Dante

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Cuarta parte. El retorno » 68. Explicación

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Explicación

Gemma lo miraba con los ojos inyectados en sangre.

Dante sabía por qué y no podía sino darle la razón. Sin embargo, no tenía idea de cómo cambiar la situación. Era muy doloroso. Ni siquiera tuvo tiempo de alcanzar el primer peldaño de la escalera para subir cuando ella se paró ante él como una furia, bloqueándole el paso.

—Ahora me vais a hablar. ¡Tendría que sacaros las palabras con tenazas!

Estaba indignada. Los ojos le brillaban.

—¿Qué puedo decir?

—Cualquier cosa menos el silencio. ¡Habladme!

—¿Acerca de qué?

—De por qué os habéis convertido en un fantasma.

—¡Creedme que es mejor que no!

—No os dejaré subir hasta que me digáis lo que os corroe.

—¿De verdad queréis averiguarlo, Gemma? —Y esa pregunta salió de él en un tono cruel.

Ella lo contempló fijamente y por primera vez, mirándolo aquel día, sintió temor. Una sombra, aunque fuera por un instante, cruzó sus ojos. Dante suspiró. Luego pareció hundirse en un valle de dolor.

—La primera carga partió nuestra línea en dos. Eran doce y parecían centenares. Vi a mis compañeros terminar empalados por lanzas, arrojados de sus monturas, aplastados en la llanura como proyectiles de carne. Y luego vi a esos hombres avanzar sobre sus caballos como una lanza de hierro, penetrando en nuestro ejército y dejando un rastro de muerte a su paso…

—Dante…

—¿Estáis segura de que queréis saber? —Y mientras la urgía se apoyó en la mesa. Se tambaleó. Recordar era como revivir el horror una vez más—. Los hombres, Gemma, los hombres… Ya fueran güelfos o gibelinos, estaban inmersos en un río de sangre. Hasta los ojos. Y si se atrevían a levantarse, los ballesteros los mataban, porque ya los habían rodeado. Fue una masacre. Donde quiera que volvía la mirada veía cuerpos torturados… —Titubeó. Se inclinó hacia delante. Algo le mordía las vísceras. Se dio cuenta de que estaba llorando—. No pude hacer nada, ¿entendéis? Oía todos esos gritos, ese océano de dolor sumergiéndome, y no sabía el modo de acabar con eso. No tenéis idea de adónde puede llegar la ferocidad humana: los vientres desgarrados, montañas de cabezas cortadas, los cadáveres saqueados de sus posesiones, los miembros seccionados para formar pilas de muerte.

Gemma lo miró conmocionada. De repente, le faltaban las palabras. Ahora lo observaba consternada. Había querido saber y él estaba complaciéndola.

A Dante le pareció estar levantando un peso insoportable, una masa tan ciclópea que pronto lo aplastaría contra el suelo. Y esa confesión, sin embargo, lavaba su corazón. Y poco a poco, horror tras horror, tuvo la sensación de que se volvía más ligero.

—No sé qué empuja tanto al hombre. No soy capaz de explicarme qué fuerza lo lleva a querer exterminar a sus semejantes, pero he visto el infierno, Gemma. Y no creo que consiga olvidarlo jamás. Eso me convierte en un fantasma, tenéis razón. Me encantaría, de verdad, ser un mejor esposo, ser capaz siquiera de tocaros, pero el caso es que después de Campaldino no soy el mismo, ¿entendéis? Mi cuerpo no puede percibir el instinto del amor, del cariño, de la ternura. Los rechaza porque el recuerdo me devuelve a ese campo, a esa llanura preñada de sangre, cubierta de cadáveres, heces y entrañas.

Gemma se llevó las manos a los labios. Tenía los ojos enrojecidos, las lágrimas le caían copiosamente. Dante escuchó su propia voz romperse a causa de una emoción que le había atenazado la garganta y que ahora parecía derretirse poco a poco.

¿Cuánto tiempo había esperado para hacerlo? Más de un año. Pero ahora que ya no tenía a nadie, ahora que Beatriz estaba muerta, que Giotto se había ido, que Guido se había alejado para siempre de él, ¿quién le quedaba? ¿Quién? Gemma.

Entonces ¿no era ella la que más merecía una explicación? Aunque solo fuera la sentencia de cadena perpetua del dolor, porque sabía que no podía curarse. No de Campaldino.

Ella lo abrazó y él, por primera vez en mucho tiempo, la dejó que lo hiciera.

Sus lágrimas se mezclaron con las de él.

—Tenéis razón, amor mío, no sé qué os ocurrió. Y ni siquiera puedo imaginarlo. Y mis palabras no bastarán nunca para aliviar vuestro dolor. Ni tampoco mis acciones. Soy plenamente consciente de ello, pero como ya os dije hace tiempo, no dejaré de amaros por esto.

—Gemma… —murmuró Dante, abrumado por tanta bondad de espíritu.

—Vivimos tiempos terribles —prosiguió ella—. Tiempos en los que los amigos de hoy son los enemigos de mañana, y los que llamamos hermanos podrían apuñalarnos por la espalda cuando menos lo esperáramos. No podéis confiar en nadie, excepto en mí, al menos eso me lo debéis. O no quedará nada de nosotros. Sé lo que habéis logrado y he visto cuánto os costaba: matar, pelear, enfrentarse a la otra parte, tomar partido políticamente, ser chantajeado y amenazado.

Dante alzó la mirada, observándola con sorpresa. ¿Cómo se las había apañado para saber con tanto detalle lo que le había pasado? ¿Con quién había hablado?

—¿Creéis que no lo sabía? Soy la hija de Manetto Donati. Conozco bien ciertas maquinaciones muy propias de mi familia. Corso es un demente sanguinario. Nada lo detendrá. Es inteligente, valiente, pero la codicia lo devora, el ansia de poder guía sus acciones. Y he visto lo que son capaces de hacer hombres como Filippo y Boccaccio Adimari, sus aliados. ¡Son la escoria del mundo! Pero de alguna manera nos tocó vivir en este tiempo y tenemos que salir adelante. Ahora entiendo por qué confiáis en la lectura y la poesía, Dante. Es vuestra manera de llegar al día siguiente, y si antes estaba preocupada, ahora entiendo que es lo mejor para vos, y me regocijo con ello porque cuando estáis en ese mundo es como si encontraseis la clave para interpretar este. Pero no os encerréis en vos, no me evitéis, no es justo. Afrontemos juntos lo que nos espera y dadme la oportunidad de ser una buena esposa. Fui a la granja con Lapa. Conocí una vida diferente, marcada por los trabajos manuales, las tareas, las dificultades cotidianas. Me evadí en todo ello, en un vano intento de no pensar en la posibilidad de que no regresarais. No sabía qué hacer, cómo ser útil, y allí encontré una manera de pasar el tiempo. Pero todo lo que hice tenía que traerme de vuelta aquí. Y aunque mil veces he pensado que un tiempo en Fiesole tal vez nos ayudaría, también me doy cuenta de que aquí es donde debemos aprender a avanzar. En Florencia.

—¡Oh, Gemma!

—Y por eso os digo ahora que nunca aceptaré que estemos lejos el uno del otro si estamos bajo el mismo techo. Al menos mientras el destino nos permita estar cerca, no habrá un día en el que me resigne a veros como os he visto en este último año, y ahora comprendo que estaba equivocada y que debería haber insistido mucho más. —Y mientras lo decía, lo ayudó a incorporarse.

Dante la miró. Sentía un alivio que le había sido negado durante mucho tiempo.

Tal vez Gemma tenía razón, tal vez debía darle a su amor una segunda oportunidad. Ella, sin duda, se lo merecía. Entonces la abrazó. Y fue menos difícil de lo que esperaba. Mantuvo la cabeza de ella contra su pecho y le acarició el cabello, suavemente.

Permanecieron abrazados.

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