Dante

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Primera parte. La inquietud » 9. Palabras

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Palabras

Dante estaba furioso. Sus ojos se habían reducido a dos rendijas y su rostro parecía encendido por un odio visceral, como si lo que se acababa de cometer fuera un acto imperdonable. Y, después de todo, ¿qué había hecho ella? Únicamente se había permitido mirar los papeles sobre la mesa. No podía leerlos. ¿Qué amenaza podría representar para él?

—Os prohibí entrar en mi estudio. Y por una vez que me olvido de cerrarlo con llave, no perdéis ocasión de decepcionarme entrando para… ¿para hacer qué?

Dante señaló con el dedo índice a Gemma, que daba la impresión de empequeñecerse ante aquellas palabras, como si hubiera recibido una bofetada. Retrocedió hasta salir de la habitación. Lapa, incapaz de soportar esa actitud arrogante del hijastro, y menos aún ser ignorada, consideró oportuno intervenir.

—¿Cómo podéis hablar así a vuestra esposa?

La voz de Dante sonó como venida de muy lejos.

—Os lo ruego, este no es asunto vuestro. —La frialdad con la que pronunció esas palabras dejó a Lapa consternada.

Pero fue un momento, porque la madrastra se recuperó de inmediato.

—¿Osáis dirigiros a mí de ese modo? Soy yo quien ha traído al mundo a vuestros hermanos, y amé a Alighiero cuando estabais demasiado ocupado acusándome de robar el lugar de Bella, vuestra madre, sin que yo tuviera la culpa. Conocí vuestro rencor y no permitiré que lo viertas sobre una persona inocente. Y todo ¿por qué? ¿Porque ha entrado en vuestra preciada habitación?

—No podéis entenderlo… —respondió Dante.

—¿En serio? ¿Y por qué no?

—¿Creéis acaso que os lo voy a decir? —En ese momento fue Dante el que pareció manifestar un celo casi sospechoso por aquellas composiciones suyas.

—¿Vais a quedaros callado? ¿Pensáis que me importa? —presionó Lapa—. Deben ser realmente fundamentales para vos esos versos, si llegáis incluso a amenazar a Gemma. Uno casi podría creer que esconden quién sabe qué secretos.

—¡Callaos!

Gemma permanecía en silencio. Seguramente se preguntaba qué había de cierto en la acusación que había lanzado Lapa.

—¿Por qué tendría que callarme? —insistió esta última.

—No lo entenderíais… Si sigo vivo hoy, se lo debo a eso que está sobre la mesa.

—De acuerdo, ¿y esto justifica vuestro comportamiento? ¿Puede hacer que ataquéis impunemente a vuestra esposa?

—¿Por qué? —Gemma rompió a llorar—. ¿Por qué me hacéis esto? ¿Por qué no confiáis en mí? —gritó comenzando a golpear el pecho de Dante con los puños cerrados—. ¿Qué os he hecho? ¿No veis que solo estoy pidiendo poder hablar con vos, compartir vuestros miedos, vuestros temores, vuestras angustias?

Lapa sacudió la cabeza.

Dante tomó a Gemma por los hombros. Ella trató de abrazarlo, pero él la apartó. Se giró y cerró la puerta para evitar que ella entrara de nuevo.

Luego, sin añadir nada, bajó las escaleras.

—¿Os vais así? ¿Ni siquiera os quedáis para afrontar vuestras responsabilidades? —gritó Lapa.

Pero ya estaba en la planta baja.

Cuando la puerta principal se cerró de golpe, las dos mujeres se quedaron solas. Se miraron a los ojos.

Ambas solo tenían preguntas.

Para ambas, Dante era un misterio.

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