Dare

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Tony le llevó el almuerzo a su hermano mayor. Encontró a Jack de pie en medio del campo, agarrado a los brazos del arado y maldiciendo a las bestias.

—Cada vez que ven una sombra tratan de escapar.

He estado aquí desde el amanecer, y lo único que he hecho ha sido tranquilizar a esos brutos.

—Sí, Jack, lo sé —dijo Tony—. ¿Por qué no almuerzas ahora? Tal vez después te sentirás mejor.

—No se trata de mí. Son esos animales. ¡Daría cualquier cosa por el legendario caballo! Dicen que era el mejor amigo del hombre. Uno podía tumbarse a la sombra, y el caballo seguía tirando del arado y terminando la tarea.

—¿Por qué no uncir hombres al arado? Papá dice que los primeros hombres que llegaron aquí hacían eso.

—Tony, cuando se planta por primera vez el maíz es muy delicado. Tiene que ser enterrado profundamente, ya que de no ser así las raíces no prenderían.

»Papá dice que nuestro “maíz” no es como el que tenían en la Tierra. Dice que esto es una planta que los horstels cultivaban para comer. Pero cuando ellos hacían eso, no podían evitar que fuera delicada.

Jack desunció a los animales y los llevó al arroyo. Dijo:

—Tengo entendido que los unicornios que ahora utilizamos son una especie enana. En otro tiempo había un hermano mayor que los horstels utilizaban para arar. Era listo y manejable, como un caballo.

—¿Qué pasó con él?

—Quedó eliminado, como la mayoría de los grandes animales, en un solo día. Eso es lo que dicen. Fue el día en que todo el hierro de la superficie de Dare estalló de golpe, «¡boom!», y mató a todos los seres vivientes.

—¿Crees eso? —preguntó Tony.

—Bueno, mineros y prospectores han desenterrado los huesos de muchos animales que ahora no existen. Y pueden verse las ruinas de grandes ciudades, como la que está cerca de Black Cliff, como prueba de que una catástrofe las asoló. De modo que es posible que sea verdad.

—Bueno, eso ocurrió hace mil años también, según dice el Padre Joe. Jack, ¿crees de veras que los horstels podían volar entonces?

—No lo sé. De todos modos, cuando todo aquel hierro saltó por los aires, podría haber dejado con vida algunos animales buenos para el arado.

—¿Por qué no utilizas un dragón? —dijo Tony.

—Desde luego —dijo Jack. Rio entre dientes y empezó a almorzar.

Tony dijo:

—He leído que San Dionisio convirtió a un dragón. Lo utilizaba para labrar una gran extensión de tierra.

—Oh, ¿te refieres a la historia de la época en que llegó aquí con sus discípulos tras huir de Farfrom? Los horstels convinieron en que él y sus descendientes podrían ocupar todo el terreno que pudieran rodear en un día con un arado. Y él les engañó unciendo al arado el dragón cristiano y circunscribiendo nuestra nación actual.

—Sí, eso es. Maravilloso, ¿no? Me gustaría haber visto la expresión de los rostros de aquellos horstels.

—Tony, no debes creer todo lo que oigas. Pero me gustaría tener uno de esos monstruos. Apuesto a que podrían trazar unos surcos tan profundos como uno quisiera.

—Jack, ¿has visto nunca un dragón?

—No.

—Entonces, si nunca has visto uno y sólo hay que creer lo que se ve, ¿cómo sabes que existen esos animales?

Su hermano se echó a reír y le golpeó cariñosamente en las costillas.

—Si no existen, ¿quién ha estado robando nuestros unicornios?

Jack miró más allá de su hermano.

—Además, una sirena me dijo que había estado hablando con el que atacó nuestros rebaños. De hecho, aquí llega ella. Pregúntale si no es verdad.

Tony hizo una mueca y dijo:

—Creo que voy a regresar a casa, Jack.

Su hermano asintió con aire ausente, concentrada su atención en la figura que se acercaba, portando una especie de ánfora.

Tony frunció los ojos y los labios y se alejó a través de los árboles.

—Hola, Jack —dijo R’li en inglés.

—Hola —respondió Jack en lenguaje infantil.

R’li sonrió como si encontrara significativo que él utilizara aquel lenguaje. Jack miró el ánfora que ella sostenía por una de sus asas.

—¿Vas a buscar miel?

—Es evidente.

Jack miró a su alrededor. No había nadie a la vista.

—Iré contigo. El arado puede esperar. Temo que si me pongo a trabajar ahora mismo sucumbiré a la tentación de matar a esos animales.

R’li tarareó la última canción que había llegado al condado: «Unce tu dragón a un arado».

—Ojalá pudiera —dijo Jack.

Se quitó el sombrero, la chaqueta, las botas y los calcetines, y empezó a echarse encima agua del arroyo. La sirena clavó el afilado extremo del ánfora en el blando barro, luego penetró en el arroyo y se agachó.

—Si no te avergonzaras de tu cuerpo podrías hacer lo mismo que yo —dijo, en tono burlón.

Jack miró a su alrededor y dijo:

—Me parece ridículo. Es decir, cuando estoy contigo.

—Me sorprende oírte admitir eso.

—Bueno, compréndelo. Los hombres necesitan ropas, pero lo natural es que los horstels vayan desnudos.

—Oh, sí, nosotros somos animales… y no tenemos alma. Jack, ¿te acuerdas de cuando éramos niños y tú solías venir a nadar con nosotros? Entonces no llevabas pantalones.

—¡Era un chiquillo!

—Desde luego, pero no eras tan inocente como pretendías. Nosotros solíamos reírnos de ti, no porque estuvieras desnudo, sino porque te considerabas terriblemente malo y porque te sentías tan obviamente feliz sabiéndote —o creyéndote— pecador.

»Tus padres te lo habían prohibido. Y si te hubiesen sorprendido, la paliza que habrías recibido hubiera sido algo inolvidable.

—Lo sé. Pero cuando ellos me decían que no podía hacerlo, tenía que hacerlo. Además, era divertido.

—Entonces tú no estabas realmente convencido de que debías avergonzarte de tu cuerpo. Ahora crees que lo estás. Has permitido que otros te convencieran.

»Sin embargo, comprendo por qué vuestras mujeres se ponen vestidos. Los utilizan más para tapar sus defectos que para realzar su belleza.

—No seas maliciosa.

—No lo soy. Creo que es la verdad.

Jack se incorporó, se puso el sombrero y recogió sus ropas.

—Antes que nada, R’li, dime una cosa, ¿quieres? ¿Por qué renunciaste a la parte que te correspondía de la venta de la perla?

R’li echó a andar hacia él a través del arroyo. Cada gota de agua en sus senos resplandecía como un universo de cristal con un diminuto sol en el centro. De las empapadas trenzas de la cola de caballo caían regueros sobre la arena. R’li recogió los largos cabellos en su brazo izquierdo y los levantó a la luz. Vetas brillantes de amarillo y rojo se reflejaron al sol.

Los ojos púrpura-azulados de R’li se clavaron en los ojos castaños de Jack. La mano derecha de la sirena hizo el gesto familiar hacia él. Se interrumpió. Jack inclinó la mirada hacia ella. Su mano se extendió y tomó la de R’li.

Ella no retrocedió. Siguió la suave pero firme insistencia de la mano de Jack y se dejó abrazar.

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