@daniela

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Qué peligro tenemos

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Qué peligro tenemos

 

 

Comenzó a sonar una canción cañera, y Eli y yo subimos a una de las tarimas para mover el esqueleto y cantar lo que nos echaran.

—¡Daniela, mira ese tío! Cómo está el amigooooo —me reí pero no vi dónde me decía.

—Cómo no hay tíos aquí —le hablé más cerca.

—Al fondo y a la derecha —dijo riendo.

—¿En los baños? —reí yo también.

Joder, eso me hacía falta. Juerga sana. Diversión. Risas. Amigos. Aquello era lo que a mí me llenaba de energía.

—No, Daniela, estás cegata. Mira mi dedo —y me acerqué a ella, dejando de bailar.

—A ver, apunta  —le dije riendo.

—Ese —seguí la dirección hasta ver a…

Fede, Rafa, Julio y Bruno, como no, al que Eli señalaba. Le bajé el brazo de un manotazo pero no llegué a tiempo porque Bruno nos vio. Me miró, alzó su copa hacía mí a modo de saludo y no sé por qué, le hice una reverencia de las que él solía hacer, como en la edad media. Sonrió y yo hice lo mismo.

—Ay la leche, Daniela, ¿quién es?

—Un compañero de trabajo; Bruno —le dije dando la espalda al susodicho.

—Te lo has tirado —soltó señalándome.

—Un poco —le confirmé y nos reímos como dos gallinas.

Bajamos de la tarima y nos reunimos con Martín, Sofía y Santi.

—¿A quién saludabas? —preguntó Sofía.

—A Bruno —respondí—. Está con sus amigos, al fondo a la derecha.

Eli y yo volvimos a reír.

—Qué peligro tenéis —dijo Martín.

—Nada que no sepas, enano —le repliqué riendo.

—Martín, si somos ingenuas e inocentes —Eli nos cogió a Sofía y a mí y las tres los miramos aleteando nuestras pestañas.

—Daniela —me sorprendió gratamente oír a Bruno a mi espalda.

Presentamos a los desconocidos y yo saludé a los amigos de Bruno. Rafa, me miró con cariño. Martín y Bruno evitaron saludarse aunque Bruno observó que Eli abrazaba a Martín por la cintura.

—¿A punto para las vacaciones? —le pregunté a Bruno queriendo romper el hielo con él.

Yo empezaba el martes a currar y él sus vacaciones de diez días.

—Sí, ya me tocan. ¿Tú qué tal? Te veo más morena.

—Sí, he pasado unos días en la montaña, con unos amigos —Le hablaba pero intentando no fijar mi mirada en la suya. Temía quedarme atrapada—. ¿En la revista todo bien?

Me sentía rara, qué decir.

—Sí, todo tranquilo. Se nota que faltáis algunos por allí.

—Claro, normal.

—¿Así que Martín tiene novia?

Me sorprendió el cambio de tema pero Bruno era así.

—Novia...no, de momento son amigos, ya me entiendes. Ella es muy maja y divertida —dije pensando que haría buena pareja con Martín.

—Ya os he visto en la tarima...

—Te señalaba porque…bueno, porque ha dicho que estabas bueno. Cosa que ya sabes de sobras.

Sonreímos, como si apenas nos conociéramos, jolines, ¿qué era esa timidez? Quise suponer que era la calma después de todas las tormentas que habíamos pasado. El sosiego. La tranquilidad.

—Vaya desilusión, creí que me señalabas tú, diciendo: ese es el tío con el que yo me casaría.

Lo miré abriendo más los ojos y soltamos los dos una buena carcajada.

—Anda Bruno, que me da un vahído de esos, no hables de boda.

—Boda, amor, purpurina rosa…

—Si me sale urticaria será por tu culpa.

Estábamos de cachondeo, por supuesto.

—Si quieres hablamos de nosotros…

¿Nosotros?

—¿De que me echas de menos? —le pregunté bromeando pero Bruno me miraba serio.

Se acercó a mi rostro, a cámara lenta, o eso me pareció a mí.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó con su voz sensual.

Y entre sus ojos, su tono y sus palabras me quedé sin habla. Mirándolo como una quinceañera. Se acercó a mis labios y habló casi tocándomelos. Para cualquiera que nos viera nos estábamos besando, pero no era así.

—Daniela…no puedo dejar de pensarte…así que o lo tomo o lo dejo, ¿verdad?

Sentí su mano en mi pierna y la otra en la cintura. Me acercó a él y noté su calentura. Madre mía.

—¿El qué? —pregunté intentando parecer tranquila.

—A ti —su mano subió despacio por mi pantorrilla hasta desaparecer bajo mi falda.

Bruno daba la espalda a nuestros amigos, con lo cual quedaba escondida tras él pero me puso nerviosa que me tocara de aquel modo tan cerca de ellos.

—Bruno… —quería decirle que parara y que continuara, todo a la vez.

Iba necesitada de él, hacía demasiados días.

—¿Qué quieres? —se atrevió a subir hasta encontrarse con la tela suave de mi tanga y me estremecí al sentir cómo sus dedos exploraban la zona.

Lo cogí también por la cintura, con fuerza, intentando controlar la excitación que sentía con sus caricias. Repentinamente entró uno de sus dedos y apreté mis dientes para no gemir. Escondí la cabeza en su pecho y Bruno me habló al oído.

—Daniela…siempre mojada para mí…si pudiera bajaría aquí mismo y te comería entera…despacio…hasta que gritaras mi nombre…

Joder. Su voz sumada a su dedo en mi interior me llevaba a desearlo con locura, tanto que se me fue la cabeza.

—Vámonos —le rogué.

—¿Irnos?

—Sí…

—Estás con tus amigos —su dedo me acariciaba con lentitud.

—Bruno…

Me daba igual. Yo solo quería sentirlo dentro, arriba, abajo, como fuera. Lo anhelaba.

—Mírame —me ordenó con voz grave y detuvo sus caricias.

Nos miramos traspasándonos, él mordiendo su labio inferior y yo apretando los míos.

—Ahora venimos —le oí que le decía a quien tuviera detrás y me cogió de la mano para cruzar la discoteca.

Me dejé llevar, sin preguntar. Solo veía su espalda, ese objeto de deseo que me arrastraba hacia dónde le daba la gana porque yo estaba sometida a su voluntad. Joder Bruno, fóllame, donde sea, en la esquina de la calle, en los baños, en un portal, donde podamos.

Me llevó hacia el parking oscuro, hacia su coche, con paso acelerado, como si nos persiguiera alguien. Nada más entrar, nos buscamos los labios con un ansia exagerada, como si nos lo hubiera prohibido alguien hasta entonces. Nuestras lenguas se enredaron, dentro y fuera de la boca. Mordiscos y besos succionando los labios del otro. Choque de dientes que indicaba el hambre que nos teníamos. Nos besamos un buen rato hasta que uno de los dos se atrevió a poner una mano en el cuerpo del otro y entonces fue una cosa tras otra. Caricias en la piel. Caricias en nuestros sexos. Bruno se bajó un poco los vaqueros y yo me subí la falda. Me senté encima de él cuando se hubo puesto el preservativo. Él cogió con fuerza mi cintura y yo su cuello, y empezamos a movernos en sincronía, gimiendo y nombrándonos: Bruno…Daniela…

Fue un desahogo, en toda regla. Un aquí te pillo aquí te mato. Lo que se llamaba un “kiki” años atrás, un rapidito. Pero fue intenso, como todo con Bruno. Sentí llegar el orgasmo y recordé lo mucho que me gustaba follar con él, lo que me hacía sentir, lo explosivos que eran los orgasmos con él. Nada que ver con otros.

—Dios, Bruno…

—Sí, nena, sí…

Me corrí llamándolo una y otra vez mientras Bruno iba besándome en la boca. A los pocos segundos sentí cómo se iba y cómo decía mi nombre entre gemido y gemido. Uffff. Lo abracé con fuerza y hundí mis labios en su cuello. Me abrazó del mismo modo. En silencio. Sintiendo mi respiración acompasarse con la suya. Dejando que nuestros cuerpos se calmaran después de aquel reencuentro increíble. Lo miré a los ojos y él se humedeció los labios.

—Deberíamos volver —dijo con su media sonrisa.

“Deberíamos volver”, me supo a poco. ¿Qué esperaba?

Nos vestimos y, sin apenas decirnos nada, volvimos con nuestros amigos. No hubo comentarios ni preguntas, ya éramos grandes para según qué  tonterías. Era evidente qué había ocurrido. Un polvo rápido, un polvo que me había dejado un mal sabor de boca. ¿Por qué? Si aquello era lo que yo siempre había querido.

 

El domingo, me levanté casi a mediodía, igual que Martín y Eli. Sofía llegó algo más tarde y comimos los cuatro. Me preguntaron si había ido a hacer calceta con Bruno y los mandé a paseo riendo. No les comenté más, ni que algo me rondaba por la cabeza. Después siesta en el sofá, aunque ahora era Eli quien estaba con mi amigo, cosa que no me importaba, al revés, me gustaba ver a Martín más relajado y feliz. Más tarde bajé con Sofía al Jamaica para tomar el café.

—Daniela, Julen sigue insistiendo en vernos, en querer hablar conmigo y en que le dé otra oportunidad.

Resoplé mientras daba vueltas a mi capuchino.

—Está como obsesionado —le dije pensando en él.

—No sé lo he dicho a Santi porque no quiero que vaya a por él, pero me escribe casi a diario. Si no es por el móvil lo hace por mail o por Facebook.

—¿Tanto? —Pregunté alarmada.

—Sí, hoy mismo otro mensaje. Y he ido mirando las fechas y primero eran esporádicos, pero va a peor la cosa.

—Joder Sofía ¿y qué vas a hacer? Quiero decir que no puedes dejarlo pasar, esto es acoso…

—Bueno Daniela, tanto como acoso…

—Pues ¿cómo lo llamas tú a eso?

—A ver, en parte lo entiendo…

—No —la corté sabiendo por dónde iba a ir—. No lo justifiques porque no es defendible. Nunca —le dije muy seria.

—Ya lo sé pero para mí Julen es…Julen ¿entiendes? Hemos estado muchos años juntos y lo conozco, y sé que esto lo hace porque está desesperado.

—¿Y qué? Me da igual lo desesperado que esté. Es un gilipollas de mucho cuidado y deberías buscar la manera de cortar con esto.

—¿Y qué hago? ¿Lo denuncio? Me parece exagerado…

—Pues después pasa lo que pasa, Sofía.

Me miró mosqueada.

—Perdona Sofí, no quería decir eso, es que me pone nerviosa ese tío y no sé, me da mala espina. Aquel día vino diciendo que había quedado contigo y es que tendrías que haberlo visto; ofendido y todo porque lo habías dejado plantado. Joder, y era todo mentira. Es que no dudó ni un segundo.

—Lo sé, a veces no lo reconozco.

—Ni yo, porque está muy raro y no es normal todo esto que hace. Y menos siendo policía, joder, que se le va la pinza.

—¿Y si cedo y hablo con él? No sé, en un lugar público, o en el piso, con vosotros otra vez…

—No sé, tú sabrás, pero piensa si realmente va a servir de algo porque si no te veo quedando con él cada equis tiempo para dejarle las cosas claras. Y ya tenemos una edad para entender según qué.

—Sí, es verdad, ya le dije todo lo que teníamos que hablar pero no sé qué hacer…

Suspiramos las dos, pensando qué podía hacer con Julen. ¿Denunciarlo? Sofía no quería meterse en ese embolado. Tampoco quería meter a nadie por medio, como podría ser Santi o incluso Martín. Hablar con él no iba a servir de nada. La única solución era ignorarlo y dejar que pasara el tiempo. El tiempo lo cura todo, dicen, o casi todo. El móvil nos interrumpió.

—Es Julen —me dijo seria.

—Pásamelo —le ordené y Sofía no dudó en dármelo—. Hola Julen… Sí, soy Daniela…No, Sofía no puede ponerse ahora…No sé si eres imbécil o te lo haces…Sí, claro lo que tú digas…Que te folle un pez —Y le colgué porque empezaba a desvariar.

—¿Qué…qué quería? —Sofía estaba nerviosa.

—Hablar contigo y cuando le he dicho que no podías, ha empezado a insultarme.

Yo aproveché el momento para intentar explicarle lo más suavemente posible a Sofía lo que me había ocurrido con Julen. Al principio se mosqueó un poco pero entendió que no quisiera meterle más miedo en el cuerpo. ¿Y ahora por qué me lo cuentas? Porque prefiero que juegues bien, con todas las cartas descubiertas Sofía, y ella lo entendió a la primera.

El lunes, que era mi último día de vacaciones lo aproveché para estar con mi familia. Primero visité a mis padres y después a mi hermana y sus retoños, con los que comí y pasé parte de la tarde. En su casa se estaba de vicio, la verdad, y con Lucía jugué a todos los juegos habidos y por haber.

Y el martes a currar y con ganas ya. Un martes no es un lunes, eso lo primero. También tenía ganas de ponerme al día, de escribir, de investigar, de hacer fotos. De sentarme en mi silla con mi ordenador. Pero cuando lo hice noté que a mi derecha había un gran vacío: no estaba Bruno, aunque cuando abrí uno de mis cajones vi un post-it.

“Buen retorno Daniela, nos vemos en diez días (o antes, vete a saber). Te dejo en el otro cajón unos papeles para que me des tu opinión. Un  beso”

Vaya…volví a leer la nota y sonreí. Seguidamente abrí el otro cajón y cogí unos papeles encuadernados. Lo abrí con curiosidad pensando que sería algún tipo de artículo. No, gracias de Bruno Abreu. Pasé la página. “Capítulo 1. Doña Berta”.  Comencé a leer con rapidez… ¡Joder! Era su nueva novela. Pasé las páginas para comprobarlo y sí, había tres capítulos más. Lo miré como si fuera un tesoro que había encontrado y sonreí ampliamente.

Me gustó, me gustó ese detalle, mucho. Que me pasara los primeros capítulos y pidiera mi opinión me enorgulleció. Aquella misma tarde me pondría a ello aunque lo primero que hice fue mandarle un mensaje vía WhatsApp.

“Sí, gracias, lo leeré hoy mismo”

Contestó al instante y primero puso unos emoticones riendo porque había pillado, como no, el chiste del “sí, gracias”.

“Sé crítica. No te cortes”

“No suelo cortarme”

“Lo sé, eres muy expresiva”

Uy, uy, ya no sabía de qué hablábamos, pero yo ya imaginaba otras cosas, como las del sábado en su coche,

En el trabajo todo seguía igual, excepto que no tenía por allí a Sofía, Bruno, Carla y Diana.

Jaime se interesó por mi estado anímico y le dije que ya estaba en forma. Con Toni hablamos sobre algunos trabajos que debía hacer, y de Andrea. Seguían juntos aunque la cosa iba lenta porque ella no quería correr más de la cuenta. Y el resto del personal me puso al corriente de las últimas novedades, incluido el episodio de la foto de Bruno con Natalia. Él apenas le hablaba y ella había desistido de ir a por él. Si no la conociera hubiera pensado que aquella manera de actuar había sido provocada por el alcohol, pero conociéndola…es que era tonta y punto.

Durante aquellos días que yo había estado de vacaciones, habíamos cambiado el formato de debate entre Bruno y yo. A Bruno se le había ocurrido hacer colaborar más a los lectores e iba soltando preguntas para que respondieran. Ahora me tocaba hacer lo mismo a mí pero antes quise leer que había ido escribiendo él.

“¿Por qué las chicas siempre tienen cosas que explicarse, aunque no se conozcan de nada?”

Sonreí, era muy cierto. Lo raro era que ellos no lo hicieran ¿no? Había miles de respuestas. Los chicos criticándonos y las chicas defendiéndose.

“¿Qué quieren decir las chicas cuando dicen “no me pasa nada”? Todo un misterio.”

Me reí de nuevo. Este Bruno…

“¿Por qué les gusta estar tanto rato en el baño? ¿Qué hacéis ahí dentro?”

No era mi caso y él lo sabía de sobras.

“¿Por qué a las chicas no les gustan las películas de guerra, espías y monstruos y, en cambio, les gustan tanto las historias de amor?”

Ahí discrepaba bastante, porque a muchas chicas nos gustaban todo tipo de películas, más bien eran ellos los que rechazaban algunas, como las de amor.

“¿Qué hacéis en una fiesta de pijamas, por Dios?”

Me reí por esa gilipollez. Yo nunca había hecho “una fiesta de pijamas”, ni mis amigas, por Dios.

“Sé que es un tópico de los grandes, pero ahí va: ¿por qué las chicas vais juntas al baño?”

Respuestas miles, sobre todo de las chicas: porque nos sale del potorro. Me reí mucho con las respuestas.

“¿Por qué tenéis esa supermemoria? Recordáis cosas que os dijimos hace diez años…”

Me descojoné sola imaginando a Bruno diciendo aquello con su cara de póker. ¿Es que ellos no poseen esa memoria?

Me divertí leyéndolo y me froté las manos; me tocaba a mí, así que preparé algunas preguntas para ir colgándolas en la revista durante el resto de la semana.

“¿Por qué esa pasión por el futbol y por las pelotas en plan troglodita?

¿Por qué los hombres de verdad no lloran? ¿Es algo físico? ¿Os falta el lagrimal o cómo va la cosa?

¿Por qué acabamos diciendo que todos los hombres son iguales?

¿De dónde sale ese afán de ganarlo todo? Que no sabéis perder ni a las canicas…

¿Es cierto que todos buscan lo mismo y solo piensan en una cosa? Ya sabemos de qué hablamos…

¿Por qué os asustan las mujeres inteligentes?...”

Le presenté las preguntas a Jaime y sonrió al leerlas. Lancé la primera al aire y al cabo de nada, una montaña de comentarios siguieron a la pregunta sobre el futbol. Aquel tema siempre daba de sí.

Por la tarde, cogí el escrito de Bruno y lo leí, despacio y saboreando sus palabras, tumbada en mi cama y escuchando música a un volumen bajo.

A la segunda página ya me había atrapado y no podía dejar de leer. Se me hizo corto, ¡mucho! Jolines, aquellos cuatro capítulos eran como una pequeña introducción y quería más. A parte de eso, me gustó. Los personajes eran muy distintos del anterior libro, no tenían nada que ver. Y los describía de tal forma que yo ya los tenía en mí cabeza, dibujados.

“Ya lo sabrás, pero me has dejado con las ganas de más. Personajes bordados, diálogos muy buenos y un asesinato en la página tres. ¿Qué más se puede pedir? No puedo decir nada en negativo, lo siento.”

Y era cierto, y no porque era de Bruno, y Bruno me gustara. No podía buscar los tres pies al gato porque sería absurdo. Lógicamente faltaba el resto y el final, que era lo que más esperaba cuando leía un libro: que el final no me decepcionara.

Volví a releerlo, para encontrar algún fallo, pero nada. Ese texto estaba mil veces revisado por Bruno y para mí, estaba perfecto.

“Gracias Daniela, estaba mordiéndome las uñas”

Me reí, qué tonto…

“De nada, Bruno, disfruta de tu novela, después lo haremos el resto”

“Estoy con el final, apoteósico, alucinante, te vas a… cagar de miedo, por no decir otra cosa”

Más risas, sobre todo imaginando su cara al decirme eso.

“¿O correr de gusto?”, estaba segura de que esas querían ser sus palabras.

“Ejem, Daniela, eso preferiría hacerlo yo…de nuevo”

“¿Creemos en las segundas oportunidades? ¿Por qué no? En una relación de amistad, con tu pareja, con tu hermano o con quien sea  que te interese. Amigas que se reencuentran al cabo de un tiempo y se preguntan: ¿dónde estábamos todos estos años con lo bien que nos entendemos? Parejas que vuelven a empezar, después de un buen tropiezo porque el amor les empuja a hacerlo, aunque cueste horrores y horas de terapia. Familias que vuelven a unirse porque prevalece el amor familiar por encima del millón de burradas que uno pueda hacer. Sí, chicas, dar una segunda oportunidad, no es dar un paso atrás, a veces es todo lo contrario, así que no os neguéis lo que queréis.” @danielatuespacio.

Aquella noche cené a solas con Martín y estuvimos hablando de su relación con Eli. Me confesó que no estaba enamorado y yo le pregunté cómo estaba tan seguro. Martín me hizo una ponencia: esa persona te parece muy especial, única e incomparable. Crees que esa persona es diferente y que no es solo el sexo lo que os une. Y lo definitivo, que no puedes dejar de pensar en esa persona, a todas horas. Y no era lo que a él, de momento, le ocurría.

En fin Serafín, días atrás me sentía así con Bruno. Quiero decir que Bruno me parecía especial, diferente y lo pensaba a todas horas. ¿Me estaba enamorando de él?

—¿Y tú cómo estás con Bruno?

—Bien —no tenía ganas de decirle que quería más de él.

—El otro día en la discoteca... ¿lo habéis arreglado? ¿Habéis hablado de aquello...?

—Ni me ha preguntado nada ni yo se lo he dicho...

—¿Y por qué no? Con lo que tú eres…

—Pues sí se lo iba a explicar pero me rechazó en un curro delante de todos y…casi lloro, joder —Martín abrió los ojos ante lo que oía—. Sí, de la rabia. Solo pensaba: tan maduro que es y no quiere ni oír una simple explicación.

—En eso tienes razón.

—Bueno, a Bruno le hizo daño una chica y eso lo debe tener gravado en la mente. Ahora lo veo así pero la rabia me pudo y me negué a hablar con él, y fuimos sumando cosas.

—¿Qué cosas?

—Yo creí que aquella misma semana se había ido con una tía a la cama, después él que yo me había enrollado con un gogo, lo de Natalia… Total, que al final nada ha sido verdad.

—Ni lo nuestro, pero él no lo sabe. ¿A qué esperas ahora?

—A que pregunte, si le interesa que pregunte. Es tan sencillo como eso. Martín yo no hice nada y él se ofuscó con la situación sin darme una oportunidad a explicarme. Pues si no quieres saber, por algo será.

—Bueno, parece que es el centro de tus pensamientos, no lo niegues.

Alcé los hombros quitando importancia y Martín medio sonrió.

Seguidamente le expliqué lo de Sofía… No sabíamos bien qué hacer con Julen… ¿Y si era un simple dar por saco porque me has dejado? No quería ser alarmista pero le dije a Martín que a ese tío le faltaba un tornillo. De momento, debíamos respetar la decisión de Sofía de no hacerle mucho caso y esperar a que acabara entendiendo que habían roto. Martín y yo coincidíamos en lo extraño que resultaba ver a Julen tan insistente con lo poca cosa que parecía. Martín en el pasado, incluso bromeaba con el tema de que era policía y decía que dudaba que con ese carácter se impusiera en alguna situación peligrosa.

Eli vino a hacer el café y estuvimos las dos cotorreando mientras Martín recogía la cocina.

—Oye, Daniela, hoy he escuchado una nueva de Meghan Trainor, ¿sabes quién es?

—Sí, claro, la de I´m all bout that bass… —Se la tarareé y la dos la cantamos.

En esa canción Meghan reivindicaba el no tener la talla de una Barbie y la letra era sencilla y pegadiza. Me gustaba esa cantante.

—¿Has escuchado la de No?

—Pues no —nos reímos mientras Eli trasteaba su móvil y lo enchufaba a un pequeño altavoz naranja chillón.

—No te pierdas esto, nena —me dijo sonriendo y situándose en el centro del salón.

Comenzó la canción, a un volumen considerable, y Eli empezó a bailarla con una coreografía y además a cantarla en un perfecto inglés. Me dejó con la boca abierta.

— My name is no, my sign is no, my number is no…

No lo pensé dos veces y me puse a su lado, a seguirla. Las dos bailando y cantando la cancioncilla. Cuando terminó nos reímos pero esa canción me entró en el cuerpo y le pedí que la volviera a poner.

—Yo me la sé de las veces que la llevo escuchando…

Y volvió a comenzar y el estribillo era tan pegadizo y sencillo que lo cantamos las dos a grito pelado. Martín apareció con su delantal y nos miró alucinado.

—¿Esto es normal?

— My name is no, my sign is no, my number is no… —lo cantamos a dúo y diciéndole que no con el dedo a Martín.

—Madre mía —y se fue por donde había vuelto.

Ya no pudimos bailar más de la risa.

“Chicas, ¿y qué decir de las amigas? Salir, reír, bailar, llorar, hablar, escuchar, y un millón de cosas más. ¿Qué hay de esa risa tonta que solo tu amiga entiende? Que no puedes parar y que llegas a soltar unos lagrimones de cocodrilo. ¿Quién no ha vivido eso? Que con una mirada nos entendemos, con un gesto, con un abrazo o con un simple beso en la mejilla. Sabes que puedes confiar en ella, que aquello no saldrá de allí, que hay un pacto de silencio entre vosotras. Algo no escrito pero que ambas respetáis. ¿Dónde puedes encontrar algo así? Amigas cuidad la amistad como si fuera oro en paño, porque lo valemos.” @danielatuespacio.

—Por cierto Daniela, tú que conoces bien a Martín, me ha dicho que no ha salido de manera formal con ninguna chica desde hace mucho...

—Sí, es cierto —aquella que le rompió el corazón fue la última.

—Y que esa chica le hizo daño. No quiere tomarse las cosas demasiado en serio, que no me parece mal pero a veces lo noto esquivo o distante, como si no estuviera a gusto, no sé...

—Bueno, Martín es muy él, ya me entiendes. Algo callado y muy independiente. Si le dejas espacio estoy segura de que te lo llevarás a tu terreno, no le gusta que le estén encima ni sentirse atado —Como yo, vamos—. Piensa que eres la primera chica que vemos por aquí en mucho, mucho tiempo...

—¿Os habéis liado alguna vez?

Joder...

—Alguna —respondí escueta.

—Me lo parecía...

—Bueno, en su día dejamos claro que no íbamos a liarnos más y que no queríamos estropear nuestra amistad. Es verdad que nos queremos mucho y que es raro que un chico y una chica lleguen a ser tan amigos, pero no hay más. Vivimos juntos y compartimos muchas cosas pero Martín y yo no podríamos ser más que amigos, aunque cueste de entender.

—A mí me parece genial, y...

Martín cortó aquella conversación. Solo esperaba que a Eli le hubiera quedado claro que ya no había sexo entre nosotros y que lo único que había existido entre los dos era amistad. Habíamos mezclado demasiadas cosas y al final se nos había escapado de las manos, pero nada más.

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