Dante

Dante


2. Las hojas desprendidas del recuerdo

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2. Las hojas desprendidas del recuerdo

Conocemos el año de nacimiento de Dante gracias al diablo Malacola (Malacoda) de Malossacos (Malebolge) —Infierno, círculo VIII, pozo V—, jefe de un batallón de burlescos diablos inferiores que, con sus picas, garfios, garras y colmillos, fustigan y guardan a los rufianes que purgan sus culpas en un lago de pez hirviente. Como el diablo tiene que respetar la inmunidad de Virgilio y de su protegido, quiere al menos jugarles a ambos poetas una pequeña mala pasada, seduciéndolos con halagos para hacerles dar un rodeo, y con el fin de hacer su mentira más creíble trae a colación una verdad por entonces de dominio público: el terremoto que al morir Cristo sacudió el mundo, afectando incluso al mismo infierno:

Cinco horas más tarde de esta hora,

hizo ayer mil doscientos y sesenta

y seis años que hundióse.

(Inf. XXI, 112-114)

Según la opinión vigente entonces (Convivio IV, 23), Cristo había muerto hacia el mediodía del Viernes Santo del año 34. 1266 + 34 = 1300, más un día menos cinco horas: son, pues, en ese momento las siete de la mañana del Sábado Santo. Dante ha comenzado su viaje por el infierno hace unas doce horas, es decir, en la noche del Viernes Santo[3] de 1300, año del famoso jubileo romano. En el primer verso de su poema, Dante precisa: A mitad del camino de la vida; por entonces la duración normal de la vida humana se calculaba en la edad bíblica, setenta años; y por tanto, según el uso idiomático de entonces, la mitad de la vida humana eran los treinta y cinco años. En el Convivio (cuarta parte, capítulos 23 y 24) Dante justifica con razones detalladas esta creencia acudiendo a la metáfora del arco de la vida y teniendo como punto referencial la edad de Cristo. Las palabras del diablo sintetizan ambas referencias cuando habla del arco del puente y del aniversario del año trigésimo cuarto de la vida de Jesucristo. Con este juego de alusiones, Dante nos permite situar su nacimiento en el año 1265. Y para no dejar lugar a dudas, lo confirma en otro pasaje del poema, cuando el peregrino calma sus diez años de sed al encontrarse con Beatriz en el paraíso terrenal: según la Vita Nuova Beatriz había muerto en 1290, por tanto hay que fijar dicho encuentro en el año 1300.

El peregrino Dante, huyendo de las fieras, se aproxima al poeta Virgilio. Página perteneciente al Códice del Cristianeum, Altona.

Fragmento de El Infierno, mosaico realizado entre 1270 y 1280 y atribuido a Coppa di Marcoraldo. Baptisterio de San Giovanni, Florencia.

La ciudad de Florencia. Detalle del fresco del siglo XIV, titulado La Madonna della Misericordia, que se conserva en el oratorio del Bigallo, Florencia.

Un poco más adelante, en el pozo sexto de Malebolge, nos enteraríamos también, si no lo conociéramos, del lugar de nacimiento del poeta. Dos hipócritas, miembros de una hermandad espiritual que a causa de sus ansias de placeres mundanos eran conocidos como «hermanos vividores» (frati gaudenti),[4] están condenados a caminar cubiertos por mantos dorados por fuera y forrados de plomo por dentro; al oír al poeta reconocen su lengua como toscana y le preguntan por su origen. Dante les responde así (Inf. XXIII, 94-95):

«Yo nací —les repuse— y he crecido

al pie del Amo bello, en la gran villa…»

Sólo puede tratarse de Florencia, y así lo ratifica más adelante cuando el conde Ugolino, que murió encarcelado en las mazmorras, alzando la vista desde la tumba de hielo en la que está metido, identifica al poeta como florentino por su habla (Inf. XXXIII, 10-12):

Interior del Baptisterio de San Giovanni, en Florencia. Este edificio octogonal fue construido hacia el año 1000 sobre los restos de una iglesia del siglo V.

No sé quién eres tú e ignoro cómo

has bajado hasta aquí: por florentino,

cuando oigo tus palabras, yo te tomo.

El poeta menciona en varios pasajes la iglesia en la que recibió el bautismo, el Baptisterio de San Giovanni, monumento celebrado en la actualidad con toda justicia como uno de los más bellos y antiguos de Italia; por ejemplo, en los versos iniciales del canto XXV del Paraíso, Dante, desde el exilio, deja oír su voz preñada de nostalgia:

Si aconteciese que el poema sacro

en el que han puesto mano cielo y tierra,

y por el que hace mucho me demacro,

venciera la crueldad que me destierra

del redil en que yo era corderuelo,

contra los lobos que le mueven guerra;

con diferente voz, con otro pelo

retomaré poeta, y en la fuente

de mi bautismo tomaré el capelo.

Observamos que el poeta se propone un doble objetivo: aplacar a su ciudad natal con su producción literaria, y además ceñir en el futuro su cabeza con la corona de laurel durante un homenaje oficial como poeta que se le tributaría en la iglesia donde fue bautizado.

Cuántos eran entonces los rebaños / del redil de San Juan, pregunta a su antepasado Cacciaguida en el canto XVI del Paraíso; pero antes, los pozos de llamas del infierno en los que los papas expían los pecados de simonía le recuerdan a mio del San Giovanni, iglesia en la que, al parecer, había agujeros similares para los bautizos en masa que se celebraban el Sábado de Gloria y el de Pentecostés; en este mismo pasaje, el poeta aprovecha la ocasión para justificar su comportamiento y responder a una calumnia ostensible aduciendo que cuando rompió una de estas curiosas pilas bautismales, lo hizo exclusivamente para sacar a un niño que se ahogaba (Inf. XIX, 16-21), y no —añadimos nosotros— para protestar contra el sacramento del bautismo, como lo hicieron algunas sectas heréticas.[5]

Todos estos pasajes, por un lado, caracterizan la técnica de la digresión, el método de las alusiones entreveladas y el gusto por los juegos de ingenio y los acertijos, y por otro, revelan la exactitud y minuciosidad de los datos cronológicos y topográficos.

Cuando el poeta asciende desde el cielo de Saturno al cielo de las estrellas fijas (Par. XXII, 112 ss.) le recibe el signo que sigue al Toro —o sea, Géminis—, y nos explica a continuación el motivo:

Oh gloriosas estrellas, luz preñada

de gran virtud, por quien la mente mía,

como quiera que sea, fue alumbrada;

con vosotras nacía y se escondía

el padre de la vida mortal, cuando

yo en Toscana el primer aire sentía.

Dicho de otra manera: Dante nació bajo el signo de Géminis; sabíamos ya el año, y ahora también el mes: entre el 18 de mayo y el 17 de junio. Witte y Vezin aventuran como hipótesis verosímil la fecha del 30 de mayo, fiesta de la santa florentina Lucía, cuya intervención en circunstancias difíciles (Inf. II, 97 y Purg. IX, 19) hallaría así una explicación plausible. En mi opinión no existe motivo alguno para interpretar dicho personaje como una alegoría, bien de la fe, de la justicia o de cualquier otra idea abstracta, sobre todo porque en este caso concreto, al igual que en otros intentos de forzar interpretaciones simbólicas de las figuras de la Commedia, las diferentes tesis se contradicen unas a otras. A la vista del papel predominante que desempeña el mito de Florencia en el pensamiento de este poeta, es obvio que no se trata de la santa de Siracusa, sino de la florentina.

El Baptisterio de San Giovanni en una página del Códice Rustid, 1448. Biblioteca del Seminario Maggiore, Florencia.

Fresco de G. di Bondone que representa a Dante entre Beatriz y su maestro Brunetto Latino. Antigua capilla del Bargello, Florencia.

Dentro de este mito se encuadra también la insistencia de los florentinos, y en especial de los antepasados del poeta, en retrotraer su origen hasta los romanos, y en hacer descender a éstos de los troyanos de Eneas, según canta Virgilio, el paternal maestro de Dante. Su otro maestro, Brunetto Latino, condenado a sufrir la lluvia de fuego del séptimo círculo del infierno, saluda al poeta en una escena conmovedora y llega incluso a identificar a los enemigos de Dante, situados en el seno del mismo partido, con los etruscos de Fiésole, que descendieron en la antigüedad de las montañas, pergeñando una de esas teorías racistas de tan notorio influjo en el pasado como en nuestros días:

Las bestias fiesolanas su basura

hagan de sí, mas no toquen la planta

si alguna nace aún en su aradura

en que reviva la simiente santa

de la romana gente fundadora

del que hoy es nido de malicia tanta.

(Inf. XV, 73-78)

Dante retoma con mayor detalle la cuestión de sus antepasados aprovechando el encuentro con su tatarabuelo Cacciaguida en el cielo de Marte; dicho encuentro es con mucho el más largo e importante de toda su peregrinación, y puede compararse con el de Eneas y su padre Anquises. En él, Dante aclara noticias, explicaciones y situaciones que hasta entonces sólo habían gozado de alusiones ocultas. No deja de provocar asombro, a la vista de las referencias al padre de Eneas (citado además en otras tres ocasiones a lo largo de la Commedia), que no hallemos ni la más mínima alusión al padre del poeta. Conocemos muy pocos datos del viejo Aldighiero; vivió posiblemente de negocios monetarios a pequeña escala, y al morir —en 1280 como fecha más tardía— legó a los hijos e hijas de sus dos matrimonios (Dante procedía de la unión con su primera esposa, Bella, fallecida antes de 1270) una fortuna apreciable y bien colocada. Este inexplicable silencio del hijo alcanza también a su madre,[6] muerta cuando Dante contaba tres o cuatro años; a su esposa, que le sobrevivió y permaneció en Florencia al partir el poeta para el destierro en 1302, de modo que es probable que no volviera a verla nunca; y a sus hijos, que después le seguirían al exilio: el más absoluto silencio se cierne sobre todas estas personas. La pintura de la intimidad cálida y hogareña de una familia idílica no habría encajado bien dentro del contexto general del magno poema; sin embargo, en un par de ocasiones, el poeta deja traslucir en sus versos el dolor que le causa la pérdida de su hogar y lo penoso que le resulta la separación de su familia y de su comunidad; así, cuando Carlos Martel le pregunta:

Y él insistió: Que el hombre perdería

si no fuese sociable, ¿se concibe?

Dante le responde sin titubear un momento:

Sí, dije, y cuestionarlo no podría.

Y cuando Cacciaguida le pronostica su futuro inmediato, sus palabras revelan un sincero pesar:

Todo lo que más amas, sin tardanza

has de dejar; y es ésta la primera

flecha que el arco del destierro lanza.

(Par. XVII, 55-57)

Pero antes de desembocar en el núcleo de su mensaje, que el poeta ha situado en el centro de la composición sobre el paraíso (cantos XV, XVI y XVII de un total de 33), Dante, asombrado, se entera —y con él todos sus futuros biógrafos— cómo adoptó su tatarabuelo el apellido Alaghieri o Aldighieri. Cacciaguida se había casado con una mujer de Lombardía que llevaba dicho apellido, y al tener su primer hijo, Alaghiero I, le dio el apellido de su suegro, siguiendo la costumbre de aquella época. La etimología habitualmente admitida de este nombre (que cobra diferentes sentidos según las distintas grafías) respondería al origen lombardo de su ascendiente.

La antigua Florencia según la descripción de Cacciaguida. Códice Pluteo, siglo XV. Biblioteca Laurenciana, Florencia.

De su primer portador, el bisabuelo de Dante Alaghiero I, Cacciaguida dice únicamente que el monte y primero suelo / por cien años y más ha recorrido. La frase alude al primer cerco del monte del purgatorio en el que se expía el orgullo, y del sobresalto que Dante experimentaba durante su visita cabe colegir que el poeta también estaba afectado por ese rasgo caracterológico que a veces acarrea consecuencias tan funestas: a excepción de Cacciaguida, Dante sólo encuentra a otro miembro de su familia, un tío, que en el pozo del infierno donde pagan sus culpas los que sembraron la discordia, le hace un mudo reproche por haber dejado sin venganza (vendetta) su asesinato…[7]

Ese orgullo, heredado por Dante de sus antepasados, se manifiesta también al indagar sobre sus raíces familiares. El poeta retrotrae su origen a romanos y troyanos, las primeras frases que le dirige su antepasado en el Cielo de Marte son en latín,[8] y Beatriz tose con tono de ligera burla[9] por el arranque de vanidad que supone la respuesta de Dante en la que utiliza el tratamiento Voi (vos) de la Roma clásica.[10] Numerosos investigadores han recalcado el hecho de que Cacciaguida no se detenga en precisiones sobre sus ascendientes, a pesar de que era una ocasión inmejorable para continuar desenredando la madeja hasta los romanos; en cambio Cacciaguida se limita a consignar que sus padres vivieron en el mismo barrio en el que nació Dante:

Baste de mis mayores oír esto:

que quiénes eran y de do vinieron

más es callar que razonar honesto.

(Par. XVI, 43-45)

¿Debemos interpretar estas palabras como una alusión a la improcedencia de un autoelogio, tal como vemos en otros pasajes del poema? Lo más probable es que el mismo Dante no conociera datos más precisos. (Averiguar el nombre del padre de Cacciaguida, Adamo, ha exigido una paciente y laboriosa investigación.) Es imposible determinar si existe alguna relación entre el prudente silencio de Cacciaguida y el mutismo del poeta sobre su propio padre.

En cualquier caso, por lo que se refiere a sus descendientes, Cacciaguida se detiene al llegar a su orgulloso hijo, el bisabuelo de Dante; ni siquiera menciona uno de los motivos por los que podría sentirse orgulloso de él, es decir, el matrimonio de Alaghiero I —que hoy conocemos por documentos de archivo— con una hija del gran Bellincione Berti; de aquí que el abuelo de Dante (al que la Commedia no menciona ni siquiera de pasada) llevase el nombre de Bellincione. En cambio Cacciaguida alude a los otros tres yernos de Bellincione Berti: el conde Guido, que desposó a la muy buena y fiel Gualdrada (Inf. XVI, 37), Donati y Adimari. Seguramente, los versos 97-99 del canto XVI del Paraíso aluden a Bellincione, hijo de Alaghiero y abuelo de Dante.

Los Ravignani vi, que cuna han dado

al conde Guido y a cuanto hoy en día

lleva de Bellinción el nombre honrado.

Las relaciones familiares forman un laberinto tan inextricable como las callejuelas de la Florencia medieval.

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