@daniela

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Buenos días chic@s

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Buenos días chic@s

 

 

Lo vi ir hacia el baño de mi habitación. Afortunadamente la casa de la abuela de Martín era enorme y cada habitación tenía su propio aseo. En el mío había una estupenda ducha de chorritos.

Me estiré en mi cama, esperando que saliera. Desnudo. Impresionantemente musculoso y sin un gramo de grasa el jodido. Pero me miró con cara de querer más.

—¿Te acompaño a la salida o sabrás encontrarla?

Julio lo pilló a la primera, por suerte. Comenzó a vestirse.

—Ha estado genial —dijo mirándome y yo asentí con la cabeza—Podríamos repetir…

—Podríamos pero en un par de años.

—¿Y eso?

—No es por ti Julio, no suelo repetir.

—Has dicho “sueles”.

—Muy perspicaz.

—No voy a enamorarme de ti Daniela.

—Ni yo de ti, así que mejor lo dejamos en un buen polvo ¿no?

El muchacho había estado bien aunque le había faltado un poco de ritmo a la hora de empalarme.

Se terminó de vestir y me sonrió.

—Un placer Daniela.

—Eso sin duda  —le guiñé un ojo y se fue sin más.

Oí cerrarse la puerta y suspiré satisfecha. Dormir después de follar con ese olor a sexo invadiendo mi habitación era otro placer para mí. Mañana ya me ducharía y cambiaría las sábanas, por supuesto.

Me desperté estirando brazos y piernas, desentumeciendo mis músculos y sonriendo al notar las sábanas sobre mi piel desnuda. Pasé mis manos por mi suave sexo, que llevaba depilado con láser desde hacía ya años, antes de que comenzara la moda de las “sin pelos” que decía Martín.

Hora de levantarse.

—Buenos días nena —Martín me dio un beso en la mejilla mientras yo le daba su café.

Le gustaba dormir y no llevaba bien eso de madrugar para ir a apagar fuegos. Sus turnos eran rotativos y yo no sabía nunca si estaba o no en casa, si dormía o si estaba currando, pero tampoco importaba mucho.

—Buenos días marmota.

—¡Buenos días! —Sofía era todo lo contrario; nada más levantarse podía recitarte a Quevedo. Bla, bla, bla.

Martín soltó una especie de buenos días.

—Buenos días Sofi —le pasé el café también a ella.

—Estás aprendiendo Daniela —dijo después de tomar un sorbo.

Los cafés los hacía la Nespresso, no yo. Le sonreí con una mueca y Martín se fue a la ducha.

—Por cierto, ayer las cotorras de turno hablaban de un nuevo fichaje.

—¿Ah sí?

—Sí, parece ser que es de Madrid pero lleva unos años fuera, en Italia creo que dijeron.

Sofía tenía más contacto con el trío de brujas; era mucho más diplomática que yo, claro.

—Y Toni me explicó que viene a darle un aire nuevo a la revista —Toni era compañero y fotógrafo de la revista.

—¿Aire nuevo? ¿Es que no funciona el aire acondicionado?  —lo dije en tono irónico y no me reí porque en mi cabeza ya me caía mal el tipo en cuestión.

Sofía sí rio con ganas.

—Van a crear una nueva sección, no me dijo de qué iba.

—Bah, después le preguntaré a Jaime de qué va esta tontería. Será cosa de los de arriba que siempre están tocando la pera.

—Pues seguro. ¿Qué tal ayer?

—¿Hice ruido?

—No, te oí llegar porque estaba con el rollo del máster.

Sofía y yo estábamos liadas con un máster infinito que parecía que nunca iba a terminar.

—Bien, Julio es amigo de Natalia, ya sabes, la de pádel.

—Sí.

—Pues después de la partida tomamos algo, como siempre, y Julio y un par más se apuntaron a la segunda ronda de cañas.

—Y te cazó.

—No, no, yo lo cacé a él  —nos reímos las dos mientras íbamos hacia nuestras respectivas habitaciones.

—El día que encuentres a tu talón de Aquiles, ese día sí que me voy a reír.

—Espera sentada guapa.

“El día que menos te lo esperas puede aparecer esa persona que hará temblar la tierra que pisas, así que, mientras, disfruta, vive y déjate guiar por tus emociones. No te cierres, no quieras que ese primer chico sea tu príncipe azul, lila o del color que más te guste. No quieras encontrar al Amor de tu vida con prisas, porque esto es como la cocina. Sí, chicas. Primero, debes cocerlo a fuego lento para que al final salga un manjar excelente. Para ser una buena cocinera es necesaria mucha práctica y platos quemados, platos asquerosos, platos decepcionantes o platos que una querría olvidar para siempre. Así que, chicas a cocinar y después ya vendrá lo demás. Cuando tengáis los ingredientes necesarios, exactos y precisos, a por él, pero con la seguridad de que es lo que realmente queréis. No seáis conformistas, no nos vale cualquier plato precocinado.” @danielatuespacio.

A ver, reconozco que a veces escribo cosas de las que no tengo ni puta idea, para qué mentir. ¿Temblar la tierra? A mí, como mucho, me tiembla el ascensor cuando me pego algún meneo con algún ligue. Pero ese tipo de sensaciones las saco de novelas o incluso de alguna amiga que me habla sobre el nuevo y definitivo amor de su vida.

No diré que no me he cruzado con algún tipo que me ha parecido más que guapo y me he girado para mirarlo pensando “joder menudo individuo, está para comérselo y algo más”. Pero de ahí a sentir mariposas, arenas movedizas o rollo de esos… A veces me pregunto si la gente se lo inventa pero Sofía, que es de fiar, me dice que es cierto. Tendré que creerla.

Sofía y yo cogimos la línea azul de metro, como cada mañana, para llegar hasta Sol. De allí íbamos dando un paseo hasta la Plaza Mayor, donde nos reuníamos todos para el primer café de la mañana. Era una buena costumbre que teníamos y las oficinas de la revista estaban cerca del Teatro Real.

Aquella mañana en El Café se respiraba más entusiasmo del habitual. Carla y su corrillo hablaban sin parar, el resto de chicas las escuchaban atentas y Toni y los tres becarios también participaban de aquella interesante conversación.

—Ya pido yo  —le dije por egoísmo, cuanto menos oyera a Carla mejor para mi salud mental.

Sofía se fue hacia ellos y se sumó a esa algarabía.

—Pueden joderte el día con esos graznidos —murmuré para mí misma.

Solía hacerlo, solía hablar sola. No lo hacía de forma consciente, pero era algo que siempre había hecho. De bien pequeña mi madre se preocupó por si tenía alguna especie de amigo invisible. El psicólogo le dijo que tenía una hija brillante, nada más. Y eso soy yo, que brillo por donde voy, como un farolillo de esos que suben por el cielo. ¿Qué peli es esa que vi con Lucia? Ah, sí, la de Enredados. Mi sobrina se partía de risa con la protagonista y yo me la miraba encantada mientras me comía sus palomitas.

Ella es uno de mis puntos débiles. La enana, como la llamo yo. La adoro, por encima de escribir y de bailar. Pasaría las horas con ella. Tiene cuatro años y parece que tenga cuarenta, me recuerda a mí. Es maruja como ella sola y me río una barbaridad, más que con algunos adultos. Es la primera hija de mi hermana “Rouse” como la rebauticé de pequeña. Con ella me llevo genial, siempre y cuando no hable del tema “chicos”. Está casada, por supuesto, vive en un adosado, por supuesto, y está embarazada de su segundo hijo, un niño, por supuesto.

—¿Lo de siempre, bombón?

Le dije que sí a Mario, el camarero más dicharachero de El Café. Y mientras esperaba en la barra, me giré hacia la izquierda, intuyendo que alguien me miraba.

Me sorprendió gratamente porque era guapo, muy guapo, rematadamente Guapo. Lástima que era hora de ir a trabajar y la cosa no podía ir a más pero le sonreí.

Sus ojos se rasgaron al devolverme la sonrisa. Ojos negros, pestañas espesas, cejas perfectas, nariz mediana y boca…qué boca, chica. Poseía una cara de esas perfectamente esculpidas.

Le di un vistazo rápido por curiosidad mientras él hacía lo mismo: camiseta negra sin ser ajustada del todo, vaqueros estrechos de pierna  y botas de montaña. Cuerpo atlético y alto. Un pelo castaño con algún reflejo rubio, algo largo y muy revuelto, como si no se peinara vamos. Por un momento pensé cómo sería mesar ese cabello y me reí por esa cursilería. El susodicho me miró alzando las cejas a modo de pregunta.

—Me preguntaba si te peinas —le dije sonriendo.

—Buena pregunta —pero no me contestó y lo miré pensando que el tipo era interesante—. Yo me preguntaba si esos tacones son legales.

Fíjate, si era gracioso y todo.

—Creo que rozan el límite permitido, no te preocupes.

—No lo hago.

Uy, que lengua más larga tenía el descarado. Pero para descarada yo.

—Ni falta que hace.

Cogí los cafés y sin darle tiempo a réplica me fui con el resto.

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