Dante

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Cuarta parte. El retorno » 61. Superviviente

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Superviviente

Llovía. La casa estaba vacía. En un rincón cerca del hogar Gemma lloraba en silencio. No sabía cuánto tiempo había pasado bañada en lágrimas. Había hecho todo lo posible para conquistar el corazón de Dante, pero desde hacía un año se había vuelto imposible.

De nuevo. Como si, de repente, hubiera regresado a los días inmediatamente posteriores al matrimonio, cuando la incomprensión era total. Con el añadido de la amargura de haber podido tocar la fibra sensible de su marido y ahora estar siendo desterrada.

Se dijo que debía ser paciente, comprender sin exigir. Quería tener confianza. Sin embargo, Dante era un veterano que había sobrevivido al horror de Campaldino y a la guerra, pero no había regresado intacto, no del todo, al menos.

Algo en él parecía haberse roto para siempre.

Cualquier manifestación de cariño, ternura, intimidad y deseo representaba para él un obstáculo insuperable, o peor, un contacto insoportable. Al principio se retraía, luego había incluso aprendido a poner cierta distancia entre ellos.

Ese hecho la aniquilaba. ¿Cómo podía tratarla de esa forma? ¿Cómo podía no hablarlo? Le hubiera encantado poder explicarle que ella estaba allí, dispuesta a escucharlo, a comprenderlo, codo con codo. Habían entrado en esa pesadilla y saldrían de ella, se repetía, pero sacudía la cabeza y lo peor era que fingía que todo iba bien.

Y, al contrario, era un infierno.

Un año entero sin que él la tocara ni siquiera un instante. Gemma creía que iba a volverse loca.

Sabía que tenía que dar gracias a Dios o a la suerte por el solo hecho de que Dante hubiera regresado, pero a veces se preguntaba si junto a ella no vivía un fantasma. En un par de ocasiones había visto de nuevo a Giotto. Él estaba asimismo perturbado, parecía también estar viviendo de otra manera. Se refugiaba en la pintura, le confesó un día Ciuta, su esposa. Gemma reconocía la misma obsesión en Dante por la poesía y las letras. Pero entonces Ciuta había añadido que Giotto anhelaba dejar Florencia, que probablemente para fines de ese año se mudarían a otra ciudad, tal vez una más pequeña, tal vez ni siquiera en Toscana. Aquello parecía un proyecto común, encaminado a recuperar un matrimonio o al menos un cariño que, evidentemente, les importaba a los dos.

Con Dante, en cambio, no quedaba nada. La apartaba. Quizá lo hacía para protegerla, pero ella sufría de todos modos. Otro hecho extraño era la agresividad, que parecía haber aumentado. Por supuesto, antes también soltaba bufidos y se quejaba. Y se habían peleado y de qué manera. No obstante, nunca le había levantado la mano, y aunque tampoco había sucedido que llegara a golpearla en ese último año, en dos ocasiones ella lo vio alzar la mano para abofetearla y luego detenerse como si, de repente, hubiera vuelto en sí.

En cuanto a sus crisis, el oscuro mal que de vez en cuando lo visitaba, se habían intensificado. Sabía que cuando le era posible trataba de soportar aquellos accesos en soledad. No tenía idea de cómo se las arreglaba, pero pocas veces había sido testigo de lo que le sucedía, parecía que lograra refugiarse en un lugar secreto para enfrentar solo lo que acaso vivía como una humillación. En el último año no fueron pocas las ocasiones en las que lo había pillado temblando y abandonándose en el lecho hasta que la baba blanca le llenaba la boca, aguardando que el ataque le diera tregua tarde o temprano.

Gemma estaba aterrorizada.

Y lo estaba por una razón muy precisa: no sabía qué hacer.

Ella tan solo quería que la abrazara, como lo había hecho antes de Laterina y antes de partir hacia Campaldino. Sabía que ese pensamiento era egoísta. Era en él en quien tenía que pensar en primer lugar, porque había visto muertos, había luchado y había usado armas contra otros hombres. Y tenía que soportar esa carga todos los días.

Pero estar excluida de todo no era justo.

Dante parecía no convivir ya con ella. En su lugar había un fantasma, un hombre frío, retraído, que la evitaba.

Iban pasando los días y ella se llenaba de amargura y resentimiento. Y ahora contaba las horas que faltaban para la siguiente disputa, que sin duda volverían a tener.

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