Dante

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Segunda parte. El miedo » 25. Preparativos

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Preparativos

Ya era el momento. El invierno había empezado y había traído consigo las primeras nieves. Corso había optado por no esperar la mejor estación. No podía permitírselo. Había esperado incluso demasiado. Había llegado al límite. Pisa había encontrado un liderazgo firme en la figura del conde de Ghiaggiolo, por lo que los Montefeltro y la facción gibelina consiguieron asediar Florencia. Con el fin de demostrar que por su parte no había miedo, el líder de los Donati primero había azuzado a sus comerciantes para que animaran a los buenos ciudadanos con propósitos belicosos, y luego, por medio de su propia influencia y la de Vieri, había logrado que los priores se manifestasen a favor de un enfrentamiento armado con Arezzo.

Los gibelinos no se habían echado atrás. Y así se había decidido: al día siguiente los hombres se desplazarían hacia Laterina con el objetivo de desatar una batalla.

En las agitadas horas que siguieron, Dante preparó el equipo de feditori que había logrado comprar, en el último momento, gracias al apoyo de Vieri de Cerchi y la familia de su hermana Tana.

Sabía que tenía que ir con cuidado, y se sentía orgulloso y asustado al mismo tiempo al ver brillar en la mesa de la cocina la cota de malla, las manoplas y los escarpes, el almófar y el yelmo. Las llamas de la chimenea se reflejaban en el hierro reluciente de la armadura ligera, dibujando arabescos rojos.

Sabedor de que unirse a las filas de los feditori representaba un gran honor, era igualmente consciente de que sus habilidades guerreras resultaban, en el mejor de los casos, normales si no modestas. Sabía empuñar una espada y apuntar con una lanza. Se apañaba bien con el escudo, pero, además del orgullo que en esos momentos le henchía el pecho, también sentía miedo.

¿Seguiría vivo dos días más tarde? Con las primeras luces del alba saldría para Laterina y una vez allí, después de una noche en una tienda de campaña, se enfrentaría a los gibelinos de Arezzo junto con sus hermanos güelfos. Y entonces ya no podría refugiarse en las palabras y la tinta. Tendría que luchar para vivir o morir.

Como mínimo de algo le sirvieron los ejercicios con Carbone de Cerchi. Si lo que había aprendido le permitía salvar la vida, le estaría agradecido a ese sinvergüenza para siempre. Sin duda había mejorado en los movimientos básicos: ahora sabía cómo lanzar un golpe efectivo, detener una estocada de manera impecable y, con un poco de suerte, incluso usar el escudo para desequilibrar al oponente.

Se percataba de lo aterrorizada que estaba Gemma. Su nombramiento como feditore, tras la intervención de Vieri, la había dejado sin palabras. También porque él se lo había comunicado en el último momento.

Y ahora ella no le hablaba, rehuía su mirada, como si estuviera asumiendo la idea de perderlo.

Dante miró una vez más el hierro de la cota de malla, el reflejo brillante de las llamas del hogar. Suspiró. Gemma estaba en un rincón, con el rostro sombrío, con los ojos reducidos a rendijas. Comprendió que no podía marcharse sin hacer las paces con ella. Necesitaba saber que estaba de su parte, al menos en una situación como esa.

—Gemma —comenzó—, ya no soporto veros así. Dentro de dos días podría morir y debo estar seguro de que estáis conmigo. Sé que os hago daño, una vez más, pero tratad de entenderme: si os hubiera confesado enseguida que estaba nominado entre los feditori, habríamos tenido que convivir conscientes de ello durante un tiempo demasiado largo. He callado solo para protegeros.

Esperaba que Gemma le respondiera, pero ella parecía encerrada en un silencio impenetrable. Sin embargo, Dante no se rindió. Al margen de las riñas, incluso duras, relacionadas con su vocación literaria, sabía que la quería de su parte. Bien podría no regresar. Valía la pena luchar por su perdón. Si no conseguía ganar un desafío como ese, ¿cómo podía esperar sobrevivir en los días subsiguientes?

—Sé que merezco que me culpéis —continuó—, pero si actué de esta manera fue solo porque no soportaba la idea de alargar vuestro sufrimiento más de lo necesario. Y tampoco puedo aceptar la idea de irme sin escuchar vuestra voz. Por favor, habladme —insistió, apretando los puños.

—Pero yo no os culpo, Dante —dijo ella finalmente—. Estoy asustada, simplemente. Y no es culpa vuestra. ¿Cómo habríais podido sustraeros a la obligación de participar en la batalla? Sois joven y fuerte, y es vuestro deber cabalgar hacia Laterina. Y, sin embargo, no soy capaz de aceptarlo, ¿lo entendéis? Tengo miedo de que os pase algo… La mera posibilidad de que no regreséis me aterroriza. Porque, aunque sé que no me creéis, os amo. Durante mucho mucho tiempo he tratado de decíroslo, pero ni siquiera parecéis verme —murmuró con melancolía.

—Gemma… —dijo, pero ella lo interrumpió.

—No he terminado todavía —replicó su esposa—. ¿Cómo podéis pensar que no estoy con vos, si lo que pido no es más que ser acogida en vuestro corazón? Pero, por más que yo haga, vos me excluís. Sé perfectamente bien que no me elegisteis vos, pero fue igual en mi caso. Y si de verdad queremos intentar vivir juntos, al menos tendremos que dar con el modo de entendernos. No ignoro que os refugiáis en la lectura y en vuestros escritos porque odiáis esta vida que consideráis mediocre. No sé leer, si bien esto no me convierte en una estúpida. Y entiendo sin problemas que esas letras vuestras y vuestra lírica están dedicadas a otras mujeres.

Una vez más, Dante intentó hablar, pero Gemma no había terminado. Era como si en ese momento estuviera confesando un profundo dolor que hubiera mantenido oculto durante demasiado tiempo.

—No digáis nada. No os hago culpable. Ya os lo dije, no os lo reprocho. Trato todos los días de complaceros o al menos de comprenderos. Y espero que poco a poco podáis hacer lo mismo conmigo. Por eso estas palabras vuestras son las más hermosas que podría escuchar. Os lo ruego, volved con vida, Dante. Sin vos me sentiría perdida.

No esperaba oír tal declaración. Comprendió que había sido injusto y que si Beatriz seguía siendo su fuente de inspiración, el ángel, la mujer a quien consagrar sus promesas de amor, Gemma merecía al menos una oportunidad. Por primera vez deseó abrazar a su esposa.

Así que se acercó a ella y la estrechó.

—Volved a mí, Dante —dijo Gemma.

—Haré todo lo posible —respondió él.

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