Dante

Dante


7. Dos amores: la patria y la humanidad

Página 11 de 23

7. Dos amores: la patria y la humanidad

Entre la muerte de Beatriz (1290) y el priorato de Dante (1300), fecha esta última en que se sitúa el inicio de la Commedia, transcurre la década más discutida, más cargada de hipótesis y leyendas, de la vida del autor.

Entre 1290 y 1300 acaecen los siguientes acontecimientos: el matrimonio de Dante y el nacimiento de, al menos, cuatro hijos;[30] una intensa dedicación por parte de Dante al estudio de la filosofía, ocupación que en los dos años posteriores al fallecimiento de Beatriz, según sus propias declaraciones, llegó a considerar como la verdadera meta de su vida;[31] la elaboración de la Vita Nuova y de la mayor parte de las canciones y sonetos del Canzoniere;[32] los extravíos del poeta (que debieron culminar en tomo a 1300) a los que aluden el soneto de censura de Cavalcanti, las reconvenciones de Beatriz en los últimos cantos del Purgatorio y una serie de confesiones del propio Dante;[33] la época de vida desordenada junto con Forese Donati, y los amores auténticos o simulados por Pargoletta, Pietra, la donna gentile, Lisetta y Violetta;[34] el endeudamiento personal por causas desconocidas, en una cantidad desorbitada para aquel tiempo, demostrado en «seis certificados de deudas de indudable autenticidad» (Scartazzini);[35] y, por último, sus actividades políticas.

Relación de los priores del año 1300 en la que se incluye el nombre de Dante: «Dante Alagherii pro sextu Porte Sanctipetri». Archiuio dello Stato, Florencia.

¿Qué fue Dante en realidad? ¿Un padre de familia y un moralista austero? ¿Un erudito inmerso en el estudio? ¿Un laborioso poeta? ¿Un dandi apresado en las redes del mundo? ¿Un tenorio, un juerguista, un manirroto, un activista político? ¿Un hombre de acción que vacilaba entre el amor a su patria y a la humanidad?

Muchos periodos de su vida permanecen oscuros debido a la escasez de datos históricos, pero esta década parece infinitamente rica; y esta dispersión, esta variedad contradictoria, caracteriza toda su existencia, incluso los disfraces con los que se reviste en sus obras: su coartada de caballero que sublima su pasión en la Vita Nuova; su traje de pedante en el Convivio; su cogulla de teólogo ortodoxo en la Commedia; su armadura del hombre de mundo que está de vuelta de todo en De volgari eloquentia; la lira de oro del exquisito portavoz de los más elevados valores en la mayoría de las grandes canciones; el gorro de bufón del satírico agresivo en algunos sonetos del Canzoniere.

La evolución y padecimientos políticos de Dante constituyen uno de los puntos calientes de la investigación dantista, y para tratar de analizar este espinoso asunto, hemos de partir de los datos que nos proporciona el propio poeta. ¿Qué nos dice al respecto la Commedia?

Hay siete pasajes del magno poema que formulan predicciones del futuro a partir del año 1300 y que contienen referencias directas a la evolución —o revolución— política de Florencia y al destierro de Dante; todos ellos demuestran, en conjunto, que, al menos durante el periodo de redacción de la obra (es decir, aproximadamente entre 1304 y 1320), su autor carecía de compromiso político con partido alguno.

Tras de muchas turbaciones,

se verterá la sangre, y el partido

salvaje echará al otro entre baldones.

Después, conviene que éste sea vencido

cuando pasen tres soles, y se encumbre

el otro, por quien duda sostenido.

Por largo tiempo seguirá en la cumbre

y mantendrá a los otros humillados,

causándoles enojo y pesadumbre…

(Inf. VI, 64 ss.)

Retrato de Dante en el Códice Palatinus (manuscrito 320 de La Divina Comedia). Siglo XV. Biblioteca Nacional, Florencia.

Para el lector que no posea los conocimientos previos que Dante presuponía en sus contemporáneos, esta profecía del canto VI del Infierno resultará ininteligible. El «partido salvaje» (parte selvaggia) es el partido de los Cerchi, familia de banqueros que se había mudado a la ciudad desde los bosques de Mugello, es decir, el partido «blanco» al que también pertenecía Dante, como luego nos enteraremos; curiosamente, esto más que una defensa supone una acusación, porque en junio de 1301 los jefes del partido contrario, el «negro», fueron expulsados sin miramientos.[36] En consecuencia, parece justo y merecido (conviene) que, a comienzos del año siguiente, su partido fuera castigado de manera muy dura por aquéllos, que habían regresado con la ayuda del papa (por quien duda sostenido), proscrito y privado totalmente del poder hasta junio de 1304, fecha de la última tentativa de reconciliación (o sea, hasta tres soles después: la génesis de estos acontecimientos se prolongó por espacio de tres años).[37]

En el cerco cenagoso del infierno donde expía sus culpas el parásito Ciacco, que como gorrón inveterado lo sabe todo muy bien, son condenados los dos partidos, o lo que es lo mismo, todos los florentinos en bloque, cuyas soberbia, envidia y avaricia denuncia el interlocutor de Dante como causas de todas las calamidades de Florencia. Estos tres vicios —enumerados también después por Brunetto Latino— nos proporcionan una pista segura para interpretar los tres animales del canto primero que obstruyen el camino de la salvación al peregrino extraviado. Ni en éste ni en otros pasajes se alude al papel que desempeñó el propio Dante, ni a sus actividades, a sus afanes, a su posible culpa o a su grado de participación en todas estas cambiantes luchas de partido. Pero aunque su autor no lo afirma de manera explícita, el tono general que subyace en la Divina Commedia no es el del peregrino del infierno que está a punto de culminar su carrera política, sino el del poeta solitario desencantado con los partidos. Sólo así se entienden las contradicciones en que, a menudo, incurre Dante. Por ejemplo, los nuevos ciudadanos enriquecidos, atacados con tanta violencia en varios lugares, son precisamente los «blancos», que en 1300 todavía eran sus compañeros de partido y por los cuales Dante arriesgó la vida y perdió sus bienes. El poeta de la Commedia, en el futuro, sólo tendrá en común con los bianchi la actitud anticlerical y la simpatía hacia los gibelinos. Por lo demás, el ideal de Dante parece que fue la vieja Florencia de Cacciaguida, la del tiempo de los marqueses, y este ideal era defendido por los «negros». Las vicisitudes, intrigas, esferas de influencia, luchas de partido y querellas familiares de la historia florentina de estos años forman una madeja tan enmarañada y confusa, y son analizadas de manera tan diferente por los distintos historiadores, incluso en lo que se refiere a la cronología, que no nos parece éste el lugar más apropiado para desentrañarlas.

Estatua de Bonifacio VIII, papa desde 1294 hasta 1303, realizada hacia el año 1300. Museo de la Catedral, Florencia.

En cualquier caso, hacia 1300 Dante pertenecía al partido democrático-burgués, que defendía la independencia y la libertad garantizadas por las leyes, frente a los magnates inmovilistas y frente a las reivindicaciones de poder temporal por parte de la Iglesia. Simplificando demasiado, cabría decir que la victoria final del partido «fascista» (por su orientación política y sus métodos) de la pequeña nobleza feudal, que era al mismo tiempo el partido del clero y que fue combatido con gran ahínco por el político Dante, supuso a la vez una victoria clara del papa Bonifacio VIII y de su condotiero francés, Charles de Valois. Mas a pesar de recurrir al uso de la fuerza, los nuevos señores no lograron arrancar de cuajo el progreso democrático en Florencia, aunque la vida del más insigne florentino se desgajó en dos mitades que se desmoronaron abruptamente. La ruptura fue tan irreparable que —simplificando de nuevo— el antiguo y fervoroso demócrata se convirtió con el mismo apasionamiento en un monárquico a ultranza, incluso con rasgos imperialistas, y el representante del pueblo dentro de un gobierno corporativo, en partidario de los últimos grandes señores feudales de Italia, en cuyas cortes todavía tenía cabida su utopía del imperio universal. Dante tuvo que darse cuenta, sin embargo, de que la adopción de las ideas gibelinas era simplemente un disfraz para ocultar su despotismo: personajes como Cangrande y Ugoccione della Faggiuola parecían casi tiranos renacentistas.

El segundo de los augurios adversos lo pronuncia una figura muy diferente al rastrero Ciacco: se trata del orgulloso caudillo gibelino Farinata degli Uberti. Dante se topa con él en el círculo de los epicúreos y herejes. A pesar de ser un viejo enemigo de los antepasados güelfos de Dante, éste trata con sumo cuidado y respeto a dicho personaje, y por sus palabras se diría que incluso lo rehabilita, al mismo tiempo que el poeta se avergüenza de ser güelfo, mientras escucha las palabras de Farinata que le prevenían contra otros güelfos.

La profecía de Farinata. Grabado de Piroli según ilustraciones de John Flaxman (1757-1827).

«Mira allí a Farinata levantado:

de la cintura arriba le verás.»

Yo en sus ojos mi vista había clavado

y él su pecho y la frente levantaba

como aquel que al infierno ha despreciado.

La mano de mi guía me empujaba

entre sepulcros, firme y diligente;

«Con mesura hablarás», me aconsejaba.

Cuando llegué a la tumba, brevemente

miróme y dijo, casi desdeñoso:

«¿Quiénes fueron tus mayores?», y obediente

fui, pues de serlo estaba deseoso.

Mis palabras ante él me descubrieron

y, tras alzar las cejas, con reposo

me dijo: «Fieramente se opusieron

a mis padres y a mí y a mi partido:

por mí dos veces desterrados fueron.»

«Si fueron alejados, han sabido

ambas veces volver —le respondí—,

y tal arte tu gente no ha aprendido.»

«Que tal arte aprender les sea imposible

—dijo, continuando— me atormenta

más que este lecho, y es más insufrible.

Su faz no habrá encendido otras cincuenta

veces la que aquí abajo es soberana

sin que el peso de ese arte tu alma sienta…»

(Inf. X, 32-51, 76-81)

De nuevo, como en la profecía de Ciacco, aquí no se alude al año del destierro de Dante (1302), sino —suponiendo que el diálogo con Farinata tuviera lugar en la mañana del Sábado de Gloria, o sea el 9 de abril de 1300— a los primeros días de junio de 1304, y la razón es que, precisamente, el 8 de junio fracasaron los últimos intentos de reconciliación emprendidos por el cardenal Niccolò da Prato; ese mismo día huyeron de la ciudad los negociadores de los desterrados que habían sido invitados por el cardenal. El descalabro militar del 20 de julio fue tan sólo un triste epílogo (ver notas 3 y 41). De ese fulgurante duelo verbal entre el poeta y Farinata, del que hemos citado algunas frases, se ha pretendido deducir, que el desterrado Dante llegaría a comprometerse más tarde, al menos durante algún tiempo, con el partido del noble general florentino, enemigo de su familia desde antiguo. El año 1304 debió de revestir para el poeta una relevancia especial.

El odio irreconciliable entre los miembros florentinos de los diversos partidos, que Farinata refleja con amargura y que Dante había de experimentar en su propia carne, establece una comunidad de infortunio entre ambos enemigos y produce un efecto casi tan conciliador como la gratitud espiritual que el poeta muestra hacia su paternal amigo y maestro Brunetto Latino.[38] A éste lo halla un poco más adelante en el círculo en el que se expían los pecados contra la naturaleza, y Dante deja que su maestro se explaye (Inf. XV, 70 ss.). Y en este pasaje sí hay una declaración programática y explícita sobre la independencia política:

La suerte que te aguarda es tan honrosa

que ambas partes de ti querrán hartura,

mas no alcance las uvas la raposa.

Dante contesta con buen humor los avisos que le da sobre las desgracias que le esperan:

Y me place qué os sea manifiesto,

con tal que mi conciencia esté callada,

que ante cualquier fortuna estoy dispuesto.

Ya me ha sido esta especie anticipada:

a su rueda Fortuna en movimiento

puede poner, y el labrador su azada.

El único pasaje de la Commedia del que se desprende la militancia política de Dante —no del narrador, sino del peregrino— es el vaticinio cargado de malicia, y más parecido a una maldición, de Vanni Fucci de Pistoya, ladrón de iglesias violento y sanguinario (Inf. XXIV, 143 ss.):

Escaseará en Pistoya el Negro bando

y cambiará Florencia su argumento.

De Val de Magra, Marte irá arrojando

el túrbido vapor enfurecido

y una agria tempestad vendrá tronando

sobre el Campo Piceno combatido;

y, de repente, al despejarse el cielo,

todo el que sea Blanco será herido.

¡Y esto lo digo por causarte duelo!

El último verso señala al poeta como perteneciente al partido «blanco», y podemos suponer incluso que no fue completamente ajeno a la expulsión de los «negros» de Pistoya, forzada con cruento terror por la blanca Florencia. La violencia de toda la escena ha inducido a numerosos comentaristas a ver en el salvaje Vanni —figura rebelde no exenta de cierta grandeza— sólo un antagonista político. Pero en vida de Vanni Fucci las disputas y diferencias entre los partidos no revestían virulencia, de modo que no cabe explicar el odio personal de Dante argumentando que iba dirigido contra un enemigo político. Se da incluso la circunstancia —muy poco conocida— de que ambos fueron compañeros de armas en el mismo ejército que marchó contra los pisanos de Caprona y aunque Vanni Fucci se adhirió más tarde a los «negros» en las pugnas interpartidarias de Pistoya, ¿no perteneció también a una familia «negra» el amigo más leal de Dante, el poeta lírico Cino da Pistoia tan alabado en su escrito titulado Sobre la poesía en lenguaje popular?[39] De todos modos, no se puede negar la afinidad íntima de todas estas figuras negativas (Vanni Fucci, Filippo Argenti, Corso Donati): a todos ellos les embarga el mismo orgullo rabioso, la misma violencia fulminante, ¡y todos son «negros»! O, en lenguaje más actual, extremistas de derecha. Pero ¿es suficiente este leitmotiv de lo demoníaco, en el que se incluyen figuras míticas como Capaneo o el tópico de la brutalidad de Catilina —presente no sólo en Dante—, para tachar al poeta de parcialidad?

Página del documento por el cual se condena a Dante al destierro el 10 de marzo de 1302. El poeta ocupa el lugar número once entre quince desterrados. Libro del chiodo. Archivio dello Stato, Florencia.

Tumba de Spinetta Malaspina, muerto el año 1352 en Fosdinouo di Magra. Kensington Museum, Londres.

En las mismas palabras de Vanni Fucci hallamos un argumento contrario. El terrible y amenazador enemigo, la agria tempestad del valle de Magra, que decidirá en 1306 la lucha por Pistoya, no es otro que Moroello Malaspina, marqués de Giovagallo y mecenas de Cino da Pistoia, en alguno de cuyos castillos, o en el de sus parientes más próximos, hallará asilo ese mismo año de 1306 el poeta desterrado. Testigos dignos de crédito[40] nos garantizan que este gran adversario, tras su ruptura con los florentinos, de los que fue jefe del ejército, se convirtió en amigo personal del poeta, quizá gracias a los buenos oficios de Cino o de su propia esposa, Alagia, sobrina del papa Adriano V y figura muy ensalzada en el Purgatorio (Purg. XIX, 88). Sea como fuere, en el año 1306 Dante debía de haber roto todos sus lazos con los «blancos»; parece que en esta época, el «negro» Lucca también le brindó asilo.

El siguiente vaticinio de la serie de nuestras siete profecías se refiere a la hospitalidad que la familia Malaspina le ofreció en sus fortalezas de la Lunigiana: lo hace Corrado Malaspina, el joven marqués de Villafranca, padre y tío de los tres Malaspina, para los que el poeta hará un tratado de paz, que aún se conserva, con el obispo de Luni. (Omitimos aquí, a propósito, toda la problemática referente a las dos ramas de la familia: la güelfa y la gibelina.) En el valle de los príncipes del antepurgatorio, el caballero Corrado Malaspina ofrece una de las pruebas más valiosas de la exactitud de las dataciones de Dante: antes de transcurrir siete años solares, el peregrino del más allá se convencerá en la tierra y con sus propios ojos de las excelencias de la estirpe y de la patria de los Malaspina de Valdemagra, ya que los elogios que les dirige en 1300 en la conversación con el fallecido marqués no derivan de la propia experiencia.

Vista de Castelnuovo di Magra.

La fama que enaltece a tal linaje

de señores y tierra es pregonada,

y es conocida sin que se haga el viaje.

«Me —me dijo— que el Sol no habrá buscado

siete veces el lecho que el Camero

abarca con sus patas, y clavado

este juicio cortés y lisonjero

tú tendrás en mitad de la cabeza,

no con palabras, con mejor acero,

si el juicio en el camino no tropieza».

(Purg. VIII, 124-139)

Aunque no se ha llegado a averiguar de manera incontestable de cuál de los dos Moroellos entonces vivos era huésped Dante, el hecho de su estancia en la Lunigiana debería contribuir a relativizar el alcance de las pugnas interpartidarias del momento. En la elección de amigos y enemigos personales no se seguía el criterio de la adscripción a un determinado partido, y ésta tampoco determina la calificación moral de los personajes de la Divina Commedia. El general y gobernante de Siena era, por su condición de gibelino, un enemigo —al igual que Farinata— de Dante o de sus antepasados güelfos, y, sin embargo, la narración de su suerte en la zona del purgatorio donde se purga el pecado de la soberbia, descrita por el pintor Oderisi (Purg. XI, 136-142), desprende una cálida simpatía, y proporciona a la vez la referencia más breve, rotunda y conmovedora del rigor del exilio que aguarda al poeta. El orgulloso señor de Siena, al sacrificarse por un amigo, se convierte en un ejemplo de autodesprendimiento y humildad:

Por librar a su amigo, delincuente

en la prisión de Carlos, ha obligado

a temblar a sus venas febrilmente.

No digo más, y sé que hablo velado,

más dentro de muy poco tus vecinos

harán que tú te des por enterado.

Tal obra franqueóle estos caminos.

La explicación más detallada e interesante la da, naturalmente, su bisabuelo Cacciaguida, cuya aparición constituye —en otro sentido— uno de los puntos culminantes del poema y uno de los objetivos del peregrinaje de su autor por el más allá (Par. XVII, 46-69):

Y, cual de su madrastra la inclemencia

a Hipólito de Atenas alejara,

así tú debes irte de Florencia.

Esto se quiere y esto se prepara,

y muy pronto se hará lo que se piensa

donde a Cristo se merca al pie del ara.

A la parte ofendida, tras la ofensa,

la culpa gritarán; más la venganza

probará la verdad que la dispensa.

Todo lo que más amas, sin tardanza

has de dejar; y es ésta la primera

flecha que el arco del destierro lanza.

Cómo sabe de sal probar te espera

el pan de otros, y cuán duro es el arte

de subir y bajar por su escalera.

Y lo que más la espalda ha de agobiarte

será la mala y necia compañía

en la que en este valle habrás de hallarte;

que ingrata, contra ti, loca e impía,

ha de volverse, pero de seguido

ella, y no tú, sonrojaráse un día.

De su bestialidad, su cometido

prueba dará; y, así, tendrás a gala

hacerte de ti mismo tu partido.

Iglesia románica de San Godenzo. Mugello. El 8 de junio de 1302 se reunieron en este lugar dieciocho representantes de los desterrados florentinos, entre los que se encontraba Dante, para deliberar con los Ubaldini.

Así pues, Cacciaguida le pronostica su desencanto para con sus viejos amigos de partido, y los denomina con apelativos que permiten adivinar profundos desacuerdos entre ellos y el poeta. Dante califica a la gente que le acompaña en el destierro de mala (malvagia), necia (scempia), ingrata (ingrata), loca (matta) e impía (empia), y resume su juicio en una palabra: bestialità (bestialidad). El comportamiento de los desterrados en el año decisivo de 1304 denota una honradez ingenua, y también credulidad, desunión e indecisión frente a las maquinaciones de los «negros», que dieron al traste con el plan de paz del sincero papa Benedicto XI.[41] Dante debió de romper los lazos con sus compañeros en el lapso de tiempo que transcurrió entre la marcha del encolerizado legado cardenalicio y la «loca» operación militar de La Lastra, en la que los exiliados «mostraron la testa ensangrentada». Con esa orgullosa fórmula (Hacerte de ti mismo tu partido) su bisabuelo resume la declaración programática de la independencia política, ratifica el lema de la responsabilidad de los propios actos que Virgilio formula al final del Purgatorio (Libre es tu arbitrio, y sana tu persona, / y harás mal no plegándote a su mando, / y por eso te doy mitra y corona), y, además, recalca el principio de la ausencia de compromiso del individualista, es decir, lo mismo que se manifiesta en los primeros versos del canto XI del Paraíso como no-compromiso del místico, usando el término clave desprendido (sciolto). La neutralidad no se refiere únicamente a los dos partidos florentinos, sino también a la escisión secular en güelfos y gibelinos, y así lo aclara el emperador Justiniano (Par. VI, 100-105) al concluir la historia del águila romana con estas palabras:

Uno al signo común doradas flores

opone, y quiérelo otro de su parte,

y es fuerte ver quién cae en más errores.

Urdan los gibelinos, urdan su arte

bajo otro signo, que es secuaz indigno

aquel que su justicia no comparte.

Por nuestra parte, añadimos que hay razones de peso que abonan la hipótesis de que Dante comenzó la redacción del Inferno el año 1304, en Verana.

Dos pasajes más, con referencias encubiertas al destino de Dante, completarían las siete citadas convirtiéndolas en nueve: el encuentro con Gentucca en Lucca (Purg. XXIV, 40-45), vaticinado para una fecha no determinada, y la silueta del peregrino Romieu (Par. VI, 139-142) que, en cuanto exul immeritus[42] prefigura con bastante claridad la marcha y el peregrinaje del poeta y, en consecuencia, también la profecía de Cacciaguida.

Durante la fase del exilio, tan pobre en testimonios, el episodio más notable de su vida política fue su participación en las labores de propaganda a favor de la desgraciada campaña de Italia del emperador Enrique VII. Por lo que concierne a las relaciones de Dante con este fruto tardío del imperio, las epístolas al triunfador Henricus, a su esposa, a los príncipes italianos y a los impíos florentinos, nos proporcionan suficiente información. Estos documentos, escritos en un latín conventual ampuloso, destilan una retórica de corte intelectual y humanista que no armoniza ni con los presupuestos lingüísticos del poeta de la Commedia, ni con la objetividad rigurosa del filósofo militante, pero también, autor de la Monarchia. Sus advertencias, que cayeron en saco roto, ponen de manifiesto, sin embargo, un análisis muy lúcido y realista de la situación.

Es a su antepasado del cielo de Marte a quien debemos datos más consistentes, concretados en torno a la valiosa referencia a Verana y a sus hereditarios señores, los Scaligero,[43] Bartolommeo y especialmente Cangrande, figura histórica esta última muy significativa en el contexto general de la leyenda dantesca, y a la que se ha querido aplicar la profecía del Lebrel[44] (Infierno I). A Cangrande, aliado del imperio y enemigo del pontificado —sufrió pena de excomunión—, le dedicó el poeta el Paraíso por medio de su famosa y solemne epístola, pero su grandioso monumento ecuestre —desde el cual, armado hasta los dientes, el personaje se ríe hasta de su propio sarcófago— nos parece más apto como símbolo de uno de los protectores del infierno. El Dante vagabundo, el rebelde, el autor de libelos mordaces, mereció mejor suerte con este príncipe que el Dante profeta de la armonía celestial y de la paz eterna. Precisamente por eso, parece que no permaneció demasiado tiempo en su corte, porque, según cuenta Petrarca, estaba en una posición desfavorable por la competencia de bufones y cómicos.

Vista de Verona desde el teatro romano.

¿No podría ser este caballero embozado que corona el monumento de Scaligero un personaje de Shakespeare? ¿O tal impresión deriva de la costumbre de identificar a Verona con Shakespeare? Sin embargo, no olvidemos que la acción de Romeo y Julieta se desarrolla en la época de Dante, y ¿acaso no evoca hoy esta ciudad con especial intensidad el mundo dantesco? El cuadro de conjunto de Verona es muy distinto al de Florencia, y no sólo por sus murallas románicas y su gótico primitivo: durante mucho tiempo, la Arena romana ha sido considerada un modelo del embudo del infierno dantesco. Sus puentes, torreones y murallas medievales reforzadas con almenas, aunque fueran levantadas tras la muerte del poeta o hayan sido restauradas recientemente, recuerdan a la ciudad de Dite. En Verona se encuentra la antigua iglesia de San Zeno, que no ha sufrido grandes transformaciones desde la época de Dante: su pórtico de estilo románico primitivo —que Dante debió de traspasar con frecuencia— ofrece en una de las veinticuatro escenas de la parte izquierda de la puerta, cincelada al menos doscientos años antes de nacer el poeta, una representación del infierno sorprendentemente dantesca: el descenso de Cristo al limbo. En esta escena, reconocemos enseguida en el demonio mayor al juez infernal Minos; la muralla de la ciudad, reforzada con torreones, oculta los arcanos de Dite; y situado en primer plano, en el centro, por delante de los diablos menores, se encuentra un pozo que atrae irresistiblemente la mirada, del que sobresalen las dos piernas de una persona metida cabeza abajo dentro de él, ¡exactamente igual que el papa simoníaco Nicolás! (Inf. XIX, 13 ss.). La escena está situada a la altura de los ojos, y los visitantes de la iglesia tenían que verla forzosamente al entrar. Todo esto demuestra cuán antiguos son los materiales previos que integran el arsenal de la Commedia.

Estatua ecuestre de Cangrande en Verona, realizada a mediados del siglo XIV. En la actualidad, el original se encuentra en el Museo del Castelvecchio.

Busto de Cangrande. Detalle de la estatua de la página anterior.

Cristo en el limbo. Relieve en bronce perteneciente a la puerta de la iglesia de San Zeno. Verona, siglo XI.

Descenso de Cristo al limbo. Ilustración de William Blake para la Divina Comedia. Tate Gallery, Londres.

Es cosa sabida, además, que Dante encontró en los valles prealpinos situados entre Verona y Trento, al igual que anteriormente en las montañas del Casentino, estímulos muy concretos para perfilar los paisajes surrealistas del Infierno.[45] En cambio, la Lunigiana podía haberle sugerido los rasgos románticos del Purgatorio. Esas terrazas de montaña, esos acantilados, esos valles sinuosos alejados del mar pertenecen al mismo tipo de paisaje de la Liguria que cinco siglos más tarde inspirarían a Nietzsche su escenario del Zaratustra.[46]

Pero ¿cabe imaginar un entorno más adecuado para la perfección del Paraíso y para los últimos años del poeta que Ravena, esa ciudad del antiguo cristianismo gobernada por el ilustrado y benévolo Guido da Polenta y por un arzobispo que se empeñaba en mantener a todo trance su independencia frente al papa?[47] Seguramente, las basílicas, baptisterios y mausoleos de Ravena avivaron los recuerdos del poeta cincuentenario sobre su «hermoso San Giovanni», donde siendo niño había admirado los primeros mosaicos con escenas de la vida de ultratumba. Con todo, los grandes mosaicos de Ravena constituían arquetipos estilísticos para florentinos muy posteriores; en Ravena, las figuras de personajes ilustres son despojadas de connotaciones objetivas e investidas con el fulgor de lo sobrenatural, y pueden parangonarse perfectamente por su luminosidad, que provoca la transfiguración y el éxtasis, con el Paraíso. Allí vio Dante las blancas vestiduras (bianche stole) de sus bienaventurados con su halo de oro (luz, fuego, luce intellettuale), iluminados por la luz de las velas o la del sol que se filtraba por las cristaleras de alabastro suavemente translúcidas… En su poema recordó, como es sabido, la Pineta, el pinar idealizado de Chiassi, atravesado por canales de aguas tranquilas, y que el poeta trasladó a la cima de su paraíso terrenal. Nosotros, además, conocemos el mausoleo neoclásico que la ciudad levantó en honor del poeta durante la época de la Ilustración:[48] sus restos mortales tuvieron que mantenerse ocultos durante siglos a los ojos de la Iglesia… Los padres de la Ravena moderna, con un tesón digno de encomio, lograron rodear con un impresionante «muro de silencio» el centro de la ciudad, hoy de nuevo frecuentada por el tráfago urbano, y, gracias a una restauración afortunada del entorno medieval (el convento de los franciscanos con sus claustros, sobre todo), potenciaron la escasa importancia del mausoleo, transformando la zona situada entre la vía Dante y la Piazza dei Caduti en un todo armónico.

Poppi, castillo de los condes Guidi en el Casentino. En él, Dante escribió varias cartas, como secretario del conde, en la primavera de 1311.

El pinar de Chiassi, cerca de Ravena.

Concento de los franciscanos y mausoleo de Dante en Ravena.

Sepulcro de Dante, en Ravena.

Se podría escribir un grueso libro estudiando los lugares de Italia que, con más o menos probabilidades, recorrió y conoció Dante, eternizándolos a menudo en unos pocos versos; en realidad, semejante obra fue escrita ya a finales del siglo pasado: se trata del libro de viajes, ameno e instructivo todavía en la actualidad, titulado Las huellas de Dante en Italia, de Alfred Bassermann. Aunque es una ocasión muy tentadora, debemos renunciar aquí a mencionar detalles de dicho libro; preferimos examinar y rastrear los recuerdos que el poeta dejó en su obra.

Lo más esencial al respecto es dejar constancia de que Dante no emprendió su periplo como turista, sino obligado por las circunstancias; como un represaliado político, como un proscrito; en consecuencia, debía estar prevenido contra sus enemigos por dondequiera que fuera, incluso dentro de territorios amigos. Además, muy probablemente, en los primeros años del exilio su vagabundeo debió de ser constante, y quizá ni él mismo sabría dónde descansaría ni qué mesa compartiría al día siguiente. Aparte de los pasajes ya enumerados de la Commedia, incluso los tratados eruditos dejan traslucir inopinadamente su intimidad cuando pide disculpas por las imperfecciones de una obra arrancada a la miseria, o cuando se toma a sí mismo como ejemplo para analizar problemas o cuestiones tan universales y humanas como el alma y la fortuna, el honor y la fama.[49]

Desde el punto de vista histórico, y sobre todo literario y evolutivo, el poeta reconoce la acción de Dios desentrañando detalles objetivos y comprobables; su genio sintético le empuja a examinar los fenómenos aislados para trascenderlos y hallar series de relaciones de causa a efecto —el motor oculto de las leyes y azares históricos— dentro de un contexto estilístico-expresivo. Dante no deja sitio alguno al «ser indivisible» del hombre concreto, sino que lo convierte en un receptáculo de elementos más precisos y heterogéneos, comprobables en la historia. Su mérito reside indiscutiblemente en haber corregido y potenciado casi ad absurdum la «creación a partir de la nada», el fetichismo de la originalidad sin hipótesis previas. Pero ¿no se arriesga con ello a desviar nuestra atención de lo esencial para sustituir la figura única, que él trata de esbozar y delimitar, por clichés, modelos, estructuras despersonalizadas y tópicos?

Quizá la psicología esté más capacitada que la historia para desvelar los estímulos ocultos y las interrelaciones conceptuales más íntimas, que rara vez se identifican con los móviles conscientes del poeta o con los comentarios de sus contemporáneos, pero no se puede dudar de su eficacia respecto al poeta —puesto que los impulsos creadores son subliminales— ni respecto a sus lectores —ya que el resultado de tales impulsos continúa provocando fascinación.

¿No subyacen en las relaciones íntimas —pero palpables— entre la obra de Dante y su destino personal (exceptuando los pasajes en que habla abiertamente de sí mismo) estímulos e interrelaciones de orden psicológico-personal, descifrables tan sólo a la luz de la psicología individual? Aunque no todas sean tan evidentes, podemos citar como ejemplos las correspondencias existentes entre su exilio político de por vida y la condenación eterna, entre su vagabundeo terreno y su peregrinación por el más allá, entre su deseo de rehabilitación en este mundo y su esperanza de salvación en el otro, entre el ansiado retorno en olor de multitudes a su ciudad natal y el recibimiento solemne de su patria celestial, entre su frustrada exigencia de justicia en la tierra y el riguroso orden moral en el mundo sobrenatural. Todo esto no son interpretaciones o comentarios adicionales, sino hipótesis que confieren intensidad poético-expresiva a los elementos que hoy conocemos de la concepción del mundo medieval. El bosque oscuro del extravío —punto de partida de todo— y los «padecimientos e infortunios» que, según la carta de Dante, tuvieron «su origen en el desgraciado cargo de mi priorato»; la montaña de la salvación, meta luminosa de toda vida activa; las tres fieras consideradas como pasiones políticas que le estorban el camino; la puerta de la ciudadela de Dite como símbolo onírico de la ciudad natal inaccesible, que sólo un héroe (¿un ángel? ¿Eneas? ¿El emperador?) podría volver a abrir; todos estos datos evidentes no son «alegorías», metáforas o imitaciones, sino prefiguraciones del destino político del poeta vistas desde la perspectiva del año 1300. Recordemos esos pasajes sorprendentes —auténticos puntos neurálgicos— que hablan de la posible abolición del decreto divino de condenación, de la posible remisión, incluso, de las penas eternas, de la ayuda misericordiosa contra los poderes infernales; una lectura semejante conduce irremisiblemente a la biografía del poeta. Compárense ciertos acontecimientos de la Commedia (por ejemplo, la fantasía de la coronación de Dante como poeta en San Giovanni o la demostración de la victoria sobre Dite y las Furias) con otros más concretos de la obra, y especialmente con los pasajes que versan sobre la injusta dureza del destierro y sobre la esperanza del regreso a la patria en el Convivio, o en poemas como Tre Donne o Montanina.

Dante y Virgilio, conducidos por el rey de Arcadia, cruzan el lago que rodea la ciudad de Dite. Museo del Louvre.

Quizá sea la utilización tan personal que Dante hace de la gigantesca acumulación de materiales imaginativos y conceptuales lo que consigue despertar y avivar nuestra simpatía después de tantos siglos. Quizá resida ahí la vigorosa actualidad de su magno poema.

Ir a la siguiente página

Report Page