si se encontraba a salvo. Experimentaba un intenso dolor por ella; unas lágrimas surcaron sus mejillas.

Durante cinco días avanzaron por el sendero del bosque. En dos ocasiones tuvieron que utilizar las armas de fuego, la primera para rechazar a una manada de mandrágoras, la segunda para desalentar a unos dragones. Luego llegaron al pie de una gran montaña. Tardaron dos días en escalarla y descender por la otra vertiente, un día para cruzar un pequeño valle, tres días en escalar otra montaña. El paso cerca de la cumbre tenía unos cinco kilómetros de longitud. Al final del mismo se encontraba una antigua carretera de los Arra.

Una guarnición sociniana estaba estacionada allí en un pequeño fuerte. Chuckswilly se identificó y contó su historia. Los tres fueron montados en un carromato movido a vapor que avanzó por la carretera. El cuentavelocidades de una esfera señalaba que estaban viajando a cincuenta kilómetros por hora. Al principio, Jack sentía cierta aprensión, pero no tardó en experimentar una extraña excitación. Vio un globo gigante encima de ellos, y gritó de asombro.

En los campos se veían muchas viviendas cadmo proyectando sus cuernos de marfil desde los prados. Chuckswilly le dijo a Jack que la mayoría estaban abandonadas, que ahora todo el mundo vivía sobre el suelo.

—Tuvimos una guerra —dijo— entre los humanos y los híbridos hombrstels contra los horstels que se negaban a renunciar a su sistema de vida.

Tuvieron que aminorar la velocidad, ya que el tráfico de «vehículos a vapor» empezaba a ser muy intenso. El viaje terminó en otro fuerte. Aquí, Jack empezó su adiestramiento como soldado. Pidió y consiguió servir en los grandes carros blindados a vapor llamados «osos». Llevaban un cañón y varias armas de fuego de tiro rápido y gran calibre llamadas «manubrios». El operador hacía girar una manivela que a su vez hacía girar un racimo de diez tubos. A medida que cada uno de los tubos pasaba por un punto determinado, un cartucho se introducía en él desde un disco y el proyectil era disparado en la siguiente posición. Podía disparar diez proyectiles por segundo.

Había otras muchas maravillas, pero Jack no consiguió verlas todas. Le permitían abandonar el puesto de adiestramiento sólo un día cada dos semanas. Se enteró de que la mayor parte del progreso tecnológico se había alcanzado debido a que los socinianos habían tenido la suerte de encontrar una biblioteca de los Arra enterrada.

Llegó el invierno. Jack practicó ejercicios y maniobras sobre el hielo y a través de la nieve. Apuntó la primavera. Su batallón recibió la orden de ponerse en marcha. Viajaron por la misma carretera por la que él había llegado. Cruzaba el paso y se adentraba en el Valle Argulh. Aquí, la antigua carretera Arra, enterrada bajo el suelo del bosque, había sido descubierta y se habían construido fuertes a lo largo de ella. Los dragones, las mandrágoras y los hombres lobo habían sido eliminados o expulsados hacia los extremos remotos del valle.

En la frontera donde terminaba Dyonisa y empezaba el suelo sagrado de los Wiyr, había acampado un ejército.

Por primera vez desde que empezó su adiestramiento, Jack vio a Chuckswilly. Llevaba el emblema de la alondra cuchillo de coronel-general y los colores del Estado Mayor.

Jack saludó. Chuckswilly sonrió y le dijo que podía ponerse en su lugar descanso.

—Has ascendido a cabo, ¿eh? Felicidades. No es que no lo supiera. No te pierdo de vista. Ahora, dime la verdad: ¿estás pensando en desertar a Dyonisa?

—No, señor.

—¿Y por qué no?

—Hay muchos motivos, señor. Usted conoce la mayoría de ellos. Pero es posible que desconozca uno. Encontré a un hombre que había estado espiando en Slashlark. Dijo que mi madre, mis hermanos y mis hermanas habían sido enviados a las minas. Mi padre abandonó la vivienda cadmo para regresar con su propia gente. Fue juzgado, condenado a la hoguera… y no fue ajusticiado porque les obligó a que le mataran: liquidó a dos de sus carceleros antes de morir.

Chuckswilly permaneció silencioso durante unos segundos.

—Lo siento de veras —dijo finalmente—. No quiero infundirte falsas esperanzas, pero he dado órdenes para que localicen a tu familia. Mañana, cuando ataquemos desde aquí, otros varios lugares serán invadidos. Las minas están cerca de uno de ellos. Me ocuparé de que cuiden de tu familia.

—Gracias, señor —dijo Jack, con la voz empañada por la emoción.

—Me fuiste simpático cuando te conocí, aunque tú no lo sospecharas. ¿Te gustaría ser mi ayudante? Si te desenvuelves bien, ascenderás a sargento. Y no tendrás que disparar contra tus camaradas dyonisanos a menos que nos encontremos en pleno fregado.

—Gracias, señor. Me gusta eso. Sin embargo, hay algunos dyonisanos a los que no me importaría ver por el punto de mira de mi fusil.

—Lo sé, pero no puedo permitir encarnizamientos. Confiamos en que los dyonisanos que queden vivos sean socinianos potenciales.

Jack dijo:

—Ha ascendido usted mucho desde la última vez que le vi, señor. Entonces no era más que capitán, ¿no es cierto?

Chuckswilly sonrió extrañamente y se ruborizó un poco.

—Es obvio que no has oído hablar de mi boda. Tomé a aquella hermosa bruja —tal vez debería decir zorra— por esposa. Polly es muy ambiciosa y agresiva, como ya sabes. Ella consiguió, por medios que prefiero ignorar, que el mariscal de nuestros ejércitos se fijara en mí. El viejo Ananías Croatan siempre se ha distinguido por su afición, entre otras cosas, a las mujeres jóvenes y bellas. Ascendí con bastante rapidez pero sin sorpresa por mi parte. Tengo la impresión de que soy muy capaz.

Jack sintió que su rostro enrojecía. Chuckswilly se echó a reír y le dio una palmada en el hombro.

—¡No te ruborices, muchacho! Sabía lo que me hacía cuando me casé con ella.

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