Dante

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3. Los años de juventud en Florencia

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3. Los años de juventud en Florencia

Si paseamos por los barrios más antiguos de la ciudad y dejamos volar la imaginación, todavía podremos hacernos hoy una idea del aspecto que debió de tener la Florencia de Dante. Cacciaguida vino al mundo en el viejo «sexto» de Porta San Pietro; en él se levantaba la casa de los Alighieri (destruida en 1302), rodeada por las casas, torres y palacios de muchas familias amigas o enemigas cuyos nombres —los Portinari, los Donati, los Cavalcanti, los Cerchi— se hicieron famosos gracias a la obra de Dante. El barrio aún conserva hoy, hasta cierto punto, el trazado primitivo de sus calles, que por un lado comprendía el espacio situado entre el Baptisterio de San Giovanni —en el que Dante fue bautizado— y el Palazzo Vecchio. El poeta presenció la colocación de la primera piedra del palacio antedicho y quizá hasta llegó a reunirse en la parte más antigua con el consejo al ser nombrado prior. En el otro extremo, lo delimitaban el Bargello —en el que durante el siglo XIII alternaban sus cargos el «capitán del pueblo» y el burgomaestre— y la antigua casa del Consejo Orsanmichele. Actualmente, más allá de Calimala, los recovecos y muros comprendidos entre la Via Porta Rossa y el Borgo SS. Apostoli aún guardan un cierto aire sugestivo del cuadro de conjunto que debía de envolver primitivamente los pocos grandes monumentos de aquella época que hoy se conservan. El odio fratricida y ávido de destrucción de los florentinos y la prolífica creatividad de siglos posteriores han borrado las huellas del aspecto primitivo de las construcciones del Ducento (es decir, del siglo XIII). Incluso el Baptisterio sufrió cambios en sus fachadas durante el siglo siguiente; en el Palacio de los Priores (iniciado en 1298) las obras se sucedieron hasta entrado el siglo XVI. En el XIII estaban a punto de concluirse los mosaicos del interior de la cúpula del Baptisterio, que habían comenzado maestros venecianos y bizantinos, aunque las zonas inferiores fueron finalizadas más tarde. El «Juicio Final», con sus marcados contrastes entre el paraíso y el trono de Dios resplandecientes y el sombrío infierno, debió de estimular desde fechas tempranas la fantasía del futuro poeta. No ha de extrañarnos, por tanto, que ya en la Vita Nuova algunos pasajes atestigüen el propósito de tratar desde una perspectiva poética el tema de los reinos del más allá.

El palacio Bargello, sede sucesivamente del capitán del pueblo, del burgomaestre y, por último, del jefe de policía.

La Badia florentina, según aparece en el Códice Rustid. Biblioteca del Seminario Maggiore, Florencia.

Casa de Dante en Florencia, según una reconstrucción debida al proyecto del ingeniero Toquetti (1911).

El joven Dante debió de sentar las bases de su formación en las escuelas de gramática de las órdenes mendicantes, que se habían instalado en los suburbios fuera de las murallas, en los borghi, lugar de residencia de la gente pobre; los más influyentes eran los franciscanos de Santa Croce y los dominicos de Santa Maria Novella; no obstante, hemos de reseñar que la construcción de las iglesias que hoy conocemos se inició en una época relativamente tardía: Santa Maria Novella en 1279, y Santa Croce en 1294.

En los años de juventud del poeta existía aún un número considerable de iglesias románicas: extramuros de la ciudad los dos monumentos más característicos —hoy universalmente conocidos— eran San Miniato al Monte y la abadía de Fiésole; intramuros, la abadía florentina (que albergaba el sarcófago del marqués Hugo), Santa Reparata —antigua sede episcopal que pasó a la catedral gótica iniciada en 1294 y que es la que hoy conocemos—, y además San Salvatore, Santi Apostoli, San Jacopo sopr’Arno, San Pietro Scheraggio, monumentos todos ellos reformados o destruidos posteriormente. Hoy nos movemos entre reconstrucciones góticas, nuevos edificios clásicos y algunos modernos intentos de restauración más o menos afortunados.

La Casa di Dante es una de las reconstrucciones menos felices de nuestro siglo: se construyó en 1911 de mampostería imitando un vago estilo medieval en el lugar en que se supone se alzaba la casa paterna de Dante o las casas de los Elisei. Desde 1960, en sus salas luminosas y provistas de espaciosas ventanas y balcones, alberga una colección muy digna de aplauso de material informativo sobre el poeta, por lo que es muy recomendable su visita. Ahora bien, sería un gran error creer que la casa en la que transcurrió la infancia de Dante ofrecía un aspecto tan confortable como el que presenta el museo.

Resulta difícil hacerse una idea del estilo severo de las viviendas del siglo XIII, pues hasta en las torres familiares que, con mayor o menor deterioro, se conservan se agrandaron más tarde puertas y ventanas. El palacio más famoso del Trecento, el Davanzati, procede de un periodo de relativa paz ciudadana, en el que podían permitirse el lujo de la luminosidad, aberturas de mayores dimensiones y una fachada de aspecto mucho más acogedor y hospitalario; precisamente, frente al palacio Davanzati, los restos de la casa-torre dei Foresi pueden proporcionarnos cierta información objetiva del estilo de construcción civil durante la época de Dante; además, en la Via Dante Alighieri todavía se yergue la Torre della Castagna (restaurada en el año 1921), antigua torre defensiva en la que, a partir de 1282, se reunieron los priores hasta que se edificó el Palazzo della Signoria.

En la antigua Torre della Castagna, perteneciente a alguna familia noble, se reunían los priores antes de la construcción del Palazzo della Signoria.

Panorámica de las Torres de San Gimignano.

A principios del siglo XIII, Florencia poseía más de ciento cincuenta torres pertenecientes a familias nobles, que a veces alcanzaban alturas de setenta metros; en 1250, tras la victoria del popolo, la primera constitución democrática prohibió construir por encima de los veintinueve metros (cincuenta varas florentinas), y todos los edificios de particulares que habían escapado a las oleadas de destrucción desatadas en el año 1248 como consecuencia del levantamiento fueron demolidos hasta cumplir el límite máximo prescrito.

La ciudad de San Gimignano, edificada sobre una colina, nos ofrece todavía en la actualidad un modelo a escala reducida. Hemos de imaginarnos la Florencia del Medievo como un bosque de torres, sin una distribución regular, agrupadas en torno a los distintos clanes familiares. Una ciudad sembrada de fortalezas privadas, en medio de las cuales, en las estrechas callejuelas, se apiñaban las casas de los pequeños burgueses; daba la impresión de que cada vecino se prevenía contra los demás; en vez de ventanas, las viviendas tenían en general simples troneras, a través de las cuales se podía atisbar siempre el espacio situado ante las puertas, también muy estrechas y reforzadas. En la actualidad, aún se distinguen muy bien los agujeros de los muros tras los voladizos en los que se apoyaban los maderos de puentes peligrosos y aéreos para pasar de una torre a otra, sorteando así la trampa mortal que suponían las callejuelas. Pero no eran sólo los propósitos defensivos y la inseguridad ciudadana habitual en esa época lo que impulsaba a las familias nobles a construir en vertical; la escasez de espacio dentro de las murallas de la ciudad hubiera sido casi motivo suficiente para erigir estos primeros rascacielos de la humanidad, esas torres vivienda que parecían rivalizar con los campanarios de las iglesias. (Cierto es que no se edificaron catedrales tan altas como las del gótico francés, aunque a mediados del siglo siguiente el Campanile de Giotto alcanzó una altura de ochenta y dos metros.) Esta misma penuria de espacio determinó una ampliación de las viviendas de familias pudientes, fenómeno que acabó por oscurecer las calles casi por completo.

Dentro de este cuadro sombrío y opresivo se movía la Florencia medieval: es la otra cara del estilo de vida honesto y sencillo que Cacciaguida alaba en su ciudad natal. La ciudad se caracterizaba también por su semblante festivo, abierto al mundo, por su amor al progreso, por la inteligencia preclara de sus habitantes, su avidez de novedades y su amplitud de miras. Con asombrosa celeridad, el lujo y la frivolidad se convirtieron en la impronta de esa sociedad florentina que con tanta virulencia censura el antepasado de Dante, asentándose sobre el racionalismo de los Hohenstaufen, de tanta trascedencia en la historia de las ideas durante la primera mitad del siglo, durante esa breve pero decisiva época de racionalismo que no tardaría en retroceder ante el terror impuesto por un dilatado periodo de restauración clerical. Los primeros inquisidores fueron ignominiosamente expulsados por los florentinos; pero a la larga, ni siquiera Florencia, uno de los focos de la herejía de los patarenos, pudo oponerse con éxito a la promulgación de las nuevas leyes contra las herejías. En su primera versión, estas leyes habían sido dictadas por el escéptico emperador Federico II, a raíz de la alianza de los herejes de las ciudades italianas rebeldes con el papa y en contra del imperio; pero esta arma religiosa pronto se volvería contra él mismo y, tras su muerte, contra sus partidarios, los gibelinos, considerados como librepensadores aun cuando fuesen príncipes de la Iglesia. El entrecruzamiento de intereses formaba, como se ve, una maraña inextricable. Posteriormente, en Florencia, la inquisición de los dominicos se alió con la dictadura del partido güelfo.

En el año en que nació Dante, 1265, se produjo el fin del dominio gibelino en Florencia y se inició una fase de subversión social de graves consecuencias. Sobre la ciudad pendía un doble interdicto de la Iglesia: uno, por el linchamiento de un obispo amigo de los gibelinos a manos del pueblo (1258), al que Dante sitúa luego en su poema en el infierno de hielo de los traidores; el otro, por la expulsión de los güelfos aliados del papa (1260), decretada por el gobernador Manfredo, el excomulgado hijo del emperador. En cambio, los años de juventud durante los cuales Dante escribe la Vita Nuova son, con mucho, los más felices que vería Florencia durante mucho tiempo, y abarcan el periodo comprendido entre la paz del cardenal Latino (1280), la expulsión de Giano della Bella y la ascensión al solio pontificio de Bonifacio VIII (1294). En este lapso de tiempo, hasta los sucesos sangrientos y los intermezzi bélicos —que los hubo— contribuyeron al aumento del bienestar, al fortalecimiento del espíritu de solidaridad y a la confianza en el futuro. Pero esa confianza se vería defraudada por las convulsiones que acaecerían en las postrimerías del siglo.

La Vita Nuova refleja al menos una parcela de la realidad histórica: el ambiente de aquella década relativamente feliz. Se ha cuestionado con toda justicia el valor documental de esta especie de novela trovadoresca de reducidas dimensiones dentro del contexto vital del poeta.[11] El esqueleto básico, edificado posteriormente como marco para la ansiada antología de los poemas de juventud, lleva en su seno el sello de la mixtificación, al igual que la Commedia comporta el de la autenticidad. Con todo, la Vita Nuova ha sido utilizada como fuente durante largo tiempo y con asombrosa complacencia, quizá sólo para tapar un molesto agujero, ya que sin recurrir a ella no sabríamos absolutamente nada sobre la infancia y juventud de Dante. Por otro lado, no entendemos por qué no habrían de subyacer motivaciones objetivas en la esfera imaginativa, incluso en el poema más exaltado, tierno y subjetivo. Sea como fuere, los curiosos son muy libres de aventurar hipótesis combinando el reducido número de los documentos de archivo que hoy conocemos con las declaraciones del propio poeta, que muy a menudo parecen demasiado fantásticas.

La ciudad de Florencia según un grabado en madera realizado hacia 1490. Museo Dahlem, Berlín.

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