Dante

Dante


5. Contradanza

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5. Contradanza

Según se desprende del tercero de los sonetos que responden al enigma planteado por el joven Dante en su visión onírica de la Vita Nuova, había por entonces quienes consideraban todo este asunto una locura. El soneto es obra de un tal Dante da Maiano, personaje de nombre y existencia muy discutidos; se dedicó posiblemente a la medicina, y posteriormente intercambió con Dante una serie de triviales sonetos de pregunta-respuesta, en los cuales ambos se entrecruzan alabanzas mutuas. La mayoría de las ediciones recientes del Canzoniere lo omiten. He aquí su traducción, según la versión del texto crítico:

En mi interlocutor te has convertido

y he de darte respuesta muy concisa,

amigo mío, que no sabes nada,

mostrándote la faz de la verdad.

Presta oídos y escucha mis palabras:

si quieres sanar tu loca mente

lávate a conciencia los testículos

para borrar ese hedor penetrante

que desvariar te hace en tus palabras.

Y si eres pasto de malas pesadillas

que sepas te engañaron tus sentidos:

aquí mi parecer te doy escrito,

y yo no mudaré esta opinión mía

hasta que el médico tus aguas no analice.

Una broma tan ordinaria y soez como ésta no parece en absoluto incompatible con el mundo de Dante, y hay que incluirla dentro del ambiente de las disputas poéticas a base de sonetos, caracterizado por la jocosidad y la insolencia, que el joven poeta frecuentaba junto con su amigo y cuñado Forese Donati. Esta tenzone[22] a lo grosero y a lo pintoresco que no retrocede ni ante la obscenidad pertenece a la época inmediatamente anterior o posterior a la Vita Nuova. Desgraciadamente, se refiere a un conjunto de hechos que desconocemos, y el juego de alusiones y referencias se nos escapa. Dante comienza el duelo con un chiste que alude de manera inequívoca a la negligencia de Forese en cumplir sus deberes conyugales. Este le responde con ciertas indirectas referentes a algunos puntos oscuros de la vida del padre de Dante y a la actitud demasiado pacífica del hijo para con algunas personas que le han ofendido a él o a su familia. Este es el tono de los seis poemas conservados. La cuestión parece que alcanzó cierto relieve, porque en el círculo de los que expían el pecado de la gula se encuentra con su compañero ya muerto y se refiere al tema de manera más o menos directa (Purg. XXIII, 48 ss.). En este pasaje, Dante se muestra arrepentido y se esfuerza por disculpar la mayoría de los reproches versificados que en otro tiempo había lanzado contra su amigo, con la única excepción de la gula que Forese está purgando. Por intrascendente que pueda parecer esta poesía de circunstancias, ruda y un tanto desagradable, la tenzone constituye, para el observador avisado, un oportuno complemento psicológico del espiritualismo hipertrofiado de la Vita Nuova, y demuestra que Dante no era exclusivamente un tratadista del idealismo moral sublime y de altos vuelos. Pero mientras en la Commedia estos impulsos antitéticos se integran en una unidad multipolar, en los poemas de juventud coexisten, pero mantienen una rígida separación entre ellos, fenómeno similar, por ejemplo, a las obras del joven Goethe La boda de Arlequín y Los sufrimientos del joven Werther.

El repertorio de sonetos mencionado al principio, triviales en sí mismos, debería probar de manera irrecusable con su tono superficial y amistoso que Dante no se mostraba ofendido por la primera respuesta del viejo de Maiano; con otras palabras, que, de acuerdo con los usos de la época, ese cúmulo de agresiones retóricas no pueden considerarse como una polémica maliciosa. Desde este punto de vista, no hay base suficiente para ver en la pugna lírica entre Dante y Forese un enturbiamiento de la amistad entre ambos, como suponen ciertos investigadores, sino que más bien cabe interpretarlo como una broma pública entre compañeros o colegas. En cualquier caso, todos estos aspectos marginales de la obra de Dante —que los editores del pasado incluyeron irreflexivamente dentro de las antologías poéticas de Alighieri, al igual que los sonetos satíricos de índole y concepción parecidas de Cecco Angiolieri[23]— corrigen esa imagen parcial del poeta como adorador etéreo de Beatriz. De cualquier manera, las Canciones a Pietra hubieran bastado.[24] Si se le conceden, por consiguiente, al autor de la Commedia las «dos almas» que Goethe reclamaba para sí, no habrá reparos en atribuirle el Fiore, imitación magistral en sonetos no demasiado moralizantes de la famosa Novela de la rosa, y obra firmada con el nombre completo de Dante, muy discutida en el pasado, pero a la que no cabe considerar en modo alguno como impropia de él.

Es sabido que la Beatriz amada por Dios no fue la única mujer a la que Dante cantó. Junto al culto que tributa a la idealizada dama de su corazón coexisten las cosette per rima, o galanterías rimadas para otras mujeres de variados nombres: Pargoletta, Violetta, Lisetta, etc. En ellas, muchos investigadores han querido reconocer a esas «damas encubiertas» de que habla la Vita Nuova, y otros incluso han llegado a forzar interpretaciones alegóricas tan ingenuas como arbitrarias. En el extraordinario ciclo de poemas agrupados bajo el nombre de Donna Pietra (La mujer de piedra), el autor puso en juego toda su sagacidad para lograr una formulación abstracta y una apariencia moral. Es inútil especular con pensamientos políticos, filosóficos o religiosos del periodo del exilio[25] para todos cuantos dudan de que diciembre de 1296 sea la fecha exacta del comienzo de dicho ciclo. Pero no menos inútil es el afán de escudriñar la biografía de Dante para relacionar estos o aquellos personajes históricos femeninos (de los que, en general, únicamente sabemos su nombre a secas), citados de manera fortuita en distintos pasajes, con los personajes del poema dantesco. Si en torno a Beatriz se ha entretejido una leyenda que la relaciona con los Portinari y que tiene cierto aire de verosimilitud, la realidad de Pietra deriva exclusivamente de la imaginación, y, con todo, es un personaje mucho más real que cualquier nombre histórico, incluso más que la misma Beatriz. Todo eso que echamos de menos en el retrato demasiado estilizado de Beatriz es lo que, para nuestra sorpresa, caracteriza a esa aldeana rubia e indómita, de mirada fría, designada por el poeta con ese nombre de uso corriente que al mismo tiempo significa «piedra». Y a decir verdad, este fenómeno constituye una piedra de escándalo para esos apologistas idealistas de Dante, de un Dante que, en apariencia, no es muy compatible con ese lirismo tierno que se desprendía de su avivada llama interior durante la anterior fase juvenil. Esta anti-Beatriz se llama «Piedra» sobre todo porque en los poemas Dante intenta armonizar sus propios sentimientos con un tema oportuno dentro de un estilo severo, anguloso y brillante, que tiembla de frío y llamea de pasión: el hielo y la piedra, el hielo y las llamas, dentro de un contexto rígidamente repetitivo, como primicia de la posterior dureza del infierno. Aquí, Dante vuelve con energía la espalda al dolce stil nuovo. En vez de imitar el lirismo suave de los dos Guidos, Dante toma como modelo al trovador provenzal Arnaut Daniel, al que además coloca en la Commedia por encima de todos sus inmediatos predecesores. Dante no sólo adoptó su severa y peculiar forma estrófica (sextinas y dobles sextinas), sino que perfeccionó, modernizó e hizo más fecunda la severidad trágica de ese estilo con un sentimiento del paisaje determinado por las variaciones estacionales. El trotar clus, ese lenguaje metafórico, cifrado al modo de los místicos, paradójico, que el provenzal había introducido en la lírica, alcanza su punto culminante en los poemas sobre Pietra, y al mismo tiempo constituye la cima del más apasionado realismo dantesco:

¡Ojalá viera yo partir en dos

el corazón de la cruel que el mío arranca!

No vería entonces triste

la muerte a que me lleva su hermosura:

porque tanto en el sol como en la sombra

es violenta y homicida esta mi dama.

¡Ay! ¿Por qué no ladra

por mí, cual yo por ella, en esta sima?

Si en mis manos tomase yo sus trenzas,

que un látigo se han vuelto para mí,

antes de tercia,

pasaría con ellas completas y vísperas:

y no sería cortés ni piadoso

sino igual que un oso cuando juega;

y si Amor me fustiga

de él me vengaré una y mil veces.

Incluso a los ojos donde arden las llamas

que mi corazón hieren e inflaman,

miraría fijamente,

para vengar la huida que me impone;

y después le brindaría amor y paz.

Uno de los poemas menos interesantes del Canzoniere —cuya paternidad nadie discute a Dante— es el soneto que dedicó diez años después, desde el Casentino, a Cino da Pistoia, amigo y compañero de infortunio durante el exilio. Este le pregunta en un soneto confuso, afectado y forzado, si habría que ceder a una nueva esperanza amorosa proveniente de otra persona distinta de la amada hasta entonces, y el desterrado florentino le responde con asombrosa claridad y sencillez:

Yo he estado con Amor desde la hora

en que el sol completó mi hora novena,

y sé cómo espolea y cómo frena

y cómo, en su poder, se ríe y llora.

Quien razón o virtud contra él perora

es como aquel que en la tormenta suena

creyendo hacer que en el lugar que truena

calle el vapor su guerra atronadora.

Pero donde se riñe su palestra

el libre arbitrio nunca ha sido franco,

y el buen consejo en vano allí se muestra.

Bien puede herir con nueva espada el flanco,

que si un nuevo placer mi alma secuestra,

lo he de seguir, si a otro placer desbanco.

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