Dante

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Tercera parte. La furia » 44. Arezzo

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Arezzo

Buonconte da Montefeltro se había enterado del intento de traición del obispo. A diferencia de la mayoría de los cabecillas gibelinos, que se habían enfurecido y amenazaban con la pena capital, él se había limitado a favorecer el nombramiento de Guido Novello Guidi como alcalde de Arezzo, sin mostrar la más mínima emoción. Ese hecho había asustado al Loco, que quería asegurarse de su sinceridad, temiendo que estuviera incubando fríos deseos de venganza, pero Buonconte los había descartado. Ahora que la noticia de esa traición había vuelto gracias a Guillermo, no tenía ningún interés en sembrar más discordia de la que ya reinaba.

En cambio, era necesario reagrupar las filas lo antes posible, desde el momento en que todos los informadores referían que en Badia a Ripoli se estaba reuniendo un ejército colosal que, además de aglutinar en una unidad Florencia, Pistoia, Lucca, Siena y Volterra, había obtenido el apoyo del rey de Francia y un contingente de caballeros de Anjou que, por supuesto, podrían ser decisivos en el transcurso de una batalla campal.

Guillermo de Pazzi de Valdarno parecía particularmente impresionado. La situación distaba mucho de ser favorable.

—Entonces… ¿se han congregado en la llanura de Ripoli? —preguntó Buonconte.

—Exactamente. Todavía tienen que ponerse en marcha, pero lo cierto es que las colinas resplandecían por el metal. La cantidad de soldados que los florentinos han logrado reunir es impresionante —respondió el Loco.

Buonconte no podía creerlo.

—Doscientos caballeros de Lucca, bajo los estandartes rojos y blancos. Otros ciento cincuenta de Pistoia bajo las órdenes de Corso Donati, más cincuenta al mando de Maghinardo dei Pagani da Susinana, que ha aportado trescientos soldados de infantería.

—¡Ese bribón! —estalló Buonconte, exasperado por los continuos cambios de rumbo del gibelino.

Maghinardo finalmente había decidido ponerse de parte de Florencia desde que la ciudad güelfa le cedió en matrimonio a Mengarda della Tosa, una hermosa muchacha de uno de los linajes más nobles de la baronía.

—A estos hay que añadir cuatrocientos mercenarios contratados por Florencia —continuó el Loco—. Y, además, las venticinquine bajo las órdenes de Adimari, Gherardini, Della Bella, Della Tosa, Nerli, Frescobaldi, Scali…, y luego los caballeros franceses.

—¿Cuántos?

—Al menos cien.

—Esperaba menos.

—Yo también.

—En fin, resumiendo, ¿de cuántos hombres estamos hablando en total? —preguntó Buonconte.

—Unos mil quinientos a caballo y cerca de diez mil a pie, contando la villanada de cavadores de trincheras y los paleadores.

—Muchísimos —dijo Buonconte—. Demasiados. Nunca llegaremos a igualarlos, pero confío en la capacidad de vuestro tío para reclutar hombres, especialmente ahora que tiene que hacerse perdonar por la treta que ha intentado.

El Loco asintió.

—Por supuesto, lo entiendo perfectamente y os puedo garantizar que así será.

—Tenemos que darnos prisa —dijo Buonconte—. Con toda seguridad, los florentinos se pondrán en camino rápidamente y es obvio que buscarán penetrar por el Valdarno, más cómodo, por lo que valdrá la pena enviar centinelas y ballesteros para bloquear las posibles salidas. ¿Cuándo los visteis acampar en las colinas de Ripoli?

—Ayer.

—Entonces será bueno moverse —espetó Buonconte—. Por un lado, habrá que tenderles una trampa en el Valdarno. Por otro lado, preparar el ejército lo antes posible para adelantarlos e imponerles el campo de batalla. Los esperaremos de nuevo cerca de Laterina, solo que esta vez no retrocederemos y haremos que nos encuentren pasado el Arno, dándoles suficiente espacio para cruzar el río y llegar al escenario de la batalla.

El Loco asintió. Determinar las características del enfrentamiento era una ventaja fundamental. Y por lo demás tenía fe en Buonconte, que en el último año había demostrado una gran perspicacia táctica además de un coraje indiscutible. De hecho, pensaba que era sin duda el mejor comandante posible, y no solo para Arezzo. Los franceses, en general, por muy valientes que fueran como combatientes, no conocían el territorio, y al menos en ese particular los gibelinos tendrían una ventaja, tanto más cuanto que, si bien era cierto que algunos de los hombres de Anjou hablaban un poco de florentino, que tuvieran problemas de comunicación jugaría de seguro en su contra.

En resumen, si había alguna posibilidad más de ganar, era preciso aprovecharla.

—Os encargaréis de enviar inmediatamente un puñado de centinelas a los pasos —dijo Buonconte—. Mientras tanto me las apañaré para informar al alcalde y requerir a los barones a reunir el ejército y estar listos lo antes posible para el combate.

—Así lo haré —dijo el Loco, y un momento después desapareció.

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